Como nunca había conocido a su madre, pues su madre murió cuando Janey tenía un año, Janey dependía de su padre para todo y veía a su padre como novio, hermano, hermana, dinero, diversión, y padre.
Janey Smith tenía diez años y vivía con su padre en Mérida, la principal ciudad del Yucatán. Janey y Mr. Smith habían decidido que Janey pasara unas largas vacaciones en la ciudad de Nueva York, en Norteamérica. De hecho, Mr. Smith trataba de librarse de Janey para poder pasarse todo el tiempo con Sally, una starlet de veintiún años que seguía negándose a acostarse con él.
Una noche Mr. Smith y Sally salieron y Janey supo que su padre y aquella mujer iban a follar. Janey era también muy bonita, pero un poco rara porque tenía un ojo torcido.
Janey deshizo violentamente la cama de su padre y amontonó unas tablas contrala puerta de la casa. Cuando Mr. Smith regresó, le preguntó a Janey que por qué se comportaba así.
Janey: Vas a dejarme. (Janey no sabe por qué dice eso.)
Padre (confundido, pero sin negarlo): Sally y yo nos hemos acostado por primera vez. ¿Cómo quieres que sepa qué pasará luego?
Janey (pasmada. No creía que fuera cierto lo que ella misma había dicho. Lo decía por pura petulancia): VAS a dejarme. Oh, no. No puede ser.

Novio, hermano, hermana, dinero, diversión y padre.
Padre (también pasmado): Jamás se me ha ocurrido dejarte. Me he limitado a echar un polvo.
Janey (sin calmarse en absoluto al oír lo que él le dice. Él sabe que la energía de Janey aumenta tremenda y alocadamente cuando tiene miedo, de modo que lo más probable es que esté provocando esta escena): No puedes dejarme. No puedes. (Ahora completamente histérica.) Voy a... (Janey comprende que a lo peor está pasándose de rosca y provocando ella misma la situación. Quiere oír cómo se las apaña él ahora. Cuando le pregunta esto, Janey tiembla de miedo.) ¿Estás locamente enamorado de ella?
Padre (pensando. Empieza a sentirse confundido): No lo sé.
Janey: No estoy loca. (Al comprender que él está locamente enamorado de la otra mujer.) No quería actuar así. (Al comprender, cada vez con más claridad, lo locamente enamorado que él está de la otra, lo suelta.) Durante el último mes te has pasado con ella todos los momentos libres que has tenido. Por eso has dejado de comer conmigo. Por eso no me has ayudado cuando me encontraba mal, como hacías antes. Estás enamorado de ella, ¿verdad?
Padre (ignorando este tremendo lío): Lo único que ha pasado es que hoy nos hemos acostado por primera vez.
Janey: Me dijiste que no erais más que amigos, como Peter y yo (Peter es el osito de peluche de Janey), y que no ibais a acostaros. No es lo mismo que cuando yo me acuesto con los estudiantes de bellas artes: cuando alguien se acuesta con su mejor amigo, seguro que la cosa va muy, pero que muy en serio.
Padre: Ya lo sé, Janey.
Janey (no ha ganado este asalto; le ha acusado de traidor pero él no lo ha negado apenas): ¿Piensas irte a vivir con Sally? (Quiere saber lo peor.)
Padre (usando aún el mismo tono triste, vacilante, alegre en el fondo, porque lo que quiere es largarse): No lo sé.
Janey (no se lo puede creer, cada vez que imagina lo peor, resulta ser cierto): ¿Cuándo lo sabrás? Tengo que hacer planes.
Padre: Solo nos hemos acostado una vez. ¿Por qué no dejas que las cosas sigan su curso? ¿Por qué tienes que estar agobiándome?
Janey: Dices que amas a otra, que me vas a dar la patada, y quieres que me cruce de brazos, ¿no? ¿Por quién me has tomado, Johnny? Te amo.
Padre: Deja que las cosas sigan su curso. Estás dándole a todo esto más importancia de la que tiene.
Janey (le sale todo, a borbotones): Te amo. Te adoro. Cuando te conocí fue como si alguien hubiese encendido la luz. Eres la primera alegría que tuve en mi vida. ¿No lo entiendes?
Padre (silencio).
Janey: No soporto que me dejes, no lo soporto. Es como si me estuvieran partiendo el cerebro en dos con un cuchillo. Jamás había sufrido ningún dolor parecido. No me importa con quién te acuestes. Ya lo sabes. Nunca había reaccionado así.
Padre: Ya lo sé.
Janey: Lo que pasa es que tengo miedo de que me dejes. Ya sé que me he portado como una guarra contigo, que he follado por ahí con quien me ha dado la gana, que ni siquiera te he presentado a mis amigos.
Padre: Lo único que pasa es que tengo una amante, Janey. Y quiero tenerla, dure lo que dure.
Janey (ahora es la Janey racional): Pero podrías dejarme.
Padre (silencio).
Janey: De acuerdo. (Controlándose en medio del desastre, apretando los dientes.) Tendré que esperar por ahí hasta que vea cómo os van las cosas a Sally y a ti, y luego ya sabré si voy a poder vivir contigo o no. ¿Es así como están las cosas?
Padre: No lo sé.
Janey: ¡Que no lo sabes! ¿Y cómo quieres que lo sepa yo?
Esa noche, por vez primera en varios meses, Janey y su padre duermen juntos, porque de lo contrario Janey no podría dormir. El tacto de su padre es frío, él no quiere tocarla, más que nada porque está confundido. Janey folla con él, a pesar de que le duele diabólicamente porque tiene una Enfermedad de Inflamación de la Pelvis.
El siguiente poema es de César Vallejo, el poeta peruano que, nacido el 18 de marzo de 1892 (Janey nació el 18 de abril de 1964), vivió quince años en París y murió allí a los cuarenta y seis años:
Setiembre
Aquella noche de setiembre, fuiste
tan buena para mí... hasta dolerme!
Yo no sé lo demás; y para eso,
no debiste ser buena, no debiste.
Aquella noche sollozaste al verme
hermético y tirano, enfermo y triste.
Yo no sé lo demás... y para eso
Yo no sé por qué fui triste... tan triste...!
Solo esa noche de setiembre dulce,
tuve a tus ojos de Magdala, toda
la distancia de Dios... y te fui dulce!
Y también una tarde de setiembre
cuando sembré en tus brasas, desde un auto,
los charcos de esta noche de diciembre.
Janey (cuando su padre se va de casa): ¿Regresarás esta noche? No es por atarte. (Ya no quiere afirmarse a sí misma.) Es simple curiosidad.
Padre: Claro que regresaré.
En cuanto su padre se fue de casa, Janey corrió al teléfono y llamó a su mejor amigo, Bill Russie. Bill había jodido una vez con Janey, pero tenía la polla demasiado grande. Janey sabía que él le diría qué era lo que le pasaba a Johnny, si Johnny estaba loco o no, y si Johnny quería realmente romper con Janey. Con Bill, Janey no tenía que fingir.
Janey: Estamos en este momento al borde de una nueva era en la cual, por toda clase de motivos, la gente tendrá que enfrentarse a montones de problemas difíciles, y no disfrutaremos del lujo de poder expresarnos de forma artística. ¿Está Johnny locamente enamorado de Sally?
Bill: No.
Janey: ¿No? (Sorpresa absoluta, esperanzas descabelladas.)
Bill: Hay entre ellos una cosa muy profunda, pero él no te dejará por Sally.
Janey (con mayores esperanzas incluso): Entonces, ¿por qué se comporta así? Quiero decir que empieza a hablar de dejarme.
Bill: Dime exactamente qué está pasando, Janey. Quiero saberlo, por motivos personales. Esto es muy importante. Johnny lleva un tiempo tratándome como si no fuéramos amigos. Ya no me dirige la palabra.
Janey: ¿No? Él está convencido de que tú eres su mejor amigo. (Tomando una decisión.) Te lo contaré todo. Ya sabes que he estado muy enferma.
Bill: No lo sabía. Lo siento, no volveré a interrumpirte.
Janey: He estado enferma de verdad. Generalmente Johnny me ayuda cuando me pasa esto, pero esta vez no lo ha hecho. Hace un mes más o menos, me dijo que estaba saliendo con Andrea y Sally. Yo le dije: «Oh, fantástico»; es fantástico que haga nuevas amistades, ha vivido muy solo, le dije que era fantástico. Él me dijo que estaba obsesionado por Sally, una cosa tremenda, pero que no era nada sexual. A mí no me importó. Pero se comportaba conmigo de la forma más rara. Nunca le había visto comportarse así. Durante los dos últimos meses me ha tratado como si me odiara. Jamás pensé que pudiera dejarme. Y ahora va a dejarme.
Bill (interrumpiendo): Janey. ¿Puedes decirme exactamente qué pasó la última noche? Tengo que saberlo todo. (Ella se lo cuenta.) ¿Qué crees que está ocurriendo?
Janey: Una de dos... Yo soy Johnny. (Piensa.) Una de dos. (Habla muy lenta y claramente.) Lo primero: soy Johnny. Empiezo a tener cierta fama, éxito, ahora las mujeres quieren follar conmigo. Es la primera vez que son las mujeres las que me buscan a mí. Lo quiero todo. Quiero llegar todo lo lejos que pueda. ¿Entiendes a qué me refiero?
Bill: Sí. Sigue.
Janey: Hay dos niveles. No es que yo crea que uno de ellos es mejor que el otro, ya me entiendes, pero creo que hay uno que supone un desarrollo, una madurez que en el otro no encuentro. Segundo nivel: es como un compromiso. Ves lo que quieres, pero no te mueves por la primera nimiedad; intentas elaborar las cosas con la otra persona. Esto es lo que he tenido que aprender durante el último año. Estoy dispuesta a elaborar las cosas con Johnny.
Bill: Ya entiendo lo que está ocurriendo ahora. Johnny está en una situación en la que tiene que probarlo todo.
Janey: En el primer nivel. Estoy de acuerdo contigo.
Bill: Tú has dominado su vida desde que murió tu madre, y ahora él te odia. Tiene que odiarte porque tiene que rechazarte. Tiene que averiguar quién es.
Janey: Y esto coincide con esa crisis que ha tenido este año en el trabajo.
Bill: Tiene una crisis de identidad.
Janey: Parece que es así... ¿Qué puedo hacer?
Bill: Lo que no puedes hacer es volverte loca y alucinar con él.
Janey: Eso es lo que he hecho. (Si pudiera reír, reiría.)
Bill: Tienes que comprender que eres la persona a la que odia, eres aquello de lo que quiere librarse. Tienes que darle tu apoyo. Si te entran ganas de estallar, de hacer alguna locura, llámame, no permitas que él se entere de cómo estás. Si muestras alguna emoción, él te odiará más incluso.
Janey: Joder. Ya sabes cómo soy. Una cabra loca.
Bill: Mantén la calma. Él está pasando por una fase muy difícil, se siente muy confundido, necesita tu apoyo. Hablaré con él y trataré de averiguar algo más. Tengo que hablar con él de todos modos porque quiero averiguar por qué se ha mostrado tan poco amistoso conmigo.
Esa misma tarde, al cabo de unas horas, Mr. Smith regresó a casa después del trabajo.
Janey: Siento haberme puesto anoche de esa manera por lo de Sally. No volverá a ocurrir. Me parece que es fantástico que tengas una novia que te guste de verdad.
Padre: Jamás había sentido nada parecido. Es bueno para mí saber que soy capaz de tener sentimientos tan intensos.
Janey: Sí. (Manteniendo la calma.) Quería saber si puedo hacer alguna cosa por ti. Me gustaría ser tu mejor amiga. (Temblando un poco.)
Padre: Oh, Janey. Ya sabes cuánto me importas. (Esta es la gota: Janey rompe a llorar.) Ahora me siento confundido. Quiero ser yo.
Janey: Vas a dejarme.
Padre: Deja que las cosas sigan su curso. Tengo que irme. (Es evidente que quiere largarse de allí lo antes posible.)
Janey: Espera un momento. (Amontona sus emociones, las almacena y ordena.) No quería decir eso. Quería mostrarme tranquila, ser un sostén para ti, como ha dicho Bill.
Padre: ¿Qué ha dicho Bill? (Janey repite la conversación. Ahora lo escupe todo. Janey es incapaz de guardar un secreto.) Has dominado mi vida completamente, Janey, durante los nueve últimos años la has dominado, y ya no sé quién soy ni quién eres tú. Tengo que estar solo. Tú has podido estar sola una temporada, conoces esa sensación. Conoces también esa necesidad: quiero saber quién soy.
Janey (sus lágrimas se secan): Ahora lo entiendo. Me parece que lo que estás haciendo es maravilloso. Me he pasado todo el año preguntándote: «¿Qué es lo que quieres?», y no tenías ni idea. Siempre era yo, siempre era mi voz, me sentía como una apisonadora. Quiero que tú seas el hombre. No puedo tomar yo todas las decisiones. Por eso me voy a vivir una larga temporada a los Estados Unidos, y así tú podrás estar solo.
Padre (asombrado de que Janey haya cortado tan en seco y tan rápidamente su ataque de histeria para mostrarse hasta alegre): Eres muy fuerte, ¿verdad?
Janey: Me pongo histérica cuando no entiendo las cosas. Ahora ya ha pasado todo. Lo entiendo.
Padre: Ahora tengo que salir..., hay una fiesta en la parte alta de la ciudad. Regresaré esta misma noche, pero tarde.
Janey: No hace falta que regreses.
Padre: Te despertaré cuando llegue, cariño. ¿Vale?
Janey: ¿Me dejarás que me meta en tu cama y duerma contigo?
Padre: Sí.
Diminutos pueblecillos mexicanos, de hecho mayas, increíblemente limpios, con chozas redondas con techo de paja, con patos, pavos, perros, cáñamo, maíz; los mayas son compactos y de huesos delgados, magníficos. Un anciano dice:
–Los mexicanos creen que el dinero es más importante que la belleza. Los mayas decimos que la belleza es más importante que el dinero. Tú eres bella.
Comen mazorcas de maíz asado al que le echan chile, sal y lima, y carne, mucha carne, sobre todo pavo.
En Mérida y en el campo hay por todas partes pequeños puestos de bebidas de frutas: jugos de frutas que hacen con frutas dulces, azúcar y agua. De cada dos edificios de Mérida, uno es un restaurante, desde los cafés al aire libre, los más baratos y a menudo los que dan la comida más buena, hasta los restaurantes caros, a la europea, para los ricos. Mérida, la ciudad, es el producto del dinero de los cultivadores de cáñamo, que son los dueños de un bulevar con ricas mansiones y tienen sus propios locales. Todo lo demás es de los pobres. Pero es una ciudad limpia, cosmopolita, los mexicanos dicen que no es una ciudad mexicana.
México está dividido en sectores: cada uno tiene su especialidad. Veracruz tiene la del arte. Mérida tiene el cáñamo, los cestos, las hamacas.
Uxmal: ruinas mayas, enormes templos, todos los edificios son tan enormes que dan miedo, muy altos. Hondonadas en el centro, muy hondas. Todo muy alejado. Se olvidan las características personales. El viento agita la alta hierba. ¡Fiu! ¡Fiiiu! Selva, no es la cosa empantanada del Amazonas, pero hay mucho, muchísimo verde, follaje compacto y un paisaje precioso. Se oye todo. Nadie sabe cómo utilizaban estas tremendas estructuras rectangulares. Ahora, graznan los pájaros estridentes en las pequeñas habitaciones de los edificios, entran y salen volando; largas iguanas corren bajo las rocas. Diminutos lagartos rojo y verde se deslizan corriendo por el camino que pasa junto a una estatua, en la hondonada; sobre un bloque de hormigón no muy grande, dos caras horribles de mono-perro-jaguar, con las zarpas en alto, dándose la espalda. ¿Jano? ¿El sol?

Mérida.

Una pequeña aldea maya en las ruinas de una vieja hacienda de piedra; iglesia, fábrica. Enormes plantas verdes salen de entre las piedras; pollos, montones de pavos con el plumaje pardo oscuro, tres cerdos corriendo por allí; la gente, pequeñita y flaca, vive en las ruinas que aún se tienen en pie.
Y bajando por esta carretera, embarrada, otra aldea. Los hombres, generalmente amables y dignos, se emborrachan los domingos. El tipo que conduce el camión amarillo es el jefe. Todos los aldeanos le tocan la mano. Le muestran su amor. Para él será, dicen, la primera niña que nazca. A cambio, dice él, les dará un cerdo. Los cuerpos de todos los hombres se agitan de acá para allá. Las mujeres miran.
Cuando el reloj dijo que eran las cinco (de la mañana) Janey no pudo soportarlo por más tiempo, de modo que, a pesar de que tenía mucha fiebre, se fue a caminar a la calle. ¿Adonde podía huir? ¿Dónde encontraría la paz (alguien que la amara)? Nadie la amaba. Llovía mansamente. La lluvia haría que empeorase su infección. Se plantó ante la casa de Sally. Luego se obligó a sí misma a irse de allí.
Regresó al apartamento donde vivía con su padre. Janey odiaba ese apartamento. No sabía qué hacer con su cabeza, rebosante de odio, atormentada.
A las siete y media se despertó en su propia cama. Cuando pasaba junto a la cama de su padre para ir al baño, vio a su padre y le preguntó espontáneamente:
–Debiste regresar muy tarde. ¿Qué tal la fiesta?
Padre: No fui.
Janey: ¿Que no fuiste? (Comprendiendo la verdad. Con vocecita de niña.) Oh.
Padre (tendiéndole los brazos): Ven. (Queriendo decir: a mis brazos.)
Janey: No. (Retrocede de un salto.) No quiero tocarte. (Janey comprende su error. Está muy picajosa.) Duerme. No pasa nada. Buenas noches.
Padre (dándole órdenes): Janey, ven aquí.
Janey (retrocediendo, como si él fuese un animal peligroso, pero deseándole): No quiero.
Padre: Solo quiero abrazarte.
Janey: ¿Por qué me mientes?
Padre: Regresé tarde y no tenía ganas de ir a la fiesta.
Janey: ¿A qué hora regresaste?
Padre: A las siete, más o menos.
Jane: Oh. (Con una vocecita de niña más pequeña incluso.) ¿Estuviste con Sally?
Padre: Ven aquí, Janey. (Quiere acostarse con ella, Janey lo sabe.)
Janey (huyendo): Duérmete, Johnny, hasta mañana.
Janey (media hora más tarde): No puedo dormir sola, Johnny. ¿Puedo meterme en tu cama?
Padre (gruñendo): Así no hay manera de dormir. Ven. (Janey se la mama. Johnny no tiene ganas de follar con Janey, pero disfruta la parte física de la cosa.)
Al cabo de tres horas Johnny se despertó y le preguntó a Janey si quería cenar con él por la noche, una cena de despedida, luego ella partiría. Janey le dijo «No» medio dormida, se sentía muy ofendida.
En cuanto Janey se despertó, llamó a Bill, desesperada:
–Todo va de mal en peor, Bill –le dijo–. Johnny trata de hacerme todo el daño que puede.
¿Cómo? Janey le contó que él le dijo que pasaría la noche con ella y que luego la pasó con Sally. Luego le dijo que lo que sentía por Sally no lo había sentido nunca por ninguna otra chica.
Bill le dice a Janey que Johnny no ama a Sally: simplemente, utiliza a Sally para hacerle daño a Janey, todo el daño posible. Johnny ha enloquecido, y lo mejor sería que Janey no se interpusiera en su camino.
Janey: ¿Crees que volverá a querer que viva con él?
Bill: Siempre ha habido entre vosotros dos un vínculo muy fuerte. Lleváis muchos años juntos.
En el mercado de Mérida hay unos escarabajos de dos y hasta cinco o seis centímetros de largo, que van reptando por una caja. Cargan sobre sus espaldas con piedras talladas de color rojo, azul o blanco.
Frente a la iglesia, una mujer vende exvotos de plata barata. Los tiene de todas clases y la gente le compra el más adecuado para su caso (un brazo por un brazo roto, un bebé porque se tienen problemas con un bebé, un riñón, un jornalero bajito...), y luego entra en la iglesia con su exvoto para dárselo a la Virgen.
Ruinas monumentales.
Perdidas entre la hierba. Enormes edificios que son escaleras, escaleras que suben a las alturas, peldaños altísimos por los que ni siquiera con las piernas largas se puede subir. Algunos edificios constan de cuatro paredes de peldaños, cientos de peldaños. En lo alto no hay nada, nada más que un pequeño rectángulo de piedra que contiene un agujero vacío. De vez en cuando alguna gigantesca serpiente de cascabel asoma la cabeza. Las piedras se están desmoronando. Los edificios más antiguos están tan en ruinas que casi no se ven.
Otro grupo de edificios. La arquitectura es pulcra, el significado es pulcro, es decir, la función. Una habitación. Túneles ocultos atraviesan todas las capas horizontales de la habitación. La escala es humana. Hay pozos. No hay pinturas ni representaciones religiosas. Un pueblo pulcro que no se armaba un lío con su vida, que sabía que estaba allí para una sola vida, que luego desaparecemos.
El siguiente grupo es el que tiene los edificios más grandes, vastísimos, temibles. Miles de interminables peldaños grandes que suben por todos los lados hacia una habitación pequeñísima, águilas y serpientes de cascabel, ¿fuera, dentro? Dentro de esta estructura, peldaños, estrechos, altos y húmedos, en lo más profundo de la estructura un pequeño jaguar que tiene los dientes blanquísimos, montado por un hombre que está medio tumbado. Los peldaños exteriores son pequeñísimos, el ardiente sol blanco infinitamente alto. La escalada. Es fácil caerse.
Todas las demás estructuras son como esta. Tremendamente adornadas y construidas en una escala tan sobrehumana que dan miedo. Fiestas en el jardín que dan miedo. ¿Para qué? ¿Por qué necesita Rockefeller más dinero, por qué lo necesita tantísimo que es capaz de matar la vida de las aguas que hay alrededor de Puerto Rico? ¿Por qué sigue una persona sus caprichos en detrimento (causando horribles sufrimientos) de alguien a quien se supone que ama?
«No hay nadie –dice un folleto– que sepa en realidad nada sobre estas ruinas.» Sin embargo, no hay nada que dé tanta energía humana como estas ruinas.
Que nadie lo diga en voz alta. La larga pared de calaveras que hay junto a la fiesta en el jardín repite la muerte.
ANUNCIO. Johnny pasó un momento por el apartamento para cambiarse de ropa. Janey le dijo que quería ir a cenar con él. Johnny le contestó que le parecía que no era verdad. Ella rogó y suplicó, dijo que se había sentido celosa y que no quería. Le prometió que no se sentiría celosa en cuanto supiera a qué atenerse. Él le advirtió que fuera con cuidado con los celos, que sabía muy bien lo malos que eran los celos. Acababa de pasar la noche en una azotea, con una chica que le decía todo el rato que estaba enamorada de David Bowie. Janey protestó mentalmente, no se trataba de eso; se encerró en sí misma, y preguntó con calma que cuándo y dónde iban a cenar juntos y que, por favor, si no le importaba fingir que estaban enamorados, al menos hasta que ella se fuese. Serían dos días muy románticos, y luego nada. Tenía, le dijo, más facilidad para manejarse con la fantasía que con la realidad. Johnny se fue de casa para ir a ver a Sally.
En el restaurante preferido de Janey, el Vesubio, el único restaurante al estilo italiano del norte que había en Mérida:
Janey (buscando un tema de conversación que no tuviera relación con su ruptura): ¿Cómo es Sally?
Padre: No lo sé. (Como si estuviera hablando de alguien a quien está tan próximo que no alcanza a ver sus características.) En realidad somos muy compatibles. Nos gustan las mismas cosas. Es muy seria; eso, muy seria. Es una intelectual.
Janey (sin mostrar ninguna emoción): Oh. ¿Y a qué se dedica?
Padre: Aún no se ha decidido. Trata de encontrarse a sí misma. Hace música; escribe; un poco de todo.
Janey (tratando de ayudar): Siempre cuesta algún tiempo.
Padre: Quiero probarlo todo. A mí me va bien estar con ella porque va a todas partes y está enterada de todo lo que pasa. Sabe muchísimas cosas y tiene puntos de vista inesperados.
Janey (para sí): Carne fresca, chicas jóvenes. Aunque yo sea más joven, soy una tía dura, y estoy podrida, soy fétida. Mi coño enrojecido me duele. Ella es delgada y guapa; la he visto. Como una modelo. Justo como siempre me hubiese gustado ser, y como jamás seré. No puedo competir con eso. (En voz alta.) Debe de ser maravilloso (tratando de emplear un tono lo más inocente posible) tener junto a ti una persona con la que puedes compartirlo todo. Has estado muy solo durante mucho tiempo. (Janey trata de anularse, reducirse a la nada.)
Padre: Hablemos de otras cosas.
Janey (muy picajosa cada vez que alguna cosa no marcha por donde ella quiere): ¿Se puede saber qué pasa? ¿Qué he hecho de malo? (Pausa.) Lo siento.
NEGRO. La conversación se agota.
Padre: Sally siempre está preguntándose por el bien y el mal. Siempre se pregunta si ha hecho bien o no. Es muy joven.
Janey (disculpando a Sally): Acaba de salir de la universidad.
Padre: Es hija de un clérigo de Vermont.
Janey (sus propias fuentes le han informado de que Sally es una rica furcia que se acuesta con cualquiera pero que cambia de tío en cuanto aparece algún protestante blanco de origen anglosajón que sea más famoso que el anterior; lo típico de las furcias): Bueno, a ti siempre te han gustado las chicas protestantes, blancas y de origen anglosajón. (Es incapaz de reservarse su propia opinión para sí.) No te exigen nada. (Para sí misma: Como tú, guapa.)
Padre: Me recuerdas a Anne, mi primera novia.
Janey: Me acuerdo de Anne. (Anne es rubia y alta, ahora hace papelitos en seriales.) La conversación se extinguió. Janey, hablando consigo misma: El único tema del que podemos hablar a estas alturas es Sally.

Mi coño enrojecido me duele.
Janey: ¿Crees que te irás a vivir con Sally?
Padre: No lo creo, Janey, no lo creo.
Janey: No era una indirecta.
Fuimos al cine. Johnny lo pagó todo. En cuanto empezó la película, sentí deseos de apoyar la cabeza en el hombro de Johnny, pero tuve miedo de que no quisiera sentir mi piel sobre la suya.
–¿Sientes todavía interés sexual por mí? –le pregunté.
–Sí. –Y su mano tomó la mía. Pero durante toda la película su mano estuvo muerta.
SIENTO LOS AZOTES. En el taxi me puse de un humor de perros. Quería bajarme. Mierda, volvía a estropearlo todo. Justo cuando las cosas empezaban a ir bien.
Johnny comprendió que me pasaba algo y me preguntó qué me ocurría.
Le dije que no me ocurría nada y traté de saltar del taxi.
Él contestó que no deberíamos haber hablado de Sally.
¿Y por qué no teníamos que hablar de Sally?
Él no contestó, y entonces comprendí que Sally era un tema sagrado.
Una vez a salvo, en la cocina de casa, volvimos a hablar de todas las veces que él había querido estar conmigo y yo me negué; de todas las veces que le aparté de mí cuando me amaba; de todas las veces que él rechazó mis tímidas aproximaciones sexuales, y de todas las veces que me lo quité de encima, que le dije que jamás le querría; de cómo hasta ante mi más mínimo rechazo, o cada vez que me liaba con alguien, él se apartaba de mí y buscaba a otra; de cómo reaccioné, al sentirme tan dañada por él, buscando a una persona menos inestable; de cómo el daño hace que se haga más daño; de cómo nuestra recíproca fantasía según la cual él me adoraba y yo solo seguía con él por el dinero no hacía más que ocultar la realidad, que él se había quedado junto a mí durante todos esos años por la sencilla razón de que yo le exigía poquísimo, sobre todo muy poco amor. Es así como las fantasías revelan la realidad: la Realidad es la fantasía subyacente, una fantasía que revela la necesidad. Siento una ilimitada necesidad de él. Le hice una lista de mis características más horribles: mi irritabilidad, mi carácter mandón, mi ambición, mi ORGULLO.
A esas alturas estábamos llorando los dos. Un marica amigo mío entró en el apartamento por las buenas y le eché a patadas, pero nos vio a los dos llorando. Luego Johnny dijo que mis características, que al principio le atraían, le resultaban ahora profundamente repulsivas. Insinuó que yo era una judía chillona. Dependo demasiado de él y eso le vuelve loco. Y lo que empeora las cosas es que, aunque necesito ayuda, no sé cómo pedírsela a la gente. Sea quien sea. Por eso estoy siempre metiéndome con él, dándole la bronca y echándole la culpa. Soy demasiado macho (es mi autoacusación preferida).
Repetí estas frases mentalmente. Supe que era horrible. Tenía en la imaginación una visión de mí misma en la que aparecía como un caballo, como el caballo de Crimen y castigo, la piel parcialmente desgarrada y el rojo músculo a la vista. Unos hombres armados de grandes palos golpeaban al caballo sin cesar.
Johnny dijo que me tomaba por su madre y que todo el resentimiento que había sentido contra ella lo sentía ahora contra mí. Y que yo le daba tanto miedo que tenía ganas de huir.
–Muy bien –le dije–. Supongo que es bueno que todo esto salga a la luz.
LOS AZOTES HACEN QUE YO YA NO SEA YO.
Ahora sentía que Johnny me odiaba. Todavía trataba de mantener la calma, de ser madura. La fiebre de mi enfermedad empezó a subir mucho, muchísimo, me parece que hasta los cuarenta grados, y el dolor de mis ovarios aumentó.
Como un relámpago, una idea cruzó mi mente: estaba disfrutando todo ese jaleo. En fin, que yo era masoquista. Es decir, ¿era yo misma la que trataba de agravar la situación?
Le dije a Johnny que le amaba muchísimo, terriblemente. Ahora vi que necesitaba estar solo y decidir por su cuenta qué era lo que quería hacer. Dentro de poco más de veinticuatro horas yo saldría hacia los Estados Unidos. No volvería a verle ni a hablar con él, a no ser que él me pidiera que le viese o hablara con él.
Padre: Tengo que salir de casa. Vuelvo dentro de un momento.
(Tenía una cita con Sally en un bar.)
AZOTES, COMO SI EL MUNDO, POR SU PROPIA NATURALEZA, ME ODIASE.
A primera hora de esa mañana, un poco antes de la salida del sol, lo único que tenía que pasar por fuerza, pues todo lo demás era imprevisible, Johnny volvió a casa (¿mi casa?, ¿la casa de quién?) y le explicó a Janey que se había estado tomando unas copas con Sally.
Fuera estaba muy oscuro. Ella se tendió en el sucísimo suelo, al lado de la cama de Johnny, pero se era muy incómodo: llevaba dos noches sin dormir. De modo que le preguntó si podía meterse en su cama.
Las plantas de la habitación de Janey proyectaban sombras extrañas y bellas sobre las otras sombras. Era una habitación limpia, como de ensueño. Johnny le dio por el culo porque la infección de Janey hacía que le doliese mucho si se la tiraban por el coño, pero ella no le dijo que en el culo también le hacía mucho daño porque Janey quería que la follasen por amor y el dolor le daba igual.
Al cabo de unas horas se despertaron a la vez y decidieron que pasarían todo el día juntos ya que era su último día. Janey se reuniría con Johnny en el hotel donde él trabajaba en cuanto terminase su jornada.
Comieron ensalada de pescado crudo (ceviche) en un restaurante libanés y tomaron té en un tugurio chino. Estuvieron cogidos de la mano. No hablaron de Sally ni de nada que fuera problemático.

porque Janey quería que la follasen por amor y el dolor le daba igual.
Johnny la dejó diciéndole que luego iría a casa.
CAUSA DE LOS AZOTES: LA EMERGENCIA DEL SUFRIMIENTO EN EL ALMA CORROMPE EL ALMA.
Padre: Tienes que aprender a no apremiarme tanto. Nada de esto hubiera ocurrido si no lo hubieses provocado tú misma.
Janey (esforzándose por pensar. Lentamente): Eso ya lo has dicho otras veces. Me parece que no es así. Creo que fuiste tú el que creó esta situación. (Janey no dice directamente lo que piensa: que Johnny fingió estar enamorado de Sally para que ella, enfurecida, dijera que muy bien, que se había acabado todo, para que así se acabase todo entre ellos dos.) Sabes perfectamente cuál es mi forma de reaccionar, y tú creaste esta situación para que yo reaccionara así. Eres tú el que quería que ocurriese esto.
Padre (como si acabara de descubrir algo por vez primera en su vida, lentamente): Creo que tienes razón.
Al cabo de unas horas se despertaron a la vez y decidieron que pasarían todo el día juntos ya que era su último día. Janey se reuniría con Johnny en el hotel donde él trabajaba en cuanto terminase su jornada.
Comieron ensalada de pescado crudo (ceviche) en un restaurante líbanés y tomaron té en un tugurio chino. Estuvieron cogidos de la mano. No hablaron de Sally ni de nada que fuera problemático.
Johnny la dejó diciéndole que luego iría a casa.
YO NO SOY YO:
Janey (sentada en su cama con las cartas del Tarot): ¿Te leo el futuro?
Padre: De acuerdo. (El futuro de Johnny consiste en que ahora ha pasado una mala época pero que ya se está aclarando todo; más adelante, una estrecha amistad/matrimonio? con una mujer; resultado final: una vida maravillosa.) Me preocupan todos estos rollos parasicológicos que te montas.
Janey: ¿Qué puedo hacerle? Estas cosas me obsesionan.
Padre: Aquella noche soñaste cómo era ella. Ni siquiera la habías visto nunca.
Janey: Incluso pude describir cómo iba vestida. Una americana negra encima de algo blanco. (Duda.)
Padre: Dijiste que te dejaría antes incluso de que se me hubiese ocurrido planteármelo.
Janey: No era eso lo que yo quería provocar. Por Dios, te juro que no. Son cosas que me vienen a la cabeza, y luego las digo. ¿Lo entiendes?
Padre: Estas cosas me dan miedo.
Al cabo de unas Loras se despertaron a la vez y decidieron que pasarían todo el día juntos ya que era su último día. Janey se reuniría con Johnny en el hotel donde él trabajaba en cuanto terminase su jornada.
Comieron ensalada de pescado crudo (ceviche) en un restaurante libanés y tomaron té en un tugurio chino. Estuvieron cogidos de la mano. No hablaron de Sally ni de nada que fuera problemático.
Johnny la dejó diciéndole que luego iría a casa.
SONIDOS LEVÍSIMOS, PERO SONIDOS... OSCURAS ZANJAS ABIERTAS EN EL ROSTRO
Janey: Ahora voy a leerme mi futuro. (Su futuro le sale absolutamente espantoso: muerte y destrucción antes y después. Le sube la fiebre. Se pregunta si va a morir en los Estados Unidos.)
Padre: ¿Te preocupa?
Janey: Mucho.
Padre: También me preocupa a mí. Esas cartas son horribles.
Al cabo de unas horas se despertaron a la vez y decidieron que pasarían todo el día juntos ya que era su último día. Janey se reuniría con Johnny en el hotel donde él trabajaba en cuanto terminase su jornada.
Comieron ensalada de pescado crudo (ceviche) en un restaurante libanés y tomaron té en un tugurio chino. Estuvieron cogidos de la mano. No hablaron de Sally ni de nada que fuera problemático.
Johnny la dejó diciéndole que luego iría a casa.

SOIS LOS HERALDOS NEGROS DE NUESTRA MUERTE.
MÁS FIERAMENTE, QUE LA SEXUALIDAD SEA MÁS FUERTE. HA LLEGADO EL MOMENTO DE QUE TODOS LOS PRISIONEROS SE REBELEN. SOIS LOS HERALDOS NEGROS DE NUESTRA MUERTE. (SED EN ESE MOMENTO LOS JÓVENES CABALLOS DE ATILA EL HUNO. OH, HERALDOS QUE NOS ENVIÁIS LA MUERTE.)
Johnny y Janey permanecieron tendidos, juntos, pero sin tocarse, como las últimas noches. Janey estaba tan trastornada que se levantó y se fue a la cocina. Johnny siguió tendido en la cama, despierto. Janey volvió a la cama y permanecieron tendidos, sin tocarse.
Al cabo de unas horas se despertaron a la vez y decidieron que pasarían todo el día juntos ya que era su último día. Janey se reuniría con Johnny en el hotel donde él trabajaba en cuanto terminase su jornada.
Comieron ensalada de pescado crudo (ceviche) en un restaurante libanés y tomaron té en un tugurio chino. Estuvieron cogidos de la mano. No hablaron de Sally ni de nada que fuera problemático.
Johnny la dejó diciéndole que luego iría a casa.
ANUNCIAN LAS RUINAS PROFUNDAS DE LOS CRISTOS INTERIORES (QUE TENEMOS DENTRO). DE CIERTAS CREENCIAS ATESORADAS QUE EL DESTINO MALDICE, ESTOS AZOTES SANGRIENTOS HACEN SONAR SUS CHASQUIDOS DE UNA HOGAZA DE PAN QUE EN LA MISMA PUERTA DEL HORNO NOS QUEMA DEL TODO.
Janey: A veces pienso que somos unos amantes de destinos contrapuestos. (Desarrollando y explicando esta idea.) Cada uno de nosotros se acerca al otro en el peor momento. (Recuerda todo el rato la película Gilda.)
Padre (bromeando, triste): Es el peor momento para que hayas decidido hacer lo que estás haciendo.
Janey: Ya lo sé.
Padre: Te quiero de verdad, Janey. (Cogiéndola en sus brazos.) No quisiera no volver a verte nunca.
Janey (adorando esos brazos que la sujetan): Ya verás como en los Estados Unidos me sentiré bien. Si me quieres, escríbeme, yo... (Se impide a sí misma añadir nada más. Piensa que siempre habla más de la cuenta.) Ahora tengo que irme.
Padre: ¿Me prometes que te cuidarás?
Janey: Vale. (No le dice que quizá muera en los Estados Unidos.)
Al cabo de unas horas se despertaron a la vez y decidieron que pasarían todo el día juntos ya que era su último día. Janey se reuniría con Johnny en el hotel donde él trabajaba en cuanto terminase su jornada.
Comieron ensalada de pescado crudo (ceviche) en un restaurante libanes y tomaron té en un tugurio chino. Estuvieron cogidos de la mano. No hablaron de Sally ni de nada que fuera problemático.
Johnny la dejó diciéndole que luego iría a casa.
Desde los Estados Unidos Janey le puso una conferencia a Johnny para preguntarle si podía regresar a casa. En un momento de la conversación:
Padre: Sally y yo hemos roto prácticamente. Hemos decidido que solo seremos amigos.
Janey: ¿Querrás volver a vivir conmigo?
Padre: En este momento no lo sé. Estoy disfrutando este distanciamiento emotivo, la verdad.
Janey: No quería meterme en donde no me llaman. Lo siento. Pero necesito saberlo.
Padre: ¿Qué es lo que necesitas saber, Janey?
Janey: Bueno... ¿Cómo te va?
Padre: Estoy muy tranquilo, apenas salgo. Me paso casi todo el día en casa, viendo la tele. Tengo verdadera necesidad de estar solo.
Janey: ¿Cuándo te parece que sabrás si quieres volver a vivir conmigo?
Padre: Mira, Janey, tienes que animarte. Las cosas se han enredado más de la cuenta. Todo lo nuestro sigue estando tan enredado para mí que aún es pronto para que pueda estar contigo.
Janey: Ya entiendo. La respuesta es no.
Padre: ¿Tratas de conseguir que te rechace?
Janey: No. No. Eso no. No quiero que lo decidas ahora.
Padre: ¿Dónde estás viviendo?
Janey: Estoy en Nueva York. No estoy en ninguna parte. Cuando me establezca en algún sitio ya te diré cuáles son mis señas. Bueno, voy a colgar.
Padre: ¿Cómo estás de salud?
Janey: Bien. Muy bien. Oye. Tengo que saber si quieres que regrese. No puedo soportar esta incertidumbre.
Padre: ¿De verdad que quieres saberlo ahora?
Janey: Lo siento, Johnny. Ya sé que crees que esto es un amorío de colegiales, como esa historia entre Sally y tú, y que simplemente lo nuestro se acabó, pero para mí es muy serio. Yo te he amado.
Padre (dudando): También para mí es serio.
Janey: Entonces, ¿no lo entiendes? ¿Cuánto tiempo tendré que seguir esperando? Hace ya una semana que me fui de Mérida. ¿Quieres tenerme esperando un mes, un año, mientras tu sigues que-si-ay-que-si-no-sé-que-si-sí-que-si-no?
Padre: Necesito estar solo, Janey. Si me exiges que añada algo más, entonces tendrás que conformarte con que te rechace, del todo.
Janey: Tengo la cabeza infestada de pesadillas. O fantaseo que me coges en tus brazos una vez y otra y otra, diciéndome que me amas. Y no entiendo cómo me permito fantasear esto cuando sé que no es cierto... O tengo que arrancarte de mi cabeza aunque sea a latigazos. Johnny, se acabó.
Padre: ¿Por qué tienes que plantear las cosas así?
Janey: ¡Tengo que buscarme una nueva vida! Tengo que vivir. No puedo pasarme la vida entera pensando en una persona que no me ama.
Padre: No sé qué decirte.
Janey: Pues yo no sé qué pensar, y cada pesadilla que tengo me empuja hacia un lado y hacia otro y soy incapaz de pararlas.
Padre: No permitas que tu cabeza te vuelva loca.
Janey: ¿Qué quieres que haga? Lo siento. El problema no es tuyo, sino mío. Voy a colgar.
Padre (suplicando): Oye, no trates de precipitar las cosas. Empeoras la situación, eso es lo que haces.
Janey: ¿Crees que la situación todavía puede empeorar?
Padre: ¿Quieres saber cómo podría empeorar?

Y EL HOMBRE.
Y EL HOMBRE:
Janey telefoneó otra vez a Johnny porque necesitaba oír una voz amiga, porque estaba muerta de miedo.
(Tras un largo silencio.)
Padre (cordialmente): Hola, ¿cómo estás?
Janey (que solo quiere volver a oír una voz amiga): Solo quería decirte hola.
Padre: ¿Dónde estás?
Janey: Sigo en Nueva York. Todavía no he encontrado alojamiento.
Padre: Estoy disfrutando de verdad esto de vivir solo. Hace meses que no me sentía tan feliz.
Janey: Oh. (No quiere tener ningún sentimiento.) Fantástico. ¿Sales con alguien?
Padre: No, con nadie. Vivo muy tranquilo. Me quedaré aquí hasta finales de septiembre y entonces haré planes. (Quiere decir: «Mis planes no te incluyen a ti en absoluto, porque me das pánico», pero se siente culpable, piensa que haría daño a Janey.) Es todo lo que puedo decirte de momento.
Janey (aunque quiere que la conversación sea superficial, lo dice porque está programada para decirlo): ¿Quieres decir que no vas a volver a vivir conmigo?
Padre: En este momento me gusta de verdad abrir la puerta de este apartamento y saber que penetro en un espacio que es mío y solo mío. Estaré por aquí hasta septiembre y ya decidiré entonces. No deberías prejuzgar la situación en ningún sentido.
Janey: Ya entiendo. Supongo que esto no da más de sí.
Padre: ¿Qué quieres decir con eso?
Janey: Que lo nuestro terminó.
Padre: No lo sé.
Janey: ¿Ah, no? No lo entiendo. Te juro que no lo entiendo.
Padre: Necesito estar solo.
Janey: Muy bien. Pues ya estás solo. No te impido estar solo, ¿no? ¿No me vine a los Estados Unidos, eh? Dijiste: «Aléjate de mí», y me vine a otro país. ¿Crees que aún tengo que alejarme más? ¿Mucho más?
Padre: Eras tú quien tenía intención de irse a los Estados Unidos.
Janey: No me hubiera venido a los Estados Unidos estando tan enferma como estaba.
Padre: No tuviste que irte por culpa mía.
Janey: ¿Ah, no? No lo sabía. Dijiste: «Lárgate», y me largué. Quiero darte lo que tú me pidas. Todo esto ya no tiene importancia. Será mejor que desaparezca.
Padre: ¿Quieres decir que no quieres volver a verme nunca?
Janey: Dijiste que se había terminado.
Si la autora le presta aquí su «cultura» al sujeto amoroso, el sujeto amoroso, por su parte, le proporciona la inocencia de su repertorio de imágenes, el cual es indiferente a las propiedades del saber. Indiferente a las propiedades del saber.
Padre: Tengo que estar solo.
Janey: Lo entiendo.
Padre: Tengo que estar solo. Tú también has podido estarlo. Es como si me hubiese ido a un retiro.
Janey: No protesto por eso.
VUELVO LOS OJOS COMO SI VIERA CIERTA ESPERANZA, creo que estar solo es maravilloso. Pero no sabes si todavía me amas.
Padre: Eso es verdad. Es durísimo, ¿no? (Como si no quisiera creer que es durísimo.)
Janey: Sí. Lo es. Vale. (Suspira porque ha tomado una decisión.) Si es eso lo que quieres en realidad, esperaré todo el tiempo que quieras, esperaré a que tomes alguna decisión.
Padre: Tenía que alejarme. Me sentía atrapado.
Janey: Bueno, pues ya no estás atrapado. Todas las cosas están como tú querías. Ya no hace falta que sigas dando explicaciones. (Janey sigue llorando.) Cuando decidas algo, dímelo.
Padre: Si necesitas dinero, Janey, confía en mí.
Janey: ¿Qué quieres decir con eso?
Padre: Si quieres que te ayude económicamente, lo haré.
Janey (ahora que ha tomado una decisión, sus emociones han desaparecido): No puedes decir eso y quedarte tan fresco. Tengo que seguir viva. No puedo hacer nada respecto a las emociones..., pero puedo mantenerme físicamente viva. ¿A qué te refieres con eso del DINERO? Siento ser tan brusca. Tengo que seguir viviendo.
Padre: Te pagaré el alquiler, dondequiera que estés.
Janey: De acuerdo. Yo te esperaré y tú pagarás el alquiler. Tendrás que avisarme con un mes de antelación si piensas dejar de pagarlo. Necesito saberlo, ¿vale?
Padre: Oye, Janey, ¿te cuidarás?
Janey: ¿VALE O NO VALE? Siento que para ti no importe el que yo siga viva, pero para mí es importante.
Padre (evadiéndose): Te ayudaré de la forma que pueda.
Janey: Siento estar siendo tan dura (Janey cree que está portándose realmente como una mala puta), pero tengo que averiguar cómo me las arreglaré para vivir. No quiero armar un escándalo por eso, pero sigo estando enferma. (Janey cree que se va a morir.)
La conferencia telefónica todavía no ha pasado a mayores.
Empieza lentamente estancada
Padre (obsesionado por su intento de explicarle a Janey que ya no la quiere a su lado. Tratando de mostrarle el menor afecto posible): Nuestras relaciones están horriblemente enredadas. Si quieres que alguna vez lleguen a funcionar un poco, habrá que mejorar las cosas mientras nosotros estemos separados.
Janey: Te he dicho que estaré esperándote aquí.
Padre: He estado pensándolo todo una y otra vez, y me he dado cuenta de que estábamos siempre mal sincronizados.
Janey: Lo sé. Yo era muy egoísta.
Padre: No te odio. Me paso el día recordando las cosas buenas de nuestra relación.
Janey: Qué gracia. Siempre tuvimos la fantasía de que tú eras el que estaba locamente enamorado, y ahora resulta que soy yo la que lo está.
Aumenta la energía
Padre: ¿Por qué no recuerdas las cosas buenas, como yo?
Janey: ¿Cómo? ¿Ahora resulta que quieres que viva en el pasado? Me pides más de la cuenta. No puedes pedirme eso. Dios, ¿es que el dolor no tiene límites? Haré cualquier cosa, lo que sea, pero ¡joder!
Padre: Quiero que sepas que hay muy pocas esperanzas.
Janey: Comprendido el mensaje, Johnny.
Padre: No quiero darte una falsa impresión.
Dolor total
Janey: Te has explicado muy bien. (Aúlla.) Mejor será que cuelgue.
Padre: Tenemos que hablar cara a cara. No puedo hablarte por teléfono.
Janey: Yo tampoco puedo hablar así.
Padre: Quizá sería mejor que volvieras a casa.
Janey: ¿Quieres que vuelva a casa? Volveré lo antes que pueda.
Janey: Te llamo para decirte que no puedo regresar a casa porque estoy muy enferma. Tengo que descansar en Nueva York unos días, hasta que recobre las fuerzas, y luego volveré a casa lo antes posible. La vida en Nueva York es muy dura.
ENLOQUECE MIS OJOS, MIENTRAS EL SER SE CORROMPE A SI MISMO, COMO UN CHARCO DE VERGÜENZA, EN ESA ESPERANZA.
Padre: No tienes que venir si solo lo haces por mí, Janey.
Janey: Había entendido que querías que volviese a casa.
Padre: Lo dije solo por ti. Me pareció que estabas medio pirada.
Janey: Ah, bueno. Entonces, tardaré en regresar.
Padre: Tendrías que disfrutar tus vacaciones.
Janey: Ya lo hago. Odio a los norteamericanos, pero hay montones de turistas franceses y alemanes por aquí, y son todos maravillosos. (Chismorreos sobre los turistas.)
Padre: Quería pedirte disculpas por mi forma de comportarme. Me parece que he sido mezquino.
Janey: Yo ya había llegado a la conclusión de que eres un HIB.
Padre: ¿Qué es eso? (Riendo.)
Janey: Un Horror Innecesariamente Brutal.
Padre: Ah, estaba confundido.
Janey: Y he decidido acusarte ante los tribunales por estupro, y pedir mil dólares de indemnización.
Padre: Ya veo que se te ocurren montones de planes. (Ríen los dos.)

ENLOQUECE MIS OJOS.
Tendríamos que abreviar la conferencia. Estas conferencias me están costando una fortuna.
Janey: Solo te he llamado porque tenía que darte ese recado. No volveré a llamarte. Por cierto, si quieres venir aquí y vivir en mi casa, ya me las arreglaré para pagar yo...
Padre: Ahora estoy solo.
Janey: Bueno, adiós.
Padre: Nunca he sabido decir adiós.
Janey: Ninguno de los dos sabe, ¿verdad? Mira, di adiós, y ya está.
Padre: Cuídate, Janey.
Janey: Adiós.
POR FAVOR YO YA NO YO
Mr. Smith mete a Janey en un colegio de Nueva York para asegurarse de que no regrese a Mérida.
Extracto del diario de Janey:
Andaba por ahí con una pandilla y estaba muerta de miedo. Formábamos parte de la banda de LOS ESCORPIONES.
Papá ya no me quería. Y ya está.
Andaba desesperada buscando el amor que me había robado.
Mis amigos eran como yo. Estaban desesperados, eran producto de familias destrozadas, de la pobreza, y estaban dispuestos a cualquier cosa con tal de escapar de la miseria.
A pesar de las restricciones escolares, hacíamos exactamente lo que nos daba la gana y así se estaba bien. Nos emborrachábamos. Nos drogábamos. Follábamos. Nos hacíamos el mayor daño sexual que podíamos. El speed, la sobrecarga afectiva, y el dolor aturdían de vez en cuando nuestros cerebros. Demenciaban nuestros aparatos perceptivos.
Sabíamos que no podíamos cambiar la mierda en la que vivíamos, de modo que tratábamos de cambiarnos a nosotros mismos.
Yo me odiaba a mí misma. Hacía todo lo posible por hacerme daño.
No recuerdo con quién follé la primera vez que follé, pero no debía de saber nada sobre el control de natalidad porque me quedé preñada. Recuerdo mi aborto. Ciento noventa dólares.
Entré en una gran habitación blanca. Debía de haber unas cincuenta chicas más. Unas cuantas adolescentes y dos o tres cuarentonas. Las mujeres se pusieron en fila. Las que estaban sentadas decían que sí con la cabeza. Algunas iban acompañadas de sus hombres. Qué suerte tienen, pensé. La mayoría de nosotras íbamos solas. A las de mi fila nos dieron unos grandes impresos: al final de cada uno de ellos había un párrafo que decía que la mujer le otorgaba al médico el derecho a hacer lo que a él le diera la gana, y que si ella se moría no era por culpa del médico. No era la primera vez que nos entregábamos a un hombre. Por eso estábamos allí. Todas nosotras lo firmamos todo. Luego nos cogieron el dinero.
Mi fila fue introducida en una habitación verde claro. En la habitación blanca, otras cincuenta chicas empezaron a firmar impresos y a entregar sus ciento noventa dólares robados, suplicados, prestados.
En una salita anaranjada explicaron que un huevo cae de los ovarios y que, cuando la polla entra en ese canal que se llama EL ÚTERO, deja allí millones, no sé cuántos exactamente, de espermatozoides. Si uno de estos espermatozoides, solo uno, se encuentra con el huevo que ha caído, la hembra (yo y tú) se ha metido en un buen lío. La hembra puede utilizar uno de los diversos métodos de control de natalidad, ninguno de los cuales falla o produce deformaciones.
Allá vosotras, chicas. Tenéis que ser fuertes. Enderézate, eres una mujer moderna. Estamos en la época de la postliberación femenina. Bien, ¿qué piensas hacer? A estas alturas ya eres mayorcita y tienes que cuidar de ti misma. Nadie va a ayudarte. Solo tú puedes hacerlo.
Bueno, no pude evitarlo, me ENCANTA follar, y el tío era TAN guapo, valió la pena.
Las chicas sabíamos todo lo que había que saber sin que hiciera falta que nadie nos dijera nada y éramos nosotras las que nos habíamos metido en el lío y estábamos todas metidas en él.
Un aborto es un proceso sencillo. Es casi indoloro. Incluso si no es indoloro, solo dura cinco minutos. Si TIENES QUE abortar, pero eres un ser débil y estúpido, podemos anestesiarte.
Las paredes anaranjadas eran gruesas, lo suficiente como para asordinar los chillidos que salían del quirófano. Un aborto era, evidentemente, lo mismo que si te follaban. Bastaba con que cerrásemos los ojos y abriéramos las piernas: otros se encargarían de lo demás. Nos quitaron la ropa. Nos dieron sábanas blancas para cubrir nuestra desnudez. Nos devolvieron a la sala verde claro. Me encanta que los hombres se encarguen de mí.
Recuerdo a una rubia bajita y menuda, más joven incluso que yo. Supongo que era la primera vez que se la follaban. Era incapaz de decir palabra. De decir si quería local o no. LOCAL significa anestesia local. Te meten unas agujas hipodérmicas muy largas, cargadas con novocaína, en los labios del coño, y no adormecen en absoluto el sitio donde duele. La anestesia general cuesta cincuenta dólares más y te llena a rebosar de morfina sintética y suero de la verdad. Nos reunimos todas alrededor de ella, le cogimos de las manos, le dimos golpecitos en las piernas. Gradualmente empezó a calmarse. No se podía hacer otra cosa. Teníamos que esperar mientras cada una de nosotras iba sufriéndolo por turnos. Finalmente vinieron por ella.
Era de las que se lo creen todo. Se había creído eso de que con anestesia local no duele. Primero iban a hacérselo a las que querían anestesia local.
Jamás olvidaré la cara de esa chica cuando salió. Seguro que ni del coño de su mamá salió tan aturdida. Tenía la cara blanca como un muerto, y los ojos abiertos como un pez.
–He cometido un error. No lo hagas. No hagas nada de lo que te digan que has de hacer.
Antes de que pudiera añadir nada más se la llevaron en la camilla de ruedas.
Empecé a cogerle gusto a esa habitación verde claro, a las mujeres que estaban más asustadas que yo y a las que podía consolar, a la sensación de que alguien se ocupaba de mí. Me sentía más segura allí que en la calle. Deseé un aborto permanente.
Me sujetaron los tobillos y las muñecas con unas tiras negras. Cuando le pregunté a la enorme anestesista rubia si cabía la posibilidad de que reaccionase mal a la anestesia, ella le dijo a la otra enorme enfermera rubia que yo era la típica apasionada de los alimentos naturales. Después de eso no volví a preguntarles nada e hice exactamente lo que me dijeron.
Una hora después una mano grande me sacudió y me dijo que ya era hora de que me fuera. Había chicas tendidas por todo mi alrededor, medio muertas. Me salía sangre de entre las piernas. Otra enfermera me dio una compresa, media taza de café, mi ropa, veinte pastillas de penicilina, y me dijo que me fuera. No volví a hablar con ninguna de las demás chicas.
Penelope Mowlard era la chica más horripilante de mi clase. Tenía la piel verde. Era estúpida. No sabía dar besos. Era desgarbada. Era idiota. Tenía la cara achatada, llena de grasa, casi sin ojos, y su pelo era repugnante de tan sucio.
El colegio de Miss Richard era un colegio para buenas chicas bien educaditas. Lo mejor era que nadie se enterase de si nos metíamos en líos. Durante varios meses Penelope anduvo por las aulas y los pasillos con un estómago cada vez más hinchado. Era tan estúpida que no se había enterado de lo que pasaba. Las maestras no dijeron nada por miedo o porque eran unas tortilleras de mierda. Nosotras no dijimos nada porque era divertido hacerla sufrir.
Una mañana, a primera hora, un viejo que hacía de bedel encontró un paquete ensangrentado en el fondo de uno de los cubos de basura que había en el sótano. Ese mismo día, al cabo de unas horas, vimos que el estómago de Penelope había desaparecido. La directora no podía expulsarla porque tenía que evitar el escándalo a toda costa.
No se me ocurría qué método anticonceptivo podía utilizar. Las espumas y las cremas para el diafragma tenían muy mal sabor cada vez que tenía la oportunidad de notar una lengua en mi coño, así que elegí la lengua. Los DIU me hacían sangrar y me infectaban otra vez. Había en Harlem un farmacéutico que me pasaba píldoras anticonceptivas cada dos meses a cambio de que se la mamara detrás del mostrador, pero tomarlas cada dos meses no basta. Todos los chicos con los que follaba se negaban a usar condones.
Decidí que si me volvía a quedar preñada me clavaría la punta de una percha de alambre en el coño. Me daba igual morir con tal que muriese el bebé. Luego oí contar la historia de una mujer, creo que es verdad, que tenía unas ganas tan desesperadas de matar a su bebé que se sujetó con cadenas varias pesadas planchas a los brazos, piernas y estómago, y se tiró de lo alto de un tercer piso. Aunque se fracturó casi todos los huesos, su hijo no murió y la mujer dio a luz en la ambulancia.
Seguía teniendo unos deseos desesperados de follar. Los abortos hacen que sea peligroso volver a follar porque distienden la abertura del útero y el esperma puede llegar al óvulo con una facilidad pasmosa. También trastornan el sistema hormonal: para compensar, las hormonas producen muchos más huevos. Los abortos dejan muchos orificios abiertos en la matriz, y cualquier cuerpo extraño que roce esos orificios puede producir una infección.
No estoy tratando de contar los aspectos más repugnantes y horripilantes de mi vida. Los abortos son el símbolo, la imagen exterior, de las relaciones sexuales tal como ocurren en este mundo. Describir mis abortos me parece la única forma real de hablar del dolor y del miedo..., mi incontenible impulso de amor sexual me ha hecho conocer todo eso.
Mi segundo aborto ocurrió dos meses después de mi primer aborto.
Costó cincuenta dólares porque fue una extracción menstrual. Las diferencias entre un aborto y una extracción menstrual son:
En la extracción menstrual el médico no dilata la cerviz. El bebé es aún pequeñísimo.
Como el médico puede tanto encontrarlo como no encontrarlo, las extracciones menstruales pueden resultar peligrosas y son ilegales.
La mayoría de los médicos que llevan a cabo las extracciones menstruales no tienen título oficial de doctor en medicina.
En cuanto entré en la consulta, me doparon con Valium.
La cola era más corta.
Llegué a ver al médico.
Era el único médico que había allí.
Mataba de 32 a 48 bebés al día y se embolsaba de 1.600 a 2.400 dólares diarios.
Me metió la mano por el coño y dijo que muy bien.
Me clavó una aguja en el brazo y trató de ser amable.
Una semana después de mi segundo aborto tuve una infección vaginal. Cuando telefoneé al médico para quejarme, él me dijo que la culpa no era suya y que jamás había oído hablar de mí.
Yo no sabía hasta qué punto estos abortos estaban causándome un daño físico y mental. Tenía unos deseos desesperados de follar más y más, a fin de encontrar finalmente el amor que yo buscaba. Muy pronto todo mi ser estuvo en llamas, no solamente mi sexo, y me dedicaba a hacer todo lo posible para lograr que me llegase el equivalente no sexual del amor.
El resto de LOS ESCORPIONES iban creciendo más o menos como yo.
Empezamos a armar alborotos. Una mañana, a primera hora, robamos una furgoneta en un pueblo de Connecticut y entramos en tromba en una ferretería. Echamos por la puerta todo lo que había en la tienda.
No es que odiemos, a ver si me explico, es que necesitamos compensaciones. Luchar contra el aburrimiento de una sociedad de mierda. Contra las imágenes robotizadas, alienadas. Tenga, señora, su pizza preparada. Solo contra la locura.
Hay cristales rotos por el suelo. Chicles pegados por todas partes. Mierda hasta en las grietas de la mesa. La caja registradora está tan negra como un listín telefónico quemado.
Convertimos la tienda en un cementerio y la calle quedó como uno de los barrios bajos de Nueva York en donde vivimos.
En cuanto logramos nuestro propósito, nos fuimos del pueblo de Connecticut.
Robamos.
Monkey y yo fuimos los que empezamos a robar. Estábamos colocados de metadona. Entramos a saco en Bloomingdale’s, unos grandes almacenes de Nueva York.
Yo me dirigía a cierto lugar al que también se dirigían mi padre y su novia. Johnny y su novia no querían saber nada de mí.
Fuimos a Bloomingdale’s en taxi, para parecer gente honesta. Yo llevaba un vestido de lana rojo y un chaquetón de lana marrón. Cuando vas a robar hay que parecer honesto.
Estaba agarrada al extremo del taxi en el que Johnny y su amiga me habían recogido. Era evidente que ellos no querían saber nada de mí. El resto del grupo rockero de Johnny iba en el coche.
En cuanto Monkey y yo entramos en Bloomingdale’s, nos fuimos cada uno por nuestro lado. Comprobé que mi aspecto fuera el adecuado. Mi pelo rizado y moreno, mi maquillaje casi invisible y mi vestido rojo hacían que pareciese una chica de buena familia, con pasta. Quería tener ese aspecto. Ser de buena familia y tener pasta es como un sueño. Controlé mis vibraciones. Me dije a mí misma que tenía que mantener la calma, estar tranquila. Cuando entré en los almacenes, controlé las vibraciones de los almacenes. No me seguía nadie.
Papá y yo estamos en la planta baja del Laguna Beach Hotel, que es el hotel preferido de Nixon. Tengo ante mí una pared rectangular de color blanco. Al pie de esa pared, un poco a la derecha, suben los peldaños de una escalera mecánica. Inscrito en esa pared, a la altura del primer tercio de su extensión, por la derecha, hay un pasillo absolutamente negro. Encima de esa pared blanca, un espacio vacío; encima del espacio vacío, un rectángulo blanco señala una habitación. No hay nada en torno a esas paredes, esa escalera, ese pasillo.
Por el lado este, los objetos arquitectónicos están interconectados, ocultos los unos dentro de los otros.
Voy por el hotel sin papá, adelante ATRÁS. El hotel es el ahora, enormes cuadrados transparentes. Me deslizo hacia la habitación negra del final.
La pared del fondo de esa habitación no es una pared sino una serie de ventanas. Ventanas a través de las cuales veo un océano negro y fosforescente. Ninguno de los tíos del grupo de papá quiere estar conmigo, y papá está con Sally. Quiero ir a nadar, tengo que ir a nadar. El océano es de color verde luminoso, aunque sea de noche. El océano es refulgente.
Ahora la ventana es completamente transparente. A través de ella veo el cuerpo de un hombre, como si fuera un cadáver, que gira en la centelleante agua verde.
Yo quería un abrigo de pieles.
Pequeñas salas rodean un inmenso vestíbulo negro. Delgadas paredes blancas, casi inexistentes, separan estas salas.
Compré un jersey rojo en el departamento juvenil de la tercera planta, para que cualquiera que estuviera mirándome no creyese que yo era una ladrona.
Luego subí por la escalera automática hasta el departamento de peletería. Dejé mi chaquetón de lana a un lado y empecé a probarme, uno tras otro, montones de abrigos de pieles. Robar es un lujo. Al cabo, de diez o quince minutos la dependienta tuvo que desplazarse al otro extremo del mostrador para buscar cambio.
Naturalmente, papá y Sally y los chicos del grupo son los primeros en conseguir sus habitaciones. Mi habitación es la habitación que absolutamente nadie habría querido.
Mi habitación es un enorme hexágono situado en la esquina frontal izquierda del hotel. No tiene un interior o un exterior claramente definidos, ni ninguna clase de regularidad arquitectónica. Largas tuberías blancas forman parte de su techo. Dos de sus lados, pero siempre dos distintos, están abiertos.
La función de mi cuarto tampoco queda clara. Sus únicos muebles son un par de sillones de barbería y un retrete. Es un sitio para que se reúnan los hombres.
Empleados del hotel vestidos de blanco y negro entran en mi habitación y quieren hacerme daño. Cortan pedazos de mi cuerpo. Llamo al director del hotel. Él me explica que mi habitación era antiguamente el lavabo de caballeros. Lo entiendo.
Mi coño era un lavabo de caballeros.
Salgo con un abrigo de leopardo puesto.
Queridos sueños:
Vosotros sois lo único que importa. Sois mi esperanza y vivo para vosotros y en vosotros. Sois la crudeza y la locura, los colores, los olores, la pasión, los acontecimientos. Sois las cosas por las que vivo. Por favor, llevadme con vosotros.
Los sueños hacen que el mundo de la visión se desenfrene en nuestra conciencia.
Los sueños no bastan por sí mismos para destruir la manta de aburrimiento.
Los sueños a los que permitimos que nos destruyan hacen que seamos visiones/veamos el mundo de la visión.
Cada día hace falta una herramienta afilada, un potente aparato destructor, para apartar de nosotros el aburrimiento, la lobotomía, la fe en los seres humanos, el estancamiento, las imágenes y la acumulación. En cuanto dejemos de tener fe en los seres humanos, en cuanto sepamos que somos perros y árboles, empezaremos a ser felices.
A partir del momento en que llegamos a vislumbrar el mundo de la visión (nótese aquí hasta qué punto oscurece las cosas el lenguaje convencional: NOSOTROS como si fuésemos el centro de la actividad VEMOS lo que es el centro de la actividad: pura VISIÓN. De hecho, es la VISIÓN la que nos crea a NOSOTROS. ¿Hay algo cierto?). En cuanto hemos llegado a vislumbrar el mundo de la visión, hemos de cuidarnos de no pensar que el mundo de la visión somos nosotros. Hemos de llegar más lejos, estar más locos incluso.
No tenía suficiente comida, de modo que empecé a trabajar en una panadería hippie.
Era el año 1977.
No me permitían preparar comida ni tomar decisiones. Mi trabajo consistía en ir dándole a la gente el pan o las galletas que me pedían y recoger su dinero. También hacía zumos vegetales, emparedados con rebanadas de pan sobre las que extendía tofu y diversas verduras.
No soy nadie porque trabajo. Tengo que fingir que me gustan los clientes y que me encanta darles galletas o lo que sea, por muy mal que me traten.
(En una panadería del East Village.)
Señora Gorda: ¿Qué ingredientes tiene ese pastel?
Repugnante Dependienta Despistada: Un poco de aceite de coco y de harina de trigo, malta de cebada, agua y semillas de sésamo.
Señora Gorda: ¿Y esa harina de trigo no tendrá abonos químicos?
Repugnante Dependienta Despistada: Ninguno de los ingredientes que utilizamos tiene abonos químicos.
Señora Gorda: ¿Qué es eso de la malta de cebada?
(Jaleo de diez clientes en el fondo. Un niño mugriento está tocando las galletas.)
Repugnante Dependienta Despistada (que jamás adopta expresión alguna): Es un derivado del cereal.
Señora Gorda: ¿Y no ponen azúcar ni miel?
Repugnante Dependienta Despistada: No.
(El crío mugriento agarra un par de galletas de avellana y sale corriendo.)
Señora Gorda: ¿Y qué ingredientes tienen esas galletas de ahí?
Repugnante Dependienta Despistada: Eso son galletas de girasol y arándanos agrios.
Señora Gorda: ¿Y esas llevan harina de trigo?
(Un hombre de unos treinta años empieza a revolver una caja de pastelitos. La dependienta se vuelve y le dice: «Disculpe, señor, ahora mismo le atiendo.»)
Treintañero: Quiero este pastelito.
Repugnante Dependienta Despistada: Se lo serviré en cuanto haya terminado de atender a esta señora.
Señora Gorda: ¿De qué está hecha esta galleta? (Vuelca la bandeja.)
Repugnante Dependienta Despistada (volviéndose rápidamente hacia ella): Está hecha de harina de avena con bayas de arce. (Dirigiéndose al treintañero.) Ahora mismo le atiendo.
Treintañero (sollozando): Cada vez que vengo a esta tienda no hay modo de que nadie me preste atención. Antiguamente no era así, venía aquí, me sentaba y hasta charlaba un rato. La gente me atendía bien. (Se va sollozando sonoramente.)
Señora Gorda: ¿Y esta otra galleta? Tengo que ir con mucho cuidado. El médico me ha dicho que no puedo comer nada dulce.
Repugnante Dependienta Despistada: Es de algarroba.
Señora Gorda: Entonces seguro que tiene azúcar.
Una Chica Rica: Solo quiero esta tartita. (Agarrando una tartita de cacahuetes y rompiendo el estante.) Tenga.
Repugnante Dependienta Despistada (cogiendo las monedas y devolviendo cinco centavos): Serán cuarenta centavos. Gracias. (A la Señora Gorda.) Solo usamos malta de cebada, y en las galletas y tartitas donde pone arce ponemos jarabe de arce.
(El dueño sale de la trastienda y le dice a la dependienta que tiene que trabajar más aprisa, ¿Por qué hay tantos clientes haciendo cola? La ha contratado para TRABAJAR. No tiene estos problemas con ninguno de los demás empleados.)
Señora Gorda: Bueno, ¿de qué es esa tartaleta?
Repugnante Dependienta Despistada: Es de cacahuete.
Señora Gorda: ¿No tiene nada de azúcar?
Joven Delgada y Diminuta: Quiero diez barras de pan de arroz, una docena de tartaletas, tres docenas de galletas variadas, dos zumos de verduras y dos emparedados envueltos para llevar. Tengo prisa.
Repugnante Dependienta Despistada (a la Señora Gorda): ¿Quiere alguna galleta, señora?
(Mientras cinco clientes cogen galletas por su cuenta, un sexto cliente se monta encima de los hombros de los otros para coger tartaletas. Todos los estantes se hunden.)
Señora Gorda: Oiga, señorita. Quiero esa tartaleta de ahí. (Señala una tartaleta con semillas de adormidera que se encuentra sepultada bajo un cuerpo que, víctima de la contusión producida por el desplome de los estantes, ya es cadáver.)
Debido a que trabajo, no soy nadie. La panadería tiene muchos clientes. Los hippies tienen ideales y venden baratas unas galletas muy buenas. En cuanto me atrevo a tomarme el tiempo suficiente para pensar algo, para observar un sentimiento, generalmente el odio, en el momento en que se está formando, para dejar que descanse mi dolorido cuerpo, entra algún cliente.
Era, leí, como si hubiese surgido de repente ante mí un hombre que, en su rebelde y apasionada juventud, había sido el ídolo de Madrid y un grave motivo de preocupación y desconsuelo para sus padres. Aquel hombre se llevó, por la fuerza, a una monja que vivía en un convento, granjeándose así la enemistad de la Iglesia y las antipatías de su soberano. Aquel hombre había seguido los dictados de su deseo sin tener en cuenta nada más, y había sobrevivido. Y había llegado a ver. A ver la pena. En eso consiste la visión. Sacrificó toda la fortuna que poseía en Europa al servicio de su rey, combatió contra los franceses, y al final una proclama especial puso precio a su cabeza. Conoció la pasión, el poder, la guerra, el exilio y el amor. Una vez repuesto en el trono, el rey supo darle las gracias, y fue honrado por su sabiduría, y aplastado por el dolor que le produjo la muerte de su joven esposa.
Un hippie parisino de veintiséis años, que hablaba con acento inglés, trabajaba en el mostrador con la Repugnante Dependienta Despistada. El hippie jamás daba golpe porque ella tenía que pasarse todo el tiempo tratando de conseguir que los clientes la ayudaran a saber qué podía hacer con su vida y cómo podía ser creativa.
–¿Por qué le sonríes a todo el mundo? –le preguntó el hippie a la Repugnante Dependienta Despistada, mientras esta hacía desesperados esfuerzos por terminar de leer una página.
–¿Y por qué no debería sonreír?
–¿Verdad que no todo el mundo te cae bien? Si no tienes ganas de ser amable con la gente, no lo seas.
–¿Qué tendría que hacer?
–Haz lo que te salga de dentro. No seas hipócrita.
–No me sale nada de dentro. –La Repugnante Dependienta Despistada tenía ganas de matar a aquel estúpido hippie.
–Entonces no dirijas esas sonrisas a los clientes.
–Me pagan para que sonría.
–Actúas de forma hipócrita, Janey. Eso te pasa porque te riges por criterios masculinos. Fíjate en mí. No sonrío si no me sale de dentro, y jamás hago el menor esfuerzo por nadie.
Justo en ese momento entró en la tienda un apergaminado cincuentón.
–¿Me da un vaso de zumo de heno?
Repugnante Dependienta Despistada: Desde luego, señor. (Rodea corriendo el mostrador para coger un vaso de papel, regresa corriendo hasta detrás del mostrador, se arrodilla para sacar el zumo de la nevera, se pone en pie para servir el zumo con la jarra, se arrodilla para guardar la jarra, vuelve a ponerse en pie.) Ahí tiene, señor.
Cincuentón Apergaminado: ¿Sabía usted que este zumo aniquila todas las enfermedades del mundo, con tal que se tome la cantidad suficiente? Mata el cáncer. En la Biblia, Nabucodonosor comía heno, y eso bastaba para curarle de todo.
Joven Judía Tipo Putón (que ha entrado en la tienda mientras la Repugnante Dependienta Despistada hacía sus carreras para servir el zumo. Muy próxima a la Repugnante Dependienta Despistada): ¿Y usted a qué se dedica?
Repugnante Dependienta Despistada: ¿Cómo que a qué me dedico?
Joven Judía Tipo Putón: ¿Qué más hace para ganarse la vida? ¿Es usted puta?
Repugnante Dependienta Despistada: No. Voy a la escuela.
Delgadísima Hippie Rubia: Quiero esa tartaleta y esa otra y dos de aquellas, ¿y es tierna esa?, también la quiero. Y un pan redondo. (Cuando la Repugnante Dependienta Despistada se encarama para coger el pan.) ¿Te gusta tu trabajo?
Repugnante Dependienta Despistada: No está mal.
Delgadísima Hippie Rubia: ¿Qué pasa con este trabajo? ¿No estás contenta?
Repugnante Dependienta Despistada: No siento precisamente una gran pasión por esto de pasarme cuatro horas al día dando galletas y panes y cobrando. Pero no está mal.
Delgadísima Hippie Rubia: Si te interesaras más por la panadería, entraras a ver cómo se hacen las galletas, hablaras más con los clientes, tal vez te gustaría más este trabajo.
Repugnante Dependienta Despistada: Cuando estoy aquí me pagan para que atienda a los clientes, y no tengo tiempo libre para nada más. Tengo que hacer los deberes.
Delgadísima Hippie Rubia: Ya. Vas a la tuya. (Cuando la Delgadísima Hippie Rubia sale de la tienda, el Hippie parisino dice: «Eres una maleducada.»)
Repugnante Dependienta Despistada: ¿Por qué soy una maleducada?
Dependiente Hippie Parisino: Tú sabrás.
Repugnante Dependienta Despistada (presa del pánico): Pues no lo sé. ¿Por qué soy maleducada?
Dependiente Hippie Parisino: Simplemente, porque no eres amable.
Repugnante Dependienta Despistada: Mira, ya que tenemos que trabajar juntos, deberíamos llevarnos mínimamente bien. No puedo consentir que me insultes por las buenas.
Dependiente Hippie Parisino: Parece que no te gusta jugar a estas cosas, ¿eh? (Se aleja de la Repugnante Dependienta Despistada.)
A partir de entonces, toda la gente de la tienda me evitó. Yo era una epidemia y estaba rodeada por un enorme círculo de vacío. Cuando había algún otro dependiente trabajando conmigo, se retiraba a la trastienda en cuanto me veía.
Tenía que encargarme yo sola de todos los clientes. Mi padre dejó de mandarme dinero. Tuve que trabajar siete días a la semana. Ya no tenía ningún sentimiento. Había dejado de ser una persona real. Si dejaba de trabajar aunque solo fuera un segundo, el odio que sentía era incontenible. Podía reventar de odio. El odio que emerge así es como una bomba.
Lo que más odiaba era haber dejado de tener sueños o visiones. No es que el mundo de la visión, el mundo de la pasión y la rebeldía, hubiera dejado de existir. Siempre existe. Pero cuando permanecía despierta estaba alejada de los sueños. Era una psicótica.
Salí de mi cochambrosa escuela. Ya era de noche. Iba corriendo porque llegaba tarde a la panadería. Tropecé.
–Ja, ja, ja –rieron unos chicos a mi espalda. A tomar por saco.
–Solo porque antes era de LOS ESCORPIONES esa se cree que es muy dura –gruñó un estúpido mascachicles–. Ahora se dedica a vender galletitas de mierda al primer gilipollas que se lo pide. Seguro que tiene el coño cosido.
Lo hice. Seguí corriendo para no llegar tarde.
–Ven aquí.
Seguí corriendo.
–Eh, tú, ven. –Me agarraron del hombro–. Mírame. –Mientras una mano me hacía dar la vuelta, otra mano me levantó la barbilla para que mis ojos viesen un par de ojos chinos de color gris y una nariz larga. Debido a la oscuridad, eso fue lo único que vi.
–No les hagas caso. Jamás en la vida han usado la polla. He oído decir que te acuestas con todo el mundo.
–Antes sí, pero ahora ya no. ¿Quién eres tú?
–Je, je, je. –Su sonrisa tenía un tono burlón–. He oído decir que ni siquiera te importaba saber cómo se llamaba el tío que te follaba.
–¿Qué quieres de mí?
–Quiero meterte la polla entre las piernas.
–De eso nada. –Había vuelto a adoptar el tono de mis días con LOS ESCORPIONES. Y notar su mano subiendo y bajando por mi rígida espalda hizo que se me mojara la entrepierna.
–¿Que no? ¿Que no? –Me hablaba en la mismísima oreja–. ¿Y a quién le dices que sí? ¿A un chico que te espera en casa? ¿Y crees que te follará mejor que yo? –Sus palabras sonaban cada vez más próximas, más obscenas–. Ahora mismo te vienes conmigo.
–No puedo.
–¿Por qué?
–Tengo que trabajar.
–¿Qué coño dice esa zorra?
–¿Por qué no le das una buena paliza, Tommy?
–Dale un directo al estómago.
–Les gustas a mis amigos, ¿sabes? –me susurró el tipo al oído, empujándome y haciéndome caminar–. Tú y yo nos lo vamos a pasar de puta madre.
–Mira, no puedo acompañarte. No soy lo que crees. Si me quedo sin trabajo estoy perdida. No voy a echar a perder mi vida por un polvo.
Los labios del tipo se acercaron a los míos. Su lengua se metió en mi boca y cubrió mi lengua. Sus manos eran enormes insectos recorriéndome la espalda.
Supongo que transcurrió mucho tiempo, pero no me enteré.
–¿Qué?
–Pues... –No sabía qué hacer–. Si me voy contigo, echaré a perder nuestra amistad.
Su mano acercó mis labios a sus labios hasta que me empezó a follar la boca con su boca. Era una fuente. Yo le apartaba a empujones.
Él alzó la cabeza:
–Tú decides –me dijo.
Me fui con él y ya no me importó una mierda nada que no fuera él.
El amor me devolvió al mundo del delito. Tommy y yo nos dedicamos a secuestrar niños. A ensuciar las paredes de las casas. A llevar armas peligrosas y a usarlas. Hicimos todo lo que pudimos por aturdir nuestra conciencia y actuamos con la mayor brutalidad posible. Nos cagamos por la calle. Atacamos a desconocidos con botellas partidas. Golpeamos a la gente en la cabeza con objetos duros. Pateamos en los huevos a los tíos que nos encontrábamos por la calle. Provocamos peleas y disturbios.
Casi no podía soportar tanta felicidad. La sexualidad me enloquecía más que la delincuencia. Empezaba a correrme en cuanto él me tocaba: me corría solo con que me tocara los pezones. No podía dejar de precipitarme hacia él como un volcán sobrecargado...
Seguíamos sin sentir ninguna emoción, pero por debajo...
Es difícil ir más allá de la sexualidad:
Tengo las piernas abiertas. Las rodillas levantadas. El chocho abierto. Una mano en el clítoris.
Alzo la pierna izquierda. Tengo la pierna derecha doblada, en horizontal. Una mano bajo la pierna izquierda; el dedo corazón metido hasta el fondo en el coño.
Piernas abiertas, el culo para arriba. Los dedos corazón y anular, una V que abren bien abierto el coño.
Tommy era un ESCORPIÓN.
Era un delincuente intelectual.
Creía que sus planes funcionaban, y funcionaban.
No veía ninguna realidad más allá de sus planes.
Era demasiado listo para creer en sus propios planes.
Absolutamente enloquecido de miedo en la negrura FUGADO.
Todos los chicos de los ESCORPIONES se FUGABAN de casa.
Por eso odiaban a las mujeres.
Dependían de la delincuencia y la delincuencia les volvía estúpidos.
MÁS ALLÁ DEL DELITO, DE LOS SUEÑOS, DEL SEXO: DESASTRE
Una conversación entre Tommy y Janey antes de que llegara el desastre: desastre más allá de la FUGA:
Tommy: ¿Crees que hay algún para-siempre?
Janey: ¿Alguna cosa que dure siempre? (Piensa.) Claro. Todo dura siempre.
Tommy: ¿Qué?
Janey: El amor solo se pierde cuando pierdes la cabeza y te conviertes en otro.
Tommy: Ya no hay verdades. Nada se tiene en pie.
Janey: Tienes un cerebro repugnante, y no porque tengas esas ideas, esa forma de juzgar las cosas, sino porque dependes de ellas. Sabes que tus planes no son reales. Eres un chico listo. Solo ves la nada por todas partes.
Hay un mundo delante mismo de tus ojos. No es el dinero, el mundo de la acción alienada. Cualquiera puede hacer lo que quiera. Todo es libre, absolutamente todo. A la brillante luz del sol. Los hechos brotan... No sé lo que me digo, necesito dinero. Tengo que estrecharle la mano al mundo de la muerte y el mundo de la muerte está matando a los hombres...
Tenemos que llegar a un punto en el que podamos estar juntos...
No puedo llevarte, Janey. No quiero saber quién eres.
Pero si no estamos juntos, no seremos capaces de sobrevivir. Esto no es una novela. Se trata de que tú y yo estamos enamorados.
No.
NO al lenguaje no a todo excepto al dinero-trabajo al que me veo obligada
sentada sola en esta habitación cómo se abre un libro,
el objeto el acontecimiento no un enorme jodido NO
y solo por el NO llegas a entender
Tommy y yo estamos juntos.
Nos fuimos al club de rock a eso de la una. Parecía que hubiese una guerra.
Habíamos oído decir que un grupo de rock llamado THE CONTORTIONS iba a tocar en un pueblo de campesinos pobres, en Nueva Jersey, y el cantante, que era blanco, se creía que era James Brown. El resto del grupo estaba tan borracho que no pudo impedir que los campesinos apalearan a Brown.
James Brown se arrastraba como un crío de meses por el suelo.
Los campesinos se la cascaban en un rincón.
James Brown se arrastró hasta la bota de un campesino.
El campesino, confundido, saltó por encima de James.
Todos los presentes empezaron a pegarse los unos a los otros.
Oí las sirenas de la pasma.
Salí corriendo.
Me seguía el resto de LOS ESCORPIONES.
Nos montamos en la furgoneta.
Luces verdes y rosas lanzaban destellos, brillaban luces de neón amarillas y violetas.
Las luces brillantes eran cada vez más densas.
Nosotros íbamos más rápidos.
–Eh –dijo Sally–, písalo a fondo.
–¿Eh?
–Nos sigue la pasma.
Él pisó a fondo.
–¿No puedes correr más?
Él condujo más rápido incluso.
Oí claramente las sirenas de la pasma.
–Chúpame las tetas. –Greaso se inclinó hacia un lado y le chupó las tetas a Sally sin dejar de conducir.
–Vigila, Greaso.
Las sirenas de la pasma sonaban más fuerte.
El pie de Greaso pisó a fondo todo el rato.
Estábamos en una zona completamente oscura de Newark.
Una lucecita roja apareció en la oscuridad.
La luz roja fue haciéndose más grande.
No recuerdo el choque. Murió todo el mundo, con la sola excepción de Monkey, que tuvo daños cerebrales, y yo. Durante varios días estuve flotando en un sueño.
La oscuridad que ahora veo por todas partes procede de unas necesidades pervertidas por no realizadas. Esto es lo que veo. No podré seguir fingiendo que el mundo no es horrible. Un miedo abrumador me separa de lo que veo. El miedo abrumador me convierte ahora en parte del mundo de la muerte.
La chica empezó a huir de la muerte...
Abandonó la escuela y se fue a vivir al East Village...