DOS

La Shadowhawk flotó en silencio a través de la noche con el casco prácticamente invisible debido a las espesas nubes que no dejaban pasar la luz de las lunas y las estrellas. Los álabes del regulador térmico sobresalían por la sutilmente angulosa cubierta exterior de color negro brillante de la nave de desembarco, que era como un enorme escarabajo lleno de pinchos y con las alas abiertas. A tan solo unos cuantos metros por debajo, los mares de ácido de Constanix II aparecían como una mancha de espuma iluminada por la bioluminiscencia de las bacterias autóctonas. En la distancia, a varios kilómetros, en el trayecto por el que flotaba la Shadowhawk, las luces de navegación de unos arrastreros multicasco destellaban de forma intermitente con unos reflejos rojos y verdes que casi se perdían entre la fuerte lluvia que caía desde el casco de la nave de desembarco. Las embarcaciones dejaban estelas brillantes tras ellas mientras iban de aquí para allá, surcando con sus surcadoras quillas reforzadas para dragar miles de toneladas de abundante materia orgánica para los procesadores y biolaboratorios del Mechanicum.

A dos kilómetros de distancia, flotando a medio kilómetro por encima del océano, la ciudad barcaza de Atlas, cuyos altos hornos y fundiciones emitían unos humos y vapores que dejaban un rastro rojizo a su paso, iba a la deriva a través del diluvio. El brillo rojo de las numerosas fábricas y fundiciones iluminaba el corazón de la construcción de diecisiete kilómetros de ancho. Desde los embarcaderos que rodeaban Atlas, se extendían grúas y botalones llenos de luces de color ámbar, cuyos destellos anaranjados no eran más que puntitos en la oscuridad.

En la zona que se encontraba entre la luz del puerto y el intenso halo del centro de la ciudad, reinaba una oscuridad resultante del esmog y la falta de luces. Allí era adonde se dirigía la Shadowhawk, tan sigilosa que solo podría delatar su presencia el susurro de la brisa en el extremo de las alas. El piloto condujo la nave hacia una empinada cuesta, que después caía repentinamente, para evitar los luminosos muelles y encontrar refugio entre las calles ocultas de la ciudad.

El leve zumbido de los motores antigravedad aumentó cuando la silenciosa Shadowhawk se dirigió a un páramo lleno de montones de desechos y de los esqueletos de máquinas antiguas corroídas por el ácido. El esmog empezó a hacer enormes remolinos cuando aterrizó y se colocó con cuidado entre una pila gigante de pedazos de máquinas abandonadas y una montaña de escombros.

Envuelta por la oscuridad, la rampa en la parte trasera de la nave de desembarco se abrió sin problemas. Dentro de la embarcación no se veía ninguna luz, y las figuras ataviadas de negro apenas emitieron sonido alguno al salir de allí. Las suelas mórficas de sus botas amortiguaron por completo el sonido de las pisadas de los diez legionarios de la Raven Guard que se desplegaron en abanico por el perímetro de alrededor de la nave. Corax, quien se tuvo que agachar para atravesar la abertura, los siguió, ataviado con una armadura del color de las plumas de los cuervos y con la pálida tez oculta bajo una capa de camuflaje negro. Cuando era joven, se cubría la piel con el hollín de los altos hornos de Lycaeus en los que trabajaba, pero en el presente se ponía un compuesto más sofisticado que le funcionaba incluso mejor que el que había desarrollado con el Mechanicum de Kiavahr.

Pronunció unas pocas palabras, pero apenas se le pudo oír. Aunque algún simple observador se hubiera encontrado lo bastante cerca, no habría entendido ni una palabra de lo que había dicho. La voz del primarca era como una mezcla entre el susurro del viento y unos delicados suspiros, prácticamente indistinguible del sonido de la brisa cortante que atravesaba aquel páramo: hacía uso del argot sigiloso de la legión, con el que se podían dar órdenes básicas totalmente en secreto.

La Raven Guard se dividió en parejas que, a continuación, se dispersaron y se alejaron mientras Corax se acercaba a las construcciones más cercanas. Aquel terreno yermo, que posiblemente tendría una extensión de unas diez hectáreas, estaba rodeado en tres de sus costados por unos edificios altos. Pese a que eran más grandes y estaban reforzados con columnas de plastiacero, se parecían a las viviendas de los trabajadores de Kiavahr. Sin embargo, las vallas con alambre de cuchillas en la parte superior y las ventanas con rejas le recordaron más bien al complejo penitenciario de Lycaeus, lo que hizo sentir repulsión al primarca. Una débil luz amarilla brillaba en unas cuantas ventanas con forma de rendija en los pisos superiores, pero la Raven Guard había decidido hacer la incursión durante las horas más oscuras del día entre la medianoche y el amanecer, cuando los equipos de trabajo deberían de estar durmiendo tras una jornada agotadora—, y Corax no percibió ningún sonido de actividad.

En el cuarto costado del páramo había un campo de ferrocemento junto a la estructura vacía de una fábrica de gran tamaño. Aquel lugar parecía haber sido despojado de cualquier cosa útil a excepción de las cuatro paredes de los mismos edificios. No era muy difícil llegar a la conclusión de que Constanix II había estado aislado, incapaz de importar las materias primas que necesitaban para las industrias a causa de la Tormenta de Ruina y de las otras consecuencias de la guerra civil que se había estado extendiendo a lo largo y ancho de la galaxia. Los líderes del Mechanicum habían llegado a desguazar sus propias fábricas para su aprovechamiento, aunque Corax desconocía con qué propósito. Y estaba dispuesto a descubrirlo.

Tras ordenar a sus guerreros que vigilaran la zona de aterrizaje y que, en la medida de lo posible, emplearan métodos no letales contra cualquier intruso, el primarca se dirigió a solas hacia la fábrica vacía. Más allá de los grises muros, pudo ver el templo principal del sacerdocio del Mechanicum elevándose en el corazón de la ciudad con la forma de un zigurat de trescientos metros de alto. Unas torres secundarias y baluartes se añadían a su contorno. Además, se veían unos accesos curvos y un montón de máquinas junto a los elevados escalones. En la cima, ardía una llama blanca rodeada por unos fuegos más pequeños: unas chimeneas enormes que parecían braseros ceremoniales desde aquella distancia.

Una vez se hubo alejado del páramo, Corax fue directamente al manufactorum abandonado. El viento entraba con fuerza por las ventanas abiertas y atravesaba los entresuelos semiderruidos. La oscuridad no suponía obstáculo alguno para el primarca, así que este recorrió sin mayor dificultad aquellos espacios desolados que una vez fueron salas de montaje. Incluso faltaban las puertas de los departamentos de los capataces, lo cual dejaba a la vista el gigantesco y cavernoso interior de estos. El ferrocemento quebrado separaba los diferentes puestos de trabajo, que estaban cubiertos aquí y allá por parches de liquen y plantas que no habían podido crecer correctamente.

Corax se dio cuenta de que la lluvia que había caído sobre la Shadowhawk desde que emergieron de la capa de nubes no había alcanzado la ciudad como sí había ocurrido en los mares. Alzó la vista, hacia unas nubes bajas, y pudo ver el contorno ligeramente borroso del escudo climático que protegía a Atlas de los elementos. Seguramente, aquella no era la única protección de energía en la ciudad barcaza. Aun así, el aire estaba cargado de humedad y el olor acre le recordó al aire contaminado por las sustancias químicas de las refinerías de hielo.

El complejo se extendía aproximadamente hasta un kilómetro de distancia (espacio que el primarca recorrió con rapidez con largas zancadas). Cuando salió por el otro lado, Corax descubrió una ancha calzada que delimitaba el perímetro interior de las instalaciones industriales, así como unos grandes baches e irregularidades en la superficie que denotaban que la falta de mantenimiento se extendía más allá del manufactorum. En la calle no había farolas, solamente la tenue luz que se filtraba de las ventanas de los bloques de edificios de alrededor, los cuales se alzaban a ambos lados como las paredes de un despeñadero.

Nunca había sentido la quietud que allí reinaba en ningún otro mundo forja en el que hubiera estado. Por lo general, el Mechanicum hacía funcionar sus cadenas de producción día y noche, un turno tras otro de tecnosacerdotes y obreros trabajando duro por la gloria del Dios-Máquina. Atlas se encontraba prácticamente en silencio, famélica por la falta de los minerales y demás materiales que necesitaba; solo se oía el zumbido eléctrico de los generadores que suministraban energía a las viviendas de los trabajadores como único sonido de fondo.

El primarca estaba allí para recabar información, pero, por un momento, se sintió perdido y tuvo que pararse a considerar dónde podría encontrar lo que buscaba. La furtiva llegada de la Shadowhawk había impedido cualquier tipo de análisis a corta distancia, ya que podrían haber sido detectados por la red de sensores local, así que su prioridad en aquel momento era sacar tanto un plano general como la disposición estratégica de la ciudad. Igual de importante y necesario era descubrir si la élite al mando del Mechanicum se había aliado con los Word Bearers o si el mundo forja simplemente había sufrido el ataque de la Kamiel.

Lo primero era una simple cuestión de recorrer la ciudad de un lado a otro. La mente superior de Corax podía registrar todo lo que viera con minucioso detalle: no pasaría por alto caminos secundarios, elevaciones, lugares para tomar posición de fuego, pasos estrechos ni todo aquello que tuviera que tener en cuenta. Lo segundo era bastante más complicado y requeriría observar o interactuar de manera directa y cuidadosa con algunos de los residentes. Fuera como fuese, tenía que darse prisa en hacer ambas cosas, ya que no sabía exactamente cuándo entrarían a trabajar, pero seguramente sería dentro de unas pocas horas.

Corax comenzó a caminar por la calzada pero, de pronto, se detuvo. Alguien lo vigilaba.

Examinó los altos edificios a su alrededor y divisó una silueta en una de las ventanas iluminadas. Una mujer, aunque estaba de espaldas. Llevaba en brazos a un niño que lloraba y al que daba suaves palmaditas en la espalda mientras este, con sus ojitos bien abiertos, observaba al gigantesco guerrero.

«No estoy aquí», pensó Corax a la vez que recurría a su capacidad para ocultar su presencia de la percepción de los demás. Funcionó exactamente igual que aquella vez con los guardias de la prisión y los traidores: gracias a su habilidad innata, se desplazó de los pensamientos del niño, quien empezó a agitar la cabeza con confusión y finalmente apoyó la mejilla en el hombro de su madre, contento.

Pese a ser una habilidad muy útil, no podía hacer uso de ella de forma ilimitada, así que le convenía buscar una ruta hacia la ciudad que estuviera menos expuesta. Todavía escondido en aquella aura de desvío de atención, Corax activó la mochila de vuelo. Las alas de plumas metálicas se extendieron con un leve zumbido. Dio dos pasos y saltó al aire, de tal forma que la mochila de vuelo lo elevó hasta la nube de esmog que rodeaba los tejados de las viviendas.

Se bajó en la plana azotea del edificio más cercano y echó a correr mientras sus ojos analizaban el terreno a izquierda y derecha para crear un esquema de la ciudad. Después, comenzó a esprintar sobre el muro cercano al borde de la azotea, saltó de nuevo y planeó con sigilo hasta el bloque de enfrente, como un murciélago en la oscuridad.

Fue de edificio en edificio, pasando sobre las abarrotadas viviendas de los trabajadores en dirección al corazón de Atlas. En los decadentes suburbios divisó una mancha de luz entre el humo que cubría la ciudad. Empleó las alas artificiales para acercarse a ella y se dejó caer en un pasaje de metal entre dos edificios para, desde allí, poder observar mejor el lugar.

Debajo había un templo del Mechanicum bastante achaparrado, mucho más pequeño que el zigurat principal. Su forma era como la de una pirámide cortada, con una altura de tres pisos y una luz amarilla saliendo de las ventanas arqueadas que proyectaba en el humo la sombra del emblema de la calavera y el engranaje del Dios-Máquina. Las columnas de hierro se alzaban por los muros hasta convertirse en un andamiaje con forma de bóveda sobre la cima del templo. Allí colgaban símbolos de latón y plata de unas pesadas cadenas, brillando a la luz del fuego de la fragua que iluminaba desde el tragaluz, en el techo, medio oculto por las nubes de contaminación de varias chimeneas bajas.

El murmullo de las voces amortiguado por los gruesos muros llegó a los oídos del primarca y, desde su posición estratégica, observó a unas figuras encapuchadas que pasaban junto a la ventana de la planta superior. Corax dejó la pasarela metálica para volar a través del esmog y dirigirse a un arco de metal que había encima de una de las grandes ventanas. Se agarró al metal marcado, plegó las alas y se acercó más.

Aquella planta estaba compuesta por una única cámara. En el centro ardía una fragua cuyas puertas de persiana estaban abiertas de par en par para que el calor y la luz pudieran llegar a los tecnosacerdotes allí reunidos. Corax contó hasta cinco de ellos en un grupo a su derecha, mientras unos servidores, pala en mano, se movían todo el rato con paso pesado desde el conducto del combustible, a la izquierda, para alimentar el fuego sagrado de Omnissiah con cubos de carburante blanquecino.

Corax analizó la situación táctica y buscó las entradas y salidas. El motor y la jaula de un transportador no estaban muy lejos de la ventana, y una escalera de caracol al otro lado de la sala conducía al techo del templo y a los niveles inferiores. Los cinco tecnosacerdotes estaban muy cerca los unos de los otros, así que formaban un solo blanco, y, con el transportador en aquel piso, solo los servidores en la fragua suponían una amenaza potencial (aunque realmente parecían incapaces de hacer cualquier otra cosa que no fuera trabajar).

Las paredes rojizas de aquella habitación del templo estaban adornadas con incrustaciones de metales preciosos forjados con símbolos y fórmulas alquímicos, con extensas ecuaciones expuestas como textos sagrados. Junto a la fragua, en las baldosas del suelo había incrustadas piedras con aspecto de obsidiana y con la forma de grandes engranajes, así como diamantes tallados con forma de calavera, los cuales estaban colocados cada uno dentro de sus doce negros marcos circulares.

La mayor parte de la cámara estaba repleta de antiguos instrumentos sobre plataformas y altares: encima de telas de terciopelo, había expuestos astrolabios y cuadrantes, junto a torquetums y complejos planetarios mecánicos; también se podían encontrar teodolitos con grabados ornamentales frente a estanterías abarrotadas de alambiques, espectógrafos, barómetros, microscopios, magnetógrafos, osciloscopios, calibradores y nanoacopladores. Era evidente que algunos eran réplicas de objetos tecnológicos mucho más antiguos, pero otros parecían funcionar de verdad. En apariencia, no había ningún orden en la colección, simplemente era una conglomeración aleatoria de artefactos inútiles para el trabajo de los tecnosacerdotes y que, seguramente, solo estaban guardados en aquel museo como artificios para venerar al Dios-Máquina.

Las capuchas de los sacerdotes del Mechanicum tapaban sus caras, pero el vitral no era lo bastante grueso como para que sus palabras no llegaran al primarca. Sus tenues voces provocaban las vibraciones justas en la ventana para que el agudo sentido del oído de Corax captara cada palabra a aquella distancia.

Este último aviso acerca de nuestros recursos no se puede ignorar dijo uno de los tecnosacerdotes. Un brazo cibernético con una garra como mano le asomaba de la manga izquierda, lo que permitía que este brillara con la luz de la fragua—. Vangellin ha dejado claro que si no liquidamos el Tercer Distrito, nos quitará de en medio y nos condenará a la esclavitud.

¿En serio sería capaz de volver a los skitarii en contra de los suyos? preguntó otro. Corax pudo identificar al individuo: era alto, fornido y con unas lentes que parecían zafiros brillando entre la sombra de la capucha.

No solo a los skitarii… Si los rumores que llegan de Jápeto… son ciertos… sugirió un tercer hombre. Respiraba con dificultad y la parte delantera de su túnica se abría en el torso, donde tenía una máquina que bombeaba y emitía zumbidos. Cada vez que cogía aire, los émbolos del pulmón artificial hacían ruido—. Puede que las palabras procedan… de Vangellin, pero todos sabemos… que las órdenes las da… el archimagos Delvere. Él tiene el apoyo de… los cognoscenti…, así que debemos obedecer.

Delvere solo pronuncia las palabras de otro. La cuarta voz era artificial y sonaba entrecortada y metálica—. Y lo mismo se puede decir del Word Bearer Nathrakin. No podemos confiar en él.

Da igual en quién confiemos opinó el segundo tecnosacerdote—, es la fuerza la que se sobrepone en cualquier desacuerdo.

Los cognoscenti no han decretado tal cosa aportó el quinto miembro del grupo, un hombre bajito, de no más de un metro y medio de altura, con la espalda cruelmente curvada. Además, la joroba se veía aún más exagerada debido a unos tubos también curvos que le salían de la columna vertebral y que llegaban a unas bombonas alrededor de su cintura—. Y los skitarii son leales, pero no actuarán ciegamente en contra de sus amos.

Es estúpido considerar la posibilidad de una resistencia armada dijo el primer tecnosacerdote—. Aunque nos mostráramos conformes, ¿qué tendríamos que perder? Los Word Bearers traerán promesas de Marte, y Delvere obedece la voluntad del fabricador general.

Esas promesas… pueden ser… perfectamente falsas. Los Word Bearers buscan… desafiar al Omnissiah. Sus creaciones son… abominables. No podemos apoyar eso… y quedarnos con la conciencia tranquila.

No es propio de ti este rechazo por el conocimiento, Firax dijo la primera voz—. Lord Nathrakin ha ampliado nuestras investigaciones a áreas que creíamos inconcebibles. ¿Son acaso esas nuevas creaciones más abominables que lo que hacemos con los campos Geller y las máquinas de disformidad?

Azor Nathrakin es un embustero aseguró la voz metálica—. El conocimiento puro reside en la realidad en la que vivimos, no en la alternativa. Ha corrompido al archimagos Delvere.

Me niego a formar parte de esta rebelión expresó el primero, y se alejó de allí.

Lacrymenthis…, no te precipites Firax lo llamó mientras el terco tecnosacerdote se dirigía a la jaula del transportador.

Se rebela contra unos rebeldes dijo el más bajito—. Es, desde luego, contradictorio, paradójico.

El primarca captó la mirada del sacerdote disidente y en ella vio convicción y desafío. Supo al instante que estaba dispuesto a traicionar a sus compañeros, pues ya había visto aquella misma mirada en los ojos de otros traidores.

Inmediatamente después, atravesó la ventana y entró en la habitación del templo con un estallido de vitral roto. Antes de que los tecnosacerdotes tuvieran tiempo de reaccionar, Corax ya estaba junto al adepto que se marchaba. El primarca lanzó un puñetazo, aunque tuvo que contener sus fuerzas para derribar al hombre semimecánico sin hacerle destrozarlo.

¡No deis la voz de alarma! les gritó Corax con tal autoridad en la voz que consiguió reprimir el instinto de los sacerdotes de chillar. Prosiguió después de que se les pasara la conmoción por su aparición: Soy Corax de la Raven Guard, primarca del Emperador. Nosotros también deseamos un final similar al vuestro para los Word Bearers que se encuentran aquí.

Los servidores continuaban con su monótono trabajo mientras el primarca y los tecnosacerdotes se miraban fijamente, inmóviles. En aquel instante, Corax calculó el próximo ataque en caso de que los sacerdotes del Mechanicum fueran contra él, pero, con unas pocas zancadas y cuatro golpes con las garras eléctricas, podía decapitarlos en tan solo dos segundos.

El liberador… de Kiavahr jadeó Firax con una retorcida mano levantada como gesto de paz—. Nada menos que… en Constanix.

¿Está muerto? preguntó el de las lentes de zafiro, señalando el cuerpo tumbado de espaldas de Lacrymenthis.

Aún no respondió Corax mientras se erguía—, ya que sabe más de lo que os ha dicho.

—Permitidme que os pregunte una cosa pidió el de la voz artificial: ¿qué ha traído al Señor de Deliverance a nuestro planeta?

Los otros podrían darse cuenta de mi entrada. Corax ignoró la pregunta y dirigió la mirada primero hacia la ventana rota y luego al transportador—. ¿Es seguro este lugar?

No hay… otros contestó el tecnosacerdote al que le costaba respirar—. Solo somos cinco…, y esos servidores estúpidos. Yo soy Firax, magos… biologis del Tercer… Distrito. Nuestro poder ha… decaído debido al fallecimiento… y a la salida de nuestros adeptos.

Loriark se presentó el de la voz metálica—, de la Legio Cybernetica. Magos senioris de este templo.

Yo soy el magos logistica, Salva Kanar dijo el jorobado, que se quitó la capucha y reveló una cara deforme y verrugosa. A continuación, señaló al tecnosacerdote en el suelo y añadió: Ese de ahí es Lacrymenthis, nuestro cogitatoris regular. Siempre he creído que era un lacayo de Delvere, nunca me ha caído bien.

Corax dirigió su atención al adepto de los anteojos de zafiro, quien miraba fijamente al tecnosacerdote inconsciente. Sin embargo, cuando notó el silencio, levantó la vista hacia Corax. Sorprendido, parpadeó rápidamente tras los cristales azules.

Bassili, primus cogenitor de la Divisio Biologis dijo con brusquedad. Volvió a mirar al sacerdote en el suelo, negó con la cabeza, estupefacto, y siguió hablando; su voz era apenas un susurro por el asombro: El cuerpo de Lacrymenthis estaba muy bien potenciado y lo habéis tumbado como si de un niño se tratara.

Soy un primarca respondió Corax—, y él no es más que un hombre. ¿Controláis alguna fuerza destacable?

Puede que algunos comandantes skitarii sigan respondiendo a mi llamada dijo Loriark.

Quizá más de ellos… hagan caso a las palabras… de un primarca añadió Firax—. Sois la personificación… de la esencia del Omnissiah. Puede que… incluso Delvere… escuche vuestras palabras, mientras que… nuestras protestas seguramente caigan… en saco roto.

Si vuestro archimagos simpatiza con los Word Bearers, no tengo palabras para él dijo Corax mientras levantaba una brillante garra—, solo acciones.

Entonces, ¿por qué necesitáis a nuestros guerreros, si tenéis a la Legión de la Raven Guard bajo vuestras órdenes? —inquirió Loriark.

Aquella pregunta pilló desprevenido a Corax y se detuvo un momento a reflexionar. Vio las caras de expectación de los tecnosacerdotes, caras capaces de expresar cosas. Sin embargo, Loriark llevaba una máscara de acero con una rejilla para respirar y agujeros para unos globos oculares negros que miraban al primarca sin emoción alguna.

Tengo suficientes hombre en mi Legión para la misión dijo Corax—, pero lo que queda de ella busca la guerra contra Horus en otros mundos.

Y ¿cómo pretendéis hacer rendir cuentas a Delvere? preguntó Loriark, implacable con sus palabras, y, aunque la monotonía en su voz ya irritaba a Corax, aquella pregunta le molestó aun más—. ¿Vuestra flota borrará Jápeto del mapa?

No respondió el primarca con vehemencia, que consideró que no tenía por qué comentar que no tenía ninguna flota—. No condenaré a muerte a miles de inocentes tan a la ligera. Nuestra lucha es contra el archimagos y los Word Bearers, no contra la gente de Constanix. La violencia desmesurada es el arma de nuestros enemigos, no la de la Raven Guard.

Pero vos no mostrasteis clemencia alguna con los hombres y mujeres de Kiavahr apuntó el jorobado Kanar.

Fue un mal necesario para evitar que hubiera muchas más víctimas explicó Corax en voz baja, a la vez que negaba con la cabeza—. La amenaza de que la destrucción podía ir a más puso fin a la guerra, pero no creo que pueda persuadir a Delvere y a ese comandante Word Bearer de la misma forma.

—Y ¿si voláis hasta Jápeto esta misma noche y asaltáis vos mismo el gran templo? propuso Loriark. A causa de la voz artificial, era imposible saber si estaba siendo sarcástico.

Puede que considere esa posibilidad respondió el primarca—. O puede que sea mejor tomar primero el control de Atlas. Con el poder de una ciudad barcaza podríamos enfrentarnos a Delvere en igualdad de condiciones.

Tras las palabras del primarca, se hizo el silencio y sus potenciales aliados se miraron los unos a los otros. Corax se preguntó si podía confiar en aquellos hombres…, o medio hombres. De su experiencia con el Mechanicum en Kiavahr, sabía que sus propias motivaciones y prioridades eran diferentes a las de la gente normal de carne y hueso. Como grupo, parecían posicionarse en contra del archimagos, pero no sabía si podía confiar en cada uno de ellos como individuos.

Una vez les hubo desvelado sus intenciones, solo tenía dos opciones: aliarse con los sacerdotes de aquel distrito o matarlos a todos en aquel mismo momento. Cuando era joven, Niro Therman, una de las madres adoptivas de Corax en Lycaeus, le enseñó durante mucho tiempo que la vida tenía un carácter sagrado. El primarca se mostraba reacio a matar a sangre fría, pero había en juego mucho más que solamente las vidas de cinco tecnosacerdotes.

Kanar parecía haber llegado a la misma conclusión gracias a su cerebro aumentado capaz de pensar casi a la misma velocidad que Corax.

Lo único que podemos hacer es apoyar la causa común dijo el magos, frunciendo el ceño—. Solo podemos ofreceros nuestras vidas como muestra de buenas intenciones.

No tenemos nada que perder comentó Loriark con un sonido metálico—, pero Lacrymenthis tenía razón en una cosa: u obedecemos al archimagos o seremos considerados enemigos y destruidos. Aunque no estemos solos, ya que las ciudades de Pallas y Crius se han marchado a las corrientes del sur, lejos de Jápeto, y sus magocritarcas se han retirado del consejo de los cognoscenti, se supone que las demás ciudades están a favor del archimagos.

¿Cuántas ciudades son?

Cinco, incluida la capital. De momento, Delvere cuenta con Atlas como ciudad aliada. El magocritarca Vangellin es del Templum Aetherica, al igual que el archimagos. De hecho, Atlas está viajando por la corriente principal en dirección a Jápeto.

Corax absorbió toda aquella información y la comparó con lo que sabía de las otras sociedades del Mechanicum. En lo que respectaba a los mundos forja, cada figura autoritaria era diferente a las demás, y la particular naturaleza de las ciudades independientes de Constanix II había supuesto un acuerdo entre aliados al que se podía sacar partido. Estaba claro que el archimagos era quien ostentaba el poder, pero solo gracias al apoyo de los cognoscenti, quienes, al parecer, eran las máximas autoridades en cada una de las ciudades barcaza.. A no ser que la influencia de los Word Bearers hubiera llegado más lejos dentro de la jerarquía del Mechanicum (lo cual era bastante improbable si se tenía en cuenta que estaban presentes desde hacía poco tiempo y que, normalmente, los tecnosacerdotes se mostraban reticentes con respecto a cualquier interferencia externa), sería posible recuperar el mundo con la aniquilación de Delvere y de los legionarios de la XVII Legión.

¿Creéis que se podría persuadir a vuestro magocritarca, Vangellin, de posicionarse en contra del archimagos? preguntó Corax.

Los tecnosacerdotes se miraron dudosos.

Con la suficiente influencia… podría ponerse en contra de Delvere resolló Firax.

—Y ¿cómo de unidos están los cognoscenti en lo relativo a sus fines? —preguntó el primarca—. ¿Podría ser uno de ellos el sucesor natural del archimagos y apoyar nuestra causa?

Es un tema complicado respondió Loriark—. Que ocurra eso no está en manos de los simples mortales, sino que depende de la voluntad divina del Dios-Máquina.

«Por supuesto», pensó Corax, perplejo por que unas mentes tan brillantes en el Mechanicum se siguieran aferrando a una tecnoteología tan primitiva. Los tecnogremios de Kiavahr, por todos sus pecados, jamás fingieron servir a un poder sobrenatural, y el que el Emperador se viera forzado a tratar con un culto tan supersticioso demostraba la importancia que tenía Marte en el Imperio, algo que Corax se había visto obligado a reconocer en aquel mismo instante.

La influencia consiste en el uso tanto de promesas como de amenazas sentenció en voz alta, citando a otro de sus mentores presos—. ¿Qué promesas ofrece Delvere que podamos contrarrestar?

Es posible que solo uno de nosotros pueda responder a esa pregunta contestó Kanar, y señaló a Lacrymenthis, que seguía inconsciente.

¿Podéis despertarlo? preguntó Corax.

Sin problema respondió Kanar.

El magos deforme atravesó la cámara y se inclinó sobre su compañero golpeado. Metió la mano en la capucha del hombre y le pasó los dedos por la nuca. Lacrymenthis tuvo un espasmo lo bastante fuerte como para levantarse del suelo. Luego, empezó a temblar un poco y a sacudir los dedos y los pies durante un rato. La garra metálica arañó las baldosas y dejó tres marcas irregulares.

Reinicio cerebral añadió Kanar como única explicación—. Yo mismo se lo instalé.

Lacrymenthis abrió unos ojos inyectados en sangre, ausente por unos segundos mientras aún miraba al techo. Cuando recobró la conciencia, se incorporó y unos activadores sonaron en algún lugar dentro de su cuerpo. Corax cambió a una posición de ataque, con una mano bajada, en el momento en que la mirada del tecnosacerdote se encontró con la suya.

Aseguraos de que no realice ninguna transmisión ordenó a los otros sin despegar su mirada asesina de Lacrymenthis.

La señal con la que podía acceder a la interfaz de los circuitos del templo ha sido desconectada aseguró Loriark—, así que no puede dar la alarma.

Da igual lo que le hagáis a mi cuerpo dijo Lacrymenthis, aún mirando a Corax—, no tiene sentido amenazarme con agredirme físicamente, pues mis receptores del dolor están al mínimo.

Con un volcado de memoria neuronal no será necesario coaccionarlo dijo Kanar—. Si reducimos al máximo las funciones básicas, podremos sacar las interfaces del receptáculo de recuerdos, así que, por mucho que te la hayas ganado, aquí tu cooperación está de más.

El acceso al núcleo de memoria provocará hemorragias en los procesos orgánicos protestó Lacrymenthis mientras flexionaba la mano metálica—. Cualquier fallo mental grave sería irreversible. Que sea fiel a los deseos del archimagos y del magocritarca no significa que deba someterme a una anulación total de la subjetividad. Yo solo quería hacer lo mejor para el Tercer Distrito.

Y con ello… te has posicionado en contra… de las órdenes establecidas… por tu magos superior afirmó Firax, e hizo un gesto con la mano a Corax—. La posibilidad de que… el Tercer Distrito sea un lugar próspero y relevante… durante mucho tiempo… se ha visto alterada.

También puedo alterar la perspectiva que tenía de la situación aseguró Lacrymenthis—. Me parece que no hace ningún bien a nuestra causa que el templo desafíe la voluntad de una fuerza superior, pero, con la presencia del primarca, los parámetros cambian considerablemente.

Te mereces lo peor espetó Kanar—. Si lógica te dictara que lo mejor que podrías hacer por el Tercer Distrito fuera ascender a magos superior, no dudarías en aliarte con Delvere una vez más. Que ya hayas cambiado de bando es prueba suficiente de que podrías volver a hacerlo más veces en el futuro.

A ser posible, preferiría que no muriera solicitó Corax, que entendía parte de la queja de Lacrymenthis. El tecnosacerdote había decidido no seguir a sus compañeros porque creía que era mejor acatar las órdenes del archimagos que directamente los sustituyeran por otros que, al fin y al cabo, promulgarían los deseos de Delvere sin más, por eso Corax no quería castigarlo con tanta severidad.

El primarca sabía lo que era verse comprometido moralmente. Durante las revueltas en Lycaeus, había necesitado que todos los hombres y mujeres posibles lucharan por la libertad, y no todos los esclavos de aquella luna habían sido presos políticos: algunos eran asesinos, violadores, ladrones y granujas de la peor calaña, que fueron condenados de manera justa. El derrocamiento del régimen corrupto había significado además de justicia para las víctimas poner en duda el castigo de aquellos malhechores, pero era necesario. Además, una vez que todos los tecnocultos fueron derrotados, se perdonó por sus actos durante la guerra a los que aguantaron, tal y como Corax se había visto obligado a prometerles.

Para los representantes del Mechanicum, la lucha entre las fuerzas de Horus y del Emperador era una situación con la que tenían sentimientos encontrados. Horus había hecho bien en convencer al fabricador general de Marte de que defendiera su causa antes de que se extendieran las noticias de su traición, y, en aquellos momentos, la Raven Guard no estaba segura de si cada mundo forja era un potencial aliado o un enemigo.

La integración total de su mente con el templo asegurará que no haya ningún tipo de error o falsificación anunció Loriark, e indicó a Kanar y a Bassili que sujetaran a Lacrymenthis—. La precisión es primordial.

Lacrymenthis, encorvado bajo la pesada túnica, no protestó y aceptó su destino.

El núcleo de datos revelará sus secretos durante las próximas horas, primarca informó Kanar—. Si intentamos acelerar el proceso, podríamos causar la corrupción de los datos.

—Tenéis dudas acerca de la fiabilidad de nuestra alianza, pero ¿cómo podemos saber nosotros lo que tenéis pensado hacer con el futuro de nuestro mundo? preguntó Loriark, que volvió a desviar su atención hacia Corax—. Antes de que sacrifiquemos a uno de los nuestros, ¿podéis garantizarnos que no acabaremos como Kiavahr?

El debate había llegado a un punto muerto, ya que ambos bandos estaban unidos por una necesidad mutua pero aún no podían demostrar que estaban lo suficientemente comprometidos como para poder llevar a cabo sus planes. A Corax no le gustaba tener que hacer uso de las ventajas que le proporcionaba el Emperador para intimidar a otros a su antojo (este tipo de medidas solían funcionar durante poco tiempo); sin embargo, se vio obligado a ponerse completamente derecho para mostrar su majestuosidad como primarca, de forma que por poco no rozó el techo con la cabeza. A través del camuflaje negro se empezó a ver la piel pálida hasta revelar una cara de un color blanco fantasmal y unos ojos que se llenaron de tinieblas. A continuación, alzó las garras y una orden mental provocó que unas frondas de energía azul las recorrieran con un chisporroteo.

Si así lo deseara, podría mataros a todos ahora mismo y marcharme. Podría largarme de aquí con mis enemigos sin que nadie se enterara y después volvería con mi legión para devastar este planeta y erradicar cualquier amenaza que me presente. Ningún mundo puede escapar del poder del Emperador ni de aquellos que le sirven. Siete legiones fueron enviadas a Isstvan para acabar conmigo y, aun así, sobreviví. No penséis ni por un solo instante que este mundo tiene el poder suficiente para destruirme. Asesinaré con mis propias manos a cualquiera que ose actuar en contra de la XIX Legión, lo tengo tan claro como que el hierro se oxida y la carne se pudre. Vuestra necesidad es mayor que la mía, así que no menospreciéis la oportunidad que os brinda mi presencia.

El efecto fue inmediato en los tecnosacerdotes: impactados por la magnificencia y la ferocidad del ser que tenían delante de ellos, retrocedieron con las cabezas agachadas ante la autoridad del primarca.

Seguidamente, Corax dejó que su apariencia temible se fuera desvaneciendo para volver a guardar aquella naturaleza grandiosa tras los muros de la disciplina y la humildad. Para él, la fachada que se había construido durante los años en los que se escondía entre los prisioneros de Lycaeus era más un regreso a la normalidad que una manera de reprimir su poder. Siempre había preferido inspirar a sus seguidores con palabras y hechos antes que obligarles a servirle por la fuerza. Cuando miró a los asustados magi, la vista empezó a nublársele.

Esta ha sido la amenaza dijo con voz baja, y les tendió la mano como símbolo de confianza y amistad—. La promesa es liberar a Constanix de la tiranía venidera de Delvere y los Word Bearers. Que no os quepa duda: una alianza con ellos condenará a vuestro planeta a la esclavitud o a la destrucción. Escoged bien.