El gato convive con el hombre desde hace milenios, pero la selección y la cría de las razas puras se ha desarrollado muy recientemente, y parece que comenzó con las antiguas razas orientales. El origen de los felinos es antiquísimo: hace millones de años, tras la aparición de los primeros mamíferos sobre la Tierra. Pero no fueron domesticados hasta el año 4500 a. de C. en África y, quizás, en Oriente. Más tarde, los gatos fueron llevados a Europa; el gato europeo se considera descendiente directo del antiguo Felis libyca, que llegó al Viejo Continente en las naves de egipcios y fenicios.
Tras la extinción de los dinosaurios, acaecida en el Mesozoico hace 70 millones de años, surgieron los mamíferos, entre ellos los carnívoros y los primates.
Más tarde, en el Oligoceno, hace 34 millones de años, se diferenciaron, dentro de los carnívoros, los Félidos. Sus principales características eran: cráneo esférico, arcos cigomáticos fuertes y pronunciados para la inserción de potentes músculos masticadores, articulaciones mandibulares con movimiento vertical y no lateral como en los herbívoros, capacidad para caminar sobre los dedos (eran por tanto digitígrados), uñas retráctiles y pupilas que, en presencia de luz, se cierran y forman finas líneas verticales, como las de los gatos actuales.
Entre los Félidos se diferenciaron los grandes felinos, los Eusmilus (lentos, pero dotados de fuertes caninos en forma de sable en el maxilar superior) y los Pseudailurus (grandes gatos, ágiles y flexibles), muy similares a los Félidos actuales.
Un ejemplo excepcional de los Pseudailurus lo constituyen los Smilodon (del griego; significa «dientes de sable»), cuyos restos fósiles, datados en 23 millones de años, fueron encontrados por centenares en un yacimiento de brea en el rancho La Brea en California, donde parece que quedaron atrapados mientras cazaban mamuts. El Smilodon es, por así decirlo, el primer miembro de la familia de los gatos modernos; sin embargo, está dotado de una corpulencia similar a la de un tigre, con extremidades robustas y formidables caninos en forma de sable.
Entre el Smilodon y el género Felis, tal como lo conocemos en la actualidad, transcurrieron algunos millones de años, y tan sólo en el Neozoico, hace 1,8 millones de años, apareció el auténtico progenitor de los gatos modernos: el Felis lunensis, del que procede el Felis silvestris. Difundiéndose rápidamente hace 20 000 años, el Felis silvestris dio origen a tres especies felinas: el gato montés europeo (Felis silvestris silvestris), el gato montés africano (Felis silvestris lybica) y el gato montés asiático (Felis silvestris ornata). El Felis silvestris silvestris debía de ser un animal absolutamente salvaje e inaccesible; por tanto, nuestro actual gato doméstico, el Felis silvestris catus, desciende del cruce entre el gato montés africano y el asiático, que vivía en Irán y en la India, y, según parece, se relacionaba más fácilmente con el hombre.
¿CUANTO MÁS PEQUEÑO ES EL CEREBRO, MÁS DOMÉSTICO ES EL GATO?
Parece que esta afirmación es cierta, al menos según revelan los estudios realizados por el zoólogo Paul Schauenberg, quien, para poder medir el índice de domesticación del gato, se ha basado en la capacidad craneal (índice craneal de Schauenberg). De ahí que los gatos domésticos estén más próximos a los monteses indios que a los africanos o a los egipcios momificados, que habrían tenido una capacidad craneal mayor.
De este modo, según sus estudios, la domesticación está relacionada con un volumen cerebral menor: cuanto más pequeño el cerebro, más «doméstico» es el gato.
Los primeros hallazgos de restos de animales similares al gato doméstico tuvieron lugar en la isla de Chipre y están datados en 6 000 años. Pero los primeros testimonios acerca de este animal, en forma de escritos, frescos y bellísimas estatuas, proceden de Egipto, del año 2500 a. de C.
En esa época, el gato era un animal salvaje, que vivía a orillas del delta del Nilo y que se dedicaba a cazar pájaros, ratones y serpientes. Pero pronto los egipcios se dieron cuenta de que este felino podía convertirse en un útil aliado para el exterminio de los ratones que, coincidiendo con los periódicos desbordamientos del Nilo, invadían todos los años los campos y los graneros. Por este motivo comenzó la domesticación del gato.
Pero en Egipto no sólo fue amado por su utilidad; también era adorado por ser semejante a algunos dioses. En particular, encarnaba al dios Osiris, que cuando no quería ser reconocido se transformaba en gato, y sobre todo a la diosa Bastet, que tenía cuerpo de mujer y cabeza de gata, la divinidad más querida por el pueblo porque protegía las casas y la salud.
Aunque se conoce poco de la cultura del gato en la India, parece cierto que fue allí donde se domesticó por primera vez y se implantó su culto. Sin embargo, se sabe mucho más del gato del antiguo Egipto, alimentado con peces del Nilo y, a su muerte, embalsamado y momificado. Griegos y romanos también lo apreciaron mucho, sobre todo como cazador de ratones y guardián de los víveres. Existen testimonios de la existencia de gatos en el siglo I a. de C. en la Galia y Gran Bretaña, donde se han hallado pequeñas estatuas que confirman la notable presencia de estos animales entre la población.
También en Oriente los gatos fueron objeto de veneración: parece que Mahoma los apreciaba mucho y se explica que el sultán El Daher-Beybars reservó un gran jardín, denominado «el vergel de los gatos», para hospedar a estos animales vagabundos.
En Extremo Oriente los monjes budistas criaron gatos sagrados y también en Japón se les dedicaron especiales cuidados considerándolos objeto de culto.
Durante la Edad Media el gato fue hostigado, junto con otros animales, como el sapo, la rata y la serpiente. Debido a su comportamiento independiente y a la costumbre de cazar sobre todo de noche, fue considerado una manifestación del diablo y, como tal, fue perseguido hasta el exterminio. Se le relacionaba también con las brujas, mujeres que para su desgracia se ocupaban de ellos y a las que se consideraba hechiceras por el mero hecho de poseer un gato negro. La aniquilación de este animal, que llegó a provocar casi su extinción, supuso la proliferación de ratones y ratas, que difundieron graves enfermedades, especialmente la epidemia de peste, en toda Europa.
Espléndido ejemplar de persa de manto smoke crema.
Las persecuciones medievales y sus desastrosos efectos dieron paso a una mejora de la situación: se revalorizó el gato casero. Todavía no era tan apreciado como otros animales domésticos, pero comenzó a considerarse su habilidad para la caza.
Entre finales del siglo XVII y principios del XVIII era ya plenamente aceptado. A partir de ese momento comenzó a incluirse en fábulas y cuentos, donde se describía su carácter: astuto e independiente, simpático y fascinante.
UN CUENTO
He aquí, resumida, una sugerente idea del gran escritor Rudyard Kipling (autor, entre otros, de El libro de la selva), que explica cómo llegó el gato a nuestras casas.
La Mujer primitiva, con su magia, había domesticado al Perro, al Caballo y a la Vaca, y los había llevado a la cueva del Hombre para que trabajasen para él. El Gato se presentó voluntariamente y pidió leche y un lugar junto al fuego: «No soy ni un amigo ni un siervo. Tan sólo soy el Gato, que cuido de mis asuntos y me encuentro bien en cualquier sitio, pero también a mí me apetece entrar en tu cueva». La Mujer se comprometió a acogerlo si era capaz de suscitar tres elogios.
Primer elogio
Una mañana, el Hijo de la Mujer se puso a llorar sin consuelo. El Gato, escribe Kipling, «tendió suavemente su patita de terciopelo y le acarició una mejilla al Niño; después, se restregó contra sus regordetas piernas y con la cola le hizo cosquillas bajo la barbilla. El Niño empezó a reírse». La Mujer sonrió y elogió al Gato.
Segundo elogio
Poco después, el Niño comenzó a llorar de nuevo, porque el Gato se había marchado. El animal regresó y le sugirió a la Mujer que atase un hilo a un trozo de madera y lo arrastrase por el suelo: «el Gato comenzó a correr detrás, lo golpeó con las patas, lo volteó, lo lanzó sobre su dorso, lo hizo pasar entre las patas, simuló perderlo, se lanzó sobre él de nuevo y reinició el juego», hasta que el Niño, riendo a carcajadas, comenzó a jugar con él. Explica Kipling: «Cuando se cansó de jugar, se fue a dormir con el gato entre sus brazos. “Ahora, dijo el Gato, le cantaré al Niño una nana que lo hará dormir durante una hora por lo menos”. Y comenzó a ronronear, ahora fuerte, ahora suave, ahora fuerte, ahora suave, hasta que el Niño se adormeció». La Mujer, sonriendo, elogió al Gato.
Tercer elogio
Mientras la Mujer se peinaba, entró en la cueva un ratón y, aterrorizada, se subió a un taburete. El Gato, de un salto, atrapó al ratón, y así se ganó el tercer elogio y el favor prometido. A partir de aquel momento se instaló en la casa de los hombres.
El siglo XIX constituyó una época de grandes transformaciones, también para el gato, que superó definitivamente una persecución secular.
En este periodo comenzó a apreciársele como animal de compañía y también por su belleza.
No obstante, sin la intervención del hombre seguramente no existirían todas las razas actuales. La primera exposición felina tuvo lugar en 1871 en el Palacio de Cristal de Londres, y se presentaron 25 tipos —que todavía no podían considerarse razas— de gatos persas y europeos con diversos mantos.
Desde comienzos del siglo XX, cuando fueron reconocidas oficialmente 16 razas, hasta la actualidad, se han seleccionado 54, a las que se han añadido aproximadamente una docena de variantes de persas y orientales.
La cara achatada del persa, iluminada por grandes ojos redondos, le proporciona un aspecto mofletudo.
Aunque la raza persa, tal como la definimos en la actualidad, data sólo de hace cien años, sus orígenes son muy antiguos, si bien algo imprecisos. Recientemente algunos estudiosos han propuesto que el pelo largo del persa puede vincularse con el manto del gato salvaje manul, que vive todavía hoy en las estepas y en las regiones montañosas de Asia Central, Tíbet y Mongolia. Su principal característica —el pelo denso y largo— se debe posiblemente a una mutación genética espontánea, unida al riguroso clima de los lugares donde vive. Históricamente, fue en Khorasan, provincia de la antigua Persia, donde, a mediados del siglo XVI, el explorador italiano Pietro della Valle observó estos gatos de peculiar pelo largo: le gustaron e importó algunos ejemplares, y los describió con mucho detalle en la crónica de su viaje. Casi un siglo después, en 1620, un rico anticuario de Aix-en-Provence (Francia), Nicolás Fabri de Peirex, trajo consigo, a su regreso de Turquía, una pareja de estos gatos y los dio a conocer en París, donde se pusieron de moda entre la aristocracia, hasta tal punto que su posesión era considerada signo de riqueza y refinamiento. En el siglo XVII eran conocidos también en Italia, ya que aparecen en diversos cuadros pintados en la época. A mediados del siglo XVIII el conde Georges Louis Buffon (1707-1788), naturalista y escritor francés, dedicó un largo capítulo de su Historia natural a un «descendiente del gato de Angora», citando a Della Valle y Fabri de Peirex, y afirmando que los extranjeros de la época quedaron seducidos de tal modo que los transportaron en barco hasta la India, en aquel tiempo colonia británica, y así trazaron la ruta que llevó al gato persa hasta Inglaterra. En Londres, en 1889, se establecieron el primer estándar y los programas de selección para mejorar el manto y aumentar la gama de colores y dibujos, que, en la actualidad, superan las doscientas variedades. En la década de los treinta, el gato persa se difundió en Estados Unidos, donde perpetuó su fama de «símbolo de estatus» y fue seleccionado por algunos criadores, que, llevando al extremo sus características de brevilíneo, crearon ejemplares muy chatos, llamados peke face, es decir, «cara de pequinés», con los consiguientes problemas de masticación y respiración. Actualmente, la selección ha cambiado y el persa tiene de nuevo una línea más armoniosa que evita las anomalías que perjudicaban su salud.
CREENCIAS POPULARES
¿Por qué se cree que el gato tiene siete vidas?
Este dicho se vincula en parte a la gran capacidad de recuperación física del gato, pero también a una antigua superstición. Hace tiempo, el siete se consideraba un número de la suerte que se adjudicó al gato, al que se creía animal afortunado por excelencia.
¿Por qué en Japón prefieren los gatos sin cola?
De acuerdo con una antigua creencia japonesa, todavía vigente, los gatos de cola larga pueden adoptar apariencia humana e influir negativamente en los hombres.
¿De dónde procede la creencia de que el gato negro es portador de desgracias?
Del periodo más oscuro de la historia de los felinos: la Edad Media. En aquella época, los gatos fueron perseguidos y exterminados porque se les consideraba criaturas malvadas, enviadas por Satanás a poblar la Tierra.
El público en general suele llamar persa a cualquier gato de pelo largo, y de este desconocimiento se aprovecha toda una picaresca de vendedores que ofrece supuestos persas a precios económicos. No obstante, no todos los gatos de pelo largo pertenecen a esta elegante y apreciada raza. De hecho, existen varias razas reconocidas de pelo largo, de distinto valor económico, además de los gatos comunes.
En realidad la única característica que comparten todos estos gatos es el pelo largo; en cambio, hay muchos rasgos que distinguen a un persa de cualquier otro gato de pelo largo. Por ejemplo, los persas son totalmente chatos, no tienen morro y su diminuta nariz se halla a la misma altura que los ojos; son más cortos y compactos que otros gatos y tienen las extremidades más cortas. Por otro lado, dado que su línea genética es muy pura, constituyen una raza muy difícil de criar, lo que aumenta su valor económico.
Algunos estudiosos han propuesto que el pelo largo del persa puede vincularse con el manto del gato salvaje manul, que vive todavía hoy en las estepas de Asia central.