Estrategias subyacentes al maltrato a los niños y niñas

Pepa Horno Goicoechea

Psicóloga
Responsable del Departamento de Promoción y Protección de los Derechos de la Infancia en Save the Children

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LA HISTORIA DE MARÍA Y ANA

María tiene seis años, cursa primero de primaria y es la hija pequeña de Lucía y Miguel. Su hermana mayor, Ana, tiene doce años y acaba de empezar el instituto del barrio donde viven. Lucía trabaja de asesora fiscal en una empresa y Miguel es abogado. La familia vive en una urbanización de las afueras de Madrid desde hace varios años donde vive también Pablo, el hermano de Lucía, con su pareja, Natalia.

María es una niña locuaz, y muy parlanchina, que ya tiene un grupo de amigas en la urbanización con las que le encanta quedarse a jugar en la piscina de la urbanización. Va bien en los estudios, acaba de empezar el cole de primaria y su profe la describe como una niña divertida y extrovertida.

Hace un tiempo, sin embargo, que su profesora anda algo preocupada porque María está callada en clase, aparentemente no le pasa nada, sigue cumpliendo sus tareas perfectamente y su profesora no sabe muy bien cómo describir lo que ve en ella, pero es algo que le provoca desazón, tiene la certeza de que a María le pasa algo pero no logra averiguar el qué. Durante los recreos, María sigue jugando con sus amigas, pero ya no toma la iniciativa en los juegos, ni ayuda a los otros, sólo sigue a sus amigas o se sienta callada en uno de los bancos del patio. Su profesora ha intentado hablar con ella, pero María le ha dicho que está bien, y que sólo está un poco cansada.

De todos modos, su profesora ha decidido aprovechar la tutoría con los padres para preguntarles. Lucía y Miguel se muestran sorprendidos, aunque trabajan todo el día, Lucía sí se organiza para llegar a casa sobre las cinco, y poder hacer los deberes con sus hijas, y estar en el baño y la cena, hora en la que Miguel llega y se une a ellas. La familia cena juntos todas las noches y ellos no han notado nada especial. Todo lo contrario que su hija Ana con la que desde hace dos años tienen muchos problemas. Ana desde el último año de primaria empezó a tener problemas de conducta importantes: conductas desafiantes hacia ellos, fracaso escolar, estuvo a punto de no poder pasar al instituto, su grupo de amigos nuevo en el instituto es muy diferente a sus amigas del cole anterior, de las que parece haberse distanciado. Pasa mucho tiempo sola en su cuarto, con el ordenador, la play y exigió a sus padres tener móvil desde este año, lo que supuso también una discusión familiar tremenda. Así que Lucía y Miguel están muy sorprendidos de que sea la tutora de María y no la de Ana la que les haya convocado a una reunión.

Sin embargo, ahora que la profesora se lo plantea, sí empiezan a pensar sobre eso y a darse cuenta de que los últimos días María siempre está callada, de que cena y ve su peli todas las noches y se va a la cama sin protestar como solía pasar antes cuando quería quedarse viendo más películas cada noche. Ellos no le han dado importancia, pero ahora que la profesora insiste sobre ello, han conseguido tener la misma sensación de desasosiego que tiene la profesora. Los indicadores de cambio de conducta de María van surgiendo uno tras otro conforme van hablando: está más callada, no baja al jardín de la urbanización sola ya nunca ni quiere quedarse en la piscina con su tío Pablo o en su casa a dormir como hacen a veces, sólo se queda con Lucía, come mal hace un tiempo aunque no todas las noches, alguna vez ha tenido pesadillas pero ellos lo interpretaron como algo normal en su edad… nada demasiado grave, nada que les hiciera preocuparse pero la verdad es que el cambio sí es real.

Así que a partir de ese día, deciden vigilar de cerca la evolución de María, al principio no le dicen nada, sólo la observan, y como los indicadores ahora que están sobre aviso, los ven claramente, una tarde del siguiente fin de semana, deciden hablar con ella. Lucía le pregunta por qué ya no quiere bajar al jardín, por qué ya no le cuenta chistes del cole, o por qué no ha querido ir a su clase de baile este año en el cole, entre otras cosas. María permanece callada mucho rato, sin contestarles.

Lucía y Miguel deciden preguntarle a Ana por su hermana, si ha visto algo raro cuando están en el jardín, si cree que le pasa algo, pero Ana se cierra en banda y reacciona muy agresivamente sólo por plantearle la cuestión. Sus padres se asombran un poco porque no es una reacción muy normal en Ana, que siempre se suele volcar mucho en su hermana y en cuidarla, de hecho suelen estar juntas casi todo el tiempo, aunque últimamente Ana ya no quiere estar tanto con su hermana, pero los padres lo interpretaron por la distancia propia de hacerse mayor y del cambio al instituto.

Esa noche se sientan a cenar como todas las noches, pero en el telediario sale la noticia de las detenciones producidas en una de las últimas redes de pornografía infantil localizadas por la guardia civil. Lucía y Miguel lo comentan horrorizados porque en esta red se han incautado fotografías y películas grabadas de abusos a niños y niñas desde tres años de edad. Y ellos comentan con pavor cómo es posible abusar de niños tan pequeños. Y al comentarlo, Miguel se vuelve a sus hijas y les dice “Hijas, si algún día os pasa algo parecido, recordad que tenéis que contárnoslo, vale? Siempre, siempre”.

En ese momento, María cae al suelo y empieza a tener convulsiones incontrolables. Lucía y Miguel reaccionan con espanto, y la recogen, mientras llaman a la ambulancia, que llega rápidamente. Lucía va con María en la ambulancia al hospital y Miguel les sigue con Ana en el coche. Ana está paralizada, no habla, sólo llora y llora. Su padre le intenta tranquilizar diciendo “no te preocupes, seguro que no pasa nada, seguro que se pone bien”. Ya en el hospital, frenan las convulsiones con la medicación adecuada, sin embargo, la médico sale a hablar con Lucía y con Miguel. Ana escucha algo alejada. La médico les plantea que han encontrado algo extraño en la exploración de María y que han preferido llamar al ginecólogo de guardia y al forense. Lucía y Miguel no saben qué pensar. La médico no les da más información, queda en informarles de nuevo cuando llegue el forense y sale de la sala de espera.

Y es en ese momento cuando Ana dice “yo no quería, mamá, te juro que yo no quería” derrumbándose, abrazada a Lucía. Y así descubren Lucía y Miguel la realidad. Ana lleva un año siendo abusada por Pablo, su tío, que vive en su misma urbanización desde hace tres años ya. Pablo es arquitecto y trabaja desde casa, por lo que pasa mucho tiempo en la urbanización y a veces, como todos los vecinos le conocen y baja todos los días a darse un baño a la piscina solo o con sus sobrinas, se ofrece a quedarse a cargo de los niños en la piscina mientras sus madres suben un momento a acabar de preparar la comida. Muchos de los niños y niñas han estado en su casa, porque él ha hecho de canguro para los padres. Pablo lleva cuidando de Ana y María desde que empezó a vivir con su novia en la urbanización, se llevaba especialmente bien con Ana y con sus dos amigas, a las que empezó a invitar a su casa. Lucía estaba feliz de tener a su hermano cerca, y de poderle dejar a las niñas a su cargo cuando tenía que hacer gestiones por las tardes. Hasta que hace un año en las mañanas de julio que sus padres trabajaban pero Ana y María tenían vacaciones en el colegio y se pasaban a su casa, empezó a proponerles grabar películas juntos. Una proposición que al principio pareció en juego. Pero poco a poco, las películas que grababan en video acabaron siendo películas en las que Ana aparecía desnuda o abrazándose con él, hasta llegar a tener relaciones sexuales. Ana ha vivido este año sin decir nada a nadie. Pero lo peor para Ana es que cuando se negó a seguir yendo a su casa y le dijo a su tío que se lo iba a contar a su madre, Pablo le amenazó con colgar las películas en Internet, con que si les contaba a sus padres lo que hacían, lo negaría todo y sobre todo con hacerle lo mismo a María si lo contaba. Pero hace un par de meses, ante las continuas dificultades que Ana ponía para mantener relaciones sexuales, Pablo obligó a Ana a llevar a María con ella y la sometió a todo tipo de tocamientos delante de su hermana, grabándolos en video.

A partir de esa revelación, las cosas pasan muy rápido, el médico forense realiza el examen médico de María, encontrando pruebas de lesiones físicas producidas por un abuso sexual reciente, que no puede sin embargo hallar en el cuerpo de Ana, pero que son suficientes para poner la denuncia. Acude el GRUME, el grupo de menores de la policía nacional y con ellos se procede a la detención de Pablo, en cuyo despacho, escondidas en un armario, encuentran las pruebas gráficas de todas las grabaciones, que además luego localizan en Internet. Lucía y Miguel acaban de despertar a la pesadilla en la que sus hijas llevan viviendo tiempo ya.

1. INTRODUCCIÓN

Quisiera empezar este capítulo haciendo hincapié en una paradoja que surge al comparar la violencia contra los niños y niñas con las otras dos formas de violencia abordadas en este libro, la violencia contra las mujeres y la violencia entre iguales, una paradoja que a mi entender tiene su significado y relevancia a la hora de analizar las estrategias subyacentes a las tres formas de violencia.

El maltrato a los niños y niñas es la forma de violencia de entre las abordadas en este libro que institucionalmente ha recibido una mayor atención en recursos y programas hasta ahora, a través de la creación del sistema de protección estatal, luego transferido a las Comunidades Autónomas, y sin embargo, comparativamente, la que menor atención social ha recibido en los últimos años. Es, junto con la violencia a los ancianos, la forma de violencia más invisible y debemos analizar por qué, precisamente porque de parte de esos factores que explican esa invisibilidad se van a servir los agresores y agresoras para maltratar a los niños y niñas.

Sin embargo es importante señalar que en los últimos tiempos, en un proceso muy parecido a lo que ocurrió con la violencia contra las mujeres, a través de la atención que los medios de comunicación han empezado a dar a algunos casos especialmente dolorosos acaecidos en distintos lugares de nuestro país, la sociedad está empezando a hablar y a concienciarse de la magnitud de la problemática de la violencia contra los niños y niñas, pero no siempre desde la perspectiva más ajustada a la realidad de esta forma de violencia. A esto hay que unirle una preocupación social creciente por la falta de autoridad de los padres y madres sobre los niños y niñas y por el aparente crecimiento de las cifras de criminalidad infantil, que está llevando también a un cuestionamiento sobre la educación que estamos dando a los niños y niñas y la responsabilidad de los adultos sobre ésta.

Por todo ello es importante comenzar dando una serie de datos y aclaraciones sobre la violencia contra los niños y niñas que permitan comprender los siguientes aspectos abordados en el capítulo: los factores relacionados con la propia percepción de la víctima, y las estrategias empleadas por el agresor o agresora y dentro de éstas especialmente los aspectos del manejo del poder en la relación violenta establecida entre el adulto y el niño o niña.

2. MALTRATO CONTRA LOS NIÑOS Y NIÑAS: ALGUNOS APUNTES PARA COMPRENDER ESTA REALIDAD

Algunos datos sobre la dimensión del problema son los recogidos en el informe que el Estado español presentó al Comité de los Derechos del Niño sobre la aplicación en nuestro país de la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño. En este informe se recoge que en el 2006 murieron 98 niños menores de 18 años asesinados, 28 de ellos en el ámbito familiar, además de 73 que se suicidaron. Y sólo recogemos los datos de muertes de niños y niñas, sin contabilizar otro tipo de daños o secuelas. En ese mismo año, por ejemplo, hubo 6.438 menores víctimas de alguna forma de violencia en el ámbito familiar y 1.199 niños y niñas víctimas de delitos contra la libertad sexual, desde abuso sexual, hasta inducción a la prostitución entre otros. Son sólo algunos datos para dar idea de la magnitud del fenómeno del que estamos hablando. En ese mismo informe se recoge que en el año 2004 se asumieron 65.296 medidas de protección sobre menores víctimas de desprotección en todo el estado español.

Respecto a la concepción misma de la violencia, ésta supone la vulneración de los derechos de la persona y el daño en su desarrollo, su integridad o su dignidad, o el riesgo de sufrirlo, fruto del abuso del poder que se tiene sobre esa persona. Puede que los conceptos psicológicos como “daño” o “poder” reflejen una complejidad difícil de medir a veces, pero son los que están detrás de esta realidad, y si no se incluyen en el análisis, no se llega a comprender por qué alguien puede (y de hecho lo hace) ser violento con otra persona.

Analicemos entonces algunos de los aspectos clave para la comprensión de la violencia contra los niños y niñas. La violencia no es un fenómeno simple, ni único. Existen distintas formas de violencia que abarcan fenómenos y realidades muy distintos entre sí. Es un fenómeno que se produce en escalada, que se autoalimenta, que crea un continuo de formas de violencia que van desde las más leves agresiones hasta las más severas formas de maltrato.

Y dentro del concepto “maltrato” a su vez se establecen distintas tipologías o formas de violencia en función de diferentes variables, que es bueno conocer porque a veces se usan los términos erróneamente1. Al analizar los factores causales y consecuencias de la violencia, haremos algunas especificaciones, diferenciando la violencia contra los niños y niñas de la violencia de género o la violencia contra las personas mayores, pero a la hora de explicar las tipologías, lo haremos por el modo en que se produce el maltrato, no por su víctima u otros criterios posibles.

Las tipologías de maltrato son:

1. Maltrato físico es cualquier acción no accidental por parte de una persona hacia la víctima que provoque daño físico o enfermedad en la víctima o le coloque en grave riesgo de padecerlo.

2. Negligencia y abandono físico es toda situación en la que las necesidades básicas de la persona, por ejemplo, alimentación, vestido, higiene, protección y vigilancia en las situaciones potencialmente peligrosas, educación y/o cuidados de salud, no son atendidas temporal o permanentemente por ningún miembro del grupo que convive con la víctima.

3. Maltrato y abandono emocional es la hostilidad verbal crónica en forma de insulto, desprecio, crítica o amenaza de abandono, y constante bloqueo de las iniciativas de interacción (desde la evitación hasta el encierro o el confinamiento) por parte del agresor a la víctima, así como la falta de respuesta a las señales comunicativas de la víctima y expresiones emocionales.

El abandono emocional se define en el caso de los niños y niñas como la falta persistente de respuesta a las señales (llanto, sonrisa), expresiones emocionales y conductas procuradoras de proximidad e interacción iniciadas por el niño y la falta de iniciativa de interacción y contacto por parte de una figura adulta estable.

4. Abuso Sexual. En el caso del abuso sexual entre adultos, hablamos de cualquier contacto o interacción sexual realizado sin consentimiento por parte de la víctima. En el caso de los niños y niñas, en España se entiende que este consentimiento nunca puede existir si son menores de 13 años o que puede estar viciado entre los 13 y los 18. Se define como “… Contactos e interacciones entre un niño o niña y un adulto cuando el adulto (agresor) usa al niño o niña para estimularse sexualmente él mismo, al niño o niña o a otra persona”.

Dentro de esta tipología de abuso sexual, destacamos además las siguientes categorías:

Abuso sexual. Cualquier forma de interacción física con o sin acceso carnal, realizado sin violencia o intimidación y sin consentimiento. Puede incluir: penetración vaginal, oral y anal, penetración digital, caricias o proposiciones verbales explícitas. Puede haber abuso sexual con contacto físico, unos tocamientos, por ejemplo, y sin contacto físico, por ejemplo, obligar a un niño a ver una película pornográfica.

Agresión sexual. Cualquier forma de contacto físico con o sin acceso carnal con violencia o intimidación y sin consentimiento de la víctima. El ejemplo más claro de agresión sexual es la violación. Abuso y agresión sexual se diferencian únicamente por el uso de la violencia o intimidación.

Exhibicionismo. Se establece como categoría diferenciada por su gran incidencia, pero en realidad es un tipo de abuso sexual sin contacto físico.

Explotación sexual. Una categoría de abuso sexual2 en la que el abusador persigue un beneficio económico.

 

Dentro de explotación sexual, existen diferentes modalidades a tener en cuenta, puesto que presentan distintas características e incidencia:

• Trata con fines de explotación sexual: cuando se traslada a la víctima de un país a otro para ser sometida a alguna forma de explotación sexual. Existen otras formas de trata que no son para fines sexuales, hay trata de personas para la explotación laboral, tráfico de órganos, la adopción ilegal o el secuestro parental.

• Turismo con fines de explotación sexual: cuando es el agresor/cliente el que se traslada a otra zona de su mismo país o a otro país para abusar sexualmente de sus víctimas.

• Utilización de niños o niñas en prostitución: Cuando la víctima, sea niño o adulto, es forzada a establecer relaciones y/o conductas sexuales a cambio de dinero, alimentos u otros bienes básicos.

• Pornografía o imágenes de abuso sexual grabadas: Cuando la víctima, sea niño o adulto, es forzada a dejarse grabar desnuda, o manteniendo relaciones sexuales de algún tipo para luego comerciar con esas imágenes, bien sea en papel, en video o en internet..

 

La trata y el turismo sexual son en realidad modos de acceder a las víctimas para someterlas a prostitución o grabar las imágenes del abuso sexual y distribuirlas por varios medios. Tanto en la prostitución como en la pornografía se entiende que las víctimas menores de edad nunca pueden dar su consentimiento a la explotación, sólo puede acceder forzadamente, por lo que siempre existe un abuso sexual detrás de la prostitución y pornografía infantiles. En caso de ser un adulto, hay que probar esta falta de consentimiento para ser considerada una forma de explotación, por ejemplo, en un fenómeno como la pornografía, se entiende que un niño o niña nunca pueden dar su consentimiento a ser grabado para que sus imágenes sean difundidas y comercializadas y un adulto en algunos casos sí.

5. Otras formas de maltrato relevantes:

Existen otras formas de maltrato relevantes a los niños y niñas, como el maltrato perinatal3 o el síndrome de Munchausen por poderes4, pero además es importante contemplar otras formas de violencia que son institucionales.

El maltrato institucional sería cualquier legislación, programa, servicio, actuación o procedimiento, ya sea por acción o por omisión, procedente de los poderes públicos o privados y de sus actuaciones, que vulnere los derechos básicos de la víctima, con o sin contacto directo con ella. Se incluye la no adopción de medidas de protección o la falta de agilidad en la adopción de las mismas o la escasez de recursos suficientes para adoptar esas medidas, entre otros.

Y es que, vinculado al maltrato institucional, conviene recordar que también existe una violencia no interpersonal, sino colectiva (social, económica, o política según la OMS5). No son acciones directas de una persona contra otra sino circunstancias del entorno que resultan dañinas para el desarrollo de la persona, por ejemplo los conflictos armados, circunstancias económicas y sociales en las que no se garantizan sus derechos necesarios para un desarrollo óptimo. Además, en muchas ocasiones las personas son víctimas en ese contexto de diferentes formas de maltrato.

Conocer los términos es importante no sólo para poder entender de qué se habla, sino para contemplar la variedad de formas que puede tomar una vivencia de violencia. Todas ellas son violencia porque dañan el desarrollo evolutivo de quien lo sufre, y porque se basan en un abuso de poder por parte de quien los realiza. Dentro del fenómeno de violencia, el maltrato es la forma más destructiva y violenta de relación.

La negligencia, o la violencia psíquica son dos de las formas de violencia menos conocidas y menos penalizadas, y sin embargo, según las estadísticas, las más abundantes. El modo, lo visible, lo aparente, una vez más, impide ver lo importante. En estas tipologías de maltrato no existe una violencia visible o palpable y eso las hace menos conocidas y peor valoradas.

La violencia es mucho más que la violencia física. Si evaluamos la violencia desde las lesiones físicas detectables, estaremos perdiendo la verdadera magnitud de la violencia contra la infancia. Vivir en un entorno de violencia, aunque no se sea agredido directamente, es también ser víctima de violencia. Es el caso de los hijos e hijas de las mujeres víctimas de violencia de género, que son tan víctimas de esta violencia como sus madres.

La violencia contra los niños y niñas es una realidad sobre la que merece la pena destacar algunos datos relevantes y desmontar algunas falsas creencias:

• Las cifras de esta problemática demuestran que es una forma de violencia mucho más habitual de lo que todos queremos creer, y que se da en todos los niveles sociales, culturales y económicos.

• En algunas formas de violencia, como las imágenes de abuso en Internet, las cifras están incrementándose, pero en general, aún no sabemos si hoy existen más casos que antes de violencia contra los niños y niñas o es que los estamos detectando mejor. Aquellos lugares donde se ponen en marcha programas de prevención y detección de maltrato infantil, y programas de formación de profesionales, son los mismos en donde se disparan las cifras posteriormente. Eso como poco debe hacernos cuestionarnos lo que en los estudios se llama la “pirámide del maltrato” que sigue el siguiente esquema6:

g1.tif

 

• Aproximadamente el 80% de los casos de maltrato son cometidos por personas del entorno cercano o familiar del niño o niña, que son conocidos y queridos para los niños y niñas, no por un desconocido, ni una persona extraña o desequilibrada, o loca ante la que el niño o niña pueda estar sobre aviso, sino alguien en quien confía y a quien obedece.

• Por eso tampoco es real pensar que si ocurriera un caso a nuestro alrededor nos daríamos cuenta. La realidad es que si no hemos recibido formación al respecto, esta posibilidad, la de la violencia contra los niños y niñas resulta casi siempre inconcebible para nosotros.

• Las formas de maltrato más habituales son la negligencia y el maltrato emocional, seguidas por el maltrato físico y el abuso sexual. Es importante recordar entonces que en la mayoría de los casos de maltrato nunca se emplea la violencia física y muchos de ellos por tanto tampoco van a presentar lesiones físicas detectables en la víctima.

• Analizando todas las formas de maltrato conjuntamente, el maltratador más frecuente en el ámbito familiar suele ser la madre, seguida por el padre y la pareja de la madre. Dependiendo de la categoría de maltrato, este perfil cambia, puesto que en el abuso sexual, por ejemplo, los agresores son mayoritariamente hombres mientras que en la negligencia y el maltrato emocional, son mayoritariamente mujeres.

• Es importante recordar nuestra responsabilidad en cuanto a la detección y comunicación de los casos de violencia contra los niños y niñas como víctimas indefensas que son y sobre esto volveremos en la última parte del capítulo.

 

A la hora de comprender el origen de la violencia contra la infancia es importante partir de la base de que es un fenómeno multicausal en el que existen factores de riesgo, es decir, elementos que favorecen que esta violencia se dé y factores de protección, elementos que la hacen más improbable. Al analizar estos factores, tanto los de protección como los de riesgo, vamos a ver como muchos de ellos están unidos a los factores relacionales dentro de la familia o de la familia con el entorno, o con la capacidad de la propia persona para poder comunicarse, entre otros. Este análisis nos da luz sobre la importancia de la dimensión relacional en la comprensión de la violencia. Dentro del modelo ecológico explicativo de la violencia contra los niños y niñas existen:

• Factores de la propia persona.

• Factores del entorno cercano del niño (familia, padres e hijos, grupo de iguales…).

• Factores relacionados con el ámbito sociolaboral o el vecindario.

• Factores del ámbito social y cultural.

 

No es este capítulo el lugar para hacer un análisis exhaustivo de todos los factores de riesgo y protección, pero sí para destacar los factores de riesgo más relevantes por lo útiles que puedan ser a la hora de la detección de los casos. Algunos de los factores de riesgo más importantes que conviene destacar son:

Factores de la propia persona, en este caso el niño o niña:

• Algunas características temperamentales como la introversión,

• Aislamiento social,

• Ausencia de vínculos afectivos positivos en su entorno,

• Problemas de conducta o,

• Discapacidad física, sensorial o psíquica.

 

Factores del entorno cercano:

• historia de maltrato o abandono de los padres,

• carencia de vínculos afectivos en la infancia de los padres o dificultad en la vinculación de los padres con el niño o niña,

• bajo nivel educativo de la familia,

• baja tolerancia al estrés de los padres,

• pocas habilidades sociales de los padres,

• historia de ruptura familiar,

• presencia de trastornos psiquiátricos o drogodependencias en los padres,

• justificación y uso de la disciplina coercitiva o,

• conflicto o violencia en la relación de pareja.

 

Factores del ámbito sociolaboral:

• Desempleo de uno o ambos padres

• aislamiento social del núcleo familiar,

• legitimación social de la violencia,

• vulneración de los derechos en el entorno social directo.

 

Partiendo de una comprensión adecuada de la problemática, ¿Qué efectos tiene la violencia sobre los niños y niñas? Demos dos ideas claras al respecto:

• Los efectos de la violencia contra los niños y niñas pueden afectar todas las áreas de su desarrollo: físico, afectivo, cognitivo y social.

• Los efectos de la violencia en los niños y niñas varían en función del tipo de violencia que han vivido, de quién la ejerció, de la duración, frecuencia e intensidad de la misma, de la motivación que el niño o niña dé a la violencia, y sobre todo de la reacción del entorno a la revelación del abuso, tanto en la búsqueda de ayuda para ese niño o niña como en la propia actitud de apoyo y de creer su revelación de los hechos.

 

Algunas de las consecuencias más probables de la violencia en los niños y niñas serán:

• Las tres emociones básicas que se ponen en juego en la violencia y que hemos de manejar con cualquier víctima de violencia: vergüenza, culpa y rabia,

• vivencia de impotencia y falta de control sobre la situación,

• indefensión aprendida, cuando el niño o niña internaliza la vivencia de sentirse incapaz de resolver las vivencias que se ve obligado a afrontar,

• entrampamiento, cuando el pensamiento del niño se bloquea volviendo una y otra vez sobre el episodio violento,

• algunos cuadros de patología como: síndrome de estrés postraumático, depresión, problemas de ansiedad,

• problemas en las relaciones personales: comunicación, expresión de afectos (rabia y vergüenza), manejo de conflictos, problemas de manejo de agresividad,

• trastornos de conducta o

• trastornos del sueño y la alimentación.

 

Para analizar el maltrato desde la relación agresor/a y víctima, es importante analizar algunos elementos que tienen que ver con el perfil del agresor o agresora, por un lado, y con la percepción de la víctima de la misma violencia por otro. Ambos aspectos nos proporcionan elementos para comprender las dificultades en la detección de esta forma de violencia, y las dificultades del niño o niña para la revelación del maltrato.

3. LAS ESTRATEGIAS DEL AGRESOR O AGRESORA Y EL MANEJO DEL PODER EN LAS RELACIONES INTERPERSONALES

En la comprensión de la violencia que el concepto de “poder” es clave. Junto con el de “daño” el abuso de poder es el elemento definitorio, como se explicó ya en la introducción de este libro, para identificar la violencia. Por ello es conveniente desarrollar con atención el concepto de poder.

El poder es, en principio, un concepto neutro. Se define como tener la potencia de hacer algo, tener la facilidad, el tiempo o lugar de hacer algo, o ser posible que suceda algo. Poder es la capacidad para influir en la vida del otro. Desde ahí, en todas las relaciones hay un componente de poder, en el momento que la persona crea una relación con otra, adquiere la capacidad para influir en la vida de la otra persona y para dejarse influir por ella. Esa capacidad, que se emplea siempre, porque se influye, se comparte siempre, se puede emplear positivamente o negativamente. Cuando se hace negativamente, buscando el daño en el otro o anteponiendo el beneficio propio al riesgo de ese daño, entonces se es violento.

Para lograr esa posición de poder, el agresor o agresora va a:

• Crear oportunidades de acceso a las víctimas. Este aspecto pone encima de la mesa un aspecto delicado pero esencial. Los adultos que maltratan a los niños y niñas son mayoritariamente adultos de su entorno cercano, no sólo familiar, pero sí adultos que los niños o niñas conocen, respetan y a ser posible quieren. De este modo, cuando existe un caso de maltrato, debemos primero buscar entre los adultos que rodean al niño o niña, incluidos los responsables de su protección, tanto en la familia como profesionalmente en las instituciones.

• Elegir la víctima lo más débil posible. Es fundamental entender que todo niño o niña, por el simple hecho de serlo, está en riesgo de sufrir maltrato. Luego, además, existen poblaciones de riesgo mayor, como los niños y niñas con alguna discapacidad física, psíquica o sensorial, los niños y niñas que viven más aislados o retraídos, los niños y niñas que vienen de familias con historias de maltrato previas que no han sido trabajadas o elaboradas (cuando lo han sido, en cambio, es un factor de protección para ellos porque los adultos a cuyo cargo están son conocedores de primera mano de la realidad del maltrato y capaces de proporcionales de forma consciente estrategias de autodefensa ante éste). La debilidad del niño o niña que tiene de partida, el agresor o agresora a través de la relación violenta irá acrecentándola de forma gradual logrando una sensación de impotencia en l niño o la niña, de imposibilidad de salir de la situación. De este modo, el o la víctima mantendrá silencio sobre la violencia que está sufriendo: la manipulación, el engaño, la amenaza, el aislamiento del niño serán estrategias que acrecentarán la vulnerabilidad de la víctima ante el maltrato.

• Generar una relación de poder con el niño o niña, sobre esto nos extenderemos al analizar el manejo de poder en las relaciones interpersonales, para ver cómo lo hacen.

• Buscar una “coartada” y lograr el silencio del niño o niña. No en todos los casos existe una premeditación y una planificación a la hora de llevar a cabo el maltrato, pero en algunos formas de maltrato, especialmente en el abuso sexual, sí hay una consciencia del delito, que genera toda una serie de estrategias para ocultarlo y obligar al niño o niña al silencio sobre lo ocurrido. Para ello el agresor o agresora intentarán ser justamente la persona de quien los otros adultos no sospechan, una persona integrada socialmente, inteligente, con recursos y relaciones sociales.

 

Es importante entonces saber cómo se adquiere ese poder sobre otra persona, y ser consciente de él, para poder decidir tanto el uso que se le da como a quién se otorga ese poder. Es parte del proceso de madurez y autonomía.

Existen varias formas de adquirir poder sobre otra persona:

3.1. LA AUTORIDAD COMO UNA FORMA DE PODER

Las personas que están en una posición de autoridad (moral, legal, organizativa…) adquieren un poder sobre las personas que están a su cargo. La policía o el gobierno lo adquieren sobre la población, el jefe sobre sus trabadores, los profesores sobre sus alumnos o los padres y madres sobre sus hijos, entre otros.

No se debe confundir el poder que se tiene con la autoridad que se gana: la autoridad es esencial para garantizar el desarrollo óptimo de las personas y el orden social pero hay que diferenciarla de la violencia y promover la firmeza en las estrategias de autoridad no violentas. La autoridad es tan necesaria como educativa, el educador ha de saber ganarla y el educado reconocerla. El poder, en cambio, viene dado y se ha de aprender a manejarlo. En situaciones de crisis, estrés o nervios todos podemos abusar de ese poder que sentimos o tenemos, para obtener un beneficio personal o para salir rápidamente de una situación que nos supera, cruzando el límite de hacer daño al otro, de la violencia, y hacerlo incluso bajo el argumento del bienestar ajeno.

En este sentido, es fundamental entender la diferencia entre disciplina y violencia. Porque una de las funciones clave del entorno familiar, junto con la generación de vínculos afectivos y la socialización, es la función normativa. Para lograr la educación y protección de los hijos e hijas, hace falta tener autoridad sobre ellos. Pero para lograr esa autoridad e imponer la disciplina que conlleva no es necesario usar la violencia.

3.2. EL AMOR COMO UNA FORMA DE PODER

El amor, como forma de poder, es un elemento clave para la comprensión de la violencia interpersonal. Cuando una persona tiene establecido un vínculo afectivo con otra, adquiere la capacidad de influir en su vida (poder), y esa capacidad/oportunidad la puede usar en positivo para favorecer el crecimiento y el bienestar de la persona a la que quiere, o puede usarla para hacerle daño.

Crear un vínculo afectivo conlleva siempre un riesgo. Cuando se crea intimidad entre dos personas que comparten sus debilidades, sus secretos y sus miedos, además, ambas personas pasan a ser un referente vital para el otro y lo que hace, dice o piensa tiene importancia para él o ella y condiciona su desarrollo y bienestar.

En la mayoría de los casos esta influencia es enriquecedora y hace que la apuesta de asumir el riesgo de amar merezca la pena. El amor que se siente por otras personas (familia, pareja, hijos, amigos…) enriquece la vida de la persona, la lleva al aprendizaje, y a la autonomía.

Sin embargo, esa misma capacidad puede ser empleada para hacer daño. En ese momento el conocimiento que ambas personas tienen del otro, que ha sido proporcionado en momentos de intimidad puede ser utilizado para hacer daño y la presencia de esa otra persona conlleva sufrimiento.

Al analizar las relaciones afectivas que subyacen al maltrato, es importante reflexionar sobre por qué las víctimas de maltrato prefieren una relación maltratante a no tener la relación. Hay dos factores importantes que están incidiendo:

• El ciclo de la violencia, con sus tres fases: aumento de tensión, incidente de agresión y amabilidad y arrepentimiento, que dificultan la conciencia de la víctima sobre la violencia y activan sus mecanismos de disonancia cognitiva para justificar las agresiones recibidas. Las agresiones no suelen ser graves al principio de la violencia, el agresor o agresora esperan hasta estar seguros de su posición de poder y de la dificultad o la imposibilidad de la víctima para reaccionar. Sobre este tema, volveremos ampliamente en el capítulo sobre violencia de género.

• La base afectiva del desarrollo. Las víctimas prefieren tener una “mala relación” de la que se sienten parte, desde la que adquieren parte de su identidad personal y social, a no tenerla, porque entonces sienten que no son “nada” porque no existen para nadie. La dinámica de violencia en la relación les ha convencido de la exclusividad de la relación, anulando otras, les ha hecho creer que no podrán ser queridos de nuevo con la misma intensidad y profundidad, que no son merecedores de otra cosa. Si no se les da una alternativa de relación vincular y una posibilidad de reconstrucción de su identidad personal, no se puede esperar que rompan la relación vincular violenta.

La sociedad necesita creer que los entornos afectivos (familia, pareja, amistad) son entornos positivos y protectores. La realidad de la violencia prueba que en muchos casos lo son, pero también son los ámbitos donde más sistemáticamente se vive la violencia.

3.3. LA FUERZA Y LA DIFERENCIA COMO FORMAS DE PODER

Las otras dos formas de poder sobre otra persona son la fuerza y la diferencia, son la versión física o social de una posición de desigualdad que posibilita el abuso de poder sobre otra persona.

• Fuerza: La forma de poder más básica es la fuerza física. En principio, toda persona que sea mas fuerte físicamente que otra o que pone a otra persona en una situación de debilidad física (por ejemplo, utilizando un arma) obtiene una situación de poder sobre ella.

• Diferencia: Hay diferencias (social, económica, de género, raza…) que, fruto de situaciones establecidas socialmente, generan una situación de inferioridad en unas personas o colectivos y de superioridad y poder en otros. Por ejemplo, aquellos que se sitúan en una situación de superioridad social por el género, de raza, o porque tienen más dinero, o más formación o información. También aquellos que posicionan a las personas con unas determinadas características como, por ejemplo, las personas con alguna discapacidad, en una situación de inferioridad, en vez de analizarla como la diferencia enriquecedora que es y de la que la sociedad ha de saber aprender.

4. LA PERCEPCIÓN DE LA VÍCTIMA: CÓMO TRABAJAR SOBRE LA VIOLENCIA CON LOS NIÑOS Y NIÑAS

Hay un aspecto esencial que los padres y madres y los educadores que trabajamos con niños y niñas en cualquier ámbito debemos plantearnos cara a la protección de los niños y niñas del maltrato y es si les estamos proporcionando dentro del proceso educativo elementos para identificar la violencia como tal, para percibirla como tal, o por el contrario les estamos educando de manera que la violencia forma parte de su día a día, de modo que no puedan percibirla como tal y actuar en consecuencia.

Uno de los problemas que nos encontramos de cara a la prevención del maltrato infantil es la legitimización del castigo físico y psicológico como parte de la educación y de otras formas de violencia presentes en nuestra sociedad. El no reconocerlas como violencia sino justificarlo como algo positivo y educativo para los niños y niñas tiene, independientemente de las consecuencias que pueda tener para el desarrollo del niño o niña que las vive, un daño educativo sobre el que debemos pararnos un momento: el de vincular para el niño o niña la autoridad y el amor a la violencia.

Las formas violentas de castigo trasmiten los siguientes mensajes:

• Unen el amor y la violencia. Son justo las personas que quieren al niño o niña, las que le protegen y acompañan, las que son violentas con él o con ella. El mensaje es claro: el amor legitima la violencia. Se justifica en el amor el hecho de la agresión, y desde ahí se vincula en el psiquismo humano que aquellos que nos aman tienen derecho a agredirnos. Frases como “te pego porque te quiero” o “quien bien te quiere te hará llorar” lo reflejan claramente.

• Unen la autoridad y la violencia. Son las figuras de autoridad las que están legitimadas socialmente para ser violentas. Los padres y madres, el gobierno, o el jefe son figuras que por estar en una posición de autoridad pueden (cuando no se considera que deben) agredir para enseñar, encauzar y proteger. El mensaje perverso que se trasmite es que se agrede por el bien del otro. Frases como “te pego por tu bien” o “te pego para hacerte un hombre de provecho” son un buen ejemplo de lo que hablamos.

• Legitiman la violencia como un modo de resolver conflictos. En las situaciones de conflicto que se generan a diario, emplear el castigo físico y psicológico implica legitimar estrategias violentas de resolución de conflictos. Se educa en lo que se hace mucho más que en lo que se dice. Si ante un conflicto se recurre a la violencia, se enseña violencia, no paz, tolerancia, igualdad o respeto, sólo violencia. Frases como “es que a veces se lo gana”, “hay veces que me saca de mis casillas”, “se lo merece, para que sepa lo que es bueno” sirven de imagen para esta relación.

 

Estos mensajes educativos derivados de las formas violentas de castigo que casi nunca hacemos conscientes, calan en la mente de los niños y niñas y de este modo, nos encontramos con que viven cosas que creen que son normales, que son esperables o parte de la crianza en todas las familias, en vez de percibirlas como las agresiones que son y ese aprendizaje además lo generalizan a otro tipo de relaciones afectivas, como las primeras relaciones de pareja entre adolescentes.

El deber de educar y proteger a un niño o niña obliga más aún a no justificar ningún tipo de violencia con ellos y aplicar valores como la tolerancia y la paz, pero también la firmeza y la ternura.

Es fundamental diseñar las intervenciones asumiendo la posibilidad de la violencia en las relaciones afectivas y no educar a los niños y niñas haciéndoles pensar que cuando alguien les quiere están a salvo, sólo cuando alguien les “quiere bien” están protegidos y amparados. La realidad de la violencia exige una educación desde los matices y las penumbras, no una educación en blancos y negros, de buenos y malos, sino una educación abierta, que contemple las realidades que gustan más y las que gustan menos, pero que los niños y niñas van a afrontar en su desarrollo. Si no se les habla de la parte negativa no sólo se les daña, porque les hace más difícil identificar las situaciones de riesgo, sino que se les está dando una visión de la vida equivocada y limitando el desarrollo de sus capacidades de adaptación a la vida real.

En este sentido, si queremos desarrollar una prevención real de la violencia contra los niños y niñas, hay algunos conceptos que deben incorporarse a la educación afectiva de éstos de una manera explícita:

A) El maltrato desde su realidad, no desde los buenos deseos:

Una de las dificultades más evidentes del trabajo sobre maltrato infantil es su complejidad, la imposibilidad de ser resumido en una visión dicotómica y simplista de la realidad.

Si se hace, si se simplifica el problema, y se corren dos riesgos:

• La negación del problema. Esta negación se da, por ejemplo, cuando se educa sin hablar a los niños y niñas del maltrato infantil, haciendo como si no existiera o al menos no aquí, o no en mi centro, no en mi familia. O cuando se educa en que los maltratadotes son extraños, locos o enfermos, cuando los datos reiteradamente prueban que el 80% de las agresiones las cometen adultos cercanos y queridos para el niño o niña, es decir, que el maltrato con mucha probabilidad no les va a llegar de gente desconocida sino de gente que primero va a ganarse su confianza y su afecto. Negar la existencia del maltrato implica poner a los niños y niñas en mayor riesgo de sufrirlo.

• Pero el otro riesgo es dar una visión alarmista de la violencia contra la infancia. Si se da esta visión, se puede crear en el niño o niña una visión temerosa del mundo, y de los adultos, y además se corre el riesgo de no ser creídos, de que los niños y niñas lo tomen como “cosas de adultos” y se desentiendan del tema.

 

Es necesario hablar explícitamente a los niños y niñas sobre la realidad del maltrato y partiendo de dos presupuestos fundamentales:

• Todo niño o niña está en riesgo de sufrir maltrato infantil. Es algo que les puede pasar, y ante lo que los educadores han de conseguir que se sientan con recursos para identificarlo, protegerse y actuar. Es importante desarrollar estrategias específicas para trabajar con los grupos identificados como grupos de riesgo, pero partiendo de una conciencia clara de que todo niño o niña puede sufrir maltrato.

• Contemplar al niño o niña como un ser activo, partícipe de su sociedad y capaz de conductas de autoprotección, rompiendo el discurso proteccionista, derrotista y victimista que muchas veces, en un malentendido concepto de prevención, se les trasmite a los niños y niñas y que les deja una sensación de indefensión que aumenta el riesgo del maltrato.

 

¿Qué contenidos transmitirles entonces?

 

• Desmontar las falsas creencias sobre el maltrato infantil: creencias como que sólo ocurre en niveles socio económicos bajos, que a mí no me puede pasar, en mi casa o mi familia nunca pasaría algo así, que los agresores son sólo hombres y fácilmente detectables, porque son personas extrañas, con trastornos mentales o problemas de drogas etc.

• Darles concisa y claramente unas pautas de autoprotección que se han demostrado eficaces:

– Pautas de acceso seguro a Internet: el ordenador siempre en zonas comunes de la casa y sin webcam, no dar sus contraseñas ni datos que los identifique, no chatear con desconocidos, no dejarse grabar o quedar nunca a solas con desconocidos a los que han conocido por Internet etc.

– Pautas de protección en la vida diaria: pautas de higiene y cuidado personal, pautas de autoprotección en la sexualidad, consumo de drogas y alcohol, conducción etc.

• Darles unas pautas para la revelación de lo que les sucede si ya les está pasando y sienten que necesitan ayuda. Es importante en este punto trabajar explícitamente el hecho de que no pueden creer que si cuentan el maltrato siempre les van a creer, porque lo que cuentan es tan duro que a veces hasta a los mismos adultos a los que se lo cuenten, sobre todo en el caso de maltrato intrafamiliar, les va a afectar lo que revelen y puede que no sean capaces de aceptarlo y ayudarles, por lo que en algunos casos los niños y niñas pueden necesitar ayuda de un tercero en esa revelación.

• Desarrollar estrategias específicas para trabajar la educación afectivo-sexual con los grupos especialmente vulnerables al maltrato infantil, por ejemplo, los niños y niñas con alguna discapacidad física, sensorial o psíquica.

• Darles información sobre recursos de ayuda concretos a los que pueden acudir, con una referencia explícita a la que acudir en caso de necesitarlo y las líneas de ayuda telefónicas anónimas para niños y niñas.

• Potenciar la relación con la comunidad y la red de apoyo psicosocial a los niños y niñas, trabajando con los recursos sociales disponibles en la comunidad.

 

B) La diferencia entre interacción, vínculo y dependencia.

La interacción con las personas con las que convivimos debe basarse en el respeto a los derechos humanos que toda persona merece, pero no garantiza la creación del vínculo afectivo. Los niños y niñas van a convivir con muchas personas, pero sólo con algunas de ellas van a construir relaciones únicas, significativas que van a configurar su desarrollo, en las que van a invertir tiempo, compromiso y afecto. Es la diferencia entre las personas con las que interactúan y las personas a las que se vinculan. El niño o niña no necesita vincularse a todas las personas que aparecen en sus vidas, pero sí necesita que las personas que deben constituirse en referente de su desarrollo lo hagan.

Así mismo, un vínculo positivo y la dependencia no son complementarios sino opuestos. El vínculo positivo nos da la seguridad necesaria para crecer, explorar el mundo, relacionarnos con los demás, una especie de confianza básica que nos permite la separación y el crecimiento, precisamente aquello que impide la excesiva dependencia de los adultos. Si permanecemos dependientes de nuestros padres, no crecemos como personas. Los vínculos afectivos positivos hacen a los niños y niñas autónomos, la dependencia (en el fondo, un vínculo afectivo inseguro) impide su desarrollo.

Desde esta perspectiva, la sobreprotección a los niños y niñas que genera una dependencia de éstos de sus figuras vinculares es también una forma de violencia, porque daña su desarrollo, les impide la autonomía. Hacer entender a los niños y niñas que a veces uno puede ser violento impidiendo la autonomía a la persona amada es un aprendizaje clave de la educación afectivo-sexual, sobre todo pensando en las parejas jóvenes.

C) Existen relaciones afectivas destructivas.

Es necesario hacer que los niños y niñas comprendan que existen vínculos afectivos destructivos, personas a las que quieren y que sin embargo les hacen daño, cuya presencia en su vida es destructiva. Pero esto implica romper la idealización del afecto como algo que les mantiene a salvo del dolor. Las personas que les quieren pueden herirlos en un determinado momento y es importante que contemplen esas heridas como tales para que puedan ponerles límite y decidir libremente su autoprotección sin sentirse culpables por estar traicionando sus afectos.

Cuando los adultos se posicionan desde “si te hace esto, es que no te quiere” los niños y niñas, sobre todo cuando son adolescentes, se alejan, porque no sienten que sus afectos sean reconocidos como tales ni valorados en su justa medida. La dualidad entre si me quiere o no me quiere no puede ser la clave, sino el aprendizaje de que con el amor no basta. Quererse es uno de los elementos de la relación, pero debe incluir además el respeto y el compromiso como aspectos innegociables para construir un vínculo afectivo con otra persona. Ésta es una pauta de autoprotección personal previa que dificulta la construcción de vínculos afectivos destructivos. Una educación afectivo-sexual adecuada debe perseguir que los niños y niñas interioricen que no pueden otorgar su afecto a quien no les respeta, ni permitir la falta de respeto de aquellos a quienes aman.

D) Asumir la responsabilidad sobre sus propias relaciones.

Uno de los errores más importantes de enfoque en la educación afectivo-sexual y en la prevención del maltrato es hablar a los niños y niñas sólo como posibles víctimas, sin tener en cuenta que también pueden ser posibles agresores. Un aprendizaje clave de la educación afectivo-sexual no puede ser sólo aprender a ser respetado, sino que los niños y niñas aprendan a respetar al otro, asumiendo la responsabilidad de sus acciones hacia las personas que les aman.

Y no es sólo enseñar pautas de control de la agresividad, o de resolución no violenta de los conflictos, sino enseñar que cuando se decide construir un vínculo afectivo con otra persona se adquiere un compromiso con su bienestar y protección. Que el afecto implica compromiso por el cuidado del otro y que debe asumir la responsabilidad sobre sus actos, contribuyendo al cambio y a la mejora en caso necesario, también en el cuidado de las relaciones personales.

5. ALGUNAS PAUTAS PARA ACTUAR ANTE UN CASO DE VIOLENCIA CONTRA LOS NIÑOS Y NIÑAS

Un análisis de la realidad de la violencia contra la infancia es importante finalizarlo con algunas pautas que como adultos podemos poner en práctica ante ella.

Hay tres niveles de intervención: la prevención, la detección y actuación ante una revelación y el tratamiento. Sólo daremos algunas claves sobre las dos primeras, puesto que la tercera corresponde desarrollarlo tan sólo a los profesionales formados específicamente para ello.

5.1. PREVENCIÓN

En el apartado anterior, hemos analizado ya algunos de los mensajes que deben incluirse en cualquier programa de prevención con los niños y niñas, pero es importante recordar que todo programa de prevención de la violencia contra la infancia ha de ser diseñado teniendo en cuenta tres requisitos:

• Debe ir enmarcado en un enfoque de promoción del buen trato a la infancia (reconocimiento del niño como persona con derechos, trabajo de la empatía, el respeto al desarrollo del niño, vinculación afectiva positiva y resolución no violenta de conflictos) y de educación afectivo-sexual.

• Debe hacer referencia a unos contenidos mínimos, con independencia de la población a la que vaya dirigido.

• Debe ir dirigido a la posible víctima pero también al potencial agresor.

5.2. DETECCIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LOS NIÑOS Y NIÑAS

Los casos de violencia contra los niños y niñas los vamos a detectar por la revelación directa del niño o niña, por la observación de su conducta o por información de terceras personas. De ese modo, el conocimiento de los indicadores de sospecha es esencial para poder detectar adecuadamente los casos de violencia contra los niños y niñas. Estos indicadores son tanto físicos como conductuales, pero es importante recordar varias cosas:

• No existe un cuadro de síntomas específico y diferencial de la violencia contra los niños y niñas sino una serie de indicadores de sospecha que ante su aparición deben hacernos sospechar del maltrato como una de sus posibles causas.

• En la mayoría de los casos de violencia contra la infancia no existen lesiones físicas que puedan detectarse, por lo que los indicadores conductuales adquieren una importancia vital.

• Es importante entender que los niños y niñas víctimas de violencia pueden tener afectadas todas las áreas de su desarrollo por lo que los indicadores serán tanto cognitivos, como sociales, emocionales y conductuales.

 

Al mismo tiempo, analicemos algunas dificultades añadidas que existen a la hora de detectar un caso de violencia contra los niños y niñas:

• Las características de las y los agresores, a menudo desconocidas y que los hace difíciles de detectar: muchas veces son personas integradas socialmente, con alto nivel intelectual y con oportunidad de acceso a los niños.

• La necesidad social de contemplar a las familias como un entorno seguro y protector dificulta la detección del maltrato intrafamiliar, que recordemos supone la mayoría de los casos de violencia junto con la ejercida por adultos del entono cercano al niño o niña.

• Respecto al papel de los profesionales en la detección hay algunos factores a tener en cuenta:

– Su falta de información y formación, dado que muy pocos de los curriculums universitarios oficiales de las profesiones relacionadas con infancia incluyen en su contenido el maltrato contra los niños y niñas.

– El miedo frecuente al procedimiento judicial derivado de la denuncia y sus implicaciones, además de la falta de anonimato en esos casos y del sufrimiento que ese procedimiento supone para el niño o niña.

– La dificultad del trabajo en red interdisciplinar e interinstitucional.

5.3. ¿CÓMO ACTUAR SI ALGÚN NIÑO O NIÑA NOS REVELA UN CASO DE VIOLENCIA?

En la actuación ante la revelación que nos haga un niño o niña de estar sufriendo violencia hay dos objetivos básicos:

• La desculpabilización del niño o niña, que nos lo diga o no, se sentirá culpable de lo sucedido, como si hubiera podido impedirlo, como si fuera responsable o se lo hubiera merecido. De nuevo la vergüenza, la culpa y la rabia son emociones que juegan un papel fundamental que debemos intentar abordar.

• Hacerle entender que le creemos, y que pase lo que pase vamos a estar a su lado, que no va a volver a estar solo o sola. No se trata de prometerle que no va a sufrir más, porque el proceso judicial que se deriva de este tipo de casos es muy doloroso y el afrontamiento ante el entorno de la violencia no será fácil, pero sí que sienta que contando lo que sucedía ha roto el muro de silencio que le condenaba a la soledad.

 

A partir de ahí lo fundamental es mantener la calma, garantizar la protección del niño o niña con las medidas oportunas y pedir ayuda comunicándolo a las autoridades correspondientes y durante todo ese tiempo, manifestar afecto al niño y reforzarle la valentía que supone el que haya sido capaz de contarlo.

Por todo ello y para concluir, recordemos que una de las cuestiones más difíciles del trabajo sobre violencia es comprender adecuadamente su funcionamiento, para incorporar los elementos de análisis adecuados a la planificación de nuestra intervención. La prevención, detección y erradicación de la violencia contra los niños y niñas es una responsabilidad de todos nosotros que implica muy a menudo un compromiso no sólo profesional sino personal y un dejar atrás un enfoque de “esto les pasa a otros” de nuestra forma de ver el mundo.

 

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1 . SAVE THE CHILDREN “Abuso sexual infantil: manual de prevención del abuso sexual infantil” Coordinado por Pepa Horno Goicoechea, Ana Santos Náñez y Carmen del Molino Alonso (2001).

2 . Lo central de la explotación sexual es que hay una persona, sea niño o adulto, sometida a abuso, forzada a tener relaciones sexuales sin su consentimiento o con el consentimiento forzado o mediante engaño, no se habla de los casos en que estas relaciones se establezcan libre y voluntariamente aunque haya un intercambio económico a cambio.

3 . Definido como aquellas circunstancias de la vida de la madre, siempre que haya voluntariedad y/o negligencia, que perjudican el embarazo y al feto.

4 . Es un cuadro patológico en el que el padre o la madre (mayoritariamente son las madres) generan voluntariamente lesiones al niño, para hacerle pasar constantemente por enfermo. Puede llegar hasta el extremo de producirle la muerte.

5 . OMS (2002) “Informe mundial sobre violencia y salud”.

6 .Alonso Varea, J.M. y Horno, P. “Advocacy, formación y generación de redes: Una experiencia de buena práctica en la prevención del abuso sexual” Save the Children 2001.