Cuando Mar Galtés me pidió que escribiese un prólogo para su libro sobre cincuenta y tantas historias de emprendedores tardé pocos minutos en comprometerme. No suelo ser tan rápido con compromisos que me van a dar más trabajo del que ya tengo. Acostumbro a reflexionar un poco sobre ventajas y oportunidades, riesgos y beneficios. Me gusta comprometerme, pero tras un cierto conocimiento de las causas a las que me comprometo. Por alguna razón que sinceramente desconozco, en este caso ha sido distinto y creo que tras analizarlo un poco puedo decir que me pasaron dos ideas por la cabeza —rotundas ellas dos— y acepté en pocos minutos. Se trataba de una reacción intuitiva al tema del libro y a su autora.
La primera idea que emergió fue simple; de hecho fue una conexión de ideas: emprender, emprendedores, empresa… ¿qué otra cosa nos va a sacar de nuestra crisis si no es la capacidad de emprender? Así pues, creo que rápidamente conecté las siguientes palabras y conceptos: empresa , emprendedor, compartir historias de éxito, inspirar, animar a invertir, invertir, crear, iniciar, celebrar, valorar, reconocer, desarrollar, abonar, crecer… En definitiva: un mundo que mejora.
Con los periódicos llenos de dudas y amenazas apocalípticas, de escenarios oscuros y de política de guerra y de guerrilla, creo sinceramente que reflexionar sobre la capacidad de emprender de un país es algo que merece siempre de gran atención, y en estos momentos de penuria para muchos, aún lo es más. Poco me preocupa si la reflexión es académica, práctica, algo novelada, estadística o voluntarista, lo importante para mi es que la capacidad de emprender se sitúe en el lugar que se merece y este libro contribuirá sin duda a ello.
Leer biografías de grandes líderes no hace al joven estadista más grande automáticamente, sin embargo, sí le ayuda a establecer un marco de referencia, una idea sobre las experiencias vividas por otros, un espejo inspirador. Tal vez es ahí donde la idea de este relato cobró súbitamente una gran importancia. Pequeñas inspiraciones pueden dar lugar a grandes iniciativas. Esto basta.
Hay muchas maneras de resumirlo. Un profesor de una de las grandes escuelas de negocios americanas lo sintetizaba así: « [...] a largo plazo, no hay ninguna variable que se correlacione más con la creación de empleo que la de los beneficios empresariales». Y aunque los beneficios no solo se correlacionan con la capacidad de emprender, sin emprendedor y su energía no hay empresa, y sin ella no hay beneficios. Hagan ustedes mismos la relación.
El paro en nuestro país asedia peligrosamente la salud de nuestra sociedad. Nuestros jóvenes, que hasta hace unos años proclamaban mayoritariamente los beneficios de ser funcionario, ven hoy la actual crisis como una primera alarma del sistema. Afortunadamente, aparecen ya los signos que manifiestan que la única manera de sobrevivir es ESPABILARSE —lo siento pero me ha salido así, con mayúsculas—.
El resumen de esta primera idea es fácil: emprender me parece positivo y necesario, y sin emprendedores el mundo no avanza. Creo firmemente que el emprendedor no está suficientemente reconocido en nuestra sociedad y bastaría con la mitad del reconocimiento que tiene un futbolista o un cantante.
La segunda idea fue para la escritora. A pesar de haber compartido un viaje y algunas comidas, conozco poco a Mar personalmente, pero yo diría que he leído cientos de sus artículos. Me gusta su manera de narrar y me impresiona también su capacidad de adentrarse en los personajes. Cada periodista tiene su mano, algo que también solemos decir de cada diseñador en el mundo de la moda. Es una manera de hablar de esa extraña combinación entre arte y ciencia, entre razón, intuición e instinto. Por los años que lleva en el periodismo de este país y a pesar de su juventud, Mar debe haber escrito miles de notas, artículos y narraciones, pero con unos cuantos leídos ya llegué a la conclusión de que se trataba de una buena periodista y aunque «ahora no toca» me permito decir que creo que a este país también le haría falta una gran dosis de buen periodismo para poder avanzar y salir del embrollo en el que nos encontramos. Periodismo desligado del interés económico sin escrúpulos (ya sé que no se puede desligar del interés económico —hablaba de escrúpulos—) y despolitizado, periodismo realmente curioso y que aunque necesariamente tome partido para relatar lo noticiable, no lo haga solo para perjudicar al contrario, sino fundamentalmente para defender al propio. Ese periodismo que tanto escasea.
Comentando el proyecto de este libro con un amigo me decía que hace unos años participó en un proyecto que reflejaba a los líderes digitales del momento. Pasados casi diez años, prácticamente casi ninguno de los protagonistas aparece hoy en la lista de líderes de la actualidad. Será interesante que Mar repita el ejercicio y narre la evolución de las aventuras de hoy con el paso de los años. El tiempo nos suele dar una perspectiva diferente de los proyectos, logros y fracasos. La variable tiempo cambia cualquier análisis económico, cualquier inversión. Es una variable que tendemos a infravalorar al querer hacer una buena foto del momento pero a la que, sin duda alguna, el caer de las décadas o de los días afectará. Saber distinguir el por qué unas aventuras continúan bien, mientras otras acaban mal, sería material para otro o varios libros. En este sentido, cada historia de las que siguen debe pasarse por el tamiz del tiempo, para que adquiera verdadero valor.
Una última reflexión con la que dejo al lector es de naturaleza geográfica o geoeconómica. Un alto porcentaje de las aventuras descritas en este libro suceden o se inician en Catalunya, con emprendedores nacidos o acogidos en estas tierras. La región mediterránea fue y es de gran importancia geoestratégica y lo será para nuestro futuro. Algunas historias de las que a continuación se narran serán más locales y otras devendrán globales, pero todas ellas tienen raíces aquí. No creo que Mar haya querido hacer estadística o sesgar lo que pasa en España. La redacción de un periódico barcelonés recoge más a menudo lo que tiene cerca que lo que está a cientos o miles de kilómetros de distancia, pero no erraría mucho si dijese que este mismo libro sería mucho más difícil de escribir en otras regiones europeas o españolas con, probablemente y sin temor a equivocarme, menor actividad emprendedora. Creo que tenemos que felicitarnos por la diversidad temática, creatividad y calidad de nuestro espíritu emprendedor y este libro es una buena muestra de ello. Otro tema es si la cantidad es suficiente.
Tal vez sea la adversidad a la que nos ha sometido la historia, o la estirpe o quizá una mera casualidad —creo muy poco en la casualidad— pero lo que no puede soslayarse es que Catalunya es y ha sido una buena cuna de emprendedores. Sin ir más lejos, mi padre, emprendedor donde los haya y pequeño empresario ya jubilado, arrancó desde el hambre de un orfanato de la postguerra y como él miles de emprendedores sacaron al país de un profundo y oscuro valle. Solo si seguimos siendo hambrientos y creativos podremos salir adelante en un mundo en el que el viento no nos sopla, ni nos va a soplar a favor en mucho tiempo. Quizá no estemos tan lejos de interiorizar el stay hungry, stay foolish que nos recuerda Steve Jobs y Mar, unas páginas más adelante, en su introducción.
Si pudiese añadir un capítulo más a este libro, le propondría a la autora dedicarlo a las aventuras que acabaron mal. Creo que de las quiebras se aprende todavía más que de los éxitos —lo digo por experiencia— y la lista de aventureros fracasados es mucho más larga que la de los triunfantes. Nuestra cultura tiende tristemente a ocultar los fracasos y ensalzar los éxitos mas allá de lo merecedero y debemos aprender que sin la caída no hay recuperación posible. Es cierto que criticamos bien y mucho, pero no me refería a eso. Creo que no tenemos una buena pedagogía del error como fuente de aprendizaje. Desde la escuela estamos entrenados a no fallar. ¿No deberíamos entrenar a nuestros hijos a fallar mucho y a menudo para aprender más y más rápido? No es tarea fácil, me consta.
No me cabe ninguna duda que la capacidad de sufrir, la de errar y la de recuperarse están en la fórmula magistral de la mayoría de las historias que siguen. Tal vez sea el estímulo obligado de esas capacidades la única razón por la cual pienso que los tiempos que vivimos son, en el fondo, buenos tiempos.
Manel Adell, CEO de Desigual