Capítulo 1

 

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João Prestes:
muerte lenta y atroz
en Araçariguama en 1946

LA RESPUESTA para uno de los más desconcertantes y pavorosos casos de la historia mundial de la ufología empezó en un pequeño y apestoso hotel, el Minas Gerais, donde el historiador y ufólogo Claudio Tsuyoshi Suenaga y yo nos habíamos hospedado para investigar varios ataques de supuestos chupacabras que actuaban en aquella región. Estábamos en el pueblo de São Roque, a 47 kilómetros de la ciudad de São Paulo (Brasil), cuando mi compañero de habitación me alertó, en medio del silencio de la noche, sobre el hallazgo de una página de un periódico que había recogido en el interior de un mugriento cuarto de baño.

Entre el éxtasis y la emoción, atropellando las palabras, el joven nipobrasileño me leyó el contenido de dicho periódico del 12 de abril de 1997: «Falleció el 6 de abril, en su residencia, en esta ciudad, el estimado señor Roque Prestes […] con noventa y un años de edad […] era hermano de João Prestes (fallecido) […]» Para nuestro asombro, habíamos topado con la pista de los parientes de João Prestes Filho, el hombre que el 4 de marzo de 1946 murió de una forma totalmente atroz: tras ser atacado por una extraña luz, sus carnes empezaron a desgajarse a trozos de los huesos, especialmente de la mandíbula, pecho, manos, dedos, piernas y pies hasta consumir su vida en pocas horas. Algunos pedazos de carne quedaron colgando de los tendones ante el espanto de los testigos e impotencia de la víctima.

El hotel Minas Gerais fue testigo de nuestro insomnio e intranquilidad hasta el amanecer, cuando contactamos vía telefónica con el hijo del fallecido Roque Prestes. En cuestión de minutos, y a paso acelerado, llegábamos a la sencilla residencia del sexagenario Luis Prestes, en la periferia de São Roque. Luis aún estaba enlutado por el reciente fallecimiento de su padre, Roque, un ex soldado de la revolución constitucionalista de 1932.

—Hasta hace poco tiempo, antes de morir, mi padre recordaba el trágico fin de su hermano en aquel lejano año de 1946. Yo era pequeño, tenía unos nueve años, pero me acuerdo perfectamente lo que le pasó a mi tío João. Era semana de carnaval y João, que odiaba tales festividades, decidió irse de pesca montado en su carroza. Él vivia en Araçariguama, un pueblecito cercano a tan solo siete kilómetros de São Roque y, a la sazón, un lugar muy aislado y tranquilo. Mi tía se fue a las fiestas junto con los hijos y le dejó hecha la cena en su casa —nos reconstruía los hechos Luis Prestes ante nuestras miradas atentas.

»Yo estaba en Araçariguama cuando me dijeron que mi tío estaba moribundo en casa de un pariente. Quise entrar, pero no me dejaron, pues era muy niño y me podía impresionar por el estado físico de João. Mi padre sí que habló con él y le contó que al volver a casa abrió la ventana y algo como un fuego o «antorcha de fuego» entró en el cuarto donde se encontraba. Se cayó al suelo y sintió cómo el cuerpo le ardía. Se enrolló en una manta y vino caminando más de dos kilómetros hasta la villa. Mi padre decía que João solo estaba quemado de la cintura hacia arriba, a excepción de los cabellos. Yo llegué a ver a mi tío moribundo, cuando lo sacaban de la casa para llevárselo en un camión a Santana do Parnaíba, donde existía un hospital. Me acuerdo que estaba envuelto con unas sábanas ennegrecidas, quizá por lo quemado del cuerpo. João murió antes de ingresar en el hospital —nos seguía contando Luis Prestes mientras grabábamos su testimonio.

—Se ha publicado en varios libros, tanto en inglés como en japonés y hasta en ruso, que João Prestes murió de una manera atroz, cayéndosele trozos de su cuerpo, como las orejas o la carne de los brazos. ¿Esto es cierto? —indagué.

—No. Su apariencia, según mi padre que lo acompañó al hospital, era realmente penosa, pero no llegaba a eso. Presentaba quemaduras graves por el cuerpo. La piel, la carne, estaba oscura. No presentaba ninguna lesión corporal —reveló nuestro interlocutor, cambiando parcialmente la historia que se había impreso en los libros y centenares de artículos publicados sobre el caso.

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El ataque a João Prestes por la extraña luz, tal como fue mostrado en el boletín Stendek de junio de 1975.

»Mi padre, que era subcomisario de policía de Santana de Parnaíba, solicitó la colaboración de la policía científica para investigar el caso, pero no sé nada sobre los resultados. Lo cierto es que en la habitación donde João se encontraba cuando apareció el fuego nada se quemó. Tampoco tenía enemigos o alguien que le pudiera haber heho aquello. Aun moribundo, dijo repetidas veces que había sido la luz su agresora y que era «cosa de otro mundo» —añadió Prestes.

Un dato nos hizo retomar la realidad con asombro.

—En Araçariguama y en toda la región, en aquellos tiempos, se veían constantemente unas bolas de fuego que decían ser assombraçoes (espantos). Algunos creían que procedía de la mina de oro que hoy en día está cerrada. Y sucedían otras cosas raras. Mi fallecido padre nos contaba que hacia 1922 pudo ver, junto con mi abuelo y un tío mío, un lobisomem (hombre-lobo) por la noche. Mi tío le arrojó una piedra y le dio en la mano. Al día siguiente, un vecino apareció con la mano enfajada. Otras personas contaban casos semejantes… —seguía contando Luis Prestes. En nuestras mentes se configuraba la idea de que Araçariguama y la región de São Roque podría ser una fantástica «zona ventana» por donde emergían una sorprendente cantidad y variedad de fenómenos anómalos.

La teoría parecía cuadrar con los subsiguientes datos que nos daría nuestro informante.

—A Emiliano Prestes, también tío mío y hermano de João Prestes, le sucedió algo igualmente espeluznante. Algunos meses después de la trágica muerte de su hermano estaba caminando por un bosque de Araçariguama, en Agua Podre, el mismo lugar donde surgió en 1922 el lobisomen y la luz que quemó a João, cuando se le apareció una antorcha de fuego en el aire. Emiliano, espantado, se arrimó a una barranca cuando la cosa se le vino encima. Lo único que pudo hacer fue arrodillarse y rezar por su vida. Nos contó que sintió un intenso calor, pero, por suerte, la antorcha se apartó y desapareció —nos explicaba Luis, añadiendo más misterios a la lista de la región.

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Reconstrucción del calvario de João Prestes por el artista Jamil Vilanova, según la versión que existía antes de la investigación de Suenaga y Villarrubia, en la que pedazos de carne se desprendían de su cuerpo.

La «antorcha» o «bola de fuego» también fue vista en varias ocasiones por el padre de Luis durante su juventud, objeto que asustaba a los caballos y caballeros que transitaban por las oscuras noches de Araçariguama para llegar a sus humildes casas campesinas. «Las luces se veían más entre las tres y cuatro de la madrugada, y eran tres o cuatro veces más grandes que la Luna. Las personas sentían el calor de las luces aunque estuvieran lejos. Se distanciaban a velocidades tremendas. Mi padre dejó de ir a las fiestas por la noche a causa de estas luces», recordaba Luis Prestes.

* * *

Antes de terminar la entrevista, satisfechos por los nuevos datos que daban nuevas luces sobre el caso João Prestes, y cuando no pensábamos añadir nada más a las informaciones prestadas, Luis Prestes nos dio una valiosa pista: la existencia de, posiblemente, el último testigo vivo de las postreras horas de vida de João.

—Es un señor casi centenario, pero muy lúcido y fuerte. Vive cerca de mi barrio, en São Roque. Esta es su dirección.

Inmediatamente nos dirigimos hasta la casa de Vergílio Francisco Alves. Cuando llegamos, su hija nos comunicó que el padre estaba trabajando en el huerto enfrente de la casa, cortando con una hoz la maleza. Al cabo de un rato apareció Vergílio que, para nuestra sorpresa, nos mostró su carné de identidad donde daba fe de sus noventa y dos años de existencia con plena salud.

Sentado en el raído sofá de su sencilla casa, Vergílio nos contó que era primo segundo de João Prestes.

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Vergílio Francisco Alves fue testigo del sufrimiento atroz de Prestes hasta poco antes de su muerte.

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Artículo de Villarrubia, para la revista Enigmas, en el que aparece la presunta tumba en Araçariguama donde yacía Prestes. Al parecer, el cuerpo estuvo en Santana do Parnaíba hasta que fue exhumado y robado.

—Yo nací y me crié en Araçariguama. Allí empezé a trabajar en la mina de oro de Morro Velho a los quince o dieciséis años. Había un ingeniero inglés que no sabía escribir mi nombre y me llamaba «garoto de ouro» («niño de oro»). Pero os cuento lo que sé sobre la horrible muerte de João. Fue en 1946 y era Carnaval. Se fue a pescar cerca de allí, en el río Tietê, montado en su carroza, mientras que la esposa y los hijos se fueron a las festividades. Hacia tiempo seco, no llovía. Cuando regresó puso su caballo en el corral y le dio de comer maíz. Enseguida echó los peces en una cazuela y calentó en el horno a leña el agua para lavarse en una palangana. Cuando se cambió de ropa se le apareció, en un cuarto, una especie de rayo o luz amarilla que iluminó todo. João sintió que su cuerpo ardía y que la barba, aún corta, estaba quemada. Aterrado, y sin poder mover las manos, João levantó el pestiño de la puerta de salida de la casa con los dientes y se lanzó descalzo a la calle, pues nunca usaba calzado, corriendo más de dos kilómetros hasta llegar, a gritos, cerca de la iglesia de Araçariguama, a la casa de su hermana María. Allí se tiró sobre la cama y dijo que estaba quemado. Vino enseguida el comisario de policía, João Malaquías, quien le dijo que no era para culpar a nadie por lo que le había sucedido, pues lo que le había atacado no era «cosa de este mundo». Después empezó a tronar, tronar y cayó una fuerte lluvia…

Esta parte del relato de Vergílio me recordó el caso Varginha, ocurrido en 1997, en Minas Gerais, cuando después de la aparición y supuesta captura de una o más criaturas, supuestamente de origen extraterretre, sucedió un violento aguacero como jamás se había visto en Varginha. En muchos casos «Fortianos» (en homenaje a Charles Fort, investigador de hechos insólitos), suelen ocurrir cambios importantes atmosféricos.

—Entonces, ¿usted vio a João Prestes cuando agonizaba? —le indagó Claudio Suegana a Vergílio Alves.

—Sí. Mi primo, Emiliano Prestes, era mi vecino y me llamó. Cuando llegué a casa de María me encontré a João Malaquías, el comisario, hablando con João, este tumbado en la cama y se le empezaba a trabar la lengua. Su piel, que era blanca, estaba tostada, medio rojiza, como si se hubiera asado. Lo más quemado eran las manos y el rostro. Las manos las tenía retorcidas. Su pelo no se quemó y tampoco sus pies ni las ropas. Solo se quemó de la cintura para arriba. Los pies los tenía desollados por haber venido corriendo y pisado sobre piedras.

—¿En ningún momento usted vio que la carne de João se le cayera a pedazos? —le pregunté.

—No, no. Tenía la piel y la carne quemadas, pero no se le caían. Creo que fue cosa del boitatá, pues este ya le había atacado anteriormente a João… —nos revelaba Vergílio.

Claudio y yo nos mirábamos con estupefacción ante la novedosa información del lúcido nonagenario.

—Cuéntenos esta otra agresión… —le dijimos casi al unísono.

—Cuando João era tropero [conductor de ganado], aún muy joven vivía junto con el padre en Araçariguama. Un cierto día, al atardecer, cuando conducía los burros por un cerro, vio un fuego que cayó del cielo, una bola de fuego. Estaba cerca de una capilla, donde había una cruz, y sintió la bola pasando a su lado, y casi lo golpeó. João me contaba que allí, a veces, se veían diez o doce bolas que surgían en el cielo. Algunas eran rojizas, otras del color de la luna. A veces, cinco o seis caían al suelo y explotaban. La gente llamaba esas luces de boitatá… —seguía contándonos Vergílio.

Abro un paréntisis para explicar que la palabra «boitátá» es de origen indígena y designaba misteriosas luces que solían perseguir y hasta matar a los nativos, según las crónicas coloniales portuguesas y los relatos del padre canario José de Anchieta en el siglo XVI.

El propio Vergílio fue testigo de la aparición de una de tales luces, que surgió por detrás de la montaña donde estaban las minas de oro y cayó en otro cerro, donde también siempre aparecen luces raras: el cerro de Saboão.

—También llamábamos de «mãe do ouro» [«madre del oro»] a esas bolas de fuego. También había el «lagarto de oro», un fuego alargado que se movía en línea recta, despacio, sin hacer ruido.

La misteriosa mina de oro de Morro Velho está hoy por hoy abandonada. Allí, uno de los principales focos de apariciones de luces, vivió el general canadiense George Raston, que fundó la mina en 1926 y fue cerrada a finales de los años treinta.

Mientras comíamos algunos deliciosos plátanos cultivados por Vergílio en su finca, este nos contaba que en Araçariguama se habían visto hombres-lobo, confirmándonos las informaciones facilitadas por Luis Prestes.

—¿Quién se llevó a João al hospital? —le pregunté a Vergílio para retomar y concluir nuestra entrevista sobre el caso.

—Malaquías, el comisario, se lo quería llevar a un hospital de São Paulo, pero la carretera estaba muy mal y se fueron hasta Santana do Parnaíba. Luego se le pidió una explicación a la policía técnica y no pudieron dar una respuesta para el suceso, solo dijeron que no había nada quemado en la casa de João, pues algunos aseguraron que se había quemado con un candil.

* * *

Aún aturdidos por las nuevas informaciones que poseíamos sobre el caso Prestes, nos subimos al único autobús que hace línea entre São Roque y Araçariguama. Desde 1946, cuando era una villa sin luz, agua corriente ni alcantarillas, Araçariguama no había crecido demasiado y todavía abundaban las serpientes venenosas. Es uno de los pueblos más antiguos de la región y tiene unos siete mil habitantes. Fue fundado hace casi trescientos ciencuenta años, donde vivían los «bandeirantes», los conquistadores de las inmensidades territoriales de Brasil.

Según un informe publicado en los años sesenta por el ya fallecido ufólogo Walter Bühler, la policía precintó la casa de João y fue luego derrumbada, pues, aparentemente, sus familiares no tenían valor para volver al hogar, quizá por interpretarlo como una casa maldita.

En Araçariguama nos atendió Fabiana Matías de Oliveira, jefa de prensa del pequeño Ayuntamiento, y nos llevó hasta su tío, Hermes da Fonseca, de casi setenta años, conocedor profundo de la historia y de las gentes de la región. Como muchos brasileños de su edad, seguía trabajando para ganarse la vida haciendo algunas pequeñas reformas en una finca cercana al Ayuntamiento. Hermes se sentó en un tronco y nos empezó a contar su vida, su llegada a Araçariguama en 1945 y que una serpiente de cascabel le había mordido, dejándole una profunda huella en el tobillo, que nos mostró con orgullo.

—Yo conocí a João Prestes. Me acuerdo perfectamente de la fecha de su muerte, el 5 de marzo de 1946. El difunto dejó cinco o seis hijos y la viuda. Yo no llegué a ver su cuerpo, solo unas pocas personas, pero decían que tenía el cuerpo quemado. Más tarde la prensa publicó que su cuerpo se había derretido, se había caído a trozos —nos contó el septuagenario.

—Aquí siempre han ocurrido cosas raras. Un año después de la muerte de João, su hermano, Emiliano Prestes, vio, cerca del cementerio, dos bolas de fuego que subían, se golpeaban entre sí, volvían a subir y repetían la misma acción. De repente las luces empezaron a rodearlo y sintió un calor muy intenso. Se arrodilló y rezó hasta que las luces se fueron. Aún hoy en día, pero con menos intensidad, se ven esas luces aquí cerca, en Ibaté, entre Araçariguama y São Roque. Cuando se golpean sueltan chispas, pero no se deshacen. Giomar Gouveia, campeón de hípica y dueño de unos establos en Ibaté, vio una luz sobre sus animales que desprendía rayos de luz de color naranja. Eso ocurrió en 1995 —nos contaba Hermes da Fonseca.

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Vista panorámica de las sierras de Araçariguama.

Entusiasmado por nuestro interés, Hermes siguió, con impresionante memoria, recordando fechas y otros datos, situación digna de nombramiento como «cronista oficial» de Araçariguama.

—En 1960 un condutor de autobuses, Celso Gomide, venía de São Roque cuando vio una luz roja que le hizo parar el vehículo. La luz se aproximó a la cabina, y Gomide, asustado, se puso a rezar. Los pasajeros se quedaron perplejos ante la insólita luz que los rodeó durante más de veinte minutos.

Y siguió recordando Hermes:

—En 1955 yo trabajaba en la construcción de un teleférico de la fábrica de cemento Santa Rita, para transportar las piedras de una cantera aquí, en Araçariguama. Era el día 24 de agosto de ese año y hacía un calor insoportable, cuando yo y otros trabajadores vimos un objeto muy azul que flotaba en el cielo tan grande como una llanta de un camión, muy alto, de color aluminio, que daba vueltas y desprendía humo, dejando círculos de humo blanquito. Lo vimos a las once y cuarto, y a las doce llegaron cinco o seis aviones de la FAB [Fuerza Aérea Brasileña]. Eran más pequeños que la rueda voladora y, en unos pocos segundos, se largó dejando atrás los aviones militares. Al día siguiente, el periódico Folha de São Paulo publicó un artículo donde se comentaba que miles de personas habían visto en Osasco (cerca de Araçariguama) un platillo volador con las mismas características.

A menos de un kilómetro del pueblo está el cementerio. Allí encontramos al enterrador, Nelson Oliveira, de cincuenta y tres años, que nos llevó hasta la tumba donde yacían los restos mortales de João Prestes. Sobre la caja de cemento recubierta por tierra solamente sobraba una tosca cruz y un número de identificación. Por un momento, Claudio y yo sentimos un nudo en la garganta y nos vino a la mente lo que podrían ser las imágenes de los últimos momentos de sufrimiento de João Prestes. Recompuestos, preguntamos a Nelson —que desde 1976 trabajaba como enterrador— si había visto algo raro en la región.

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Nelson Oliveira, el enterrador de Araçariguama que vio un ovni en forma de sombrero sobre el cementerio en 1989.

—Hacia 1989 vi una cosa rara, redonda, volando sobre el cementerio. Era como un sombrero, pero al revés, hacia abajo. Era todo como de aluminio, y destellaba a ratos cuando se movía, en línea recta, despacio pero balanceándose. Iba en dirección a São Paulo —nos contaba el enterrador, mostrándonos su propio sombrero, invertido, para ilustrar el avistamiento.

Según una entrevista personal que hice al ufólogo Antonio Ribera en Barcelona, João Prestes pudo ser quemado por el sistema de propulsión de una nave extraterrestre. «No creo que los alienígenas quisieran herir o matar al campesino. Simplemente no sabían lo que podía pasar si se acercaban demasiado a los seres humanos», me contó Ribera.

Nos sobró tiempo para reflexionar sobre la terrible muerte de João Prestes Filho a bordo de un destartalado autobús que dejaba atrás Araçariguama.

—¿Qué piensas que era la luz que mató a Prestes? —pregunté a Claudio.

—Quizás un relámpago globular o esférico —contestó.

—Péro ¿cómo explicar las otras luces y las criaturas de la región? —insistí.

El historiador enmudeció, se encogió de hombros y lanzó una última mirada sobre la torre de la iglesia de aquel pueblo maldito.

* * *

El caso João Prestes solo pasó a ser conocido internacionalmente a partir de septiembre de 1971, cuando el ufólogo Irineu Silveira anunció la posible conexión entre la muerte del campesino y el fenómeno ovni durante el II Simposio Nacional sobre Vida Extraterrestre que se celebró en São Paulo.

Varios investigadores pusieron manos a la obra y revisaron el caso. Walter Bühler, uno de los más notorios ufólogos de Brasil, creía que las quemaduras de Prestes se debían a un accidente con un candil. Sin embargo, la mayoría divergía, señalando a Bühler de pertenecer a la línea «angelical» de la ufología, es decir, aquella que predica que los extraterrestres vienen a la Tierra para hacer el bien y no el mal.

Otros, como el decano ufólogo Fernando Grossmann, pudo entrevistar a un testigo directo del caso en 1974, el ex aprendiz de enfermero Aracy Gomide. A partir de las informaciones prestadas por Gomide, Grossmann y el médico Luiz Braga llegaron a la conclusión que las quemaduras de Prestes se asemejaban a «los efectos indirectos de una explosión nuclear. Tal como ocurrió con algunas víctimas de Hiroshima y Nagasaki, la radiación afectó a las células vivas pero no a las muertas, como los tejidos de las ropas y los cabellos». Pero ¿quién tendría en Araçariguama, en 1946, una fuente de emisión de partículas atómicas de potencia controlada y encauzada?

—No es un caso aislado —me comentaba Grossmann en una entrevista que me concedió en São Paulo—. Existen muchos paralelos entre su muerte y aquellas que sucedieron en el Estado de Pará, región amazónica de Brasil, a finales de los años setenta y principios de los ochenta.

El investigador destaca que en el día de la muerte de João Prestes, un funcionario del Ayuntamiento de Araçariguama, Alencar Martins Gonçalves, vio una «bola de fuego» en las cercanías del cementerio.

Las declaraciones de Gomide se hicieron eco internacionalmente y la mayoría de los relatos publicados en libros, revistas y boletines centraban el caso Prestes solamente en este testigo. Muchas de las informaciones prestadas por el ex aprendiz de enfermero no parecen coincidir con las de Luis y Roque Prestes y Vergílio Francisco Alves. Gomide contaba que João, al llegar de la pesquería, saltó por una ventana para entrar en su casa, pues su esposa había cerrado la puerta al salir. En ese momento hubiera visto la luz intensa que le quemó. Gomide, que había trabajado como enfermero en el ejército, fue solicitado para atender a João Prestes, con el que mantuvo una conversación durante su lenta agonía, que duró entre seis y nueve horas.

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Las dos hojas del certificado de defunción de João Prestes Filho.

El enfermero reveló que se desprendían tiras de carne de los brazos de la víctima, exponiendo de esa manera sus huesos y tendones sin que manifestara cualquier atisbo de dolor. Las partes más afectadas fueron el rostro y los brazos, pero sin presentar oscurecimiento, sino descomposición, explicación que no cuadra con las de Luis Prestes y Vergílio, que coinciden en el aspecto tostado o quemado de la piel de la víctima. Por otro lado, todos coinciden en que la camisa, el pantalón y los cabellos de João permanecían intactos.

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Claudio Suenaga, ufólogo e historiador, rescató el certificado de defunción de Prestes. Es autor de una tesis académica sobre ufología.

Claudio Suenaga logró recuperar el certificado de defunción de João Prestes en el Registro Civil y Notario de Santana de Parnaíba. Gomide decía que Prestes había muerto entre las tres y cuatro de la madrugada del día 6 de marzo, cuando realmente el suceso ocurrió —según el atestado— a las 22 horas del día 4 de marzo, y no el día 5, como hasta ahora se tenía en cuenta. El médico Luiz Caligiuri señaló en el documento la causa de la muerte como «colapso cardiaco, quemaduras generalizadas de primer y segundo grados». La edad de João, hasta entonces divulgada, era de 39 años, pero el documento señala 44 años de edad cuando falleció.

* * *

En un área circunscrita a São Roque, Santana do Parnaíba, Araçariguama y otros pueblos aledaños al noroeste de una de las ciudades más pobladas del planeta (São Paulo, con 18 millones de habitantes) ocurren desde hace muchos años una serie de fenómenos insólitos.

En Santana da Parnaíba, donde murió João Prestes, el boletín Supysáua (marzo de 1994), del Grupo Ufológico do Guarujá (encabezado por Edson Boaventura y Jamil Vilanova, uno de los mejores ilustradores de ovnis del mundo), informaba que tres niños habían avistado un ovni luminoso el 4 de enero de 1994. El objeto se acercó al patio de la residencia y estuvo flotando a menos de 15 metros de los testigos. Su color mayoritario era amarillo y poseía luces verdes y rojas centelleantes. Lo curioso es que dentro de la luz amarilla se podía observar una presunta estructura metálica de forma ovalada encimada por una especie de semicírculo a modo de cúpula. Lo que más sorprendió a los niños fueron los movimientos bruscos y en zigzag que describió el ovni al partir raudo y veloz.

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Boletín Supysáua de julio-septiembre de 1994; presenta los casos de avistamientos de ovnis sobre Santana do Parnaíba; este recoge el de la niña Regiane Barbosa, que fue atacada por un ovni en 1993.

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Boletín Supysáua (enero-febrero), del Grupo Ufológico do Guarujá, muestra un caso de ovni visto por varios chicos en Santana do Parnaíba en 1994.

En el mismo año y zona, en el mes de abril, un matrimonio observó en su finca (Lila, en el kilómetro 41 de la carretera Castelo Branco) un objeto esférico de tres metros de diámetro que flotaba entre algunos árboles y que no emitía ningún ruido. Su color era rojizo y el centro era más oscuro. A su alrededor estaban varias luces parpadeantes más pequeñas, alternando el color azul y rojo.

Antes, en 1993, en la misma finca, la niña Regiane Barbosa da Silva, de doce años, vio un objeto esférico de unos cinco metros de diámetro de color plateado. El ovni, de pronto, le disparó un haz de luz amarilla que cubrió su cuerpo e iluminó todo el terreno. Tras lo sucedido, Regiane presentó síntomas como dolor de cabeza y una irritación en los ojos. Tres meses después otro testigo vio el mismo objeto en el mismo sitio. Los celadores de la hacienda Lila afirmaron haber visto dos humanoides flotando sobre un riachuelo dentro de la finca.

Una anciana japonesa, que residió durante su juventud en Santana do Parnaíba, comentó a Suenaga que había visto a una criatura mixta de hombre-lobo y centauro en las inmediaciones del Sítio do Morro. A finales de 1996 y principios de 1997 en São Roque se vivió una de las más intensas oleadas de ataques de chupacabras de toda Suramérica.