Envuelto en una desaliñada chaqueta de rayas rojas y blancas que lo identificaban como preso, Julio, el futuro doctor Iglesias, imaginaba ilusionado que Charo algún día leería alguna de las cartas que no había enviado. En 1937, el joven había sido trasladado de prisión para completar la construcción del ferrocarril Madrid-Valencia. Furioso y jodido, Julio, junto al resto de prisioneros, viajó desde la cárcel de San Miguel de los Reyes, en Valencia, hasta el campamento de Tarancón. Atrapado en el mismo centro de la Guerra Civil española, Julio Iglesias Puga sobrevivía a otra guerra idiota atornillando vías de tren y cargando barras de hierro de cuarenta kilos.
Al finalizar cada jornada, y después de la ración diaria de algarrobos y garbanzos, los hombres intentaban descansar en su barracón. En cada uno de los seis cobertizos de madera del campamento de El Carrozal se hacinaban hasta cien prisioneros, unas jaulas de tablones miserables que amortiguaban gritos mudos de impotencia. Dentro de aquellas penosas cajas inhumanas compartían la falta de luz, ranchos mezquinos, escasez de agua y millares de piojos. Mientras escuchaba el ruido de cien personas rascándose a la vez, Julio se acordaba de Charo.
La familia Iglesias
Poco antes de estallar la guerra y mientras estudiaba medicina en Madrid, un día de carnaval, tal vez un jueves o un viernes por la tarde del mes de febrero de 1933, Julio fue con un grupo de amigos hasta el barrio de Carabanchel Bajo. Amante de la fiesta y del buen vivir, en cuanto la vio Julio se enamoró de inmediato de aquella joven vestida de gitana que apenas contaba catorce años.
Durante las siguientes semanas el joven removió Madrid entero para encontrarla. Julio descubrió que su padre era un conocido periodista que trabajaba en el diario Informaciones y que vivía en la Colonia de Periodistas de Carabanchel Alto. Y hasta allí fue a buscarla, y allí la volvió a ver. Charo era una mujer joven, tímida e introvertida, una moza de una belleza extraordinaria. El galán la rondaba y cortejaba chalado de amor, pero antes de poder concretar una relación formal, estalló la guerra.
Hijo de militar, hasta llegar a Madrid, Julio, nacido en Orense en 1915, había peregrinado junto a sus seis hermanos por Galicia, Asturias, Toledo y el norte de África siguiendo los pasos de cada nuevo destino de su padre. Ulpiano y Manuela Puga Noguerol, su mujer, hija de familia rica e influyente, criaron siete hijos de manera austera y autoritaria, una familia de clase media próxima a la burguesía de la época.
Ulpiano Iglesias Sarria, monárquico y partidario de Alfonso XIII, vivió en África el desastre de Annual en 1921. Había sido profesor de la Academia de Infantería de Toledo y en el antiguo Alcázar dio clases a los generales Juan Yagüe y Emilio Mola, y, muy probablemente, también a Franco. Ulpiano era miembro examinador del tribunal de Toledo, lugar en el que Francisco Franco se graduó como alférez[19].
Licenciado en Farmacia en la Universidad de Fonseca, y ya como comandante en jefe de la caja de reclutas de Oviedo, Ulpiano fue trasladado a Asturias, donde abrió su primera farmacia en Posada de Llanera. Junto a su mujer entablaron amistad con la familia de Carmen Polo, esposa del general Franco. Las dos familias se hicieron íntimas y con frecuencia recibían en casa la visita de los Polo y jugaban partidos de tenis. En Asturias ascendió a teniente coronel, y acogiéndose a la ley de Azaña, Ulpiano solicitó el retiro como militar tras recibir la orden de un destino no deseado. Mientras Ulpiano esperaba el final de sus días como militar, la familia Iglesias Puga se trasladó hasta Madrid con la idea de abrir una farmacia en la capital. Hasta poder desarrollar su profesión civil de farmacéutico, Ulpiano impartió clases como profesor de cultura general en una academia de Madrid.
La llegada a Madrid coincidió con una España convulsa. Recién proclamada la Segunda República tras la dictadura de Primo de Rivera y las elecciones municipales en abril de 1931, el país vivía una situación social delicada. Mientras echaba una mano para hacer crecer el negocio familiar, el joven Julio repartía el resto del tiempo entre los estudios en la Facultad de Medicina, una afiliación al movimiento falangista de José Antonio Primo de Rivera y su incontrolable afición al baile en la discoteca Satán. El negocio de la familia Iglesias Puga fue creciendo con notable alegría. El joven Julio, al igual que el resto de sus hermanos, con frecuencia metía mano en la caja de ahorros de la farmacia y agarraba unas cuantas pesetas con las que pasar la tarde y divertirse. Con el dinero caliente, por la mañana iba a la universidad, y por la tarde, de cabeza a bailar swing, fox y charlestones al Satán en la madrileña calle de Antón Martín.
A pesar de no declararse activista —aunque nunca negaría sus ideales políticos—, ni ser hombre especialmente combativo, Julio se alistó en la milicia como voluntario en el cuartel del Conde-Duque de Madrid. Al ser hijo de militar pudo quedarse en Madrid y continuar sus estudios, la verdadera prioridad de sus días en la capital. A partir de 1934, la Revolución de Asturias y el triunfo del Frente Popular en 1936 desataron un clima con tintes bélicos en el país. Con la legalización de la Falange, muchos estudiantes fueron detenidos, entre ellos Julio y su hermano Pepe, encerrados durante meses en los calabozos del cuartel de Wad Ras en Carabanchel. Desde allí, incluido junto a su hermano en las listas republicanas de presos políticos para fusilar, Julio pudo aprovechar el tiempo para seguir estudiando y, si lograba salir con vida, una vez en libertad, poder examinarse de segundo curso. Y así fue. Hasta el día del Alzamiento.
En el lugar equivocado en el momento equivocado
Mientras estudiaba tercero de medicina, los sublevados contra el gobierno de la Segunda República española se levantaron en África, propiciando el golpe de Estado del 17 de julio de 1936 y cuyo fracaso parcial condujo a la Guerra Civil. El 18 de julio el avión Dragón Rapide, con Franco a bordo, despegó desde Gran Canaria rumbo a Casablanca. Un día después entraría en Tetuán cambiando para siempre la vida de millones de españoles. España estaba en guerra.
Julio se despertó en Madrid sobresaltado. En el cuartel de la Montaña, en el mismo centro de la ciudad, los militares, que habían sido fieles con anterioridad a la República, se unieron a las tropas de Franco. Julio, después de ser llamado a filas y licenciado del ejército con el resto de su quinta, huyó en tren hacia Valencia. El temor de ser fusilado a manos de milicianos comunistas lo llevó desesperado hasta la estación de Atocha.
Los vagones respiraban el miedo de una situación desconocida, centenares de familias que escapaban del infierno en el que muy pronto se iba a convertir la ciudad de Madrid. El tren salió de la estación de Atocha y de manera inesperada se detuvo muy poco después en Aranjuez. Un grupo de brigadas comunistas subieron al tren e inspeccionaron los vagones en busca de falangistas. Julio y su hermano Pepe, y sus bigotitos de derechas, fueron apresados y conducidos hasta los calabozos de la Alcaldía de Aranjuez. Allí pasaron los días sin información, sin saber nada de su familia ni de Charo, aquella joven muchacha vestida de gitana que conoció un día de carnaval. Mientras él era apresado en Aranjuez, mucho tiempo después, Julio supo que su familia, buscando refugio, había llegado sana y salva hasta la embajada de Finlandia ayudada por Manuela Alonso, una vecina de izquierdas.
Naturalmente, y con tal de salvar la vida, en los interrogatorios Julio negó repetidamente cualquier conexión con la Falange. Durante el tiempo que pasó en Aranjuez, pelo a pelo y utilizando sus dedos, Julio se deshizo de la prueba más evidente de su vínculo fascista: el bigote[20].
Diferentes golpes de suerte le salvaron la vida en más de una ocasión, aunque sería su innata capacidad para tratar con la gente, cualquiera que fuera su afiliación política, la que le mantuvo a salvo hasta el final de la guerra, un don de gentes que indudablemente más tarde heredaría su hijo.
Ulpiano es detenido
En enero de 1937, Ulpiano fue detenido y acusado de desafecto al régimen republicano. Las autoridades del Frente Popular detuvieron a Ulpiano acusado de haber pertenecido a Acción Popular e incluso de ser militar en la UME (la Unión Militar Española), la asociación clandestina de jefes y oficiales del Ejército español fundada en Madrid en diciembre de 1933, a principios del segundo bienio de la Segunda República española, por militares descontentos con la reforma militar de Manuel Azaña y que en su mayoría se solidarizaban con los miembros del Ejército condenados por el fracasado golpe de Estado del general Sanjurjo del 10 de agosto de 1932, antes de la Guerra Civil.
Ulpiano estuvo en la cárcel de Alcalá de Henares y en la de Las Ventas hasta abril de 1937, fecha en la que se celebró su juicio, que terminaría absolviéndole por falta de pruebas. Más adelante, en agosto de ese año, volvió a ser detenido, aunque en septiembre ya estaba en libertad.
Julio encerrado de cárcel en cárcel
Antes del final de la guerra todavía tuvo tiempo Julio de visitar la cárcel Modelo en Moncloa, más o menos en el lugar donde hoy se levanta el Cuartel General del Ejército del Aire de Madrid.
En la Modelo Julio y su hermano estuvieron unos veinte días. Si alguien se hubiera enterado de su afiliación falangista, la muerte habría sido segura. Julio hizo amistad con Arturo Rico, un sargento comunista que, sin saber muy bien por qué, lo protegió. Cuidó de él a pesar de que no le conocía bien y de que en aquella época todo eran rencillas y se mataba por matar y sin saber a quién[21].
Encerrado en las celdas de la Modelo escuchaba los tanques y las bombas, y antes de darse cuenta, lo trasladaron hasta la cárcel de mujeres de Las Ventas. Allí, interrogado de nuevo y a punto de ser fusilado al conocerse las fichas que probaban su afiliación falangista, relató una inventada pero convincente amistad con Vicente Rojo, el jefe del Estado Mayor republicano. Sostuvo que su presencia en la cárcel era fruto de un error, estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado; él y su hermano Pepe eran soldados voluntarios haciendo la mili y apresados cuando estalló la guerra, punto. La argucia y el hecho de que el director de prisiones fuera amigo de su padre les salvó la vida.
Trasladado de nuevo, Julio pasó seis meses en la cárcel de San Miguel de los Reyes en Valencia y de allí a los barracones infectos de Tarancón, metiendo debajo de las traviesas piedras para sujetar las vías. Las infraestructuras ferroviarias construidas por prisioneros de guerra fueron terminadas en tiempo récord, eso sí, con graves problemas de estabilidad por lo apresurado de la obra[22]. Durante su estancia en este campo de trabajo, Julio trabajó sin descanso quince horas al día, en ocasiones por el puro placer de sus captores, ya que cuando llegó la última remesa de prisioneros desde Valencia, la línea férrea ya estaba construida. Los presos se alojaron en las localidades de Nuevo Baztán y Ambite, donde Julio Iglesias también fue obligado a adecentar un campo de aviación que tenía la República.
La guerra enfilaba sus últimos episodios. Málaga había sido tomada, el general Mola preparaba la ofensiva para tomar Bilbao, y Guernica había sido bombardeada. En la cárcel y como subjefe de cocina, Julio facilitó la fuga de unos presos. Fue encerrado en una celda de castigo durante cuatro meses por complot. Desde su celda escribía cartas y poesía dirigidas a Charo.
En 1938 lo trasladaron de nuevo hasta el claustro de la iglesia de Mora de Toledo, habilitada como cárcel. Un día, en el patio de la iglesia, un carro de combate falangista liberó a Julio Iglesias Puga después de casi tres años de encierro. A la mañana siguiente un camión lo recogió a un lado de la carretera y lo llevó hasta Madrid. El 1 de abril de 1939 la emisora de radio anunció el final de la guerra. Al término de la misma, Julio Iglesias Puga fue condecorado con las medallas de la Vieja Guardia y con la Encomienda Civil.
Posguerra, aquellos años terribles
La posguerra en España resultó desgarradora. Madrid asistía impotente a un imparable aumento de su población. Miles de emigrantes procedentes de pequeños pueblos llegaban a una ciudad destruida y hambrienta. Al término de la guerra, Madrid pasó en seis meses de un millón a un millón y medio de habitantes. Se crearon muchos puestos de trabajo —Tabacalera y Gas Madrid produjeron muchísimos—, pero muy mal pagados. Por ejemplo, el de camarero, con un horario de ocho y media de la mañana a dos y media de la tarde y de seis de la tarde a once de la noche, que cobraba de cuatrocientas a quinientas pesetas, menos de tres euros. Los racionamientos, la escasez de ropa y calzado, y un terrible incremento de enfermedades y epidemias, marcaron dolorosamente a la ciudad. Crecieron entonces penosos oficios callejeros como matarratas o tabaqueras, que recogían colillas del suelo, sacaban el tabaco, lo lavaban, lo secaban y luego lo vendían como «tabaco de picadura».
El tabaco alcanzaba precios desorbitados en el mercado de estraperlo. Dada su escasez y la reducida ración por persona y día que ofrecía la «tarjeta del fumador», destinada exclusivamente a los varones mayores de dieciocho años —la mujer no debía ni tenía derecho a fumar—, el tabaco, junto con el café, el aceite y el azúcar eran los artículos más demandados, y también la más valiosa moneda de cambio para adquirir otros no menos necesarios.
Los fascistas ocuparon Madrid el 28 de marzo de 1939 y hasta el 8 de abril no entraron en la capital trenes con alimentos. Solo los soldados tenían víveres, y muchos ciudadanos se vieron obligados a cambiar monedas o joyas de oro por un chusco de pan negro, otros acudían a los cuarteles a pedir las sobras, y muchas mujeres tuvieron que prostituirse por un poco de alimento.
Julio vivió un tiempo gris, oscuro y triste, donde la calle estaba llena de tullidos que pedían limosna apoyados en una muleta y las puertas de las parroquias tenían su pobre oficial protegido por el cura y las beatas. En el Madrid de la posguerra, al caer la tarde el farolero encendía las calles con una vara larga, y mujeres con enormes faldas pertrechadas de faltriqueras, vendían pan de estraperlo en la puerta de los mercados, mientras llegaba desde lejos la voz del chaval que voceaba los periódicos Informaciones, Madrid o El Alcázar[23].
En aquellos años terribles, el menú lo formaba el «puré de San Antonio», hecho de harina de almortas, un alimento destinado para el ganado. Ante la escasez de lentejas y otras verduras, se echaban algarrobas en vinagre para que no criaran gorgojos y se comían como lentejas. Resulta curioso, pero Madrid tenía buenas huertas, era una ciudad aún sin urbanizar y donde se producían las mejores lechugas de España.
La guerra fue mala porque se perdieron amigos y familiares, pero la posguerra fue peor a causa del hambre, la pobreza y la falta de libertad[24]. La historia de familias divididas por el peso de las ideologías, rotas por el sufrimiento de haber perdido a algunos de los suyos en la guerra y abrumadas por una realidad mezquina llena de carencias ocupaba cada casa.
La ropa se hacía a mano en el seno de cada familia; desde las medias y calcetines de lana hasta la ropa interior, pasando por los jerséis de punto y los pantalones. Era usual que de las prendas viejas salieran nuevas vestimentas para los más pequeños de cada familia. Tampoco había tejidos y los vestidos se hacían de sábanas o cortinas. Sin contar que la gente bajaba a lavar y a bañarse al río Manzanares.
Charo
Con todo este panorama, la familia Iglesias tuvo que abandonar la farmacia y mudarse de barrio. Literalmente había que buscarse la vida. Tan pronto como pisó el suelo de Madrid, Julio salió a la búsqueda de Charo. Desde el día que fuera apresado por primera vez, no había vuelto a saber de ella.
Con algo de fortuna y gracias a que el padre de Charo era un periodista muy conocido, un amigo del padre de Julio dio con la familia de Charo en la calle Alcalá. Ulpiano, el farmacéutico y antiguo militar, seguía siendo un hombre muy influyente.
María del Rosario de la Cueva y Perignat, una niña antes de la guerra, se había convertido en toda una mujer, una joven hermosa hija de nobles. Su madre, Dolores de Perignat Ruiz de Benavides de Campo Redondo, natural de Guayama, nacida en Puerto Rico, pertenecía a una rica familia de terratenientes, descendientes todos de la nobleza española de cuando la isla pertenecía a España, antes de la guerra hispano-estadounidense.
El tío de Charo, José de Perignat Ruiz, había desarrollado una notable carrera diplomática como vicecónsul en Hamburgo, cónsul en México, Emui (China), Glasgow y Nueva York, y agregado en el Ministerio de Asuntos Exteriores en Madrid. Su hijo José Perignat, primo de Charo, fue el jefe de la Falange Española en Nueva York y Washington y durante los años cuarenta colaboró con la red To, la inteligencia japonesa en Estados Unidos. Durante la Segunda Guerra Mundial, Japón operó una red de espionaje constituida por miembros de la delegación diplomática española en Estados Unidos. Los japoneses activaron la organización tres días después del ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. La red de espionaje estaba controlada desde Madrid y su nombre en clave era «To», que en japonés significa «puerta».
El padre de Charo, José de la Cueva y Orejuela, nacido en la Palma del Condado en la provincia de Huelva en 1887, era periodista, amante de la fiesta de los toros, tertuliano con José María de Cossío del asunto taurino, y autor junto a su hermano Jorge del himno de la Infantería y de numerosas zarzuelas, como Al alcance de la mano, con música de Tomás Bretón en 1911. José de la Cueva inoculó el amor por la música a su hija, fue juez de cuentas del Tribunal Supremo de la Hacienda Pública y miembro de la UGT y, durante la Guerra Civil española, encontró refugio en la embajada de Cuba.
Somos novios
Tras el primer intento de noviazgo interrumpido por la Guerra Civil, Charo y Julio reanudaron su relación. La insistencia por encontrarla y los años en prisión dieron paso a los primeros encuentros de la pareja durante los fines de semana de la mustia posguerra española.
Julio estudiaba medicina de día y bailaba de noche. El joven había logrado reunir algunos libros de medicina durante sus años en la cárcel. Los estudiantes que habían visto interrumpidos sus estudios por la guerra tuvieron la oportunidad de examinarse por semestres en lugar de años naturales. De este modo, en dieciocho meses aprobó cuarto, quinto y sexto, y en 1941 ya era médico. Eso sí, antes de doctorarse tuvo que trabajar como practicante en Madrid por poco más de doscientas cincuenta pesetas.
Charo descubrió muy pronto que aquel novio suyo era parrandero y buen vividor, al que le iban las aventuras de faldas. Charo hizo algún amago de dejarle, especialmente cuando lo cazó en brazos de otra joven a bordo de un tranvía. En respuesta, si no lograba recuperar su amor, Julio amenazó con irse a Rusia con la División Azul y meterse por despecho en el corazón de la Segunda Guerra Mundial. Aunque naturalmente nunca lo hizo.
En julio de 1942 el doctor Iglesias ganó la oposición de medicina general para la obra sindical, consiguiendo plaza como internista en el Puente de Vallecas, y poco después como médico internista en la maternidad provincial de la calle Mesón de Paredes.
En noviembre de 1942 se casaron en la iglesia de San José, en la calle Alcalá, y disfrutaron de una humilde luna de miel en el pueblo de Los Yébenes, en la provincia de Toledo, a menos de dos horas de Madrid. En Toledo, Julio aceptó temporalmente una plaza de médico suplente que acababa de dejar un amigo suyo.
Los Yébenes, histórico lugar de descanso de autoridades españolas y extranjeras, acogió a la nueva pareja entre molinos de viento, maravillosos sauces y fresnos, y densos matorrales de enebro, jara y romero. A su paso, sobre la sierra sobrevolaban las águilas y los buitres, mientras que abajo, en la tierra, ciervos y jabalíes se enzarzaban libres en la espesura. Allí, entre excursiones por el campo y días de caza, la pareja pasó apenas dos meses compartiendo su amor, rodeados de nuevos amigos y un futuro prometedor. Profundamente enamorados, después de una atípica pero maravillosa luna de miel, cuando terminó la suplencia, el doctor y su mujer regresaron felices a Madrid.