LUCRECIA Y LOS CARBONES

¡Cómo no la voy a recordar, si mientras estuvo viva todos los días me mandaban a llevarle su itacate y a recoger carbón, que era de lo que vivía la señora! La veía casi diario, cuando iba yo por tortillas al patio del Paragüero.

—Te vas derechito, Juan, y nada de quedarte a jugar con el pendejo del Teto ni pajareando con los Beltrán. Le das esto a tu tía y te regresas por donde viniste.

—Lucrecia Toriz formó parte de las brigadas compuestas por mujeres durante la Huelga de Río Blanco, el 7 de enero de 1907, uno de los precedentes de la Revolución mexicana. Era una fábrica gigantesca, y por ello engendró una organización obrera en contra de los privilegios otorgados por la dictadura de Porfirio Díaz. Obrera textil, Lucrecia era hija de Florencio —tu tatarabuelo— y Francisca Ordaz, y esposa de Pablo Gallardo, quien fue miembro fundador del Gran Círculo de Obreros Libres, grupo influenciado por Camilo Arriaga y Ricardo Flores Magón, por eso mi tía abuela es considerada una precursora del feminismo proletario.

—¡Qué va ser revolucionaria esa señora! Feminista nada más por las verijas, lo de proletaria seguro. Argüendera y mitotera te lo firmo, si así son las mujeres de tu familia.

—¿Ya vas a empezar, Raquel?

—¡Vieja nalgas prontas es lo que era tu tía!

—¡Chingada madre!

—¡Cuéntame pues, papá!

—Pues lo que recuerdo era que estaba muy viejita y fumaba como chacuaco. La veía yo en el porche de su casa, que estaba por el rumbo de Puente del Toro, calle Oriente 14 y Sur 5; por eso me tardaba tanto en volver: aprovechaba el veinte que me daban para ponerlo en el riel, porque me gustaba mirar como el tren desfiguraba la moneda hasta dejarla planchada. Eso tomaba su tiempo y a la vuelta, por tardado, casi siempre me sonaban.

—¡Chamaco cabrón jijoelachingada; las tortillas no eran pa’ antier!

Se sabe que en la fecha señalada, Lucrecia enfrentó al treceavo batallón de soldados, que iban con órdenes de atacar a los insurrectos de la fábrica de Río Blanco, luego de que hubieran saqueado e incendiado la tienda de raya del asesino Víctor Garcín, quien había matado a un obrero en la reyerta a través de sus esbirros. Camino de la fábrica de Santa Rosa, Lucrecia lideraba un contingente y ondeaba el pendón tricolor del Círculo Recreativo Mutualista Morelos, arengando a la gleba con frases subversivas. Y fue entonces, en plena revuelta, cuando les tendieron la celada al decirles que enfilaran hacia Nogales para liberar a los presos que ya habían sido liberados, cosa que ellos ignoraban. Ahí los esperaba el teniente Ignacio Dorado, un canalla pocos güevos que la sometió a sablazos hasta dejarla inconsciente. Gracias a los arrestos de Lucrecia, presa esa misma tarde, aquella jornada contuvo una masacre.

—¡Puros cuentos tergiversados!

—¡Déjalo contar, chinitas!

—Luego de medio año en prisión, salió libre bajo fianza con el apoyo de los Flores Magón, que le mandaban cartas y algunas de sus publicaciones. Ya en 1936 fue reconocida por el Centro de Mujeres Proletarias. Ese mismo año se formó en Villa Azueta un sindicato que lleva su nombre.*

—¿Y luego?

—A mí me gustaba ir a verla porque contaba cuentos antiguos, tenía los ojos claros y aunque ya estaba pasita se notaba que había sido muy guapa. Todos los días, todos sin faltar ninguno, la encontraba tomando su copita de oporto a la hora del sereno.

—Pues yo en el libro aquel del italiano leí otra cosa, figúrate.

—¿Qué italiano? ¿De quién hablas?

—¡El collar roto, de ese tal Evangelisti!

—¿El baboso que la pone como traidora por haberse quejado de las madrizas que le daba Gallardo? ¡Qué va a contarme a mí un mamerto mafioso! ¡Puras calumnias y además en italiano!

—Pues él cuenta que la señora estaba dormida el día de la huelga, y que cuando recién llegó a la fábrica ya se había armado un desmadre.

—Claro, como en tu familia no hubo nadie que hiciera nada de provecho no te cansas de enlodar a la mía. Basta ver a cualquiera de los haraganes que tienes por sobrinos y a las pirujas de tus sobrinas.

—Y ya no me acuerdo si fue ahí o en otro lado donde leí que el marido, ese tal Gallardo, encontró a la señora con un fulano poniéndole Jorge al niño, por lo que la mancornadora salió por piernas antes de que la zurraran y ahí se topó a la bola, y ni tarda ni perezosa se volvió revolucionaria. A ver si se animaba a madrearla el cobarde de su marido con todo un batallón a sus espaldas.

—Qué bárbara. No te mides. ¿Y la obra de teatro que escribió List Arzubide sobre mi tía, esa no la leíste?

—¡Pinshi teatro panfletario!

—Total, que como todo en este pinche país fue pura simulación; mi tía vivió muy pobre, vendiendo carbón y así mismo se murió.

Creo que hay un par de escuelitas, alguna colonia jodida y dos o tres calles que llevan su nombre en el Distrito Federal: ésa fue toda la justicia que le hizo a doña Lucrecia la puta Revolución.

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* “La mujer mexicana ha sido explotada de manera inconsciente desde tiempos inmemoriales […] y hasta este momento ha permanecido en silencio, sin entender el tamaño enormísimo de la conquista de sus derechos cívicos y económicos”, se lee en una carta del sindicato dirigida al entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río. Cfr. Revolutionary Women in Postrevolucionary Mexico, de Jocelyn Olcott, Duke University Press, 2005.