CAPÍTULO 1

Había pasajeros y pasajeros, pensaba la Comodoro Karyn Faro mientras permanecía en el centro de la pasarela de mando del Chimaera. Darth Vader era definitivamente uno de los últimos.

Faro frunció el ceño ante el paisaje estelar que estaba fuera del puente. En su opinión, ningún tipo de pasajero encajaba en una nave imperial como aquella. Si Vader quería recorrer el Imperio, debería conseguirse una nave propia. O tal vez en eso se había convertido ahora el Chimaera. Evidentemente, Vader no había perdido tiempo para instalarse y hacer cambios.

Por encima del murmullo de una conversación tranquila, Faro escuchó el sonido de las puertas del puente de popa. Se dio vuelta y un stormtrooper con armadura blanca entró en su campo de visión. Echó un vistazo alrededor, sin prisa, y luego avanzó hacia Faro.

Ella frunció el ceño un poco más. Hablando de cambios indeseables en la rutina del Chimaera… Volvió a relajar el ceño antes de que el otro se detuviera con brusquedad frente a ella.

—Comodoro Faro —la saludó con la tiesa formalidad que ella había llegado a esperar de los oficiales stormtrooper.

—Soy…

—Sí, el Comandante Kimmund —lo interrumpió con la misma formalidad.

Él no hizo gesto alguno y, por supuesto, si hubo algún parpadeo de sorpresa este quedó oculto por el protector facial del casco. Pero a Faro no le cupo duda de que se había sorprendido. La unidad blanco sobre blanco y su correspondiente designación de rango eran casi imposibles de adivinar sin las mejoras ópticas de los stormtroopers, pero Faro dominaba la técnica desde hacía mucho.

—¿Qué puedo hacer por usted? —continuó.

—Necesito que hablemos acerca del posicionamiento y la colocación prioritaria de nuestro transporte —indicó Kimmund. Tampoco había sorpresa en su voz. Se había recuperado de prisa—. La jefa de su hangar principal está presentando problemas para obedecer órdenes.

Mentalmente, Faro sacudió la cabeza. Sí, eso sonaba a la Teniente Mayor Xoxtin. La mujer tenía una manera precisa e idiosincrática de hacer las cosas, y a menudo se necesitaba un montacargas imaginario para moverla.

Por desgracia, su familia pertenecía a la élite de Coruscant y, aún más, era amiga cercana del asesor mayor del Emperador en asuntos del Borde Medio. Xoxtin se salía con la suya y hacía las cosas a su manera simplemente porque pocos oficiales navales tenían el temple para soportar la presión necesaria. Por fortuna para Kimmund, Faro era una de esas pocas.

—Hablaré con ella personalmente —prometió a Kimmund—. ¿Dónde quiere que se coloque su transporte exactamente?

—El lambda de Lord Vader debe estar, por supuesto, en el Número Uno —indicó Kimmund—. El Darkhawk debe estar en el Número Dos.

Eso no dejaría al lambda personal del Almirante Thrawn un lugar más alto que el Tres. Era una evidente violación del protocolo naval apropiado, y Kimmund seguramente lo sabía. Aun así, Thrawn había instruido a sus oficiales para que cooperaran lo más posible con sus invitados (esa fue su palabra), y no parecía que una nave pudiera salir al espacio desde el Número Tres tan rápido como una que estuviera en el Uno. Se encontraba un poco más lejos de la sala de preparación y, por tanto, había que caminar un poco más. Para Thrawn seguramente eso no supondría un problema.

En realidad, tener al Darkhawk allí iría muy bien con el otro carguero indescriptible que estaba actualmente en el Número Cuatro, la nave civil que Thrawn había liberado de los piratas un par de años antes y que usaba cada vez que necesitaba anonimato. El transporte de la Primera Legión era muy parecido: un viejo carguero separatista de la era de las Guerras de los Clones, con un exterior decrépito, aunque había sido reacondicionado con las mejores armas, escudos y sistema de sensores de evasión que la tecnología del Imperio podía proporcionar. A pesar de la amenaza y el brillo de Lord Vader, sin mencionar su aspecto, reconocible al instante, era evidente que también comprendía el uso de la sutileza. Eso, o le gustaba tener cerca una nave separatista capturada para recordar a todos qué lado había ganado.

—Muy bien —confirmó a Kimmund—. Veré que se haga.

—Gracias, comodoro —se despidió Kimmund. Se puso brevemente en posición de firmes, luego se dio vuelta y regresó por la pasarela de mando.

Faro lo miró alejarse, mientras sentía el remolino de cálculos que era una parte frustrante de la vida de una oficial del Imperio. La familia de Xoxtin era poderosa, pero Kimmund era el jefe de la Primera Legión, la unidad de élite que Lord Vader había extraído de la igualmente renombrada 501 para que sirviera como fuerza personal de stormtroopers. En teoría, el hombre que era la mano derecha del Emperador triunfaría sobre el resto de la enmarañada red política, pero solo si, cuando la situación entrara en crisis, Vader se dignaba intervenir a favor de Faro. Por desgracia, era conocido por mantenerse lejos de las disputas políticas, y no había garantía de que recordara siquiera la insignificante ayuda que Faro le había prestado aquí. Por otra parte, Xoxtin siempre le guardaría resentimiento.

Nunca había un buen momento para ese tipo de actos de equilibrio. Pero este en particular era bastante malo. Faro había sido ascendida a comodoro apenas seis semanas antes, con la promesa de que el Cuerpo Especial 231 sería suyo en cuanto su comandante actual fuera ascendido a una de las flotas más grandes.

Pero esa promesa, y su cuerpo especial, aún tenían que materializarse. Además, como la inexplicable desaparición del Comandante Eli Vanto de la Séptima Flota aún alimentaba el molino de los rumores, Faro ya no estaba segura de dónde habría de estar su futuro. En esta coyuntura, molestar a Xoxtin y su familia podría resultar fatal. Sin embargo, le había hecho una promesa a Kimmund. Más importante aún era dejar que un subordinado se saliera con la suya al ignorar órdenes: aunque se tratara de un subordinado con tan buenos contactos como Xoxtin, sentaba un mal precedente.

Miraba por el ventanal, repasando mentalmente sus opciones en la confrontación, cuando el cielo moteado del hiperespacio se convirtió abruptamente en franjas de estrellas que luego volvieron a convertirse en astros: el Chimaera había arribado.

Solo que no habían llegado al destino planeado. En vez de eso, se encontraban en medio de la nada, literalmente hablando.

Las estrellas brillaban por el ventanal, y sus posiciones coincidían con las de la pantalla de navegación, confirmando los cálculos de la Comodoro Faro.

«Lord Vader está parado apenas fuera de la vista, inmóvil, y solo su laboriosa respiración indica su lugar. La respiración manifiesta cierta variación. De igual manera, su postura corporal contiene una tenue gama de pensamientos y emociones. Pero hay poco que interpretar allí. Poco que comprender. Poco que anticipar».

Faro surgió a la vista.

—Se ha revisado dos veces el hiperdrive, almirante —informó. «Sus músculos faciales están tensos. La voz contiene un grado de ansiedad más elevado de lo normal»—. Los técnicos creían que podían ser los amortiguadores aluviales, pero han sido descartados. He ordenado una segunda revisión, pero hasta ahora todo está perfecto.

«Mientras habla, sus ojos permanecen correctamente sobre su almirante, pero sus músculos contienen una tensión que indica que está combatiendo la necesidad de volver su atención hacia Lord Vader y dirigirse a él. No desea que él esté presente en la pasarela de mando, pero su expresión contiene reconocimiento de que no tiene otra opción».

—Entonces la culpa debe de ser de la tripulación del Chimaera —afirmó Vader.

«Da unos pasos al frente. Su voz manifiesta impaciencia».

—Con el debido respeto, Lord Vader, no creo que sea así —intervino Faro. «Sus ojos se dirigen a Vader. La rigidez de su postura se incrementa. Su voz manifiesta precaución y un poco de miedo, pero también determinación»—. Este hipercarril se usa muy poco, y sus parámetros y límites están mal definidos. Creo que es más probable que hayamos llegado a la sombra de alguna masa previamente desconocida.

—Por supuesto —replicó Vader. «El tono vocal baja ligeramente. Eleva la mano a la cintura, engancha los pulgares en el cinturón»—. ¿Dónde está la masa misteriosa?

«Los músculos de la garganta de Faro se endurecen brevemente».

—Aún no la localizamos, Lord Vader —respondió ella. «La vista regresa a su almirante»—. Tengo a nuestros mejores operadores de sensores trabajando en el problema, señor.

—Tal vez los que son mejores para usted no están a la altura de los estándares de servicio al Imperio —sugirió Vader.

—Los oficiales y tripulantes del Chimaera son más que adecuados para sus tareas, Lord Vader —informó Thrawn—. Comodoro, si en verdad hay una masa caprichosa que nos afecta, tal vez movernos un poco hacia delante nos apartará de su sombra y efecto.

—Sí, señor —afirmó Faro. «La tensión en el rostro y la voz se relaja de manera notoria»—. Timón, llévenos hacia delante a dos terceras partes de la potencia. Escáneres, sigan buscando objetos.

—Además de otras naves —puntualizó Thrawn.

«La expresión de Faro manifiesta desconcierto».

—¿Otras naves, señor?

—¿Espera que quedemos bajo ataque? —interrogó Vader.

—Es posible, aunque improbable —respondió Thrawn—. Sin embargo, mi preocupación es que, sin importar lo que nos haya sacado del hiperespacio, otras naves hayan sido afectadas de manera similar. Necesitamos estar al pendiente de colisiones u otros encuentros.

—La Comodoro Faro acaba de explicar lo poco que se viaja por este hipercarril —le recordó Vader. «Sus palabras son ligeramente cortantes»—. ¿Realmente espera que un tráfico de dos naves a la semana represente un peligro?

—Eso es lo que aparece en las gráficas de navegación —sugirió Thrawn—. Tal vez haya cambiado el perfil de tráfico desde que se hicieron esas anotaciones. Evidentemente, el tráfico de naves era más escaso la última vez que estuvimos aquí.

—¿Estuvo aquí antes, señor? —preguntó Faro. «La expresión y la voz manifiestan sorpresa»—. No lo sabía.

—¿Hay alguna razón por la que deba saberlo, comodoro? —interrogó Vader.

—Mis disculpas, almirante —se excusó Faro. «Habla de prisa. La voz manifiesta más ansiedad».

—No es necesario que se disculpe, comodoro —comentó Thrawn—. Fue hace muchos años, durante las Guerras de los Clones.

—Ya veo —expresó Faro. «La ansiedad está desapareciendo. La voz y la expresión manifiestan ahora interés»—. No estaba al tanto de que se encontrara en la República en esa época.

—El pasado es el pasado —indicó Vader—. Todo lo que importa son el presente y el futuro —«Se da vuelta; su larga capa se arremolina; el sable de luz, medio oculto, destella bajo la luz brillante. Las manos permanecen enganchadas en el cinturón por un momento, y luego baja los brazos a los costados. Los dedos se curvan ligeramente»—. Estaré en mis oficinas. Infórmeme cuando retomemos la marcha.

—Por supuesto, Lord Vader —aseguró Thrawn.

—También informe a su noghri que tiene prohibido el acceso al Darkhawk de mi legión —añadió Vader—. El Comandante Kimmund lo ha atrapado dos veces en el interior. La próxima será la última.

—Comprendido, mi señor —afirmó Thrawn—. En ocasiones, Rukh demuestra exceso de celo cuando intenta estar al tanto de todo lo que ocurre a bordo del Chimaera. Se lo informaré.

—No era necesario que estuviera a bordo en absoluto —indicó Vader. «El tono de su voz se hace más grave»—. Si sus habilidades en el combate y el rastreo fueran tan buenas como usted afirma, debió quedarse para ayudar a que Woldar y Tarkin cacen a Jarrus y los rebeldes. —«Su cabeza se inclina ligeramente»—. ¿O teme por su seguridad personal después de sus confrontaciones en Atollon?

«Los músculos faciales de Faro se endurecen. Su postura corporal manifiesta nueva tensión».

—Al contrario, Lord Vader —replicó Thrawn—. Con usted y la Primera Legión a bordo, la seguridad del Chimaera está más que garantizada, pero tal vez haya tareas que requieran de la presencia de todos nosotros, incluido Rukh, antes de que esta misión se complete.

—La misión habrá terminado antes de lo que cree —vaticinó Vader—. Encontraremos la perturbación, me encargaré de ella y regresaremos a Coruscant.

—Comprendido —afirmó Thrawn.

—¿Bien? —«Vader gira unos cuantos grados para quedar frente al ventanal»—. A toda velocidad, almirante. Deseo ver exactamente qué es lo que ha llamado la atención del Emperador.

—Pero supuesto, mi señor —respondió Thrawn—. Igual que yo.

Después de la primera vez que Kimmund echó a Rukh del Darkhawk, había ordenado al trooper Sampa que instalara sensores de intrusión en todos los accesos. Uno de los sensores se disparó con éxito la segunda vez que Rukh subió subrepticiamente a bordo, lo que permitió a los stormtroopers comisionados atraparlo y echarlo mucho más rápido.

Kimmund estaba observando el avance del Chimaera (o, más precisamente, su falta de avance) en las pantallas repetidoras de la sala de preparación de la Primera Legión, cuando el sensor hizo sonar la alerta una vez más.

Dos minutos después estaba en el hangar, con su armadura completa y el rifle bláster a la mano, mientras apostaba consigo mismo, en silencio, dónde lo llevarían las circunstancias y el capricho a colocar su primer disparo exactamente. Llegó al Darkhawk y rodeó la proa. Encontró al diminuto noghri de pie, en silencio, sobre la cubierta, que sobresalía cinco metros del vehículo, bajo la mirada vigilante del Sargento Drav y la trooper Morrtic. Kimmund observó que esta última sostenía un casco adicional de stormtrooper a su lado.

—¿Dónde lo encontraste? —interrogó Kimmund.

—Justo aquí, señor —respondió Drav, con tono sombrío—. Parado fuera de la escotilla.

—Fingió que tan solo había salido a dar una caminata —añadió Morrtic.

Kimmund se concentró en el noghri. Corto y humanoide, de piel gris y con una fila de pequeños cuernos que subían desde la frente, le devolvió la mirada al comandante de stormtroopers con su ceño fruncido habitual. Los brazos le colgaban de manera casual a los costados, pero Kimmund lo había visto practicar con el bastón de combate amarrado a la espalda y sabía que podría agarrarlo a una velocidad cegadora. Como había tres stormtroopers dispuestos en triángulo alrededor de él, Kimmund casi deseó que lo intentara. Sobre todo porque había una cierta expresión en el ceño de Rukh que estaba muy seguro de que era presunción.

—¿Y bien? —exigió una respuesta.

—¿Y bien? —repitió Rukh con voz áspera.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Esta es la nave de mi señor —indicó Rukh—. Puedo ir a donde desee.

—La Chimaera es la nave del Gran Almirante Thrawn —corrigió Kimmund con tono ácido—. El lambda de Lord Vader y el Darkhawk no lo son. Se te ha advertido que permanezcas lejos.

—Sus soldados le dirán que no he subido a bordo —afirmó Rukh—. Hable con ellos. Pregúnteles.

Kimmund desplazó su atención hacia Drav.

—¿Y bien?

—Llegamos aquí diez segundos después de que sonó la alarma —concedió el sargento—. Si estaba dentro, pudo entrar, hacerlo sonar y huir.

—¿De verdad? —preguntó Kimmund, mientras volvía a mirar a Rukh—. Entonces, ¿estamos tratando con bromitas escolares?

—Estamos tratando con palabras —afirmó Rukh—. Estas son las mías: la seguridad de mi señor es mi misión. No permitiré que la amenacen desconocidos.

—Difícilmente somos desconocidos —afirmó Kimmund con rigidez—. Somos la Primera Legión, los stormtroopers personales de Lord Vader. Todo el Imperio nos conoce.

—Puede que los conozca todo el Imperio —comentó Rukh—. Yo no, pero los conoceré.

—Hazlo —sugirió Kimmund—. Tan solo recuerda que la próxima vez que te atrapemos en nuestros transportes, dispararemos a matar.

—Pueden intentarlo —concedió Rukh—. No tengo mala voluntad hacia ustedes, pero haré mi trabajo.

Le hizo a Kimmund una marcada reverencia, obviamente sarcástica, se dio vuelta y se alejó sobre sus cortas piernas hacia la salida de la bahía del hangar.

—¿Debemos seguirlo, señor? —Drav esperaba órdenes.

—No —respondió Kimmund—. Por desgracia, tiene razón. Thrawn le ha dado paso libre por el Chimaera. Espero que Lord Vader haya tenido oportunidad de aclarar las cosas relacionadas con nuestras naves. —Señaló el casco que Morrtic tenía en la mano—. ¿Qué es eso?

—Es lo que usó para disparar la alarma —respondió Morrtic, mientras levantaba el casco para inspeccionarlo más de cerca—. Al parecer, se paró aquí afuera y lo lanzó por la escotilla hacia el campo del sensor.

Kimmund frunció el ceño y manipuló las mejoras ópticas de su propio casco. ¿Era de…?

—¿Es de Jid?

—Sí, señor —confirmó Morrtic con amargura—. Y sí, todavía estaba en el taller de electrónica de popa esperando la actualización de su intercomunicador.

—Entonces ¿cómo entró Rukh y lo tomó?

Morrtic miró a Drav.

—Ni idea, señor —admitió Drav.

Ni idea.

—No usó ese electrobastón suyo para hacer cortocircuito en los sensores —intervino Morrtic—. Los revisé.

—¿Qué me dicen de ese maldito truco de encubrimiento personal? —interrogó Kimmund—. ¿Sampa ya descubrió siquiera cómo funciona esa cosa?

—Claro, le echó una mirada a las especificaciones —explicó Drav—. Es muy parecido a un desfasador óptico de Sinrich, pero tiene un diseño totalmente distinto. Parece que está limitado a tres minutos por cada carga, no funciona en seres humanos (necesita la conductividad de la piel de doble capa de los noghris o algo así) y, una vez que se ha activado, no cubre ninguna cosa que se agregue.

—Esa última es la clave —afirmó Morrtic—. Sampa armó un dispositivo que esparce un fino rocío de brillo que refleja microondas cuando se disparan los sensores de peso del piso. Una vez que Rukh tiene eso encima, deberíamos ser capaces de rastrearlo allá donde vaya.

—Estupendo —exclamó Kimmund—, así que eso significa que nunca subió a bordo. Felicidades.

—Sí —contestó Morrtic, mientras jugueteaba con el casco de Jid en las manos—. Subiremos ahora a la nave y encontraremos el agujero que hizo.

—Sí, lo harán —comentó Kimmund mordaz. Miró el casco descarriado—. Porque la próxima vez que me cruce con él, alguien va a morir. De preferencia que sea Rukh, pero si no es él, será quien lo deje pasar. Y no seré yo quien lo haga. Será Lord Vader.

Paseó la vista por el hangar mientras se esforzaba por no levantar su rifle y disparar al insolente noghri por la espalda en ese mismo instante.

—Así que corre la voz, sargento. Que lo sepan todos.

El Chimaera viajó dos horas por el espacio real antes de que Thrawn ordenara a Faro que probara de nuevo el hiperdrive. Una vez más, falló.

—Es casi como si hubiera un crucero interdictor en algún lugar cercano, señor —le comentó Faro a Thrawn mientras el destructor estelar seguía su viaje por el espacio real a través de la oscuridad punteada por estrellas—. Aunque no hay manera de que pueda ser tan grande como para tener este tipo de potencia sin entrar en el rango de alcance de los escáneres.

—A menos que esté encubierto. —Una voz profunda surgió detrás de ellos.

Faro se crispó. Vader había pedido que le notificaran cuando el Chimaera hubiera sorteado el misterioso bloqueo. Ella creyó que eso significaba que el Señor Oscuro permanecería en otro lugar hasta que llegara ese mensaje. Al parecer, se había aburrido.

—Mi señor —Thrawn saludó a Vader con tono tranquilo—. Creo que estará de acuerdo en que es imposible accionar un generador de gravedad y un dispositivo de encubrimiento al mismo tiempo. Cada uno de los campos actúa contra el otro.

—Tal vez se ha descubierto una nueva técnica —replicó Vader—. Es posible que la ciencia de las Regiones Desconocidas sea diferente de la nuestra.

—Evidentemente, las tecnologías pueden ser diferentes —admitió Thrawn—. Es menos probable que la propia ciencia lo sea. Hay ciertas leyes que resultan universales.

—Tal vez —concedió Vader—. No obstante, parece que estamos en un punto muerto. ¿Qué solución propone?

Thrawn guardó silencio un momento más. Faro observó que su mirada se desplazaba del paisaje estelar al mapa regional y el diagrama de acercamiento de su hipercarril actual.

—Si no es posible seguir la ruta existente, debemos abrir una propia —indicó—. Comodoro Faro, cambie el curso cuarenta grados a babor.

—¿Hay otra ruta de la que el Imperio no esté al tanto? —inquirió Vader.

—Ninguna que conozca en esta región —respondió Thrawn—. Nuestras opciones son enviar una nave exploradora para que nos trace una ruta o avanzar nosotros mismos con esos saltos cortos. La última parece la opción más eficiente.

—Eso tomará tiempo —advirtió Vader, con un tono de amenaza velada—. Las instrucciones del Emperador fueron que procediéramos a toda prisa.

—Seguir el hipercarril ha resultado menos que exitoso —insistió Thrawn—. Continuar como hasta ahora probablemente costará más tiempo.

—A menos que ya estemos al final del bloqueo.

Thrawn inclinó la cabeza.

—¿Timón? —gritó—. Haga el salto a la velocidad de la luz.

—Sí, almirante.

Faro se dio vuelta hacia el ventanal, preparada para lo que viniera. Las estrellas se incendiaron formando franjas estelares y, con el descenso del tono explosivo del hiperdrive, que indicó un salto fallido, volvieron a convertirse en estrellas. Faro sabía que era mejor no maldecir enfrente de sus superiores. Aun así, estuvo a punto de hacerlo.

—Interesante —murmuró Thrawn. Si la falla lo había perturbado, no lo mostró ni en la voz ni en el rostro—. Comodoro, lleve el Chimaera cuarenta grados a babor.

—Sí, señor —confirmó Faro—. ¿Puedo hacer una sugerencia?

—Su almirante le ha dado una orden —exclamó Vader.

—Adelante, comodoro —indicó Thrawn con calma.

Faro sintió un nudo en la garganta. El comentario de Vader, que reforzaba la orden de Thrawn, era en sí mismo una orden adicional. ¿Thrawn se limitaría a ignorarla?

—He hecho algunos cálculos, señor —continuó ella de prisa, mientras se preguntaba si Vader la iba a interrumpir. O algo peor—. Viajar a Batuu salto por salto tomará aproximadamente treinta y nueve horas. Si, en cambio, viajamos a Mokivj, podemos tomar un hipercarril diferente de allí a Batuu, con un ahorro de catorce a quince horas.

Thrawn inclinó la cabeza.

—Muéstremelo.

Faro hizo que la ruta se desplegara en la pantalla de visualización mientras se preparaba para la inevitable pregunta de Vader sobre qué tipo de carril podría conectar dos mundos menores como esos. Sería una pregunta completamente válida. Los mapas de navegación mostraban que existía ese camino, pero estaba aún menos definido (sin mencionar que estaba menos transitado) que ese que el Chimaera estaba siguiendo hacia Batuu. Si los mismos datos erróneos que los habían desviado del hipercarril a Batuu también afectaban a la ruta de Mokivj a Batuu, podrían terminar en la misma situación en que se encontraban ahora. Sin embargo, por una vez el Señor Oscuro pareció quedarse sin palabras.

—Una excelente sugerencia, comodoro —la felicitó Thrawn—. Ponga rumbo a Mokivj.

—Sí, señor.

Faro se dio vuelta a la estación del timón, se quedó viendo a los ojos al oficial que estaba sentado allí y asintió. Él le regresó el movimiento de cabeza para mostrar que reconocía la orden, y la enorme nave de guerra empezó a girar a estribor.

—Once —afirmó Vader.

Thrawn se dio vuelta hacia él.

—¿Perdón?

—Un ahorro de once horas, cuando mucho —continuó Vader.

—Estoy de acuerdo —lo secundó Thrawn—. Aun así, valdrá la pena.

—Tal vez —comentó Vader—. Ya veremos.

Como Vader esperaba, tenía razón. El viaje a Mokivj salto por salto se llevó tres horas más de lo que la Comodoro Faro había estimado, lo que resultó exactamente en el ahorro de tiempo que él había calculado. Vader no había querido viajar a Mokivj ni verlo, pero ahora que estaban aquí y tenían el planeta a la vista…

—Análisis, comodoro —pidió Thrawn en voz baja, mientras el Chimaera rodeaba el planeta hacia el punto de entrada a su hipercarril de destino.

—Es un misterio, señor —explicó Faro, mirando su datapad con el ceño fruncido—. No conozco otro tipo de catástrofe que haya sido capaz de causar un tipo de devastación tan extendida más que el golpe de un cometa o una enorme erupción volcánica. Pero no encuentro evidencia de ninguno de los dos.

Vader miró por el ventanal. Donde alguna vez hubo praderas y bosques exuberantes, había ahora planicies y desiertos sin vida a lo largo de una gran franja de la superficie del planeta; solo algunos parches de verdor ofrecían un desafío vacilante a la devastación que los rodeaba. Las nubes cubrían gran parte del cielo, pero no eran blancas y ligeras ni estratos grises de nubes de lluvia, sino masas crecientes que no prometían nada más que oscuridad y frío al bloquear la luz solar.

—Tal vez fue un cataclismo peor que un cometa —sugirió Thrawn—. Comandante Hammerly, ¿cuántas lunas está reconociendo?

—¿Lunas, señor? —preguntó Hammerly con desconcierto.

Vader se dio vuelta para encararla. De nuevo, uno de los subordinados de Thrawn cuestionaba las órdenes del almirante. Tal vez era hora de hacerles un recordatorio de la necesidad de la obediencia instantánea e incuestionada.

—Sí, señor: lunas —agregó Hammerly rápidamente.

Vader miró a Thrawn. No había indicios de que pensara castigar a la comandante, ni siquiera con un regaño verbal, por poner sus órdenes en entredicho. En realidad, parecía meramente decidido a esperar la respuesta. Mentalmente, sacudió la cabeza con desprecio. Tal vez la falta de una disciplina adecuada del almirante con sus subordinados era la razón por la que los rebeldes de Atollon se le habían escapado.

—Debe de haber diez —continuó Thrawn—. Seis son relativamente pequeñas, pero cuatro tienen el tamaño suficiente para que su gravedad interna las haya convertido en esferas.

—¿Qué importancia tiene eso? —interrogó Vader. Enganchó los pulgares en el cinturón, con lo que sintió de nueva cuenta la presencia del sable de luz que colgaba allí.

—No hay muchas cosas más que llamen la atención mientras recorremos el sistema —señaló Thrawn—. Además, tengo curiosidad por saber qué tan completos están los archivos del Chimaera.

Era una respuesta razonable, dada en un tono eminentemente razonable, pero a Vader no se le engañaba. Todo lo que hacía el Gran Almirante Thrawn obedecía a una intención, un plan, una motivación o un ardid oculto. Una vez más, sintió la presencia de su sable de luz.

—Disculpe, almirante, pero no es eso lo que nos arrojan las lecturas —indicó Hammerly, con el ceño fruncido ante el tablero—. Cuento seis lunas, y solo una de ellas es esférica.

—Las otras cuatro lunas deben de estar al otro lado del planeta —sugirió Vader mientras experimentaba una sensación de impaciencia. Eso era obvio.

—Creo que no, mi señor —comentó Thrawn—. Observe la capa superpuesta de gravedad-interacción que la Comandante Hammerly ha colocado sobre la pantalla de visualización. Indica que no hay otras masas importantes en el sistema planetario.

Vader miró la capa superpuesta. No podía hacer los cálculos por sí mismo (para eso estaban los droides), pero las conclusiones de la oficial de sensores estaban desplegados en la parte inferior de la pantalla.

—¿Está sugiriendo que las lunas faltantes cayeron a la superficie?

—No es muy probable —respondió Thrawn, con una intensidad tranquila en la voz—. Cuatro masas de ese tamaño hubieran convertido a Mokivj en un infierno abrasador de terremotos y lava.

«Como Mustafar», tomó nota Vader en silencio.

—Entonces, ¿dónde están?

Thrawn movió la cabeza lentamente de un lado a otro.

—Es un misterio que debemos resolver.

—No —exclamó Vader.

Un súbito silencio descendió sobre el puente.

—¿Perdón, mi señor? —La voz de Thrawn se encontraba bajo un cuidadoso control.

—No estamos aquí para resolver misterios al azar —señaló Vader con firmeza—. Estamos aquí para buscar la perturbación que el Emperador percibió. Eso y nada más.

—Por supuesto —concordó Thrawn—. Pero es posible que descubramos que ambas están conectadas.

—¿Lo están?

—No lo sé, mi señor —contestó Thrawn.

Vader lo observó durante un buen rato mientras trataba de leer la mente de ese alienígena, pero si había una duplicidad oculta detrás de sus brillantes ojos rojos, no logró percibirla.

—Entonces, sigamos nuestro camino —sugirió.

—Por supuesto, mi señor. —Thrawn se dio vuelta hacia Faro—. Comodoro, en cuanto tengamos el hipercarril despejado, diríjase a Batuu a toda velocidad.

—Sí, señor —confirmó Faro.

El chiss se dio vuelta hacia Vader.

—Quisiera señalar una cosa más, Lord Vader. Si el Emperador está al tanto de una presencia en esta parte del espacio, de igual manera esa misma presencia puede estar consciente de usted.

Esa idea ya se le había ocurrido a Vader. Muchas veces.

—Tal vez —aceptó—. Pero que esté consciente no indica necesariamente que esté preparado.

—No —susurró Thrawn. Tal vez también el gran almirante estaba mirando a un pasado distante y poco placentero—. Por supuesto que no.