CAPÍTULO 2

—Te diré algo, R2 —anunció Anakin con tono sombrío mientras desacoplaba su caza interceptor clase Actis Eta-2 del anillo de anclaje del hiperdrive—. Si algo le sucedió a Padmé, alguien en Batuu va a estar muy poco preparado para lo que habrá de sucederle.

R2-D2 silbó en señal de acuerdo. Mientras maniobraba el Actis para alejarlo del anillo y descendía al planeta, Anakin pensó que esa era una de las grandes cosas de R2-D2: la voluntad del pequeño droide de hacer lo que fuera necesario para seguir a su amo por los caminos más difíciles y peligrosos.

Aquí, el primer problema sería encontrar siquiera el camino adecuado. Eso no era algo de lo que usualmente tuviera que preocuparse. En el espacio, las flotas separatistas eran grandes y obvias, y en la superficie siempre había suficiente humo y fuego de bláster para marcar los sitios clave con gran claridad. En raras ocasiones, cuando las fuerzas de la República llegaban allí primero, solía haber alguien en el terreno listo para guiarlos a donde estaban por empezar las hostilidades.

Nada de esto era probable en Batuu. Además, el planeta estaba muy subdesarrollado; sus escáneres solo localizaron unos cuantos puestos de avanzada y pequeñas comunidades dedicadas al comercio. El mensaje que Duja había enviado a Padmé especificaba uno de los asentamientos más grandes, el puesto de avanzada Aguja Negra, como su punto de reunión. Si las mujeres no estaban allí, Anakin iría al siguiente puesto hasta encontrarlas.

R2-D2 ya había insertado las coordenadas. Luego de echar un vistazo final a la pantalla de navegación, Anakin dirigió el Actis hacia el horizonte y añadió potencia al impulsor. Hasta que, abruptamente, R2-D2 lanzó una advertencia.

—¿Qué pasa? —preguntó Anakin y frunció el ceño mientras revisaba la pantalla de visualización trasera.

Entonces sintió un hormigueo en la nuca. Allí atrás había una nave del tamaño de un carguero mediano, pero de configuración desconocida. Estaba entrando en órbita justo a un lado del anillo de su hiperdrive.

No había duda sobre cómo debía reaccionar. El anillo era la única manera de salir del sistema. Si el intruso lo robaba (o, peor, lo destruía), Anakin quedaría anclado ahí hasta que pudiera enviar un mensaje a Coruscant. Así que giró con fuerza la palanca de control para que el caza realizara una curva pronunciada y se dirigió de regreso al anillo, no sin antes realizar un rápido giro de 360 grados para asegurarse de que no hubiera otras sorpresas en el área.

Al parecer, él y el intruso estaban solos. Se enderezó, se aseguró de que R2-D2 tuviera los cañones láser cargados y listos, y accionó el intercomunicador.

—Nave desconocida, habla el General Anakin Skywalker de la República Galáctica —gritó—. Identifíquese e indique su objetivo.

Nada. Tal vez no se comunicaban en ninguna de las frecuencias estándar de la República o, lo más probable llegados a este punto, no hablaban el idioma básico galáctico.

Anakin frunció los labios mientras repasaba la lista de idiomas comerciales. Dominaba el huttés y el de los jawas, pero Batuu estaba muy lejos de la influencia de los hutts. ¿Meese caulf? Estaba un poco lejos para eso, pero era lo mejor que tenía.

—Nave no identificada, habla el General Anakin Skywalker, de la República Galáctica. —Se esforzó para enredar la boca en las palabras del meese caulf, con la esperanza de que la estructura gramatical fuera correcta—. Está invadiendo equipo de la República e interfiriendo con una misión de esta. Le ordeno que se retire y se identifique.

—Lo saludo. —Surgió una voz tranquila en el mismo idioma—. ¿Dijo que su nombre era General Skywalker?

—Así fue —confirmó Anakin, con el ceño fruncido—. ¿Por qué? ¿Ha oído de mí?

—No, en absoluto —comentó el otro—. Simplemente me sorprendió. Permítame asegurarle que no pretendo causarles daño a usted ni a su equipo. Tan solo deseaba echar un vistazo a este interesante dispositivo.

—Me da gusto oírlo —afirmó Anakin—. Ya ha echado su vistazo. Retírese como ordené.

Hubo una pausa. Luego, sin prisa, la nave se apartó del anillo.

—¿Puedo preguntar qué trae a un enviado de la República a esta parte del espacio? —interrogó el intruso.

—¿Puedo preguntar qué interés tiene en eso? —añadió Anakin a su vez. No fue muy cortés, pero no se sentía particularmente inclinado a serlo. Cada minuto que estuviera atrapado aquí, asegurando que este merodeador se comportara correctamente, era un minuto que no podría dedicar a buscar a Padmé—. Puede seguir su camino cuando lo desee.

—¿Mi camino?

—Seguir su travesía —sugirió Anakin—. Ir al lugar al que iba antes de detenerse a mirar el anillo de mi hiperdrive.

Otro silencio. La nave alienígena, para molestia de Anakin, había detenido su deriva a un costado y ahora se mantenía a unos cien metros del anillo del hiperdrive. Todavía demasiado cerca para sentirse tranquilo.

—Sí, podría seguir mi camino —convino el intruso—. Pero sería más útil para mí ayudarlo en su búsqueda.

R2-D2 lanzó un silbido desconcertado.

—Ya le mencioné que estoy en una misión de la República —insistió Anakin—. No es una búsqueda.

—Sí, recuerdo sus palabras —le aseguró el intruso—. Pero me parece difícil de creer que una República en guerra haya enviado a un solo hombre en un caza solitario a una misión. Me parece más probable que viaje en una búsqueda personal.

—Estoy en una misión —reafirmó Anakin. Esto empezaba a volverse realmente irritante—. Ordenada directamente por el propio Canciller Supremo Palpatine. —No era que Palpatine supiera siquiera que Anakin estaba aquí, por supuesto, y mucho menos que respaldara la misión, pero si el extraño había oído de las Guerras de los Clones seguramente había escuchado de Palpatine, y dejar caer el nombre del canciller podría apoyar sus argumentos—. No tengo tiempo para esto.

—Estoy de acuerdo —replicó el otro—. Tal vez sería mejor que simplemente le muestre la ubicación de la nave que busca.

Las manos de Anakin apretaron la palanca.

—Explíquese —ordenó con calma.

—Sé dónde aterrizó la nave nubia —informó el intruso—. Sé que la piloto está perdida.

Anakin apretó los dientes.

—¿De modo que interceptó una transmisión privada?

—Tengo mis propias fuentes de información —explicó el intruso, con una voz todavía tranquila—. Como usted, busco información, sobre ese y otros asuntos. Además, como usted, estoy solo, sin los recursos para investigar con éxito. Tal vez en alianza con un general de la República podamos encontrar las respuestas que ambos buscamos.

—Interesante oferta —comentó Anakin. Ahora, por fin, estaba lo suficientemente cerca. Respiró a fondo y se extendió en la Fuerza.

El intruso no era un ser humano, aunque por supuesto eso ya lo había adivinado. Sin embargo, era humanoide, como muchas otras especies en la República. La textura de su mente no se parecía a nada que Anakin hubiera tocado antes. Era limpia y bien ordenada, los patrones de pensamiento fluían con suavidad y precisión de maneras parecidas a las de los científicos y matemáticos. Pero el contenido de esa corriente, y las emociones acalladas que la acompañaban, eran completamente opacas. Como una matriz limpia y precisa de números poco familiares.

Tampoco estaba solo. Había un segundo ser no humano a bordo.

—¿Dijo que estábamos los dos solos? —continuó Anakin, mientras localizaba la posición probable del hiperdrive de la nave. Si el intruso mentía sobre estar solo, tal vez también mentía sobre otras cosas.

Lo peor era que la razón más probable para que mintiera sobre la nave de Padmé era que de alguna manera estaba implicado en su desaparición. En ese caso, Anakin quería mantenerlo aquí hasta que obtuviera algunas respuestas verdaderas.

—Sí —afirmó el intruso—. Además de mi piloto y su droide, por supuesto.

Anakin hizo una pausa, con el dedo en los controles de disparo.

—No mencionó a su piloto.

—Tampoco usted mencionó a su droide —apuntó el intruso—. Como ninguno de los dos se unirá a nuestra investigación, no creí que entraran en la conversación.

—R2 suele acompañarme en las misiones.

—¿De verdad? —expresó el intruso—. Interesante. No estaba al tanto de que las máquinas de navegación sirvieran para otras cosas. ¿Tenemos una alianza?

Anakin miró la nave alienígena con el ceño fruncido. Si el segundo ser realmente era solo un piloto, tal vez esa no había sido una mentira sino una honesta omisión. Incluso ahora, después de años de guerra, había políticos que seguían negándose a aceptar a los clones como auténticos seres humanos. Tal vez, por alguna razón desconocida, esta cultura en particular también consideraba a los pilotos como ciudadanos de segunda clase.

—Entonces, ¿qué respuestas está buscando usted?

—Deseo comprender de manera más completa este conflicto en que están metidos —explicó el intruso—. Deseo respuestas de correcto y equivocado, de orden y caos, de fortaleza y debilidad, de objetivo y reacción. —Hubo una ligera pausa y, cuando la voz regresó, manifestaba una nueva formalidad—. Me pidió mi identidad. Ahora estoy preparado para darla. Soy el Comandante Mitth᾽raw᾽nuruodo, oficial de la Flota de Defensa contra Expansiones, servidor de la Ascendencia Chiss. En nombre de mi pueblo, le pido su ayuda para aprender sobre esta guerra antes de que extienda sus desastres sobre nuestros mundos.

—Ya veo —replicó Anakin con cautela.

Había rumores muy antiguos de vastas civilizaciones que acechaban más allá de las fronteras del Espacio Salvaje. ¿La Ascendencia Chiss era una de ellas? De ser así, ¿podría persuadírsele para que se uniera al conflicto al lado de la República? Esa sola posibilidad podría hacer que valiera la pena llegar a un acuerdo con Mitth᾽raw᾽nuruodo.

—Muy bien —confirmó—. A nombre del Canciller Palpatine y la República Galáctica, acepto su ofrecimiento.

—Excelente —exclamó Mitth᾽raw᾽nuruodo—. Tal vez deba empezar por contarme la verdadera historia de su búsqueda.

—Creí que ya la sabía —replicó Anakin, mientras el cuello le hormigueaba de nuevo—. Que sabía de la nave de Padmé.

—¿La nubia? —Hubo una breve pausa, y Anakin de alguna manera tuvo la impresión de que Mitth᾽raw᾽nuruodo se encogía de hombros—. El diseño y el sistema de propulsión no se parecían a nada que hubiera visto en esta región. Su nave despliega características similares. Era lógico que un visitante extranjero estuviera buscando al otro.

—¡Ah! —Anakin reflexionó que si había algo que le sobraba a Mitth᾽raw᾽nuruodo eran respuestas rápidas y razonables—. Tiene razón, la nave nubia es una de las nuestras. Llevaba a una embajadora de la República que vino aquí a recabar información de un informante. Cuando perdió el contacto con nosotros, se me envió a buscarla.

—Ya veo —dijo Mitth᾽raw᾽nuruodo—. ¿Ese informante era confiable?

—Sí.

—¿Está seguro de eso?

—La embajadora lo estaba.

—Entonces, la traición es improbable. ¿El informante se ha puesto en contacto con usted?

—No.

—En ese caso, los escenarios más posibles son accidente o captura —conjeturó Mitth᾽raw᾽nuruodo—. Necesitamos viajar a la superficie para determinar cuál fue el caso.

Por fin.

—Allí es a donde me dirigía cuando usted irrumpió aquí —se quejó Anakin—. ¿Dijo que sabía dónde estaba la nave?

—Puedo enviarle la ubicación —afirmó Mitth᾽raw᾽nuruodo—. Pero tal vez sea más conveniente que primero venga a bordo. Tengo un transportador para dos pasajeros en el que podemos viajar juntos.

Anakin sonrió ampliamente. En definitiva, le gustaría echar una mirada al interior de la nave de Mitth᾽raw᾽nuruodo. Pero todavía no. A menos que confiara mucho más en el chiss.

—Gracias, pero llevaré mi propia nave —aseguró—. Como dije, tal vez necesite a R2 allá abajo.

—Muy bien. —Si Mitth᾽raw᾽nuruodo se ofendió por no aceptar su ofrecimiento, no fue evidente en su voz—. Yo lo guiaré.

—Bien —aceptó Anakin. Prefería, en todo caso, tener al chiss enfrente de sus cañones láser—. En cuanto esté listo.

—Haré los preparativos de una vez —indicó Mitth᾽raw᾽nuruodo—. Una idea adicional. Los nombres chiss son demasiado difíciles como para que los pronuncien adecuadamente muchas especies. Sugiero que me llame por mi nombre esencial: Thrawn.

—Me parece bien, Mitth᾽raw᾽nuruodo —convino Anakin. ¿Este ser había dejado de portarse de manera molesta para volverse condescendiente?—. Creo que puedo manejarlo.

—Mitth᾽raw᾽nuruodo —pronunció el alienígena.

—Eso es lo que dije —indicó Anakin—. Mitth᾽raw᾽nuruodo.

—Se pronuncia Mitth᾽raw᾽nuruodo.

—Sí. Mitth᾽raw᾽nuruodo.

—Mitth᾽raw᾽nuruodo.

Anakin apretó los dientes. Escuchaba una ligera diferencia entre su pronunciación y la del alienígena, pero no podía descubrir cómo corregir su versión.

—Bien —gruñó—. Thrawn.

—Gracias —dijo Mitth᾽raw᾽nuruodo (Thrawn)—. Eso facilitará las cosas. Mi transporte está preparado. Partamos.

La nave de Padmé se hallaba estacionada en un pequeño claro de un área boscosa, a treinta kilómetros del puesto de avanzada Aguja Negra. A diferencia de casi todos los claros que Anakin había visto (y a diferencia del que le había servido para aterrizar su Actis, a un kilómetro de distancia), este se hallaba cubierto por ramas que ocultaban cualquier cosa que estuviera estacionada allí; no obstante, se accedía a él mediante un estrecho corredor entre los árboles circundantes que permitía acercarse sin dejar huellas.

La nave no estaba sola. Dos hombres de aspecto rudo y un par de seres de diferentes especies estaban reunidos alrededor de la escotilla, mientras otros cinco seres humanos permanecían sentados en vehículos de carga estacionados en las orillas del claro. Las posturas de los nueve indicaban impaciencia. El grupo que se encontraba junto a la nave trabajaba en la escotilla con sopletes de corte.

Anakin los observaba oculto detrás de un árbol, con el sable de luz apretado ya en la mano. Él y Thrawn habían tenido que aterrizar en lugares diferentes, y Anakin había prometido esperar fuera del claro hasta que el chiss llegara para empezar juntos la investigación.

Eso había sido antes de que Anakin encontrara la nave bajo asalto. Lo más importante era que, aunque no pudiera percibir a Padmé, eso no significaba que no siguiera a bordo, tal vez herida o inconsciente. Y eso cambiaba todo. Una cosa era esperar a su nuevo aliado cuando nada había pasado, otra completamente diferente era esperarlo cuando Padmé podría estar en peligro.

Detrás de él, R2-D2 lanzó un silbido suave e interrogativo.

—No, tú te quedas aquí, R2 —murmuró Anakin—. Si necesito refuerzos, te llamaré. Y esta vez quédate fuera de la línea de fuego, ¿te parece?

R2-D2 produjo un silbido que sonó lastimero.

—Dije que no —recalcó Anakin con firmeza. Un mes antes, los técnicos habían pasado tres días regresando al droide a la circulación después de que recibiera el rayo de un superdroide de batalla B2-RP sin más razón que el hecho de que el pequeño astromecánico había querido ver lo que sucedía.

R2-D2 volvió a protestar brevemente y luego se quedó en silencio. Anakin echó un cuidadoso vistazo final al área para asegurarse de que no le esperaran sorpresas y rodeó el árbol para quedar a la vista.

—¡Alto ahí! —gritó.

Todos los ojos giraron hacia él, y los sopletes se apagaron mientras los operadores volteaban hacia el inesperado intruso. Anakin avanzó hacia ellos con la mirada puesta en el grupo de la escotilla y confiando en la Fuerza para que lo alertara de cualquier amenaza de los conductores de los vehículos.

Apenas había dado cinco pasos cuando su visión periférica distinguió que los hombres en los dos vehículos que estaban más alejados entre sí sacaban los blásteres de sus fundas. Dio un paso más, mientras preparaba mente y cuerpo para la conciencia del combate…

«Doble visión: la Fuerza que le mostrará el presente superpuesto con el atisbo de un momento en el futuro, dos rayos de blásteres que vendrán de los conductores en los dos vehículos. El primero impactará en la parte superior del pecho, el segundo en la parte inferior…».

Con un chasquido y un zumbido, su sable de luz cobró vida. Desplazó la hoja azul contra el primer rayo, luego contra el segundo, e hizo una pausa. Quizá durante dos segundos nadie se movió. Luego, como si hubieran recibido una señal, los otros siete sacaron sus blásteres de sus fundas y abrieron fuego.

«Doble visión: rayos de bláster que vendrán al torso, a la cabeza, a los lados… la Fuerza que acelerará su percepción, que hará que el tiempo avance más lento… que moverá sus manos hasta que parezcan un borrón… que ya no desviará los rayos, sino los enviará de regreso a sus puntos de origen…».

Al desviar los rayos hacia el bosque en lugar de rebotarlos directamente a los tiradores, Anakin había dado al primer ataque lo que a Obi-Wan le gustaba llamar una oportunidad de pensarlo mejor. Ahora, siendo nueve contra uno, ya no tenía ese lujo.

«Doble visión: rayos que vendrán al pecho, al pecho, a la cabeza… que controlará con precisión, que enviará de regreso al brazo, a la pierna, al hombro…».

No a matar, solo a herir, inutilizar y disuadir. Si Padmé no estaba aquí, podrían saber dónde se encontraba. Si Padmé estaba aquí y la habían herido, sus atacantes necesitarán sufrir un poco antes de morir.

«Doble visión: rayos que vendrán a la cabeza, al torso… ataque que vacilará mientras los enemigos heridos hacen un cese al fuego…».

¡Kunesu! —gritó una voz desde algún lado.

Abruptamente, el ataque cesó. Anakin esperó un par de segundos para asegurarse de que la lluvia de disparos no empezaría de nuevo, luego bajó unos centímetros el sable de luz y miró a su alrededor.

De pie en el claro, a unos metros, a una cuarta parte del camino hacia la orilla, estaba un hombre alto y delgado. O más bien, no exactamente un hombre. Sus ojos eran rojos y brillantes, la piel azul, el pelo negro azulado. Vestía un uniforme negro estilo militar, con un parche de color vino en un hombro y barras plateadas en el cuello. Tenía algo enfundado en la parte derecha de la cadera: una especie de arma secundaria, con un tubo del tamaño de un sable de luz, delgado, enfundado en el costado izquierdo. Era Thrawn.

Por un largo momento, nadie habló ni se movió, con excepción de los que se estaban retorciendo en silencio en sus transportes, mientras apretaban sus heridas de bláster autoinfligidas. Los ojos de Thrawn recorrieron lentamente a los hombres y las máquinas, luego habló de nuevo en un idioma que Anakin no reconoció.

—¿R2? —Anakin solicitó rápidamente una traducción.

El droide produjo un sonido de negación. De modo que tampoco podía traducir el idioma. No era de sorprender. Brevemente, Anakin deseó que hubiera habido suficiente espacio en la sala del Actis para traer también a C-3PO.

Uno de los hombres de la nave habló. Thrawn respondió. El otro habló de nuevo y esta vez también hizo señas con la mano con la que sostenía el bláster. Anakin volvió a levantar el sable de luz como advertencia, pero el hombre no hizo intento alguno de abrir fuego. Por un minuto, los dos siguieron la conversación en el mismo idioma. Luego Thrawn mencionó algo, el hombre gritó al resto del grupo y todos ellos, con renuencia, enfundaron sus blásteres. Thrawn volteó a ver a Anakin y le hizo una señal para que se acercara. Anakin realizó una revisión final del claro, luego apagó el sable de luz y caminó hacia el chiss.

—General Skywalker, supongo —saludó Thrawn en meese caulf cuando Anakin llegó a su lado.

—Sí —confirmó Anakin—. ¿Qué pasa? ¿Quiénes son?

—Aseguran que son simples comerciantes —comentó Thrawn.

—¿Comerciantes armados?

—La mayoría de los viajeros en esta parte del espacio están armados —explicó Thrawn—. Aseguran que esta área de aterrizaje suele estar reservada para su nave y que quedaron consternados al encontrarla ocupada por otra. Cuando sus intentos de comunicarse con los que estaban a bordo fallaron, resolvieron forzar la entrada para prestar cualquier ayuda que la tripulación pudiera necesitar.

—Estoy seguro de ello —afirmó Anakin mientras miraba a los hombres junto a la escotilla. Evidentemente, estaban inconformes con la situación, pero por el momento ninguno de ellos parecía inclinado a seguir el ataque—. ¿Les crees?

—En parte —indicó Thrawn—. Seguramente son contrabandistas, no simples comerciantes. Además, no estoy convencido de que intentaran comunicarse antes de tratar de subir a bordo por la fuerza. Lo que sí creo es que esperaban encontrar un área de descenso despejada y estaban molestos al descubrir que no era así.

Anakin vio las cajas apiladas en los transportes de carga. No había razón para descargar todo eso aquí a menos que planearan cargarlo en otra nave. ¿O en esta nave?

—O sabían que la nave de Padmé estaba aquí y planeaban robarla —observó.

—No —respondió Thrawn—. Observa la cantidad de cajas que hay en cada vehículo y lo bajos que parecen esos vehículos en relación con sus campos de elevación. Cada caja es demasiado pesada para que los seres que están aquí las transfieran a mano.

—A menos que tengan montacargas.

—No hay espacio para que haya elevadores de tamaño suficiente a bordo de los vehículos.

Anakin asintió con amargura.

—Lo que significa que los elevadores están a bordo de su nave y, como no hay manera de que sepan si hay algo así a bordo de esta, no tiene caso que trataran de robarla.

—Lo diría con más énfasis —apuntó Thrawn—. Esta tiene el diseño de una nave diplomática o de pasajeros. Es muy improbable que a bordo se encuentre el equipo de carga necesario.

—Ni el espacio de carga suficiente para todo eso —concedió Anakin, con el sabor de la derrota en la boca—. Así que si ellos no le hicieron nada a Padmé, ¿quién lo hizo?

—Una pregunta para la que aún no tenemos respuesta —afirmó Thrawn—. Ni creo que ellos la tengan. ¿Qué deseas hacer con ellos?

Anakin frunció el ceño.

—¿Qué?

—Tú eres general —le recordó Thrawn—; yo, comandante. Estás más arriba en la jerarquía militar.

Anakin lo miró fijamente. ¿El chiss le estaba jugando una broma?

—Pareces experto en las cosas que pasan en esta región —comentó—. También conoces su idioma. —Señaló a los contrabandistas con la barbilla—. Sin mencionar que ellos te conocen a ti o, por lo menos, reconocen el uniforme.

—No me conocen —indicó Thrawn—. Además, dudo que alguna vez hayan visto este uniforme. Pero reconocen que es un uniforme y deducen, por tanto, que soy una persona con autoridad. También es posible que hayan oído de los chiss. —Sonrió ligeramente—. Aunque tal vez solo como mitos.

Anakin pensó en todos los lugares en que había estado, todos los mundos apartados que había visitado mientras cazaba separatistas. Algunas de las personas de aquellos lugares solo tenían recuerdos distantes, si acaso, de los jedi.

—No es necesariamente algo malo —indicó—. Puede ser útil que la gente te subestime.

—Puede ser igualmente útil para ellos sobreestimarte a ti —sugirió Thrawn—. ¿Qué deseas hacer con ellos?

—Diles que se vayan de aquí con todo y su carga —respondió Anakin—. Nosotros moveremos la nave cuando estemos listos. Hasta entonces, que se mantengan lejos.

Thrawn asintió y habló de nuevo. El jefe de los contrabandistas respondió en un tono que manifestaba una evidente protesta, pero asintió e hizo un gesto a su tripulación. Los que aún seguían junto a la nave se dirigieron a los vehículos; algunos empujaron a los conductores heridos al otro lado de los amplios asientos y tomaron los controles. Dos minutos después, Anakin y Thrawn se quedaron solos.

—Supongo que puedes hacer que entremos en la nave —comentó el chiss.

—Eso creo —contestó Anakin mientras miraba la escotilla. Necesitaba revisar si Padmé estaba dentro, pero lo último que quería era dejar que un alienígena recién conocido ingresara en la nave—. Por lo general, abre con un transpondedor, pero también hay un código que puedo teclear. Veré si está dentro mientras echas un vistazo a los alrededores para ver si encuentras pistas.

—Podría ser más útil adentro —ofreció Thrawn—. Mis ojos perciben un espectro ligeramente diferente del tuyo.

—Preferiría que revises afuera —reiteró Anakin con firmeza. Aunque se encontraba muy cerca de la nave, no percibía la presencia de Padmé, lo que significaba que ella no estaba aquí o que se encontraba muerta o críticamente cerca de la muerte. Necesitaba entrar y descubrir cuál era la verdad y no tenía ánimos para discutir el tema—. Puedes llevarte a R2 para que te ayude —agregó. Volteó hacia el árbol tras el que estaba oculto el droide y elevó la voz—. ¿R2?

Se oyó un silbido de reconocimiento y R2-D2 apareció rodando. Con una ligera explosión de sus impulsores, voló por encima de un tronco caído, volvió a asentarse sobre las ruedas y rodó torpemente por el disparejo terreno hacia ellos.

—Voy adentro —le informó Anakin—. Tú y el Comandante Thrawn van a buscar pistas allá fuera.

Había todo tipo de razones por las que Padmé podía haber cambiado el código en su nave. Por fortuna, no lo había hecho. Un minuto después, Anakin estaba dentro.

Revisó primero los lugares más probables: la cocina, el dormitorio, la cabina de control. Luego, con el sable de luz en la mano y los sentidos alerta por si se presentaban problemas, recorrió metódicamente toda la nave.

Padmé no estaba allí, ni muerta, ni herida ni viva. No había señales de ataque ni indicaciones de que hubiera abandonado la nave de prisa. Las cápsulas de escape aún estaban en su lugar, y no se habían activado ni preparado. El intercomunicador mostraba que se habían enviado dos mensajes, pero no pudo leerlos por la capa superpuesta de cifrado obligatorio.

Su sensación de ansiedad, que se había abatido un poco con el descubrimiento de que su amada esposa no yacía muerta en la nave, estaba creciendo de nuevo cuando finalmente salió. Al parecer, Padmé había dejado la nave por voluntad propia. Pero ¿a dónde había ido?

Thrawn y R2-D2 se dieron vuelta hacia él cuando se les unió al final del claro.

—¿Alguna noticia? —preguntó Thrawn.

Anakin negó con la cabeza.

—No hay nadie adentro. Ni señales de accidente o violencia. Los registros de navegación de la computadora indican que vino aquí directamente desde Coruscant.

—¿Sus naves conservan los datos de los viajes? —inquirió Thrawn, con el ceño fruncido.

—Seguro, si no se borra la computadora de navegación después de llegar —explicó Anakin—. ¿Por qué? ¿Las suyas no hacen eso?

—Usamos un método de navegación diferente —indicó Thrawn—. Sí, por supuesto, ustedes guardarían registros.

—Claro —afirmó Anakin. Qué extraño comentario—. Había también dos mensajes en su buzón de salida, pero están cifrados y no puedo leerlos.

—¿Sus registros de mensajes personales están cifrados?

—Es una nave diplomática —le recordó Anakin—. Nada de lo que hace o dice un embajador es realmente personal. Los registros de transmisión se cifran por rutina, en caso de que la nave sea interceptada: no queremos que los separatistas lean nuestros mensajes.

—Sí, los separatistas —murmuró Thrawn—. Los orígenes y la fuerza conductora detrás de las Guerras de los Clones siguen siendo algo opaco para mí.

—No los vamos a analizar ahora —concluyó Anakin con firmeza—. ¿Encontraron algo?

—La nave no sufre ningún daño exterior —reportó Thrawn—. Ni hay indicación de pérdida de combustible, falla de sensores u otros problemas que hubieran forzado un aterrizaje. Además, no hay sangre detectable ni ropa desgarrada. —Señaló el terreno enfrente de ellos—. Mencionaste a un informante. ¿Era local o también estaba viajando a Batuu?

—Es una informante —corrigió automáticamente Anakin—. Y sí, ella iba a viajar o había viajado aquí. No estoy seguro.

—¿Tiene detalles de la nave de la informante?

—En realidad no —respondió Anakin—. R2, ¿Padmé mencionó alguna vez el tipo de nave que usan sus doncellas?

Hubo una corta pausa mientras R2-D2 buscaba en sus archivos de datos. Luego, con un trino afirmativo, se inclinó hacia delante y proyectó el holograma de una pequeña nave en el suelo.

—Esa es —señaló Anakin a Thrawn—. Dice que es una Nómada Cuatro, una versión civil de la nave de mensajería militar Seltaya.

—¿Cuál es la escala? —cuestionó Thrawn—. ¿Podría ver la parte de abajo?

—¿R2? —pidió Anakin.

La imagen cambió, y apareció sobre ella una rejilla de escala.

—Sí —murmuró Thrawn—. ¿Ves esas marcas?

Señaló el suelo a sus pies. Anakin decidió que, si entrecerraba los ojos, podía imaginar que veía una amplia depresión allí.

—¿Quieres decir que esa es la marca de un patín de aterrizaje de una Nómada?

—Sí —confirmó Thrawn—. Más aún, ¿ves la hierba dentro de la marca?

—Sí —respondió Anakin. Se parecía al resto de la hierba que los rodeaba—. ¿Y?

—Observa el color más oscuro en las venas del anverso de las hojas —le pidió Thrawn—. Creo que las hojas fueron aplastadas en el aterrizaje de una nave, y solo empezaron a volver a la vida cuando partió.

—¿Alguna idea de cuánto tiempo estuvo aquí la nave?

—No —respondió Thrawn—. Aunque por los patrones de recrecimiento, estimo que la nave se fue hace aproximadamente una semana.

—¿Ahora eres un experto en la vida vegetal de Batuu? —preguntó Anakin, con el ceño fruncido. Eso parecía sospechosamente conveniente.

—Sabía que la nave nubia estuvo en esta área —explicó Thrawn con calma, mientras sacaba una pequeña caja plana de la parte trasera del cinturón—. También sé que la vida vegetal puede ofrecer pistas. Por tanto, cargué todos los detalles disponibles sobre las plantas de esta región en mi grabadora antes de dejar mi nave.

—Ya veo. —Anakin miró el suelo, mientras apretaba con fuerza su mano artificial.

Si Thrawn tenía razón, eso pondría la partida de Duja casi en el momento de la llegada de Padmé. ¿Se habían ido juntas las dos mujeres? Pero ¿por qué no se había puesto en contacto con él? ¿O Padmé lo había intentado y el mensaje simplemente no había llegado a Coruscant? En cualquier caso, ¿por qué Padmé dejó su nave en medio de la nada, en lugar de en un campo de aterrizaje mejor vigilado o incluso en órbita alrededor del planeta? ¿Duja había encontrado evidencia de una amenaza inminente?

—No hay más respuestas aquí —afirmó Thrawn—. El puesto de avanzada nativo más cercano está a unos treinta kilómetros de distancia.

—¿Aguja Negra?

—Sí —respondió Thrawn—. Sugiero que viajemos allí y busquemos información.

—Suena razonable. —Anakin titubeó—. Dices que tu transporte tiene espacio para dos.

—Así es —confirmó Thrawn—. Hay un área de aterrizaje a tres kilómetros al oeste del puesto de avanzada. Aterrizaré allí y podemos tomar un vehículo de superficie para el resto del camino.

—Muy bien —Anakin miró a R2-D2—. Regresa a la nave —le ordenó—. Tenla lista para volar si necesitamos refuerzos. —Volvió a mirar a Thrawn—. Vamos, comandante.