U no de los psicólogos encargado de la selección de astronautas en la antigua Unión Soviética comentaba, en una conclusión de sus años de trabajo, que lo que finalmente determinaba quien iba a ser astronauta y quien no, era su motivación por serlo. Ninguna capacidad fisiológica o intelectual, ninguna aptitud específica o habilidad personal, podía compararse a la motivación. Esta conclusión de un profesional que había desarrollado su actividad en un universo, alejado temáticamente y geográficamente, confirma una convicción existente entre los técnicos deportivos de nuestras latitudes: la motivación por competir es condición sine qua non para el entrenamiento y el éxito deportivo. Lo mismo podría decirse de otros ámbitos de desarrollo humano como el laboral o el artístico.

Al ser la motivación a título personal y profesional tan importante, la cuestión es clara: ¿qué es la motivación? De la respuesta a esta pregunta depende nuestra capacidad para intervenir en ella.

 

 

- Definición ordinaria de motivación

 

Cuando hablamos de motivación humana, en el lenguaje ordinario, lo hacemos para referir que cada persona tiene algo que le mueve, en mayor o menor grado, a actuar. Normalmente afirmamos que existe motivación a partir de la observación de la fuerza o la persistencia con que se hace una acción. Esto es importante: no sabemos de la motivación sino a través de la acción. Luego, cuando hemos observado una o varias veces a un sujeto, podemos decir que está motivado incluso antes de que actúe.

La palabra motivación forma parte de una constelación de palabras tales como emoción, sentimiento, interés, actitud, necesidad y otras que cubren, con distintos matices, nuestro hablar sobre el comportamiento y sus causas. Pero el término “motivación” lo hace en una dimensión concreta: refiere el estado disposicional de cada uno para iniciar y continuar una acción. Es decir, hablar de motivación es hablar de un estado de cosas personal que mueve a la acción y que se sitúa en el tiempo como previo a la acción.

La denotación del carácter de “fuerza que empuja” a la acción es lo distintivo de este concepto respecto a los otros.

Así, emoción y sentimiento son conceptos que se utilizan normalmente para referir efectos o estados consecuentes a la acción, pero no propiamente lo que mueve a la acción. De hecho, cuando se quiere dar la idea que una emoción o un sentimiento son algo más que estados de una persona, se especifica que actúan precisamente como motivación. Así se dice, por ejemplo, que el odio es una emoción que motiva, ya que el individuo tiende a actuar contra aquello que odia.

El concepto de interés comporta la idea de algo que mueve o puede mover a la acción, pero denota que el objetivo, lo que se quiere conseguir con la acción, es lo motivante. Por decirlo de algún modo, el interés es una motivación “exterior” al sujeto y normalmente es algo concreto. Por ejemplo, se dice que uno tiene interés por el deporte y ello significa que uno practica deporte, asiste a eventos deportivos o lee sobre deporte. Está claro, pues, que tener interés por algo es también estar motivado por ello.

El concepto de actitud refiere un estado disposicional pero no comporta acción, aunque la puede generar. Este concepto se relaciona claramente con el más sociológico y periodístico de opinión. Así, por ejemplo, uno puede tener una actitud favorable a la presencia de la mujer en el arbitraje y ello conlleva que cuando se plantea su presencia en un partido concreto, se esté a favor y se actúe defendiéndola y aceptándola.

Necesidad por otra parte también es un término disposicional que denota la falta de algo que puede también motivar. De hecho, utilizamos muy a menudo necesidad como sinónimo de motivación y así decimos que tenemos necesidad de competir o de salir de casa, como expresión de motivación. En un sentido más básico también existe una coincidencia de significados: decimos que tenemos hambre como necesidad o motivación biológica meramente orgánica.

Sea como sea, todas estas palabras, y otros posibles sinónimos, se integran dentro del concepto amplio de motivación cuando quieren indicar ese algo que empuja o mueve a la acción y a la perseverancia en esa acción.

Ese hablar ordinario refiere, también, el grado o la fuerza con que se da la motivación de las personas, de quien hablamos o de nosotros mismos. Por eso, las expresiones lingüísticas refieren estar muy o poco motivado, estarlo unos más que otros, estarlo ahora más que antes, etc. Se dice que un individuo está muy o poco motivado, permanentemente o escasamente motivado, etc. Con el uso de adverbios como estos se perfila ese conocimiento que nos interesa respecto del grado o el “quantum” motivacional de un individuo concreto.

 

 

- Definición científica de motivación

 

Las ciencias tienen una forma de hablar distinta sobre el mismo tema de la motivación, con sus ventajas y sus inconvenientes. Se centra en poner de manifiesto las causas de la motivación y de la magnitud de ésta. Ciencias como la Biología, la Psicología y la Sociología tratan esas causas y pretenden aportar explicaciones del porqué de la motivación individual y de su fuerza. Lo que pretenden, dicho de otra forma, es establecer una comprensión más amplia y, presumiblemente, más cierta de aquello que está incluido en el concepto de motivación en el hablar ordinario.

La ciencia se preocupa del funcionamiento general de la naturaleza y eso incluye la naturaleza humana. Ese funcionamiento general de la naturaleza lo plantea estableciendo distintos niveles; tiene en cuenta los aspectos físicoquímicos, los biológicos, los psicológicos y los sociológicos; su interdependencia y los factores y determinantes a cada nivel funcional. De todo el entramado funcional que nos plantea la ciencia actual, nosotros vamos a destacar aquellos contenidos que cubren lo que en el lenguaje ordinario llamamos motivación. La ciencia, por tanto, trata de todos los aspectos funcionales de la naturaleza que explican el porqué de las acciones concretas de los individuos, atendiendo así, desde una perspectiva explicativa funcional, el hablar ordinario sobre la motivación individual.

 

 

- Definición de automotivación

 

La automotivación es la motivación que uno consigue a partir del conocimiento de su funcionamiento y de sus causas. Es decir, hablamos de automotivación cuando uno mismo planea regular la fuerza que le empuja a actuar, a partir del conocimiento que tiene sobre sí mismo. En este sentido y llevando el término a la práctica, se trata de una actividad consciente, de un sujeto reflexivo, que procura ser el agente de su conducta.

Se puede decir que una máquina está motivada por cuanto actúa con determinación en su ejecución, pero está claro que su motivación es automática. También se puede decir que un organismo animal está motivado por cuanto se deduce, como en los humanos, que actúa con una determinación selectiva de cara, básicamente, a cubrir sus necesidades de alimentación e integridad física. Su motivación, sin embargo, no pasa de ser una reacción o una reacción condicionada. Un animal domesticado amplía sus motivaciones, por efecto de la manipulación que los humanos ha-cemos de sus necesidades, para conseguir determinadas acciones. Sólo los humanos, en cambio, tienen o pueden tener motivación por lo que conocen. Es decir, los seres humanos que mediante el lenguaje se orientan sobre la realidad de las cosas, –de su pasado, de su presente y de su futuro– tienen la posibilidad de guiar su motivación según este tipo de orientación.

Es por ello que la idea de automotivación es connatural al hombre y no lo es a los animales o las máquinas. La actividad cognoscitiva que nos brinda el escuchar, el hablar, el leer sobre cómo suceden las cosas y por qué –también cómo nos suceden las cosas a nosotros mismos y por qué– nos capacita para prever todo aquello que nos pueda afectar. Decimos entonces que el ser humano tiene conciencia de las cosas, de las que le afectan en particular. Esa conciencia es la que actúa de guía de la acción y, en este sentido, la motiva. Por eso podemos hablar de automotivación. Está claro que la motivación que proviene de la conciencia es un tipo determinado de motivación; tiene además sus ventajas y sus limitaciones. Ese tipo determinado de motivación consiste en construir un saber adecuado sobre las cosas, también un saber sobre cómo se forma la conciencia. A partir de ahí, hay que ver cómo la conciencia puede realizar una autorregulación motivacional que supere –y nos lleve más allá– de nuestros automatismos o nuestras reacciones motivacionales, y también más allá de nuestros comportamientos inconscientes.

 

 

CONCEPTOS BÁSICOS

 

Cualquier individuo que pretenda conocerse debe tomar en consideración, en primer lugar, que hay realidades naturales sobre las cuales, como individuo, no tiene control. Estas realidades se organizan y se desarrollan más allá de su existencia, pero le afectan y le mueven de una manera decisiva. Nos referimos a los grandes movimientos de la naturaleza que son la materia, la vida y la sociedad.

Con el concepto de materia referimos aquí la realidad del mundo físico. El movimiento de los astros –del Sol y de la Tierra, y todo lo que conlleva elementos energéticos, de luz, temperatura, existencia de oxígeno y de agua, etc.– es algo que nos trasciende, ya que no lo controlamos y, además, es preexistente y existirá después de nosotros. Nosotros nos hallamos inmersos en ese universo.

La vida es otra realidad que nos trasciende. Somos organismos que formamos parte de una historia de vida, que es anterior a nosotros y que continúa después de nosotros. Reconocer ese hecho es clave para asumir la correcta comprensión de nuestra existencia y para ponderar la realidad de nuestras opciones y nuestras fuerzas como organismos particulares. En general, el concepto de vida nos remite a esa realidad coyuntural –a ese equilibrio biológico frágil- de nuestro planeta y a todos sus condicionantes; entre ellos los que la especie humana construye con sus actuaciones. De un modo más particular y atendiendo al ciclo vital individual, es posible observar ya nuestra enorme dependencia de las leyes de vida. Estamos sujetos a nuestra fisiología desde antes del nacimiento, tenemos riesgo de enfermedades, crecemos y luego envejecemos y ello conlleva cambios definitivos en nuestra existencia cotidiana. Reconocer esa dependencia orgánica y, particularmente, la que refiere los límites de nuestra existencia biológica es, sin duda, un acto necesario para tomar conciencia de lo que nos mueve en un ámbito más general y básico. Por otra parte, la consideración del funcionalismo orgánico, en el día a día de nuestra existencia, ha de formar parte de nuestra consideración al tratar la motivación de forma más concreta.

La sociedad es la tercera gran fuerza. La existencia de un universo de convenciones lingüísticas, de criterios de conocimiento y de conceptos disponibles, pero también de costumbres, de valores, de creencias o simplemente de prejuicios y de tantos y tantos aspectos sociales independientes de nuestra existencia y nuestro pensar, es algo que exige reconocimiento. Lo exige, evidentemente, para entender el mundo y cómo nos afecta en esa nueva dimensión, pero también para organizar la propia existencia en él. Ni que decir tiene que, en este sentido, la relación del individuo con la sociedad que le rodea debe constituir el grueso del tema de la motivación, ya que el hombre es un ser que se define precisamente por su carácter social; es decir, por su regulación conductual de acuerdo con lo convenido por los grupos en los que participa.

Materia, vida y sociedad son tres grandes dinámicas que nos mueven; se podría decir que son como tres “dioses” de nuestro mundo real. No exigen creencia porque están ahí; pero sí nuestra atención permanente. Nuestra existencia se desarrolla en su presencia y nos hallamos sujetos a sus leyes. El individuo concreto, la persona consciente, debe reconocerlos y aceptarlos; a la manera como, en los santuarios helénicos, el primer paso para la curación consistía en hacer ofrendas a los dioses; eso es reconocer su existencia y su poder.

La motivación individual es la motivación que nos interesa, pero es bueno reconocer que, a menudo, existen esas motivaciones materiales, vitales y sociales que nos afectan en múltiples dimensiones sin que nosotros, como individuos particulares, podamos alterarlas.

El reconocimiento que dependemos de esas grandes fuerzas que nos superan se halla en nuestro lenguaje y en nuestro pensamiento. Aquí se trata de hacerlo explícito. Efectivamente, cuando decimos que tenemos –o que somos– un cuerpo, reconocemos que en eso somos igual que una piedra, una mesa o un astro. Es decir, estamos sujetos al orden universal de los cuerpos y por ello nos afecta la traslación de la Tierra y su rotación, la gravedad y la presión, y todo lo que afecta a la materia en general.

Por otra parte, cuando decimos que somos un organismo, reconocemos que nos mueve otro orden de cosas que es la vida, y que en eso somos iguales a otros seres vivos como las plantas y los animales.

Cuando decimos, por otro lado, que somos un ciudadano, reconocemos entonces que formamos parte de un grupo cultural o de la sociedad en general.

Cada uno de nosotros, en lo que tenemos de cuerpo, de organismo y de ciudadano estamos motivados por las fuerzas materiales, vitales y sociales que nos trascienden. Esta idea básica tiene una enorme trascendencia para entender la motivación humana, ya que supone reconocer y tomar en consideración aquello que nos mueve más allá de nuestro control. Lo veremos con más detalle.

En cuanto al cuerpo, destaca el tema general de nuestra estructura mecánica y las proporciones de ese cuerpo que van cambiando a lo largo de la vida. El cuerpo humano está predestinado a moverse sobre un suelo estable; andar es su forma de desplazamiento, con dificultad se mueve en el agua y no vuela. Ello, aparte de ser una obviedad, marca claramente los límites motivacionales más elementales que poseemos como especie.

Un tema más determinante de nuestra motivación cotidiana a lo largo de la vida es el del tamaño y las proporciones del cuerpo. La altura y el progresivo descenso del centro de gravedad que se produce al crecer, explican la posibilidad y los límites de las acciones y de las habilidades perceptivo-motrices en un determinado momento de crecimiento. Existe un conocimiento claro sobre este tema y lo que interesa destacar es que ello repercute en la motivación de los sujetos, especialmente de los niños, para realizar determinadas acciones. Andar para un niño de un año es algo mucho más difícil que hacerlo a los siete, por ejemplo. Aparte de la fuerza y la coordinación muscular que haya adquirido, el centro de gravedad del cuerpo es muy alto al año y más bajo a los siete, con lo cual la facilidad para desplazarse del cuerpo es mucho mayor a los siete que a un año. Para el tema crítico de la bipedestación y el equilibrio dinámico del cuerpo, éste es un aspecto relevante. Ello significa que puede haber más accidentes al año de vida que más tarde; en aquella acción básica de andar y en todas las que comporten exigencia de equilibrio, con todo lo que pueden significar de daño, aversiones y miedos. Pero es que, además, prácticamente todas las cosas del mobiliario doméstico y urbano están pensadas para los cuerpos humanos adultos y ello significa que subir y bajar escaleras, subirse a una silla o entrar y sentarse en un coche o autobús, comporte acciones completamente distintas en los niños y en los adultos. El tema es particularmente crítico en el deporte. Jugar a fútbol o a básquet para un niño comporta unas exigencias difícilmente alcanzables, desde agarrar con seguridad una pelota, desproporcionada para sus brazos, hasta cubrir una portería inmensa e inconmensurable para un niño de seis años. Pero hay más: los cambios en las proporciones de un niño que va creciendo le obligan a ir modificando sus habilidades de juego y eso, aparte de exigir un continuo e inacabable aprendizaje, significa mayor posibilidad de errores y menor dominio de las acciones, y más que probables desmotivaciones según ello. Si un niño desea jugar a ping-pong, por ejemplo, tiene que ir modificando sus golpes conforme crece y hasta que no alcance la altura del adulto va a estar en inferioridad de condiciones, como se dice habitualmente. Eso, sin duda alguna, tiene que ver con la motivación, puesto que señala que, para un niño que no tiene un cuerpo como el del adulto, su coordinación física es continuamente más exigente y eventualmente más frustrante que para los sujetos adultos.

Ser un organismo, por otra parte, comporta igualmente una serie de condicionantes de las acciones individuales. Los más importantes son todos los relativos al mantenimiento cotidiano del cuerpo y que tienen que ver con la alimentación y las necesidades orgánicas en general. Lo vamos a ver más adelante. Sin embargo, existen aspectos más generales del funcionamiento orgánico que conviene destacar aquí, por el hecho que actúan de contexto biológico general a la existencia de cada uno y explican la motivación en el sentido de disposición para la acción.

Hay que asumir, nuevamente, el hecho que somos un organismo y que ello comporta cambios en la motivación relevantes. Así, el estado de enfermedad conlleva desánimo e inapetencias mientras que el estado de salud conlleva ánimo y deseo de hacer cosas. De la misma manera el estado de fatiga induce al descanso, mientras que el de vigor induce a la acción. Igual sucede con todo aquello relativo a los estados de sueño y vigilia. Cuando tenemos necesidad de dormir no hay motivación para otra cosa, mientras que cuando nos hallamos en estado de vigilia es cuando realizamos nuestras actividades motivadas. Un tema importante, en cuanto a la motivación y relacionado con de dormir es que esta fase diaria de recuperación orgánica se hace normalmente por la noche. En cambio, la vigilia suele coincidir con el día. Por la noche hay oscuridad y durante el día luz. Y la luz aparece como un activador del ánimo, el humor y la motivación por hacer cosas. Se sabe que en los países en los que hay poca luz en determinadas épocas del año y además el día es muy corto, las personas tienen serias dificultades para mantener su ánimo y su actividad; ello se relaciona, por otra parte, con la mayor frecuencia de suicidios. No es extraño que exista, en este sentido, una terapia antidepresiva que consiste precisamente en exponerse a la luz. La luz, en todo caso, aparece como un elemento físico activador del funcionalismo orgánico y este hecho hay que tenerlo en cuenta como sustrato de motivación general.

En otro orden de cosas, las necesidades orgánicas de ejercicio y de alimentación y las necesidades sexuales juegan un papel relevante en nuestras vidas; cosa que se reconoce implícitamente y explícitamente en la organización social humana. Esas necesidades aunque a veces no son tenidas en cuenta y están como automatizadas son otro sustrato biológico relevante de motivación.

Quizá el elemento orgánico más relevante para el deportista y la vida profesional en general es la fatiga. La fatiga es un estado orgánico que se expresa de distintas maneras y es nombrado con distintas palabras, pero siempre es el efecto de la ejercitación continuada de una reactividad orgánica. Así se habla de fatiga muscular por el ejercicio repetido de una articulación y de fatiga neuronal por activación continua de un circuito cerebral. Se habla también de habituación como fatiga de un reflejo orgánico, que deja de presentarse por efecto de su estimulación repetida; o se habla de adaptación sensorial para hacer referencia a la pérdida de sensibilidad por estimulación mantenida sobre un sentido. Todas estas fatigas son relevantes porque indican que nuestro organismo condiciona y limita nuestra actividad, en el sentido que la hace menos fuerte y sensible cuando se halla en este estado de debilidad que denominamos fatiga. Además, las fatigas pueden volverse crónicas y su efecto sobre la motivación general de un individuo se hace evidente.

Como veremos un poco más adelante, los estados pasajeros de fatiga tienen una enorme relevancia en el deporte, ya que su presencia en la competición comporta distracción y pérdidas de rendimiento momentáneas, las cuales pueden desencadenar desmotivación.

Hay otros elementos físicos y químicos que también afectan a nuestra existencia en general y en situaciones concretas. Nos referimos al viento, a la altura, a la presión atmosférica, pero también a la presencia –y en qué cantidad– de elementos como el oxígeno o el ozono, todos ellos con la facultad de alterar nuestro funcionamiento orgánico y, consecuentemente, nuestro funcionalismo mental o psíquico. Así los alpinistas pueden constatar cómo sus facultades fisiológicas y mentales sufren un deterioro temporal, conforme ascienden a alturas con menos oxígeno, o los maestros observan como el paso de perturbaciones meteorológicas afectan el comportamiento de sus alumnos y el propio. La dirección de esa alteración no tiene por qué ser siempre en una sola dirección, sino que a menudo admite varias. Así, el viento altera a las personas, pero mientras unas se deprimen, otras se activan y se fortalecen. Esto es importante notarlo, ya que la manera como algunos fenómenos físicos y químicos nos afectan está mediada por nuestra forma de relacionarnos con ellos.

En una dimensión evolutiva existen los cambios fisiológicos que ocurren durante el ciclo vital de los humanos, en un ámbito funcional distinto pero concomitante a los cambios físicos. Las llamadas cualidades físicas y su evolución expresan esa condicionalidad orgánica de la evolución de los organismos humanos. Se sabe que la flexibilidad, la velocidad, la fuerza y la resistencia evolucionan de una manera característica a lo largo del ciclo vital y ello explica, con poco margen de duda, parte de la motivación individual de determinados hábitos y también habilidades en cada momento.

La llamada maduración, por otra parte, significa poner la atención en el desarrollo de los órganos y sistemas orgánicos, tanto en la fase de crecimiento como en la de envejecimiento. Aparte de cubrir explicativamente lo que son las cualidades físicas, el concepto de maduración pone especial énfasis en los cambios neurofisiológicos y sexuales de las personas, con todo lo que conllevan de potencialidades y límites a la acción individual.

Otro aspecto orgánico a destacar es la presencia de la enfermedad y la anomalía funcional, en general, de todos nuestros órganos y sistemas orgánicos. El universo de trastornos que se puede relatar es inmenso y define la relevancia de la fisiología y la medicina actuales. Piénsese sólo en los temas de salud presentes en la etapa de la infancia, o la necesidad de atención de los trastornos derivados del envejecimiento. Piénsese también en los efectos de las drogas en las personas o en los estados físico-orgánicos consecutivos a los accidentes en una sociedad como la nuestra. ¿Quién puede dudar que la motivación individual está profundamente contextuada por esa dinámica orgánica que llamamos “vida”?

La manera como esto ocurre se va a explicar, en parte, a partir de los conceptos de necesidad, condicionamiento, reforzamiento y castigo, pero es bueno darse cuenta de que los elementos orgánicos están ahí más allá, por decirlo así, de nuestra psicología, pero como base de ella.

En tercer lugar, ser un ciudadano significa asumir que somos elementos de una organización social que nos mueve según sus convenciones; es decir, según sus creencias, sus ideologías, sus valores, sus costumbres y demás manifestaciones de aquella organización. El modo en que la sociedad motiva a las personas es amplia y compleja. Hay que atender, por un lado, a las exigencias interactivas y, por otro, a la necesidad de adquirir conocimientos, según sea la organización social y su nivel de exigencia. Dado que, en gran parte, este texto está dedicado a dar una perspectiva sobre ello, lo proponemos como ilustración de lo que significa conocimiento. Vamos a concretar, a lo largo del mismo, varios aspectos de lo que significa ser ciudadano y tener conocimiento.

En una perspectiva evolutiva, puede ser interesante tomar aquí en consideración un concepto ilustrativo que sirva de referencia para establecer una generalización de lo que conlleva ser ciudadano en una sociedad. Nos referimos al concepto de ilusión.

Una ilusión es –de acuerdo con el diccionario y en la acepción que nos interesa aquí– la alegría o entusiasmo que se experimenta con la esperanza o la realidad de alguna cosa agradable. Las sociedades crean ilusiones que comparten los ciudadanos que forman parte de ellas y lo hacen de manera diferencial según la historia y las circunstancias de cada una de ellas. La ilusión es una dimensión de motivación crítica en la vida de las personas y por ello hay que plantear de momento algo general y luego ver derivaciones.

En nuestra sociedad occidental actual se comparten ilusiones, con variaciones según determinantes locales, que afectan de manera global al desarrollo personal de los individuos.

Es característico que durante la infancia, en la que los individuos tienen una enorme dependencia de los adultos, se fomenten ilusiones ingenuas e irreales como la de que existen seres, como Papa Noel o los Reyes Magos. Se crea un universo de cosas irreales y se relaciona directamente con el comportamiento de uno diciendo, por ejemplo, que esos personajes tienen en cuenta el comportamiento concreto de cada uno y traen regalos de acuerdo con ello. Es curioso que la mentira sea un componente esencial de esa ilusión. Cosa que pone de manifiesto que, en nuestra cultura, la motivación tiene un valor superior al de verdad, al menos en determinados momentos.

Paralelamente y a partir de la impotencia que caracteriza la infancia en muchos aspectos, la idea de ser poderoso y tener facultades o poderes extraordinarios, constituye un vector de motivación relevante. Las lecturas y los vídeos o películas exitosas con personajes extraordinarios como Harry Potter confirman la existencia de esa motivación basada en el deseo de tener o disponer de un poder superior.

La sociedad parece asumir el valor motivacional extrínseco –como veremos– de esos intereses, en aras a crear hábitos considerados positivos o para fomentar la actitud general de querer ser algo y autoafirmarse.

Posteriormente existen ilusiones más realistas, como la de querer ser una estrella deportiva y ser famoso, pero que tampoco ofrecen garantías de éxito. En todo caso el empeño del niño por querer ser y llegar a lo más alto en la organización social aparece como el sustrato motivacional fundamental en nuestra cultura.

La adolescencia, junto al hecho de los cambios orgánicos que introduce la necesidad sexual, es un momento de inflexión en la definición de ilusiones. El ciudadano adolescente ya no acepta las mentiras, ni que quieran motivarle de manera irreal. En eso y en otras cosas, asume una actitud crítica respecto a los mayores. Su motivación se halla en crisis no sólo por ello, sino porque asume con realismo y con plena inteligencia su situación personal. En ella, la ilusión –dudosa– por ser mayor se acompaña de la perspectiva de tener que asumir patrones de comportamiento y esfuerzos cuya asunción se cuestionan.

La juventud y la adultez acostumbran a definir un ciudadano más comprometido, con ilusiones relativizadas, que entra en rutinas formativas y laborales pero, en todo caso, con el sustrato de fuerza que conlleva un desarrollo orgánico de plenitud. Los compromisos del trabajo y la formación de núcleos familiares o de convivencia acostumbran a marcar esa etapa activa y plenamente participativa del ciudadano en la sociedad. Las eventuales crisis de motivación pueden provenir de circunstancias diversas de esa etapa, pero en todas ellas destaca la idea de un sujeto –el yo, que trataremos a continuación– que evalúa y asume, como elemento básico, el que uno mismo no se confunde con el ciudadano que trabaja y actúa, sino como un ser propio que se siente distinto y, eventualmente, motivado o desmotivado diferencialmente.

La tercera edad, en nuestra cultura, viene mayormente definida por la coincidencia, dentro de unos márgenes amplios, entre el hecho de dejar de trabajar con el de no tener responsabilidades directas en el cuidado de los hijos. La situación que se crea es ambigua, incluso en el caso estándar que todo vaya según lo previsto. La ambigüedad se refleja de varias maneras y puede ser representativo el hecho que se hable de “retiro” y “jubilación” para marcar el inicio de esa edad. Sea como sea, se entra en una fase de la vida muy motivada por la preocupación por el estado físico y orgánico y, sobre todo, por la progresiva inutilidad de la actuación ciudadana que uno puede y le dejan asumir. Una idea tenue que uno debe mantener la salud y una cierta distancia de las cosas sociales, en general, acostumbra a definir a los individuos más equilibrados. En todo caso, la ilusión por la renovación de la vida y la continuidad que se expresa en la debilidad por los nietos y los más jóvenes acostumbra a marcar la emotividad de esa etapa.

En esa visión del individuo humano que distingue su cuerpo, organismo y ciudadano, destaca históricamente todo lo que tiene que ver con la satisfacción de las exigencias individuales en aquellos tres órdenes de cosas; teniendo en cuenta la organización social que lo ha hecho más o menos posible para todos y cada uno de los seres vivos. La historia de la organización económica da muestras, muy variadas y continuas, de cómo lo social ha condicionado las motivaciones de los individuos y cómo ello ha repercutido en su existencia física y vital. Puede ser ilustrativo destacar el hecho que en las culturas judeocristiana y occidental, entre otras, se ha magnificado la intervención social –mayormente represiva y de control– en todo lo relativo a la satisfacción de las necesidades orgánicas, particularmente las sexuales y las sensuales. A efectos personales, el llamado psicoanálisis ha destacado el hecho de cómo los individuos podían presentar condicionamientos inconscientes que explicaran determinados desarrollos de la personalidad individual. De ello ha surgido toda una teoría y una práctica terapéutica culturalmente relevante en nuestras latitudes.

 

 

- El yo

 

El planteamiento inicial que acabamos de hacer conlleva una pregunta y es: ¿qué somos en realidad nosotros? Es decir, si no somos ni el cuerpo, ni el organismo, ni el ciudadano, ¿de qué hablamos cuando decimos yo o nosotros? Luego hay que plantearse otra cuestión y es: ¿qué importancia tiene esto para entender la motivación humana?

Vamos a apuntar una respuesta a estas dos cuestiones.

Cuando hablamos de “Yo” hablamos, en primer lugar, de la psique individual. La psique individual, esa realidad que nos define como seres humanos, no es ninguno de aquellos grandes movimientos que nos gobiernan, ni tampoco es el cuerpo, ni el organismo ni el ciudadano. La psique es la funcionalidad asociativa que significa la adaptación de cada organismo particular a su entorno funcional físicoquímico, biológico y social. Es decir, la psique es una funcionalidad, un comportamiento o un orden o nivel de organización de la naturaleza; no es una cosa que esté en un sitio, no es una realidad espectral o fantasmagórica que se halla dentro de la cabeza. Se trata de la funcionalidad asociativa, que se construye y que coincide con la existencia orgánica, pero que da cuenta de la manera particular en la que cada ser humano se adapta a aquellos movimientos naturales y maneja el cuerpo, el organismo y el ciudadano para conseguirlo.

La psique de cada uno se inicia construyendo hábitos para tener salud como organismo, habilidades para moverse en el mundo físico como cuerpo, y saberes para vivir en sociedad como ciudadano. Posteriormente debe manejar esas tres dimensiones de adaptación a fin de que se integren funcionalmente y su existencia sea equilibrada y duradera.

En una terminología asociativa, los hábitos son condicionamientos. Eso es: relaciones entre elementos asociativos que facilitan o dificultan el funcionamiento del organismo. Tanto en lo relativo a la alimentación, como a la higiene, como al control térmico, como en lo relativo a aspectos más eventuales, como pueden ser la ingesta de medicamentos, la organización laboral y de los viajes, los individuos han de organizarse de manera que lo que hagan les sienta bien y se evite aquello que puede causar algún mal a su integridad física o impedir su bienestar orgánico. Los compromisos sociales pueden, a veces, causar malos hábitos y condicionamientos no deseables –lo veremos más adelante- pero ello no quita que el universo clave de los hábitos tienda a facilitar el bienestar orgánico, de acuerdo con las condiciones de vida existentes.

En aquella misma terminología asociativa, las habilidades son percepciones, es decir, relaciones entre sensaciones provenientes de todas las sensibilidades. Tradicionalmente se ha dicho que los organismos de la especie humana tienen cinco sentidos –vista, oído, olfato, gusto y tacto– pero hay otros y muy relevantes para la comprensión de las habilidades motrices: la sensibilidad propioceptiva situada en los músculos, tendones y articulaciones, y la sensibilidad vestibular, situada junto al oído. El conjunto de estos sentidos, con todas las cualidades sensoriales y todo el rango de variación cuantitativa de estimulación de la que pueden dar cuenta, permiten establecer constancias y configuraciones perceptivas que constituyen el entramado funcional de lo que llamamos habilidades.

Los deportistas dedican gran parte de su tiempo a desarrollar aquellas habilidades que les permitan conseguir sus objetivos. En ese empeño hay algo que resulta clave para entender la motivación y la automotivación: es el dominio de la habilidad.

En todas las actividades humanas, pero particularmente en lo que hace referencia a las habilidades, hay un aspecto motivacional intrínseco y es el saber hacerlas. Un profesor o un docente, por ejemplo, tiene mayor motivación por dar una clase cuando domina el tema que va a exponer que cuando no lo domina. En el deporte pasa exactamente igual: cuando uno sabe hacer una acción se halla motivado para realizarla y para participar en la competición, y cuando no, tiene dudas, se siente inseguro y corre el riesgo de disminuir todavía más su dominio por interferencias emocionales añadidas.

Por último, lo que llamamos saberes o conocimientos, en una acepción más restringida, son funcionalmente entendimientos. Eso es: relaciones asociativas que significan la adaptación de los individuos a su entorno social, tanto a las interacciones sociales como a los contenidos culturales con los que uno se encuentra. El entendimiento es la facultad superior de los seres humanos y consiste en el ajuste asociativo a las convenciones sociales. Este ajuste se traduce en saberes que permiten el desarrollo individual como ciudadano. La inteligencia es el acto de entender y aunque se puede ampliar la aplicación de este concepto a los hábitos y las habilidades, normalmente se restringe su uso para los saberes que se construyen sobre el entendimiento. Hay dos grandes tipos de saberes: los interactivos y los cognoscitivos. Ambos son claves para moverse en el complejo mundo de lo social.

El saber interactivo es el primero que aparece en la vida de las personas y es especialmente relevante en el deporte: se trata de actuar de acuerdo con lo convenido en las maneras y costumbres de cada grupo. Saber comportarse es una expresión que incluye el cúmulo de exigencias que se hacen cuando uno se sienta en la mesa, atiende en una clase, coopera con otros en el trabajo, etc. En el deporte, el concepto de táctica refiere el saber relacionarse con los otros en el marco de un reglamento y de unas jugadas que son, en definitiva, convenciones sociales. El desarrollo de este saber no es simple y requiere una atención y dedicación muy exigentes. Pero sucede algo equivalente a lo que sucedía con las habilidades: uno tiene que asegurar su dominio para recibir reforzamiento y sentirse cómodo y a gusto jugando. El dominio de la táctica comporta, singularmente, el entendimiento de cuál es el juego y luego detalles sobre cómo realizarlo de acuerdo con las características de los jugadores con los que se juega y de los distintos momentos del juego. La interpretación y el posicionamiento continuamente cambiante caracterizan ese saber y uno no puede ni se motiva a jugar si no sabe; ni uno puede ni se motiva a jugar con los que no saben. Éste es, en efecto, el hecho clave que queremos destacar: saber jugar con la exigencia de posicionarse correctamente, momento a momento, en el juego es algo definitorio del saber jugar pero a su vez es su motivación por hacerlo. Por decirlo en otras palabras: igual que hay dominio de la técnica que motiva a realizar la acción, hay dominio de la táctica que motiva a interactuar con los otros.

El saber cognoscitivo hace referencia a la función del lenguaje que es la de referenciar y sustituir los eventos que son relevantes para cada uno. Toda la llamada instrucción escolar y extraescolar y también la universitaria llevan, en general, a este fin. En el ámbito del deporte, pero también en el profesional y el empresarial, formar a cada jugador o trabajador en el conocimiento necesario para ganar y progresar conlleva esa idea de disponer de conocimientos que comportan objetivos deseados o necesarios para el buen desarrollo de la actividad de cada uno. Hablar y pensar sobre ello se convierte, de esta manera, en otra forma de motivar. Es la propia del que lee y se informa para orientarse y para prever lo que puede suceder y cómo tratarlo.

Esas tareas que definen la psique son el primer y fundamental aspecto de la motivación humana. Estar motivado en los humanos significa que nos mueve esa tarea de construir y manejar hábitos de salud, habilidades físicas y saberes sociales. Todo lo relativo a esta motivación es de nuestro interés fundamental y está funcionalmente por encima de todo lo relativo al funcionamiento del cuerpo, del organismo y lo que mueve al ciudadano que hemos visto anteriormente.

En este contexto ideológico, el “Yo” refiere y alberga otra realidad más concreta y nuclear: la conciencia de la psique y de todas las realidades existentes que no son ella misma. La conciencia es el hablar y el conocer de uno mismo, que permite guiar a la psique en su actividad de adaptación a la realidad. La conciencia –avanzando lo que ampliaremos en la segunda parte– es decirse o auto– referirse como una realidad singular; es nominarse, describirse, distinguirse, identificarse. Pero también guiarse, conducirse, decidir y equilibrarse. La conciencia, por decirlo usando el símil, es como un auriga que maneja intencionalmente las riendas, que son las habilidades, los hábitos y los saberes, para conducir los tres corceles que son el cuerpo, el organismo y el ciudadano, respectivamente.

El deportista, más que cualquier persona en nuestro mundo, ilustra esa idea del yo que es consciente de sus potencialidades y del reto de desarrollarlas y manejarlas con diligencia y de forma coordinada. No en vano el auriga es un deportista que lo ilustra. En efecto, el deportista construye, desarrolla habilidades físicas que le permiten realizar las coordinaciones más exigentes en el manejo del cuerpo. Construye y desarrolla, también, hábitos de salud para obtener la mejor condición fisiológica para actuar con fuerza, flexibilidad, resistencia y velocidad. Construye y desarrolla, también, saberes a fin de conocer lo que socialmente se le exige para competir en el contexto de lo humano. Pero finalmente construye la conciencia de todo ello, y ella es la que rige sus comportamientos.

Por todo eso insistimos en que la conciencia es la realidad que nos interesa en este texto sobre la automotivación, ya que define, precisamente, la manera en que cada uno de nosotros, de forma individual y diferencialmente, se adapta al mundo de fuerzas trascendentes que son la naturaleza, la vida y la sociedad, mediante el dominio de las habilidades, los hábitos y los saberes.

La conciencia, por otra parte, es motivación. Lo es porque dice lo que realmente mueve o debería mover principalmente al individuo. La motivación que proviene de lo que uno sabe es la que interesa al ser humano. ¿Cuál debería ser sino? ¿La de un automatismo, la de un simple organismo o la de un ciudadano inconsciente? El atleta y el deportista, en general, tienen en su conciencia la posibilidad de motivarse por lo que es propio y superior en la naturaleza humana y éste, sin duda, es su reto y su meta.

Tomando la conciencia como criterio fundamental de motivación y profundizando en la metáfora del auriga que conduce, el tema clave que se plantea es: ¿cuál es el objetivo motivacional de la conciencia? No hay duda al respecto: el desarrollo máximo de las potencialidades en las habilidades, los hábitos y los saberes y su manejo diligente y equilibrado. Porque disponer de aquellos máximos y manejarlos equilibradamente es la motivación en su núcleo más humano.

La conciencia, por otra parte, es el garante del yo y de la autonomía del sujeto frente a la sociedad, a sus convenciones y a sus cambios. Como ciudadanos, nos hallamos inmersos en un universo de valores y de creencias que pueden variar de un grupo a otro y de un momento histórico a otro. Sólo hay que pensar en la organización laboral o deportiva y cómo su cambio nos induce a determinadas acciones. Pero la conciencia no se confunde con todo ello. Es más: nos dice que somos algo distinto a todo ello y que nos podemos manejar autónomamente dentro de ese gran universo social que nos envuelve. De hecho, esto es lo que justifica, desde siempre, la Psicología como ciencia de la psique y de la conciencia.

 

 

 

Figura 1. Conceptos psicológicos, funcionales y de acción, básicos (negrita), relacionados con otros conceptos naturales también básicos.

 

 

LAS NECESIDADES

 

Todo lo que nos interesa aquí empieza con el nacimiento de un organismo, de nuestro organismo, porque ser organismo significa ser funcionalmente un ser con necesidades que deben cubrirse.

En la especie humana, ese organismo es tan poca cosa –comparativamente con otras especies– y está tan indefenso, que lo que le mueve con más fuerza es la atención a todo lo que es favorable a su supervivencia y lo que no.

Ni que decir tiene que con el nacimiento surge un nuevo organismo, pero también un nuevo cuerpo y un ciudadano potencial.

La Biología y, más concretamente, la Fisiología, nos informa con tres conceptos básicos. La necesidad orgánica, la reacción a ella y su satisfacción. El hambre, la sed, la apetencia sexual aparecen como tres grandes temas motivantes desde el punto de vista fisiológico. Un animal hambriento se mueve y busca el alimento hasta que lo encuentra, satisface así su organismo con las sustancias que necesita. Se dice que el animal tiene una motivación para buscar el alimento.

Cuando se quiere domesticar a un animal, o simplemente enseñarle a hacer cosas con el criterio de los humanos, lo primero que se hace es tenerlo hambriento o sediento. Se habla, en términos técnicos, de un estado de privación. Con ello se consigue un estado motivacional de la acción, cualquiera que ésta sea.

Cuando la comida escasea o hay competencia para conseguirla o para aparearse; o existen condiciones que requieren resguardarse o cobijarse; o bien conviene mantener vigilancia ante los depredadores, los animales han desarrollado instintos que les sirven para cubrir las necesidades. En los humanos esos instintos tienen una muy relativa importancia y, en cambio, los hábitos para mantener la salud, las habilidades para superar a los demás y los saberes para orientarse mejor en el entramado funcional de los grupos, adquieren un valor de necesidad psicológica plenamente justificada. Hay que condicionarse, aprender y estudiar. Hay que trabajar para que, todo lo que esas palabras incluyen, se desarrolle al máximo y así conseguir unos niveles de seguridad personal o de bienestar aceptable.

Una vida humana no competitiva se quedaría a esos niveles. Pero la competitividad social occidental, en particular, complica y vuelve más exigentes las acciones adaptativas de cada ser que nace en su seno.

La sociedad occidental, por decirlo de una forma breve y general, crea estados de necesidad que se añaden y contextúan los estados de necesidad biológica y psicológica. Éste es, sin duda, el tema que conviene detallar ahora.

En primer lugar, hay que reconocer que la sociedad –entre otras cosas– es un apunte mediador del acceso a la alimentación, a las relaciones sexuales, al cobijo para el descanso y en general a todas las necesidades fisiológicas. Esto quiere decir que los individuos humanos y no humanos que viven en sociedad no sólo deben adquirir hábitos, habilidades y saberes necesarios a su entorno físico y biológico concreto, sino que además los deben adquirir según la sociedad conviene en las maneras de hacerlo y en el nivel de exigencia para hacerlo. El sistema es complejo pero implacable.

La sociedad, además, crea necesidades biológicamente innecesarias pero que, en cambio, son psicológicamente necesarias. Entre ellas, las hay cercanas o directamente condicionadas a las biológicas como pueden ser la seguridad personal, el disponer de vivienda o tener asistencia sanitaria. Pero las hay más lejanas e indirecta y arbitrariamente relacionadas con las primarias: la necesidad de fama, prestigio, éxito o realización personal son buenos ejemplos. Ganar en una competición deportiva es, evidentemente, uno de estos casos. Aunque a veces se comente que ese ganar refleja la lucha primaria por el alimento de los animales, tener necesidad de ganar es algo que no tiene sentido sino es en el contexto funcional de una sociedad que conviene en jugar, como una forma de interacción de los individuos, y que está sujeta a los intereses más diversos de índole económica, cultural y política. Aunque también es cierto que, en realidad, la sociedad y las organizaciones deportivas no se alejan nunca definitivamente de las necesidades orgánicas, ya que mayormente el dinero está presente como elemento de intercambio para cubrir las necesidades básicas. Por muy idealizado o socializado que esté el deporte, la conexión con lo más básico del mantenimiento de la vida sigue presente. La tendencia a la profesionalización da cuenta de ello.

El hecho que la sociedad en su organización haya tratado de emular a un organismo con la creación de necesidades no significa que se puedan confundir unas necesidades con otras, ni como tales necesidades ni en la forma de satisfacerlas. Una necesidad biológica se satisface y el organismo deja de desear. Decimos entonces que hay saciedad. Un organismo saciado deja de moverse, de buscar; se desmotiva. Dado que las necesidades orgánicas son pocas, cuando existe una normalidad en su satisfacción, la vida animal parece más bien poco excitante o tiene, en todo caso, una temporalización tranquila.

En las sociedades humanas, especialmente en las occidentales, existe un universo potencial de necesidades tal que en algunos manuales de economía se afirma que la “necesidad innata de consumo” en el hombre es la que justifica la compleja organización económica de nuestra sociedad. De hecho, las necesidades son creadas pero son tan connaturales al hombre occidental que ya se suponen de orden biológico. No en vano el primer objetivo de un sector amplio de las empresas occidentales es crear necesidades para encargarse luego de satisfacerlas de manera adecuada.

Más allá de justificaciones a medida, la cuestión es que hay una serie ilimitada de necesidades que se van renovando constantemente y para cada momento de la vida de un individuo. No hay límite para ello. Una de las últimas necesidades socioeconómicas creadas es la de comunicarse; ahora necesitamos hablar constantemente y decirnos cosas. Para eso, para satisfacer la necesidad de comunicación la industria se ha esforzado en fabricar teléfonos móviles cada vez mejores, con lo cual se satisface también nuestra necesidad “¡biológica!” de cambiarlos.

Se mantienen, sin embargo, diferencias claras entre las necesidades biológicas y las de procedencia social: éstas no interesa que se sacien. La saciedad social y psicológica, en una dinámica de crecimiento, es indeseable. Lo que interesa es que los grupos y los individuos consuman sin cansarse de ello. Es más, la estimulación del consumo es el objetivo de la política económica normal de una sociedad de consumo. Lógicamente.

En esta sociedad, existen varias posibilidades de relacionarse con las necesidades consumistas. La primera es hacer una inmersión acrítica en ella y dejarse de planteamientos alternativos. La opuesta es salirse del sistema consumista, organizando la vida individualmente o colectivamente con principios contrarios a aquella sociedad. El común de las personas se halla entre estos dos polos pero vive dentro de este contexto social de necesidades y consumo. Las personas críticas con este contexto intentan cambiarlo reduciendo el número y la magnitud de las necesidades creadas socialmente; otros reducen, personalmente, las necesidades que desean satisfacer o se limitan a las que se ven obligados a mantener. Normalmente los compromisos adquiridos, sobre todo a partir de la unidad familiar, obligan a desarrollar un determinado ritmo de trabajo y de consumo.

¿Y del deporte, qué? Pues hay que convenir que nuestro deporte es un deporte plenamente integrado en una sociedad de consumo y que actualmente, además, acepta sin ambigüedades el papel de los medios de comunicación y de la economía vigente en su organización. Siendo así, el deporte aparece como un universo social de plena actualidad en la creación de necesidades sociales. Ganar, batir el récord, viajar, conseguir o mantener una beca o hacerse rico; tener éxito y fama, ser popular. Esos son objetivos debidos a necesidades sociales que se les crea a los deportistas.

El deporte, hay que decirlo, tiene un componente de actividad física que es motivante, más allá de lo social y de lo psicológico. Moverse es una necesidad orgánica y su restricción o eventual impedimento conlleva a estados de inquietud y en caso extremo de ira; porque la ira es el estado emocional que conlleva la imposibilidad de moverse. Lo veremos más adelante. Además, moverse es una metáfora de libertad. Libertad es moverse sin límites en todos los niveles funcionales que se puedan plantear. El deporte tiene eso: es libertad de acción física y metáfora de otras libertades, y por eso gusta. Porque es muchas cosas como correr, saltar, lanzar, interceptar. Cansarse y recuperarse; activar el hambre y satisfacerla y vivir en salud, en general. También es relajarse, distraerse o apartarse. Y también participar, superarse o buscar el dominio y la fluencia en la acción. Y aun navegar y volar.

No hay ninguna duda, sin embargo, sobre el hecho que la necesidad de ganar acaba siendo el eje motivador fundamental en el deporte de competición o el eje de exigencia fundamental. En efecto, ganar aparece como una necesidad –una motivación– típicamente deportiva y lo que quizá es más relevante: ganar representa y sirve de ilustración de la motivación fundamental de la vida laboral y social de nuestra cultura occidental. En el deporte se exige ganar jugando -mejorando la técnica y la táctica y el control emocional, por ejemplo-, pero en la empresa se exige ganar vendiendo o produciendo. La motivación por ganar es, pues, fundamental en nuestra cultura.

“Triunfar en la vida” aparece como la expresión culminante del éxito personal a partir del ganar. Triunfar en la vida significa que uno ha destacado en algo y que en ello ha tenido un éxito reconocido por los demás. Esa idea de triunfar, estrechamente ligada a las de ganar y tener éxito social, se presenta como una necesidad utópica para muchos, pero que sirve de modelo o patrón simple para un planteamiento también simple e ideal de la motivación.

Un tema clave respecto las motivaciones sociales o personales, añadidas a las biológicas, es que aquéllas pueden ser contrarias a éstas, aun cuando inicialmente no fuera así. El paso de satisfacer el hambre a satisfacer el gusto y los caprichos culinarios es una buena y universal muestra de ello. Ese cambio puede llevar a hábitos alimentarios negativos y contrarios a la satisfacción de las necesidades orgánicas. Así, el gusto por determinados alimentos puede conllevar una dieta nefasta y la aparición de enfermedades. Lo mismo podría decirse de la sed y de la necesidad social de “tomar alguna cosa” tan arraigada en nuestra cultura. Un caso dramático, que puede ser trágico, liga el comer con la estética corporal y sucede que hay personas que por tener un físico acorde con los patrones estéticos vigentes de delgadez adquieren aversión al comer y su necesidad personal-social de ajustarse a aquel patrón conlleva la pérdida de la necesidad biológica de comer junto a alteraciones de todo tipo ligadas al cuadro clínico que se genera. Sin duda éste es un tema de una enorme importancia práctica y teórica, ya que se demuestra que una necesidad sociopsicológica puede alterar –y hasta anular– una necesidad biológica. Por eso es relevante pensar en la sociedad y en cómo los individuos que viven en sociedad pueden ser tan poco biológicos en sus motivaciones.

Como ciudadanos nos damos cuenta de todo ello y de muchos detalles que no se pueden referir aquí porque son observaciones pormenorizadas de historias singulares, pero que el lector puede estructurar a partir de lo dicho. El deporte, llegados a este punto, puede ser nuevamente ilustrativo, si realizamos un análisis motivacional más. En efecto, ganar en el deporte puede ser tan relevante que el individuo dañe su salud por ello. Hay casos ilustrativos por doquier. Hay veces que el daño orgánico causado por la competición es evidente y prácticamente inmediato al entrenamiento y la competición; es el caso del dolor o de las lesiones por sobreesfuerzo. Otras veces es la práctica continuada de un deporte que deja secuelas y, a la larga, lesiones o problemas funcionales, cuando no enfermedades. Hacerse daño por ganar o, dicho de una forma dramática, matarse por ganar, es sin duda un tema motivacional clave. Algunos deportes hacen del riesgo de perder la vida una parte clave de su promoción, tal es el caso de algunos “rallies” o de actividades deportivas llamadas “de aventura”.

El deportista y el ciudadano en general pueden vivir inconscientemente en este juego que impon las motivaciones socio-psicológicas a las biológicas. Mucha gente se halla inmersa en esa determinación. Otros son conscientes de ello pero lo aceptan y llegan a justificarlo cuando afirman, por ejemplo, que esto es lo normal ya que vivir en sociedad, en general, suele conllevarlo. Otros, entre los cuales invitaría a estar al lector, piensa que la conciencia de ello obliga a tomar una decisión y esa decisión no puede ser otra que la de anteponer la salud y la vida a la enfermedad y la muerte, ya que no se puede aceptar una determinación social que dañe la existencia vital; simplemente porque la vida es la base de nuestra existencia y ha de ser un valor de base. Otra cosa es entrenar y jugar al límite, según lo que uno conoce e investiga sobre ello.

Hay que recordar, en todo caso, que la sociedad es una fuerza superior a nosotros y que ha habido y hay mártires: individuos que mueren –más o menos rápidamente– por un ideal; es decir por lo que se ha convenido en valorar o en creer por encima de la propia vida y del propio yo.

Llegados a este punto, debe haber quedado claro que la sociedad motiva y motiva de una manera definitiva y hasta mortalmente. Tomar conciencia de ello es fundamental para la comprensión de la motivación y observar todas las maneras concretas de cómo se determina nuestra conducta, especialmente centrándose en las técnicas de persuasión y autopersuasión en juego; es decir, observando cómo se induce a alguien a creer o hacer alguna cosa.

 

 

LAS EMOCIONES

 

Decíamos que un recién nacido tiene necesidades, pero además es un ser indefenso. Indefenso quiere decir que no tiene repertorios de subsistencia como tienen otras especies; quiere decir que necesita de los adultos para sobrevivir; quiere decir que el mantenimiento de su integridad depende –en definitiva– de que tenga reacciones de miedo y separación, y repertorios de confianza y aproximación.

Las emociones son, en primer lugar, estados orgánicos ligados a la satisfacción de las necesidades. El placer de comer, de calmar la sed o de tener relaciones sexuales. El gusto por moverse, resguardarse y descansar. Esos placeres o gustos son emocionantes en el sentido apetitivo y operativo; uno los quiere y los quiere repetir. Son motivantes no tanto los estados de privación como los estados consecuentes a la acción de satisfacerlos.

Hay otras acciones que también proporcionan placer como acariciarse, especialmente en determinadas partes del cuerpo, pero todo lo relativo al mantenimiento del propio organismo y de la especie es lo que conlleva placer. Diríamos que la vida, que es una fuerza superior, lo ha organizado así.

Igual que hay cosas que nos gustan, hay cosas que nos disgustan. Un ruido intenso y brusco, un pinchazo o cualquier agresión física sobre nuestro organismo nos provoca alteraciones de funcionamiento fisiológico, dolor, y reaccionamos huyendo de ello.

Las reacciones de huida son emocionantes pero en el sentido que conllevan estados aversivos que procuramos evitar. También provoca un estado aversivo, del que queremos escapar, la restricción de los movimientos. La ira, como decíamos anteriormente, es la reacción ante la imposibilidad de moverse físicamente y ello constituye, a su vez, un esquema funcional para todo tipo de restricciones que pueden aplicarse a un individuo. Y la libertad es el estado emocional, orgánico y psíquico, concomitante a la libertad de movimientos físicos pero también de movimientos ciudadanos: de pensamiento, de expresión y de relación interpersonal, entre otros.

El dolor y el miedo son dos emociones básicas a considerar. El dolor es una reacción orgánica aversiva y el miedo es una alteración orgánica ante estímulos intensos y repentinos que pueden significar riesgo para la propia vida.

Para un recién nacido, orientarse sobre qué cosas le conllevan bienestar y qué cosas malestar es una actividad fundamental. De hecho, lo más fundamental es prevenir lo que va a darte placer o lo que va a darte dolor. En el continuo que va del placer y el dolor en los conflictos que se generan entre esos polos opuestos, se mueve mucha motivación.

El condicionamiento emocional es un fenómeno psicológico fundamental para entender las emociones humanas y también la motivación de sus acciones o comportamientos. El concepto de condicionamiento se lo debemos a Pavlov y cubre un amplio grupo de fenómenos relacionados con el establecimiento de la adaptación psicobiológica de los organismos. De todo ello vamos a destacar sus implicaciones emocionales.

En efecto, un recién nacido se altera emocionalmente e instintivamente a estímulos y situaciones tanto si son apetitivos como aversivos. Pero la mayoría de los estímulos –cosas, situaciones y personas– le son neutras emocionalmente; no le provocan ni apetencia ni aversión. La adaptación psicológica personal consiste en que cada organismo, según lo que le sucede en su experiencia, vuelve emocionales los estímulos neutros y lo hace de una manera singular y que acaba siendo la propia. A un estímulo neutro que adquiere control sobre las emociones le llamamos estímu-lo condicionado apetitivo o aversivo, según se relacione con un estímulo biológicamente apetitivo o aversivo.

 

 

 

Figura 2. Esquema de condicionamiento. La relación entre un estímulo –inicialmente neutro respecto de la respuesta incondicionada (RI)- con el estímulo incondicionado (EI) que la provoca de forma reactiva comporta que aquél la deduzca de forma condicionada. Por esto el estímulo inicialmente neutro se convierte en estímulo condicionado (EC) y la respuesta que provoca es una respuesta condicionada (RC).

 

 

Inicialmente uno se orienta sobre quién le da de comer y de beber; sobre quién le hace caricias y le mima. También, sobre quién le limpia el culo y le quita la humedad molesta cuando le cambia los pañales. Ese quien se vuelve apetitivo de por vida, ya que las impresiones se ejercen sobre un sujeto tierno y plenamente dependiente. El amor por la madre se fundamenta en ello. Posteriormente, hay personas, situaciones y cosas, que conllevan placer, bienestar, seguridad, confort y se vuelven apetitivas. Otras personas, situaciones y cosas se vuelven aversivas. Y todo sucede de una manera particular para cada uno, aunque existen coincidencias.

Los grupos y las sociedades moldean los universos personales de apetencias y aversiones según las costumbres, los valores, las modas y otros universos de convenciones. Esos moldeamientos acostumbran a ser lentos y persistentes pero, a veces y para determinados temas, se hace de forma rápida y puntual. Así, uno puede adquirir miedo al agua por una experiencia única aversiva de ahogo inminente, o puede adquirir atracción sexual por una mujer o por un hombre, a partir de una sola sesión de contacto libidinoso o de coito.

En este orden psicobiológico de cosas es necesario notar, centrándonos en nuestros temas motivacionales, que dado que el condicionamiento emocional se basa en las reacciones orgánicas y éstas pueden ser de mayor o menor magnitud, los condicionamientos también pueden ser más fuertes o más débiles por ello. Hay un experimento histórico llamado “condicionamiento en un solo ensayo” en el que un perro del laboratorio pauloviano pasó por tres fases. En la primera se condicionó al perro a salivar ante una campana; es decir, dado que la comida se asoció con una campana ella sola provocó la salivación. En la segunda, se sometió al animal a un conjunto de estímulos aversivos de alta intensidad: ruido de metralleta, movimiento de la base de sustentación, presentación de una máscara amenazante, etc. El animal reaccionó con una respuesta de miedo clara y cuantificable de múltiples maneras. En la tercera fase, al día siguiente de la fase anterior, se llevó al animal a la misma habitación donde se había dado el condicionamiento aversivo y, sin hacerle absolutamente nada, el animal reaccionó con una respuesta de miedo o ansiedad prácticamente igual a la del día anterior con los estímulos aversivos en juego. Esto, sin embargo, no fue todo. Cuando se hizo sonar la campana, el animal no salivó y, lo que es todavía más relevante explicativamente, tampoco salivó reactivamente cuando le pusieron comida en la boca.

El condicionamiento en un solo ensayo es muy útil para entender a las personas cuando se ven sometidas a una desgracia muy grande o a una experiencia traumática. Casos como terremotos, accidentes de circulación, accidentes de competición y otros son condicionamientos en un solo ensayo, que no sólo vuelven aversivas determinadas cosas y nos alteran profundamente, sino que además alteran nuestra fisiología hasta extremos sorprendentes. La fuerza de esos condicionamientos emocionales proviene de la intensidad de la estimulación y de la magnitud de la reacción orgánica. Un solo ensayo de condicionamiento es suficiente para explicar una aversión permanente, mientras no se haga algo en sentido contrario o de reducción de la ansiedad.

También es cierto que lo que aquí se ha descrito en negativo puede pasar en positivo. Una sola experiencia sexual puede ser definitiva para enamorar. Pero también un éxito deportivo, en un momento personal sensible, puede motivar de por vida y llevar a un individuo a dedicarse al deporte permanentemente.

Sea como sea, las personas construyen universos de filias y fobias, más o menos intensas y duraderas, que constituyen la base de su universo de valores y de principios motivacionales. Lo más relevante, en este sentido, es que la Psicología admite como natural el que una persona condicione positivamente, eso es, le guste o le agrade; o negativamente, eso es, le disguste o desagrade, cualquier objeto, situación o persona. La trascendencia de este principio para entender la motivación individual es muy grande y se sitúa por encima de cualquier consideración sobre la visión indiscriminada y torpe que clasifica globalmente y uniformemente colectivos, grupos y sociedades por gustos, hábitos o costumbres o por criterios más básicos como los anatómicos y los fisiológicos.

Uno de los temas más relevantes en todo lo relativo al condicionamiento emocional es que éste puede ser conflictivo o contrario respecto de lo biológicamente establecido o natural. Lo hemos apuntado anteriormente. Así se puede observar que hay personas que toman café para dormirse. Aunque la cafeína es un estimulante, una persona concreta puede haberlo asociado a descanso y de este modo tomar café puede inducir el sueño. Lo mismo se podría decir del tabaco. También el masoquismo y el sadismo pueden, de entrada, explicarse por el mismo principio: el dolor asociado a placer puede volver tolerable o incluso agradable las prácticas que lo producen. Por decirlo de forma rápida: no es natural-biológico que lo que produce dolor agrade, pero sí es natural-psicológico.

Hacer deporte es apetitivo en la sociedad actual. El deportista debe saber que esto es así y que es difícil que no se esté motivado por realizar una actividad física o deporte. La motivación de los niños por hacer deporte está garantizada y también lo está en la juventud y la edad adulta, ya que existe un convencimiento cultural sobre la bondad de la actividad física y también del ser deportista, por lo que conlleva de fama y dinero en algunos casos que actúan de modelo. Difícilmente uno se desmotiva respecto del deporte. Pero no es imposible: de hecho hay grupos sociales que lo critican y lo desvaloran, y también hay sujetos a quienes se les ha vuelto aversivo porque les ha conllevado –entre otros posibles condicionamientos aversivos– lesiones, dolor, fracaso o conflictos indeseables en algún momento. Tal como comentábamos anteriormente, el sacrificio y el dolor físico pueden ir asociados a ganar, al éxito y a otras contingencias que uno ha asumido como buenas y deseables. Entonces es cuando concluimos que algunas motivaciones deportiva también pueden ser “contra natura” biológica.

Otro aspecto fundamental del condicionamiento emocional es que las palabras son estímulos neutros pero devienen positivos o negativos según su uso ligado a la experiencia individual. Hay un experimento histórico que lo pone de manifiesto. Se les pedía a un grupo de sujetos que realizaran una asociación libre de palabras, como respuesta a unas cuarenta palabras que presentaba el experimentador. La libre asociación no se analizaba. En cambio cuando se presentaba a los sujetos la palabra “vaca”, se administraba a los sujetos una estimulación aversiva tan imperceptible que no eran conscientes de ella. Una estimulación aversiva, por pequeña que sea, produce una alteración orgánica que se pone de manifiesto con el psicogalvanómetro. Se observó que cuando se había realizado esta asociación, la sola presentación de aquella palabra provocaba una respuesta condicionada de alteración a ella y a todas las de su familia semántica; es decir, a las relacionadas con el entorno ganadero. Además, esa alteración era inconsciente. Los sujetos nunca fueron conscientes de esa pequeña aversión adquirida. El experimento ofrece dos lecciones magistrales para entender la motivación humana: pone de manifiesto que las palabras son estímulos emocionales que nos controlan según su contenido y que podemos no ser concientes de nuestras tendencias emocionales y motivacionales.

Respecto de lo primero, hay que tener en cuenta que las palabras que denotan personas, situaciones o cosas, al decirlas estamos presentando a los otros o nos estamos autopresentando estímulos emocionales positivos y negativos según sea la experiencia asociativa individual. Ello tiene un enorme interés para la automotivación: controlar las palabras es controlar las emociones.

O dicho de otra manera: al hablar nos autorregulamos emocionalmente y motivacionalmente.

Un ejemplo tradicional de la importancia de la manera de hablar en el tema de la motivación es el de observar que de una misma realidad se pueden hacer dos comentarios verbales muy distintos. Nos referimos al vaso con agua hasta la mitad: se puede decir que está medio lleno o que está medio vacío. Una y otra expresión conllevan campos semánticos distintos; el medio lleno es positivo y el medio vacío es negativo. El ejemplo del vaso se utiliza, muy a menudo, como ilustración ordinaria de lo que estamos comentando. Su fuerza reside en hacer notar que hay descripciones positivas de las cosas que animan y motivan y otras en cambio favorecen actitudes menos animosas.

 

 

— Otros ejemplos de condicionamiento emocional apetitivo:

–  Estás en casa y te relajas.

–  Navegas en un velero con una brisa suave.

–  Actúas en público, te aplauden e incluso te besan.

–  Ganas un buen dinero en el trabajo.

–  Te gusta un perfume después de determinada experiencia sexual.

–  La modelo y el coche que muestra o conduce.

–  Respetas a los padres y las creencias que ellos tienen.

 

Otros:......................................................................................

 

condicionamiento emocional aversivo:

–  Tocas a un animal y te muerde.

–  Navegas en un velero y por poco te vas a pique.

–  Actúas en público y te silban o abuchean.

–  Te maltratan en el trabajo y no vas a gusto.

–  Observas los síntomas y el diagnóstico de enfermedad en otros.

 

Otros:......................................................................................

 

 

Figura 3.Conjunto de palabras que describen necesidades orgánicas, reacciones a ellas y estados consecutivos a esas reacciones. Paralelamente se describen acciones adquiridas para satisfacer las mismas y otras necesidades, con conceptos que denotan un nivel emocional psicológico. Cuando hablamos de estado anota-mos los dos polos –negativo y positivo– según comporten apetencia o aversión.

 

 

LA ANSIEDAD

 

En el ámbito del deporte pero también en el laboral, hay un tema que preocupa desde hace tiempo y de manera renovada: la ansiedad. La ansiedad es básicamente un miedo condicionado que construimos en nuestra existencia a partir de condicionamientos. Estos condicionamientos pueden ser personales, pero normalmente son inducidos socialmente. La ansiedad y el miedo adquirido en general son un gran tema psicosocial, ya que apunta al hecho de la motivación negativa presente en nuestra sociedad; es decir, al hecho que las personas se mueven, no por el deseo positivo de algo, sino por el miedo y el temor de lo que a uno le pueda suceder. Una consideración general de este tema permitiría observar hasta qué punto esto es cierto y define la existencia de muchas personas. Independientemente de ello, aquí vamos a ver sólo su parte práctica; o sea, sus implicaciones frente al deporte y al trabajo.

El tema clave, en este sentido, es que la ansiedad puede alterar el rendimiento y actuar desmotivando la acción de un individuo concreto. Cuando una persona tiene necesidad de ganar pero no controla esa necesidad decimos que tiene ansiedad. En efecto querer ganar, sin poder aparcar el deseo de hacerlo, es ansiedad. Y la ansiedad comporta alteración orgánica y desatención a lo inmediato, al mirar o pensar en el objetivo deseado. Ambas cosas son nefastas para rendir deportivamente. ¿Qué se debe hacer en esos casos? En primer lugar, procurar que el sujeto deje de pensar y alterarse por ganar y se centre en la acción de entrenamiento y de competición. Es parte de lo que llamamos técnica de centramiento, que ampliaremos más adelante. Normalmente los entrenadores y los propios atletas refieren estrategias para conseguirlo y se equipan de palabras y consejos adecuados a cada deporte y a cada situación. Así afirman, repetidamente, que todo llegará, que ahora toca concentrarse en ese partido o que uno debe concentrarse en el juego y dejar todo lo demás.

La ansiedad por ganar no acostumbra a ser, sin embargo, tan relevante como el miedo a perder. El miedo es una reacción orgánica ante estímulos intensos o cambios bruscos, pero también una reacción condicionada a perder lo que se tiene o se puede tener. El deportista puede tener miedo a fallar, a perder o a defraudar. Ello le provoca también ansiedad. En ese caso de ansiedad, de miedo, también el centramiento en la acción es la primera medida a tomar.

El tema de la ansiedad, sin embargo, puede requerir técnicas psicológicas más sistemáticas, cuando se da a un nivel que ya no se puede tratar en el mismo entrenamiento.

 

 

- Técnicas psicológicas para reducir la ansiedad

 

La ansiedad, como hemos dicho, es miedo adquirido. El miedo, desde una perspectiva básica, es una reacción biológica a un estímulo intenso o repentino que conlleva cambios en la frecuencia cardiaca, sudoración y alteración general del organismo. La ansiedad comporta tener una reacción de miedo ante un objeto -cosa, situación o persona– inicialmente neutro respecto de aquella reacción.

Ansiedad, sin embargo, es una palabra que arrastra o puede arrastrar otras connotaciones o matices según el contexto y la persona de la que se hable. Veamos la que aparece en el diccionario que refleja el lenguaje ordinario. Se define la ansiedad como la “viva inquietud a propósito de un acontecimiento futuro o incierto”. Paulov, de acuerdo con lo dicho aquí y desde una perspectiva básica, diría que se trata de un “estado de miedo ante un estímulo aversivo condicionado”. A partir de estas y otras definiciones podemos concretar una serie de connotaciones características propias y definitorias de la ansiedad:

Inquietud, matiz extraído de la definición del diccionario. Se distancia un poco del concepto miedo y supone poner el acento en el estado alterado del sujeto. En un caso extremo llegaríamos a la “crisis de ansiedad”, como perturbación psíquica caracterizada por un estado de extrema inquietud e inseguridad. Aunque en Psicología del deporte son poco frecuentes, no son descartables episodios a los que se les pudiera aplicar este calificativo.

Miedo, matiz extraído que encaja mejor con las situaciones que se originan en el mundo del deporte. Funcional y básicamente, como hemos dicho, se define el miedo como la reacción a un cambio intenso o brusco de estimulación que altera un organismo. Por ejemplo, la pérdida de la base de sustentación. Mientras que el diccionario, lo define como un “estado psicológico de turbamiento del alma –psique–, sentimiento de inquietud, conmoción, que uno experimenta ante un peligro imaginario”. Esto último se acerca más a aquello a lo que nos referimos cuando hablamos de ansiedad en el mundo del deporte, puesto que suelen ser peligros imaginarios, en el sentido que es algo que puede pasar, que es real, pero es psicológico. Por ejemplo, el miedo a perder o a fallar. Esto significa la pérdida de un punto, de un partido, de un contrato, de una prima y, en definitiva, de todo lo que supone retirar un algo disponible, aparte de la eventual presentación de contingencias castigantes. De hecho, la mayor parte de nuestros miedos no vienen justificados biológicamente, sino que son imaginarios, en cuanto condicionados o construidos por nuestra propia historia personal.

Aprensión es otro matiz que se añade al concepto básico de ansiedad. Aprensión significa “recelo, prevención respecto a aquello que uno entiende que le puede causar un daño, perjuicio o molestia”. Este matiz es importante porque compensa el sentido básico de miedo, que normalmente tiñe el concepto de ansiedad, y lo sitúa en un contexto menos infantil y más profesional. En todo caso, ayuda a cubrir las connotaciones que forman parte de la conducta de ansiedad del deportista y que también se refieren con el concepto de agobio o agarrotamiento.

La ansiedad tiene varios efectos y todos ellos comportan desmotivación o disminución del rendimiento, y una eventual desmotivación. El “miedo a perder” o a “hablar en público” o la ansiedad del profesor a la hora de dar clase son situaciones que ha experimentado casi todo el mundo dentro de unos niveles de tolerancia o de normalidad; es decir, que no impiden llevar a cabo la actividad y que por lo tanto no llegan a ser consideradas patológicas. La necesidad de intervención psicológica, como decíamos, empieza cuando el problema se agranda hasta extremos que impiden competir al deportista o impartir clases al profesor, es decir, cuando la ansiedad imposibilita al sujeto a realizar su actividad normal o, incluso se somatiza; es decir, se da una alteración en el funcionamiento orgánico debido a ella. De hecho, la ansiedad se somatiza siempre ya que, por definición, comporta alteración orgánica. El problema es si aparecen alteraciones orgánicas importantes de tipo digestivo –diarrea–, o de tipo respiratorio, o aumento importante de la sudoración o bien un malestar generalizado.

En el deporte, lo que preocupa no es tanto la ansiedad en sí sino el hecho que se presente en una acción que ha sido entrenada sin ella, puesto que esto distrae, altera e inhibe la acción. Es lo que explica, en parte, que algunos deportistas que son muy buenos cuando entrenan, luego en competición decaigan espectacularmente. Lo veremos más adelante.

El mecanismo que explica la ansiedad se puede esquematizar de la manera siguiente:

 

 

 

Figura 4. Esquema de condicionamiento aversivo. Caso de ansiedad.

 

 

Un estímulo que inicialmente era neutro (EN) para el sujeto, se asocia a otro estímulo aversivo más primario (EI-) y adquiere sus propiedades. De esta forma, el estímulo neutro ya condicionado (EC-), al presentarse solo, provoca igualmente la respuesta condicionada negativa (RC-) que era la respuesta natural al estímulo incondicionado negativo (RI-).

De hecho, el condicionamiento es personal y, tal como hemos indicado al hablar de condicionamiento apetitivo y aversivo, se construyen en la historia particular de cada uno, aunque a veces no se sea consciente de ello.

 

 

- Técnica de extinción

 

Consiste en presentar repetidamente el estímulo condicionado (EC-) aversivo solo, sin la presencia del estímulo incondicionado (EI-), con el que se asoció previamente, de forma más o menos conocida. La extinción supone que al presentarse el estímulo condicionado solo, disminuya hasta su desaparición la respuesta de ansiedad. Es decir, si el sujeto percibe que ante aquel estímulo o situación no ocurre nada, entonces perderá la respuesta condicionada de ansiedad.

Es importante controlar que el individuo no esté retroalimentando el condicionamiento existente mediante el pensamiento. Es frecuente, en este sentido, que las personas que tienen ansiedad se autopresenten la situación aversiva por medio del lenguaje.

La extinción se puede llevar a cabo cuando el condicionamiento aversivo es ligero. Es decir, hay una ansiedad tolerable que no impide realizar la acción. Por ejemplo, tener miedo a competir pero a pesar de ello competir, comporta ir perdiendo el miedo a la competición. En deporte, el efecto más característico de la extinción es la veteranía. La veteranía, entre otras cosas, es la reducción de la ansiedad ante la competición por el hecho de haber competido muchas veces y haber constatado que no ocurre nada grave, por decirlo así. El problema viene si un día pasa algo realmente aversivo para el sujeto, porque entonces se reconstituye y reafirma el aparejamiento entre competición y malestar, y se re-condiciona aversivamente la competición.

Cuando se aplica la técnica de extinción, se recomienda que los deportistas que padezcan de ansiedad ante la competición, participen en cuantas más competiciones mejor, procurando que no fracasen estrepitosamente y, por lo tanto, poniendo las condiciones necesarias para que esto no ocurra. Por ejemplo, participando en competiciones adecuadas a su nivel y su estado de forma.

También se podría aplicar el mismo método de extinción en el caso de la ansiedad después de una caída. Es típico en caídas de motociclismo que el deportista, al alcanzar el ángulo de curva en el que experimentó la caída, sienta ansiedad. Por lo tanto, se trataría de repetir la acción correctamente y, si es posible, dentro de la misma sesión en la que se produjo la caída porque, una vez en casa, es frecuente que el individuo piense en ella y retroalimente su ansiedad. Esto es lo que explicaría la técnica en motociclismo de invitar a volver a correr inmediatamente después de la caída.

 

 

- Técnica de “implossion”

 

Consiste en situar al sujeto en una situación en la que deba afrontar el estímulo condicionado (EC-) negativo solo y sin poder escapar de él, hasta que extinga la respuesta condicionada (RC-). El objetivo es que pierda la sensación de miedo, ansiedad o aprensión que le genera la situación definida por aquel estímulo, al comprobar que no le ocurre nada. Se trata de una situación más forzada que en el caso de la extinción, dado que en ésta última el individuo se somete a la situación sin poder escapar de ella, aunque le produzca ansiedad. Se aconseja que se emplee únicamente cuando el sujeto esté a punto de superar el miedo. Por ejemplo, cuando el niño teme el agua pero se halla cerca de ella y está a punto de iniciar algún tipo de relación con ella, es fácil que supere el miedo en una sesión de relación con ella. Los profesores de natación, por ejemplo, pueden empujar a un niño a la piscina en un lugar que toque el suelo, que haya otros niños jugando y que pueda distraerse fácilmente de su ansiedad. Es posible entonces que, en una sola sesión, el niño pierda el miedo al agua. El riesgo de ese método es que no se reduzca la ansiedad o ésta se recondicione. Lo primero sucedería si la sesión no fuera suficientemente larga para extinguir totalmente el miedo, o bien ocurriera algo aversivo en el agua que la confirmara en su carácter negativo para un sujeto en particular.

 

 

- Técnica de contracondicionamiento

 

Consiste en asociar el estímulo neutro (EN) que se ha convertido en un estímulo condicionado (EC-) negativo a un estímulo incondicionado (EI+) positivo, para que aquél se convierta en algo agradable. Es decir, se trata de cambiar el signo del condicionamiento mediante un (EI+), ya sea biológico o psicológico. Se podría esquematizar de la manera siguiente:

 

 

 

Figura 5. Esquema de contracondicionamiento.

 

 

En un experimento clásico sobre el tema, se asociaba el sonido de una campana (EN) a una estimulación aversiva (EI-); es decir que se condicionaba negativamente o aversivamente el sonido de la campana. Después de un periodo de tiempo, se cambiaba el estímulo aversivo por una recompensa en forma de comida, con lo cual el sonido perdía su connotación negativa y se transformaba en positiva. En los humanos ocurren contracondicionamientos como éste sin que nadie los programe: comer un alimento que disgusta por condicionamiento previo, en un momento en el cual no hay más comida disponible y se tiene hambre, si sienta bien, puede hacer que el alimento se vuelva gustoso. En el deporte también pueden aparecer contracondicionamientos espontáneos y muy potentes: la competición suele provocar ansiedad, pero después de jugar un partido excepcional, con lo que eso conlleva de éxito y reconocimiento social, el mero hecho de ganar puede convertirse en algo positivo y las respuestas de ansiedad ser nulas o muy tolerables en el futuro.

 

 

- Técnica de contracondicionamiento
progresivo o desensibilización sistemática

 

Es el método más elaborado. En lugar de presentar el estímulo o situación aversiva en su versión más ansiógena, se presenta progresivamente en relación con una escala establecida por el propio sujeto; es decir, el EC- se desglosa en un continuo de situaciones que se categorizan según generen de menos a más aversión al individuo. Se le presentan progresivamente, asociadas a un estímulo positivo. A medida que el sujeto deja de alterarse ante cada situación que se le presenta –que la va superando y que normalmente se acepta con el criterio mínimo un 80% de situaciones superadas– se le aumenta un nivel la aversividad de la situación, hasta poder llegar a la más insoportable inicialmente. En el caso de pasar de nivel y advertir una reacción aversiva, se puede volver a trabajar en el escalón anterior, o bien se construye un estadio intermedio de aversividad.

La desensibilización sistemática puede aplicarse de cuatro formas diferentes, como mínimo:

 

 

a. En vivo

 

Cuando el individuo se enfrenta a la situación aversiva real. Un caso histórico psicológico es el de Watson quien utilizó esta modalidad con un niño que tenía fobia a los conejos. Cuando el niño comía (EI+), al principio se le presentaba un conejo que se encontraba muy lejos y encerrado en una jaula, mínima expresión del estímulo aversivo, pero de tal forma que iniciara la asociación de algo agradable –comer– con algo aversivo –el conejo–. En sesiones posteriores consecutivas se procedió a aproximar progresivamente el conejo en el espacio mientras el niño comía, hasta una situación en la que el niño fue capaz de comer con el conejo sentado sobre sus piernas.

Se ha utilizado esta idea en múltiples situaciones humanas de aversión y, sobre todo, de fobias. Su aplicación, sin embargo, choca con la dificultad de programar e implementar situaciones de contracondicionamiento con elementos e intervenciones en la vida cotidiana de los individuos. Por ello, la idea del contracondicionamiento imaginado se impuso en la práctica a los planteamientos iniciales “en vivo” de tipo experimental.

 

 

b. Imaginado

 

Normalmente, sobre todo en el mundo del deporte, nos encontramos con que las situaciones no son manipulables para producir un contracondicionamiento. Por ello se realiza el mismo procedimiento pero mediante el pensamiento, es decir, el individuo no se encuentra en la situación aversiva sino que piensa en ella. Así, pues, se usa como EC- una imagen mental y, como EI+ se pueden utilizar también estímulos primarios, pero se suele emplear la relajación inducida por un terapeuta o autogenerada o, en algunos casos la ayuda del masaje, por ejemplo.

Requiere de los siguientes pasos:

 

–  enseñar a la persona a relajarse, si es necesario, y también a visualizar.

 

–  elaborar una escala de situaciones de menos a más ansiógenas.

 

–  presentar las situaciones de manera progresiva para que se las vaya imaginando con el máximo realismo posible.

 

Si se realiza adecuadamente, este procedimiento imaginado funciona y lo hace con la misma fuerza que una desensibilización sistemática en vivo. Ésta es una conclusión contrastada experimentalmente y que confirma la enorme fuerza del lenguaje y el pensamiento en la regulación de la emocionalidad.

 

 

c. Hablado

 

Poder hablar tranquilamente de aquello que a uno le preocupa, en un lugar cómodo y relajado, y con alguien de confianza, es también un contracondicionamiento. Por eso mismo, lo importante cuando alguien tiene problemas es que hable de ellos.

A una persona que tiene ansiedad se la debe escuchar y puede hacerlo cualquier persona con la que se sienta bien. Lo que debe conseguir el terapeuta, sea quien sea, es que al sujeto deje de alterarle aquello que le produce la ansiedad. Para ello hay que llegar al individuo, a su sensibilidad, saber qué le gusta y qué no, conocer su talante y sus maneras.

Así pues el entrenador o en mayor frecuencia el preparador físico que acostumbran a ser personas próximas y de confianza para el deportista, pueden escucharle en sus miedos o aprensiones. Al hacerlo estarán actuando como terapeutas y motivando unos cambios claves para el rendimiento.

 

 

d. Imitado

 

Se ha utilizado con intención terapéutica hacer que niños que padecen algún tipo de miedo o ansiedad en determinadas situaciones o realizando determinadas acciones, observen a otros niños en aquellas situaciones y haciendo aquello que es aversivo para el observador. El resultado es que así también se reduce el nivel de ansiedad, teniendo en cuenta que a menudo se exige atención a las singularidades y a los pormenores del procedimiento según cada caso. Quizá lo más interesante del método imitativo es que surge de forma espontánea en nuestra sociedad, llena de contextos audiovisuales, en los que es fácil ver la conducta tranquila de otros en situaciones en las que uno puede tener miedo. De manera sociopsicológica natural se reducen ansiedades o, dado el caso, se incrementan por los modelos y actuaciones televisivas, de cine, vídeos y demás.

 

 

- La relajación

 

Relajarse es una técnica psicológica que consiste en inducir un estado orgánico distendido, mediante el uso de palabras autoreguladoras e imágenes mentales. Como hemos visto, su uso habitual es el de enseñar a relajarse para luego utilizar este estado para contracondicionar el miedo o la ansiedad. Dado que un estado de relajación es incompatible con un estado de ansiedad, se espera que aquel estado ocupe el espacio de éste, siempre pensando en el mismo tema. Dado que, como decíamos, ese cambio es difícil, se acostumbra a construir una escala de situaciones de ansiedad de forma que el sujeto vaya cambiando poco a poco sus reacciones de ansiedad por aquéllas de tranquilidad inducida por la relajación. Se espera además que ese cambio se traslade a la realidad y para ello se utiliza la imaginación de manera que se recreen las situaciones y los aspectos que puede interesar destacar.

El tema nuevo a destacar aquí es que la relajación conlleva un estado orgánico tal que resulta incompatible con la alteración emocional apetitiva y aversiva y ello ofrece unas ventajas muy interesantes psicológicamente hablando. En primer lugar significa que el sujeto adquiere control sobre el funcionamiento de su organismo. Eso significa también que tiene lugar un aprendizaje en la esfera de lo emocional y que se puede producir la transferencia más fácilmente a otras situaciones del mismo vector o de lo orgánico en general.

En segundo lugar, estar relajado significa que no hay un estado de excitación que puede interferir con cualquier situación de competición, ya que los estados emocionales, sean estos positivos o aversivos, pueden alterar el rendimiento. La neutralidad emocional es la mejor garantía para el éxito en las acciones técnicas y tácticas ya que, como tendremos ocasión de reconsiderar, aquél que sabe comportarse con independencia de las pasiones del ganar y el perder es el que tiene mayor garantía de éxito en sus acciones.

En tercer lugar es una técnica que puede servir para cualquier situación en la que interese la máxima concentración, ya que el dominio del funcionamiento orgánico significa practicar el control de la atención y la concentración en lo que le interese a uno. Es quizá por todo ello, pero particularmente por su carácter polivalente, que la relajación se ha convertido en una técnica muy usada en entrenamiento psicológico.

 

 

- Condicionarse y contracondicionarse en interacción

 

Nuestra vida emocional y motivacional se construye con condicionamientos. Cada uno, según su historia particular, realiza unos condicionamientos y no otros. Además, como veremos, esos condicionamientos pueden ser más fuertes o más débiles según esa misma historia. Además, pueden desaparecer. Ésta es una característica de lo psicológico: que se adquiere pero se puede perder. Pero también se puede readquirir o reconstruir y ello hace que cuando hablamos de los estados motivacionales de las personas, debemos siempre observar la configuración particular de los condicionamientos de cada uno.

El tema clave es que las emociones se pueden contracondicionar y que, por tanto, podemos pasar de que algo nos guste a que nos disguste, y viceversa. Tal como hemos visto anteriormente, los métodos de contracondicionamiento se han aplicado sobre todo a la reducción de la ansiedad y las fobias y, generalmente, consisten en procurar una relajación en la exposición de los temas ansiógenos de tal manera que la relajación se imponga a la tensión previa. Pero la idea general según la cual se puede cambiar el signo de un condicionamiento, de positivo a negativo y viceversa, es clave. Lo primero que hay que observar es que la misma vida cotidiana realiza contracondicionamientos involuntarios. Tal es el caso de personas que se vuelven aversivas por hacer algo que uno considera inaceptable cuando previamente habían sido muy deseadas o, viceversa, cuando una persona muy desagradable puede volverse aceptable o incluso agradable si una determinada situación que afecta a otro individuo muy positivamente le relaciona con ella.

Existe una situación paradigmática de contracondicionamiento cuando las personas a partir de determinados síntomas se imaginan que pueden padecer un mal incurable o una enfermedad grave, por lo que han oído y se ha comentado de personas que han tenido esos u otros síntomas parecidos. La consulta al médico acostumbra a conllevar una relajación súbita -orgánica y de pensamiento- cuando informa al paciente que no tiene nada, le da un medicamento habitual para calmar los síntomas y le dice que duerma tranquilo. El acto curativo del médico, en este y otros casos, es globalmente psicológico y ayuda a muchas personas que tienden a preocuparse a reducir su ansiedad de forma más o menos periódica.

Estas consideraciones basadas en el estudio del comportamiento humano ponen de manifiesto la existencia de unos parámetros básicos para entender la complejidad de nuestra emocionalidad motivacional. Los ejemplos que siguen pueden acabar de ofrecer o sugerir la dimensión real de estos temas.

 

 

— Contracondicionamiento: de apetitivo a aversivo.

–  Te gustaba la física pero últimamente suspendes.

–  Me gustaba conducir pero tuve un accidente

–  He decidido no volver a navegar después de una experiencia muy dura en el mar.

–  Me han dicho varias veces que estoy acabado y la competición ya no me atrae.

–  La persona a quien quiero me maltrata físicamente.

–  Otros:…………………………………………………………………….

— Contracondicionamiento de aversivo a apetitivo.

–  No me gustaban los garbanzos pero un día no había nada más, los probé y me sentaron bien.

–  Estuve media temporada sin competir pero al fin entré en la lista de seleccionados.

–  Nunca pensé que pudiera gustarme este ambiente.

–  Últimamente me interesan temas que antes no me interesaban.

– Otros:……………………………………………………………………

 

 

EL REFORZAMIENTO

 

Acción es lo que un individuo hace. Este hacer está motivado por las necesidades orgánicas, inicialmente, pero las necesidades sociales toman rápidamente el relevo en la vida de los humanos. Junto a la satisfacción de las necesidades que se consiguen con las acciones se obtienen estados orgánicos satisfactorios y placenteros o insatisfactorios y dolorosos, de tal manera que se organiza una dinámica en la que las necesidades y las emociones se ligan a lo que cada uno hace. El concepto de reforzamiento viene a denotar esa integración funcional de las necesidades, las emociones y las acciones.

Este concepto de reforzamiento surge de un análisis experimental del comportamiento que se ha centrado en el estudio de lo que motiva las acciones de los organismos y que se ha venido identificando, a partir de B. F. Skinner, con los nombres de “condicionamiento operante” o “conducta operante”, precisamente para poner el énfasis al tema de cómo la acción del individuo actúa de catalizador en la satisfacción de las necesidades y el paso de unos estados emocionales a otros. La situación experimental inicial es muy simple e ilustrativa: un animal privado de comida o bebida durante unas 24 horas ve reforzada su conducta por la presencia de comida. Si el animal aprieta la palanca contingentemente se le da comida; la conducta de apretar la palanca se vuelve más frecuente que las otras y se dice que aumenta su fuerza. La conducta es definida por el experimentador y al hacerlo representa a la sociedad que define las acciones a realizar o a aprender para cada uno y que las premia con unos efectos deseados por el sujeto. Lo que resulta del proceso de reforzamiento es que el premio contingente a la conducta hace que ésta se vuelva más probable en el futuro; es decir, la motiva. Se dice también que la contingencia aplicada la refuerza –de ahí los nombres de refuerzo y reforzamiento-, en el sentido que se observa que esta conducta reforzada se repite con mayor probabilidad posteriormente. El condicionamiento operante también incluye el castigo, representado por la presentación de un estímulo aversivo contingente a una acción o respuesta de un organismo. Veremos este concepto más adelante pero a partir de esa idea simple de premiar y castigar, el análisis experimental de la conducta generó el conjunto más amplio y bien fundamentado de criterios de actuación para motivar o desmotivar la conducta. Destacamos algunas ideas básicas.

 

 

 

Figura 6. Esquema de reforzamiento. La relación asociativa entre la conducta (C) de un sujeto y el estímulo reforzador (ER) conlleva que la fuerza motivacional de ésta aumente.

 

 

En primer lugar, el reforzamiento es un concepto que supone la existencia de necesidades. No valora su interés ni justifica su existencia para un individuo concreto. Esto hizo pensar a algunos que aquel tipo de estudios se alineaba con los principios de la sociedad consumista o con determinados modelos de sociedad o de individuos. En segundo lugar, el reforzamiento toma la respuesta o acción de un organismo como representación del hecho que la humanización es aprender a hacer cosas y, en tercer lugar, ilustra el hecho que la sociedad de maneras muy diversas pero sistemáticamente premia o castiga las acciones de los organismos. Al hacerlo pretende motivarlas o desmotivarlas, hasta donde su poder se lo permite.

Este hacer cosas incluye habilidades, hábitos y saberes, de tal manera que cuando hablamos del reforzamiento de la conducta estamos hablando de cómo se seleccionan y se fortalecen las habilidades físicas, los hábitos de salud y los saberes sociales. Conducta es un concepto que las incluye a las tres. Esto no excluye el hecho de que aprender hábitos, habilidades y saberes comporta siempre un establecimiento individual de relaciones y, normalmente, una didáctica que las hace posibles, en cuanto a tales construcciones más o menos complejas.

Para ilustrar el concepto de reforzamiento y observar su implicación en el universo de la motivación nos vamos a centrar en la descripción y el análisis de unos tipos de reforzamiento básicos.

 

 

1.- Reforzamiento positivo y negativo

 

En el reforzamiento positivo se motiva una conducta a través de la presentación de algo. En cambio en el refuerzo negativo se motiva la conducta mediante la eliminación o no presentación de algo. Es importante notar que la idea de positivo y negativo aquí va unida al tipo de consecuencia de la conducta: en el primer caso se presenta el refuerzo, en el segundo caso se elimina o se evita la presentación del refuerzo. Esta distinción se entiende muy bien en la práctica: apretar una tecla en una máquina tragaperras y que se presente un premio sería reforzamiento positivo. En cambio apretar un botón y que desaparezca un programa televisivo insoportable sería un reforzamiento negativo. En ambos casos se refuerza una conducta; es decir, se motiva y hay reforzamiento. Pero en un caso se presenta el reforzador y en el otro se elimina. Por tanto el reforzamiento no va ligado necesariamente al concepto de premio.

Hay infinidad de ejemplos en la vida cotidiana, en el deporte y en el trabajo de ambos tipos de reforzamiento. Destacando ejemplos deportivos, citamos los siguientes:

 

 

— Otros ejemplos de reforzamiento positivo:

–  Acción de chutar o lanzar y efecto de marcar o puntuar.

–  Acción de simular una falta y efecto que se pite.

–  Acción de fintar y efecto de sobrepasar al contrario, en el uno contra uno.

–  Acción de entrenarse y efecto de jugar.

–  Acción de visualizar una acción y efecto de mejorarla.

–  Acción de memorizar y efecto de recordar.

–  Decir algo y que alguien te sonría.

–  Adquirir hábitos higiénicos y notar aceptación.

– Otros: …………………………………………………………………..

— Otros ejemplos de reforzamiento negativo:

–  Acción de callar y marchar ante una provocación, y efecto de evitar la tarjeta.

–  Acción de apartar la mano y evitar el contacto de la pelota, en el fútbol por ejemplo.

–  Acción de entrenar o “calentar” y evitar las lesiones.

–  Leer las instrucciones de uso de un electrodoméstico para no estropearlo.

–  Hacer algo para no aburrirse.

–  Ducharse y eliminar sensaciones incómodas.

–  Otros: ……………………………………………………………………

 

 

Dado que en el reforzamiento negativo, el refuerzo acostumbra a ser algo que disgusta o que es aversivo, hay quien confunde el reforzamiento negativo con el castigo. Cosa que es un error con consecuencias graves para la comprensión de la motivación humana.

Reforzar es siempre motivar una acción, en cambio castigar es desmotivarla. Lo que sucede también es que las personas tienden a evitar los castigos –cosa que pretende precisamente el que castiga– y entonces el reforzamiento negativo aparece como la manera psicológica natural de no ser castigado. Es decir, se refuerzan las conductas que eliminan o evitan un castigo.

El concepto de evitación es, pues, clave en la comprensión de la motivación humana: muchas de las cosas que hacemos no es para conseguir algo sino para evitar algo. Esto, en una sociedad muy competitiva y reglada, comporta que gran parte de los repertorios adaptativos humanos tengan la evitación como motivación.

El reforzamiento positivo es el más frecuente y el que se aconseja desde un punto de vista emocional, ya que significa que se motiva la conducta para conseguir cosas que son, por lo general, emocionalmente positivas y no para evitar aquéllas que son emocionalmente negativas. Los miembros de un equipo que se comportan como lo hacen para conseguir un buen ambiente, probablemente se sentirán mejor que aquellos que actúan adecuadamente para evitar la bronca del entrenador. De todas maneras, los entrenadores, los educadores y la sociedad en general tienen establecidos sistemas de motivación en los dos sentidos. Es más, la adaptación a todos los universos físicoquímicos, vitales y sociales exige ambos tipos de reforzamiento. Así, por ejemplo, aprendemos a sujetar una cafetera para sostenerla y trasladarla de forma eficiente y como manera de no quemarnos y evitar derramar el café. De la misma manera aprendemos a comportarnos correctamente en el juego para poder ganar y evitar los castigos.

 

 

2.- Reforzamiento primario y secundario

 

El refuerzo primario es un refuerzo incondicionado, es decir, es algo que motiva biológicamente por el simple hecho de ser seres vivos; es algo apetitivo orgánicamente. Por ejemplo, la comida o la bebida. Es primario, también, porque es el refuerzo que se utiliza en primera instancia en el proceso de domesticación e incluso de humanización.

El refuerzo secundario es un refuerzo condicionado, es decir, cualquier contingencia que ha llegado a ser reforzante por asociación con uno o más refuerzos primarios. Por ejemplo: un “¡muy bien!”. El refuerzo secundario pone de manifiesto que existe ya una funcionalidad psicológica por la cual cada individuo relaciona los reforzadores primarios con gestos y palabras que indican aprobación, aceptación, integración y complicidad con los que le rodean. También puede poner de manifiesto que hay una cultura, grande o pequeña, que liga los reforzamientos primarios con determinados elementos neutros que acaban siendo reforzadores secundarios. Entre ellos y sobre todo, las palabras.

En nuestra sociedad, el reforzador secundario por excelencia, el más generalizado, es el dinero. El dinero se puede intercambiar para obtener todas las cosas necesarias para uno, sea ésta una necesidad biológica o socialmente establecida. La fuerza motivante del dinero está fuera de toda duda y representa el control motivacional más relevante de los adultos en nuestra sociedad occidental. A veces no se verbaliza y a veces se oculta, tras proclamaciones de motivadores menos prosaicos, pero el dinero es –como decía el poeta– poderoso caballero. Aunque a veces y por razones más nobles cuesta admitirlo, el dinero es lo que mueve a las personas con mayor fuerza en nuestra sociedad, en la que prácticamente todo se consigue con él. Es más, al estar satisfechas las necesidades básicas y existir un cúmulo de necesidades socialmente añadidas, el dinero es el instrumento para conseguirlas.

Un sistema reducido de motivación secundaria, muy usado en instituciones cerradas tales como escuelas, hospitales, prisiones o incluso equipos deportivos para motivar a sus miembros, es la llamada “economía de fichas”. Las fichas son como las monedas o los billetes dinerarios pero son de cartón o plástico y con ellos los participantes en esa “economía” consiguen refuerzos singulares para ellos, como pueden ser permisos penitenciarios, acceso a espectáculos, adquisición de bienes de consumo o reconocimiento y otros objetivos del sistema organizativo en el que se hallen.

 

 

— Otros ejemplos de reforzamiento primario:

–  Conducta de comer y efecto de satisfacción orgánica.

–  Beber y calmar la sed.

–  Copular y tener un orgasmo.

–  Moverse –correr, saltar, etc.– y conseguir el efecto orgánico de bienestar.

–  Descansar y recuperarse.

– Otros: …………………………………………………………………..

— Otros ejemplos de reforzamiento secundario:

–  Estudiar y recibir un elogio o evitar una repulsa.

–  Jugar y ganar.

–  Ganar y recibir dinero.

–  Pagar con tarjeta y obtener puntos canjeables por regalos.

–  Otros: ……………………………………………………………………

 

 

3.- Reforzamiento controlado y accidental

 

El refuerzo controlado es aquél en que existe un orden para hacer contingente un reforzador respecto de una conducta.

El refuerzo accidental es aquél en que la casualidad hace que un reforzador sea contingente a una conducta. Un experimento ya clásico vino a poner una base explicativa a un fenómeno fácilmente observable. En una caja experimental, cada cierto tiempo caía una unidad de comida, independientemente de cual fuera el comportamiento de la paloma que se encontraba en ella. Se observó que dicha paloma con posterioridad, curiosamente, siempre retorcía el cuello antes de buscar la comida, como si fuera un tic. Se supuso que, probablemente, había sucedido en alguna o algunas ocasiones que, antes de que cayese la comida, la paloma se encontraba realizando dicho movimiento. Así se estableció una relación accidental entre la conducta y la comida.

Cuando se traslada esta idea de relación accidental entre una conducta y un refuerzo, entramos en el tema amplio y de interés para el deporte como es la superstición.

La idea general es que las supersticiones parten de reforzamientos personales producidos de forma casual, de tal manera que a algo que nada tiene que ver con un resultado, se le atribuye una relación de causa-efecto con el mismo. En el deporte tenemos buenos ejemplos cuando se observa que hay nadadores que tienen que llevar siempre el mismo bañador porque creen que les ayuda a ganar, o futbolistas que han de entrar en el campo con el mismo pie, o santiguarse antes de entrar, porque piensan que esto les traerá suerte o les ayudará a evitar fallos. Cuando el resultado de la asociación es el esperado, ésta se refuerza. Pero aunque no sea así la creencia perdura, en parte porque en otras ocasiones sí se ha reforzado y en parte también por el hecho de actuar de la misma forma que personas que actúan de modelos, los predecesores u otras personas a las que uno se halla unido y con quien comparte valores fundamentales. De hecho, aunque las supersticiones son personales, muchas veces aparecen influenciadas por los familiares, compañeros y grupos sociales. En el deporte existen casos de supersticiones grupales donde determinadas prácticas –más o menos esotéricas–, tales como quemar papeles para “quemar” los malos espíritus o beber brebajes que supuestamente dan poderes especiales, se utilizan para motivar al equipo.

Normalmente, no se considera necesario actuar extinguiendo o contracondicionando las conductas supersticiosas ya que ello comporta desajuste o desconcentración. Los deportistas acostumbran a ser conscientes de todo ello y por eso optan generalmente por convivir con ellas. Mientras no sean excesivamente molestas o aparatosas, se toleran.

Está claro, sin embargo, que siempre es más aconsejable que un sujeto actúe movido por la racionalidad que por la irracionalidad.

 

 

— Otros ejemplos de reforzamiento controlado:

–  Tirar a canasta y encestar.

–  Jugar bien y ganar.

–  Estudiar las normas de circulación y puntuar en el examen.

–  Otros: ……………………………………………………………………

 

— Otros ejemplos de reforzamiento accidental:

 

–  Tocar el pitorro del balón y encestar.

–  Poner un cirio a cualquier figura antes de jugar y ganar.

– Otros: ……………………………………………………………………

 

 

4.- Reforzamiento intrínseco y extrínseco

 

El reforzamiento intrínseco es aquél en que la consecuencia reforzante es el producto natural de la propia acción. Por ejemplo, leer y distraerse o informarse al hacerlo. Es el objetivo normal del proceso educativo en lo que atañe a la motivación: se pretende que cada persona haga las cosas no por razones ajenas a las acciones, sino por lo que ellas le conllevan.

El reforzamiento extrínseco es aquél en el que el refuerzo no depende de la acción misma sino que se da una consecuencia o contingencia arbitraria respecto de la acción del sujeto. Por ejemplo leer para poder salir al patio, o para aprobar un examen. El reforzamiento extrínseco acostumbra a ser el utilizado en las fases iniciales de la educación y de la humanización en general, ya que ésta comporta aprendizaje de acciones y repertorios singulares que tienen un efecto reforzante no inmediato.

La domesticación de animales se realiza normalmente con reforzamiento extrínseco, ya que las conductas y las habilidades que se enseñan no tienen una finalidad en sí mismas para ellos.

En el deporte, como en la mayoría de las actividades humanas aparece en primer lugar la motivación extrínseca. Hacer deporte para conseguir un premio o la fama, o entrenar incluso para acaparar la atención del entrenador. Por supuesto que competir para ganar dinero es una motivación extrínseca.

En general, lo ideal es llegar a conseguir una motivación intrínseca, pero para ello suele hacer falta pasar primero a través de la extrínseca. Por ejemplo, hace falta motivar extrínsecamente a un niño para que lea, ofrecerle alguna cosa a cambio, para que en el futuro llegue a disfrutar de la lectura por ella misma. En el deporte ocurre lo mismo: la práctica deportiva conlleva una fase de aprendizaje y entrenamientos que no suponen un refuerzo intrínseco, por lo tanto hay que reforzarla de forma extrínseca; aunque también suponga una libertad de movimiento que, como hemos dicho, mantiene una cierta motivación de base. Pero lo ideal es que el deportista, incluso en la competición más dura, la realice divirtiéndose y disfrutando de su ejecución. Últimamente se habla mucho del estado de fluencia o de “flow”, utilizando el término inglés. Este estado de fluencia es justamente un estado de motivación intrínseca, en el que el sujeto se encuentra plenamente centrado en su acción y disfruta realizándola. Es más, este estado de dominio y disfrute con la acción correcta, más allá del ganar y otros reforzadores extrínsecos, es el que busca obtener el deportista superior.

 

 

— Otros ejemplos de reforzamiento intrínseco:

–  Conducir para desplazarse.

–  Estudiar para saber.

–  Jugar para disfrutar.

–  Lavarse para sentirse cómodo.

– Otros: ...............................................................................................................

— Otros ejemplos de reforzamiento extrínseco:

–  Estudiar para poder salir al patio o simplemente para aprobar.

–  Competir para salir en la televisión.

–  Comportarse para ganar el cielo.

–  Jugar por dinero.

–  Viajar para poderlo explicar.

–  Lavarse y perfumarse para gustar.

– Otros: ………………………………........………………………………..

 

 

5.- Reforzamiento absoluto y parcial

 

El refuerzo absoluto es el que se obtiene en su totalidad. Es un tipo de refuerzo que no está controlado cuantitativamente y que no se dosifica según la evolución de la conducta del sujeto y se obtiene de una sola vez. Por ejemplo, ganar un campeonato. Los refuerzos pueden ser más o menos absolutos en función del contexto. Tanto lo son, por ejemplo, la obtención de un campeonato regional como la de una medalla en unos Juegos Olímpicos, pero ésta última es de una magnitud mucho mayor; el primero podría incluso llegar a considerarse como un refuerzo parcial del segundo, aunque no siempre lo sería.

El refuerzo parcial es aquél en el que cada vez se obtiene sólo una parte de la totalidad del refuerzo disponible. Por ejemplo, que te toque un segundo o tercer premio o que te devuelvan el dinero jugando a la lotería.

En el deporte, los refuerzos suelen ser casi siempre parciales y los hay de dos tipos: los organizacionales y los personales. Los organizacionales son aquellos que se otorgan por orden en la clasificación y los personales son los que se otorgan por mejora en las marcas o el rendimiento personal en cualquier dimensión. Una de las tareas motivacionales claves en el deporte es la de establecer, precisamente, el ordenamiento de refuerzos que permiten mantener la motivación en el sujeto, no obstante las dificultades y los fracasos. Ni que decir tiene que ello también es clave en la vida laboral y en general: los reforzadores parciales significan objetivos alcanzables, menor probabilidad de frustración y motivación más persistente.

El deporte, además, tiene algo básico pero motivacionalmente muy potente y es que hay muchos deportes, varias modalidades dentro de un deporte y distintos niveles por edades y sexo. Ello, unido al uso sistemático del trofeo y el reconocimiento, hace que exista una disponibilidad reforzante y de motivación individual y personalizada extraordinaria. Cosa que no se encuentra en otras organizaciones de lo humano. Se podría decir que el deporte es una organización multimotivacional y por ello, al menos en parte, las sociedades lo encuentran deseable para sus ciudadanos.

 

 

— Otros ejemplos de refuerzo absoluto:

–  Quedar campeón absoluto en una regata con distintas clases de veleros.

–  Quedar primero en una promoción de estudios o en una competición.

–  Obtener una medalla de oro.

–  Ser el número uno en ventas, en ingresos o en un récord Guiness.

–  En la religión: ganar el cielo o evitar el infierno.

– Otros: ……………………………………………………………………

— Otros ejemplos de refuerzo parcial:

–  Quedar campeón en una clase de veleros.

–  Quedar bien clasificado en una promoción o en una competición.

–  Obtener medalla de plata o bronce o diploma olímpico.

–  Ganarse bien la vida en una empresa sin ser el número uno.

–  En la religión: obtener una gracia o liberarse de un pecado por confesión.

–  Otros: ……………………………………………………………………

 

 

6.- Reforzamiento directo y vicario

 

El refuerzo directo es aquél que recibe el propio sujeto. Así sucede cuando uno es felicitado, por ejemplo, en clase por su ejecución o rendimiento.

El refuerzo vicario, también llamado indirecto o de imitación, es el que se produce por el mero hecho de observar la obtención del refuerzo en los demás, es decir, es un refuerzo en el que el refuerzo de la acción en otro, refuerza esa acción en mi repertorio. Su incidencia es especialmente relevante en los más jóvenes y en personas que no tienen definidos sus propios objetivos.

El cine y la televisión, pero también los vídeos y demás productos audiovisuales, son universos que proponen modelos de conducta y acostumbran a actuar reforzando conductas potenciales en los observadores. El tema tiene una relevancia tal que la idea de educación, hoy en día, no puede concebirse sin la consideración exhaustiva y profunda de los modelos sociales presentes en aquellos medios. El deporte adquiere una gran importancia social gracias, precisamente, a la televisión que muestra el éxito de sujetos que pasan a convertirse en modelos para muchos de los practicantes: el refuerzo de su actuación pasa a convertirse también en refuerzo para las eventuales acciones de los que los observan, en este medio educativo tan relevante.

 

 

— Otros ejemplos de reforzamiento directo:

–  Los elogios por lo que uno acaba de hacer.

–  Simular una falta y que la piten.

–  Titularse o capacitarse en una especialidad y conseguir trabajo en ella.

– Otros: …………………………………………………………….

reforzamiento vicario:

–  Observar los elogios que reciben otros.

–  Mirar como un delantero simula la falta y tiene éxito en su provocación.

–  Conocer las hazañas o los poderes especiales de un personaje de revista o cine.

–  Lanzarse al vacío y volar como Superman.

–  Saber de una formación específica y su salida laboral.

– Otros: …………………………………………………………….

 

 

7.- Reforzamiento administrado y autoadministrado

 

El refuerzo administrado es aquél que se da por un ente o sujeto diferente del que realiza la acción. Es el más importante, especialmente en edades tempranas. El refuerzo autoadministrado es aquél que se proporciona el propio sujeto. Tiene su interés a partir de determinado momento en la vida, puesto que confiere al individuo un elemento de autonomía para automotivarse, sin necesidad de terceras personas. Por ejemplo, uno de los reforzadores de nuestra cultura es el elogio o reconocimiento: golpecillo en la espalda, “bien hecho”, etc., pero también resulta reforzante el hecho de autoreferírselos: “muy bien”, “voy a más”, “hoy tengo el día”, etc. En el deporte se utiliza habitualmente este tipo de reforzamiento para situaciones en las que el deportista pretende resistir, continuar, superarse y adquirir, en general, la fuerza necesaria para jugar y ganar.

 

 

— Otros ejemplos de reforzamiento administrado:

–  Trabajar por cuenta ajena y recibir el salario.

–  Trabajar y obtener las vacaciones según convenio colectivo.

–  Leer, comportarse, jugar correctamente y recibir reconocimiento de otros por ello.

–  Tener un reconocimiento social por algo.

– Otros: ……………………………………………………………

— Otros ejemplos de reforzamiento autoadministrado:

–  Trabajar y autoretribuirse según el propio criterio.

–  Trabajar y definir uno mismo los períodos vacacionales.

–  Leer, comportarse, jugar y valorar uno mismo lo bueno de todo ello.

–  Saberse útil en algo.

– Otros: ………………………………………………………………….

 

 

EL CASTIGO

 

Hay una cierta resistencia a hablar del castigo, aun cuando es instrumento de motivación y desmotivación con una presencia, más que notable, en nuestra sociedad. Hay quien, además, confunde el saber sobre castigo con el estar a favor del castigo y, evidentemente, no es eso. Pero hay quien incluso evita hablar del castigo por ser precisamente algo aversivo. Todo ello, unido a otros posibles prejuicios, no debería comportar obviar su existencia y su relevancia en nuestra sociedad. En todo caso y desde el punto de vista del análisis psicológico de la motivación, es necesario hablar del castigo como fenómeno nuclear.

Aquí nos interesa, pues, realizar una consideración tranquila de este fenómeno del castigo en nuestra cultura, para tener conciencia de él y saber manejarse en su presencia. Para hacerlo, vamos a observar diferentes tipos de castigo y así poder ver, de paso, su presencia diversificada en nuestras vidas.

Hablamos de castigo para explicar la disminución en la fuerza de una conducta de acuerdo con las consecuencias que le siguen.

 

 

 

Figura 7. Esquema de castigo. La relación asociativa entre la conducta (C) de un sujeto y el estímulo castigante (EC) conlleva la disminución de la fuerza motivacional de aquélla.

 

 

Efectivamente, es el caso contrario al reforzamiento, en el sentido que allí se aumentaba la fuerza de una conducta individual y aquí se disminuye. Pero como ocurría en el caso del reforzamiento, el castigo integra necesidades, emociones y acciones en un todo funcional que cubre muchas situaciones cotidianas.

Reforzamiento y castigo constituyen, por otra parte, los dos procedimientos habituales de motivación ordinaria y reglada que se utilizan en nuestra sociedad. Esa idea dicotómica de la motivación de base social se basa en la decisión sobre lo que es bueno y lo que es malo para los individuos y, en general, a partir de lo que se concibe y conviene sobre el bien y el mal.

Se afirma, por otra parte, que el reforzamiento va unido al condicionamiento apetitivo y el castigo al condicionamiento aversivo, ya que lo que es reforzante se asocia a placer y bienestar, y lo que es castigante se asocia a dolor y malestar. Las personas que refuerzan son personas que se vuelven agradables y las que castigan, desagradables y ello explica, inicialmente, nuestras tendencias de aproximación o de aversión hacia ellas.

Pero, sin duda, el tema clave del castigo tiene que ver con su funcionalidad. En primer lugar, hay que destacar que el que castiga lo hace para que una conducta pierda motivación o desaparezca. Pero, además, los individuos que lo aplican, quedan reforzados negativamente. Es decir, el que castiga elimina o evita algo que le molesta y lo consigue, normalmente, de forma inmediata y absoluta. Castigar, por decirlo en otras palabras, motiva el castigar. Es un comportamiento reforzado por la eliminación de lo que consideramos aversivo a partir de un determinado criterio de aversión. Ello, obviamente, tiene grandes consecuencias en la organización de la vida de las personas y de las sociedades.

Vamos a detallar distintos tipos de castigo de forma equivalente a lo hecho en el caso del reforzamiento.

 

 

1.- Castigo positivo y negativo

 

El castigo positivo consiste en la presentación de algo que comporta la disminución de la fuerza de la conducta a la que se hace contingente. Ese algo acostumbra a ser una acción de otra persona y ésta suele tener un carácter aversivo, aunque no necesariamente. Pegar por hacer algo mal hecho es el ejemplo típico. Se espera que el pegar haga desistir a quien recibe ese castigo de hacer nuevamente la acción castigada, o al menos que el sujeto no lo haga en la situación en la que se le ha castigado. La acción puede variar en topografía, también el castigo, pero lo que nos interesa aquí es decir que siempre que se da una consecuencia desagradable consecutivamente a una acción y ésa disminuye en el futuro, decimos que se castiga esa acción. Dado, por otra parte, que lo agradable y desagradable es algo condicional a la vida de cada uno, la diversidad de castigos está garantizada, aunque los hay comunes.

El castigo negativo consiste en retirar algo que un sujeto puede desear por las causas que sean. Cuando la retirada de ese algo también comporta una disminución en la fuerza de una conducta, decimos que castigamos. Castigar con no poder ir a cine o no salir al patio son ejemplos tradicionales.

Hay que prestar atención al hecho que “positivo” y “negativo” son conceptos que se usan como sinónimos de castigo por presentación de algo y castigo por retirada de algo, respectivamente. Se dice que la contingencia es positiva si se presenta algo, o es negativa si se retira algo. Ambos conceptos, por tanto, no se utilizan aquí como sinónimo de agradable y desagradable.

 

 

— Otros ejemplos de castigo positivo:

–  Pegar o lapidar a alguien por cualquier acción.

–  Insultar o hacer burla contingente a una conducta.

–  Amenazar con posible agresión.

–  Comer algo y que te sienta mal.

– Otros: ……………………………………………………………………

— Otros ejemplos de castigo negativo:

–  Poner una multa por exceso de velocidad.

–  Penalizar la cancelación de un préstamo.

–  Impedir la participación en un campeonato.

–  Expulsar del terreno de juego.

–  Retirar el carné de conducir por exceso de velocidad.

–  Esperar aprobación y recibir indiferencia.

– Otros: ……………………………………………………………………

 

 

2.- Castigo primario y secundario

 

Hablamos de castigo primario cuando la presentación o eliminación de algo es de tipo físico o fisiológico. Por ejemplo agredir o privar de dormir. Hablamos, en cambio, de castigo secundario cuando el elemento castigador es condicionado. Por ejemplo, el insulto o impedir jugar a fútbol. Igual que sucedía con el reforzamiento primario y secundario, se trata de poner de manifiesto el hecho que la domesticación y la humanización comportan el uso de contingencias punitivas arbitrarias, pero que han adquirido su poder castigante por asociación a contingencias más básicas de tipo físico o fisiológico. Tal es el caso de los efectos castigantes de las amenazas y los insultos.

El dinero, nuevamente, aparece como el gran instrumento de motivación en nuestra sociedad. Lo confirma la presencia de multas y penalizaciones administrativas en todas las actividades humanas. Así como reforzar con dinero significaba motivación del comportamiento de estudiar, trabajar y comportarse en general según lo acordado, castigar retirando el dinero es la forma motivacional contraria: se pretende que los sujetos no hagan determinadas cosas quitándoles algo necesario y apetitivo condicionado. Está claro que en la vida de un adulto occidental con familia, el dinero cubre gran parte de la fuerza motivacional del comportamiento: se trabaja y se actúa para conseguirlo y se procura que no se lo quiten a uno. Hay que convenir, en todo caso, que las multas son una institución social con una presencia avasalladora.

 

 

— Otros ejemplos de castigo primario:

–  Mutilar la mano por robar.

–  Que te hayan pegado por decir palabrotas.

–  Que no te dejen mover –restricción física- por cualquier razón.

– Otros: ……………………………………………………………………

— Otros ejemplos de castigo secundario:

–  Que te digan “muy mal” por algo.

–  Que se ironice o haya burla por un comportamiento.

–  Que te multen por cualquier cosa.

–  Que te quiten una medalla ya adjudica por control de dopaje positivo.

– Otros: ……………………………………………………………………

 

 

3.- Castigo intrínseco y extrínseco

 

Un castigo intrínseco es el que sucede como consecuencia natural de una acción. Así un exceso de velocidad o una conducción temeraria puede ser castigada por un accidente. En cambio la misma conducta sería castigada de forma extrínseca por una multa. En general se prefiere que los castigos tengan un carácter intrínseco a fin de que el propio sujeto relacione la acción con el castigo. “Así aprenderá” se dice cuando alguien sufre por algo que ha hecho, o también “Que pague con las consecuencias” queriendo, precisamente, denotar lo connatural de lo sucedido. En cambio, el castigo extrínseco comporta normalmente la intervención de otros, los cuales quieren mostrar la inconveniencia de una acción que no conlleva, ella misma, una contingencia punitiva.

— Otros ejemplos de castigo intrínseco:

–  Tocar el fuego y quemarse.

–  Correr descoordinadamente o excesivamente y caer.

–  No poder iniciar la competición por no reunir los requisitos federativos.

– Perder el plus de puntualidad por llegar tarde.

– Otros: ……………………………………………………………………

castigo extrínseco:

–  Subir al tren sin billete y tener que pagar una multa.

–  Encerrar a alguien por robar o matar.

– Visitar una determinada web y que se infecte tu ordenador.

– Otros: ……………………………………………………………………

 

 

4.- Castigo programado y accidental

 

El castigo programado es aquél sobre el que existe una lógica u orden de punición. El castigo accidental, en cambio, es el que sucede de forma imprevista o casual. La mayoría de los castigos están programados de alguna manera, pero a veces sucede que alguien recibe un castigo de forma accidental. Como sucedía con el reforzamiento, se pueden crear relaciones supersticiosas de tipo aversivo. Así, por ejemplo, un conductor implicado en un accidente puede disminuir su motivación por conducir o por hacerlo de determinada manera, si se ve implicado en un accidente del que, como se dice, no se tiene ninguna culpa. Lo mismo le puede ocurrir a un deportista que se ve implicado en un accidente de competición de forma plenamente casual. Los castigos comportan siempre condicionamientos aversivos, pero lo que hace que hablemos de castigo es el hecho que la fuerza o la motivación para realizar una conducta disminuye por efecto de la presentación contingente del estímulo aversivo respecto de ella.

 

 

— Otros ejemplos de castigo accidental:

–  Andar por la calle y que te caiga una teja o un trozo de obra.

–  Comer algo y que te sienta mal por algo ajeno a lo comido.

– Otros: ……………………………………………………………………

— Otros ejemplos de castigo programado:

–  Tocar una valla y que salte la alarma.

–  Ocultar datos a Hacienda y recibir una revisión con multa.

– Otros: ……………………………………………………………………

 

 

5.- Castigo directo y vicario

 

El castigo directo es el que uno recibe y el indirecto es el que uno ve u oye como lo recibe otro. La sociedad ha valorado siempre el castigo ejemplar para así influir sobre todos los observadores, a fin de que sepan qué cosas son castigadas y de qué manera. Ni que decir tiene que este fenómeno psicológico de la imitación tiene un gran interés en lo que podríamos denominar “economía educativa”: cuando castigo a alguien, todos los que lo ven también son castigados. En una sociedad en la que los individuos se agrupan para convivir y para crear todo tipo de empresas, potenciada ahora por los medios de comunicación de masas, el castigo ejemplar tiene una relevancia obvia. Otra cosa es la generación de conductas de evitación que buscan, sobre todo, evitar el castigo, y que pueden ser igualmente punibles, pero sin cobertura legal para ello. Cosa muy típica cuando la conducta castigada es la que al mismo tiempo se refuerza. Así, castigar al que infringe la ley por prácticas comerciales ilegales puede ser ejemplar, pero acostumbra a facilitar la creatividad en conductas de evitación del castigo más que en la supresión de aquellas prácticas. Lo mismo sucede en el deporte donde la punición por dopaje aparte de poder ser ejemplar genera estrategias que evitan el ser castigado o fomentan y motivan la ocultación.

— Otros ejemplos de castigo directo:

–  Dar positivo en un control antidoping y que te aparten de la competición.

–  Expulsión por una entrada dura.

– Otros: ……………………………………………………………………

— Otros ejemplos de castigo vicario o indirecto:

–  Ver la ejecución de un reo.

–  Publicar la Administración los delitos detectados y los castigos aplicados.

– Otros: ……………………………………………………………………

 

 

6.- Castigo absoluto y parcial

 

Un castigo absoluto es el que agota la fuerza punitiva aplicable. En cambio un castigo parcial es el que dosifica la presentación o la eliminación de aquella fuerza. Así la pena de muerte es un castigo absoluto, en cambio privar de libertad de movimiento, o infringir daño y lesiones es un castigo parcial. En la vida ordinaria y particularmente en el deporte, hay una verdadera dosificación del castigo a fin de que el castigo absoluto que se pueda aplicar quede siempre como un recurso extremo; algo que se aplica indicando el nivel cero de tolerancia. Se espera que los individuos repriman sus conductas incorrectas con la aplicación de castigos parciales los cuales, además, se hallan en la línea que lleva a los absolutos.

En la mayoría de los deportes, la expulsión de una organización deportiva acostumbra ser el castigo absoluto. La expulsión de un partido y no poder jugar en algunos encuentros posteriores es un segundo nivel de castigo parcial. La tarjeta roja en deportes como el fútbol es un castigo parcial –“positivo”, condicionado, extrínseco, programado, directo y vicario, todo a la vez– de una gran utilidad como lo demuestra su frecuencia ponderada de uso. La tarjeta amarilla es un castigo parcial menor y la amonestación el primero en ese orden de castigos.

Un castigo parcial muy utilizado en la escuela pero también en el deporte es el “Tiempo Fuera” (Time Out). Se trata de un castigo negativo generalizado ya que retira la posibilidad de participar en la clase o de jugar, con todos los refuerzos disponibles. Las expulsiones parciales en el waterpolo y en el balonmano serían concreciones de este tipo de castigo que motiva reprimir acciones que lo conllevan.

— Otros ejemplos de castigo absoluto:

–  Embargar todas las propiedades por desfalco.

–  Retirar el carné de conducir.

– Otros: ……………………………………………………………………

— Otros ejemplos de castigo parcial:

–  Pagar una multa por desfalco.

– En el carné por puntos, perder puntos contingentemente a una infracción.

– Otros: ……………………………………………………………………

 

 

7.- Castigo administrado y autoadministrado

 

El castigo administrado es el que otros aplican sobre mi comportamiento. Los ejemplos sobre este tipo de castigo son todos los anteriores, expuestos según criterios adoptados. El castigo autoadministrado es el que yo mismo me aplico y es el que nos interesa aquí. Se puede pensar en prácticas autopunitivas fomentadas por alguna religión; un buen ejemplo sería la autoflagelación. Pero en un ámbito más cotidiano y sobre todo en el mundo del deporte, existen buenos ejemplos de autocastigo. Pensemos en las personas que tienden a sentirse culpables de cosas que no dependen de ellas y que acostumbran a valorarse negativamente después de un determinado evento. “Soy un desgraciado”, “no sirvo para nada”, “tengo mala suerte”, etc. son expresiones típicas en este sentido. En el deporte es habitual que ante los errores haya quien se diga a sí mismo “hoy no es mi día”, “siempre tiene que pasarme lo mismo”, “no lo conseguiré”, estoy fatal” y otras expresiones que introducen elementos aversivos contingentes a la acción de uno mismo. Esos son castigos auto-administrados y se pretende que tengan los mismos efectos que el resto de castigos: que acaben o hagan disminuir la conducta que les antecede.

Otra cosa son los castigos que uno se aplica cuando para centrarse en la acción se pellizca o se dice “tonto” o “imbécil” a sí mismo. En este caso hay un interés mayor en castigar la acción y eso puede tener unos efectos más apreciables en la desmotivación de la acción desencadenante de la autopunición. Como veremos, sin embargo, el castigo siempre es un condicionamiento aversivo y autocastigarse es introducir en el campo funcional elementos emocionales que pueden alterar y de hecho alteran la ejecución deportiva. Por eso, el efecto del autocastigo en el deporte y en la vida en general es más que de dudosa utilidad.

 

 

- Refuerzo y castigo en conjunción

 

La idea que hay que reforzar las conductas adecuadas y castigar las inadecuadas es un principio implícito en cualquier cultura que pretende integrar a los individuos en un determinado sistema de necesidades y de valores. No parece que esto sea discutible, más allá de una consideración sobre los tipos de refuerzos y de castigos que se utilizan. Hay que decir, además, que estos dos conceptos no agotan la explicación de la motivación humana, ni tan sólo desde el punto de vista psicológico. Pero antes de pasar a otras causas psicológicas de la motivación, conviene todavía observar algunas interacciones generales entre refuerzo y castigo.

En primer lugar es necesario considerar el hecho a partir del que refuerzo y castigo no son acciones que los demás realizan con un criterio arbitrario al que uno es ajeno. Más bien se trata de la expresión sobre los acuerdos sociales, sobre lo que se debe y no se debe hacer. Al establecerlos se definen, además, las necesidades que uno debe atender o no en la misma práctica cotidiana. Por decirlo así, no existe un anuncio oficial sobre qué necesidades o qué emociones se deben tener, sino que en la conjunción del refuerzo y el castigo se conduce progresivamente a cada uno a un conjunto de necesidades que se van a sentir como propias, y respecto de las cuales se va a generar una tendencia emocional. De esta manera, acaba siendo normal que a uno le guste trabajar o estudiar o jugar y hacer deporte, o tener tiempo libre. De la misma manera acaba siendo normal para uno, que no tenga necesidad de perder el tiempo, que le disguste estar marginado o que le molesten los que le quitan cosas que uno considera propias.

Ganar y perder en el deporte ilustran muy bien las contingencias que socialmente se han decidido para motivar a los individuos. Ganar es conseguir la victoria y perder es que te la quite el ganador. La victoria es un reforzador positivo para el ganador y se convierte en un castigo para el perdedor, porque era un reforzador disponible que le ha sido arrebatado. El que gana se anima y el que pierde se desanima, al menos momentáneamente. En el deporte espectáculo el ánimo y el desánimo es colectivo.

Ganar y perder ilustran, además, la complejidad del orden social que refuerza y castiga. Se puede ganar por méritos propios o por suerte o por errores del contrario pero uno se anima igualmente al ganar y se desanima por perder. Ganar y perder, además, se dan en un contexto de relación interpersonal donde el elogio y la admiración se hacen contingentes al ganar y al ganador, y la crítica y la marginación se hacen contingentes al perder y al perdedor. Estas contingencias pueden ser descaradas y muy duras o ser sutiles y muy suaves pero están ahí como un universo evaluador que refuerza o castiga por ganar o por perder. Las personas, sin embargo, pueden atender a los elementos de lo sucedido que les permiten la interpretación y la valoración ponderada de ganar y perder, o del refuerzo y el castigo.

El control del comportamiento humano en base al uso del refuerzo y el castigo ha sido criticado desde diferentes sensibilidades sociales. Pero una cosa es criticar el refuerzo y el castigo, como sistema de regulación de la conducta individual, y otra muy distinta es criticar el sistema de acuerdos sociales que los justifica. De hecho cualquier sistema social define unas conductas como deseables, otras como indeseables y si se quieren implementar, todos necesitan de estos modos de regulación de la conducta individual. Otra cosa es que se haya realizado una valoración de estas contingencias y se considere que el reforzamiento es preferible al castigo por el hecho, por ejemplo, que el uso de éste último conlleve mayor aversión condicionada que el refuerzo.

Algunos, con planteamientos utópicos, han pretendido organizar sociedades con sólo el refuerzo y otros evitando plantear la motivación humana en términos de refuerzo y castigo. De momento la realidad es que refuerzo y castigo se utilizan y todos los ejemplos expuestos con anterioridad no agotan ni la variedad de refuerzos y castigos, ni la sutileza con que a veces se presentan.

Junto a esta consideración general y moral, se dan refuerzos y castigos de forma más particular y molecular. Así en las relaciones interpersonales y de manera más o menos independiente de lo socialmente convenido, los individuos refuerzan o castigan acciones, actitudes y valores según sea su apreciación de cada situación de interacción. Se asiente o se discrepa de lo que se considera, por ejemplo, interesante o conveniente, de múltiples maneras y según el universo relacional de los participantes en los encuentros y las reuniones.

Hechas estas consideraciones generales, pasamos a exponer dos temas de interacción refuerzo-castigo concretos. El primero es que normalmente no existe una coherencia social ni grupal, ni incluso familiar, en la aplicación de estos recursos; ni tan siquiera uno mismo a veces es coherente en el autorefuerzo y el autocastigo. Ello hace que la fuerza de ambas actuaciones sea menor, ya que significa una menor probabilidad de presentación y una mayor complejidad en la organización del comportamiento. Lo veremos más adelante. El segundo tema ligado a éste, pero que queremos destacar aquí, es que muy a menudo se refuerzan y se castigan las mismas conductas y esto tiene un efecto neurotizante en los individuos. Hemos hecho referencia anteriormente a condicionamientos “contra natura biológica” que entrarían dentro de esa zona de conflicto personal, pero hay otras. Tal es el caso de conductas que socialmente se refuerzan y se castigan a la vez, aunque normalmente por distintos agentes. Disponer de un coche muy potente y alcanzar los 300 kilómetros por hora es algo valorado y que produce admiración entre muchos, pero sobrepasar la velocidad máxima en cualquier carretera o autopista –cosa fácil para los coches actuales en general– se castiga de manera contundente. En este caso ilustrativo, se concreta además que correr a gran velocidad tiene el refuerzo inmediato y continuo a la hora de notarlo, y en cambio la multa tiene una demora mayor, aparte de ser infrecuente, normalmente. Éste es otro factor de fuerza de motivación que veremos más adelante.

La motivación humana no se agota, como se ha dicho, en esa bipolaridad refuerzo-castigo. Existen necesidades biológicas, y creación personal y cultural de necesidades, y todas ellas motivan. También existen apetencias y aversiones que se organizan más allá del castigo y el refuerzo. Lo hemos referido anteriormente. Pero reforzamiento y castigo aparecen, a pesar de todo, como unos aglutinantes funcionales de ese universo motivacional global del organismo-humano-en-sociedad que organiza de determinada manera las necesidades, las emociones y la conducta o la acción individual.

En el contexto de esta dicotomía entre refuerzo y castigo ha habido aproximaciones que los han desculturalizado, por decirlo así, y los han planteado como dos momentos de un ciclo existencial personal que se repite sin cesar. Es destacable lo que se convino en llamar “principio de Premack”, a tenor de la aportación de este autor. El principio afirma, primero, que en la vida cotidiana de cualquier individuo existen cosas que gustan de hacer y otras que disgustan o gustan menos. Y segundo, que si se hace contingente una cosa que gusta de hacer a una que no, ésta queda reforzada y viceversa: cuando se hace contingente algo que disgusta a algo que gusta, esto último queda castigado. Gustar y disgustar son términos muy coloquiales y una versión más técnica del mismo principio hablaría de conductas de baja frecuencia y de alta frecuencia, afirmando que las de alta frecuencia son las que gustan y las de baja las que no gustan tanto o disgustan. En esta formulación la diferencia de frecuencia entre las conductas de alta frecuencia y las de baja se pueden tomar como un registro objetivo del grado de fuerza reforzante o castigante de cada apareamiento. Pero la idea es la misma, cuando se hacen contingentes las de alta frecuencia a las de baja, se refuerzan éstas; y viceversa: las de baja frecuencia pueden actuar castigando las de alta frecuencia. Independientemente de cómo se formule, el tema clave es que la motivación cotidiana en términos de reforzamiento y castigo puede funcionar sin la idea que existen manipuladores que los administren. Así, por ejemplo si jugar un partidillo de fútbol gusta a un grupo –es lo que hacen a menudo cuando tienen tiempo libre–, organizarlo después de una clase teórica, por ejemplo, puede significar un reforzamiento de esta actividad más “dura”, por decirlo así. Al revés, organizar una clase de contenido duro y exigente después de un partido de fútbol puede significar castigarlo.

Más allá de este ejemplo práctico, puede ser útil observar cómo muchas personas organizan su motivación haciendo contingente algo que les apetece a un trabajo previo que realizan por obligación. Por ejemplo, un escritor que se propone hacer un viaje al terminar un libro o un estudiante que va al cine al terminar el estudio de un tema de examen u oposición.

En el deporte este planteamiento tiene una expresión singular. Entrenar es duro y a menudo de una manera que puede resultar pesada, pero jugar gusta. En otro orden de cosas, competir a veces comporta sufrimiento, ansiedad, tensión y el sentimiento de estar haciendo algo que no se debería, pero luego viene la relajación y la evaluación relajante de lo que has sido capaz de hacer. Tenemos ejemplos de esto último en el caso de la competición en vela. Las regatas pueden ser unas experiencias muy duras por las condiciones atmosféricas y por las propias cosas que han sucedido en la lucha por llegar antes a la meta, pero la vuelta a puerto es una experiencia relajante que suele ir acompañada de sensaciones reforzantes que provienen de la evaluación del atrevimiento y de la confianza que te da. Si además la práctica deportiva va seguida de una comida –o de un “tercer tiempo”, como en el rugby donde el encuentro festivo posterior al partido es norma– y del compartir la experiencia en un estado de distensión placentera, no ha de extrañar que se dé una motivación autógena en la práctica de la competición misma.

En general, podemos decir que esos ciclos personales en los que se suceden las actividades propias de cada uno tienen, en su alternancia, la facultad de motivar. Saber esto es útil para entender la motivación pero también para organizarse la vida de uno de forma tal que le resulte motivante.

 

 

INTEGRACIÓN FUNCIONAL

 

La inteligencia es el acto de entender, y se dice que una persona entiende cuando actúa de acuerdo con lo convenido. Un niño que se comporte, que estudie y responda adecuadamente a las preguntas que se le hacen, que imite a los mayores en el hablar y en el trato, que asuma responsabilidades de autocuidado y mane-je su existencia de forma autónoma, recibe el calificativo de bien educado, y esto es lo que se pretende en general para cualquier ser humano: que entienda cómo hay que comportarse.

El entendimiento humano incluye también tener presente que hay que hacer determinadas cosas y, con ello, se asuma que hay unas necesidades biológicas, psicológicas y sociales que cubrir. Sin todavía hablar, un niño entiende que debe hacer cosas e imita a los adultos haciéndolas, de tal manera que su vida se organiza en esa laboriosidad que caracteriza a los humanos. Luego al crecer y al hablar el niño asume que debe adquirir hábitos de vida saludables, que debe desarrollar habilidades y que ha de saber cosas. Lo asume porque se le muestra, se le dice y se lo dice a sí mismo, que debe aprender, estudiar, trabajar, ocuparse, ganar, gastar, sobresalir y, eventualmente, triunfar. El entramado motivacional humano está bien establecido, no obstante sea un sistema dinámico y cambiante.

En el entendimiento humano destaca, como hemos dicho anteriormente, saber interactuar con los otros. Cosa especialmente relevante en el trabajo y, sobre todo, en el deporte donde la inteligencia se mide por el ajuste que cada uno realiza a las jugadas. Es decir, por saber qué hacer y cuándo hacerlo en cada situación, particularmente de ataque y defensa. Pero el entendimiento humano exige, sobre todo, el uso individual del lenguaje. El lenguaje que la sociedad ofrece a cada nuevo ciudadano y que éste incorpora a su individualidad con su hablar y su pensamiento conlleva tres funciones relacionadas con lo dicho hasta ahora y que tienen una enorme relevancia para la motivación: denota las necesidades, describe los estados emocionales, y se usa para reforzar y para castigar. O sea, el hablar –como ya hemos visto– se integra en el entramado motivacional poniendo de manifiesto los estados de necesidad y emocionales, a la vez que se usa como reforzador y como castigo.

Una palabra puede asociarse a una sensación placentera o aversiva. Y una palabra o expresión pueden actuar de reforzador o de castigo. Ello no tendría mayor relevancia si las palabras estuvieran ligadas a las situaciones concretas, pero no lo están. El hecho que yo pueda decir o decirme algo libre de cualquier situacionalidad hace que, en primer lugar, las palabras induzcan a estados emocionales y segundo, las pueda usar como estímulos reforzadores o castigadores de mi propia acción permanentemente. La relevancia psicológica de este hecho está fuera de toda duda y lleva a un principio clave para la motivación: el hablar regula mis emociones y refuerza o debilita mis acciones y lo puede hacer de forma continua.

En el deporte este tema está presente de una manera singular pero ejemplar. De una manera dependiente de la cultura y el entorno familiar y deportivo en el que cada atleta se encuentra, se puede tener un repertorio de expresiones que animen o desanimen a hacer deporte y maneras concretas de practicarlo y sentirlo. Hay entornos en los que la idea de vivir deportivamente se traduce en expresiones y valoraciones de todo lo que tiene que ver con la actividad física y deportiva, de tal forma que para un individuo concreto se da un condicionamiento apetitivo más o menos sistemático de ese universo y un reforzamiento de las acciones que comportan integrarse en él. El mismo sujeto, por otra parte, imita esas actuaciones de los otros, las aplica a los otros y se las aplica a sí mismo. De esta manera se pasa de una cohesión social sobre el tema a una satisfacción y bienestar personal por haberlo asumido. Otros grupos, en cambio, pueden no ser sensibles ni valorar ese universo creando actitudes y expresiones que no lo hagan atractivo o que sea, en el mejor de los casos, neutro. Sea como sea la constelación de expresiones y actitudes en las que cada sujeto se forma, va a ser la base de sus expresiones, de su habla y de su pensamiento sobre el tema, a la vez que de todo el repertorio actitudinal que esa habla y esos pensamientos conllevan.

Un individuo en el interior de cada grupo puede tener experiencias distintas, y ello conllevará variaciones motivacionales sobre el tema que acaben dando cuenta de la diversidad en el grado motivacional por el tema de la actividad física y el deporte.

Hablar y hablarse sobre lo que uno hace en el interior de la actividad física y el deporte son el universo más detallado y definitivo para cada uno. Uno puede decirse con convicción, por ejemplo, “me gusta el tenis”, “quiero llegar a lo más alto”, “llevo una buena progresión”, etc. Y aumentar su confianza y su motivación para jugar. A nivel más molecular, uno puede autovalorarse diciéndose después de conseguir un punto: “bien hecho”, “hoy estoy en racha” y otras expresiones y gestos personalizados más o menos explícitamente. Un individuo que haga esto contrastará con otro que afirme “me desagrada la competición” o, a nivel más molecular, se caracterice por autocastigarse, fijándose habitualmente en lo que hace mal o en los aspectos negativos de sus acciones. Es por ello que los padres y los educadores y entrenadores se preocupan por los individuos que presentan expresiones de disgusto, desánimo o autocrítica sistemática.

A partir de psicólogos como Bandura (1986/1987), se ha enfatizado el uso de conceptos tales como autoeficacia y autoconfianza, definidos como convicción que cada individuo tiene sobre sus posibilidades de realizar satisfactoriamente una acción, el primero, y su previsión general para todas las acciones, el segundo. Se dice que el objetivo de un atleta o deportista es el de aumentar su autoeficacia o su autoconfianza. Éste también es el objetivo que debe perseguir un psicólogo del deporte o un entrenador. Pero el tema clave, a nivel motivacional, es el siguiente: ¿de qué depende que un atleta o un deportista tenga autoeficacia? La respuesta es clara: depende principalmente del resultado de sus acciones en el pasado. Si sus acciones han sido reforzadas tendrá autoeficacia y si han sido castigadas o simplemente no tuvo ningún éxito al hacerlas previamente no la tendrá, o será menor.

Conviene hacer referencia, por último, al hecho que lo que llamamos persuasión y autopersuasión tiene que ver –funcionalmente– con el hablar que informa del reforzamiento y el castigo; es decir, con el fortalecimiento de maneras de pensar y hacer que se consideran socialmente o personalmente como las adecuadas o adaptativas a las situaciones humanas en curso. La persuasión de los otros sobre mis posibilidades o la autopersuasión sobre ellas constituye un elemento secundario para la autoconfianza y la autoeficacia. La historia personal de éxitos y fracasos es relevante pero no deja de ser importante el que uno tenga, a pesar de ello, el convencimiento que puede llegar a hacer algo y hacerlo a determinado nivel. Aunque no se hable mucho de ello, la persuasión y la autopersuasión son técnicas psicológicas que pueden resultar claves en determinados momentos.