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MALOS HÁBITOS

No recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché estas dos palabras juntas, pero lo que sí sé es que, incluso, sucede a diario en algunas ocasiones. Puede ser que salgan de la boca de alguna persona, de esas a las que les encanta dar consejos de vida a los demás, o también puede que las lea navegando por internet, o canalenado en televisión.

 

Incluso, me ha pasado que hasta caminando desprevenida por la calle me entregan un volante de esos que invitan a cambiar de vida con productos milagrosos.

Pero lo cierto es que, sin querer desprestigiar a los médicos, nutricionistas y demás especialistas en estos temas, durante toda mi vida he aprendido que hay una segunda lista de malos hábitos en los que, a diario, sin querer, caemos y que son tan nocivos como los oficiales.

Qué bonito sería que todas caigamos en la cuenta de estos malos hábitos y que, así como nos metemos en dietas imposibles, o vamos horas al gimnasio, también entrenemos la cabeza para cambiar estas actitudes, que muchas veces son comportamientos adquiridos que ni sabemos por qué hacemos ni cuánto daño nos pueden causar.

Así que me dije, ¡qué bueno sería hacer una lista sencilla de estos malos hábitos para saber cómo sacarlos de nuestra vida de una vez por todas! Acá va:

DARNOS PALO:

Esta es una fea costumbre que tenemos las mujeres, pero de la que estoy convencida ha sido impuesta por la sociedad, incluso por las mujeres más cercanas en nuestra vida, como las mamás, tías o abuelas (hay que tener en cuenta que a ellas también se la impusieron). No digo que todas, pero sí es cierto que hay un común denominador. Desde pequeñitas se nos enseñó a estar buscando nuestros defectos, a fijarnos solo en ellos, a estar constantemente monitoreando el estado de eso que consideramos un defecto, a ocultarlo, a avergonzarnos, pero también a apegarnos a éste como una relación abusiva. A una niña que se sienta bonita lo primero que le dicen es “¿por qué eres tan creída? Ni que fueras tan bonita… Un poco de modestia no te haría mal… ¿Tu mamá no te enseñó a ser más sencilla?”

Image Como si fuera pecado sentirse hermosa.

Y entonces, así crecemos, sintiéndonos feas o imperfectas, preguntándonos ¿Por qué yo? ¿Por qué yo soy la de la celulitis y mi prima no? ¿Por qué yo tengo acné y mi hermana no? O ¿por qué no me crecieron los pechos como los de mi amiga? ¿Por qué yo me engordo y mi mamá es delgada? Y se deriva el segundo mal hábito….

COMPARARNOS CON LAS DEMÁS:

Este es un mal hábito que se puede convertir en un estilo de vida y del que se desencadena el que, para mí, es el peor de los sentimientos: la envidia. ¡Qué fuerte y desgastante es sentirla! Y nadie puede decir que nunca la ha sentido, porque desgraciadamente está pegada a los seres humanos, como la carne a los huesos. Por mucho tiempo estuve encadenada a esta emoción como si fuera una sombra pesada con la que estaba condenada a convivir. En una etapa tan difícil como la adolescencia, incluso, pensé que estaría conmigo para siempre, que era mandatorio en mí sentirla porque era gorda, porque no era la más bonita, ni la más popular, y que si no era una de estas niñas entonces tenía que sentir envidia.

Como niña gordita que siempre fui era muy difícil no compararme con las chicas más lindas del salón y no anhelar tener su cuerpo, poder usar los pantalones descaderados como ellas, o qué decir las ombligueras que tan de moda estuvieron en esa época, que hoy en tiempos más modernos y vanguardistas llamamos crop tops, (soy de finales de los 80, cuff cuff).O recibir una invitación para ir a piscina o a paseos y entrar en pánico por cómo los demás me podrían ver y descubrir todos esos defectos que tanto me esforzaba en ocultar. No tener que inventar excusas como: es que soy asmática, es que soy muy blanca y no me puede dar el sol, etc…

Y el peso solo fue el comienzo, el color o la for-ma del pelo, el tono de piel, las cejas, los novios, y hasta la personalidad entran en esa lista.

Image Porque sentir envidia y estarse comparando con las demás, con lo que ellas tienen y uno no, es como una adicción.

El anhelar una sola cosa ya no me satisfacía las ganas de sentirme mal, entre más miserable me sentía conmigo misma, más me hundía en ese hoyo en el que creía que debía estar.

Hoy en día, después de tantos años, veo fotos de aquellas épocas y me digo por Dios ¿por qué me sentía gorda si no lo era? Cómo me encantaría volver a esa época y decirle a esa joven que era hermosa, que era perfecta, que esos defectos estaban en su cabeza y que esas chicas a las que tanto envidiaba sentían las mismas inseguridades. Incluso algunas que fueron crueles lo fueron por lo mismo, porque decidieron tomar la intimidación y la crueldad como un arma de defensa para no demostrar que también se sentían imperfectas.

Pero dicen que uno no aprende de palabras, hay que vivir todo en carne propia para entender el proceso.

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Si fue así, lo recibo con agrado porque hoy en día tengo la piel dura y el que venga a juzgarme por mi aspecto solo se encontrará con una mujer fuerte que tomó esa palabra a la que tanto le tuvo miedo y la puso en su nickname.

CONSTRUIR LA AUTOESTIMA BASADA EN LA OPINIÓN DE TERCEROS:

Parece sencillo asumir que la autoestima es la percepción que tenemos sobre nosotras mismas. Sin embargo, en algún momento del camino confundimos el término en la cabeza con la manera en que los demás piensan de nosotras. En vez de mirarnos al espejo antes de salir y preguntarnos a nosotras mismas ¿cómo me veo?, lo hacemos a un tercero, puede ser a la mejor amiga, la pareja, los papás o, simplemente, al que esté al lado, claro que, a éste, a veces, con cierto grado de desconfianza.

Y resulta que esa capacidad de darnos una opinión propia se termina atrofiando de no usarla, lo que hace que sea casi imposible respondernos esa simple pregunta: ¿cómo me veo?

La inseguridad y la duda de no ver algo que los demás ven, o, al contrario, querer estar segura de que los demás no ven eso que yo sí veo, hace que no podamos salir de la casa sintiéndonos lindas sin una opinión aprobativa de otro, porque es que la nuestra no es válida.

Miren, puede que no tengamos muy presente esto en nuestra mente, pero escuchen esta historia para que me crean: recuerdo que hace unos años tenía una chaqueta con estampado camuflado que adoraba, además de que estaban en tendencia y me sentía súper fashion cuando me la ponía. La alcancé a usar tres veces antes de que una noche, para una salida con amigos, decidí hacerle a alguien muy cercano la dichosa pregunta:

—¿Cómo me veo?

—Te ves como una carpa —respondió sin durarlo, de manera fuerte y clara.

En ese momento sentí cómo algo dentro de mí se rompía, creo que pude escuchar el sonido de crack en mi cabeza. Sentí rabia, no solo con esa persona por su respuesta directa y sin titubear, lo que le aportaba más drama a la cosa, sino conmigo misma por permitirle hacerme sentir así. Fue como si mi radar de estilo estuviera averiado. Y lo peor: ya había salido un par de veces a la calle viéndome como una carpa sin darme cuenta, ¡y hasta fotos me había tomado! ¡Que oso! Pensé muchos días que, además de carpa, era ciega y convencida. Jamás me volví a poner esa chaqueta. La guardé en una caja en la que no pudiera verla nunca más. Le cogí terror, de solo pensar que me disfracé de un elemento de camping sin saber me daba una vergüenza profunda.

—Estuve viendo en Instagram tus fotos viejas y no recuerdo esa chaqueta militar, no te la he visto nunca —me dijo un día una amiga cercana.

—Te la vendo, tiene dos posturas —le respondí sin pensarlo, y fue así como me deshice de la carpa móvil.

Pero, ¿Qué pasó si yo me sentía divina cuando la usaba? Pues que dudé por completo de mi autopercepción y di por válida que la otra persona tenía razón. Su opinión valía más que la mía, porque la mía sobre mí no estaba bien, no estaba “ajustada”.

Lo más paradójico de esta historia es que la persona que me hizo la crítica un tiempo después recibió de regalo una chaqueta que, aunque era mucho más elegante que la mía, tenía un estampado militar. Nunca la usó y pasó mucho tiempo colgada en su ropero hasta que su hermano la sacó y le dijo, “¿me la puedo poner?, está súper chévere”. Desde ese día esa persona la usó hasta que se le destiñó.

¡Voila! Ahí entendí que yo no me vía como una carpa. Simplemente a esa persona no le gustaba el estampado militar y, como cualquier otro ser humano, tampoco se sentía seguro de usarlo. Necesitó la aprobación indirecta de un tercero para hacerlo.

Pero tuve que sentirme mal, dejar ir una prenda que me encantaba y que estaba en plena tendencia, y luego ver que esta persona tenía sus propias inseguridades con el tema para entenderlo y aprender.

Image Que si yo me siento bella y me veo bella en el espejo, eso es lo que importa, y que a la única persona que le tengo que hacer esa pregunta de ¿cómo me veo? es a mí, únicamente a mí.

El proceso de construir una autoestima sana y equilibrada es más que difícil, pero no imposible. La palabra correcta para conseguirlo es desaprender. Hay que desaprender a pensar que lo que dicen los demás sobre nosotros mismos es lo que define lo que somos. Hay que desaprender a hacernos las sordas con nuestra voz interior. Está ahí para que la escuchemos, para que le preguntemos y perdamos el miedo a recibir una respuesta, a creer en ella, y a entender que esa es la voz que más importa, y que esta voz no tiene por qué ser validada o respaldada por otra, porque a la larga nadie ve por nuestros ojos, ni vive en nuestros zapatos, solo nosotras.

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PORDEBAJEARNOS

Aunque este mal hábito se puede confundir con el de “darnos palo”, tiene sus grandes diferencias. Darnos palo es solo fijarnos en lo feo que tenemos y obsesionarnos con eso. Pordebajearnos es creer que eso “malo” o “imperfecto” que tenemos nos lo merecemos y es el correcto orden de las cosas.

Este comportamiento tan nocivo no solo afecta a la percepción que tenemos sobre nuestros cuerpos, también se extiende a la manera en cómo nos relacionamos con los demás y a creer muchas veces y erróneamente que sufrir está bien, que aguantar es la manera y el camino a una felicidad que no va a llegar.

Esto puede traducirse en tener una pareja abusiva que no nos hace felices y que, al contrario, nos recuerda a cada instante esas imperfecciones o defectos que tenemos, pero que debemos estar agradecidas de que esa persona está ahí, porque nadie más nos va a querer. O en el trabajo, aguantar a un jefe imposible que hace chistes flojos sobre nuestra apariencia o se cree con el derecho de decirnos qué aspectos físicos cambiar para “mejorar”, pero que hay que aguantar y sonreír porque me dieron trabajo y la calle está muy dura.

O tener una amiga que siempre está señalando los defectos, que lo primero que me dice cuando me ve es, ¿cómo estás de gorda/flaca/vieja? sugiriéndome qué debo usar y qué no, haciéndome sugerencias sobre cómo cambiar porque simplemente como me veo no está bien.

¡Basta ya con esto! Lo más triste es que no son ejemplos inventados solo para darles una referencia y que me entiendan. A diario recibo mensajes como estos de mujeres que se sienten mal porque después de que tuvieron hijos y ganaron peso sus esposos las amenazaron con dejarlas si no recuperaban su figura.

A otra, que en su oficina su jefe o sus compañeros de trabajo se la montan por piernona, y la molestan cuando usa minifalda. Incluso, una persona me escribió porque su pelo es crespo y tiene una amiga que no hace sino darle consejos de qué untarse o cómo plancharlo para que no se le vea “esa mata de pelo tan fea”.

¡Por Dios! ¿Se dan cuenta qué tan violento puede llegar a ser esto? Recibir constantemente este tipo de mensajes no solo acaba con la autoestima de cualquiera, sino que le lavan el cerebro y la persona termina creyéndose todo y pensando que es por su bien.

MI OPINIÓN SOBRE LOS DEMÁS NECESITA SER ESCUCHADA.

Este es un mal hábito visto desde el otro lado. Mucho del daño que causamos a las personas viene de las “buenas intenciones”. A veces creemos que nuestra opinión sobre cómo se ve alguien y cómo podría mejorar es valiosa y, por lo tanto, esa persona la debe escuchar. Y nada más lejano de la realidad que eso.

Image Muchas veces lo que parece ser una inofensiva crítica constructiva puede convertirse en una bomba atómica que destruye a una persona.

Pero como sé que en nosotros es un tema más cultural, los latinos somos bien metiches y tenemos poco tacto en cuanto a dar nuestra opinión de algo, hay un ejercicio mental que aprendí y que me gustaría compartirles, se llama:

La regla de los 3 minutos.

Si ves a una persona que hace tiempo no veías, antes de dar un juicio o una opinión sobre su apariencia, hazte la pregunta mentalmente:

¿Esta persona lo puede corregir en los próximos tres minutos?

Un ejercicio aparentemente sencillo, pero que cuesta adaptarlo. Sin embargo, una vez se domina es una gran solución para esas ganas de querer estar comentándolo todo.

Por ejemplo, tiene pintalabios en los dientes ¿Se puede corregir en tres minutos?

Sí, entonces dile.

Se le ve la tira del brasier ¿Se puede corregir en tres minutos?

Sí, entonces dile.

Está más canosa ¿Se puede corregir en tres minutos?

No, entonces para qué decírselo.

Está más gorda ¿Se puede corregir en tres minutos?

No, entonces para qué decírselo.

Se ve demacrada y ojerosa ¿Se puede corregir entre minutos?

No, entonces para qué decírselo.