Anakin Skywalker frunció los labios.
—Nop —respondió—. Nunca he oído de él.
—No hay razón para ello —indicó Padmé Amidala, mientras negaba con la cabeza. Aquel día no se había recogido el cabello, y sus trenzas brillaban tenuemente cuando se movía. A Anakin siempre le había gustado ese efecto—. Está en el límite del Borde Exterior, justo al lado de las Regiones Desconocidas.
—¿Por qué es importante?
—No lo sé —admitió Padmé—. Todo lo que tengo es el mensaje de Duja de que tropezó con algo que está pasando en algún lugar del área de Batuu y cree que debemos investigarlo.
—Algo está pasando en algún lugar —repitió Anakin—. No es exactamente el informe de inteligencia más sólido que he escuchado.
—Eso es lo que creen también todos en el Alto Mando. —Padmé hizo una pausa, y Anakin percibió una mezcla de inquietud y obstinación que crecía en ella—. Por eso voy a ir personalmente a ver qué pasa.
Anakin conocía tan bien a su esposa que había adivinado a dónde llevaría eso. Aun así, sintió algo parecido a un golpe en el estómago.
—¿Sola? —preguntó, aunque, una vez más, no había necesidad.
—Por supuesto que no —respondió Padmé—. Duja ya se encuentra allí, ¿recuerdas? Oh, no me mires así.
—Así, ¿cómo?
—Como un… —Hizo una pausa apenas perceptible mientras, por instinto, se recordaba a sí misma dónde estaban todos los demás en el complejo de oficinas y confirmaba que no había nadie que pudiera escucharlos—… esposo. O al menos como un jedi protector —añadió con una sonrisa traviesa.
Anakin le regresó la sonrisa. Hubo una época en la que él no había sido nada más que eso para ella. Aunque, aun entonces, él quería ser algo más.
—Bueno, soy un jedi protector, ya lo sabes —comentó—. No hay razón por la que no deba parecerlo ni hablar como tal. —Apretó los dientes por un momento, mientras se esforzaba por contener sus crecientes emociones como los instructores jedi le habían enseñado—. Por desgracia, también soy un General Jedi, y está por presentarse una batalla que se supone que debo liderar. Si tan solo…
Se interrumpió. Si tan solo Ahsoka no hubiera abandonado la Orden Jedi. Pero lo había hecho y se le extrañaba mucho, no solo por sus habilidades en la batalla. Tal vez Padmé estaba pensando lo mismo y extrañaba a la joven padawan de Anakin casi tanto como él. Al menos, comprendía lo suficiente para no preguntarle si alguien más podría sustituirlo en la inminente batalla.
—Saldrá bien —dijo, en cambio—. Has conocido a algunas de mis anteriores doncellas. Sabes lo bien entrenadas que están en combate y espionaje.
—¿Duja es decente en eso?
—Una de las mejores —le aseguró Padmé—. Una vez que estemos juntas, el protector del enemigo será quien deba preocuparse.
—Tal vez. —Anakin alzó una ceja—. No es una de tus mejores frases, por cierto.
—Lo sé —concedió Padmé—. Tengo que guardar todas esas para el Senado. —Suspiró—. Anakin, ¿crees que esta guerra terminará algún día?
—Por supuesto —contestó Anakin automáticamente, con un entusiasmo que en realidad no sentía. Porque era una pregunta que todos se estaban haciendo. ¿Alguna vez terminaría?
Ya había durado más de lo que él esperaba. Tal vez más de lo que cualquiera de ellos había esperado. Hasta ahora, el Canciller Palpatine había evitado que las cosas se desmoronaran y mantenía a la República concentrada y firme, pero ni siquiera él podía hacerlo eternamente. ¿O sí?
Muchos habían muerto. Demasiados. Pero Anakin se había prometido que Padmé no sería una de ellos.
—¿Cuándo regresarás? —quiso saber.
—No lo sé —respondió Padmé—. No hay demasiados hipercarriles estables en esa área, así que tomará algún tiempo llegar allí.
—¿Quieres que busque una ruta para ti? —preguntó Anakin—. Tal vez en los archivos jedi haya algo mejor que los mapas estándar.
—No, está bien —contestó Padmé—. Alguien podría toparse con un registro de tu búsqueda y no quiero que nadie más sepa que voy allí. Puedes ahorrártelo para cuando vengas a unirte a nosotras: entonces realmente necesitaremos que llegues a toda velocidad.
—Créeme que lo haré. —Anakin movió la cabeza de un lado a otro—. No sé, Padmé. En realidad no me gusta que te quedes sin posibilidades de contacto tanto tiempo.
—A mí tampoco me gusta —admitió—. La holorred nunca ha funcionado muy bien estando tan lejos, ni siquiera antes de la guerra, y dudo que llegue a mejorar. Aun así, en la región operan cinco servicios de mensajes privados, de modo que, aunque sea con un poco de retraso, podré enviarte información. —Estiró la mano y le tocó el brazo—. Estaré bien, Ani. De verdad.
—Lo sé —reconoció Anakin.
No lo sabía, por supuesto. Podría proteger a Padmé en Coruscant, por lo menos parte del tiempo. No podría hacerlo si estaba en un alejado extremo de la nada. Pero Padmé ya había tomado una decisión, y Anakin sabía que sería inútil seguir discutiendo. Las antiguas doncellas de su esposa le eran fieramente leales, y esa lealtad era correspondida. Si Duja estaba en problemas, o simplemente los había descubierto, ahora que le había pedido ayuda a Padmé no habría poder en la galaxia que pudiera mantenerlas separadas.
—Tan solo prométeme que me informarás lo que pasa en cuanto puedas —pidió, y tomó la mano de Padmé con la suya. La izquierda, por supuesto, la de carne y hueso. A ella no pareció importarle nunca la diferencia, pero Anakin no la olvidaba.
—Lo haré —lo tranquilizó ella—. Un viaje rápido, una evaluación veloz y directa a casa. Tal vez esté de regreso antes que tú.
—Te tomaré la palabra —le advirtió—. Y hablando de tomar…
Dio un paso para acercarse a ella, y por un momento permanecieron en un abrazo prolongado, un pequeño oasis de paz y quietud entre la violenta tormenta de arena que seguía azotando a toda la galaxia. Pequeño y demasiado breve.
—Me tengo que ir —afirmó Padmé recargada en su hombro, y luego se apartó con suavidad.
—Y yo —replicó él con un callado suspiro—. Te voy a extrañar.
—Yo también. —Padmé le lanzó otra sonrisa, más cansada que traviesa esta vez—. Al menos tendrás a Obi-Wan para que te haga compañía.
Anakin hizo un gesto exagerado.
—No es exactamente lo mismo.
—Lo sé. —Regresó junto a él para darle un beso rápido—. Pasaremos tiempo juntos cuando regresemos. Tiempo de verdad.
—Es lo que siempre dices. —Pero también era lo que él siempre decía—. Ten cuidado, Padmé, y regresa a salvo.
—Tú también, Anakin. —Estiró el brazo y le acarició la mejilla—. Recuerda que tú eres quien va a la guerra. Yo tan solo voy a ver a una vieja amiga.
—Sí —murmuró él—. Tienes razón.
La batalla resultó como tantas otras: ganancias minúsculas aquí, pérdidas minúsculas allá, y tanto las ganancias como las pérdidas terminaron siendo engullidas por el correspondiente remolino de muerte y destrucción.
Padmé no había regresado cuando las agotadas fuerzas volvieron a Coruscant. Tampoco había enviado mensaje alguno. Anakin revisó el servicio que dijo que usaría, luego consultó a todos los que operaban en esa parte del Borde Exterior. Nada. Revisó el conjunto de los registros recientes que llegaban de manera rutinaria a Coruscant para revisión y archivo, buscándola por nombre, diseño de nave, descripción física y hasta por las joyas que solía portar. Aún nada. Pidió al Concejo Jedi que le permitiera ir a buscarla él mismo, pero el Conde Dooku había reanudado sus actividades y le negaron el permiso. Otra batalla, una rápida esta vez, y estuvo de regreso en Coruscant.
Aún no había mensajes, pero esta vez su búsqueda de documentos arrojó una coincidencia. Habían encontrado la nave de Padmé, o una de la misma clase y tipo, abandonada en Batuu. Los cazadores locales que la habían encontrado dijeron que parecía desierta. Padmé Amidala, senadora y antigua reina de Naboo, se había esfumado.