Cagazo número uno: sigue a tu corazón

El cagazo original fue seguir mis sueños, y mi gran sueño al salir del colegio era convertirme en cineasta, uno capaz de revolucionar el cine chileno que, por esos días, era siempre criticado por mostrar puras tetas y a Pinochet. Corría el año 2008 y yo juraba que a mis 18 años —y habiendo visto La naranja mecánica dos veces— ya estaba listo para hacer una película muy superior a cualquiera que se hubiera hecho en el país hasta ese entonces. Una subversión de todo, controversial y polémica, con un nombre provocador tipo Tetachet, una sátira de ciencia ficción porno en la que unos resucitados Augusto Pinochet y Salvador Allende debían echar a pelear los meones sobre un ring de cuatro perillas para conseguir, de una vez por todas, la reconciliación de Chile. La idea era ser súper políticamente incorrecta, cosa de que tanto fachos como zurdos me odiaran y, de paso, se propagara el caos entre la población. Típicas aspiraciones de joven promedio picado a artista irreverente.

Mis viejos me advirtieron que estudiar una carrera artística era sinónimo de atender un carrito de bajones en el futuro, y años después me reí en sus caras, cuando les demostré lo contrario, consiguiendo pega como cobrador en un call center. No le achunté a la hueá nomás. Pero, a pesar de que no me arrepiento de mi decisión vocacional, igual tengo que admitir que hubiese preferido estudiar algo más lucrativo o algo que por lo menos me permitiera sostenerme por mí mismo y no me obligara a ser la nana de mis papás para mantenerme bajo su techo. Culpo de mi elección a mi entusiasmo juvenil y al orientador del colegio, el viejo Peña, al que le gustaba decir que todos éramos especiales y debíamos hacer lo que nuestros corazones nos dictaran. Un día vio uno de los cortos que hice para el taller audiovisual y lo encontró tan bacán que no paró de lavarme el cerebro con sus consejitos, hasta que me convenció de que debía dedicar mi vida al cine, como un realizador capaz de retratar, bajo un enfoque artístico y puro, la realidad que nos tocaba vivir. Me la comí doblada. A la palabrería, me refiero.

Igual la ironía está en que, por seguir su propio corazón, el viejo Peña se metió con una cabra de mi curso, una repitente que hacía cuarto medio por segunda vez y que, un buen día, le contó que estaba embarazada. Para más cagarla, sus papás se enteraron y lo esperaron con los pacos afuera del colegio para meterlo en cana por cochino. Cagado de susto, el viejo Peña se tiró del tercer piso y se reventó en medio del patio, en pleno recreo del almuerzo.

Fue brígido, y me acuerdo que con mis compañeros hueveamos caleta con eso. Si hasta la frase de nuestro polerón de cuarto medio decía: «Sigue tus sueños, sigue tu corazón. Sé como el Peña y tírate por el balcón». Una mierda de frase, pero más mierda es lo que le pasó al Peña, más todavía cuando se supo que todo fue una broma muy desatinada maquinada por la misma mina, que no tenía idea de que al Peña lo habían echado de un colegio del sur por agarrarse a una alumna y andaba todo perseguido. Cagazo de la cabra, pero le pasó por «seguir su corazón», supongo.

Sorry, me fui por las ramas. Volviendo a mi historia, totalmente convencido de mi vocación, fui a dar la PSU con más fe que materia en la sesera. Me iba bien en Lenguaje, pero para todo lo demás valía callampa. Tanto así, que en la prueba de Matemática omití todo y rompí mi propio récord, sacando 400 miserables puntos. Fue el medio logro para mí, pero obviamente mermó todas mis opciones de optar a una institución tradicional y prestigiosa, dejándome relegado a las universidades privadas, donde el puntaje no importa, la reputación es siempre cuestionable y los aranceles son harto más caros. Me dio lata, pero filo, debía seguir a mi corazón y lograr mi sueño a como diera lugar. También me gustaba creer que el sacrificio del viejo Peña no había sido en vano y debía hacer justicia a su discurso motivacional, por lo que no iba a echar pie atrás, incluso si estaba forzado a estudiar en una institución penca. El dilema final lo tuve entre una universidad que era repolítica y social, aunque medio pobre, y otra que era muy zorrona y superficial, pero que tenía buena infraestructura. Mis aspiraciones artísticas, ideales juveniles y mi corazón me llevaron a inclinarme por la primera opción.

Fui a la universidad ubicada en los barrios antiguos de Santiago Centro y me entrevisté con el director de la carrera. Me tiró todo el discurso de presentación y me dejó bien convencido, pese a las carencias de las instalaciones. De verdad que estaban para la cagá los pobres, pero en el ambiente se respiraba un aroma mezcla de justicia social, esfuerzo y vocación que me dejó cautivado. «Menos es más», me dijo el compadre con una sonrisa humilde pero optimista.

Pude proyectarme en cinco años creando obras rupturistas que remecerían a la sociedad, produciendo con presupuestos humildes y autogestionados, alejados de cualquier interés comercialucho, anteponiendo sobre todas las cosas la honestidad y autenticidad en el discurso social, trabajando codo a codo junto a un equipo de personas comprometidas y conscientes, dispuestas a poner todo el ñeque y cariño en la labor artística, dando a luz películas capaces de cambiar el mundo. Sí, ese era mi lugar, me lo decía mi corazón y yo estaba entregadísimo a su mandato. Los ideales del viejo Peña prevalecían y había que hacerles justicia.

Estaba listo para realizar los papeleos de rigor cuando me dieron ganas de echar la corta. Me excusé y partí al baño. Me puse frente al inodoro, me bajé el cierre y saqué la tula. Estaba leyendo los mensajes escritos en la pared — puras frases clichés de universitario picado a revolucionario y uno que otro «pico pal’ que lee»—, cuando me llamó la atención que mi chorrito no emitiera sonido al caer sobre el agua de la taza. Miré hacia abajo y caché que un guarén se estaba duchando en mi meado. Una hora después, ya era alumno oficial de la universidad cuica.

Mucho me habrá hecho palpitar el corazón la institución consciente, pero fue más fuerte el temblor en mis cachetes cuando se visualizaron siendo asaltados por un ratón de alcantarilla en plena evacuación. Quería ser un agente relevante en los cambios culturales del país, pero no estaba dispuesto a sacrificar tanto. Lo importante es que ya estaba matriculado en la universidad y así se comenzaba a trazar mi camino para transformarme en cineasta. Me dio lata, eso sí, defraudar el espíritu idealista del Peña, pero me acordé de cuando se tiró por la terraza del colegio, me cagué de la risa y se me pasó.