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Estamos de vuelta en Boston y ha pasado una semana desde que Wendy y yo fuimos tiroteados. Después de tres días de miedo, temiendo que Wendy no despertara nunca, finalmente lo hizo, y entonces descubrió que había perdido un bebé que no sabía que esperaba.

Doy las gracias al cielo por eso. No es que no sientan la pérdida, pero al menos no habían tenido tiempo de encariñarse con el nuevo ser. Y la idea de volver a ser padres les da esperanzas para el futuro.

Es curioso. Cuando nos enfrentamos a una pérdida, podemos tomar una de dos opciones: una es no aceptar nunca lo sucedido, no curarse nunca ni encontrar el valor para seguir avanzando y aceptar lo ocurrido como lo que es: una pérdida. Si la persona opta por este camino, vive en un círculo infernal de dolor, ya que revive la pérdida a cada momento, todos los días, sin soltarla nunca. Para mí, eso no sirve de nada ni ayuda a la persona perdida.

Pero hay otro camino: el de la aceptación. Aceptar el dolor de la pérdida y dejar que te guíe hacia delante. Eso te hace más fuerte, te empuja a vivir el momento y a dejar el pasado atrás.

Lo de dejar el pasado atrás es más fácil de decir que de hacer. Es un desafío al que la persona se enfrenta todos los días. Todos hemos perdido algo que queríamos, todos hemos sobrevivido a alguna tragedia. La clave está en recoger los trozos rotos de tu corazón, buscar tu fuerza, y seguir adelante.

Un paso detrás de otro.

Un día detrás de otro.

Vivir siempre el momento.

Diariamente tengo miedo de que llegue un correo electrónico del gobierno, o de que un militar se plante en la puerta de mis padres y los informe de que mi hermano Paul ha muerto en combate. Cada vez que pienso en ello, me estremezco y siento una opresión en el pecho. Mi hermano es un héroe para mí. Arriesga su vida para proteger la libertad y luchar contra la tiranía en cualquier parte del mundo. No saber cómo está en todo momento es muy duro.

En esta situación, espero que Wendy y Michael logren apoyarse mutuamente para superar la pérdida y salir reforzados de la situación, más unidos como pareja. Una parte de mí está segura de que lo conseguirán. La herida de bala y la pérdida del bebé que no sabían que esperaban reforzarán su futuro. La vida se ha encargado de recordarnos lo corta que es, hay que vivirla como si cada día fuera el último.

Y precisamente por eso Skyler no ha vuelto a su casa.

Me acerco a mi cama, donde ella sigue durmiendo, y dejo en la mesilla la taza de café que acabo de prepararle. Dios mío, es etérea. Le brilla la piel, pero todavía brilla más su pelo dorado al recibir los rayos del sol que se cuelan entre las cortinas de mi dormitorio. Está tapada hasta la barbilla. Lentamente, retiro la manta blanca que la cubre, dejando al descubierto su torso desnudo y sus pechos perfectos, con los pezones rosados. Aunque la perfección de uno de esos pechos se ve enturbiada por un chupetón que le hice en uno de esos momentos en que me vuelvo loco por poseer su cuerpo desnudo. No queda ni un centímetro que no haya lamido, besado, succionado o mordido en las últimas cuarenta y ocho horas. Conozco cada peca, cada pequeña marca o cicatriz, el entramado completo que forma el cuerpo de mi mujer.

Me monto sobre sus caderas, me cubro con la manta y me dejo caer sobre ella, tratando de no aplastarla. Todavía llevo la mano vendada y la palma está aún cicatrizando. Hoy volveré a ponerme el cabestrillo, ya que regreso al trabajo, pero durante estos dos días me lo he quitado porque no quería que nada me molestara para amar a mi mujer como se merece.

Skyler suspira y me abraza. Hundo la nariz entre sus pechos, los lamo y succiono con fuerza los pezones hasta que están erectos y relucientes. Su tono rosado se ha oscurecido, transformándose en color ciruela, señal de que está excitada. Con la mano buena, le acaricio el vientre hasta perderme entre sus muslos. Cuando la encuentro húmeda y caliente, gruño y le muerdo un pezón mientras la penetro profundamente con dos dedos.

—Oh, Dios... Yo..., mmm..., pensaba que estaba soñando.

Sigo follándola con los dedos, a un ritmo calmado, hasta que se retuerce bajo mi cuerpo, alzando las caderas para que mis dedos lleguen más adentro. Suspirando, echa la cabeza hacia atrás. Sé que he alcanzado el lugar que la vuelve loca, porque se queda inmóvil, con todos los músculos en tensión.

—¿Quieres correrte ahora o quieres que te folle? —Le lamo el cuello de abajo arriba y succiono hasta que se estremece.

—Quiero correrme ahora y que me folles luego. —Gime y me clava las uñas en la espalda.

Sacudo la cabeza y me río con la cara enterrada en su pelo.

—Avariciosa.

—Contigo... siempre. —Suspira y yo redoblo esfuerzos, jugando con su punto G hasta que ella comienza a sacudirse siguiendo el ritmo de mis dedos.

Su cuerpo, siempre glorioso, lo es aún más cuando se corre; nunca me cansaré de contemplarla. Siempre cierra los ojos con fuerza y abre la boca en un grito silencioso, con el cuello totalmente extendido. Pero no es eso lo que más me gusta. Me levanto, apartándome de ella, para comprobarlo una vez más. Cuando quedo en el aire, acariciándola sólo entre las piernas, ella se niega. No. Mi mujer prefiere notarme pegado a ella en todo momento, sobre todo cuando está a punto de correrse.

—Ven... —Contiene el aliento cuando muevo la mano con más fuerza, y los dedos juguetean con la zona con un ritmo que no puede resistir—. Parker, cariño, ven aquí.

Me agarra por la espalda y me atrae hacia sí hasta que quedamos pegados, pecho a pecho, corazón a corazón. Cuando siento sus latidos alborotados, mi corazón se sincroniza con el suyo y ambos laten como si fueran uno solo mientras se abandona al orgasmo. Me agarra con brazos y piernas y me embiste con las caderas, haciendo que la Bestia llore.

Aparto la mano mientras gruño con la cara hundida en su hombro y, un instante después, me clavo en sus ardientes profundidades. Skyler me da la bienvenida con un grito, mientras las paredes de su sexo se contraen y me aprietan, aún estremecidas por el placer. La follo rápido, duro, haciendo que su clímax se alargue hasta que noto la tensión en la espalda, el cosquilleo en la base de la polla, las pelotas que se aprietan. Ella me sujeta con fuerza, por dentro con su sexo y por fuera con brazos y piernas. Me rodea con todo lo que puede hasta que ya no sé si somos dos seres separados o nos hemos fundido en uno solo. Me corro con tanta intensidad que pierdo la capacidad de pensar y de moverme; sólo soy capaz de clavarme en mi mujer como si fuera la última vez. Con ella siempre me pasa lo mismo. El tiempo y el espacio desaparecen cuando estoy a su lado; sólo la veo a ella, sólo la siento a ella.

Sólo Skyler.

Nunca había disfrutado tanto del sexo en toda mi vida, de un modo tan integral. Supongo que porque antes sólo me interesaba correrme, no estaba haciendo el amor. Antes había dos cuerpos que se frotaban y que obtenían una respuesta biológica; fin de la historia. Pero con Skyler cada vez es una aventura; cada vez es distinto. Cuando nos unimos, no son sólo los cuerpos los que se encuentran. Las mentes y los corazones se funden y las almas se reconocen.

Algunas personas piensan que el alma reconoce a su gemela. Yo sólo sé que no puedo imaginarme una experiencia mejor de la que tengo con ella. Para mí, Skyler es la definitiva.

La duda que tengo es saber si ella sentirá lo mismo. ¿Soy lo bastante bueno para ella?

Me pregunto si lo que tenemos será suficiente para que siga unida a mí durante el resto de nuestras vidas. Es que no se trata de una mujer cualquiera con un trabajo cualquiera. Es la mujer más deseada del planeta, tanto dentro como fuera de la pantalla. ¿Cómo puedo competir con el resto de la humanidad?

Estos inoportunos pensamientos desaparecen al oír que Skyler canturrea de felicidad mientras me recorre el cuero cabelludo con las uñas. Sonrío con la cara hundida en su cuello y alzo la cabeza.

—Buenos días, Melocotones. ¿Qué tal estás?

Ella me devuelve la sonrisa.

—Mmm, muy bien. —Cuando estira las piernas, mi polla, que empieza a ablandarse, se desliza fuera de ella, que hace un mohín de disgusto.

Riéndome, empiezo a incorporarme.

—No te preocupes, tengo más. —Le beso el pecho y el vientre antes de sentarme—. Te he preparado un café. —Señalo la mesilla y, al hacerlo, veo que mi móvil vibra junto a la taza.

—Eres demasiado bueno para mí —murmura. Se sienta, me echa un brazo al cuello y me besa delicadamente en los labios.

«Ojalá fuera cierto», me digo, aún luchando contra el hecho de que, cuando las cosas se pusieron feas entre nosotros, no fui capaz de creer que ella se había mantenido fiel a nuestra relación. En cambio, cuando pasó lo mismo hace un par de meses, pero en sentido inverso, ella no dudó de mí en ningún momento y esperó a oír las cosas de mis labios antes de perder la cabeza por los celos, como hice yo. Sé que Kayla me la jugó, pero, volviendo la vista atrás y comparando nuestra relación con lo que tenemos Skyler y yo ahora, veo que no se parecen en nada. Skyler no es Kayla. Y lo que tuve con esa zorra no es ni tan bonito ni tan fuerte como lo que tengo con Sky.

Suspiro, dejándolo todo atrás. Sky y yo estamos empezando de cero. Hemos elegido confiar el uno en el otro y creer en nuestro amor. El resto lo iremos viendo por el camino. No podemos hacer nada más.

La suelto y ruedo por la cama hasta alcanzar el móvil.

—¡Hola! —saludo alegremente, ya que el dormitorio está inundado de luz y arcoíris.

—Hermano. —La cálida voz de Royce me devuelve el saludo—. Sé que esto no te va a hacer ninguna gracia, pero la próxima clienta viene hoy.

—Lo sé. Me dijiste que te reunirías con ella.

Él suspira.

—Exige verte. Dice que, de lo contrario, no hay trato. Es otro contrato de seis cifras, hermano, y después de todo lo que hemos pasado en San Francisco y Montreal, quiero centrarme en el trabajo y en mi objetivo: mi preciosa nena plateada.

Habla del Porsche 911.

Hace años que Royce sueña con ese coche, pero hasta ahora no se ha decidido a comprarlo. Una parte de mí se pregunta si tratar de alcanzar ese objetivo es su manera de compensar otras cosas; otra parte de mí, una más madura, se da cuenta de que es asunto suyo y de que lo mejor que puedo hacer es no meterme.

—Mierda. Vale, pero Sky está aquí conmigo y los paparazzi lo saben. Le dijimos a Nate que no saldríamos de aquí al menos durante tres días y están liados con algo. No puedo dejarla aquí sin protección. ¿Ha enviado Andre a una sustituta para cubrir el puesto de Wendy hasta que vuelva?

—Sí, ya vino ayer. Parece maja, pero es muy callada. Demasiado. Quiero que vuelva Wendy ya.

Una punzada de culpabilidad me retuerce el pecho, pero la aparto y la encierro en un lugar recóndito, junto con mis problemas de falta de confianza.

—Ya, yo también, hermano. Yo también. En la agenda de Wendy está el contacto de una agencia de seguridad que nos recomendaron los Van Dyken. Llama para que nos envíen un chófer y un guardaespaldas dentro de una hora.

—Ahora llamo. Gracias, tío —me dice Royce, lleno de gratitud.

—Eh, estamos juntos en esto. Tú, yo, Bo y nuestra chica, Wendy. ¿Vale?

—Claro, hermano. Paz —añade con su voz profunda, y cuelga.

—¿Qué pasa? —Sky sale del baño con las bragas de encaje blanco, mi camisa y nada más.

Me paso la lengua por los labios antes de morderme el inferior. Cualquier pensamiento relacionado con el trabajo desaparece ante la visión de su cuerpo deliciosamente follable.

—Lo que va a pasar es que no voy a dejarte salir de la cama si no te tapas.

Ella se ríe y se agacha para coger el café de la mesilla, ofreciéndome la visión de su culito con forma de corazón.

—¡Joder, mujer! Vas a acabar conmigo. Como no dejes de ser tan sexy, no voy a poder volver nunca al trabajo.

Ella pone morritos.

—¿Tienes que ir a trabajar? Pensaba que teníamos otro día libre.

Me levanto de la cama y, mientras me dirijo hacia ella, la Bestia se levanta, preparándose para otra ronda con la mujer más sexy del planeta.

—Lo siento, pero la clienta se niega a reunirse solamente con Royce. —Le froto los brazos arriba y abajo—. No me ha dicho por qué, pero no me habría llamado de no ser imprescindible. Va a enviar a un equipo de seguridad suplente. ¿Te parece bien venir a la oficina conmigo?

Ella asiente y me apoya la frente en el pecho.

—Sólo quiero estar contigo todo el tiempo posible. —Me acaricia el torso de las caderas a las costillas y vuelve a descender—. Te he echado tanto de menos... Sé que estamos bien, pero...

—No estás lista para que nos separemos —acabo la frase por ella.

—No, no lo estoy.

Le quito la taza de café de la mano y la dejo en la mesilla antes de sujetarla por los pómulos.

—Yo tampoco lo estoy. Bueno, pues parece que hoy es el día de llevar la novia al trabajo. Puede ser divertido.

Ella asiente sonriendo.

—Pero antes... —Me recorre el torso en una caricia que nace en el pecho, luego los abdominales, y alcanza mi mata de rizos negros, donde se hunde y encuentra a la Bestia, que se ha despertado del todo.

Con una sonrisa pícara, se sienta en el borde de la cama y su cabeza queda a la altura perfecta para saludar a mi ansioso amigo. Pasa la lengua por la punta, que reacciona soltando una perla de excitación. Skyler rodea con los labios la bulbosa cabeza y un instante después estoy clavado en su boca hasta la garganta.

Le hundo las manos en el pelo sin pensar, como si hubiera puesto el piloto automático, y cierro los ojos.

—Eres la mujer perfecta.

Ella succiona con fuerza mi carne dolorida y se aparta hasta que los labios se separan con un «pop». Me rodea la base con una de sus manos menudas y me pajea mientras me desquicia con la boca. Latigazos de placer y calor me recorren la espalda y las piernas hasta que me cuesta mantenerme en pie.

—No se te ocurra olvidarlo —murmura, y me acoge de nuevo en el refugio que es su boca.

Trago saliva y miro al techo cuando me rodea la punta con la lengua y me da golpecitos en la sensible zona situada bajo la corona del glande.

—Nunca —jadeo, echando las caderas hacia delante para hundirme más profundamente en ella. Skyler gruñe y abre un poco más la garganta ante mi invasión—. Ni en un millón de años podré olvidar que la mujer que amo me hace ver las estrellas.

Le sujeto la cabeza y ella acelera el ritmo porque es una auténtica diosa haciendo mamadas. La agarro del pelo con una mano y le sostengo la mejilla con la otra, manteniéndola justo donde quiero mientras me hundo en ella con embestidas poco profundas. Ella me succiona con fuerza, alternando a la perfección las caricias de su mano y las de su boca.

Se me nubla la vista; lo único que veo son estrellas brillando detrás de los párpados cerrados. Un cosquilleo me anuncia que estoy a punto de estallar. Le doy golpecitos en la mejilla para avisarla de que estoy a punto, pero ella no se detiene. Mi mujer se vuelve loca por mi polla cuando estoy a punto de correrme. Sé que es porque le encanta tener el control sobre mí en estos momentos en que soy tan vulnerable. Lo que no sabe es que a mí me encanta cederle el control tantas veces como quiera. Antes de ella, no. Nunca lo hacía. Yo era el puto amo del dormitorio. Pero con Skyler los dos damos y tomamos como iguales.

Me corro espectacularmente en su boca y ella sigue succionando incansable hasta que no queda nada en mí.

Acto seguido, se levanta y me apodero de su boca en un beso fiero y agradecido.

—Haces que me estalle la cabeza, nena —susurro pegado a sus labios, notando mi sabor salado contrastando con la dulzura de su lengua.

—Y yo que pensaba que te había hecho estallar otra cosa...

La abrazo mientras me echo a reír. Es una sensación maravillosa volver a tenerla entre mis brazos. No quiero que se vaya; no quiero volver a estar sin ella. Mi nuevo objetivo en la vida es apartar de mi camino todo lo que me impida avanzar en mi relación con esta mujer. Quiero un futuro a su lado y no me detendré ante nada para lograrlo. Da igual si soy digno de ella o no; si ella sigue entregándose a mí por completo, yo aceptaré todo lo que me dé.

 

 

Cruzamos la puerta de la oficina de International Guy de la mano y riendo como dos bobos enamorados. Cuando veo que dentro hay no una sino dos mujeres desconocidas, abrazo a Skyler por la cintura y la atraigo hacia mí.

La rubia que está sentada tras la mesa de Wendy se levanta inmediatamente. Me mira y luego abre unos ojos como platos al reconocer a Skyler.

—Señor Ellis. Y, mmm, la señorita Paige, supongo.

—¿Y tú eres?

—Annie, Annie Pinkerton. —Me ofrece una mano temblorosa y añade, lanzando miradas de reojo a Skyler—: Soy la empleada temporal de Canton Global. Andre me ha enviado para suplir la plaza de asistente durante dos meses.

—Ah, sí. Bienvenida a International Guy. —Me vuelvo hacia la otra mujer—. ¿Y usted es?

Una morena menuda con ojos oscuros de mirada inteligente y el pelo liso de color capuchino se levanta en la zona de espera y se aproxima con la mano extendida. No mide más de metro cincuenta y cinco. Lleva un vestido entallado sencillo, pero que le sienta como un guante y un collar de oro muy elaborado que le da un toque de estilo. Calza unas bailarinas caras pero elegantes a juego con el bolso Coach. La mujer, pequeña pero bonita, exuda confianza y decisión.

—Soy Amy Tannenbaum, la agente literaria de Geneva James. Tengo una reunión con usted. —Su tono es directo y profesional; no parece afectada en absoluto por la cercanía de una estrella de cine. Me gusta.

—Gracias por esperarme, señora Tannenbaum. Deje que acompañe a mi novia y enseguida estoy con usted —propongo dirigiéndome hacia mi oficina.

—De hecho, me gustaría hablar con los dos, si no le importa. Mi propuesta de negocio los atañe a ambos, por así decirlo.

Frunzo el ceño, pero Skyler me mira y dice:

—Por mí no hay problema.

—Es muy poco ortodoxo —protesto.

Pero Amy me interrumpe.

—Por lo que me contó la pareja de mi primo Gabriel Jeroux, Sophie Rolland, todo lo que hacen ustedes es poco ortodoxo, ¿me equivoco? —Sonríe y espera a que digiera la información.

Sophie. Hay que ver, esa chica. Primero nos pone en contacto con una princesa y ahora con una agente literaria. ¿Qué será lo próximo? ¿Una hechicera? No lo descarto. Las palabras de Amy me recuerdan que tengo que ponerme en contacto con Sophie. Hace demasiado tiempo que no hablamos y aún no sé si su científico francés le ha puesto un anillo en el dedo o no.

—De acuerdo, pues vamos. Annie, por favor, dile a Royce que, si me necesita, estaré en mi despacho con la señora Tannenbaum.

—Por supuesto, señor Ellis. —Annie sonríe y se sienta discretamente a su mesa o, mejor dicho, a la mesa de Wendy.

Aprieto los dientes y la mano de Sky. Ella me acaricia el brazo mientras caminamos, con Amy a nuestra espalda.

—Dentro de nada estará recuperada y volverá a incorporarse, ya lo verás —me susurra, y yo inspiro hondo, asimilando sus palabras. Wendy regresará. Es cuestión de tiempo. Saldremos adelante.

Abro la puerta de mi despacho y señalo hacia el sofá, para que Skyler y yo podamos tomar asiento juntos. A Amy le ofrezco la silla. Cuando acabamos de sentarnos, doy una palmada y hago una mueca cuando los dos dedos rotos chocan entre sí.

Skyler me agarra el antebrazo. Yo apoyo la mano sobre la suya y centro la atención en Amy.

—¿En qué cree que puede ayudarla International Guy, señora Tannenbaum?

Amy abre su cartera y coloca en la mesa que hay entre los dos un fajo de papeles.

—Ésta es una parte del último libro de la ansiada trilogía «Los más deseados».

Skyler abre la boca e inspira bruscamente.

—¡No puede ser!

Amy asiente.

—Veo que la conoce.

—De Geneva James... —Sky traga saliva y sigue hablando con un tono de voz que estoy acostumbrado a oír cuando estoy con ella en el dormitorio, no cuando habla de una escritora—. Una de las mejores autoras de todos los tiempos. He leído todo lo que ha escrito.

Amy sonríe y asiente, y su lenguaje corporal denota lo orgullosa que está.

—Me alegro de que sea fan. Eso me facilita mucho las cosas.

Frunciendo el ceño, cojo la novela y la hojeo, haciendo pasar las hojas sin ver nada. He oído hablar de esta autora, ya que algunas de sus novelas han sido llevadas al cine con gran éxito.

—¿Qué es esto? —Le muestro el fajo de papeles.

—Como decía, es parte de la tercera y última entrega de la trilogía «Los más deseados». Las dos anteriores han permanecido en la lista de los más vendidos de The New York Times durante más de cien semanas. Se suponía que esta entrega tenía que haberse publicado hace un año. Los fans están furiosos, y cuanto más tardamos en publicarlo, más seguidores perdemos. Hemos vendido los derechos de la trilogía a Paramount Pictures. Quieren empezar la producción de la primera entrega, pero tienen miedo de embarcarse sin que la tercera esté acabada.

—Vale, eso lo entiendo, lo que no acabo de entender es qué hace aquí.

Ella frunce los labios.

—Geneva está bloqueada. Tiene un bloqueo enorme, de esos que pueden acabar con la carrera de un escritor. No para de decir que no sabe cómo acaba la historia, que los personajes ya no le hablan.

Sky me da un empujoncito en el hombro.

—Ya te has encargado de un caso parecido. —Me dirige una sonrisa irónica, y yo ladeo la cabeza.

—No es lo mismo. En tu caso, tratamos de tu musa inspiradora personal, de tus problemas, no del argumento de una novela. No estoy seguro de poder ayudarla.

Amy saca el talonario.

—Mi empresa está dispuesta a pagarles doscientos cincuenta mil dólares si ayudan a la autora, si logran que supere el bloqueo. Sólo tienen que hacerle ver lo que vemos todos.

—¿Y qué es? —Me echo hacia delante, pendiente de Amy, que desprende sinceridad por todos los poros.

—Que es una mujer con un talento increíble. Que las palabras que escribe y las historias que cuenta son un don. Por desgracia, la editorial con la que publicó su último libro la trató fatal. Abusaron de su confianza y la dejaron por los suelos. Ahora no se ve con fuerzas para enfrentarse al libro final. Se ha convertido en un proyecto tan grande que está paralizada por la presión. Tiene miedo de fallarles a los lectores y de fallarse a sí misma.

Skyler se lleva las manos al pecho.

—¡Oh, no! ¡Qué horror! Es una escritora increíble. Cariño, tienes que leerte los dos primeros libros de la trilogía. Son magníficos.

—Me resulta muy interesante que piense eso, señorita Paige, ya que Geneva se inspiró en usted para crear a Simone Shilling, la rutilante estrella de cine que protagoniza los libros; la mujer de la que millones de personas en todo el mundo están enamoradas, pero que no encuentra el amor, hasta...

La cara de Skyler se ilumina entusiasmada y acaba la frase de Amy en su lugar:

—Hasta que conoce a Dean Briggs, un empresario que no pertenece al mundo del cine ni tiene el menor interés en salir con alguien de Hollywood.

Amy sonríe encantada y su sonrisa hace que pase de ser bonita a realmente hermosa. Tiene el pelo liso y oscuro, y lo lleva suelto con la raya al medio. Le queda muy bien con su piel aceitunada y el discreto maquillaje. Si tuviera que describirla con dos palabras, éstas serían elegancia y confianza.

—Veo que ha leído la historia.

—Oh, sí, claro. Y le he pedido a mi agente que esté atenta por si sale algún proyecto de película basado en sus novelas. Me encantaría protagonizarlas.

—Pues precisamente de eso va lo que quería proponerles. —Amy no nos dirige una sonrisa triunfal, pero se nota que no le faltan ganas. Tiene a Skyler comiendo de la palma de su mano.

«Por fin», pienso.

—Soy todo oídos.

—Si la señorita Paige estuviera interesada, me encantaría que los dos fueran a Londres para pasar un tiempo con mi clienta. Tiene que terminar el libro, pero algo la tiene bloqueada. Quiero que averigüe de qué se trata y que la ayude a romper el bloqueo. Hay mucho en juego. Señorita Paige, si acepta, me aseguraré de que la Paramount entienda que usted fue la musa inspiradora de ese personaje y la mejor opción para protagonizar la película. Ya sólo el contrato le supondría unas ganancias multimillonarias.

—¡Sí! ¡Claro que sí! ¡Me apunto! —exclama Skyler entusiasmada.

—Melocotones, ¿sabes lo que implicaría eso? Tendrías que saltarte compromisos laborales, y no creo que a Tracey le hiciera ninguna gracia. ¿No tenías algún acto promocional para tu película Ángel?

Ella frunce los labios y sacude la mano en el aire.

—Ya se me ocurrirá algo. Y además, aunque no pudiera participar en la adaptación al cine, conocería personalmente a una de mis autoras favoritas. ¿Tienes idea de lo que mola eso? ¡Tienes que dejarme ir! —Cuando vuelve a hacer un mohín, debo controlarme para no morderle ese labio provocador.

Me vuelvo hacia Amy y suspiro.

—Doscientos cincuenta mil por dos semanas. Es mi última oferta. Si no logro resolver sus problemas de bloqueo, no quiero que eso perjudique a la empresa ni sea un obstáculo para que la señorita Paige participe en una posible película sobre el libro en el futuro. ¿Está conforme?

Amy endereza la espalda y le ofrece la mano.

—Es duro negociando; me parece respetable.

Le estrecho la mano. Skyler también.

—¿Cuándo tendríamos que estar en Londres?

Amy se levanta y se alisa las arrugas del vestido.

—Me he tomado la libertad de reservar dos billetes de primera clase en el vuelo de British Airways que sale mañana a las diez de la mañana.

—Una decisión un tanto arriesgada, ¿no cree, señora Tannenbaum? —Sonrío, porque me encanta el lado rompepelotas de esta mujer.

—Vivir es arriesgado, pero si es por algo que vale la pena, el riesgo parece menor. Espero que me envíe informes regulares de los progresos de mi autora, señor Ellis.

—En ese caso, los recibirá. Dígale a mi asistente dónde quiere que la localice y estaremos en contacto.

—Me ha encantado conocerlos a los dos. —Vuelve a estrecharnos la mano—. Y, señorita Paige, es usted una actriz de gran talento. Soy fan de sus películas y espero verla en la gran pantalla, dándole vida a la trilogía.

Qué elegante. Así es cómo se demuestra la admiración por la carrera de alguien. Sin histerias, simplemente compartiendo con ella lo mucho que disfruta con su trabajo.

—Gracias, Amy. Haremos lo que podamos para que la savia creativa de su autora vuelva a fluir —le asegura Skyler, mucho más alterada que Amy.

La agente cierra los ojos y sonríe antes de volver a abrirlos.

—Eso sería fantástico. Cuídense y que tengan buen viaje.

En cuanto se cierra la puerta, Skyler empieza a dar saltos y a bailar por el despacho.

—¿Tú sabes las ganas que yo tenía de conocer a Geneva James?

Me echo a reír.

—Pues no. Pensaba que tu sueño era conocer a Sylvia Day.

Ella niega con la cabeza.

—No, porque a Sylvia ya la conozco; es majísima. Pero Geneva James no asiste a firmas de libros ni a convenciones. Se dice que se ha vuelto muy introvertida. ¡Pero yo voy a conocerla y, además, seré la primera candidata para protagonizar su trilogía! ¡Éste es uno de los mejores días de mi vida! —Da un salto—. Tenemos que celebrarlo. Salgamos a brindar con champán. Oh, no. —Frunce el ceño—. Tenemos que hacer las maletas. —Sacude la cabeza y da unos pasos—. Bah, ni hablar. Haré que mi personal shopper me envíe ropa a Londres y me llevaré lo esencial. ¡Es fantásticooooooo!

Voy hacia ella y la abrazo.

—Me encanta verte tan feliz. Me recuerda a cuando nos conocimos y fuimos a un montón de sitios de Nueva York. ¿Te acuerdas?

Ella sonríe.

—Sí, no lo olvidaré nunca. Y ahora yo podré enseñarte Londres. Conozco bastante la ciudad. —Me echa los brazos al cuello y me dirige una mirada llena de felicidad—. Vamos a trabajar juntos, cariño. ¿A que mola mucho?

Sonriendo, la beso en los labios.

—Muchísimo. Pero no te olvides de que vamos a trabajar. Hemos de ayudar a esta autora, así que, durante el vuelo, quiero que me cuentes todo lo que sabes de ella. Y esta noche empezaré a leer la serie. Espero haberla acabado cuando lleguemos a Londres.

Ella abre mucho los ojos.

—¡La leeremos juntos! La releeré y así podemos ir comentando cosas. ¡Va a ser épico!

Está tan emocionada que vibra como una hoja. Me alegra verla tan feliz, pero yo siento un leve escalofrío de alerta en la nuca. ¿Cómo demonios voy a conseguir salir por Londres con una autora que tiene millones de lectores y una estrella de Hollywood sin que los fans nos acosen?

Anoto mentalmente hablar con los Van Dyken para organizar un dispositivo de seguridad para las dos.

Tengo la intuición de que vamos a tener problemas; lo que no sé es desde dónde van a venir.