Por desgracia, la ducha no fue nada relajante. Todo lo contrario. Lo que me apetecía de verdad era tomar un baño, pero al ver que no había llave en la puerta y que Kaden era tan imprevisible, no me fie. Por eso me limité a darme una ducha rápida antes de encerrarme en mi habitación.
Una vez dentro, apoyé la espalda en la puerta y, por primera vez desde que había llegado a Woodshill, llené mis pulmones de aire hasta el límite de su capacidad. Cuando exhalé de nuevo, fue como si el aire hubiera recorrido mi cuerpo entero, y una sensación de calma empezó a apoderarse de mí. Abrí los ojos, y lo que vi era justo lo que había soñado siempre: sobre el sofá cama, ya montado, una colcha suave y mullida y cojines de varias formas y tamaños; sobre el escritorio, las lucecitas colgadas hasta una de las estanterías, ya repleta con mis cosas; los bolígrafos y cuadernos estaban perfectamente guardados en cajas y cajones, y en el alféizar de la ventana, mi sonrisa y la de Dawn enmarcadas de color blanco junto a un despertador a juego. Tenía las cortinas entreabiertas y entraba la última luz del atardecer.
En ese instante, mientras contemplaba esa estampa idílica, no pude seguir conteniendo la emoción.
Y empecé a sollozar en voz alta.
Reaccioné enseguida y me tapé la boca con la mano, esperando que nadie me hubiera oído. Las lágrimas me ardían en los ojos y ni siquiera llegué a la cama. Todavía de espaldas a la puerta, me dejé caer poco a poco hasta el suelo y me quedé hecha un ovillo, abrazándome las rodillas.
Lo había conseguido. Estaba en Woodshill, a casi dos mil kilómetros de mis padres. Durante esa semana había hecho más cosas por mí misma que en toda mi vida, y de repente me pareció tan sobrecogedor que no pude seguir conteniendo las lágrimas, les di rienda suelta y empezaron a recorrer mis mejillas con su calidez.
Estaba absolutamente revuelta por dentro. Llevaba tres años soñando día y noche con ese instante: por fin había conseguido llegar a un lugar que me ofrecía la libertad que tanto había deseado.
Con cuidado, levanté la cabeza y contemplé mi habitación una vez más: ya lo tenía todo como siempre lo había querido. Nadie volvería a decidir jamás sobre mi forma de vivir. Nunca más dejaría que alguien me colgara una etiqueta que yo no sintiera como propia. Había llegado el momento de escribir mi propia historia. En mi nuevo hogar.
Poco a poco, por debajo de las lágrimas empezó a aflorar una sonrisa.
No sabía a cuánta gente había invitado Kaden. Lo único que sabía era que hacían mucho ruido. Sin embargo, no estaba dispuesta a que me aguaran la noche. Me puse algo cómodo: una camiseta de tirantes con blondas que formaba parte de mi pijama favorito y unos pantalones cortos de punto de color gris. Por mí, como si a Kaden le daba por organizar una fiesta cada noche. Compensaba con creces el hecho de no tener que compartir la habitación con un montón de gente más en el albergue.
Me dispuse a desplegar el sofá, descubrí que costaba más de lo que había previsto y me llevé dos golpes en la espinilla intentando abrir la parte inferior. Al final sobreviví sin sufrir heridas de gravedad y pude acomodarme en mi paraíso de cojines.
Por fin tenía tiempo de ponerme al día con las series, después de unos días sin poder ver ni un solo episodio. La verdad es que era una auténtica yonqui de las series y me tragaba cualquier cosa que cayera en mis manos y todo lo que encontraba en Netflix. Últimamente estaba enganchada a las series de superhéroes como Arrow, Agents of S.H.I.E.L.D. o The Flash, pero eso dependía de la época y del humor. Había tenido una temporada en la que no podía vivir sin series adolescentes como Crónicas vampíricas; luego, de repente, me dio por ver los últimos programas de «Bailando con las estrellas» y me obsesioné con dramas históricos como Los Borgia o Outlander.
Sin embargo, ese día no había ninguna duda de que escogería a los superhéroes.
Enchufé mi portátil para no quedarme sin batería y rebusqué entre las cajas de la mudanza que me quedaban por abrir hasta que encontré mis queridos auriculares, que además de ser enormes eran también comodísimos. En cuanto lo tuve todo listo, me acurruqué bajo la colcha y me dediqué a contemplar cómo unos héroes salvaban el mundo.
No sabría decir cuántos episodios llegué a ver, pero el caso es que en algún momento me quedé frita. Y no me extraña, después de haberme pasado el día entero de aquí para allá.
Me desperté cuando un estrépito amortiguado atravesó la barrera sonora de mis auriculares. Abrí los ojos y quedé deslumbrada por una luz que me enfocaba directamente en la cara, por lo que parpadeé medio dormida. Alguien había abierto la puerta de mi cuarto de par en par y, sin querer, había golpeado la estantería que quedaba detrás.
—Perdona —dijo ese alguien, y la puerta se cerró de nuevo. Confundida, me quité los auriculares y me desenredé el cable del pelo.
—¡Eh, Kaden! —gritó una voz en dirección al otro extremo del piso—. ¡Hay una tía sobando en mi habitación!
El tipo balbuceaba un poco, seguramente ya llevaba unas cuantas copas de más. De repente, al ver que la puerta se abría de nuevo, me tapé con la colcha hasta la barbilla y me quedé mirando al chico que se había plantado en el centro de mi habitación, contemplándome con una sonrisa en los labios. Parecía un surfero pelirrojo.
—Hola, soy Ethan. Esta habitación antes era mía, y entonces estaba prohibida la entrada a las chicas. Hasta que conocí a mi novia, al menos. Yo tenía la cama justo ahí. No sabes la de veces que Monica y yo no...
—Cariño —dijo una voz cautelosa desde el pasillo—. Me parece que no le interesa mucho lo que hayamos hecho en esta habitación. No molestes a la pobre chica.
Una chica apareció entonces por el marco de la puerta. Agarró a Ethan por un brazo y le dio un ligero empujón para mandarlo cariñosamente de nuevo a la sala de estar. A continuación se volvió hacia mí. Iba bastante maquillada y llevaba el pelo teñido a mechas, pero yo estaba medio dormida, por lo que no acerté a distinguir bien los colores.
—Lo siento. Soy Monica, y ése era mi novio, Ethan. Sólo queríamos saludarte.
—Ah... Hola.
Me froté los ojos. Dios, ¿qué hora debía de ser?
—Hola —repitió Monica, antes de fijarse en las estrellas iluminadas que había colgado sobre mi escritorio—. Qué bonito, todo esto. Ethan no me dejaba ni ponerme desodorante en su habitación. Pero tal como la has dejado —dijo señalando la guirnalda de lucecitas y el resto de la decoración— me encanta.
—Muchas gracias —repuse.
La verdad es que no sabía muy bien qué añadir. Desde el otro extremo del piso llegaba una música, algún que otro grito y el tintineo de vasos y conversaciones animadas.
—¿De verdad eres una chica? —me soltó Monica.
Me la quedé mirando desconcertada.
—Bueno, yo diría que sí —respondí, y bajé la colcha unos centímetros para demostrárselo.
Monica entornó los ojos y se fijó en las blondas que decoraban mi camiseta.
—Oh, sin duda, sí —exclamó con una amplia sonrisa en los labios—. Tía, debes de haberle caído muy bien a Kaden para que te haya dejado vivir aquí.
—Bueno... —dije sin mucha convicción mientras bajaba las piernas al suelo—. Yo no lo tengo tan claro. Me dijo que necesitaba el dinero y que el resto de los aspirantes le habían fallado.
—Créeme, debes de haberle caído bien. De lo contrario te habría mandado a la mierda, como a todas.
A Monica debía de gustarle la canción que sonaba en esos instantes, porque empezó a balancear la cabeza siguiendo el ritmo.
—Antes de que Ethan entrara a vivir aquí, Kaden había tenido una compañera de piso, pero cometió el error de enrollarse con ella, ella se enamoró de él y él... —En lugar de terminar la frase, hizo un gesto con el que fingió arrancarse el corazón del pecho—. Cuando por fin se libró de La-chica-cuyo-nombre-no-puede-pronunciarse-en-voz-alta-bajo-ninguna-circunstancia-en-este-piso, Kaden prohibió terminantemente que entrara cualquier otra mujer. La verdad es que al final a ella se le fue la cabeza. Creo que incluso llegó a mezclarle el gel de ducha con crema depilatoria. Imagínate a Kaden sin vello en las piernas y los brazos.
Sin poder evitarlo, se me escapó una carcajada.
Monica asintió de forma enérgica.
—¡Yo reaccioné exactamente igual que tú! Pero se me quitaron las ganas de reír cuando él me echó de aquí. En los últimos meses, cualquier hembra que entrara en el piso era tratada como una intrusa. A mí ni siquiera me permitía quedarme a desayunar aquí. Puedes estar satisfecha si comparte su café contigo.
Se encogió de hombros, sonriendo, y dio media vuelta para llamar a alguien de la sala de estar. Luego se volvió de nuevo hacia mí.
—Oye, si quieres puedes venir con nosotros. No mordemos.
Sin saber qué contestar, bajé la mirada. No iba maquillada y llevaba puesto un pijama. No era la indumentaria ideal para una fiesta. Sobre todo teniendo en cuenta que desde hacía años jamás había salido de casa sin maquillaje. Mi madre siempre insistía en la importancia de arreglarse antes de salir, y eso incluía maquillarse a conciencia. Había sido un verdadero infierno para mí aplicarme base, pintarme la raya de los ojos y definir el contorno del rostro. Al principio no lo soportaba, pero con el tiempo me acostumbré y ya llevaba ocho años maquillándome a diario. La idea de salir de la habitación sin maquillarme antes me pareció absurda.
—Al menos, la mayoría no —matizó Monica—. En el caso de Kaden, nunca se sabe. Puede llegar a comportarse como un verdadero gilipollas, pero llega un momento en el que te acostumbras, créeme.
Con un cabeceo brusco me señaló hacia la sala de estar.
—Vamos, te invito a una cerveza.
Sonreí. Esa manera de ser, tan desacomplejada, era tan contagiosa, como la de Dawn.
—Dame un segundo, tengo que cambiarme de ropa.
Monica arqueó las cejas y clavó la mirada en mi camiseta con una expresión elocuente.
—Estaba a punto de sugerirlo. Más que nada, para evitar que a Ethan se le salgan los ojos de las órbitas.
Se rio de su propia broma, lo que sólo contribuyó a ampliar todavía más mi sonrisa. Acto seguido, salió de la habitación y cerró la puerta tras ella.
Yo me levanté y busqué en mi cajonera unos pantalones que fueran cómodos y no me quedaran demasiado ajustados. Al final me decanté por unos vaqueros elásticos. No me cambié la camiseta, pero me cubrí los hombros con un cárdigan.
Me miré en el pequeño espejo de sobremesa que tenía encima del escritorio. Mis ojos revelaban el cansancio acumulado y por un momento me planteé la posibilidad de aplicarme al menos corrector, pero la descarté enseguida. ¿Qué diría eso sobre mí misma? «Que eres la zorra superficial por la que siempre te han tomado todos», dijo una voz odiosa dentro de mi cabeza que me apresuré a acallar.
En lugar de maquillarme, pues, le eché otro vistazo a mi peinado nuevo. Me alisé con la mano las ondas que se me formaban y constaté una vez más que cualquier intento de domarlas sería en vano. Una cosa menos por la que preocuparme. Fui hacia la puerta y conté hasta tres antes de abrirla. Si alguien me fastidiaba, simplemente me volvía a meter en la cama y ya está. Con una sonrisa llena de determinación, abrí la puerta y salí del cuarto.
En el piso reinaba un verdadero caos que tardé un poco en asimilar. Había un montón de gente apiñada en la cocina, y el balcón también estaba repleto de personas fumando y charlando animadamente. Con sólo ver el panorama, me invadió la claustrofobia. Sobre la encimera de la cocina, un equipo de música sonaba a todo volumen, y por todas partes había tazas, vasos y botellas de diferentes bebidas alcohólicas. Me sorprendió haber podido dormir a pierna suelta y no haberme enterado de que se estaba celebrando esa fiesta en el piso.
Instintivamente busqué a Kaden entre la multitud, y descubrí su pelo castaño tras una chica rubia que, sentada en su regazo, le susurraba al oído algo que a él no parecía complacerlo. De hecho, dudé que a Kaden pudiera complacerlo nada en absoluto, al ver que ni siquiera durante una fiesta era capaz de abandonar esa pose avinagrada. En realidad se parecía al Grinch. Pensé que cuando se presentara la ocasión tendría que avisarlo de que esa expresión amargada acabaría dejándole unas arrugas horribles en la cara.
—¡Ah, ahí estás! —exclamó Monica cogiéndome de la mano. Sorprendida, dejé que me arrastrara hasta la encimera—. ¿Te apetece una cerveza?
—No, gracias —dije—. Es que la cerveza no me va mucho —añadí al ver su decepción.
—Ah, bueno. Vamos a ver si encontramos otra cosa, pues. Creo que Spencer ha traído una botella de vino caro que le ha robado a su padre.
—Una copa de vino sería genial —asentí, y me dediqué a observar cómo iba abriendo los armarios de la cocina con absoluta familiaridad, hasta que encontró las copas. A continuación, cogió la botella y me llenó tanto la mía que le costó sostenerla sin verter ni una gota.
Le di las gracias y tomé un sorbo. Enseguida identifiqué la variedad, e incluso me habría atrevido a adivinar la añada. Durante los últimos años, las únicas veces que mi padre se había sentido orgulloso de mí había sido cuando me había visto capaz de conversar con sus amigos sobre la calidad de una cosecha singular. A raíz de eso, había adquirido muchos más conocimientos sobre el vino de los que se suponía que tenía que saber una persona de mi edad.
—¡Allie! ¿Ya te has despertado?
Me volví hacia Spencer. Estaba sentado en un taburete alto junto a la barra, y gesticulaba para que me acercara a él.
—Sí, supongo que sí —respondí murmurando dentro de mi copa. Miré a Monica, que todavía me tenía agarrada de la mano, y empezó a tirar de mí hasta que nos plantamos frente a él.
A continuación empezó a relatar lo que había sucedido con Ethan en mi habitación, con lo que consiguió que Spencer se atragantara y la mitad del agua que estaba bebiendo le saliera por la nariz.
—Dime, Allie, ¿qué te ha traído a Woodshill? —preguntó Monica en cuanto nos hubimos asegurado de que la vida de Spencer no corría peligro y de que podía respirar con normalidad de nuevo.
Yo me apoyé en la barra de lado y sostuve la cerveza de Monica mientras ésta se encaramaba al taburete que había junto al de Spencer. Luego asintió para darme las gracias y recuperó su bebida.
—Simplemente me apetecía cambiar de aires —dije recurriendo a mi respuesta estándar, y me encogí de hombros con despreocupación, tal como lo había ensayado un montón de veces.
—A mí me pasó igual —comentó Monica, ofreciendo su botella para brindar conmigo. Correspondí con mi copa y tomé otro sorbo.
Poco a poco, empezaba a soltarme. El panorama era como mínimo prometedor: yo era una chica normal en una fiesta normal y hablaba con gente normal. No me conocía nadie, podía controlar la primera impresión que se llevarían de mí y por el momento no me iba nada mal. Más bien todo lo contrario: quizá me estaba yendo mejor de lo esperado, por lo que pensé que tal vez había valido la pena levantarse, después de todo.
—Yo si estoy aquí es sólo porque no me aceptaron en Portland —explicó Spencer con un suspiro.
Monica fingió estar a punto de atizarle, pero él lo evitó con una amplia sonrisa.
—Lo único que he dicho es que Woodshill no fue mi primera opción —se defendió Spencer.
—¡Es que me indigna! —exclamó Monica, visiblemente herida por el comentario—. ¡Con la de cosas que hay aquí! Aparte del paisaje, que es precioso, hay un montón de cosas geniales: el cabaret, el museo de Arte y Arqueología, el centro de la ciudad, ¡y el campus! No me negarás que es una pasada, con su estatua de Shakespeare y todo...
Era evidente que las atracciones turísticas de Woodshill eran uno de los temas de conversación preferidos de Monica, por lo que tanto Spencer como yo decidimos asentir para darle la razón.
—Pues a mí sí me gusta mucho —dije—. El paisaje fue uno de los motivos por los que quería venir a Woodshill como fuese. Desde que estoy aquí he respirado tanto aire puro que creo que se me ha descontaminado el cuerpo por completo.
Monica sonrió complacida.
—Creo que cualquiera que venga de una gran ciudad se lleva esa misma sensación.
Ethan apareció tras ella y la envolvió con un brazo.
—Seguro que ya os está contando por qué Woodshill es la mejor ciudad del mundo para estudiar, ¿a que sí?
—Está intentando convencer a Allie —dijo Spencer, asintiendo en mi dirección—. Como si no estuviera viviendo aquí.
—¡Eh! Tú eres la chica de mi habitación —señaló Ethan—. Bueno, ya no es mi habitación. A partir de ahora se ha convertido en tu reino, con todo lo que eso conlleva.
No pude evitar sonreír al ver cómo se aferraba a su novia para poder mantenerse en pie.
—Gracias por haber dejado la estantería y el escritorio, Ethan.
—Gracias a ti por quedarte con todos esos trastos, así no tuvimos que sacarlos del piso a cuestas. Eso que nos hemos ahorrado —replicó, y acto seguido hundió la cara en el cuello de Monica. Ella soltó una sonora carcajada.
Eran encantadores. Él, con esa pinta de surfero, y ella, con el pelo multicolor y las uñas pintadas de negro. El hecho de que tuvieran aspectos tan distintos sólo contribuía a que la pareja que formaban fuera más adorable.
—A mí me pasa lo mismo cada vez que los veo —me dijo Spencer, como si me hubiera leído el pensamiento. Se inclinó hacia mí fingiendo un tono conspirativo y no pude evitar observar una vez más que tenía unos ojos increíblemente azules—. Al principio parece muy dulce, pero llegará un momento en el que te aumentará el nivel de azúcar en sangre y te hartarás.
—Que conste que te estoy oyendo —replicó Monica con media cara tapada por el pelo rojizo de Ethan, que no se despegaba de ella.
—Ya me perdonarás, pero es que dais mucho asco —replicó Spencer haciendo una mueca.
—¿Asco? Ya verás tú lo que es asqueroso de verdad —exclamó Monica, saltando desde su taburete y apoyándose en él. Ethan perdió el equilibrio, se tambaleó hacia delante inesperadamente e intentó en vano agarrarse a la encimera. En un acto reflejo, le agarré el brazo y lo sostuve para que no se cayera al suelo.
—Me parece que te sentaría bien un vaso de agua. ¿Qué te parece, Ethan?
Él sonrió y se apartó el pelo de la cara antes de empezar a asentir. Y digo «empezar» porque se pasó un buen rato asintiendo. Al parecer, incluso se mareó de tanto mover la cabeza, porque se balanceaba más que antes. Lo ayudé a encaramarse al taburete mientras Monica y Spencer se batían a nuestro lado en un combate de kárate, boxeo y cosquillas que acompañaron de grandes alaridos dramáticos. Cuando rodeé la barra para ir a buscar un vaso de agua para Ethan, de reojo vi cómo Monica reducía a Spencer con una llave de estrangulamiento. Luego dejé que mi vista vagara más allá de los luchadores por la habitación, hasta que se detuvo en el sofá. Me quedé de piedra.
Los ojos ensombrecidos de Kaden me miraban directamente.
La chica de antes ya no estaba sentada en su regazo, sino a su lado. Él le rodeaba los hombros con un brazo mientras ella le hablaba al oído. Entonces me di cuenta de que era la misma chica que había visto salir del piso el día que vine a ver la habitación.
Pensé en las reglas que había mencionado Kaden. Mirarlo fijamente mientras se lo montaba con alguien sin duda alguna era una de las cosas que no debía hacer bajo ninguna circunstancia, por lo que decidí apartar la vista de nuevo y concentrarme en el vaso de agua que le había prometido a Ethan.
Cuando por fin se lo serví sobre la barra, Monica y Spencer ya habían terminado de pelearse. Los dos parecían bastante cansados, y tuve que ayudar a Monica con el cabello, que le había quedado completamente revuelto.
—Me gusta tu pelo —le dije pasando mis dedos entre los mechones de colores—. Creo que yo no me atrevería nunca a teñírmelo así.
—Bueno, a veces me gustaría no ser tan lanzada con estas cosas, si quieres que te diga la verdad —respondió con una mirada de resignación—. Nunca me paro a pensar lo suficiente, cuando me da por cambiar algo. Soy demasiado impulsiva y, al mismo tiempo, muy indecisa. Por eso me acabé tiñendo de tantos colores, porque era incapaz de decidirme por uno solo.
—A mí me gusta. Lo máximo que me he atrevido a hacerme jamás es esto —dije señalándome el pelo.
Monica frunció la frente.
—¿Cómo lo llevabas antes?
Por un instante me pregunté si valía la pena enseñarle alguna fotografía, pero luego me acordé de que las había borrado todas del móvil.
—Tenía el pelo rubio —me limité a responder—, y largo hasta el pecho.
Monica abrió unos ojos como platos.
—¿Rubia? ¡No te imagino!
—Pues sí. Más o menos como... —busqué un ejemplo con la mirada a mi alrededor, hasta que llegué a la acompañante de Kaden— como ella, sólo que un poco más oscuro.
Monica se volvió hacia donde yo estaba señalando.
—¡¿Que te parecías a Sawyer?! —exclamó con incredulidad, levantando bastante la voz.
La chica en cuestión se volvió de pronto y se quedó mirando fijamente a Monica con los ojos entornados antes de levantarse.
—Oh, no —murmuró Monica, empequeñecida de repente.
Mientras Sawyer se nos acercaba, pude verla con claridad por primera vez. Era muy guapa y tenía un tipo fantástico, con todas las curvas que se pueden tener en los lugares en los que hay que tenerlas, además de un escote que sería la envidia de cualquier mujer. Tenía el pelo largo y ondulado y llevaba un corte desigual que encajaba a la perfección con el maquillaje oscuro alrededor de los ojos y con la combinación de vestido corto y botas militares Dr. Martens. A decir verdad, tenía una imagen más adecuada para el escenario de un concierto de rock que para una fiesta como aquélla.
—He oído que hablabais de mí —dijo Sawyer como única presentación mientras miraba a Monica con una sonrisa forzada.
Kaden, que también se había levantado y con un par de zancadas se había plantado junto a ella, debió de notar la tensión en el ambiente, porque rodeó la cintura de Sawyer con un brazo y le dijo algo al oído. No obstante, la maniobra no tuvo el efecto deseado, sino más bien todo lo contrario: en lugar de relajarse, Sawyer apartó a Kaden de un empujón y cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Hay algo que quieras decirme, Monica?
—No, de verdad, es sólo que Allie ha... —empezó a decir ella, buscando mi ayuda con la mirada.
—Simplemente le contaba que, antes de llevar el pelo corto, tenía...
Sawyer se volvió hacia mí.
—No estaba hablando contigo, sino con ella —me soltó con un tono gélido.
Me quedé tan perpleja que no pude más que pestañear.
Kaden negó con la cabeza y volvió a acercar los labios a la oreja de la chica para intentarlo de nuevo:
—No pasa nada, Sawyer. Por favor, no montes una escena.
Sin embargo, ese segundo intento tampoco sirvió para apaciguarla.
—Déjame. Estaban hablando de mí —siseó ella, apartando una vez más a Kaden con la mano para dirigirse a Monica de nuevo—. Al fin y al cabo, no es la primera vez que ésta me pone verde.
—Eso es agua pasada, Sawyer —intervino Spencer.
—Tú cierra el pico —le soltó ella. Parecía a punto de sacar las zarpas para atacar a uno de nosotros.
Yo no sabía si sería algo inevitable o si, por el contrario, podía hacer alguna cosa al respecto, pero pensé que valía la pena intentarlo. Levanté las manos para tratar de que reinara la calma.
—Lo único que he dicho era que solía llevar el mismo peinado que tú. Tienes un pelo muy bonito, por cierto. Y no sé qué debe de haber ocurrido entre vosotras dos en el pasado, pero, en cualquier caso, que quede claro que no estábamos hablando de ti. De verdad que no.
Joder, resultó que el vino se me había subido a la cabeza, después de todo. No era consciente de mi propia capacidad para hablar tan deprisa. Las palabras salieron de mi boca como un verdadero torrente, y me pregunté si alguien debía de haber entendido algo de lo que acababa de soltar.
—Eso cuéntaselo a alguien que te crea. Y tú, la próxima vez que quieras criticarme, vienes y me lo dices a la cara, en lugar de ir soltando mierda a mis espaldas. Más que nada porque es bastante miserable.
—Vamos, estás sacando las cosas de quicio —replicó Monica algo alterada.
No obstante, Sawyer la interrumpió de nuevo antes de que pudiera terminar la frase.
—Como vuelva a oírte hablando de mí otra vez, no respondo de mis actos —amenazó dando un paso adelante hacia Monica.
En ese instante se me despertó el instinto protector. No estaba al corriente de lo que había sucedido entre ellas dos, pero Monica me caía bien y no podía seguir viendo cómo Sawyer la humillaba sin motivo.
—Oye, permíteme que te diga una cosa —empecé con aire diplomático—. Éste no es el mejor sitio para discutir estas cosas.
A nuestro alrededor se extendió un silencio receloso. El resto de los invitados seguían el transcurso de la discusión con mucha curiosidad, y diría que alguien incluso bajó el volumen de la música.
Me aclaré la garganta.
—Seguramente todos hemos bebido un poco más de la cuenta y no creo que sea una conversación precisamente adecuada, teniendo en cuenta que estamos en una fiesta. Propongo que la prosigamos en terreno neutral —argumenté con una sonrisa conciliadora.
—Creo que será mejor que te marches —dijo Kaden, y Sawyer se quedó petrificada al oír la frialdad en su tono de voz.
—Tú lo que quieres es tomarme el pelo —exclamó impertérrita, dirigiéndose de nuevo a él. Nos señaló con la mano, primero a mí y después a Monica—. Quiero que sepas que tu mierda de amiguitas me tienen más que harta. ¿Y encima me echas de aquí? Eres un gilipollas de mierda.
Kaden abrió la boca para replicar, pero antes que pudiera decir nada se adelantaron los balbuceos que salieron inesperadamente de mi boca:
—Sólo porque tengas el orgullo herido, no tienes que hacérselo pagar a todo el mundo. No es culpa de Kaden que seas tan susceptible. No ha sucedido absolutamente nada hasta que has llegado tú y te has enfadado sin motivo.
Sawyer se puso tan colorada que temí que me soltara un bofetón en cualquier momento. Pero antes de que la situación se saliera de madre, Kaden la agarró por la cintura y se la llevó de la sala de estar, cerrando la puerta al salir. Durante unos segundos se podría haber oído un alfiler cayendo al suelo del silencio que reinaba en la sala. Era evidente que todos estábamos conteniendo el aliento.
Luego alguien volvió a subir el volumen de la música y la fiesta prosiguió como si no hubiera ocurrido nada de nada.
Monica me agarró de un brazo y apoyó la cabeza en mi hombro.
—Lo siento, Allie —dijo con un suspiro—. No quería que sucediera algo así.
Le acaricié la mano.
—Vamos, déjalo. Es que ya estoy harta de dramas. Además, esto también cuenta como experiencia universitaria.
Desde el pasillo nos llegaron fragmentos amortiguados de una conversación, y Monica se sobresaltó al oír que Kaden levantaba la voz.
—Se lo tomará fatal —aseguró compungida.
Spencer negó con la cabeza.
—No le des más vueltas. Ya sabes cómo es Sawyer. Creo que su ego todavía no se ha recuperado de lo que sucedió con Ethan...
Monica apartó sus brazos de mí para taparse los oídos enseguida y empezó a tararear en voz alta para no oírlo.
Spencer sonrió negando con la cabeza, pero enseguida procedió a explicármelo:
—Sawyer estuvo coqueteando alrededor de Ethan durante una fiesta de principio de semestre. Al verlo entrar con Monica poco después, se puso furiosa, porque era evidente que se había hecho ilusiones.
Asentí. Si Sawyer no se hubiera excedido tanto, tal vez habría sido capaz de sentir lástima por ella. Aun así, que le hubieran roto el corazón no justificaba ese comportamiento.
Me encogí de hombros cuando oí el portazo con el que se cerró la puerta de entrada del piso. Kaden regresó a la sala de estar con fuertes pisadas, y cuando nuestras miradas se cruzaron un escalofrío me recorrió el cuerpo entero.
Parecía furioso. Absoluta, terriblemente furioso. Tenía el rostro desencajado y el cuerpo tan tenso que parecía a punto de desgarrársele. Repasé mentalmente las malditas reglas que me había impuesto y me maldije los huesos por haberme entrometido.
—Estoy cansada —dije, y me despedí de ellos a toda prisa. Entré en mi habitación, cerré la puerta y, aliviada, apoyé la espalda en la madera y me dejé caer al suelo.
Genial. Mi primera fiesta en Woodshill y no se me ocurre hacer nada mejor que conseguir con mis balbuceos que el anfitrión tenga que echar del piso a su novia.
Era un fracaso total.