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Lo que saben las madres

DESDE el preciso instante en que nace un bebé comienza la lucha. La madre hace todo lo posible por estar cerca de su hijo y el mundo hace todo lo posible por separarlos.

Ello constituye un gran error, ya que las madres son las mejores profesoras para sus hijos.

Todo comienza con el bienintencionado personal del hospital, que se lleva a menudo al bebé al nido, lejos de la madre. Posteriormente, hay profesionales que aseguran que donde mejor está el bebé de dos años es en un centro infantil en vez de con su madre en casa. Pisándoles los talones entra en escena el sistema escolar, y es en él donde el niño pasará la mejor parte de su vida hasta los 18 años. Los educadores dicen ahora que el niño debe escolarizarse a la edad de cinco, cuatro o incluso tres años.

Son muchos los factores que actúan para separar a la madre de su niño, y la mayoría de la gente ha llegado a aceptar esta invasión del territorio materno como algo normal. Es como si siempre hubiera sido así.

Pero ni los nidos en los hospitales, ni los centros infantiles ni la educación obligatoria han sido la norma habitual para niños y madres. Son inventos modernos, una ruptura radical con la tradición ancestral, en la que los niños permanecían con sus madres hasta que estaban preparados, y deseosos de afrontar la vida por sí mismos.

Frente a estos patrones de la sociedad moderna, todas las madres saben que los seis primeros años de vida de un niño son los más importantes.

Y tienen toda la razón.

La mayoría de las madres saben que los primeros meses de vida son vitales para el bienestar posterior de sus hijos.

También tienen razón en eso.

Por desgracia, la gran mayoría de las madres no posee la información que necesita para utilizar estos primeros meses en beneficio de su peque-ño y hacer de estos seis años de su vida una experiencia lo más estimulante y gratificante que sea posible. Así debería ser.

Los automóviles nuevos vienen con un manual de instrucciones —los bebés no— y, sin embargo, todos sabemos que los bebés son muchísimo más importantes que los automóviles. Para despejar dudas hay manuales sobre alimentación y cambio de pañales. Hay libros sobre las fases generales de desarrollo que se observan como promedio en niños sanos.

Pero todos estos medios de ayudas se basan en dos premisas subyacentes. La primera es que las necesidades del bebé son primordialmente fisiológicas y emocionales. La segunda es que el desarrollo del bebé se desencadena a medida que van saltando una serie de sistemas de alarma preprogramados, que se activan llegado su momento, independientemente de lo que le ocurra o le deje de ocurrir al niño.

Tales suposiciones son falsas.

Quizá como consecuencia de ellas los bebés en la actualidad están siendo criados de forma accidental, en lugar de orientados hacia un objetivo determinado. Se trata de algo que en cierto modo produce vergüenza, porque el crecimiento y desarrollo del niño es algo demasiado importante como para dejarlo en manos de la casualidad.

Y también a causa de estas falsas presunciones se ha acabado por convencer equivocadamente a las madres de que deben dejar que a sus hijos los cuiden otras personas.

El potencial innato, natural, de cualquier bebé es enorme.

Si fuera verdad que lo que los bebés necesitan es simplemente ser alimentados, que les cambien los pañales y recibir unos cuantos mimos —y nada más—, la sociedad podría juntarlos tranquilamente como a los rebaños de ovejas con un solo cuidador para todos ellos. De hecho, este modelo fue el que los soviéticos establecieron y utilizaron.

Pero los bebés no son ovejitas.

Es cierto que hay necesidades fisiológicas y emocionales, pero más allá de ellas existen también necesidades neurológicas de gran alcance. Se trata de las que el cerebro tiene de estimulación y de oportunidad de desarrollo.

Cuando se satisfacen plenamente estas necesidades, las capacidades físicas e intelectuales del niño también mejoran.

Si, por otra parte, las necesidades neurológicas del bebé no se cubren de manera adecuada, y si las barreras que a priori pueden detener o ralentizar el crecimiento y desarrollo del cerebro no se detectan y eliminan, el niño no logrará desarrollar su gigantesco potencial humano natural.

Cada niño viene equipado con una madre, y hay una buena razón para ello. Cada madre, tanto si es nueva en el oficio como si es veterana, tiene una maravillosa capacidad para observar a su bebé y para actuar intuitivamente, basándose en sus observaciones.

En su peor día, una madre desarrollará mejor esta capacidad de lo que lo podrían hacer los demás en su mejor día.

Ello nos ayuda a comprender por qué a las madres siempre les ha parecido sospechosa la teoría del desarrollo conocida como la del sistema de alarma preprogramado. Han visto cómo sus niños desafían este calendario de desarrollo de capacidades, supuestamente inalterable.

Las madres también se muestran igualmente escépticas ante la idea de que la capacidad humana queda predeterminada por el mapa genético. Desde tiempos inmemoriales, las madres y los padres han ayudado a sus hijos a desarrollar capacidades que ni unos ni otros, ni tampoco sus abuelos, tuvieron jamás.

Las madres son las que más han sabido sobre bebés desde el principio de los tiempos.

Son las madres las que nos han traído de las cavernas prehistóricas a los tiempos actuales.

Sin embargo, la madre moderna se enfrenta a un gran problema: su propia posible extinción.

Tiene las mismas facultades de observación, la misma intuición, los mismos instintos y el mismo amor por su bebé que todas las madres a lo largo de la historia. Pero está amenazada por un mundo en el que ser madre ya no es algo seguro. En este mundo debe batallar por mantener a su bebé junto a ella desde el momento en el que nace. En este mundo, con frecuencia le dicen que su bebé está mejor en una guardería que entre sus brazos.

Es un mundo en el que ser madre ya no es algo útil ni que se considere elegante.

Las madres saben que algo va mal en una sociedad que ya no las respeta y que muestra poco o ningún interés por el desarrollo de sus miembros más jóvenes y vulnerables.

Cuando una madre primeriza gana su primera batalla y, finalmente, sostiene al bebé con sus propias manos una vez que todo el mundo ha salido de la habitación, hace lo que todas las madres han hecho siempre. Empieza a contar: diez dedos en la mano, diez en los pies, dos orejas, una boca.

Comienza a hacer inventario para evaluar a su propio bebé. Se asegura de que viene con todo lo que debe tener y que funciona como debe funcionar.

Como sabe contar no precisa ninguna ayuda con su primer inventario. Pero en cuanto lo completa, se siente única frente a su pequeño. Mira a los ojos de su bebé y, para su sorpresa y maravilla, ve una inteligencia para la que nadie lo ha preparado.

El padre lo ve también. Por un momento se quedan atónitos. Están abrumados por el potencial que detectan en el bebé y por la responsabilidad que han adquirido. De manera subconsciente, le hacen al pequeño mil promesas tácitas.

Con toda probabilidad, cumplirán la mayor parte de ellas. Desgraciadamente, la promesa más importante, la que tiene que ver con aprovechar el máximo potencial del bebé, es posible que no llegue a cumplirse, solo porque el padre y la madre no saben cómo hacerlo aflorar.

Les habrán hablado sobre qué hacer en beneficio de la salud y el crecimiento físico del bebé y algo sobre sus necesidades emocionales, pero el mundo tiene muy poca conciencia y bastante poco respeto por el verdadero potencial del bebé.

«Aliméntalo y quiérelo» es algo que algún buen médico les haya podido decir pero probablemente nadie les haya hablado de ayudar a que su bebé aprenda. Es posible que les hayan dicho que habrá tiempo más que suficiente para pensar en eso cuando el niño vaya al colegio. Alguien incluso les ha podido indicar que pueden perjudicar al niño si lo ayudan a aprender tan pronto, antes de que el bebé esté «preparado».

La verdad es que semejante retraso supone malgastar sus seis años más importantes. Lamentablemente, muchas madres y padres se han sentido intimidados por el mundo que los rodea. Nuestro objetivo es ayudar a los padres a proporcionar a sus hijos los máximos recursos para su desarrollo y crecimiento, en el más amplio sentido del término. Los padres necesitan saber qué es lo importante y qué no lo es.

Provistos de esta información, la madre y el padre podrán combinarla con el conocimiento que solo ellos tienen de su hijo y crear un ambiente que se encargue de satisfacer tanto sus necesidades básicas de supervivencia como las necesidades de su cerebro en desarrollo.

Este libro es la historia de cómo dar el banderazo de salida a un bebé para que adquiera su máximo potencial. Su objetivo es ayudar a que los padres comprendan el proceso de crecimiento y desarrollo del cerebro en el recién nacido, de manera que sean capaces de crear un ambiente que realce y enriquezca ese crecimiento y desarrollo.