3

Después de clase, aquel día, un pequeño helicóptero zumbó sobre el campo de la granja rural de los Kent, a pocos kilómetros al sur de Smallville. Clark y su padre lo vieron pasar una vez más por encima de sus cabezas. Era la tercera vez en los últimos veinte minutos.

Aquello no gustó a Clark.

Siempre había tratado de proteger la granja y se había mostrado también muy protector respecto a sus ancianos padres. Una forma de actuar que se había intensificado al hacerse mayor.

No solían verse helicópteros por la zona. La mayoría de los agricultores ya no fumigaban los cultivos por el aire. Pero lo que de verdad ponía nervioso a Clark era el modo como el helicóptero zigzagueaba por el cielo gris siguiendo un claro patrón: sobrevolaba su pequeña casa de la finca, pasaba el estanque, los maizales y el gallinero, y luego bajaba cerca del gran cráter que había junto al viejo granero.

Quienquiera que se encontrara allí arriba estaba buscando algo.

Pero ¿qué?

Cuando Clark había mencionado su preocupación antes, su padre le había quitado importancia.

—Te entiendo, pero no existe ninguna ley que prohíba sobrevolar la propiedad de nadie.

Así que pasaron a discutir otro tema relacionado con la ley de la que habían estado hablando: la controvertida ley sobre las detenciones y los registros que iba a votarse en Smallville dentro de poco. Ya se había aprobado la ley en un par de ciudades vecinas, pero Clark se negaba a creer que los residentes de Smallville la apoyaran.

—Entonces, ¿la policía podría detener a cualquiera en cualquier momento y sin motivo alguno? —le preguntó a su padre. Clark estaba pensando en lo que Gloria había dicho acerca de que estaban desapareciendo personas.

Secándose la frente en el hombro de su camisa de franela, Jonathan Kent se giró hacia su hijo. A Clark le daba la impresión de que su padre parecía más viejo últimamente. Tenía más canas y más bolsas bajo los ojos. Todos aquellos años de agotador trabajo en el campo estaban pasándole factura.

—La población está cambiando, hijo. Y algunas comunidades... Creo que les da miedo en qué situación puede dejarles ese cambio.

—Pero es una ley racista.

Su padre lo observó durante varios segundos antes de decir:

—Bueno, probablemente sea más complicado que eso. Pero, aun así, yo no voy a votar a favor de esa ley.

Clark asintió con la cabeza y hundió su pala de nuevo en la tierra, procurando controlar su enfado y no usar demasiada fuerza. Ya había partido media docena de palas aquella primavera. Y sus padres no tenían dinero para ese tipo de gastos extras. De todos modos, le entristecía mucho pensar que alguien en Smallville votase una ley que permitía a la policía realizar controles de tráfico basados únicamente en el color de la piel de las personas.

¿Y qué pasaba si la gente del vehículo no tenía documentación? ¿Podía la policía meterlos en la parte trasera de los coches patrulla y hacerlos desaparecer?

—Esa tormenta está más cerca de lo que parece —dijo Jonathan, fijándose en el cielo de nuevo—. La verdad es que no es un momento muy bueno para volar.

—¿Qué crees que están buscando?

Su padre recolocó un poste de la valla suelto en uno de los agujeros que Clark había cavado.

—Sea lo que sea, deberían ir pensando en retirarse pronto. Sobre todo después de lo que le ha ocurrido a ese avión hoy.

Clark se quedó parado.

—¿Qué ha pasado?

Jonathan se detuvo también.

—Esta tarde se ha estrellado una avioneta por Noonan. Al piloto se le caló y no pudo recuperar el control.

Clark se quedó mirando a su padre, atónito. La avioneta que había oído en clase... era real. Era evidente que su mente no había estado jugándole una mala pasada.

Comenzó a lloviznar y el cielo enseguida adquirió un aspecto siniestro.

—¿Ha sobrevivido el piloto? —preguntó Clark.

Su padre asintió con la cabeza y volvió a alzar la vista hacia helicóptero.

—Era una mujer. Por lo visto se rompió varios huesos, pero, por lo que he oído, se recuperará.

—Papá, yo...

Clark hizo una pausa para pensar bien lo que quería decir.

—¿Sí, hijo?

El chico, finalmente, negó con la cabeza, imaginándose lo absurdo que sonaría.

—Puedes contarme lo que sea —le animó su padre—. Ya lo sabes.

—Es que... Hoy he oído esa avioneta. —Clark tuvo que alzar la voz para que su padre pudiera oírle en medio del sonido del helicóptero cuando les sobrevoló de nuevo—. ¿Cómo es posible algo así?

Jonathan se quedó mirándolo.

—¿Has oído esa avioneta que estaba en Noonan desde el instituto?

Clark asintió. Nunca había intentado ocultar sus poderes a sus padres, aunque podría haberlo hecho si lo hubiera intentado. Había mostrado indicios de sus extraordinarias capacidades desde que era un niño pequeño. Un verano, cuando Clark tenía ocho años, oyó a su vecino más próximo, el señor Peterman, que había entrado con un quark en su propiedad, pidiendo auxilio a gritos. Clark, que estaba jugando en un campo cercano, corrió hacia donde estaba el hombre y, sin siquiera considerar la imposibilidad de la tarea, empezó a levantar, centímetro a centímetro, el vehículo de quinientos kilos que había volcado, forzando cada músculo del cuerpo hasta que Peterman, que había quedado atrapado, pudo salir de debajo, y de inmediato se desmayó. Fue fácil convencerlo más tarde de que había salido a gatas él solo y Clark simplemente se lo había encontrado allí.

En otra ocasión, tocó por accidente una valla electrificada en el corral de los novillos de los Kent y saltaron chispas. El aire chisporroteó. Su piel tembló y vibró, y la palma de la mano se le calentó, pero no sintió dolor. Ni siquiera estaba seguro de lo que era el dolor exactamente. Entendía el concepto. Había visto a su padre poner una mueca y sacudir la mano tras darse un martillazo en el pulgar. Y jamás olvidaría cómo Miles Loften se retorcía de dolor en la línea de veinte yardas después de que él le rompiera por accidente las costillas. Pero para Clark el dolor era diferente. Era más una molestia sin importancia que otra cosa. Y sabía que eso no era normal.

La cuestión era que los padres de Clark ya sabían que era especial. Lo habían visto de niño ir por la granja, intentando levantar todo lo que no estaba clavado al suelo. Lo habían visto correr a la velocidad de la luz. Pero estos nuevos poderes eran distintos. Parecían casi... de otro mundo.

Su padre mantuvo la cara de póquer mirándolo con fijeza.

El helicóptero que los sobrevolaba se alejó de una nube oscura y luego volvió a pasar mientras la lluvia arreciaba. Clark seguía esperando que su padre corriera a buscar refugio, pero Jonathan no se movió. Quizá consideraba la conversación demasiado importante para interrumpirla.

—Bueno —empezó a decir finalmente su padre—, no sé cómo es posible, pero...

El zumbido de las hélices del helicóptero quedó ahogado por un fuerte trueno. El repentino silencio que hubo a continuación les hizo a ambos mirar hacia arriba a la vez. Se suponía que los helicópteros no dejaban de hacer ruido de pronto y Clark se acordó de la avioneta en Noonan.

Padre e hijo vieron cómo el aparato se precipitaba hacia el suelo cerca del viejo granero.

Girando de forma extraña en una especie de espiral mortal.

Clark contuvo las ganas de intervenir. Después del incidente con Paul y el todoterreno, se había prometido a sí mismo que no metería las narices donde no le llamaban. Solo conseguía empeorar las cosas. Se encogió cuando una energía instintiva le recorrió el cuerpo con tal virulencia que sin querer partió la pala en dos.

El helicóptero estaba tan solo a unos segundos de estrellarse en el campo de los Kent cuando Clark arrojó los trozos de la pala y salió corriendo.

—¡Clark! —gritó su padre detrás de él—. ¡Espera!

El joven cruzó el campo, hiperconsciente de todo lo que le rodeaba: los goterones de la lluvia pendiendo como lágrimas en el cielo, el ensordecedor silencio que envolvía su cuerpo, la respiración suspendida en sus pulmones. En ocasiones como esa, cuando sus poderes tomaban el control y sus pensamientos se alejaban, la Tierra parecía más pequeña y frágil, como si ya no rigieran sus leyes. No obstante, Clark sabía que era una ilusión. La gravedad atraería al helicóptero al suelo. La colisión sería catastrófica. Las personas del interior morirían.

Él era de algún modo quien infringía las normas.

Pero ¿podría infringirlas a tiempo?

Con un salto desesperado justo antes del impacto, agarró los patines de aterrizaje una fracción de segundo antes de que chocaran contra el suelo. Sostuvo el grueso acero en sus manos y se apoyó con los pies. Tuvo que flexionar las rodillas bajo el peso tremendo del helicóptero al intentar absorber la fuerza del impulso con la espalda y los hombros. Los músculos le dolían y, debido al esfuerzo, tenía la barbilla casi pegada al pecho.

Le hizo falta toda su fuerza para arrodillarse en el barro cuando la enorme máquina se sacudió y giró en sus manos. Dio vueltas fuera de control y aterrizó de lado con un terrible estrépito, hundiendo las hélices en la tierra blanda con un gran estruendo al tiempo que la metralla volaba por todas partes.

El helicóptero se detuvo a solo unos centímetros del antiguo granero, al borde del cráter que siempre había marcado aquella zona de la granja de los Kent. Clark se quedó mirando estupefacto la parte inferior abollada de la aeronave mientras salía humo y vapor de los restos.

—¡Eh! —gritó, recogiendo sus gafas del suelo para volver a ponérselas—. ¿Alguien necesita ayuda?

No hubo respuesta.

Pensó que quizá había fallado de nuevo, pero al cabo de unos segundos el humo se disipó y vio a alguien medio colgando de la ventanilla rota de atrás.

Se acercó corriendo para sacar de allí aquel cuerpo sin fuerzas. Justo a tiempo, porque lo que quedaba de ventanilla se desprendió del marco en una sola hoja, haciéndose pedazos en el lateral del helicóptero. Clark sostuvo al tipo en los brazos y le echó un vistazo. Era un chaval del instituto. Bryan Algo. Debió de salir disparado de la cabina cuando las hélices chocaron contra el suelo. Había atravesado la ventanilla con la cabeza.

Bryan tenía los ojos cerrados y sus brazos pálidos colgaban sin vida.

—¡Hijo! —El padre de Clark estaba llamándole a lo lejos—. ¿Estás bien?

Una mala sensación se extendía por el estómago de Clark a medida que pasaba el tiempo y Bryan seguía inmóvil. Pero al final el chico gimió un poco y, a ciegas, levantó la mano hacia el arañazo en carne viva de la frente.

Exhalando un suspiro, Clark lo dejó en el suelo.

Bryan comprobó sus brazos y piernas como si tratase de confirmar que todavía seguía vivo.

Clark observó su pelo oscuro y revuelto. Sus ojos hundidos y los hombros encorvados. Era delgado, como uno de los postes de la valla que él y su padre estaban reparando. Sin embargo, había fuego en sus ojos. Entonces recordó de qué conocía a Bryan. Era nuevo en el instituto y había empezado justo antes de final de curso.

—¿Qué ha... pasado? —consiguió decir el chico.

—Ha habido un accidente. —Clark señaló hacia el suelo, cerca del helicóptero—. Tienes suerte de haber caído aquí. En el barro.

Bryan se puso en pie con dificultad.

—¡Corey! —gritó, apresurándose a rodear la cabina destrozada.

Otras dos personas estaban saliendo con cuidado de los restos de la nave. Ambas tenían varios cortes y moretones, pero milagrosamente ninguna de sus heridas parecía grave. Una era un hombre de mediana edad, calvo. Llevaba unas gafas finas que estaban un poco torcidas y sostenía un teléfono móvil con la mano derecha. Estaba en medio del barro, mirando de un lado a otro, al helicóptero y a Clark, con expresión inquieta.

El otro pasajero no era mucho mayor que Bryan. Aunque sí más alto. Y más corpulento. Parecían hermanos.

—Gracias a Dios que estás bien, Corey —dijo Bryan.

Su hermano se acercó a él y, enfadado, le dio con el dedo en el pecho.

—¿En qué estabas pensando ahí arriba? ¡Podrías habernos matado!

—Solo estaba serpenteando como tú...

—¡Se supone que esto era lo que se te tenía que dar bien, Bryan! Pero también eres un piloto pésimo, ¿no? ¡Dios mío, no me extraña que mamá y papá crean que eres un fracasado!

Clark vio que Bryan se daba la vuelta en silencio.

Jonathan apareció, respirando con dificultad después de cruzar el campo corriendo. Afortunadamente, se interpuso entre los dos hermanos diciendo:

—Tranquilos, chicos. Ya he pedido ayuda. Lo que importa es que no ha pasado nada.

Clark se sorprendió al ver lo rápido que cambiaba la actitud del hermano mayor de Bryan. Hacía dos segundos, estaba reprendiendo a su hermano. Ahora sonreía al padre de Clark como una especie de vendedor de tractores sobreexcitado. Le tendió la mano y dijo:

—Eso era lo que estaba explicándole a mi hermano, señor. Lo principal es que estamos bien.

El padre de Clark le estrechó con vacilación la mano.

—Soy Corey Mankins —dijo con una sonrisa forzada—. ¿Es esta su granja?

Jonathan asintió con la cabeza.

Clark se dio cuenta de que no se trataba de unos hermanos normales y corrientes. Eran los únicos herederos de la poderosa Mankins Corporation. Pero ¿qué estaban haciendo en un helicóptero encima de su granja? Miró al hombre de mediana edad con las gafas torcidas, que tomaba fotos discretamente con su teléfono. Apuntó al helicóptero destrozado, al granero y al cráter antes de guardárselo en el bolsillo. Clark lo observó con recelo.

Cuando la lluvia arreció de nuevo, el hombre señaló al viejo granero y dijo:

—¿Por qué no nos metemos ahí a esperar que pase...?

—Desgraciadamente, no llevo la llave encima. —El padre de Clark rodeó el helicóptero para colocarse delante de las puertas del granero. Cogió el candado oxidado y levantó la vista hacia el edificio en ruinas—. De todas maneras, el tejado está que se cae. Es mejor que nos refugiemos aquí, bajo el alero.

Se apiñaron todos bajo el saliente del tejado, que, aunque estaba roto por varios sitios, podía protegerlos de la lluvia.

Jonathan siempre se había mostrado extrañamente reacio a que alguien entrara en la deteriorada estructura del granero. A Clark siempre le había dicho que era peligroso, que se podía venir abajo en cualquier momento. Y él, la verdad, nunca había mostrado demasiado interés en entrar. Pero en aquel instante, al ver a Corey y al hombre de gafas intercambiar una mirada de curiosidad, se preguntó si no habría algo más.

—¿Qué se ha hecho de mis modales? —le dijo Corey a Jonathan—. Le presento al doctor Paul Wesley, un reconocido científico de Metropolis. Y ya ha conocido a mi hermano, Bryan. Los tres estábamos tomando mediciones atmosféricas para ayudar a informar de nuestro programa de cosechas.

Jonathan se presentó y les estrechó la mano.

Clark hizo lo mismo. El apretón de manos del científico era especialmente agresivo, como si estuviera intentando establecer una especie de dominio tácito. Clark contuvo las ganas de demostrarle lo que era un apretón de manos de verdad.

—Oiga, siento lo de su campo —prosiguió Corey—. Mi padre con mucho gusto le pagará los daños...

—No, no será necesario —lo interrumpió Jonathan—. Esto tan solo es un montón de barro y tierra y un granero en las últimas... Estoy más preocupado por vosotros, muchachos. —Se giró hacia el científico—. Así que... mediciones atmosféricas.

—Exacto —contestó el hombre, subiéndose las gafas—. Mi empresa está especializada en modificación genética agrícola y en estrategias medioambientales.

—La agricultura del futuro —añadió Corey—. Haciendo un seguimiento de los patrones climatológicos, podemos predecir mejor cuándo plantar, qué plantar y dónde plantar. Se estudian los daños y las plagas en los cultivos a un nivel totalmente nuevo. Cuanta más ciencia apliquemos a la agricultura, más eficiente será. Y la eficiencia, como estoy seguro que sabe... Era señor Kent, ¿verdad?

—Sí.

—La eficiencia, señor Kent, baja los precios y aumenta la productividad. Todos salen ganando.

Jonathan asintió cortésmente, pero Clark sabía que era tan escéptico como él en relación con las afirmaciones de Corey. Este tenía mucha labia, y ni a él ni a su padre les había gustado nunca la gente que pretendía saber todas las respuestas por muy ricos que fueran.

No tardaron en llegar dos camiones de bomberos.

Luego una ambulancia y el ayudante del sheriff del condado.

El oficial Rogers llevaba puesto un impermeable largo y amarillo, y se asomaba bajo la capucha más grande de lo normal después de cada pregunta. Corey fue el que lo contó prácticamente todo, mientras Clark intentaba mantenerse al margen, junto a su padre, y de vez en cuando le echaba un vistazo a Bryan, que parecía abatido.

Los paramédicos llevaron a las tres víctimas del accidente a la parte trasera de la ambulancia para examinar sus heridas, y el oficial Rogers los siguió con un cuaderno de notas y un bolígrafo, vociferando indicaciones de cuando en cuando a su radio con interferencias.

Cuando llegó una grúa especial, estaba lloviendo a cántaros. Clark y su padre se protegían de la lluvia con un paraguas gastado que les había dado el oficial Rogers mientras un equipo cargaba el helicóptero destrozado en el remolque siguiendo las instrucciones de Corey, que insistía en que la operación se hiciera a su manera.

Antes de que la grúa arrancara, el doctor Wesley subió al remolque y se metió en la cabina del helicóptero para recuperar una especie de pequeño maletín. Clark seguía esperando que el oficial Rogers le preguntara también a él sobre el accidente, pero llovía con tanta intensidad que todo el mundo parecía concentrado en terminar el trabajo cuanto antes para volver al interior seco de sus vehículos.

Clark condujo a Bryan a un lado. El chaval ahora llevaba el brazo en un cabestrillo similar al que Paul había estado llevando al instituto, y una tirita le cubría el corte de la frente.

—¿Estás bien? —le preguntó, señalándole el brazo.

—No es nada —respondió Bryan, forzando una sonrisa—. Tan solo una precaución hasta que puedan hacerme una radiografía.

Clark entonces abrió más los ojos y miró fijamente el brazo de Bryan. De repente, vio a través del cabestrillo, y a través de la piel, el músculo y el cartílago. Se dio cuenta de que estaba viendo los huesos de Bryan Mankins con tanta claridad como si estuvieran fuera de su cuerpo. Ver lo que había dentro de un brazo humano no le molestaba. Era muy curioso. Por suerte, todos los huesos estaban intactos. No había fracturas ni fisuras ni dislocaciones de ningún tipo.

—Me sacaste por la ventana antes de que me cayera encima —dijo Bryan, frotándose la nuca—. Eres como... eres como un héroe, tío. Podría haber salido gravemente herido.

Clark se rio, ajustándose las gafas.

—No soy ningún héroe. Supongo que solo estaba en el sitio adecuado en el momento adecuado.

—Bueno... —Bryan se giró para mirar el helicóptero destrozado colocado de lado sobre el remolque—. No puedo creer que perdiera el control de esa manera. Ni siquiera estoy seguro de lo que pasó exactamente.

—Tuvo que ser la tormenta —dijo Clark—. Empeoró muy rápido.

—Pero el viento no era tan fuerte. Cuesta de creer que un poco de lluvia haya provocado esto.

Bryan le dio la espalda, negando con la cabeza. Relampagueó y Clark vio la preocupación en su cara.

A continuación se oyó un fuerte trueno.

—¡Bryan! —Corey estaba junto a la ambulancia—. Venga. Vamos.

Después de que Bryan se diera la vuelta para marcharse, Clark miró a su padre.

Había estado observándolos mientras hablaban.

Al igual que había hecho el doctor Wesley.