¿POR QUÉ NO ME ACUERDO DE CUANDO ERA BEBÉ?
«Siento una angustia enorme. Los momentos más importantes de mi vida, es decir, los primeros, se han borrado por completo. Solo me queda lo que me dicen otras personas y estoy seguro de que mienten. Dicen que la primera palabra que salió de mi boca fue popó. Que me encantaba comerme los mocos. Que la primera vez que comí chocolate, vomité. Una serie de anécdotas escatológicas que son imposibles de acoplar con mi persona. Todo esto supuestamente sucedió antes de que yo cumpliera los tres años y, por lo tanto, argumentan entre risas que no me puedo acordar. Efectivamente, no me acuerdo de eso, pero tampoco de ninguna otra cosa que haya ocurrido en aquella época, así que el único contraargumento que me queda es el llanto; y cuando ocurre, dicen que de bebé también trataba de solucionar así las cosas. ¿Qué puedo hacer?».
Ante situaciones así, en las que otras personas evocan recuerdos de cuando nosotros mismos éramos pequeños, se pueden hacer dos cosas: creer o no creer, pero nunca tratar de convencer de lo contrario, pues es un hecho comprobado que la amnesia infantil existe y en todo mundo. La pregunta que puede ofrecer cierto consuelo es por qué ocurre esto.
Como muchas cosas sobre quiénes somos, esta tiene su origen, por un lado, en la biología humana y, por otro, en nuestros padres.
Los primeros recuerdos que tenemos se remontan generalmente a después de los tres años. De los tres a los siete años, los que prevalecen son borrosos y confusos. Sin embargo, después de esta edad la memoria parece aclararse y resulta paradójico puesto que, en realidad, durante los años de recuerdos nebulosos o ausentes, nuestro cerebro se encuentra en su máximo esplendor y expansión.
En la etapa de bebés e infantes fue cuando más cosas aprendimos dada la gran capacidad de nuestro cerebro pero, al parecer, esta gran capacidad va acompañada de poca memoria. O, en realidad , poca memoria de eventos e historias, pues si los bebés olvidaran todo lo aprendido durante esta etapa, no podrían mejorar sus capacidades y habilidades, lo cual es la base del aprendizaje.
Muchas personas piensan que esta característica infantil se relaciona con que los bebés aún no desarrollan lenguaje ni sentido de quiénes son. Todas esas personas están equivocadas, o al menos no tienen la respuesta completa. La hipótesis sería lógica si lo único que existiera fueran bebés humanos con amnesia, pero el fenómeno en cuestión ocurre también en otras especies, como ratas y monos, que no tienen lenguaje ni sentido del ser (hasta donde estamos enterados).
Lo que estas especies sí tienen son cerebros que, de cierta forma, se parecen a los nuestros: nacen bastante crudos. Es decir, les falta todavía un largo trecho para alcanzar su máximo desarrollo, en particular de una estructura llamada hipocampo que, entre otras cosas, se encarga de grabar los eventos autobiográficos.
Las memorias son como tejidos de circuitos neuronales en el cerebro. Por cada evento, hay un nuevo tejido. Cuando existe crecimiento neuronal acelerado, como en el caso de los bebés, los tejidos que se forman se vuelven inaccesibles. Es decir, muy probablemente las memorias están ahí, pero no se puede llegar a ellas.
Lo anterior se sabe gracias a experimentos con ratas, en los cuales se ha visto que el crecimiento neuronal acelerado en el hipocampo está correlacionado con poca memoria a largo plazo y viceversa. En otras palabras, si disminuye el crecimiento de neuronas, se mitiga el olvido.
Otras especies, como los cuyos, nacen con cerebros bastante desarrollados, así que después de su nacimiento tienen poca neurogénesis (producción de nuevas neuronas) y, por tanto, tampoco padecen de amnesia infantil. Pero si una intervención humana mediante inyecciones estimula su crecimiento neuronal, estos animalitos comienzan a olvidarse de algunos eventos recién ocurridos. Así que si tu primera palabra fue popó y no lo recuerdas, al menos puedes tener la certeza de que en ese momento tu crecimiento cerebral estaba en todo su esplendor.
Por ahora, esta es la explicación más consistente para la amnesia infantil, aunque se cree que se mezcla con otros factores de los cuales se puede culpar a mamá, papá y, en general, a todos los adultos que había a tu alrededor cuando eras chiquito.
Hay personas cuyos recuerdos más lejanos se remontan a cuando tenían dos años, mientras que en otras, sus memorias más antiguas son a los seis. Existe también una gran variedad en cuán detallados son dichos recuerdos.
La cultura, en particular la importancia que se le da a la perspectiva individual de infantes respecto de los eventos, parece ser la causa. La memoria no actúa como una simple cámara que graba los hechos; en realidad, solamente se nos quedan impresos los eventos que tuvieron algún significado profundo. En algunas culturas (o familias) se promueve preguntar a los pequeños sobre hechos que acaban de ocurrir: se les pide que platiquen cómo es que los vivieron, y se le da verdadera importancia a sus narraciones de lo acontecido. En esos contextos, los recuerdos de la infancia suelen ser más detallados y antiguos.
Por lo tanto, y a manera de consuelo, si no recuerdas esos penosos eventos llenos de vómito y lágrimas, posiblemente se deba a que se intentó no darles mucha relevancia, tal vez con el propósito de no provocarte un trauma o para que salieras pronto de la aflicción de lo ocurrido. Y si en el presente tu pasado infantil causa algunas burlas en las comidas familiares, tal vez, en realidad, no sea lo peor.