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Capítulo

dos

Dentro de su cueva, Skar se hallaba sentado en las sombras. Podía escuchar los sonidos ahogados de la celebración que se colaban desde afuera. La cueva se cimbraba mientras los animales desfilaban en torno a la Roca del Rey, barritando y rugiendo entusiasmados por la presentación del pequeño y amado Simba. Skar entornó los ojos, golpeando furiosamente el suelo con su garra. ¿Era demasiado pedir que fueran un poco menos ruidosos? ¡Tanto alboroto por un cachorro tan pequeño! Era tan repugnante como su hermano mayor. Al poderoso rey le encantaban los espectáculos.

Tratando de desconectarse del ruido, Skar se centró en una tarea mucho más apremiante: su merienda. Agachándose, regresó a las sombras y esperó. De pronto la cueva se volvió inquietantemente silenciosa, como si Skar hubiera dejado de respirar y de moverse por completo. En la sabana él podría haber sido un gran cazador, pero la cicatriz en su ojo lo había vuelto ineficaz para su padre, por lo que este nunca lo había llevado de cacería ni le había enseñado cómo cazar. Dentro de su cueva, sin embargo, era el más poderoso de los guerreros. Nadie juzgaba su débil aspecto: sus costillas, que siempre sobresalían sin importar cuánto hubiera comido; su melena sarnosa y escuálida; su pelaje manchado, que se tornaba prematuramente blanco; sus ojos disparejos, uno brillante y el otro cicatrizado y ceniciento. No, dentro de su cueva, él era el rey.

Y estaba a punto de atrapar su comida.

Un ratón, atraído por la falsa sensación de seguridad que daba la tranquilidad de la cueva, correteaba en ella. Levantaba su nariz, olfateando, agitando los bigotes con nerviosismo y moviendo sus ojitos de un lado a otro. Convencido de que estaba bien y verdaderamente solo, corrió hacia adelante buscando comida con la nariz pegada al suelo. Concentrado en su faena, el pequeño ratón no se dio cuenta de que una sombra se alzaba en la pared de la cueva, detrás de él.

Skar se levantó despacio, con el pelo erizado y los ojos entrecerrados fijos sobre su presa. Esta era su parte favorita: el momento antes de abalanzarse, con varios pasos de ventaja, sobre su víctima. Mufasa siempre había sido el más musculoso de los dos, pero Skar era el más inteligente. Y le encantaba jugar al gato y al ratón. Avanzando lentamente, sin hacer ruido, las almohadillas de sus enormes patas apenas tocaban el duro y frío piso de la cueva. Cuando estuvo casi encima del ratón, levantó una garra sobre este, bajándola de golpe y atrapándolo contra la pared.

Se dibujó una mueca de placer en el rostro de Skar. Bajo su pata podía sentir al ratón tratando de escapar frenéticamente, pero no había adónde ir. Levantando su garra, llevó a la criatura asustada frente a su nariz.

—La vida no es justa, ¿no es cierto, mi pequeño amigo? —dijo. Estaba tan cerca del ratón que su respiración movía el pelaje del animal—. Mientras algunos nacen para festejar, otros pasan sus vidas en la oscuridad, mendigando las sobras. A mi manera de ver, tú y yo somos exactamente iguales. —Acercó su cabeza todavía más, riendo silenciosamente por la ironía de compararse con un ratón. Pero era verdad, eran iguales. Ambos estaban atrapados en su condición, y aunque Skar hubiera nacido en la más gloriosa de las familias, era considerado tan poco poderoso como un ratón. Suspirando, continuó:

—Ambos queremos liberarnos.

Levantando al ratón por la cola, Skar lo dejó retorcerse por un momento. Nunca se cansaría del placer que le causaba hacer sufrir al débil. ¿Y por qué debería hacerlo? Él era el débil en su familia. No era poco lo que le habían hecho: lo habían marginado y tratado como basura, mientras llenaban de elogios y atenciones a Mufasa. Skar nunca sería rey, eso era un hecho, especialmente ahora, con el nacimiento del pequeño mocoso. Pero eso no significaba que no pudiera encontrar algún tipo de placer, aunque fuera lastimando a criaturas pequeñas e incapaces de defenderse.

Con renovada concentración, Skar abrió el hocico y empezó a bajar el ratón hacia él. Estaba a punto de cerrar las mandíbulas cuando oyó el batir de unas alas. Un momento después, el sonido inconfundible de la voz de Zazú se escuchó en toda la cueva.

—¡El rey se acerca! —gritó el ave—. ¡Hablo en serio!

Ante la palabra rey, Skar aflojó su agarre sobre el ratón tan solo por un momento, pero era todo lo que este necesitaba. El ratón saltó, liberándose de Skar y de su hocico aún abierto, y corrió hacia el pequeño agujero por el que había llegado. Antes de que Skar pudiera dejar escapar un gruñido de frustración, su merienda había desaparecido.

En su lugar estaba Zazú.

Sentándose, Skar miró al pájaro nervioso. Odiaba a Zazú casi tanto como despreciaba a Mufasa. El pájaro sentía que solo por ser el ayudante de confianza de Mufasa, podía ir a cualquier lado y decir cualquier cosa. Era muy molesto, tanto como su costumbre de estar siempre nervioso y temeroso (pese a que nadie podía tocarlo sin recibir un castigo del rey).

Sintiendo la mirada del león sobre él, Zazú escudriñó la cueva. Su pico se inclinó hacia abajo mientras notaba el sucio entorno, la cama escuálida y enmarañada en la esquina y los restos del último refrigerio. Después, viendo a Skar fijamente, le dijo:

—Su Majestad ha solicitado una audiencia. A su entrada, usted deberá levantarse y enseguida hacer una genuflexión.

Skar lo ignoró, prefirió ver hacia la pared de la cueva donde había desaparecido el ratón.

—Zazú —dijo arrastrando el nombre del ave y buscando sonar completamente desanimado—, me has hecho perder mi almuerzo.

Zazú no parecía preocupado.

—¡Usted le explicará a Mufasa su ausencia en la ceremonia de esta mañana!

Skar se levantó instantáneamente. Empezó a caminar hacia el ave con la cabeza baja y gruñendo. Si Zazú pensaba que podía entrar volando y ordenarle que se inclinara y actuara compungido, seguramente este pájaro era más estúpido de lo que él había creído. Conforme se acercaba, se lamía los labios con hambre.

—Skar —dijo Zazú, retrocediendo—, ¡no me vea así!

—¿Tienes hambre, Zazú? —preguntó Skar sin detenerse—. Tal vez podamos comer algo juntos.

Al oír el hambre —y el odio— en la voz de Skar, Zazú levantó el vuelo. Podía esperar a Mufasa tanto afuera como adentro. Pero antes de que pudiera salir volando, Skar se apresuró a obstruir la salida de la guarida, dejándola en penumbra al bloquear la luz del sol con su cuerpo.

Zazú se estremeció.

—¡No me puede comer! —exclamó, tratando de mantener su voz tranquila.

En respuesta, Skar tronó su quijada. Zazú voló dando un graznido, evitando que le partieran el pico con una mordida. Debajo de él, Skar atacaba una y otra vez, haciendo que el sonido de los tronidos rebotara en todas las paredes de la guarida.

—¡SKAR! —Iluminado por el sol en su espalda, Mufasa cubría toda la entrada de la guarida. Su gran melena tenía el color del fuego, pero sus ojos miraban fríamente a Skar.

—Bueno, miren quién ha venido a mezclarse con los plebeyos —comentó finalmente Skar, observando a su hermano y a Zazú con desdén. Levantó una garra y empezó a acicalarse.

—¡Ven aquí! —ordenó Mufasa. Sabía lo que Skar estaba haciendo; trataba de actuar como si no tuviera ninguna preocupación en la vida. Pero Mufasa sabía la verdad. Sabía que si Skar no había ido era tan solo por una razón: celos. Retrocediendo, esperó a que el otro león lo siguiera.

Lentamente, Skar se escabulló hacia la luz del sol. Entrecerró los ojos, al no estar acostumbrado a la luz brillante. Comenzó a caminar alrededor de Mufasa, asegurándose de que el rey no hubiera traído a alguien más con él, pero Mufasa estaba solo.

—Sarabi y yo no te vimos en la presentación de Simba —dijo al fin Mufasa. Levantó su cabeza en dirección a lo más alto de la Roca del Rey, muy por encima de ellos. Su cuerpo estaba relajado, pero el tono hacía claro su descontento. No se molestaba en voltear a ver a Skar, solo esperaba oír sus excusas.

Deteniéndose frente a una gran roca, Skar sacó una uña larga y afilada y la hizo chirriar sobre la dura superficie. Zazú hizo muecas por lo agudo del sonido, pero Mufasa ni se inmutó.

—¿Era hoy? Debo haberlo olvidado —dijo Skar, encogiéndose de hombros—. Por supuesto, no hubo intención de faltarle al respeto a Su Majestad o a Sarabi. Como usted sabe, le tengo un gran respeto a la reina… —Su voz se fue apagando con descarada omisión.

Los ojos de Zazú iban de un hermano al otro. Nunca había sido cómodo estar en el mismo lugar que ellos, pero ahora daba miedo. Podía sentir la rabia hirviendo en Mufasa y oler la indiferencia en Skar. Aclarándose la garganta, el ave dio un paso adelante.

—Como hermano del rey, debió haber sido el primero en la fila —señaló, dándole voz a lo que Mufasa obviamente había estado pensando.

Skar levantó una ceja, lo que provocó que su cicatriz se frunciera, haciéndolo ver más ruin de lo normal. ¿Estaba Zazú bromeando? ¿No veía la ironía en lo que decía?

—Yo era el primero en la fila —les recordó—. ¿Lo olvidaron? Así fue, hasta que el precioso príncipe llegó.

Cansado de la conversación, Skar se dio la vuelta para alejarse. Tenía tareas más importantes que ser regañado por un pájaro y por su hermano con cerebro de pájaro; tareas como encontrar la comida que se le había escapado.

—¡No me des la espalda, Skar!

Al escuchar estas palabras, Skar regresó. Era más que suficiente.

—Oh no, Mufasa —gruñó—. Tal vez seas tú él que no deba darme la espalda.

—¿Me estás retando? —rugió Mufasa. Levantando la cabeza, infló el pecho y se enfrentó a Skar. Por un largo y tenso momento, los dos leones se quedaron allí, viéndose fijamente, hasta que Skar bajó la cabeza y empezó a retroceder.

Era pequeño, pero no tonto. No tenía caso pelear.

—Ni en sueños lo retaría. —Hizo una pausa y agregó—: Otra vez.

A Mufasa se le erizó el pelaje y un gruñido se formó en el fondo de su garganta. Pero antes de que pudiera tirar una mordida, Zazú voló y se interpuso entre ellos.

—¡Sabia decisión! —le dijo a Skar—. No es usted contrincante para Su Majestad.

Skar se encogió de hombros.

—Bueno, en lo que respecta a la inteligencia, me llevo la mejor parte, pero si hablamos de fuerza bruta, me temo que mi hermano mayor siempre gobernará.

—No siempre —lo corrigió Mufasa—. Algún día será mi hijo quien gobierne. Simba será tu rey.

—Entonces, larga vida al rey —dijo Skar. Dándose la vuelta hacia su guarida, se escurrió desapareciendo en la oscuridad.

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Viéndolo partir, Mufasa suspiró. No era esto lo que él hubiera querido. Cierto, se había enojado porque Skar había faltado a la ceremonia, pero una parte de él, aunque pequeña, esperaba que quizá hubiera tenido una buena razón. Que, con el nacimiento de una nueva generación, ellos pudieran dejar de lado el pasado. Pero era obvio que eso no sucedería.

—¿Qué voy a hacer con él? —preguntó Mufasa mientras él y Zazú se encaminaban de vuelta a la cima de la Roca del Rey.

—Bueno, yo tengo una idea —sugirió Zazú, sin temor a revelar su solución ideal—. ¿Por qué no lo corre con sus grandes garras y dientes?

Mufasa trató de no reírse. No era ningún secreto que el ave despreciaba a Skar. No estaba seguro de si era por lealtad a su rey o por el hecho de que Skar fuera tan sucio. Zazú detestaba el desorden.

—¿Qué? —preguntó Zazú—. Ambos sabemos que debió haber sido expulsado de las Tierras del Reino hace mucho tiempo.

La sonrisa de Mufasa se desvaneció.

—Es mi hermano, Zazú —respondió moviendo la cabeza—. Esta es su casa y mientras yo sea rey eso no cambiará. Sin importar lo difícil que sea Skar —agregó en silencio.