En la actualidad apenas poseemos datos sobre la cultura celta porque los druidas favorecían la memoria y se negaban a utilizar la escritura para transmitir su saber. Además, los griegos y los romanos temían tanto a este pueblo que optaron por caricaturizarlo en vez de describirlo.
Para poder reconstruir la historia de este pueblo indoeuropeo y conocer su forma de vida no quedan más que algunas tumbas y ciertas leyendas que hablan de valor y de sangre. Pero estos vestigios nos han permitido saber que los celtas fueron unos guerreros formidables que no tenían miedo a la muerte: todos los grandes gobernantes de la Antigüedad se rindieron ante ellos, hasta que Julio César logró imponer la pax romana mediante la fuerza de las armas. Los celtas también fueron excelentes orfebres, grandes agricultores y hábiles carpinteros, además de un pueblo muy cortés que, sin embargo, tenía por costumbre cortar ritualmente las cabezas de sus enemigos con objeto de apoderarse de su energía. Los druidas celtas creían en la reencarnación y poseían unos conocimientos dignos de las grandes escuelas filosóficas de Grecia.
La clase sacerdotal celta siempre poseyó un poder vinculado con las prácticas mágicas y adivinatorias. Ya desde la prehistoria, el chamán ocupaba un lugar especial dentro del grupo. Con el tiempo, este poder se vio reforzado y, en el pueblo celta, los druidas adquirieron un peso enorme en la toma de decisiones: eran los guardianes de la tradición, pero también mantenían contactos privilegiados con otros grupos étnicos. César deseaba destruirlos, consciente del peligro que representaban. Él mismo dice, en sus Comentarios a la guerra de las Galias: «[El conjunto de los druidas obedece a] un único jefe, cuya autoridad es infinita. Tras su muerte le sucede el más eminente en dignidad o, si varios candidatos poseen el mismo título, la elección se realiza mediante el sufragio entre los druidas que, en ocasiones, se disputan el puesto con las armas. En cierta época del año, los que viven en el continente se reúnen en la frontera del país de los carnutos [Chartres], que puede considerarse el punto central de toda la Galia. Gente de todas partes acude a este lugar para resolver sus desacuerdos, y acatan los juicios y las decisiones de los druidas. Se dice que su doctrina nació en [Gran] Bretaña y que, desde allí, se extendió hasta la Galia. En la actualidad, según dicen los historiadores romanos, aquellos que desean un conocimiento más profundo se reúnen en esta isla para instruirse.
»Los druidas no van a la guerra ni pagan ninguno de los tributos impuestos a los demás ciudadanos. Seducidos por semejantes privilegios, muchos galos intentan formar parte de esta clase, pero para ello es necesario aprender tal cantidad de versos que hay quien pasa más de veinte años en este noviciado. Aunque en la mayoría de los asuntos públicos y privados recurren a las letras griegas, no está permitido confiar los versos druídicos a la escritura. En mi opinión, esto tiene dos razones de ser: la primera, impedir que dichos conocimientos se extiendan entre el vulgo; la segunda, evitar que los discípulos se relajen en la escritura y descuiden así su memoria. El credo que intentan establecer afirma que las almas no perecen y que, después de la muerte, pasan de un cuerpo a otro. Esta creencia los impulsa a ser más valientes, pues elimina el temor de la muerte. El movimiento de los astros, la inmensidad del universo, la grandeza de la tierra, la naturaleza de las cosas, la fuerza y el poder de los dioses inmortales... Todos estos son, entre muchos otros, los tópicos en los que centran las conversaciones que tienen con los jóvenes».
La vida política y religiosa de los galos estaba dominada por el druidismo, término que utilizó César en sus Comentarios a la guerra de las Galias para referirse a esta poderosa clase social. Los druidas eran expertos en lo sagrado y sus funciones eran múltiples, pues abarcaban desde los ritos públicos y privados, la astrología y la adivinación, hasta la música, la poesía, la filosofía, la metafísica y la medicina.
El término druida, que empezó a utilizarse en el siglo I a. de C., tiene un significado similar al de vate y se utilizó hasta mucho tiempo después de que la religión cristiana lograra imponerse. Según César, los druidas más importantes residían en Gran Bretaña, a pesar de que su cónclave se celebraba en el bosque de los Carnutos, cerca de Chartres. El origen del término druida resulta confuso: los historiadores de la Antigüedad afirmaban que procedía de drus, «roble», mientras que varios especialistas en la civilización celta consideran que significa «muy erudito» o, lo que es lo mismo, «adivino» o «sabio». Sin embargo, no cabe duda de que este término guarda relación con el roble.
El druida recibía la iniciación sacerdotal y, gracias a ella, quedaba habilitado para conferir la iniciación real al jefe de la tribu. En la Galia continental de los tiempos de César, este privilegio había caído por completo en desuso, pero se restauró en la Galia insular (Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda) en tiempos del cristianismo.
El jefe de la tribu y los druidas compartían las funciones religiosas. Los druidas celebraban sacrificios humanos e inmolaciones de toros blancos tras la recogida del muérdago, aunque su función principal se centraba en la adivinación y en la interpretación de presagios. Disponían de una serie de privilegios, así como de autoridad jurídica y política. También se encargaban de instruir a los jóvenes.
Su creencia en la vida después de la muerte y en la transmigración del alma, así como sus grandes conocimientos de astronomía y medicina, se trasmitían siempre oralmente, al igual que sus poemas y sus epopeyas. Puede que los druidas supieran escribir, pero consideraban que su saber sólo debía transmitirse bajo el velo del secreto y mediante la iniciación oral del maestro al discípulo. Cada colegio druídico disponía de un santuario y una escuela propios, y varios colegios formaban una asamblea. Existe un parecido notable entre la doctrina de los druidas y la de los dóricos pitagóricos; probablemente, los dóricos y los celtas se encontraron en Europa central y recibieron unas enseñanzas similares. El orfismo, con sus cofradías de sacerdotes, su culto a los héroes, su mito del descenso a los infiernos, sus sacrificios humanos y su teoría de la inmortalidad del alma, también guarda muchas similitudes con el druidismo. Asimismo, el vocabulario religioso que utilizan tanto el druidismo como las religiones indoiranias es muy parecido. Todo esto indica que la institución druídica se engloba en un fondo indoeuropeo arcaico, anterior a la llegada de los pueblos celtas a la escena pública. De hecho, su origen podría situarse en tiempos de los reyes-sacerdotes-dioses.
Tras la conquista romana, la religión gala sufrió un ligero retroceso y el panteón indígena se asimiló al latino. El sacerdocio de los druidas también experimentó una situación análoga. Durante la época del emperador Augusto se aceptaba la presencia de los druidas, siempre y cuando no fueran ciudadanos romanos; sin embargo, Tiberio y, especialmente, Claudio persiguieron a los druidas durante su mandato. Entre los años 68 y 70 de nuestra era, los druidas profetizaron la caída de Roma y la transferencia de su poder a otras naciones. Durante el efímero reinado del emperador Vitelio, en 69 d. de C., un druida llamado Maric recorrió las orillas del Loira y el Allier fingiendo ser un enviado divino y el liberador de los galos. Mediante sus plegarias y sus exhortaciones, logró reunir un ejército de unos ocho mil hombres, pero los galos de la región de Autun consiguieron derrotarlo con la ayuda de algunas cohortes romanas. Maric fue capturado y condenado a enfrentarse a unas feroces bestias en el circo romano de Lugdunum (la actual Lyon). Los animales se negaron a devorarle, lo que provocó que el público se quedara estupefacto ante aquel milagro, pero Vitelio ordenó a sus guardias, más eficaces que las bestias, que acabaran con el condenado...
En el siglo III de nuestra era reapareció el clero galo, primero en la clandestinidad, y después de forma oficial. Las profecías reveladas en los santuarios galos influyeron en los emperadores Maximiano y Constantino. Este último, por ejemplo, tuvo una visión en un santuario de Belenos, en la que se veía a sí mismo escoltado por una victoria que sostenía unas coronas en su mano. Esta visión reforzó la credibilidad del clero galo, pues, según parece, Constantino era adepto de la doctrina druídica antes de convertirse al cristianismo.
En el siglo IV se vivió el apogeo de la religión gala y el druidismo. Durante esta época, el cristianismo pasó a ser la religión oficial y se dedicó a luchar encarnizadamente contra el paganismo. De forma paradójica, fueron los monjes irlandeses quienes salvaron el legado celta: entre el siglo VIII y el XV transcribieron los mitos y epopeyas que se habían transmitido de generación en generación en Irlanda y Gales. En cuanto se «descristianizó» la obra de estos monjes, el alma celta, sus dioses y sus héroes hicieron acto de presencia en obras tales como Las batallas de Mag Tured, El robo del ganado de Cooley, El libro de las invasiones, etc.
Las profetisas formaban parte de la orden de los druidas. Si hacemos caso de los «testimonios», que se centran más en habladurías que en hechos probados, las profetisas fueron unas temibles magas que vivían en unos arrecifes salvajes barridos por tempestuosos mares. Se decía que las nueve druidas de la isla de Sein, situada en el extremo occidental de Gran Bretaña, podían ver el futuro y que sus palabras tenían la capacidad de aplacar las tormentas o provocarlas.
En cierta época del año, las druidas que vivían en un islote situado en la desembocadura del Loira debían derribar y reconstruir, en un mismo día, la morada de su dios. En cuanto salía el primer rayo de sol, tenían que destruir la estructura a golpes y erigir otro templo con rapidez. ¡Pero ay de aquella que dejara caer algún material del nuevo edificio! Antes de que pudiera enmendar su error, sus hermanas le arrancarían la piel y esparcirían sus sangrientos restos alrededor del templo.
Las druidas celtas iniciaban a los futuros reyes y héroes. Al igual que las Damas de la Fuente, estas sacerdotisas de la Gran Diosa dominaban las artes y ofrecían una enseñanza espiritual y bélica, sexual y poética.
Los bardos eran los poetas sagrados que participaban en todas las ceremonias religiosas. En el campo de batalla animaban a las tropas a forzar el destino y, aunque no participaban directamente en el combate, tenían derecho a una parte del botín. Más adelante, cuando los jefes militares se liberaron de la dominación de los sacerdotes, los bardos empezaron a celebrar el poder y la riqueza de los señores en sus canciones. Al igual que los trovadores medievales, pagaban con sus voces el derecho a sentarse a la mesa de los poderosos. Cuenta la leyenda que un bardo llegó demasiado tarde a un festín y que Luernio, el rey de los avernos, ya se alejaba en su carruaje. El bardo lo siguió, mientras se lamentaba de la triste suerte del poeta famélico al que el tiempo había engañado. Luernio, divertido, le lanzó un puñado de oro y, enseguida, la rota (una especie de lira) del bardo se animó y este empezó a cantar con espíritu renovado sobre aquel rey que hacía que naciera oro bajo las ruedas de su carruaje. Citando las palabras de Posidonio de Apamea, filósofo griego del siglo I a. de C.: «También cuentan con unos poetas a los que llaman bardos, que cantan alabanzas y condenas, acompañando sus voces con una rota, un instrumento similar a la lira».
A los bardos también se les consideraba magos o sanadores. Posiblemente, el arte de la poesía y de la música era uno de los más difíciles, puesto que en todos los banquetes era habitual que se celebraran duelos de oratoria, donde se disputaba la supremacía. No bastaba con que recitaran de memoria obras interminables, sino que también debían ser capaces de componer nuevas canciones y plantear enigmas que sólo los más hábiles resolverían.
El «combate de los árboles», un duelo de oratoria que se celebraba entre una poetisa y un bardo, tenía como objetivo descubrir el nombre oculto de las dos divinidades que protegían a dos clanes rivales: se declararía vencedor a aquel que creara el enigma más elaborado.
La música ocupaba un lugar muy destacado. En las excavaciones se han encontrado instrumentos musicales, pero se desconocen las melodías. El arpa de Dagda gozaba de una importancia especial en la mitología celta: se trataba de un arpa mágica que podía tocar por sí sola tres aires; uno provocaba el llanto, otro hacía reír a carcajadas y el tercero adormecía a la audiencia. El arpa, que tenía dos nombres («mano de música cuádruple» y «roble de los dos gritos»), únicamente obedecía a su dueño. Gracias a sus tres aires, el arpa de Dagda logró vencer a los ejércitos fomorianos durante la segunda batalla de Mag Tured.
Cuando se inició la dominación romana de la Galia, los druidas, forzados a huir a Inglaterra, pudieron refugiarse en Irlanda, una isla que los romanos no habían colonizado. Esto permitió que la tradición druídica se mantuviera viva, aunque con ciertas particularidades. La tradición irlandesa habla de los bardos o de los chantres, cuya función era componer poemas épicos que ensalzaran a los reyes y a los jefes de las tribus, a los druidas y a los filid (un término que se utilizaba en la Galia Cisalpina para referirse a los vates).
Al principio, parecía que los bardos y los filid ocupaban una posición secundaria con respecto a los druidas, los cuales podían equipararse a los grandes sacerdotes. Con el tiempo, los druidas fueron perdiendo poder y prestigio, mientras que los bardos y los filid veían cómo los suyos aumentaban. Ellos iniciaron la renovación de la doctrina druídica, al pasar a la palabra escrita todo el saber acumulado por el conjunto de sus predecesores. A ellos les debemos la literatura y la mitología celtas que han llegado hasta hoy.
Un único lienzo servía para todas las epopeyas, pues se contentaban con cambiar los nombres y añadir algunos detalles para actualizar los hechos. La prosa se entonaba y, para romper el ritmo, se insertaban versos o pequeños refranes. Las obras escritas que se han conservado presentan datos de un interés capital, pero es necesario leerlas a diferentes niveles: si nos detenemos en los nombres de los lugares y de las personas, no conseguimos ver el alcance simbólico e intemporal de la obra. En cambio, si aislamos los detalles anecdóticos, podemos palpar la esencia de unos mitos que se remontan a la Edad del Bronce o incluso a una época anterior.
Los vates eran los adivinos que se ocupaban de la parte material del culto (primitivamente, este término designaba a los profetas; vaticinar es un derivado). Los vates leían el futuro en las entrañas de sus víctimas y en el vuelo de los pájaros. Un galo nunca acudía a un acto importante sin haber recurrido antes a la ciencia adivinatoria del vate. Según los expertos, en tiempos de Julio César también se ocupaban de la medicina.
Poco se sabe de su papel espiritual, pues los escritos del siglo IV a. de C. no mencionan el resto de funciones religiosas. En aquel entonces sólo importaban las conquistas, de modo que los ritos y las celebraciones de la vida cotidiana, excepto los banquetes, no intereseban a los historiadores. Por eso carecemos de información sobre los conocimientos de los sabios de la época o sus posibles contactos con otras escuelas de pensamiento.
La sociedad celta se dividía en tres clases sociales:
• La clase de los productores, vinculada a la tierra. En un principio estaba formada por agricultores y campesinos, pero con el desarrollo de la artesanía, se incluyó en ella a los artesanos y los comerciantes. Durante la esclavitud, los siervos también pasaron a formar parte de este grupo.
• Los caballeros. Desde el inicio de la Edad del Bronce, poseer un caballo y armas parecía determinar un cierto nivel de riqueza y, sobre todo, de poder. En la época celta, todos los caballeros pertenecían a una nobleza fundada más sobre la riqueza que sobre la sangre. La actividad principal de este grupo era el arte de la guerra.
• La clase sacerdotal. Esta clase gozó de un gran poder ya desde la lejana prehistoria, puesto que los reyes-sacerdotes determinaron el inicio de la edad de los metales en los países de Oriente Medio. En ocasiones se producían conflictos de intereses entre los sacerdotes y los nobles. En tiempos de los galos, los druidas tenían una influencia considerable, pues eran los guardianes de la tradición celta y mantenían muchos contactos con otras culturas, especialmente con los filósofos griegos.
El rey pertenecía a la clase sacerdotal o a la caballeresca, según la época, hasta que la hegemonía celta llegó a su fin y fue necesaria la presencia de jefes militares. Este esquema social sobrevivió al Imperio romano y se retomó en la Edad Media.
Los druidas, ministros de un culto (¿sanguinario?) y únicos depositarios de la ciencia, reinaron durante mucho tiempo, tanto por su superioridad intelectual como por el terror que inspiraba su alianza con los dioses. Aproximadamente tres siglos antes de nuestra era, los nobles y los jefes de las tribus rompieron el yugo de la casta sacerdotal. Los miembros de la aristocracia militar, que se había impuesto sobre los druidas, ocuparon los puestos vacantes del poder y, tras reunir a varias tribus a su alrededor, se proclamaron reyes.
Pero las clases inferiores, sobre todo los habitantes de las aldeas, se rebelaron contra este cambio. Contaban con el apoyo de los druidas. En la mayoría de las ciudades galas, el gobierno aristocrático o real fue abolido y reemplazado por uno de carácter democrático. Los notables y los sacerdotes, constituidos en un senado, designaban un vergobret (juez anual) y un líder guerrero (si la necesidad lo exigía). En otras ciudades, fue el pueblo quien constituyó un senado con magistrados e incluso un rey, que dependía de la asamblea general y de los sacerdotes.
Esta evolución de la sociedad gala estuvo a punto de interrumpirse cuando César inició la conquista de la Galia. En sus escritos leemos que no encontraba en este país «más que dos tipos de hombres honrosos: los druidas y los nobles. En cuanto a las masas, esta clase no vale más que la de los esclavos: abrumados por las deudas, los impuestos y las vejaciones de los poderosos, la mayoría de los hombres libres se entregan a sí mismos al vasallaje.
»Los druidas, ministros de las cosas divinas, ejecutan sacrificios públicos y privados y son los jueces del pueblo. Intervienen en prácticamente todas las disputas, ya sean públicas o privadas. Cada vez que alguien comete un crimen, cada vez que alguien muere y cada vez que surgen disputas por una herencia o por los límites de una propiedad, actúan como jueces e imponen sanciones e indemnizaciones. Si un particular o un hombre público se niega a acatar su decisión, se le prohíben los sacrificios. Se trata del más inusual de los castigos, puesto que quienes incurren en esta prohibición pasan a formar parte de los impíos y los criminales, y todo el mundo los evita por miedo a que les contagien el mal que los aflige. No pueden acceder a la justicia y carecen de cualquier clase de honor.
»La segunda clase es la de los nobles. Cada vez que estalla una guerra [antes de la llegada de César, ocurría casi todos los años por primavera], cogen todas las armas y reparten, en función de su nacimiento y de sus riquezas, el número de siervos y parroquianos que formarán parte de su séquito. Algunos de estos parroquianos [los hombres libres que vivían bajo la dependencia de un noble] entregan su vida a sus jefes. Los aquitanos denominan soldures a estos devotos, que disfrutan de todos las bondades de la vida con aquellos a quienes se han entregado mediante un pacto de amistad. Si el jefe sufre una muerte violenta, ellos comparten su suerte y se quitan la vida con sus propias manos. Nadie que se haya entregado a un jefe mediante un pacto semejante ha renunciado jamás, al morir este, a seguir su mismo destino».
La magia
La magia druídica prestaba una gran atención a los presagios, principalmente a los fenómenos celestes (el vuelo de los pájaros, las tormentas, etc.), y dedicaba numerosos rituales a estas interpretaciones de la voluntad divina. La recogida del muérdago, que se realizaba con una guadaña fabricada con un metal precioso, se acompañaba siempre del sacrificio de un toro blanco. La medicina prolongaba esta magia, pues con las plantas se elaboraba el elixir del olvido. Al igual que para los griegos y para el Génesis bíblico, la manzana simbolizaba la inmortalidad del saber. También es legendaria la fuente de la salud, en la que se sumergía a los heridos y a los difuntos que no habían muerto decapitados para curarlos y resucitarlos con el beneplácito del dios médico Diancecht, mientras su hija Airmed maceraba unas hierbas mágicas cuyas gotas curaban las enfermedades. Los sacerdotes celtas también recurrían a otros elementos, como el viento que enloquecía y destruía, la niebla en la que se perdían las almas o el fuego purificador (el salto sobre las brasas de la hoguera de San Juan es un rito ancestral: las tropas caminaban sobre estas para recibir protección.
El druida (o el bardo) transmitía la interpretación del mensaje divino en forma de conjuros, que podían ser alabanzas, culpas o maldiciones (estas últimas provocaban la muerte de aquel a quien iban dirigidas). Las sátiras eran conjuros religiosos y legales que, al igual que las maldiciones, podían causar la muerte, mientras que las geasa eran una serie de obligaciones y prohibiciones impuestas sobre la casta de los guerreros, que debían respetarlas bajo pena de muerte.
El culto se celebraba en los nemeton (del término gaélico nemed, que significa «recinto sagrado»). Los celtas no erigieron los monumentos megalíticos (los menhires y los dólmenes), pero sus druidas los utilizaban cuando celebraban sus ritos fuera del recinto, que constaba de un foso, un talud y una empalizada, además de un pozo de ofrendas conectado a una corriente subterránea. Se han encontrado restos en el interior de algunas capillas romanas construidas sobre emplazamientos que ya eran sagrados antes del nacimiento del cristianismo.
Debemos olvidar las imágenes creadas por los historiadores del siglo XIX, que afirmaban que los druidas únicamente se reunían en las profundidades del bosque, pues sabemos que también disponían de templos. Aunque César afirmara que se reunían en los bosques y muchos historiadores posteriores aseguraran que los celtas carecían de templos, se trata de una información errónea.
En la literatura medieval, el montículo circular fue sustituido por el cercado. El triple cercado (que existe desde el Neolítico) se realizaba siguiendo el diseño de la cruz celta y solía constar de un foso, un talud y una empalizada. Algunos recintos estaban rodeados por este foso, mientras que otros lo englobaban en su interior. La mayoría de los santuarios protohistóricos se construyeron en madera para preservar la imagen del «bosque sagrado» y entre sus dependencias siempre había un espacio arbolado de mayor o menor tamaño.
La medicina
No se sabe nada de las prácticas médicas anteriores a los tiempos de César, salvo que los celtas rendían culto a los bosques y al agua. Los medicamentos naturales (curas de agua y fármacos confeccionados con plantas) no tenían ningún secreto para estos «hombres medicina», que poseían un legado milenario fundado en el chamanismo. Todo se transmitía, bajo el sello del secreto, de maestros a discípulos, aunque las investigaciones revelan que este saber se alteró con el paso del tiempo y que existían prácticas ocultas. Por ejemplo, el tejo, tan preciado por los druidas y considerado en primera instancia venenoso, se utilizaba para curar ciertas enfermedades (en la actualidad está presente en algunas quimioterapias contra el cáncer).
Los documentos de la época galorromana tienen un valor incalculable. Se han descubierto equipos de cirugía, lo que implica conocimientos en este dominio. Los arqueólogos también han descubierto exvotos o estatuillas que las personas curadas ofrecían como muestra de reconocimiento a la diosa de las aguas o a Bormo, el dios sanador. Los curanderos y los herbolarios nos han transmitido un legado que se remonta a los albores de los tiempos.
Las fiestas sagradas
• Samhain («reunión»): se celebraba el 1 de noviembre con el cambio de año. Duraba una semana y, entre festín y banquete, los celebrantes se comunicaban con aquellos que habían pasado al Otro Mundo.
• Imbolc («purificación»): se celebraba el 1 de febrero para señalar el final del periodo invernal.
• Beltene («los fuegos de Bel»): se celebraba el 1 de mayo para marcar el paso de la estación sombría a la clara. Los druidas hacían caminar al ganado sobre fuego sagrado para purificarlo y protegerlo de las epidemias.
• Lugnasad («asamblea de Lug»): se celebraba el 1 de agosto para conmemorar a Lug, el dios que protegía y compartía las riquezas. Se aprovechaba esta ocasión para celebrar una feria en la que todo se negociaba: acuerdos comerciales, matrimonios, procesos judiciales, etc.; durante esta fiesta también se desarrollaban múltiples competiciones: lucha, lanzamiento de jabalina, tiro con arco...
Resulta sumamente difícil delimitar entre las divinidades celtas y las galas. Se han encontrado obras de arte de la Galia independiente que carecen de inscripciones, así como esculturas posteriores a la conquista (un periodo en que los dioses galos se romanizaron). Los textos de César y de otros autores latinos intentaban desacreditar la religión celta y acercar al modelo romano una serie de divinidades demasiado distintas a las que conocían. Por su parte, los textos celtas de principios del cristianismo ocultaban totalmente el nombre y la personalidad de sus dioses para atribuírselos a los héroes o concedían a sus dioses nuevos nombres que no guardaban ninguna relación con su origen.
El panteón celta es muy distinto al de otros pueblos indoeuropeos, a pesar de que existen ciertos rasgos comunes en todos ellos. En ocasiones, el mundo mitológico anterior a la conquista romana difería por completo de aquello que los celtas insulares (Irlanda y Gran Bretaña) dejaron escrito durante los primeros siglos del cristianismo. Los galos adoraban los truenos, los astros, el océano, los ríos, los lagos, el viento y las demás fuerzas de la naturaleza. Kird era el viento del sur; Taranis, el espíritu del trueno; Bel, el dios del sol; Pennin, el genio de los Alpes; Arduinna, el espíritu del inmenso bosque de las Ardenas, etc. Los celtas no entendían el mundo de los dioses del mismo modo que los griegos o los romanos: no poseían un marco estructurado y definido, y cada una de las tribus concedía nombres concretos a las fuerzas superiores, cósmicas y telúricas.
El hecho de que se protegieran ciertos nombres al principio de la romanización ha permitido que los investigadores reconstruyan, en mayor o menor medida, el panteón celta con sus dioses galos originales. La única epopeya prácticamente completa de estos dioses aparece representada en el caldero de Gundestrup. Existen otros testimonios iconográficos (bajorrelieves, obras de orfebrería y vasijas decoradas) que completan este panteón, en el que no se incluyen las divinidades locales porque sus nombres se han perdido para siempre. En la mitología celta, los dioses se asociaban a funciones (algo habitual entre los pueblos indoeuropeos) o tenían un destino celestial, pues eran como emanaciones del sol o del cosmos. Algunos eran simples reyes a los que la Diosa les había concedido la inmortalidad después de visitar el Otro Mundo. Para no ensombrecer al Dios cristiano, la literatura irlandesa reescrita por los monjes afirmaba que estos dioses eran simples héroes.
Tras la conquista de César llegó la romanización. Los galos adoptaron el latín como lengua y romanizaron a sus dioses. Sus propias divinidades aparecían junto a otros dioses romanos.
La tríada Teutates-Taranis-Esus siguió existiendo. Apareció una pareja formada por la Diosa Madre y Sucellos; a ella la representaban sosteniendo el cuerno de la abundancia y la copa, y a él, blandiendo un mazo y apoyado en un tonel. También se introdujeron diosas como Venus, a la que representaban mirándose a un espejo, con la cabeza protegida por un casco.
El druidismo volvió a cobrar fuerza en la Galia durante el siglo III d. de C., ¿pero qué había sido de las divinidades celtas? En Irlanda, tras la romanización de la Galia, la insularidad había hecho que el fondo común de los pueblos celtas experimentara unas transformaciones tan importantes que, siglos después, ya nadie era capaz de reconocer a las divinidades originales.
La Diosa Madre siguió existiendo bajo la forma de la Virgen Madre y, después, de la Virgen María. Bajo sus diferentes nombres, fue la madre de prestigiosos héroes como Dylan, Taliesin o Merlín. En esta época resurgieron mitos que se remontaban a los inicios de la Edad del Bronce, de modo que resulta difícil discernir entre aquello que pertenecía a los celtas y lo que provenía de otros pueblos indoeuropeos. Europa occidental siempre ha sido un mosaico de etnias cuyas lenguas, culturas y mitos se han entremezclado.
Lug, el de la mano larga, dios trabajador y heredero de Loucetios, se convirtió en el adalid de la cultura celta al destronar al beligerante Toutates. La festividad de este dios que personifica la luz se celebraba el 2 de agosto. El equivalente de Apolo llevaba por nombre Hu Gadarn; el dios herrero irlandés era Gobniu; el dios del caldero respondía al nombre de Dagda; el dios médico era Diancecht; el dios rey y proveedor de festines se llamaba Nuada, y el terror de los ejércitos enemigos era Ogmios u Ogma.
Es probable que la mitología también experimentara una evolución. Con el cristianismo, los antiguos dioses perdieron su condición de divinidades y se convirtieron en simples héroes.
Entre los dioses y héroes celtas que no aparecen representados en las láminas del tarot destacan los siguientes:
Amaethon: dios agricultor, según la literatura galesa. Aseguraba la riqueza y la fecundidad de las bestias y los hombres a través de la lluvia.
Ana/Anu/Dana: según Ovidio, los pueblos de Italia asimilaron a esta diosa como Luna Minerva y la llamaron «aquella que dura todo el año». La festividad de Ana, que también era conocida como la diosa del destino, se celebraba el 15 de marzo. Se la asociaba con la jabalina divina que perseguía Arturo, con la diosa romana Ana Perena y con la diosa hindú Annapurna. Esta diosa irlandesa era la esposa de Belo, la hermana o la madre de Dagda y la progenitora de los habitantes de la isla. No cabe duda de que su nombre hace referencia a «año». La Bretaña cristiana asimiló esta diosa como Santa Ana.
Arianrhod: hija de la diosa Dôn (Dana) e imagen de la Virgen Madre en las epopeyas galesas. Su nombre significa «rueda de plata». De su unión con su hermano Gwydion nacieron dos gemelos: Dylan, el hijo de las tinieblas, y Llew, de mano firme, que reclamaba el reino solar.
Arturo: rey de Bretaña y soberano de los caballeros de la Mesa Redonda que partieron en busca del Santo Grial. Excalibur era su espada mágica y Merlín, el mago, su druida. Estaba casado con Ginebra, avatar de la Diosa Madre, y su bosque era Broceliande.
Belisama: «la muy brillante», era la hermana de Bel, el dios de la luz. Durante la evolución de la mitología celta, el sol pasó a ser una divinidad femenina que dio al día una hija que aseguraba la supervivencia del cosmos. Como guerrera, los autores latinos la identificaron con Minerva.
Boann: una de las esposas de Dagda. Su nombre significa «vaca blanca». El dios supremo irlandés detuvo el tiempo para poder unirse a esta mortal, que trajo al mundo, sobre una piedra, a un hijo divino llamado Oengus (o Mac Oc). Humillada por su deshonra, la joven se lavó en un riachuelo que empezó a disolver lentamente su cuerpo. Presa del pánico, echó a correr hacia el mar, y el riachuelo, que desde entonces lleva su nombre (Boyne), la persiguió.
Bran el Bendito: según una leyenda galesa, Bran («cuervo» o «grajo») fue un dios del Otro Mundo que había sido bendecido con el poder de la vida y la muerte y que poseía el caldero mágico. Rey de la isla de Gran Bretaña y esposo de Branwen («corneja blanca»), resultó herido de muerte durante una batalla contra Irlanda. Ordenó que lo decapitaran para colocar su cabeza sobre una colina, desde la cual protege la isla de Gran Bretaña.
Branwen: heroína legendaria y hermana de Bran el Bendito. Para castigar a su marido, que la maltrataba, sumió a Irlanda en una orgía de llamas y sangre.
Cian: en Irlanda, dios mago y padre de Lug. Instigado por su hijo, utilizó sus dones para crear un ejército de guerreros, pero sus enemigos le dieron caza en su forma de jabalí y acabaron con su vida. La tierra rechazó sus restos, así que su padre tuvo que enterrarlo bajo una piedra tallada.
Cúchulainn (o Cú Chulainn): héroe irlandés célebre por sus proezas guerreras (incluso en los infiernos) y por su invencibilidad. Su padre era Lug el de la mano larga, y su madre, la hermana del rey de Irlanda.
Esus: dios carpintero que aparece representado en el altar o pilar de los Nautas, en París, blandiendo un hacha y disponiéndose a talar un árbol del que ya ha cortado una rama. Existen dos interpretaciones posibles: puede que se tratara realmente de un dios leñador, pues el pilar de los Nautas estaba vinculado a la navegación, o que la imagen de esta divinidad barbuda hiciera referencia a su tercera función: la de productor. En la Edad del Bronce, el hacha era el atributo del dios de la tormenta o de la lluvia fecundadora, pero más adelante la reemplazaron las claves y el caldero. No se han encontrado restos que hagan referencia a esta divinidad del pueblo de los parisii en ningún otro lugar.
Eithne: personaje doble que, según la tradición irlandesa, tenía un papel divino como abuela, madre y esposa del gran dios Lug. Se la ha representado en ocasiones como esposa de Midhir, el soberano de los infiernos.
Gwion Bach: apodado el «Pequeño Inocente», héroe de una leyenda que ilustra las cuatro estaciones del año. Ave en primavera, la estación de las migraciones; grano de trigo en verano, la temporada de la cosecha; liebre en otoño, la época de caza, y pez en invierno, el periodo de la pesca.
Llew de mano firme (Llew Llaw Giffes): rey solar de la leyenda galesa equivalente al dios Lug. Su madre, Arianrhod, le negó un nombre, las armas y una esposa, pero Llew logró hacerse con las tres cosas. Su esposa Bloddeuwed ordenó a un rival que lo matara y, herido de muerte, se transformó en águila para escapar. Con el tiempo, este gran dios solar acabó teniendo el simple rango de héroe.
Lyr: dios irlandés del océano. El argumento de El rey Lear, de Shakespeare, está basado en su leyenda.
Macha: el mito celta reunió bajo este nombre a tres heroínas distintas, la triple manifestación de la Diosa Madre cósmica:
— la Macha más arcaica tenía dotes de profetisa. En sus sueños veía Irlanda envuelta en llamas y sangre por el robo de unas vacas. Cúchulainn participó en esta guerra letal;
— la segunda Macha, la del pelo rojo, era una excelente guerrera. En aquel entonces, tres reyes se repartían el poder y dividían su reinado en periodos de siete años. Cuando murió Aed el Rojo, los otros dos soberanos se negaron a compartir el poder con Macha, su heredera. Esta luchó contra ellos, los venció y gobernó como una tirana, negándose a su vez a ceder el privilegio de reinar a los cinco hijos del segundo rey difunto. Se produjo una nueva masacre, de la que Macha logró salir victoriosa. Más adelante se casó con el tercer rey y marcó con su broche los límites de su hogar, Emain Macha. Los vencidos construyeron la fortaleza, el corazón sagrado del país;
— la tercera Macha tenía un origen humilde (era la esposa de un campesino), pero no por ello fue menos valerosa. Su marido tuvo la mala fortuna de alabar sus cualidades, así que el rey le desafió a que demostrara que sus palabras eran ciertas. Macha debía ganar a los caballos del rey en una carrera. La mujer, que estaba embarazada, pidió que aplazaran la carrera hasta que diera a luz, pero el rey se negó. A pesar de su estado, Macha logró derrotar a los caballos y, en cuanto completó la carrera, trajo al mundo a dos gemelos, un niño y una niña. Entonces lanzó una maldición al rey y a su clan, los ulates: todos los hombres sufrirían los dolores del parto durante cinco noches y cuatro días, a lo largo de nueve generaciones.
Maeve (Medb): este nombre designa a dos reinas irlandesas dotadas de los atributos de la divinidad. La reina Maeve elegía a sus maridos y los abandonaba a su voluntad. La asamblea no podía coronar a ninguno de ellos sin su consentimiento. Maeve mostraba cierta debilidad por los hombres jóvenes y se decía que los embriagaba para poder dominarlos mejor. La otra Maeve, la reina de Tara, igualaba a la anterior en poder. No toleraba la presencia de ningún rey en su corte si este no se convertía en su esposo. Fue la madre de un héroe solar.
Midhir: dios del Otro Mundo y esposo de Etaine, la mujer más hermosa de Irlanda.
Milé: dios de la guerra en la literatura irlandesa.
Morgana: nacida del mar (mori-gena). Es un personaje esencial de la mitología celta y una de las manifestaciones de la Diosa Madre. Es la soberana de aquellos lugares a los que no pueden acceder los vivos, puesto que en ellos habitan los dioses, los héroes y ciertos hombres tras completar su paso por la vida. Morgana llevó a Arturo en barca hasta la isla de Avalón. Las leyendas bretonas hablan de las morganas, como Dahud, que vivían en palacios submarinos y seducían a los navegantes ofreciéndoles sus tesoros, su amor y sus conocimientos espirituales. Morgana fue, junto a Melusina, una figura emblemática en la Edad Media. Hermana o hermanastra del rey Arturo, se la ha comparado con frecuencia con un hada. Preparaba ungüentos curativos y poseía el poder de acompañar a los caballeros al Otro Mundo.
Nantosuelta: diosa gala de los ríos y esposa de Sucellos, el dios que blande un mazo.
Nechtan (Elcman el feroz): dios de las aguas asociado con Neptuno en Irlanda. Las aguas de su pozo tenían el poder de cegar a los ladrones.
Rhiannon (Rigantona): diosa de la mitología galesa. Su nombre, que significa «gran reina», puede asociarse con los de Morrigane y Regina. Rhiannon tenía el poder de seducir a los mortales en los montículos funerarios y concederles un reino. Tuvo dos esposos seguidos, por lo que puede identificarse con Epona. Trajo al mundo a un niño, al que secuestraron y reemplazaron por un potro. Para castigar el presunto infanticidio, su marido le obligó a cargar a su espalda todas las visitas que recibían en palacio, hasta que un rey vecino les trajo de vuelta a su hijo y pudo demostrar su inocencia.
Smartellos: dios galo armado con una maza y compañero de Belenos. Aunque su función era la de verdugo, liberó a la Diosa cuando a esta la capturó un perro monstruoso.
Sucellos: dios armado con un mazo. Su nombre significa «el que golpea con fuerza» y en las representaciones suele aparecer con cabeza de pájaro y blandiendo dos martillos. En la época galorromana le erigieron estatuas en los valles del Rin y del Ródano.
Vivianne: personaje feérico de funciones múltiples, hija de un hada y del Señor del Bosque. Esta druida fue discípula de Merlín, además de su complemento femenino. La pareja Vivianne-Merlín ilustraba el éxito de la conciliación de los contrarios, la unión ideal de las contradicciones personales y universales. Su reino se hallaba en el corazón de un bosque de difícil acceso.
Siete árboles sagrados constituyen el bosque de los druidas: el abedul, el aliso, el sauce, el roble, el acebo, el avellano y el manzano.
El alfabeto de los árboles forma parte de El combate de los árboles, un largo poema celta que relata la eterna batalla entre irlandeses y galeses, entre nativos y celtas, camuflando a los dioses bajo el nombre de los árboles. Los bardos se sabían de memoria esta epopeya que, repleta de alusiones y enigmas, se dirigía a una audiencia de iniciados. Antiguamente existieron, al menos, dos alfabetos de los árboles. El más antiguo era el Beth Luis Nion (B L N), que hacía referencia a un calendario basado en las lunaciones.
Las poblaciones indoeuropeas o preindoeuropeas anteriores a los celtas utilizaban un calendario lunar (que, por ejemplo, los tibetanos siguen usando), en el que un año correspondía aproximadamente a 12,5 lunaciones, aunque este número solía redondearse en 12 o 13. El Beth Luis Nion incluía 13 consonantes (es decir, 13 lunaciones) y 5 vocales. Por lo tanto, el año lunar se completaba en 364 días (más uno). Las vocales marcaban las puertas del año; es decir, los equinoccios y los solsticios.
Alfabeto Beth Luis Nion
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Consonantes dedicadas a la luna |
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B |
Beth |
Abedul: árbol sagrado desde la prehistoria. |
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L |
Luis |
Serbal: el árbol de la vida. Los druidas arrojaban ramitas de serbal sobre una piel de toro para resolver los enigmas, de modo que el serbal también se conoce como rama del conocimiento. |
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N |
Nion |
Fresno: árbol sagrado desaparecido en Irlanda tras la cristianización de la isla. |
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F |
Fearn |
Aliso: árbol dedicado a Bran. |
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S |
Saile |
Sauce: árbol unido al culto de la Luna y muy apreciado por los hechiceros. |
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H |
Uath |
Espino |
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D |
Duir |
Roble: el rey de los árboles. Hace referencia al dios supremo. |
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T |
Tinne |
Acebo: la magia lo utilizaba para neutralizar los maleficios. |
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C |
Coll |
Avellano |
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M |
Muin |
Vid |
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G |
Gort |
Hiedra: símbolo de la resurrección. |
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P |
Pethboc |
Saúco enano |
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o Peith |
Tilo |
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R |
Ruis |
Saúco |
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Las cinco vocales |
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À |
Ailm |
Abeto: equinoccio de primavera. |
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O |
Onn |
Aulaga: solsticio de verano. |
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U |
Ur |
Brezo: equinoccio de otoño. |
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E |
Eadda |
Álamo: solsticio de invierno. |
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I |
Idho |
Tejo: nuevo equinoccio de primavera en un sistema de trece lunaciones. |
El alfabeto B L F o Beth Luis Fearn fue más tardío.
Este hacía referencia a un calendario solar de 360 días repartidos en tres estaciones, además de cinco días complementarios entre el final y el inicio del año. Estaba formado por 15 meses/consonantes de 24 días cada uno.
Alfabeto Beth Luis Fearn
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B |
Beth |
Abedul |
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L |
Luis |
Serbal |
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F |
Fearn |
Aliso |
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S |
Saille |
Sauce |
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N |
Nion |
Fresno |
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H |
Utah |
Espino |
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D |
Duir |
Roble |
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T |
Tinne |
Acebo |
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C |
Coll |
Avellano |
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Q |
Quert |
Manzano: la introducción del manzano en Europa fue tardía, pues tuvo lugar poco antes de la conquista romana. Fueron los gálatas de Asia Menor quienes introdujeron este árbol, originario de su región. |
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M |
Muin |
Vid |
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G |
Gort |
Hiedra |
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NG |
Ngetal |
Junco |
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S o Z |
Straiff |
Endrino |
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R |
Ruis |
Saúco |
Varios investigadores consideran que el año se iniciaba con la festividad de Samhain (31 de octubre-1 de noviembre). Puede que esta hipótesis no fuera válida durante la Edad del Hierro, pero es posible que esta modificación se introdujera tras la conquista romana.
De momento, sólo se ha resuelto una parte del enigma de El combate de los árboles. En él se mencionan treinta árboles, pero se ha revelado el nombre oculto de todos. Además, han transcurrido tantos siglos que es muy poco probable que se realicen nuevos avances en las investigaciones.
Es la escritura sagrada que se utilizó en Irlanda y en Gales durante los siglos V y VI. El ogham, que se ha comparado con las runas y que puede encontrarse aún en las lápidas funerarias, era un alfabeto compuesto por veinte signos que se correspondían con las consonantes del alfabeto latino. Su escritura se realizaba mediante muescas lineales que variaban en número (de una a cinco) y que podían disponerse de cuatro formas distintas, perpendiculares u oblicuas a una línea central. En un segundo momento se añadieron cinco letras suplementarias (las vocales).
En una lápida, la lectura se efectuaba de abajo arriba, empezando por la izquierda y descendiendo de nuevo si el texto tenía varias columnas. Es probable que este primitivo alfabeto se escribiera originariamente sobre la madera. La magia se sirvió de estos primeros textos cifrados, donde cada letra tenía también un valor numérico.
Los celtas creían en la inmortalidad del alma (que no debe confundirse con la reencarnación). Fortalecidos por esta creencia, los guerreros luchaban sin temor a perder la vida. El Otro Mundo (Sidh, en gaélico) era el paraíso celta en el que residían los dioses. Se encontraba más allá del horizonte, al noroeste del océano, y por eso solía confundirse con las islas del Norte. Era el lugar adonde iban los guerreros para buscar su alma y las druidas para adquirir sabiduría. El Otro Mundo celta no era un más allá repleto de muertos convertidos en extraños para el mundo de los vivos, sino una nueva fase del ciclo de la existencia que se desarrollaba en unas magníficas islas irrigadas por lagos y ríos, con colinas y montículos bajo los cuales se ocultaban palacios misteriosos.
La isla de los Manzanos (en ocasiones asociada a Glastonbury, en Somerset) pertenecía al Otro Mundo. Arturo descansaba en ella, en compañía de Morgana, Merlín y otros héroes. Similar a las islas Afortunadas y al jardín de las Hespérides, se situaba allá donde el mar era rojo porque el sol recaía sobre él al completar su recorrido. Simbólicamente, al oeste se encontraba la frontera, el gran paso entre el mundo sensible y el invisible, donde tenían lugar todos los renacimientos espirituales.
La isla Negra, gobernada por el poderoso Moloas, era un lugar maravilloso donde nunca había sapos ni serpientes, no caían rayos ni tormentas y en la que nunca hacía demasiado frío ni calor.
Los sidhe (término que significa «paz») eran lugares que pertenecían a ambos mundos y en los que vivían los dioses y las hadas, los héroes y los humanos valerosos. Podían ser montículos, megalitos o pequeñas colinas que hacían las veces de monumentos funerarios. En Armórica, estos lugares se conocían como guaridas de las hadas y eran los únicos puntos de la tierra que permitían el contacto con el Otro Mundo, principalmente durante la noche de Samhain (1 de noviembre; su simbolismo se ha conservado con la festividad de Todos los Santos). Los sidhe siempre fueron lugares de peregrinación.
Los fenicios y los griegos aprendieron de los galos el arte de explotar las minas. Los aedui (Borgoña) tenían fábricas para trabajar el oro y la plata, mientras que los biturigios (Berry) las tenían para trabajar el hierro. Estos últimos también desarrollaron el arte —tradicional tanto en su pueblo como en el arverno (Auvernia)— de fijar con fuego el estaño sobre el cobre, un metal con el que decoraban las bridas y los arneses de los caballos. El rey Bituitos (120 a. de C.) poseía un carruaje cubierto de plata.
Los galos sabían tejer la lana y el lino, así como coser las telas. Sus tintes gozaban de gran popularidad, sobre todo el rojo de los belgas atrebates. En verano caminaban descalzos o con unos zapatos de piel no curtida; en invierno, según César, cubrían sus pies con unos chanclos que tenían la suela de madera o de corcho. Plinio el Viejo y Estrabón alababan el jabón galo, pero hablaban con desagrado de la loción con la que las elegantes galas se lavaban el cuerpo y los dientes para fortalecerlos: ¡una combinación de levadura de cerveza y orina maceradas!
Los secuanes (Franco Condado) utilizaron primero el Saona y después el Ródano para transportar sus salazones hasta Marsella, desde donde se llevaban a Italia y a Grecia. Galia también exportaba tejidos toscos y mantuvo relaciones comerciales con la isla de Gran Bretaña a través de Corbilo, en la desembocadura del Loira.
Los celtas desarrollaron una artesanía cuya calidad fue reconocida unánimemente por sus contemporáneos, sobre todo en lo que respecta al trabajo del hierro. Los artesanos, en la escala social, se situaban entre los caballeros y los campesinos.
El oficio de la madera
Los celtas, originarios de Europa central, eran expertos en la artesanía de la madera, el material idóneo para confeccionar numerosas herramientas e instrumentos, así como estructuras, barcos y carros. Ya desde la Edad del Bronce, los sellos, los barriles y las cajas mortuorias se fabricaban en madera. Además, todavía se conservan caminos de tablones en algunas áreas pantanosas ocupadas por los celtas. La edificación de las fortificaciones suponían un trabajo conjunto de constructores y madereros. Los celtas construían sus casas con madera y tierra, pero los pilares, las vigas y los suelos no tenían ningún secreto para estos artesanos. Aunque no se han encontrado demasiados restos de embarcaciones, estas aparecen representadas en los bajorrelieves galorromanos. Los grabados de Valcamónica nos proporcionan gran información sobre los carros, que tenían ruedas de seis radios. Los carros funerarios demuestran la habilidad de los carreteros, que combinaban la artesanía de la madera con la del metal.
El oficio del hierro
La artesanía del metal atrajo un gran interés ya desde sus inicios. El uso del metal (en oposición a la piedra) para fabricar armamento contribuyó a instaurar la legitimidad de ciertos jefes tribales que, gracias al trabajo de sus herreros, se enriquecieron y se hicieron lo bastante poderosos para anexionar los territorios limítrofes. El bronce, que implica la fundición de varios minerales (principalmente, cobre y estaño), constituyó un primer artesanado en los pueblos indoeuropeos.
Los celtas pueden enorgullecerse de haber empezado a difundir un nuevo metal: el hierro. De hecho, podría decirse que la forja fue el verdadero emblema de este pueblo. Sin embargo, el oficio de fundidor no desapareció con la llegada del hierro: las vajillas de lujo continuaron fabricándose en bronce, plata u oro, en función de la riqueza de los príncipes, y el caldero mantuvo intacto su prestigio. En cuanto a los pobres, se contentaban con recipientes fabricados en cerámica o madera.
La metalurgia mantuvo una relación directa con el arte de la guerra, pues los galos continuaron utilizando el sílex para fabricar sus herramientas cotidianas hasta los inicios de nuestra era. Las espadas, los puñales, los machetes, las puntas de jabalina, las cotas de malla, la parte central de los escudos, los cascos reales y los arneses de los caballos se fabricaban con hierro. El armamento del guerrero tenía en ocasiones un lujo extremo.
El oficio del cuero y los tejidos
No existen grandes diferencias entre la artesanía celta y la medieval. Los escudos de la época eran armazones de madera (o bardaguera) recubiertos de cuero. El caballo debía reflejar la riqueza del caballero, de modo que el talabartero trabajaba con cuero la silla y el orfebre la decoraba. Por su parte, el zapatero confeccionaba sandalias y cinturones de cuero teñido.
Los tejedores galos, aunque menos respetados que los herreros y los orfebres, eran unos hábiles artesanos. El lino y la lana se tejían ya desde el Neolítico. Los nobles vestían pantalones, abrigos de gala y túnicas del estilo del peplo. El tejido escocés y la pata de gallo ya existían. Las familias menos ricas rentabilizaban bien sus tejidos: a partir de los restos de una camisa, los investigadores han podido demostrar que esta se había remendado en más de cuarenta ocasiones.
El oficio del oro
Todos los pueblos nómadas y guerreros privilegiaban las joyas porque estas les permitían llevar siempre encima su fortuna. Se han encontrado miles de objetos de oro macizo que datan de la Edad del Bronce; sin embargo, las fuentes de aprovisionamiento fueron reduciéndose con el paso del tiempo. Los orfebres celtas fueron unos auténticos artistas que no trabajaban sobre placas o moldes de metal puro, sino sobre láminas de oro muy finas. Fueron ellos quienes inventaron las finas capas de oro con las que se decoraban las hebillas de los zapatos, las ornamentadas hebillas de los cinturones, los broches, las diademas, los torques, etc.
En las tumbas, las joyas reflejaban la clase social de la persona enterrada o incinerada; constituían una parte del equipaje que se llevaba al más allá y que podía utilizarse como moneda de cambio o para establecer una barrera mágica con el mundo de los espíritus.
El torque, un collar grueso y con frecuencia retorcido, fue el adorno por excelencia de los hombres y las mujeres celtas. Las representaciones de las divinidades o de los héroes revelan que el torque podía llevarse alrededor del cuello o en la mano. En las tumbas se han hallado innumerables ejemplares, tanto en oro como en bronce. En la segunda Edad del Hierro, el torque era una varilla metálica retorcida y curvada, con sus dos extremidades ornadas. Hay que destacar el torque y los brazaletes hallados en una tumba noble de Reinheim (Alemania), decorados con un busto femenino en cada extremo. Se trata de un hallazgo excepcional, pues la orfebrería daba poco pie al realismo y, por lo general, las representaciones de los animales fantásticos (dragones, grifos, etc.) se reducían a una línea dorsal y un hocico.
El brazalete era un adorno corriente que se llevaba alrededor del brazo, aunque en ocasiones podía decorar el tobillo. Por lo general, se fabricaba con pasta de cristal, lignito o metales.
El cinturón era una parte integrante del atuendo y el nivel de su lujo se revelaba en la hebilla. Los cinturones de los guerreros se fabricaban con anillas engarzadas entre sí o incluso con unas varillas retorcidas que sujetaban la espada al costado. Los torques y los brazaletes no permitían una decoración exuberante, puesto que el artista sólo podía dar rienda suelta a su creatividad en los extremos. En cambio, las hebillas (de los cinturones y los zapatos) ofrecían el espacio necesario para los diseños geométricos y los lazos.
Las diademas eran las joyas de los soberanos y, por lo tanto, constituían unos adornos poco frecuentes. Eran mucho más comunes los broches que se utilizaban para unir las piezas de los vestidos o el cuello de las capas.
El orfebre también embellecía el armamento del guerrero. Trabajaba la empuñadura de las espadas y las dagas, así como la vaina. Con menos frecuencia fabricaba cascos de gala, que eran unos cascos de bronce cubiertos por unas láminas de oro ornamentadas con trísqueles entrecruzados y unas bandas decoradas con cabujones de esmalte. El efecto de los colores dorado, azul oscuro y rojo es un testimonio de la habilidad de estos artesanos.
Las vainas de las espadas no solían reflejar escenas realistas. Cabe señalar la habilidad de los orfebres para diseñar hojas de palmera, lazos y el motivo solar del trisquel, formado por unas líneas curvas. En Europa central, cuna de los celtas, se han hallado vainas de espadas con diseños geométricos.
Los arneses de los caballos también eran un pretexto para mostrar el talento del artista, al igual que ciertos objetos domésticos, como los cuernos para beber, las tazas, etc.
El oficio de la arcilla
El arte de la alfarería empezó a desarrollarse a partir del Neolítico. En los primeros siglos de nuestra era, los alfareros galos gozaban de tanta popularidad que exportaban sus productos hasta los confines del mundo de la época. Se trataba de un comercio muy lucrativo, y los centros del Languedoc y de la región de Vichy gozaban de fama internacional. La cerámica se transportaba por río y por mar, lo que desarrolló la creación de puertos.
Los elementos básicos eran la arcilla, el agua y el fuego, de modo que en muchos valles pudieron crearse talleres. Estos disponían de zonas para guardar la arcilla, además de hornos para cocerla, y de almacenes para la producción. Los objetos de barro podían fabricarse con las técnicas del torneado y del modelado, que existe desde el Paleolítico. Las vasijas de fabricación gruesa, las jarras y las ánforas de gran tamaño se modelaban con rollos o tiras de arcilla superpuestas.
La invención del torno y de las técnicas de torneado se sitúa en la Edad del Bronce. La mejora de los transportes, producida gracias al descubrimiento de la rueda, permitió desarrollar el torno de alfarero. A partir de ese momento, la mayor parte de la producción empezó a fabricarse con el torno, de modo que el arte del alfarero sólo quedaba patente en la decoración. Cada región y pueblo poseían su propio estilo. De hecho, en la época gala y en la galorromana, cada taller disponía de sus propias técnicas y particularidades. En la base del recipiente era habitual añadir un sello o una marca que, además de identificar al alfarero, permitía descubrir las imitaciones y las falsificaciones. Los alfareros celtas son grandes deudores de sus homólogos griegos en materia de organización.
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> 7000 a. de C. |
Edad de Piedra temprana (Paleolítico). |
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7000-4000 a. de C. |
Edad de Piedra intermedia (Mesolítico). |
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4000-2500 a. de C. |
Edad de Piedra tardía (Neolítico). |
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2500 a. de C. |
Fin del Neolítico; últimos monumentos megalíticos; inicio de la Edad del Bronce antigua; primeros indoeuropeos. |
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1700 a. de C. |
Edad del Bronce media; sepulturas bajo unos túmulos. |
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1200 a. de C. |
Edad del Bronce final; campos de urnas, incineración. |
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1000 a. de C. |
Primera Edad del Hierro o época de Hallstatt. |
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700 a. de C. |
Segunda Edad del Hierro o época de La Tène: «celtas históricos». |
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387 a. de C. |
Los biturigios asedian y toman la ciudad de Roma. |
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368 a. de C. |
Los primeros mercenarios celtas luchan en Grecia. |
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355 a. de C. |
Unos embajadores celtas se reúnen con Alejandro Magno en las llanuras del Danubio; tratado de paz (durante treinta años) con Roma. |
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295-283 a. de C. |
Luchas constantes entre celtas y romanos; victoria romana. |
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280-279 a. de C. |
Campañas celtas contra Grecia; las tropas de Breno atacan Delfos. |
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278-270 a. de C. |
Los gálatas se asientan en Asia Menor y fundan un reino, que posteriomente destruyen los sirios. |
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277-213 a. de C. |
Reino celta en Tracia. |
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265 a. de C. |
Revuelta de los mercenarios celtas en Mégara. |
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241-237 a. de C. |
Revuelta de los mercenarios celtas en Cartago. |
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222 a. de C. |
Derrota de los gésates, que habían invadido Italia; Milán y la Galia Cisalpina quedan bajo el yugo de Roma. |
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221 a. de C. |
Aníbal vence a los celtíberos. |
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205 a. de C. |
Roma conquista la península Ibérica. |
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192 a. de C. |
Sumisión de los insumbres y los boyos en Roma. |
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185 a. de C. |
Mercenarios celtas participan en el sitio de Abidos. |
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154 a. de C. |
Primera campaña romana contra la Galia Transalpina y los celtoligures. |
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125-124 a. de C. |
Segunda campaña en la Provenza y caída de la fortaleza de Entremont. |
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121 a. de C. |
Derrota de los arvernos y los alóbrogues. |
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120-110 a. de C. |
Primeras invasiones de pueblos germánicos. |
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80 a. de C. |
Constitución de un reino arverno bajo la protección de Celtillo. |
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58 a. de C. |
Los helvecios invaden la Galia y César los derrota en las proximidades de Bibracte. |
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57-56 a. de C. |
Campañas de César contra los belgas y, poco después, contra los vénetas; primera expedición a la Bretaña insular. |
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52 a. de C. |
Victoria de Vercingétorix en Gergovia; más adelante, rendición de los arvernos y de los eduos tras la batalla de Alesia; instauración de la pax romana. |
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25 a. de C. |
Galacia se convierte en una provincia romana. |
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43 d. de C. |
El emperador Claudio invade la isla de Gran Bretaña. |
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54 d. de C. |
El emperador Claudio persigue a los druidas en la Galia. |
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61 d. de C. |
Levantamiento de los celtas contra las tropas romanas en Londinium (la actual Londres). |
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69 d. de C. |
Los druidas organizan la revuelta contra los romanos en la isla de Gran Bretaña. |
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77 d. de C. |
Campaña de Agrícola en la isla de Gran Bretaña; sólo mantienen su independencia Gales, el norte de Escocia e Irlanda. |
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261-268 d. de C. |
Imperio celta de Póstumo en España y Gran Bretaña. |
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395 d. de C. |
Caída del Imperio romano; los celtas de Gran Bretaña regresan a Armórica. |
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400 d. de C. |
Sajones, irlandeses y pictos realizan incursiones en el sur de Gran Bretaña para atacar a los celtas; inicio de una larga guerra de tres siglos que inspiraría el ciclo artúrico primitivo. Los irlandeses establecen colonias en Gales y Escocia. |
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410 d. de C. |
El emperador Honorio retira sus legiones de Gran Bretaña. |
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430 d. de C. |
Roma envía a Paladio, diácono de Auxerre, como obispo de los cristianos de Irlanda. |
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432 d. de C. |
San Patricio, un celta originario de Cumberland (en el noroeste de Inglaterra) que fue capturado por los piratas pictos y que posteriormente ingresó en el monasterio de Auxerre, trabaja como misionero en Irlanda y convierte las escuelas druídicas en monasterios. |
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790 d. de C. |
Primeras incursiones de los vikingos en las islas inglesas. |
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913 d. de C. |
Los vikingos destruyen Nantes y la (pequeña) Bretaña. |
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937 d. de C. |
Los reinos celtas de Gran Bretaña se alían contra los sajones. Los celtas conservan Escocia y Gales, mientras que los sajones permanecen en lo que sería, aproximadamente, la Inglaterra actual. |