Capítulo 2

La Reina Roja

Los seis trabajos de Teseo

Alrededor del 1200 a. C., las civilizaciones de la Edad del Bronce que habían dominado el mundo griego38 durante el milenio previo empezaron a colapsar y dieron paso a la llamada Edad Oscura griega. Las sociedades griegas39 de la Edad del Bronce fueron gobernadas por jefes o reyes que vivían en palacios centralizados y por administraciones burocráticas que usaban un sistema de escritura llamado lineal B, recaudaban impuestos y regulaban la actividad económica. Todo esto desapareció durante la Edad Oscura.40 El caos de esta nueva época es el tema de las leyendas de Teseo, el mítico gobernante de Atenas. Uno de los mejores relatos de sus hazañas lo escribió el erudito griego Plutarco,41 que durante gran parte de su vida fue uno de los dos sacerdotes del oráculo de Delfos.

Teseo, hijo ilegítimo del rey de Atenas, Egeo, fue criado en Trecén, en el noroeste del Peloponeso. Para reclamar su trono legítimo, Teseo tenía que regresar a Atenas por tierra o por mar. Eligió por tierra, pero Plutarco señala:

Era expuesto hacer por tierra aquel viaje, no habiendo parte alguna del camino libre y sin peligro de ladrones y de facinerosos.

Durante el viaje, Teseo tuvo que luchar con una serie de bandidos. El primero que se encontró, Perifetes, acechaba en el camino a Atenas, robando y matando a la gente con una maza de bronce. Plutarco relata cómo Teseo peleó con Perifetes y usó contra el bandido su propia maza. Luego Teseo se las arregló para librarse de otros finales embarazosos, como ser atado entre dos pinos y roído por un enorme cerdo salvaje, la cerda de Cromión; ser arrojado por un acantilado al mar, y pelear hasta la muerte. Por último, venció a Procrusto, el Ajustador, que era famoso por cortar las extremidades de las personas para que cupieran en su cama. La aventura de Teseo para reclamar su trono en Atenas ilustra con claridad la anarquía de la Grecia de entonces, sin ninguna institución estatal que mantuviera el orden. Como dice Plutarco:

A esta misma manera tomó por su cuenta Teseo castigar a los malvados, haciéndoles sufrir las mismas violencias que practicaban, y la justa pena de sus injusticias por los mismos medios de que se valían.

La estrategia de Teseo era, por tanto, bastante «ojo por ojo, diente por diente». Atenas vivía el «ojo por ojo hace que el mundo sea ciego» de Mahatma Gandhi.

Pero los reyes atenienses no duraron mucho. Al final de la Edad Oscura, la ciudad era gobernada por un grupo de arcontes, o magistrados, que representaban a las familias ricas. Estas élites competían sin cesar por el poder, un proceso que a veces acababa en golpes, como el de Cilón en el 632 a. C. Las élites se dieron cuenta de que necesitaban desarrollar maneras más ordenadas de abordar los conflictos de la ciudad. Pero iba a ser un camino lento y traicionero, con giros y vueltas inesperados.

El primer intento se produjo una década después de Cilón, en el 621 a. C., cuando se le encargó a un legislador llamado Dracón la creación de las primeras leyes escritas de Atenas. El hecho de que llevara tanto tiempo ponerlas por escrito tiene mucho que ver con la desaparición durante la Época Oscura del sistema de escritura lineal B de la Edad del Bronce griega. La escritura tuvo que reinventarse a partir de un sistema completamente diferente tomado de los fenicios. La Constitución de Dracón,42 como la llamó el filósofo griego Aristóteles en Constitución de los atenienses, consistía en una serie de leyes escritas, de las cuales sólo una ha llegado hasta nosotros. Sabemos que el castigo habitual por infringir esas leyes era la muerte (de ahí el término actual draconiano). El fragmento de las leyes de Dracón que se conserva,43 que se refiere al homicidio, revela que estas leyes formaban parte de algo bastante diferente a lo que hoy entendemos por una «Constitución», en gran medida porque lidiaban con una sociedad atrapada en una anarquía endémica, venganzas de sangre y violencia. El fragmento establece que:

Y si alguien mata a alguien sin premeditación, será desterrado.

Puede tener lugar una reconciliación, si tiene padre, hermano o hijos, que sea concedida de común acuerdo; o quien se oponga prevalecerá. Si éstos no existen, entonces hasta el grado de primo y primo lejano, si todos están dispuestos a conceder el perdón; o quien se oponga prevalecerá...

Harán una proclamación en el ágora contra el asesino aquellos hasta el grado de primos; y se unirán en la acusación los primos y primos lejanos y yernos y suegros y miembros de la fratría.

Este fragmento se ocupa del homicidio involuntario. Quien cometía ese acto debía exiliarse y esperar justicia. Si los parientes de la persona matada decidían conceder la reconciliación de manera unánime, todo acababa ahí, pero si no lo hacían, la familia ampliada «se unirá en la acusación» del homicida. El término fratría se refiere a un grupo familiar amplio. Como veremos, sin embargo, la influencia de la fratría pronto disminuiría.

Esto se parece a lo que vemos en otras sociedades que viven con el Leviatán ausente. De hecho, hay muchas similitudes entre la ley de Dracón y otras codificaciones de leyes informales sin una autoridad centralizada, como el Kanun albanés. Atribuido a Lekë Dukagjini en el siglo XV, el Kanun44 es una colección de normas que rigieron el comportamiento en las montañas albanesas (y no se puso por escrito hasta principios del siglo XX). Sin un Estado centralizado, las normas y reglas albanesas las hacían cumplir, como en la ley sobre el homicidio de Dracón, los clanes y la familia ampliada. El Kanun establecía sobre todo la venganza de sangre como represalia por las infracciones. Esto lo ejemplifica claramente la primera cláusula que aborda el asesinato, que comienza con una venganza de sangre.

La emboscada implica ocupar una posición a cubierto en las montañas o las llanuras de Albania y esperar al enemigo en la venganza de sangre o a otra persona a la que se pretende matar. (Para abordarle, quedarse al acecho, para ponerle una trampa.)

Era un principio fundamental del Kanun que la «sangre sigue al dedo», lo que significa que

de acuerdo con el antiguo Kanun de las montañas de Albania, sólo el asesino sufre la venganza de sangre, por ejemplo, la persona que aprieta el gatillo y dispara la pistola o usa alguna otra arma contra otra persona.

El Kanun posterior amplía la venganza de sangre a todos los hombres de la familia del asesinado, incluso a los niños de cuna; los primos y los sobrinos cercanos sufren la venganza de sangre durante las veinticuatro horas posteriores al asesinato. La culpabilidad se amplía luego a los parientes lejanos. Respecto a los homicidios accidentales, el Kanun declara: «En este tipo de muerte, el homicida debe irse y permanecer oculto hasta que el asunto se aclare». Exactamente igual que en la ley de Dracón, excepto que hasta el siglo XX nadie trató siquiera de escribir, aclarar y regular lo que estas normas significaban en Albania.

Las cadenas de Solón

Menos de treinta años después de que Dracón escribiera sus leyes, Atenas empezó el proceso de creación de un Leviatán encadenado. El problema de controlar los conflictos rutinarios y las luchas de poder entre las élites continuaba. A esto se le sumaba ahora el conflicto entre las élites y los ciudadanos sobre la dirección de la sociedad. Aristóteles observó que en torno a la época de Dracón hubo «un amplio período de desavenencias entre las clases altas y los ciudadanos». En palabras de Plutarco, había

sediciones antiguas sobre gobierno, dividida el Ática en tantas facciones cuantas eran las diferencias del territorio: porque la gente de las montañas era inclinada a la democracia, la de la campiña propendía más a la oligarquía, y los litorales, que formaban una tercera división, estando por un gobierno mixto y medio entre ambos.

En esencia, el desacuerdo era sobre el equilibrio de poder entre las élites y la gente normal, y sobre si el Estado debía ser controlado de manera democrática u oligárquica (es decir, por un puñado de las familias más ricas y poderosas). Solón, un comerciante y jefe militar muy respetado, desempeñó un papel determinante en el trazado de la evolución de Atenas.

En el 594 a. C., Solón fue nombrado arconte durante un año. Como dijo Plutarco, «a satisfacción de los ricos, por ser hombre acomodado, y de los pobres, por la opinión de su probidad». Los ricos habían monopolizado el cargo de arconte, pero es probable que Solón asumiera el puesto por presión popular, cuando la lucha entre las élites y los ciudadanos se inclinó un poco a favor de los últimos. Resultó ser bastante reformista y transformó las instituciones atenienses para limitar el poder de las élites y del Estado sobre los ciudadanos, al mismo tiempo que aumentaba la capacidad del Estado para resolver conflictos.45 En un fragmento de sus escritos que se conserva, Solón señala que su diseño institucional pretendía crear un equilibrio de poder entre los ricos y los pobres.

Al pueblo di tanto honor cuanto le basta, sin nada quitarle de su dignidad, ni añadirle; los que tenían la fuerza y eran sobresalientes en riquezas, de estos también cuidé para que nada vergonzoso sufrieran. Y me mantuve firme, levantando fuerte escudo ante ambos bandos, y no dejé ganar sin justicia a ninguno.

La reformas de Solón trataron de fortalecer al pueblo frente a las élites mientras, al mismo tiempo, aseguraban que los intereses de éstas no se verían amenazados de manera drástica. Logró la primera parte a través de una serie de medidas.

Cuando Solón se convirtió en arconte, las instituciones políticas básicas de Atenas consistían en dos asambleas; la Ekklesía, que estaba abierta a todos los ciudadanos masculinos, y el Areópago, que era la principal institución ejecutiva y judicial. El Areópago lo formaban antiguos arcontes y estaba bajo el control de la élite. Durante este período, muchos atenienses se habían empobrecido y fueron excluidos hasta de la Ekklesía, porque se encontraban atrapados en una situación de servidumbre y esclavitud a consecuencia de sus deudas, y entonces perdían sus derechos como ciudadanos. Aristóteles señaló que «los préstamos los obtenían todos respondiendo con sus personas hasta el tiempo de Solón». Era la versión ateniense de la jaula de normas, con las personas endeudadas a perpetuidad, convertidas en peones sin libertad como resultado del empeoramiento de sus condiciones económicas. Solón entendió que en Atenas el equilibrio político requería que los ciudadanos corrientes participaran en la política, pero eso no era posible si se encontraban en una situación de servidumbre y ciertamente tampoco lo era si perdían su ciudadanía. En palabras de Aristóteles, «la mayoría del pueblo [...] por así decir, de nada participaba». De modo que para garantizar una mayor participación, Solón canceló todos los contratos de peonaje por deuda y promulgó una ley que prohibía los préstamos con la fianza de la propia persona. También hizo que fuera ilegal convertir en siervo a un ateniense. No volvería a haber peonaje. De golpe, Solón liberó a los atenienses de esta parte de su jaula de normas.

Pero como la gente estaba económicamente sometida a las élites, prohibir el peonaje por deuda no era suficiente. Era necesaria una libertad mayor para que los atenienses fueran ciudadanos más activos, de modo que pudieran conseguir una libertad aún mayor. Con este fin, Solón procuró mejorar su acceso a las oportunidades económicas. Al arrancar los hitos fronterizos de los campos, implementó una reforma agraria.46 Estos hitos registraban la obligación que tenían los arrendatarios que cultivaban la tierra de pagar una sexta parte de su producción. Al eliminarlos, de hecho, Solón liberó a los arrendatarios de los terratenientes, dándoles en propiedad la tierra que tenían y convirtiendo el Ática, la región que rodea Atenas, en una tierra de pequeños agricultores. Solón también eliminó las restricciones de desplazamiento dentro del Ática. Estas medidas ampliaron mucho la ciudadanía que podía participar en la Ekklesía. De una sola vez, el equilibrio de poder existente se reconfiguró.

Además, Solón reformó el proceso de selección de los arcontes y aumentó su número a nueve, en parte para mejorar la representación política. Pero también tenía que mantener contentas a las élites, y para ello dividió a la población en cuatro clases, basándose en sus ingresos de la tierra, y limitó el acceso al cargo de arconte a los hombres de las dos clases superiores (elegidos por sorteo de una lista de personas propuestas por las cuatro «tribus» tradicionales de Atenas). Después de ejercer como arconte, puesto que sólo se podía ocupar una vez y durante un año, un hombre podía seguir sirviendo en el Areópago, de modo que la élite seguía controlando el cargo de arconte y el Areópago, pero ahora había unas reglas objetivas que abrían el Areópago a un subconjunto mayor de la sociedad (pero de la élite), lo que ayudaba a equilibrar diferentes intereses. Solón también creó un nuevo «consejo de cuatrocientos», la boulé, que funcionaría como el principal consejo ejecutivo, y redefinió el papel del Areópago para que fuera sobre todo judicial. Al igual que con los arcontes, las cuatro tribus tradicionales de Atenas estuvieron equitativamente representadas en la boulé.

Tras establecer un equilibrio entre las élites y los ciudadanos, Solón comenzó el proceso de creación del Estado. El paso crucial fue la reforma judicial. En primer lugar, Solón abolió todas las leyes de Dracón menos una. Las leyes que promulgó fueron muy diferentes. Un fragmento apunta que

La ley de Dracón sobre el homicidio será escrita en una estela de piedra por los anagrapheis [«escribientes»] de las leyes, tomándola del basileus y del secretario del consejo, y se colocará frente a la estoa del basileus. El poletai hará el contrato de acuerdo con la ley; el hellenotamiai proporcionará el dinero.

Incluso en la única ley que Solón mantuvo, sustituyó el papel del basileus por el del poletai y el hellenotamiai. La palabra basileus, típica de las epopeyas de Homero, la Ilíada y la Odisea, significa algo parecido a «gran hombre» y fue un tipo de jefe de la Edad Oscura. Ulises, cuyo viaje y hazañas en los diez años posteriores a las guerras de Troya relata la Odisea, fue un basileus. El poletai y el hellenotamiai, por otro lado, eran magistrados o funcionarios estatales. De modo que Solón introdujo un cambio radical: unas instituciones del Estado burocráticas para hacer cumplir la ley.47

El rasgo más característico de este proceso fue que cuanto más capaz era Solón de reforzar políticamente al ateniense corriente, más avanzaba en la construcción de las instituciones estatales. Y cuanta más forma adquirían esas instituciones, más avanzaba en el establecimiento de un control popular sobre ellas. Así, cuando la Ekklesía fue reempoderada, contó con una mayor participación popular. Para conseguir este objetivo, sus reformas no sólo introdujeron una mayor representación en las asambleas y las instituciones políticas, también implicaron cambios en las instituciones y las normas, como el final del peonaje, lo cual cambió la naturaleza de la sociedad e hizo que fuera más capaz para actuar de manera colectiva y controlar a las élites y al Estado.

Aristóteles estuvo de acuerdo en que empoderar a los atenienses corrientes fue el aspecto más importante de las reformas de Solón, y destacó el final del peonaje, la mejora de los medios para resolver conflictos y el acceso a la justicia. Observó:

Del gobierno de Solón parece que estas tres cosas son las más democráticas: lo primero y principal, prohibir los préstamos con la fianza de la propia persona; después, que el que quisiera pudiese reclamar por lo que hubiera sido perjudicado; y, en tercer lugar, con lo que dicen que el pueblo consiguió mayor fuerza, la apelación al tribunal.

Aristóteles enfatiza aquí la presencia de algún tipo de «igualdad ante la ley», en la que las leyes se aplicaban a todo el mundo y los ciudadanos corrientes podían acudir a los tribunales en busca de justicia. Aunque los más pobres estaban excluidos de la representación política en la boulé y la pertenencia al Areópago, cualquiera podía presentar una demanda para que fuera escuchada, y las mismas leyes se aplicaban por igual a las élites y los ciudadanos.

Una de las formas más interesantes en que Solón institucionalizó el control popular sobre el Estado fue a través de la ley sobre la hybris. Un fragmento que se conserva declara:

Si cualquiera comete hybris contra un niño (y, ciertamente, quien lo compra comete hybris) o un hombre o una mujer, bien sea libre o esclavo, o si cualquiera comete cualquier cosa ilegal contra cualquiera de ellos, se ha creado un graphai (un pleito público) hubreos.

Esta ley creó el delito de graphai hubreos en respuesta a un acto de hybris, un comportamiento cuyo objetivo era la humillación y la intimidación. Sorprendentemente, las personas podían ser acusadas de hybris contra los esclavos, que también estaban protegidos, y en ocasiones fueron ejecutadas por repetidas violaciones de la ley. La ley sobre la hybris, por tanto, permitió a los atenienses no sólo controlar al Estado y las élites, sino disfrutar la libertad de la dominación de los individuos poderosos.

Al prohibir el peonaje por deuda y acabar con el estatus de prenda, Solón empezó al mismo tiempo a debilitar la dominación de la élite sobre los ciudadanos y a preparar las condiciones para una política democrática. Pero en Atenas, en aquella época, el poder de la élites era muy grande. Éstas se habían vuelto significativamente más ricas, y si cualquier aumento en la capacidad del Estado no se igualaba con un empoderamiento equivalente de la sociedad, podían aumentar su dominación política al hacerse con herramientas adicionales para la represión y el control. De modo que era vital fortalecer la capacidad de los ciudadanos corrientes frente a la élite, y esto es lo que logró la ley sobre la hybris al codificar e intensificar las normas existentes.

La ley sobre la hybris de Solón revela un aspecto más general de la vida en el pasillo: el delicado equilibrio que es necesario para crear la libertad requiere reformas institucionales que permitan basarse en las normas existentes y trabajar con ellas, al tiempo que se modifican e incluso se eliminan aspectos de esas normas que son un lastre para la libertad. Desde luego, no era una tarea fácil, pero las reformas de Solón fueron pioneras en ambos objetivos. En el período anterior a Dracón, las reglas y leyes que regían la vida de la gente no estaban escritas, y las imponían las familias y los grupos de parentesco, casi siempre mediante el uso del ostracismo social y la exclusión. Solón logró basarse en esas normas, al codificarlas y fortalecerlas como hizo en la ley sobre la hybris, pero en el proceso también las cambió, para que estos comportamientos se volvieran mucho menos aceptables en la sociedad ateniense. Veremos muchos ejemplos de este complejo baile entre el cambio institucional y las normas, y cómo no lograr el equilibrio adecuado entre ellos puede dañar las perspectivas de libertad. Solón consiguió el equilibrio correcto.

El efecto de la Reina Roja

El modo en que Solón limitó, por un lado, el control de las élites sobre el Estado y su dominación sobre los ciudadanos corrientes y, por el otro, aumentó la capacidad del Estado no es el rasgo particular de una civilización antigua. Es la esencia del Leviatán encadenado. El Leviatán puede crear una capacidad mayor y volverse mucho más fuerte cuando la sociedad está dispuesta a cooperar con él, pero esta cooperación requiere que la gente confíe en poder controlar al monstruo marino. Solón logró esta confianza.

Pero no sólo se trata de confianza y cooperación. La libertad y, en última instancia, la capacidad del Estado dependen del equilibrio de poder entre el Estado y la sociedad. Si el Estado y las élites se vuelven demasiado poderosas, se acaba con un Leviatán despótico. Si se quedan atrás, se consigue un Leviatán ausente. De modo que se necesita que ambos, el Estado y la sociedad, corran juntos y ninguno tome la delantera. No es diferente del efecto de la Reina Roja que Lewis Carroll describió en Alicia a través del espejo. En la novela, Alicia se encuentra con la Reina Roja y corre una carrera con ella.48 «Alicia nunca se explicaba, cuando lo recordaba posteriormente, cómo había empezado todo», pero se dio cuenta de que, aunque ambas parecían correr intensamente, «los árboles y demás objetos que había alrededor no se movían en absoluto y, cuanto más corrían, menos cosas dejaban atrás». Al final, cuando la Reina Roja dio el alto,

Alicia no lograba salir de su asombro.

—¡Pero, cómo! Estoy segura de que no nos hemos alejado de este árbol ni un segundo. ¡Todo está igual que antes!

—Por supuesto —dijo la Reina—, ¿qué esperabas?

—Bueno, en nuestro país —dijo Alicia, aún resoplando—, cuando corres tanto y tan rápido como nosotras... acabas llegando a otro sitio.

—¡Qué lentitud de país! —dijo la Reina—. En cambio, aquí has de correr tanto como puedas para permanecer donde estás. ¡Y dos veces más rápido si quieres ir a otro sitio!

El efecto de la Reina Roja se refiere a una situación en la que hay que seguir corriendo para simplemente mantener la posición, como el Estado y la sociedad corriendo rápido para mantener el equilibrio entre ambos. En la novela de Carroll, toda esa carrera era inútil. Pero no es así en la lucha de la sociedad contra el Leviatán. Si la sociedad se relaja y no corre lo bastante rápido para seguir el ritmo del poder creciente del Estado, el Leviatán encadenado puede convertirse con rapidez en uno despótico. Necesitamos la competencia de la sociedad para mantener al Leviatán bajo control, y cuanto más poderoso y capaz sea el Leviatán, más poderosa y vigilante debe hacerse la sociedad. También es necesario que el Leviatán siga corriendo, tanto para expandir su capacidad ante nuevos y formidables retos como para mantener su autonomía, lo cual es fundamental no sólo para resolver disputas y hacer cumplir las leyes de manera imparcial, sino también para romper la jaula de normas. Esto parece muy enrevesado (¡tanto correr!) y con frecuencia, como veremos, realmente lo es. Aunque sea enrevesado, dependemos de la Reina Roja para lograr el progreso humano y la libertad. Pero la propia Reina Roja crea muchas oscilaciones en el equilibrio de poder entre el Estado y la sociedad, cuando una de las partes y luego la otra se ponen por delante.

La forma en que Solón consiguió poner en marcha el efecto de la Reina Roja ilustra estas cuestiones más amplias. Sus reformas no sólo establecieron la base institucional para la participación popular en la política, sino que ayudaron a relajar la jaula de normas que restringía directamente la libertad y además impedía la clase de participación política que es necesaria en el pasillo. La jaula ateniense no era tan asfixiante como la de muchas otras sociedades que aparecen en este libro, por ejemplo, la de los tiv, que veremos más adelante en este mismo capítulo. Sin embargo, todavía era lo bastante opresiva como para bloquear el camino de la Reina Roja. Al romper parte de esa jaula, Solón comenzó a cambiar la sociedad de una manera fundamental y a forjar un tipo de política diferente, capaz de soportar un Leviatán encadenado en ciernes.

Cómo condenar al ostracismo, si debes hacerlo

Solón fue arconte durante sólo un (¡intenso!) año, después del cual se exilió diez años para evitar la tentación de manipular sus leyes. Creía que estas leyes no debían cambiarse durante cien años. En realidad, no ocurrió así. Le sucedió una competición constante entre las élites y la sociedad.

Solón había intentado que el Estado de Atenas tuviera una capacidad mayor e institucionalizar el control popular, al tiempo que mantenía contentas a las élites, o suficientemente satisfechas. Pero ¿cuánta satisfacción es suficiente? En seguida estallaron conflictos que llevaron a una serie de «tiranos», de hecho dictadores, a ostentar el poder, a veces mediante la fuerza y otras veces con el apoyo popular. Pero las reformas de Solón eran populares y tenían legitimidad, de modo que todos los atenienses, incluso los tiranos impacientes, al menos tenían que respetarlas y, en el proceso, con frecuencia profundizaron en ellas.

Pisístrato, el primer tirano que hubo después de Solón, es famoso por la astuta forma en que acabó con las instituciones políticas atenienses. En una ocasión, se hirió a propósito y engañó a los ciudadanos para que le permitieran tener una guardia armada para protegerse, que luego usó para hacerse con el control de Atenas. En otra ocasión, tras ser depuesto, volvió a Atenas en un carro acompañado de una mujer majestuosa vestida como Atenea e hizo creer a la gente que había sido elegido por la diosa para gobernar Atenas. Una vez en el poder, sin embargo, Pisístrato no repudió del todo el legado de Solón, sino que continuó aumentando la capacidad del Estado. Emprendió construcciones monumentales en Atenas e impulsó una serie de medidas para integrar Atenas en el campo del Ática, la región circundante. Estas innovaciones incluían la existencia de jueces de circuito rurales, un sistema de carreteras cuyo centro era Atenas y procesiones que vinculaban a la ciudad con los santuarios rurales, así como con las celebraciones de las Grandes Panateneas. Las fiestas religiosas eran un descendiente directo de otras medidas que Solón había adoptado para tratar de restringir las fiestas de élite privadas en favor de las públicas y comunitarias. Pisístrato también acuñó la primera moneda ateniense.

Esto es la Reina Roja en acción. Solón fue quien de verdad comenzó este camino dinámico y Pisístrato lo continuó, a pesar de que el proceso implicó giros salvajes. Cuando ascendían al poder, los tiranos daban ventaja al Estado y a las élites. Pero no podían dominar a la sociedad y al demos («la gente»), y se disputaban su apoyo. Aunque a Pisístrato le sucedieron sus hijos Hipias e Hiparco, y luego Iságoras, apoyado por la ciudad-estado rival de Esparta, el demos contraatacó. En el 508 a. C., una revuelta popular masiva colocó a Clístenes en el poder. Las reformas que éste implementó estuvieron de nuevo destinadas a fortalecer tanto al Estado como a la sociedad, pero fue más allá en los tres objetivos que Solón había intentado lograr ocho décadas antes: fortalecer la competencia de la sociedad frente a la élite, aumentar la capacidad del Estado y relajar la jaula de normas.

Comencemos con la construcción del Estado. Clístenes desarrolló un sistema fiscal complejo49 que imponía un impuesto al sufragio a los metecos (los extranjeros residentes), impuestos directos a los ricos, que tenían que pagar las fiestas o el equipamiento de los barcos de guerra, una serie de tasas y cargos de aduana, en particular en el puerto del Pireo, e impuestos a las minas de plata del Ática. Durante su gobierno como arconte, el Estado comenzó a proporcionar una serie de servicios públicos, no sólo relacionados con la seguridad y la acuñación de moneda, sino también de infraestructuras en forma de muros, carreteras, puentes, prisiones y asistencia a los huérfanos y discapacitados. Igual de notable fue el surgimiento de un tipo de burocracia estatal. Aristóteles afirma que en tiempos de Arístides, alrededor del 480-470 a. C., había setecientos hombres trabajando para el Estado en el Ática y setecientos en el extranjero, además de quinientos guardias en los muelles y cincuenta en la Acrópolis.

Este Estado, además, estaba controlado de manera mucho más democrática que el que había establecido Solón. Para conseguir este control democrático, Clístenes se dio cuenta de que tenía que relajar aún más la jaula de normas y alejarse de los fundamentos tribales del poder político. De modo que, en un movimiento osado, abolió las cuatro tribus representadas en la boulé de los cuatrocientos de Solón y las reemplazó por una nueva boulé de quinientos compuesta por personas elegidas al azar de diez nuevas tribus que debían su nombre a los héroes atenienses. Cada tribu tenía cincuenta representantes en la boulé, y se dividía en tres unidades más pequeñas llamadas tritía («tercera parte» de una tribu), cada una de las cuales se subdividía en unidades políticas regionales, llamadas demos. Había ciento treinta y nueve demos dispersos por el Ática (como se muestra en el mapa 2). La creación de las unidades regionales fue, en sí mismo, un paso significativo en el proceso de creación del Estado, que acabó por completo con lo que quedaba de las identidades preexistentes basadas en el parentesco. Aristóteles resumió el impacto de esta reforma cuando señaló que Clístenes «hizo conciudadanos de demo a los que habitaban en cada uno, para que no quedaran en evidencia los nuevos ciudadanos al llevar el nombre de familia, sino que llevasen el nombre de los demos; por eso los atenienses se llaman todavía a sí mismos por los demos».

Mapa 2 Los demos atenienses.

Para aumentar aún más el poder político de los ciudadanos atenienses frente a las élites, Clístenes levantó las restricciones de clase que habían existido durante la época de Solón para ser miembro de las instituciones. Ahora la membresía de la boulé estaba abierta a todos los ciudadanos hombres mayores de treinta años, y como cada uno de ellos sólo podía desempeñar el cargo durante un año y como mucho dos veces en su vida, la mayoría de los hombres atenienses lo desempeñaba en algún momento de su existencia. El presidente de la boulé se elegía al azar y ejercía el cargo durante veinticuatro horas, lo que permitía que casi todos los ciudadanos atenienses estuvieran al frente en alguna ocasión. Aristóteles lo resumió cuando afirmó:

La gente había tomado el control de los asuntos.

La boulé tenía autoridad sobre los gastos, y hubo una serie de consejos de magistrados que implementaron medidas políticas. Estos consejos se elegían por sorteo y ejercían durante un año, pero eran ayudados por esclavos profesionales que actuaban como funcionarios estatales.

Clístenes siguió el ejemplo de Solón al tomar como base e institucionalizar unas normas existentes que resultaban útiles para fortalecer el poder político de los ciudadanos atenienses, al tiempo que combatían la jaula de normas. En especial, formalizó la institución del «ostracismo» como medio para contener la dominación política de los individuos poderosos. De acuerdo con esta nueva ley, cada año la Asamblea podía votar si condenaba a alguien al ostracismo. Si votaban al menos seis mil personas, y al menos la mitad de ellas estaba a favor de un ostracismo, entonces cada ciudadano escribía en un trozo de cerámica (llamado «ostracon», y de ahí el término ostracismo) el nombre de una persona a la que quisiera condenar al ostracismo. La persona cuyo nombre estuviera escrito en la mayoría de los trozos era condenada al ostracismo, desterrada de Atenas durante diez años. Sobre la ley, Aristóteles señala que «se estableció a causa de los recelos contra los poderosos». Como la ley sobre la hybris de Solón, la utilización y transformación de las normas de la sociedad fue una herramienta para disciplinar a las élites. Incluso Temístocles, el genio detrás de la victoria ateniense sobre los persas en Salamina, y probablemente el hombre más poderoso entonces en Atenas, fue condenado al ostracismo en algún momento en torno al 476 a. C., cuando la gente empezó a preocuparse de que el éxito se le estuviera subiendo a la cabeza y porque quería centrarse en Esparta, y no en Persia, como enemigo real. (Un ostracon con el nombre de Temístocles se muestra en el encarte de fotos.) El ostracismo se utilizó con moderación y sólo quince personas fueron condenadas al destierro durante el período de ciento ochenta años en el que la institución estuvo en vigor, pero la simple amenaza del ostracismo supuso una herramienta poderosa para que los ciudadanos disciplinaran a las élites.

La evolución de la Constitución ateniense no se detuvo en Clístenes, quien escribió, de acuerdo con Aristóteles, la que resultó ser la sexta de las once Constituciones atenienses (¿hemos mencionado que el efecto de la Reina Roja puede ser enrevesado?). En este proceso, Atenas avanzó de manera constante hacia un mayor empoderamiento de los ciudadanos y un Estado más fuerte. Fiel a la naturaleza de la Reina Roja, nada de esto sucedió sin una larga lucha, con las élites empujando en una dirección y la sociedad en la contraria.

Durante este período, Atenas construyó poco a poco (tras muchas idas y venidas) uno de los primeros leviatanes encadenados del mundo, un Estado capaz y poderoso controlado de manera efectiva por sus ciudadanos. Los atenienses le debieron este logro al efecto de la Reina Roja. El Estado no podía dominar a la sociedad, pero la sociedad tampoco podía dominar al Estado; el progreso de cada una de las partes se encontraba con la resistencia y la innovación de la otra, y las cadenas de la sociedad permitieron que el Estado ampliara su competencia y capacidad a nuevas áreas. Durante esta evolución, la sociedad también cooperó, lo que permitió una mayor profundización en la capacidad del Estado mientras permaneciera bajo el control popular. En esto fue crucial la forma en la que la Reina Roja debilitó la jaula de normas. Para encadenar a un Leviatán, la sociedad necesita cooperar, organizarse de manera colectiva y asumir la participación política, lo cual es difícil de hacer si está dividida en esclavos y amos, fratrías, tribus o grupos de parentesco. Las reformas de Solón y Clístenes eliminaron progresivamente estas identidades enfrentadas y dejaron margen para un eje más amplio de cooperación. Ésta es una característica que veremos una y otra vez en la creación de los leviatanes encadenados.

Los derechos perdidos

La historia de cómo se encadenó al Leviatán estadounidense, que empezamos en el capítulo anterior, tiene muchos paralelismos con el caso ateniense. La Constitución de Estados Unidos, creada por los padres fundadores, hombres como George Washington, James Madison y Alexander Hamilton, es comúnmente considerada como un ejemplo brillante de diseño institucional, que introduce controles y contrapesos y concede la libertad a las generaciones futuras de estadounidenses. Aunque hay algo de cierto, ésta es sólo una parte de la historia. La parte más importante tiene que ver con el empoderamiento de las personas y con cómo éste limitó y modificó las instituciones estadounidenses, y desató un poderoso efecto de la Reina Roja.

Abordemos el tema de los derechos. Le debemos a los padres fundadores y a su Constitución la protección de los derechos, ¿cierto? Sí y no. La Constitución, que sustituyó a las primeras leyes de la nueva nación, los Artículos de la Confederación adoptados en 1777-1778, consagra ciertos derechos básicos, pero esos no estaban en el alabado documento escrito durante el verano de 1787 en Filadelfia. Los padres fundadores descuidaron un conjunto de derechos básicos que ahora se consideran esenciales para las instituciones y la sociedad estadounidenses. Éstos acabaron en la Constitución, pero más tarde y en forma de la Carta de Derechos,50 una lista de doce enmiendas a la Constitución, diez de las cuales se aprobaron en el primer Congreso y fueron ratificadas por las asambleas legislativas de los estados. Entre ellas se encontraba el artículo cuarto de la Carta de Derechos:

El derecho del pueblo a que sus personas, casas, papeles y efectos se hallen a salvo de inspecciones y confiscaciones arbitrarias no será violado, y no se expedirán al efecto órdenes que no estén respaldadas por una causa probable y corroboradas mediante juramento o afirmación, y describan en particular el lugar que debe ser registrado y las personas o cosas que han de ser detenidas o embargadas.

El artículo sexto declaraba:

En cualquier causa penal, el acusado gozará del derecho a ser juzgado con rapidez y en público por un jurado imparcial del distrito y estado en que el delito se haya cometido, distrito que antes deberá haber sido determinado por la ley; así como a que se le informe de la naturaleza y causa de la acusación; a tener un careo con los testigos que declaren en su contra; a que se obligue a comparecer a los testigos en su favor y a contar con los servicios de un abogado defensor.

Todos estos derechos parecen bastante básicos. ¿Cómo pudieron pasarlos por alto los padres fundadores? La razón es simple y nos ayuda a entender los orígenes de las cadenas del Leviatán en Estados Unidos, y por qué esas cadenas no surgen de manera automática o sencilla.

Madison, Hamilton y sus colaboradores, conocidos como los federalistas, no pretendían sustituir los Artículos de la Confederación porque quisieran fortalecer los derechos del pueblo. Más bien, la Constitución que redactaron fue diseñada para controlar el tipo de medidas políticas que adoptaban las asambleas legislativas de los estados, que los federalistas consideraban peligrosamente subversivas. Las asambleas legislativas de los estados podían, por ejemplo, imprimir su propio dinero, gravar el comercio, perdonar deudas y negarse a financiar la deuda nacional. Peor aún, había bastantes desórdenes y movilizaciones populares, con gente de toda clase que se había dado cuenta de que podía autogobernarse, organizarse, protestar y ser elegida en las asambleas legislativas para presionar en favor de sus intereses. En este contexto, la Constitución fue diseñada para abordar dos problemas distintos al mismo tiempo. El primero era crear un Estado federal para coordinar las leyes, la defensa y la política económica en todos los estados. El segundo era volver a meter en la botella al genio del poderoso instinto democrático que había liberado la guerra de Independencia contra los británicos. La Constitución podía conseguir ambos objetivos al centralizar el poder político, poniendo al Gobierno central a cargo de la política fiscal y controlando el alboroto de la política popular y los poderes autónomos de los estados.

Los federalistas eran lo que llamamos «constructores del Estado». Aunque Hobbes tenía en cuenta dos caminos hacia el Leviatán, a través de un pacto o de una adquisición, en la práctica la creación de un Estado a menudo la encabezan varios constructores del Estado —individuos o grupos, como Solón, Clístenes o los federalistas, con la determinación necesaria y un plan para crear una autoridad centralizada— que fundan un protoestado o aumentan el poder de un Estado incipiente. Hobbes hubiera apreciado la idea de Leviatán que quisieron construir los federalistas (pero los Artículos de la Confederación no lo permitieron).

Los federalistas también eran conscientes de lo que llamamos el problema de Gilgamesh: comprendieron que dar demasiado poder al Estado federal implicaba riesgos. En primer lugar, podía ser tan poderoso que empezara a abusar de la sociedad, mostrando su cara temible. En un famoso pasaje de los artículos federalistas, una serie de panfletos que Madison escribió con Hamilton y John Jay para animar a la gente a ratificar la Constitución, éste señaló:51

Al plantear un gobierno que los hombres han de administrar para los hombres, la gran dificultad reside en lo siguiente: primero se debe permitir que el gobierno controle a los gobernados; y luego obligarle a que se controle a sí mismo.

Aunque hoy día es la declaración de Madison sobre la necesidad de que el Gobierno se controle a sí mismo la que recibe más atención, el énfasis inicial, la importancia crucial de que un Gobierno «controle a los gobernados», pone de relieve el segundo objetivo de los federalistas: la necesidad de limitar la implicación de la gente corriente en la política. En aquel momento, muchos lectores se dieron cuenta de esto y se alarmaron, sobre todo porque el documento que se escribió en Filadelfia carecía de cualquier declaración explícita sobre los derechos de las personas. Tenían razón. Como escribió Madison en una carta privada a Thomas Jefferson poco después de que se redactara la Constitución en 1787:52

Divide et impera, el desaprobado axioma de la tiranía, es, bajo determinadas características, la única política mediante la cual se puede administrar una república con principios justos.

Divide et impera —divide y gobierna— era la estrategia para controlar la democracia. Madison destacó «la necesidad [...] de ampliar los límites del gobierno general [y] de circunscribir de manera más efectiva a los gobiernos estatales». El «gobierno general», que significa el Gobierno federal, se volvió menos democrático a través de recursos como la elección indirecta de los senadores y el presidente. La necesidad de circunscribir «de manera más efectiva a los gobiernos estatales» se fundamentaba en los desórdenes sociales de la década de 1780, en los que se produjeron revueltas y alzamientos de granjeros y deudores, que Madison pensaba que podían poner en peligro todo el proyecto de la independencia estadounidense. De hecho, una razón importante por la que los federalistas estuvieron a favor de la Constitución fue que proporcionaría al Gobierno federal la recaudación de impuestos necesaria para desplegar un ejército permanente. Una consecuencia de esto sería «afirmar la tranquilidad interior», como establece el prólogo de la Constitución. De hecho, la primera actuación del ejército financiado por el Gobierno federal de George Washington tras la ratificación de la Constitución fue dirigirse al oeste desde la capital para reprimir un levantamiento contra los impuestos, la Rebelión del Whisky.

El proyecto de Madison y los federalistas para crear un Estado generó una gran discrepancia en la sociedad estadounidense. La gente temía lo que un Estado más poderoso, y los políticos que lo controlaran, podían hacer sin la protección que proporcionaba una carta de derechos. Incluso en Estados Unidos, la cara temible del Leviatán se ocultaba cerca de la superficie. Varias convenciones estatales se negaron a ratificar la Constitución sin la protección explícita de los derechos individuales. Madison se vio obligado a admitir la necesidad de una carta de derechos para persuadir a su propia convención del estado de Virginia de que apoyara la Constitución. Con posterioridad, se presentó por Virginia al Congreso con un partido a favor de la Carta de Derechos y en agosto de 1789 defendió su necesidad en el Congreso, basándose en que era necesario «conciliar los deseos de la gente». (Pero veremos en breve, y de nuevo en el capítulo 10, que también había otras consideraciones, más siniestras, y que Madison y sus colaboradores acabaron apoyando la esclavitud para que las élites del Sur aceptaran la Constitución, lo cual aseguraría que la Carta de Derechos no protegería a los esclavos ni sería aplicable contra los abusos de los gobiernos estatales.)

La transición de los Artículos de la Confederación a la Constitución revela cuáles son los ingredientes vitales necesarios para que surja un Leviatán encadenado. En primer lugar, en la sociedad debe haber varios individuos o grupos, o constructores del Estado, que impulsen un Estado poderoso, que trabajará para poner fin a la guerra «de todo hombre contra todo hombre», ayudar a resolver los conflictos sociales, proteger a la gente de la dominación y proporcionar servicios públicos (y quizá, también, ocuparse un poco de sus intereses). El papel de este grupo de constructores del Estado —su visión, su habilidad para formar las coaliciones adecuadas que apoyen su empresa y su enorme poder— es crucial. Los federalistas desempeñaron este papel en la fundación del Estado federal de Estados Unidos. Su intención fue crear un auténtico Leviatán, y comprendieron que para la seguridad, la unidad y el éxito económico del nuevo país era vital que existiera un Estado central poderoso con el poder de gravar, el derecho exclusivo a imprimir dinero y la capacidad de establecer una política comercial federal. Además, los federalistas eran lo bastante poderosos como para intentar este proyecto de construcción estatal, dado que, como políticos bien posicionados que eran, ya tenían una autoridad considerable. Consiguieron más poder tras su alianza con George Washington y otros líderes respetados de la guerra de Independencia. Y además eran muy hábiles a la hora de influir en la opinión pública, a través de los medios de comunicación y de sus panfletos brillantemente argumentados (los artículos federalistas).

El segundo pilar del Leviatán encadenado, la movilización social, es incluso más crucial, porque es la esencia del efecto de la Reina Roja. La movilización social se refiere a la implicación en la política del conjunto de la sociedad (en particular, de quienes no son élites), que tanto puede adoptar formas no institucionalizadas como las revueltas, protestas, demandas y la presión general a las élites a través de asociaciones o los medios de comunicación, o como formas institucionalizadas a través de las elecciones y asambleas. Los poderes no institucionalizados e institucionalizados son sinérgicos y se apoyan mutuamente.

El despotismo tiene que ver con la incapacidad de la sociedad para influir en las políticas y actuaciones del Estado. Aunque una Constitución puede especificar elecciones o consultas democráticas, un decreto de este tipo es insuficiente para que el Leviatán sea receptivo, rinda cuentas y esté encadenado, a menos que la sociedad se movilice e implique activamente en la política. De modo que el alcance de una Constitución depende de la capacidad de la gente corriente para defenderla y para reclamar lo que se le prometió, si es necesario a través de medios no institucionales. A su vez, las provisiones constitucionales son importantes, porque conceden una previsibilidad y consistencia al poder de la sociedad y porque además consagran el derecho de la sociedad a permanecer implicada en la política.

El poder de la sociedad se basa en la capacidad de las personas para resolver su problema de «acción colectiva» e implicarse en la política, para bloquear aquellos cambios a los que se oponen e imponer sus deseos en las principales decisiones sociales y políticas. El problema de acción colectiva se refiere al hecho de que incluso cuando a un grupo de personas tal vez le interese organizarse para participar en la actividad política, cada miembro del grupo puede «aprovecharse» y dedicarse a sus asuntos sin ejercer el esfuerzo necesario para proteger los intereses del grupo o hasta ignorar lo que sucede. Los medios para ejercer el poder no institucionalizados son impredecibles porque no proporcionan una forma fiable de resolver el problema de acción colectiva, mientras que el poder institucionalizado puede ser más sistemático y predecible. Así, las Constituciones pueden permitir que la sociedad ejerza su poder de una manera más coherente. En los años previos a la redacción de la Constitución, fue crucial que la sociedad estadounidense tuviera ambas fuentes de poder.

Su poder no institucionalizado estaba arraigado en la lucha popular durante la guerra contra los británicos. Thomas Jefferson captó la esencia de esta movilización cuando en 1787 escribió:53

No quiera Dios que debamos pasar veinte años sin esta rebelión [...]. ¿Qué país puede preservar sus libertades si a sus gobernantes no se les advierte de vez en cuando que su pueblo conserva el espíritu de resistencia? Dejemos que tome las armas.

Gracias a los Artículos de la Confederación, la sociedad estadounidense también tenía medios institucionales para impedir el proyecto de creación estatal de los federalistas, por ejemplo, al negarse a ratificar la Constitución en las asambleas legislativas estatales. Estas limitaciones institucionales no terminaron con la ratificación, ya que, de acuerdo con la Constitución, la asamblea legislativa continuaba ejerciendo un control poderoso sobre el ejecutivo y el poder federal.

El grado de movilización popular y la medida en que la sociedad estaba bien organizada ya habían desempeñado un papel central en la guerra de Independencia, que había sido avivada por el resentimiento de la gente corriente hacia las políticas británicas. Fueron estos mismos rasgos de la sociedad estadounidense los que llamaron la atención de un joven intelectual francés que recorrió el país medio siglo después, Alexis de Tocqueville. En su obra maestra, La democracia en América, Tocqueville observa que54

América es el país del mundo donde se ha sacado más partido de la asociación y donde se ha aplicado este poderoso medio de acción a una mayor diversidad de objetivos.

De hecho, era un país en el que las personas tendían a agruparse y Tocqueville se maravillaba de «la habilidad extrema con la que los habitantes [...] logran proponer un objetivo común a los esfuerzos de muchos hombres y hacer que voluntariamente lo persigan». Esta tradición de sólida movilización popular dio a la sociedad estadounidense poder para decidir sobre el tipo de Leviatán que se iba a construir. E incluso si Madison, Hamilton y sus aliados hubieran querido construir un Estado más despótico, la sociedad no lo habría acatado. De modo que se persuadió a los federalistas para que introdujeran la Carta de Derechos y otros controles sobre su poder, para así hacer que su proyecto de construcción de Estado fuera aceptable para aquellos que tendrían que «someter sus voluntades» al Leviatán. No estaban muy dispuestos. Hamilton denunció este «exceso de democracia» y propuso que los cargos del presidente y el senado fueran vitalicios, lo cual es comprensible, ya que los federalistas pensaban que controlarían el Leviatán.

Este segundo pilar crucial no sólo impidió inicialmente que el Estado de Estados Unidos emprendiera un camino despótico, sino que generó un equilibrio de poder que aseguró que permaneciera encadenado incluso cuando, con el paso del tiempo, se volvió más poderoso (y más adelante veremos que en algunos aspectos quizá haya sido demasiado efectivo, limitando la capacidad del Estado en los dos siglos posteriores, sobre todo en lo que se refiere a su función de proporcionar protección e igualdad de oportunidades a todos sus ciudadanos). En 1789, el Estado de Estados Unidos era mucho menos poderoso que el que tenemos en la actualidad, casi rudimentario en comparación. Tenía una burocracia muy pequeña y sólo proveía algunos servicios públicos. No podía ni pensar en regular monopolios o proporcionar una red de seguridad social, y no consideraba iguales a todos sus ciudadanos, ciertamente no a los esclavos y a las mujeres, de modo que relajar la jaula de normas que en aquel momento mantenía atrapados a muchos estadounidenses no era definitivamente una de sus prioridades. En la actualidad, esperamos mucho más de un Estado en lo referente a resolución de conflictos, regulación, una red de seguridad social, la provisión de servicios públicos y la protección de la libertad individual frente a todo tipo de amenazas. Que esto pueda ser así es una consecuencia de la Reina Roja. Si en aquel momento toda la sociedad estadounidense hubiera conseguido establecer de manera definitiva unos límites estrictos a lo que debía hacer el Estado, no habríamos logrado muchos de los beneficios (y, por supuesto, tampoco sufrido algunas intransigencias) de nuestro Estado actual. En cambio, el Estado de Estados Unidos ha evolucionado durante los últimos doscientos treinta años y ha modificado sus funciones y su papel en la sociedad. Durante este proceso, se ha vuelto más receptivo a los deseos y necesidades de sus ciudadanos. La razón por la que logró este crecimiento fue que las cadenas de sus tobillos implicaban que la sociedad podía, con cierta cautela, confiar en que incluso si su poder aumentaba, no se volvería por completo irresponsable y mostraría su cara temible. Su naturaleza encadenada también significó que la sociedad podía considerar la cooperación con el Estado. Pero de la misma manera que la sociedad estadounidense de finales del siglo XVIII no confió ciegamente en Madison y Hamilton sin garantías, en general la sociedad no confía ciegamente en aquellos que pretenden aumentar la capacidad y el alcance del Estado. Sólo permitirá que lo hagan si aumenta su propia capacidad para controlar al Estado.

El desarrollo posterior de las relaciones entre el Estado y la sociedad en Estados Unidos durante el siglo XIX evolucionó de la misma forma desordenada e impredecible que caracteriza a la Reina Roja, como vimos en el caso ateniense. Cuando el Estado centralizado se volvió más poderoso y se implicó más en la vida de la gente, la sociedad trató de reafirmar su control. Cuando la sociedad se movilizó más, las élites y las instituciones estatales reaccionaron e intentaron recuperar el control. Aunque observamos esta dinámica en muchos aspectos de la política estadounidense, la mayor fractura se debió a la tensión entre los estados del Norte y del Sur causada por la esclavitud, que había forzado muchos acuerdos desagradables en la Constitución. Esta tensión desembocó en uno de los conflictos más mortíferos del siglo XIX, cuando siete estados del Sur (de los treinta y cuatro que existían en aquel momento) declararon la secesión y formaron los Estados Confederados de América, después de la investidura de Abraham Lincoln en 1861. El Gobierno no reconoció la independencia y el 12 de abril de 1861 estalló la guerra de Secesión entre la Unión y la Confederación.55 En los cuatro años que duró, la guerra destruyó gran parte del sistema de transporte, las infraestructuras y la economía del Sur, y se perdieron hasta 750.000 vidas. El final de la guerra produjo un fuerte cambio en el equilibrio de poder en contra de las élites, en especial de las del Sur, ya que se liberó a los esclavos (con la decimotercera enmienda) y se reconocieron sus derechos civiles (con la decimocuarta enmienda) y su derecho al voto (con la decimoquinta enmienda). Pero estas reacciones no se quedaron aquí. Durante la Reconstrucción, un período que duró hasta 1877, los esclavos liberados y empoderados se incorporaron al sistema económico y político (y participaron con entusiasmo, votando de manera masiva y siendo elegidos para las asambleas legislativas). Pero el período de redención que tuvo lugar después de que las tropas del Norte dejaran el Sur les volvió a privar de sus derechos, dejándolos atrapados en una agricultura con salarios muy bajos y sujetos a una gama de prácticas represivas formales e informales, que incluían asesinatos y linchamientos a manos de las fuerzas del orden locales y del Ku Klux Klan. El péndulo no volvió a oscilar contra las élites y a favor de la parte más desfavorecida de la sociedad sureña hasta que se puso en marcha el movimiento por los derechos civiles a mediados de la década de 1950. (Y, por supuesto, estamos bastante lejos del fin de la historia en lo que respecta a la evolución de la libertad estadounidense.)

Aunque la idea que transmite el relato estándar es que la Constitución de Estados Unidos protege nuestros derechos, no hubo nada hermoso en el proceso que llevó a la protección de esos derechos para la mayoría de los estadounidenses. Debemos esos derechos en la misma medida a la movilización de la sociedad y al documento redactado en Filadelfia en 1787. Está en la naturaleza de la Reina Roja.

¿Jefes? ¿Qué jefes?

De modo que el efecto de la Reina Roja no es algo hermoso, y como veremos más adelante en el libro, todo ese correr está plagado de peligros. Pero cuando funciona, crea las condiciones para el tipo de libertad que han disfrutado los atenienses y los estadounidenses. Pero entonces, ¿por qué tantas sociedades siguen con un Leviatán ausente? ¿Por qué no intentan crear una autoridad centralizada y encadenarla? ¿Por qué no desatar el efecto de la Reina Roja?

Normalmente, los científicos sociales han vinculado el fracaso de la aparición de una autoridad centralizada a la ausencia de algunas condiciones clave que hacen que merezca la pena tener un Estado, como una densidad de población alta y una agricultura o un comercio consolidados. También se ha argumentado que algunas sociedades carecían de los conocimientos necesarios para crear un Estado. De acuerdo con esta opinión, construir instituciones estatales es principalmente un problema de «ingeniería» que consiste en aportar la experiencia y el proyecto institucional correctos. Aunque todos estos aspectos influyen en ciertos contextos, con frecuencia resulta más importante otro factor: el deseo de evitar la cara temible del Leviatán. Si temes al Leviatán, impedirás la acumulación de poder y te opondrás a la jerarquía social y política que es necesaria para crearlo.

Puede observarse un claro ejemplo de este temor que bloquea la aparición del Leviatán en la historia de Nigeria. Lejos de Lagos y las lagunas costeras, se entra en Yorubalandia, el hogar del pueblo yoruba. La A1 se dirige hacia el norte, primero a Ibadán y luego, si se gira hacia el este por la A122, pasa por Ife, el hogar espiritual tradicional de los jefes yoruba, y después, a través de la A123 (que puede verse en el mapa 1 del capítulo anterior), llega a Lokoja, la confluencia de los ríos Níger y Benue. Sir Frederick Lugard, en 1914, nombró como primera capital de la Nigeria colonial a Lokoja. Se supone que es ahí donde su futura esposa, Flora Shaw, acuñó el nombre del futuro país. Más hacia el este, la A233 pasa por debajo del Benue. Cuando llegas a Makurdi, de nuevo en el río, estás definitivamente en Tivlandia.

Los tiv son un grupo étnico organizado en torno a relaciones de parentesco, que carecía de Estado cuando el país fue colonizado.56 Sin embargo, formaban un grupo coherente con un territorio bien definido, grande e incluso en expansión, y una lengua, una cultura y una historia característicos. Sabemos bastante sobre los tiv gracias a la pareja de antropólogos formada por Paul y Laura Bohannan, que los estudiaron a partir de mediados de la década de 1940. Su relato y el de otros investigadores dejan muy claro que el mismo problema que había en Atenas —impedir que los individuos poderosos se volvieran muy dominantes y dieran órdenes a los demás— era una preocupación importante para la sociedad tiv. Pero la manera en que éstos resolvieron el problema fue muy diferente. Lo hicieron a través de normas que les hacían desconfiar del poder y les predisponían a emprender acciones contra quienes desarrollaban su poder. De hecho, esas normas impidieron la aparición de cualquier jerarquía política. En consecuencia, aunque los tiv tenían jefes, éstos poseían poca autoridad indiscutible sobre los demás; su papel principal era la mediación y el arbitraje en la resolución de conflictos, y apoyar el tipo de cooperación que vimos en el caso de los ancianos asante en el capítulo anterior. No existía la posibilidad de que surgiera un gobernante o un gran hombre que estableciera sobre los demás la autoridad suficiente como para imponer su voluntad.

Para entender cómo contuvieron los tiv la creación de una jerarquía política, volvamos a sir Lugard. Quería perfeccionar lo que se llamaría «administración indirecta»,57 un método de gobernar las colonias con la ayuda de las personas locales más importantes y las autoridades políticas indígenas. Pero ¿cómo gobernar un país de esta manera cuando no existían tales autoridades? Cuando Lugard exigió que le llevaran ante sus jefes, los tiv respondieron, «¿Jefes? ¿Qué jefes?». El sistema de administración indirecta ya se había desarrollado en el sur de Nigeria durante la década de 1890, a medida que se extendía la autoridad británica. Allí, los administradores crearon «jefes reconocidos», llamados así porque los británicos daban certificados de reconocimiento a las familias indígenas poderosas a las que nombraban jefes. Después de 1914, Lugard pretendía algo más ambicioso. Sostuvo que «si no hay jefes [...] la primera condición para que exista progreso en una comunidad muy poco cohesionada como la de los igbos o los [...] [tiv] es crear unidades de determinado tamaño que estén bajo jefes progresivos».58

Pero ¿quiénes fueron esos «jefes progresivos»? Lugard y los funcionarios coloniales tuvieron que decidir. Lugard quería jefes progresivos que hicieran cumplir el orden, recaudaran impuestos y organizaran el trabajo para construir carreteras y vías de ferrocarril en Tivlandia. Si los tiv no tenían verdaderos jefes, él los crearía. Y así lo hizo después de 1914, cuando impuso una nueva versión del sistema de jefes reconocidos a los tiv.

Pero los tiv no se habían apuntado a dicho proyecto y no estaban demasiado contentos con el plan de Lugard. En seguida surgieron problemas. Las cosas estallaron en 1929 en la vecina Igbolandia, hogar de otra sociedad sin Estado, la «comunidad muy poco cohesionada» de los igbos. En Tivlandia, en el verano de 1939, la mayor parte de la actividad social y económica estaba parada. Los problemas provenían de un culto llamado nyambua, que podríamos considerar como la venganza de los tiv contra Lugard —quien entonces, ya barón, disfrutaba de un tranquilo retiro en Inglaterra— y contra sus jefes reconocidos. El jefe del culto era un hombre llamado Kokwa, que vendía hechizos para protegerse de las mbatsav o «brujas». Mbatsav viene de la palabra tsav, que significa «poder» en la lengua tiv, en concreto, el poder sobre los demás. El tsav es una sustancia que crece en el corazón de una persona y puede examinarse después de la muerte si se le abre el pecho. Si lo tienes, puedes hacer que los demás hagan lo que tú quieras y matarlos con amuletos. Lo crucial es que, aunque algunas personas tienen tsav de manera natural, puede aumentarse mediante el canibalismo. Como dijo Paul Bohannan:59

Una dieta de carne humana hace que el tsav, y por supuesto el poder, crezcan mucho. Así, los hombres más poderosos, no importa cuánto sean respetados o queridos, nunca son del todo fiables. Son hombres de tsav y ¿quién sabe?

Las personas con tsav pertenecen a una organización, los mbatsav. Mbatsav tiene dos significados: gente poderosa (es el plural de tsav) y, como hemos visto, un grupo de brujas. Estas brujas pueden participar en actividades infames, por ejemplo, robar tumbas o comer cadáveres. Este doble sentido es interesante. Imaginemos que en inglés la palabra políticos significara al mismo tiempo «personas que se presentan a puestos gubernamentales o han sido elegidas y los controlan» y «grupo de brujas organizado para llevar a cabo objetivos infames». (En realidad no es tan mala idea.)

Las personas iniciadas en el culto nyambua recibían una vara de cuero y un espantamoscas. El espantador permitía olfatear el tsav creado por el canibalismo. Entre las fotos del encarte se incluye una tomada por Paul Bohannan que muestra a un adivino tiv con un espantamoscas. En 1939, los espantadores apuntaron a los jefes reconocidos, que fueron acusados de ser brujas, acusación que les despojó de cualquier autoridad y poder que hubieran obtenido de los británicos. ¿Estaban los tiv defendiéndose de los británicos? Sí y no. Si observamos el asunto con detalle, se puede ver que el movimiento no era simplemente antibritánico, era antiautoridad. Como le dijo Akiga, un anciano tiv, al oficial colonial Rupert East en aquel momento:60

Cuando la tierra se ha arruinado debido a un asesinato sin sentido [causado por el tsav], los tiv han adoptado medidas contundentes para vencer a los mbatsav. Estos grandes movimientos han tenido lugar en un período que abarca desde el tiempo de nuestros antepasados al actual.

De hecho, los cultos religiosos como el nyambua formaban parte de un conjunto de normas que habían evolucionado para proteger el statu quo de los tiv, lo que significaba impedir que cualquiera se volviera demasiado poderoso. En la década de 1930, eran los jefes reconocidos quienes se estaban volviendo peligrosamente poderosos, pero en el pasado existieron otros que se habían vuelto orgullosos en exceso. Bohannan señaló cómo

los hombres que habían adquirido demasiado poder [...] fueron eliminados mediante acusaciones de brujería [...]. El nyambua fue uno de una serie de movimientos habituales a los que dio lugar la actividad política de los tiv, con su desconfianza en el poder, de modo que las instituciones más importantes —basadas en un sistema de linaje y el principio de igualitarismo— pueden ser preservadas.

Lo que es realmente significativo en este caso, y recuerda a la preocupación ateniense por la hybris y los individuos poderosos condenados al ostracismo, es la frase «desconfianza en el poder». Hasta ahora hemos hablado del poder o de la capacidad del Estado. Pero el Estado está controlado por un grupo de agentes que incluye a gobernantes, políticos, burócratas y otros actores políticamente influyentes, lo que podría llamarse la «élite política». No puedes tener un Leviatán sin tener una jerarquía política, sin alguien, la élite política o un gobernante, que ejerza poder sobre los demás, dé órdenes y decida quién tiene razón y quién está equivocado en las disputas. La desconfianza en el poder engendra el miedo a esta jerarquía política. Las normas de los tiv no sólo regulaban y controlaban los conflictos; también limitaron seriamente la jerarquía social y política. Dado que refrenar la jerarquía política significa refrenar el poder del Estado, algunas de estas normas, incluidas las acusaciones de brujería, detuvieron al mismo tiempo el desarrollo de la construcción de un Estado.

Una pendiente resbaladiza

La sociedad de los tiv estaba aterrada por la cara temible del Leviatán y la dominación que éste podía conllevar cuando se pusiera en marcha. También tenía normas poderosas que impedían la aparición de una jerarquía política, de modo que los tiv acabaron viviendo con un Leviatán ausente. Pero surgen varios interrogantes. Si la sociedad era tan poderosa y el Estado y las élites tan débiles, ¿por qué a los tiv les aterrorizaba el Leviatán? ¿Por qué no pudieron activar el efecto de la Reina Roja y beneficiarse de las dinámicas que podía proporcionar un Leviatán encadenado? ¿Por qué no fueron capaces de desarrollar el mismo tipo de soluciones para controlar a la jerarquía política que concibieron Solón, Clístenes y otros innovadores institucionales griegos o los padres fundadores estadounidenses?

La respuesta está relacionada con la naturaleza de las normas que impedían la aparición de una jerarquía política. Pero eso también subraya que resulta difícil crear las condiciones necesarias para que se desarrolle un Leviatán encadenado y que existen limitaciones para los diferentes tipos de poder social. A diferencia de la movilización social general y las formas institucionalizadas de poder político, las normas de los tiv, basadas en rituales, prácticas de brujería y creencias vagas contra la jerarquía, no podían ser «ampliadas» fácilmente, no eran el tipo de instituciones y normas que resultaban útiles cuando un grupo dentro de la sociedad se volvía lo bastante poderoso y ejercía su autoridad sobre los demás. De modo que los tiv tenían la capacidad de cortar de raíz la aparición de la desigualdad política, pero no necesariamente la capacidad de controlar el proceso de desarrollo de un Estado una vez estuviera en marcha. Esto hizo que cualquier intento de construcción del Estado fuera una pendiente resbaladiza para los tiv: cuando empiezas a bajar por ese camino, puedes resbalar y acabar en un lugar que no tenías planeado.

Para entenderlo mejor, resulta útil contrastar las herramientas sociales que tenían a su disposición los tiv para controlar la jerarquía política y las que tenían los atenienses y estadounidenses cuando se implicaron en el proceso de construcción de su Estado.

Los estadounidenses tenían en su arsenal al menos dos armas sólidas para combatir a un Leviatán demasiado entusiasta. En primer lugar, habían institucionalizado el poder para controlar al Leviatán, ya que las asambleas legislativas de los estados eran influyentes y no podían dejarse de lado con facilidad, y el Estado federal estaba sujeto a controles electorales y judiciales. En segundo lugar, la sociedad estadounidense estaba movilizada de una forma en la que la sociedad tiv ciertamente no lo estaba. Estados Unidos, en muchos sentidos, era una sociedad de minifundistas que tenían aspiraciones no sólo económicas, sino también políticas. Tenía normas que la hacían reticente a aceptar la autoridad despótica y que hacían que estuviera preparada para estallar en una rebelión (como descubrieron los británicos). Como resultado, incluso si recelaban de un Estado centralizado que estaba adquiriendo poderes mucho mayores de los que hacía una década podían parecer aconsejables, los estadounidenses pensaron que todavía podían impedir que el Estado se volviera un Leviatán despótico.

Los atenienses tuvieron armas similares y las usaron con el mismo resultado. Atenas había salido de la Edad Oscura con una sociedad decidida a refrenar la dominación de las élites y sus privilegios. Su estructura económica facilitó la movilización social. Tras las reformas de Solón, Atenas se había vuelto una sociedad de minifundistas, como las trece colonias estadounidenses, con la movilización que esto generó. También resultó crucial que la sociedad griega de aquella época se volviera más asertiva gracias a los cambios en la tecnología militar. Mientras que durante la Edad del Bronce el metal elegido para las armas era el bronce, en el siglo VIII a. C. el hierro ya lo había sustituido. Las armas de bronce eran caras y, por tanto, un monopolio natural de la élite. Las armas de hierro, en cambio, eran mucho más baratas y, en palabras del arqueólogo Gordon Childe, «democratizaron la guerra». En particular, dieron lugar a los famosos hoplitas, ciudadanos-soldado griegos muy armados que podían luchar contra otras ciudades-Estado y contra los persas, pero también contra las élites demasiado exaltadas. De esa manera, el equilibrio de poder se inclinaba más a favor de la sociedad ateniense que de la élite. Solón, Clístenes y después de ellos otros líderes institucionalizaron esta movilización, lo que dificultó aún más que las élites pudieran usurpar el poder y reafirmar su autoridad con rapidez. En consecuencia, aunque a los atenienses les preocupaba, como a los tiv, que las élites se volvieran demasiado fuertes y dominantes, pensaron que podían refrenarlas con su ley sobre el ostracismo, su armadura de hierro y las elecciones. No estaban equivocados del todo.

No fue así para los tiv. El poder de la sociedad tiv emanaba de sus normas, que estaban dirigidas contra cualquier tipo de jerarquía política. Tales normas son una manera poderosa de preservar el statu quo sin Estado, porque ayudan a resolver el problema de acción colectiva e inducen a las personas a organizarse para reducir a los individuos que intentan volverse dominantes y excesivamente poderosos. No son, sin embargo, tan buenas a la hora de organizar la acción colectiva para otros propósitos, como encadenar a un Leviatán cuando se ha puesto en marcha. En parte, esto se debe a que los tiv, como muchas otras sociedades sin Estado, se organizaban en una serie de linajes familiares agrupados en clanes mayores. Aunque los atenienses tenían las fratrías, éstas eran más flexibles y no se basaban tanto en vínculos genealógicos fuertes, además Clístenes redujo mucho su papel en la política. Por el contrario, en la sociedad tiv el nivel más bajo de agregación era una comunidad familiar amplia conocida como tar, y si alguien tenía autoridad en un tar eran los hombres ancianos. Era una sociedad organizada en vertical mediante un sistema de parentesco, donde el papel de las personas en la vida estaba muy regulado y estipulado. No había muchas oportunidades para que la gente se uniera y formara libremente algún tipo de asociación que pudiera ayudarle a movilizarse y controlar el poder político. Además, la creencia de que cualquier desigualdad tenía su origen en la brujería empezaría a resquebrajarse tan pronto como surgiera una jerarquía que se ganara el respeto. Las relaciones familiares no proporcionaban una base sobre la que la sociedad pudiera deliberar y participar en decisiones colectivas.

Y lo que es peor, en una sociedad basada en el parentesco, lo más probable es que la jerarquía política se formalice en la dominación de un clan sobre los demás, allanando el camino para un tipo de Leviatán que, en última instancia, destruirá cualquier oposición. En efecto, una pendiente resbaladiza. Mejor mantener al Leviatán ausente.

Permanecer ilegible

Muchas sociedades sin Estado, algunas que sobreviven y otras históricas, se parecen a los tiv. Viven sin un Estado o una jerarquía política importante y se protegen diligentemente contra la aparición de una jerarquía usando toda herramienta a su disposición. A menudo, éstas son normas y creencias, como la brujería, que han evolucionado a lo largo de muchas generaciones. Pero ¿tiene esto alguna relevancia para las naciones modernas? Los ciento noventa y cinco países que existen en la actualidad tienen Estado y leyes, y tribunales y fuerzas de seguridad que hacen cumplir esas leyes. ¿Puede el Leviatán ausente de las sociedades sin Estado tener alguna relevancia para ellos? Resulta que la respuesta es sí. Aunque los Estados existan, pueden ser extremadamente débiles y dejar grandes extensiones de sus países en una situación similar a la de las sociedades sin Estado, regidas por normas como las de los tiv, y con frecuencia sumidas en la violencia, como los gebusi de Papúa Nueva Guinea que vimos en el capítulo previo. Más sorprendente es que, a pesar de su aspecto moderno, algunos Estados evitan establecer las instituciones básicas, actuando como un Leviatán ausente excepto por el nombre, por la misma razón que los tiv: porque temen la pendiente resbaladiza. El Estado moderno del Líbano es un ejemplo.

La Constitución de Estados Unidos especifica que en la Cámara de Representantes, la representación debe ser proporcional a la población de cada estado. Para determinar esta población, en los tres años siguientes a la ratificación de la Constitución hubo que realizar un censo que debía actualizarse cada diez años. El primer censo se comenzó en 1790 y desde entonces se ha repetido diligentemente cada década. Hay muchas razones por las que los censos son una buena idea, aparte de ser la base para una distribución justa de la representación en la cámara. Ayudan a que el Gobierno sepa dónde está la gente, de dónde proviene, cómo vive, cuál es su educación y quizá cuáles son sus ingresos o riqueza. Esto es importante para el Estado a la hora de proporcionar servicios, recaudar ingresos e impuestos. En palabras del politólogo James Scott, los censos ayudan a que la sociedad sea «legible» para el Estado, proporcionan la información necesaria para entender, regular, gravar y, si es necesario, coaccionar a la sociedad. Estas actividades parecen tan esenciales para la existencia y la función de un Estado que todos ellos deberían querer que la sociedad fuera legible. La gente también debería querer cierto grado de legibilidad, ya que de lo contrario no recibirá ningún servicio ni estará representada de manera adecuada. A estas alturas, ya puedes ver los fallos de este argumento. ¿Qué ocurre si la sociedad no confía en el Estado? ¿Y si le preocupa el uso inapropiado de la legibilidad? ¿Y si tiene miedo de la pendiente resbaladiza? Esto es exactamente lo que preocupa a los libaneses.61

Mapa 3 Las comunidades del Líbano.

El Líbano fue parte del Imperio otomano hasta la primera guerra mundial y luego, por poco tiempo, una colonia francesa hasta que se independizó en 1943. Desde la independencia, nunca ha llevado a cabo un censo. Se realizó uno en 1932 que se convirtió en la base del Pacto Nacional acordado en 1943, pero no se ha hecho nada más desde entonces. El censo de 1932 descubrió que los cristianos constituían el 51 por ciento de la población, con una ligera ventaja sobre las comunidades musulmanas chií, suní y drusa del Líbano (que se muestran en el mapa 3). El pacto reconocía esta configuración al dividir el poder entre varios grupos. Por ejemplo, el presidente siempre tenía que ser un cristiano maronita, mientras que el primer ministro sería un musulmán suní y el presidente del Parlamento un musulmán chií. La división iba más allá. El vicepresidente del Parlamento y el viceprimer ministro tenían que ser siempre cristianos ortodoxos griegos, mientras el jefe del personal general de las fuerzas armadas sería un musulmán druso. La representación en el Parlamento se fijó en una proporción de seis a cinco a favor de los cristianos frente a los musulmanes; en esta proporción estaban representadas las diferentes comunidades de acuerdo con su porcentaje de la población en el censo de 1932.

Como era previsible, este pacto dio como resultado un Estado increíblemente débil. En el país, el poder no reside en el Estado, sino en las comunidades individuales, como sería esperable con un Leviatán ausente. El Estado no proporciona servicios públicos como atención sanitaria o electricidad, lo hacen las comunidades. El Estado tampoco controla la violencia o la imposición de la ley. Hezbolá, un grupo musulmán chií, tiene su propio ejército, al igual que muchos clanes armados del valle de Bekaa. Cada comité tiene su propia emisora de televisión y su propio equipo de fútbol. En Beirut, por ejemplo, Al Ahed es un equipo chií, mientras Al Ansar es suní. El Safa Sporting Club es druso, mientras que el Racing Beirut es ortodoxo cristiano y el Hikmeh es cristiano maronita.62

En el Estado libanés, el enorme reparto del poder permite que todas las comunidades controlen lo que hacen las demás. Esto da a cada grupo capacidad de veto sobre cualquier cosa que quieran los demás, y lleva a una terrible paralización del Gobierno. Esta paralización tiene consecuencias obvias, como la incapacidad de tomar decisiones, lo cual es importante para los servicios públicos. En julio de 2015 cerró el principal vertedero del país, situado en Naameh. El Gobierno no tenía un plan alternativo y la basura empezó a acumularse en Beirut. En lugar de actuar, el Gobierno no hizo nada. La basura continuó amontonándose.

De hecho, no hacer nada era el estado habitual del Gobierno. El Parlamento no ha votado un presupuesto desde hace casi diez años, dejando que lo redacte el propio Consejo de Ministros. Después de que el primer ministro Najob Mikati dimitiera en 2013, los políticos tardaron un año en ponerse de acuerdo sobre un nuevo gobierno. Sin demasiada prisa, ya que desde que se celebraron las elecciones parlamentarias de junio de 2009 y de 2014, cuando el vertedero se llenó, los ciento veintiocho miembros del Parlamento se reunieron veintiuna veces, cuatro al año más o menos.63 En 2013, los legisladores sólo se reunieron en dos ocasiones y aprobaron dos leyes. Una de ellas consistió en ampliar su mandato dieciocho meses más para permanecer en el poder. Esta estrategia se utilizó un año tras otro y sólo se celebraron unas nuevas elecciones en mayo de 2018. Mientras tanto, el Líbano se enfrentaba a una gran amenaza existencial, ya que un millón de refugiados de la guerra civil en la vecina Siria, el equivalente a casi el 20 por ciento de la población libanesa, entraron en el país. De este modo, un Parlamento elegido para cuatro años, que se abstuvo de emprender cualquier acción que abordara los problemas vitales a los que se enfrentaba su país, acabó «en funciones» durante nueve años. Este «en funciones», por supuesto, es relativo. Después de que los parlamentarios lograran aprobar una ley para programar las elecciones de 2018, un medio de comunicación organizó un concurso a los mejores blogs para conmemorar el evento.64 Uno de los ganadores fue «Bien hecho, caballeros. Han cumplido con su hora de trabajo. Ahora pueden volver a sus vacaciones permanentes». No había prisa por encargarse de la basura.

La situación llegó a ser tan desastrosa, que la gente empezó a organizarse y protestar, y surgió un movimiento que se llamó a sí mismo YouStink («apestas») y usó el problema de las basuras como detonante para pedir un cambio más profundo en el sistema. Pero la sospecha está a la orden del día en el Líbano. Una organización, cualquier organización, es inmediatamente sospechosa de ser la herramienta de una de las otras comunidades que intenta incrementar su poder. Como decía un mensaje desesperado de la organización publicado en Facebook el 25 de agosto de 2015:65

Desde el principio del movimiento #YouStink hemos intentado mordernos la lengua respecto a las acusaciones que recaen sobre nosotros como movimiento [...]. Nuestro movimiento, desde sus inicios, ha sido acusado de ser partidario del Al-Mustaqbal (del Movimiento del Futuro) y de perjudicar los derechos de los cristianos (en el sitio web Tayyar). Luego fuimos acusados de ser partidarios de la Alianza del 8 de marzo y de ir contra el Al-Mustaqbal (de acuerdo con los ministros de El-Machnouk y el Gobierno). En cuanto a los miembros del movimiento, han sido acusados de aceptar sobornos, de ser partidarios de Walid Jumblatt, estar a favor de las embajadas extranjeras, el Movimiento Amal, Hezbolá... Nadie ha quedado a salvo de estas acusaciones, cuyo propósito principal fue y es distorsionar y refutar la idea de tener una alternativa independiente y no sectaria.

Este mensaje ilustra algo que a menudo vemos bajo un Leviatán ausente: una sociedad dividida contra sí misma, incapaz de actuar de manera colectiva y que, de hecho, desconfía profundamente de cualquiera y de cualquier grupo que intente influir en la política.

El comportamiento del Parlamento refleja el hecho de que las comunidades no quieren que se haga nada. Como dice Ghassan Moukheiber, un abogado cristiano del centro del Líbano:

No les gusta que las instituciones como el Parlamento se reúnan con demasiada frecuencia y compitan con ellas por el gobierno del país.

El Estado libanés no es débil porque su gente no se las haya ingeniado para elaborar un diseño adecuado. De hecho, el país tiene una de las poblaciones con más estudios de Oriente Próximo y un sistema universitario bastante moderno. Muchos libaneses estudian en el extranjero en algunas de las mejores instituciones académicas del mundo. No es que no sepan cómo construir un Estado que sea capaz. Más bien, el Estado es débil debido a su diseño, porque las comunidades tienen miedo de la pendiente resbaladiza. Los parlamentarios saben que se supone que no deben hacer mucho, entonces ¿cuál es el incentivo para presentarse? Pueden votar para retrasar las elecciones porque en realidad a nadie le preocupa quién es elegido. En ocasiones, como con el problema de la basura, esto tiene unas consecuencias sociales terribles, pero incluso entonces es difícil lograr que ocurra algo. Nadie quiere dar poder al Parlamento, no confían en él, y tampoco les gusta el activismo social. Nunca sabes en quién puedes confiar.

El Líbano no es una sociedad sin Estado. Es un Estado moderno de seis millones de personas, miembro de Naciones Unidas y con embajadores en todo el mundo. Pero al igual que los tiv, el poder está en otro lugar. El Líbano tiene un Leviatán ausente.

Entre 1975 y 1989, el país sufrió una feroz guerra civil que enfrentó a sus diferentes comunidades, después de verse desestabilizado por la afluencia de refugiados palestinos procedentes de Jordania. El Acuerdo de Taif de 1989, que puso fin al conflicto, supuso el ajuste del Pacto Nacional, al pasar a dividir el Parlamento al 50 por ciento entre cristianos y musulmanes, y aumentar la representación de los chiís. Pero también debilitó el poder presidencial.

¿Representó mejor a las comunidades esta división al 50 por ciento que la relación de seis a cinco adoptada en la Constitución de 1943? Es probable, pero nadie sabe realmente cuál es la población de las diferentes comunidades, y nadie quiere saberlo. La sociedad quiere permanecer ilegible para un Estado que teme pueda verse capturado por los demás, y para asegurarse contra esta posibilidad se cerciora de que el Leviatán continúe dormido. La basura se amontona.

El pasillo estrecho

Este libro trata sobre la libertad. Ésta depende de los diferentes tipos de leviatanes y de su evolución. Así, una sociedad podrá vivir sin un Estado efectivo, tolerará uno despótico o logrará forjar un equilibrio de poder que abra el camino para el surgimiento de un Leviatán encadenado y el gradual florecimiento de la libertad.

A diferencia de la visión de Hobbes en la que la sociedad somete su voluntad al Leviatán, que gran parte de las ciencias sociales y el orden mundial moderno dan por sentado, para nuestra teoría resulta fundamental considerar que a los leviatanes no siempre se les da la bienvenida con los brazos abiertos y que su camino es, como poco, pedregoso. En muchos casos, la sociedad se resistirá a su dominio y lo hará con éxito, como hicieron los tiv y aún hacen los libaneses. El resultado de esta resistencia es la falta de libertad.

Cuando esta resistencia se desmorona, se puede acabar con un Leviatán despótico, que se parece mucho al monstruo marino que imaginó Hobbes. Pero este Leviatán, aunque previene la guerra, no hace que la vida de sus súbditos sea necesariamente mucho mejor que la existencia «desagradable, brutal y corta» de la gente que vive bajo el Leviatán ausente. Ni sus súbditos realmente «someten sus voluntades» al Leviatán, no más de lo que los europeos del Este que cantaban en la calle la Internacional antes del colapso del Muro de Berlín sometieron realmente sus voluntades a la Rusia soviética. Las implicaciones para los ciudadanos difieren en algunos aspectos, pero no hay todavía libertad.

Un tipo muy diferente de Leviatán, el encadenado, surge cuando existe un equilibrio entre su poder y la capacidad de la sociedad para controlarlo. Es el Leviatán que puede resolver conflictos de manera justa, proporciona servicios públicos y oportunidades económicas, e impide la dominación al establecer los fundamentos básicos para la libertad. Es el Leviatán en el que la gente confía, ya que cree que puede controlarlo, con el que coopera y al que le permite aumentar su capacidad. Es el Leviatán que además promueve la libertad, al romper varias jaulas de normas que regulan con severidad el comportamiento de la sociedad. Pero en un sentido esencial, no es un Leviatán hobbesiano. Su rasgo característico son sus cadenas: no ejerce sobre la sociedad la dominación del monstruo marino de Hobbes, no tiene la capacidad de ignorar o silenciar a las personas cuando éstas intentan influir en la toma de decisiones políticas. Permanece al lado de la sociedad y no por encima de ella.

El siguiente gráfico resume estas ideas y las fuerzas que conforman la evolución de los diferentes tipos de Estado en nuestra teoría. Para centrarnos en sus principales nociones, simplificamos varios aspectos y reducimos todo a dos variables. La primera es en qué medida una sociedad es poderosa por lo que respecta a sus normas, costumbres e instituciones, sobre todo cuando se trata de actuar de manera colectiva, coordinar sus acciones y limitar la jerarquía política. Esta variable, que se muestra en el eje horizontal, combina, por tanto, la movilización general de la sociedad, su poder institucional y su capacidad para controlar la jerarquía mediante normas, como se hacía entre los tiv. La segunda es el poder del Estado. Esta variable se muestra en el eje vertical e igualmente combina varios aspectos, que incluyen el poder de las élites económicas y políticas, y la capacidad y el poder de las instituciones del Estado. Por supuesto, ignorar los conflictos dentro de la sociedad supone una enorme simplificación, al igual que ignorar los conflictos dentro de la élite y entre la élite y las instituciones del Estado. Sin embargo, en cierto sentido incorporamos estos conflictos en nuestra definición de debilidad y fortaleza, y estas simplificaciones nos permiten subrayar varios elementos importantes e implicaciones novedosas de nuestra teoría. Iremos más allá de estas simplificaciones y más adelante discutiremos el cuadro, más complejo, que surge sin ellas.

Figura 1 La evolución de los leviatanes despótico, encadenado y ausente.

La mayoría de los sistemas de gobierno premodernos empiezan en algún lugar cerca de la parte inferior izquierda, sin Estados ni sociedades poderosos. Las flechas que salen de esta parte inferior izquierda trazan las trayectorias divergentes del desarrollo del Estado, la sociedad y sus relaciones en el tiempo. Una trayectoria típica que se muestra en el gráfico, y que se aproxima a nuestro análisis de los tiv o el Líbano, empieza con una sociedad más poderosa que el Estado, que puede impedir la aparición de instituciones estatales centralizadas y poderosas. Esto da como resultado una situación en la que el Leviatán se encuentra en gran medida ausente, porque en un principio el Estado y las élites son demasiado débiles en comparación con las normas que la sociedad ha desarrollado contra la jerarquía política. El temor a la pendiente resbaladiza implica que, cuando sea posible, la sociedad intentará debilitar el poder de las élites y reducir la jerarquía política, de modo que el poder de las entidades parecidas a los Estados se reduce aún más, y el Leviatán ausente se establece si cabe con más firmeza. Que la sociedad tenga un poder mayor que el Estado también explica por qué la jaula de normas es tan influyente en este caso: sin formas institucionales para resolver y regular los conflictos, las normas asumen todo tipo de funciones, pero en ese proceso también crean sus propias desigualdades sociales y varios tipos de condiciones opresivas para los individuos.

En el otro lado, donde el nivel inicial de poder del Estado y las élites es mayor que el poder de la sociedad, observamos una flecha que se aproxima a nuestro primer análisis de la experiencia china, en el que la configuración favorece la aparición del Leviatán despótico. En este caso, las flechas se dirigen hacia niveles aún mayores de poder estatal. Mientras tanto, el poder de la sociedad se reduce a medida que ésta se da cuenta de que no puede enfrentarse al Estado. Esta tendencia se exacerba cuando el Leviatán despótico debilita a la sociedad para poder seguir sin cadenas. En consecuencia, con el tiempo, el Leviatán despótico se vuelve abrumadoramente poderoso en comparación con una sociedad sumisa, y es menos probable un cambio en el equilibrio de poder que, en última instancia, conduzca al encadenamiento del Leviatán.

Pero el gráfico también muestra que podemos tener Estados capaces correspondidos por sociedades capaces. Esto sucede en el pasillo estrecho del centro, donde se observa la aparición del Leviatán encadenado. Es precisamente en este pasillo donde el efecto de la Reina Roja resulta operativo, y la lucha entre el Estado y la sociedad puede contribuir al fortalecimiento de ambos y puede, de manera algo milagrosa, ayudar a mantener el equilibrio entre los dos.

De hecho, la Reina Roja —la carrera entre el Estado y la sociedad— logra algo más que hacer a ambos más capaces. También reconfigura la naturaleza de las instituciones y consigue que el Leviatán sea más responsable y receptivo a los ciudadanos. En este proceso, transforma además la vida de las personas, no sólo porque las libre de la dominación de los Estados y las élites, sino porque relaja e incluso rompe la jaula de normas, haciendo avanzar la libertad individual y permitiendo una participación popular más efectiva en la política. En consecuencia, sólo en este pasillo surge y se desarrolla la verdadera libertad, libre de dominaciones políticas, económicas y sociales. Fuera del pasillo, la libertad se encuentra reprimida, ya sea por la ausencia del Leviatán o por su despotismo.

Pero es importante reconocer la naturaleza precaria del efecto de la Reina Roja. En ese proceso de reacción y contrarreacción, una parte puede adelantar a la otra y echarnos del pasillo. El efecto de la Reina Roja requiere que la rivalidad entre Estado y sociedad, entre élites y no élites, no sea por completo de suma cero, con cada bando intentando destruir y desposeer al otro. Es crucial, pues, que en esa rivalidad exista cierto espacio para el acuerdo, para el entendimiento de que tras cada reacción se producirá una contrarreacción. En el capítulo 13 veremos que a veces un proceso de polarización puede convertir el efecto de la Reina Roja en un asunto de suma cero, lo que hace que aumente la probabilidad de que se pierda el control del proceso.

Otra característica destacable de este gráfico es que en la esquina inferior izquierda, donde tanto el Estado como la sociedad son muy débiles, no hay pasillo. Esto representa un aspecto importante de nuestro análisis de los tiv. Recordemos que los tiv no tienen normas e instituciones capaces de controlar la jerarquía política una vez ésta ha surgido, y ésa era la razón por la que estaban tan dispuestos a erradicar cualquier rastro de jerarquía política; la elección no era entre un Leviatán encadenado o ausente, sino entre el despotismo y la carencia absoluta de Estado. Es una característica general aplicable a muchos casos donde tanto el Estado como la sociedad son débiles, que subraya que entrar en el pasillo sólo es factible cuando las dos partes en la lucha han desarrollado algunas capacidades rudimentarias y existen algunos prerrequisitos institucionales básicos para que haya un equilibrio de poder.

La prueba del algodón

Una teoría resulta mucho más útil cuando proporciona nuevas formas de pensar sobre el mundo. Consideremos algunas ideas que se deducen de la teoría que acabamos de presentar. En el capítulo 1 empezamos preguntándonos hacia dónde se dirige el mundo. ¿A una versión idílica de la democracia occidental sin rivales? ¿A la anarquía? ¿O a una dictadura digital? Desde la perspectiva de nuestra teoría, cada una de estas opciones se parece a una de las trayectorias descritas en la figura 1. Pero lo que aclara nuestra teoría es que no debería presumirse que todos los países van a seguir el mismo camino. No hay que esperar una convergencia, sino diversidad. Es más, en realidad los países no tienen por qué poder hacer una transición sin interrupciones de un camino al otro. Hay una gran «dependencia del camino». Cuando ya estás en la órbita del Leviatán despótico, el Estado y las élites que controlan las instituciones estatales se vuelven más fuertes, y la sociedad y las normas que deberían controlar al Estado se vuelven más débiles. Veamos el ejemplo de China. Muchos legisladores y comentaristas han seguido prediciendo que a medida que se enriqueciera e integrara en el orden económico global, China se volvería más parecida a una democracia occidental. Pero en la figura 1 la trayectoria del Leviatán despótico no converge hacia el pasillo con el paso del tiempo. En el capítulo 7 veremos la larga historia que ha conformado la dominación del Estado chino sobre su sociedad, y cómo esas relaciones se reproducen mediante las acciones específicas que adoptan los líderes y las élites con el objetivo de debilitar a la sociedad, para que no pueda desafiar y limitar al Estado. Esta historia hace que la transición hacia el pasillo sea mucho más difícil.

Sin embargo, que la historia sea significativa no implica que sea un destino irrevocable. De ahí surge una segunda implicación importante de nuestra teoría. Hay muchas posibilidades de intervención, es decir, que las acciones de los líderes, las élites y los emprendedores políticos pueden facilitar la acción colectiva y formar nuevas coaliciones que reconfiguren la trayectoria de la sociedad. Por eso la dependencia del camino coexiste con transiciones ocasionales de un tipo de trayectoria a otra. Esta coexistencia se da sobre todo en las sociedades que se encuentran en el pasillo, porque el equilibrio entre el Estado y la sociedad es frágil y puede romperse con facilidad si la sociedad deja de vigilar o el Estado permite que sus capacidades se atrofien.

Una tercera implicación relacionada tiene que ver con la naturaleza de la libertad. A diferencia de la opinión que enfatiza las virtudes y el desarrollo incesante de las instituciones occidentales o los diseños constitucionales, en nuestra teoría la libertad surge de un proceso desordenado que no puede planearse con facilidad. La libertad no se puede planificar y su destino no puede garantizarse con un sistema inteligente de controles y contrapesos. La movilización, la vigilancia y la asertividad de la sociedad son necesarias para que funcione. ¡Necesitamos que todo eso siga funcionando, que no se pare!

Recordemos del prefacio que la estrategia de limitar a Gilgamesh con controles y contrapesos, a través de Enkidu, su doppelgänger, no funcionó en Uruk. No sucede de diferente manera en la mayoría de los demás lugares, incluido Estados Unidos, aunque los controles y contrapesos que introdujo la Constitución se destaquen a menudo como el pilar de la libertad estadounidense. En 1787, James Madison y sus colaboradores llegaron a Filadelfia y juntaron el programa de la asamblea constitucional con el Plan de Virginia, que se convirtió en la base de la Constitución. Pero la arquitectura institucional del nuevo país resultó ser diferente a la del Plan de Virginia porque la sociedad (o una parte de ella) no confiaba plenamente en los federalistas y quería tener una mayor protección de su libertad. Como hemos visto, Madison tuvo que admitir la Carta de Derechos. Fueron la participación y la asertividad de la sociedad las que garantizaron la protección de los derechos en la fundación de la República de Estados Unidos.

Una cuarta implicación de nuestra teoría es que el pasillo tiene muchas puertas y en su interior hay una gran variedad de sociedades. Basta pensar en todas las maneras que tiene un país para entrar en el pasillo. De hecho, crear las condiciones para que exista libertad es un proceso con muchas facetas, que implica el control de los conflictos y la violencia, la ruptura de la jaula de normas y el encadenamiento del poder y el despotismo de las instituciones estatales. Por eso la libertad no surge en el momento en que una nación entra en el pasillo, si no que evoluciona de manera gradual con el tiempo. Algunas recorrerán el pasillo durante mucho tiempo sin controlar plenamente la violencia, otras harán progresos limitados en la relajación de la jaula de normas y para otras combatir el despotismo y lograr que el Estado escuche a la sociedad será un trabajo en desarrollo. Las condiciones históricas y las coaliciones que determinan cómo llega una sociedad al pasillo también influyen en los acuerdos que se alcanzan dentro de él, a menudo con consecuencias importantes y duraderas.

La Constitución de Estados Unidos también ejemplifica este punto. La Carta de Derechos no fue la única concesión que resultó necesaria para su ratificación. El tema de los derechos de los estados fue una prueba decisiva para las élites del Sur, empecinadas en proteger la esclavitud y sus bienes. Con este fin, los fundadores aceptaron que la Carta de Derechos se aplicara únicamente a la legislación federal, no a la de los estados. Este «principio» dio rienda suelta a todo tipo de abusos a escala estatal, en especial contra los estadounidenses negros. La propia Constitución consagró esta grave violación de la libertad de una gran parte de su población. Lo hizo con la cláusula que aceptaba contar a los esclavos como las tres quintas partes de una persona libre a la hora de determinar la representación de un estado en el Congreso. La discriminación no sólo formó parte de la esencia de la Constitución, también la forjaron las normas que estaban profundamente arraigadas en muchas partes del país. La forma en que Estados Unidos se estableció en el pasillo y lo recorrió supuso que el Gobierno federal no intentara debilitar en el Sur estas normas ni sus fundamentos institucionales. De modo que una fuerte discriminación y la dominación de los estadounidenses negros persistieron mucho después de la guerra de Secesión y del fin de la esclavitud en 1865.

Una de las indignantes manifestaciones de estas normas discriminatorias fue la existencia de las «ciudades del atardecer», localidades donde la gente negra (y a veces los mexicanos y los judíos) no podía dejarse ver después del atardecer. Estados Unidos es el país del coche, donde la gente disfruta haciendo la «Ruta 66». Pero no todo el mundo podía disfrutarla. En 1930, en cuarenta y cuatro de los ochenta y nueve condados que atraviesan la Ruta 66 había «ciudades del atardecer».66 ¿Qué ocurría si querías comer en algún sitio o quizá ir al aseo y sólo eran para blancos? Incluso las máquinas de Coca-Cola tenían impreso «Sólo para clientes blancos». Imagina el dilema de un conductor negro. La situación era tan mala que en 1936 Victor Green, un cartero postal afroamericano de Harlem, en Nueva York, se sintió obligado a publicar una guía titulada Negro Motorist Green Book, que facilitaba instrucciones detalladas para los motoristas negros acerca de dónde se les permitía estar después del anochecer o podían ir al aseo (la última edición es de 1966). De modo que la experiencia estadounidense muestra las profundas implicaciones que tiene la manera en que una sociedad entra en el pasillo. En el capítulo 10 veremos que esto tiene consecuencias no sólo para el alcance de la libertad, sino para muchas elecciones sociales y medidas políticas con trascendentales implicaciones globales.

La quinta, y sorprendente, implicación de nuestra teoría afecta al desarrollo de la capacidad del Estado. En la figura 1, la flecha que se encuentra dentro del pasillo se dirige hacia un nivel de capacidad estatal mayor que el que logra el Leviatán despótico. Esto se debe a que es la lucha entre el Estado y la sociedad la que favorece una capacidad mayor del Estado. Esta idea es contraria a muchos argumentos aceptados en las ciencias sociales y los debates políticos, en especial sobre el papel crucial de los líderes fuertes, que sostienen que el control completo de la seguridad y unas fuerzas armadas poderosas son necesarias para desarrollar la capacidad del Estado. Es esta creencia la que hace que muchas personas defiendan que China puede ser un buen modelo a seguir para otros países en desarrollo (y quizá incluso desarrollados), porque la falta de cuestionamiento a la dominación del Partido Comunista permite a su Estado tener una gran capacidad. Pero si observamos con detalle, veremos que el Leviatán chino, despótico como es, posee menos capacidad que un Leviatán encadenado como el de Estados Unidos o los países escandinavos. Esto se debe a que China no tiene una sociedad sólida que lo presione, coopere con él o cuestione su poder. Sin este equilibrio de poder entre el Estado y la sociedad, el efecto de la Reina Roja no entra en juego y el Leviatán acaba teniendo menos capacidad.

Para ver las limitaciones de la capacidad del Estado chino, basta con echarle un vistazo a su sistema educativo. La educación es una prioridad para muchos Estados, y no sólo porque un país tendrá más éxito si su mano de obra está cualificada. También porque la educación es una manera efectiva de inculcar a los ciudadanos la clase de creencias adecuada. De modo que podría esperarse que un Estado con una capacidad significativa estuviera en condiciones de proporcionar una educación meritocrática, de calidad y asequible, y de movilizar a sus funcionarios para trabajar con ese objetivo. Pero la realidad es bastante diferente. En el sistema educativo chino todo está en venta, incluidos los asientos delanteros más cercanos a la pizarra o el puesto de bedel.

Cuando Zhao Hua67 fue a matricular a su hija en una escuela de primaria de Pekín, fue recibida por funcionarios del comité de educación del distrito que tenían preparada una lista que indicaba cuánto debía pagar cada familia. Los funcionarios no esperaban en la escuela, sino en un banco en el que Zhao tuvo que depositar 4.800 dólares para hacer la matrícula. Las escuelas son gratuitas, de modo que esas «tasas» son ilegales y el Gobierno las ha prohibido en cinco ocasiones desde 2005 (y resulta muy elocuente que tuvieran que ser prohibidas cinco veces). En otro instituto de élite de Pekín, los estudiantes reciben un punto adicional por cada contribución de 4.800 dólares que sus padres hagan a la escuela. Si quieres que tu hijo entre en una de las mejores escuelas, como la asociada a la prestigiosa Universidad de Renmin, en Pekín, el soborno puede llegar a los 130.000 dólares. Los profesores también esperan regalos, muchos regalos. Los medios de comunicación chinos dicen que hoy día esperan recibir relojes de diseño, tés caros, tarjetas regalo e incluso vacaciones. Los profesores más agresivos aceptan tarjetas de débito vinculadas a cuentas bancarias en las que pueden hacerse nuevos ingresos durante el año. En una entrevista con The New York Times, una empresaria de Pekín lo resumió así: «Si tú no das un buen regalo y los otros padres sí lo hacen, el temor es que el profesor preste menos atención a tu hijo».

¿Cómo pueden ser tan sobornables los funcionarios públicos? ¿Acaso no es China la cuna de la primera burocracia estatal meritocrática del mundo? Sí y no. Como veremos en el capítulo 7, China tiene un largo historial de burocracia compleja y capaz, pero tiene un historial igualmente largo de corrupción generalizada en la que muchos puestos se dan a quienes tienen contactos políticos o se subastan al mejor postor. Esa historia continúa en la actualidad. En 2015, una encuesta realizada a 3.671 funcionarios del Partido Comunista reveló que dos tercios de ellos pensaban que era la «lealtad política», y no los méritos, el criterio más importante para conseguir un empleo en el Gobierno. Una vez te has rodeado de personas leales, puedes dedicarte a extorsionar a empresarios y ciudadanos. También puedes hacer que los subordinados sean obedientes si vendes los empleos gubernamentales. El politólogo Minxin Pei analizó una muestra de cincuenta casos judiciales de funcionarios del Partido Comunista que habían sido declarados culpables de corrupción entre 2001 y 2013. De media, cada uno había vendido por dinero cuarenta y un puestos de trabajo. En la parte inferior de la escala se encontraban los jefes de condado, como Zhang Guiyi y Xu Shexin, del condado de Wuhe, en la provincia de Anhui. Zhang vendió once puestos por un precio medio de 12.000 yuanes, unos míseros 1.500 dólares. Xu vendió cincuenta y ocho puestos por más de 2.000 dólares de media cada uno. Pero en la parte superior de la escala de poder, por ejemplo en las prefecturas, los empleos se vendieron por mucho más, y algunos funcionarios obtuvieron más de 60.000 dólares por puesto. En la muestra de Pei, el funcionario corrupto medio ganó unos 170.000 dólares por la venta de puestos de trabajo.

Personas como Zhang y Xu son, por supuesto, casos insignificantes. Cuando Liu Zhijun, el ministro de Ferrocarriles, fue arrestado en 2011, los cargos incluían la posesión de trescientos cincuenta apartamentos a su nombre y más de 100 millones de dólares en efectivo. Esto se debía, en gran medida, a que el sistema ferroviario de alta velocidad de China había supuesto una oportunidad única para la corrupción, al igual que lo supusieron la mayor parte de los demás aspectos de la expansión económica china. Aunque Liu cayó en desgracia, la mayoría no lo hace. En 2012, ciento sesenta de las mil personas más ricas de China eran miembros del Congreso del Partido Comunista. Su valor neto era de 221.000 millones de dólares, unas veinte veces el valor neto de los 660 funcionarios de mayor rango que trabajan en las tres ramas del Gobierno de Estados Unidos, un país cuya renta per cápita es más de setenta veces superior a la de China. Esto no debería ser una completa sorpresa. Controlar la corrupción, tanto en la burocracia como en el sistema educativo, requiere la cooperación de la sociedad. El Estado debe poder confiar en que la gente le informará con veracidad y la gente debe poder confiar en las instituciones estatales para arriesgarse a compartir su información. Eso no sucede bajo la severa mirada del Leviatán despótico.

Podría pensarse que se trata en esencia de un problema de corrupción. ¿Podría suceder que en China, a pesar de la alta capacidad del Estado, la corrupción sea tolerada? Esa interpretación la desmienten no sólo los constantes intentos (de moderado éxito) del Estado chino por controlar la corrupción, sino el hecho de que incluso más allá de la corrupción, al Leviatán chino no le resultan fáciles las funciones rutinarias del Estado. Como hemos mencionado cuando analizábamos el Líbano, hacer que la sociedad sea legible parece un objetivo primordial para cualquier Estado que se precie. Lo cual es doblemente cierto cuando se trata de hacer que la economía sea legible. De hecho, puesto que el crecimiento económico es fundamental para que el Partido Comunista justifique su posición dominante en China, comprender y medir con precisión la actividad económica debería ser un objetivo clave. Pero la legibilidad, al igual que el control de la corrupción, requiere la cooperación de la sociedad. Cuando la cooperación se niega, surgen los problemas; ¿buscarán los negocios cobijo en el sector informal y clandestino? ¿Le ocultarán información los individuos a un Estado en el que no confían? ¿Manipularán los burócratas los datos para sacar ventaja? La respuesta a estas tres preguntas es afirmativa, sobre todo en China. Por eso allí nadie parece confiar en las estadísticas de la renta nacional, ni siquiera el antiguo primer ministro Li Keqiang, quien en 2007, antes de ser ascendido al cargo, describió las cifras del PIB del país como «amañadas y poco fiables».68 Sugirió evitar las estadísticas oficiales y considerar el consumo eléctrico, el volumen de las mercancías ferroviarias y los préstamos bancarios como indicadores más precisos del funcionamiento de la economía. Para la capacidad que tiene el Estado chino, hacer que su economía sea legible es demasiado complicado.

Encadenar al Leviatán: confiar y verificar

El Leviatán encadenado parece exactamente el tipo de Estado con el que deberíamos soñar y uno en el que poder confiar. Pero para que sea un Leviatán encadenado, esta confianza debe tener límites. Después de todo, encadenado o no, el despotismo y la doble cara de Jano están en su ADN.

Esto significa que vivir con el Leviatán es un trabajo complicado, en particular porque tiene una tendencia natural a volverse más poderoso con el paso del tiempo. El Leviatán, en sí mismo, no es un agente. Cuando hablamos de él, normalmente nos referimos a las élites políticas, como los gobernantes, los políticos o los líderes que lo controlan, y en ocasiones a las élites económicas que ejercen una influencia desproporcionada sobre él. La mayoría de estas élites, así como muchos de los que trabajan para el Leviatán, tienen interés en que el poder del Leviatán se amplíe. Pensemos en los burócratas que trabajan sin descanso para proporcionarte servicios públicos o regular la actividad económica con el fin de que no te veas dominado por un monopolio o prácticas crediticias abusivas. ¿Por qué no habrían de querer que su autoridad y poder se ampliaran? Pensemos en los políticos que gobiernan al Leviatán. ¿Por qué no habrían de desear que su monstruo marino se volviera aún más capaz y dominante? Es más, cuanto más complejas se vuelven nuestras vidas, más necesarios son la resolución de conflictos, la regulación, los servicios públicos y la protección de nuestras libertades. Y, sin embargo, cuanto más capaz se vuelve el Leviatán, más difícil resulta controlarlo. De modo que la sociedad —es decir, la gente corriente, todos nosotros y nuestras organizaciones y asociaciones— debe volverse más poderosa para controlarlo. Es el efecto de la Reina Roja en acción.

Pero la Reina Roja implica más cosas. Como hemos visto, la cooperación con una sociedad poderosa puede aumentar mucho la capacidad del Estado. Una vez que el Leviatán está encadenado, la sociedad puede decidir darle una correa larga y permitir que aumente su alcance para que el Estado utilice su capacidad para hacer lo que sus ciudadanos quieren y necesitan. Es una estrategia de «confiar y verificar»: confiar en el Estado para que adquiera más poderes, pero al mismo tiempo aumentar el control sobre él. Cuando funciona, como hasta cierto punto lo ha hecho en Estados Unidos y Europa occidental, el resultado es un proceso continuado en el que tanto el Estado como la sociedad se vuelven más poderosos y crecen de una manera equilibrada, de modo que ninguno domina al otro. Cuando este delicado equilibrio funciona, el Leviatán encadenado no sólo acaba con la guerra, sino que se convierte en un instrumento para el desarrollo político y social de la sociedad, el florecimiento del compromiso cívico, las instituciones y las capacidades, el desmantelamiento de la jaula de normas y la prosperidad económica. Pero sólo si logramos mantenerlo encadenado. Sólo si conseguimos impedir que el desordenado efecto de la Reina Roja pierda el control. No es una tarea sencilla.

Antes de encomendarnos al Leviatán encadenado, es útil comprender cómo y por qué surgen los Estados, cómo abordan los conflictos de la sociedad y cómo transforman las condiciones económicas de las sociedades bajo el Leviatán ausente. Ahí es donde empezamos en el siguiente capítulo.