6
Agradable como un cadáver putrefacto
Academia de Medicina y Ciencias Forenses
Institutului Național de Criminalistică și Medicină Legală
Castillo de Bran
1 de diciembre de 1888
Cerré la boca de inmediato, más a causa de la conmoción ante semejante bienvenida que de la obediencia.
Qué hombre tan maleducado. Inspeccionó a Thomas con una mueca igual de condescendiente. Desvié la atención de él, temerosa de convertirme en piedra si lo miraba demasiado. Hasta donde sabía, podía ser un descendiente de las míticas gorgonas. Sin duda era tan encantador como Medusa, a quien me había recordado el llamador de la puerta.
Atravesamos el umbral y esperamos en silencio mientras el hombre caminaba hacia una criada y le ordenaba algo en rumano. Mi amigo trasladó su peso de un pie a otro pero permaneció callado. Era tanto un pequeño milagro como una bendición.
Eché un vistazo alrededor. Estábamos de pie en un recibidor semicircular, y varios corredores oscuros se extendían a derecha e izquierda. Al frente, en línea recta, una escalera sencilla se dividía en dos y conducía a los pisos superiores y a los inferiores. Una chimenea inmensa compensaba las escaleras, pero ni la atmósfera apetecible de la madera crepitante evitaba que se me erizara la piel. El castillo parecía enfriarse con nuestra presencia. Creí sentir una ráfaga de aire ártico proveniente de las vigas. La oscuridad crecía en los sectores a los que la luz del fuego no llegaba, densa y espesa como una pesadilla de la que no se podía despertar.
Me pregunté dónde guardarían los cuerpos que estudiaríamos.
El hombre levantó la cabeza y encontró mi mirada, como si hubiera escuchado mis pensamientos y se burlara de ellos. Deseé que la inquietud no se filtrara por las grietas de mi armadura. Tragué saliva con esfuerzo y solté un suspiro cuando él desvió la vista.
—Tengo una sensación extraña con respecto a él —susurré.
Thomas viró su atención hacia el hombre y hacia la criada, que asentía ante lo que fuera que le estuvieran indicando.
—Este vestíbulo es igual de encantador. Los candeleros son todos dragones. Mira esos dientes que lanzan llamas. Apuesto a que el mismísimo Vlad los encargó para este castillo.
Había antorchas encendidas en intervalos regulares por todo el vestíbulo de recepción. Unas vigas de madera oscura bordeaban los techos y puertas, y me recordaban a encías oscurecidas. No pude evitar sentir que el castillo se regocijaba en devorar sangre fresca tanto como su ocupante anterior disfrutaba derramándola. Era un escenario fatal para cualquier escuela, y mucho más para una que estudiaba a los muertos.
El limón y el antiséptico cortaban los aromas a piedra húmeda y parafina, dos materiales de limpieza cuyos propósitos eran muy diferentes. Me percaté de que el suelo del vestíbulo de recepción estaba mojado a causa de —supuse— la llegada de otros estudiantes empapados por la tormenta.
Sentí un aleteo proveniente de los techos cavernosos, lo que atrajo mi atención hacia arriba. Había una ventana abovedada en lo alto de la pared, y las telarañas eran visibles desde mi posición. No vi ningún murciélago, pero imaginé ojos rojos fulminándome desde las alturas. Esperaba no toparme con tales criaturas durante mi estadía. Siempre me habían atemorizado sus alas curtidas y sus dientes afilados.
La criada hizo una reverencia y se escabulló por el corredor de la izquierda.
—No esperábamos a una esposa. Puede quedarse dos pisos más arriba.
El hombre me despidió con un movimiento rápido de la muñeca. Al principio lo había considerado mayor por su cabello. Pero veía que su rostro era terso, más joven. Era probable que tuviera la edad de mi padre, no más de cuarenta.
—Los estudiantes de Medicina Forense se encuentran en el ala este. O mejor dicho, los estudiantes que competirán por un lugar en nuestro programa forense se alojan allí. Vamos —le hizo un gesto a Thomas—, debe venir. Le enseñaré sus aposentos. Puede visitar a su esposa solo luego de que terminen las clases.
Los ojos de Thomas resplandecieron con un brillo odioso, pero esa no era su batalla. Di un paso delante de él y me aclaré la garganta.
—En realidad, los dos estamos inscritos en el programa forense. Y no soy su esposa, señor.
El desagradable hombre se detuvo de manera abrupta. Giró lentamente, lo cual produjo un chirrido agudo con las suelas de sus zapatos. Entrecerró los ojos como si fuera imposible que me hubiera escuchado correctamente.
—¿Disculpe?
—Mi nombre es Audrey Rose Wadsworth. Tengo entendido que la academia recibió una carta de recomendación de mi tío, el doctor Jonathan Wadsworth de Londres. He sido su aprendiz durante un tiempo considerable. Tanto el señor Cresswell como yo hemos asistido a mi tío y a Scotland Yard en la investigación forense durante los asesinatos del Destripador. Estoy segura de que el director ha recibido la carta, pues he recibido su respuesta.
—Ah, sí.
Su entonación dio a entender que no era una pregunta, pero fingí no notarlo.
—Así es.
Observé cómo desaparecía la expresión anodina del hombre. Una vena de su cuello saltaba como si fuera a estrangularme. Si bien no era inaudito que una mujer estudiara Medicina o Ciencia Forense, él claramente no era un hombre moderno al que lo complaciera ver cómo jovencitas vestidas de encaje invadían su club masculino. Jovencitas que evidentemente no sabían que el lugar adecuado para ellas era una casa, no un laboratorio médico. Qué descaro asumir que me encontraba allí solo porque Thomas me había llevado con él. Deseaba que no fuera un profesor. Estudiar bajo su tutela sería una tortura perversa que prefería evitar.
Levanté el mentón y me rehusé a desviar la mirada. No me intimidaría. No después de lo que había atravesado con Jack el Destripador el otoño anterior. Enarcó una ceja a modo de evaluación. Tenía la sensación de que pocas personas —hombres o mujeres— lo habían desafiado alguna vez.
—Ah. Está bien, entonces. No creí que llegaría hasta aquí. Bienvenida a la academia, señorita Wadsworth. —Intentó sonreír pero parecía que se hubiera tragado un murciélago.
—Usted ha mencionado algo sobre competir por un lugar en el programa —dije, ignorando su expresión amarga—. Creíamos que habíamos sido aceptados.
—Sí. Bueno. Una lástima para ustedes. Hay cientos de estudiantes que desean formarse aquí —aseguró elevando el mentón con arrogancia—. No todos entran. Cada temporada ofrecemos un curso de evaluación para determinar quiénes se convertirán realmente en estudiantes.
Thomas hizo un gesto de sorpresa.
—¿No tenemos garantizados las plazas?
—En absoluto. —El hombre esbozó una sonrisa amplia. Su imagen era terrible—. Tienen cuatro semanas para probar su valía. Al final de ese período, decidiremos quién será admitido.
Mi estómago se contrajo.
—Si todos los estudiantes aprueban el curso de evaluación, ¿entrarán todos?
—Hay nueve en esta ronda. Solo dos lo conseguirán. Ahora sígame, señorita Wadsworth. Sus aposentos se encuentran en el tercer piso en la torre del ala este. Estará sola. Bueno, no por completo. Almacenamos muchos cadáveres en ese piso. No deberían molestarla… demasiado.
A pesar de las nuevas circunstancias, conseguí dibujar una pequeña sonrisa. Los muertos eran libros que tanto mi tío como yo disfrutábamos leer. No me asustaba pasar tiempo a solas con ellos, leyéndolos detenidamente en busca de pistas. Aunque últimamente… Mi sonrisa desapareció, pero reprimí la inquietud. Esperaba controlar mis emociones, y estar rodeada de cuerpos quizás podía curarme.
—Serán más agradables que otra gente. —Thomas hizo un gesto obsceno a espaldas del hombre y por poco me atraganté con una risa, pero él me fulminó con los ojos.
—¿Qué ha dicho, señor Cresswell?
—Si insiste en saberlo, he dicho que usted es…
Sacudí levemente la cabeza intentando trasmitirle a Thomas la necesidad de que dejara de hablar. No deseábamos convertir a ese hombre en un enemigo.
—Disculpe, señor. Le preguntaba…
—Dirigíos a mí como director Moldoveanu, o seréis enviados de vuelta al foso negro de alta cuna del que hayáis salido. Dudo que alguno de vosotros logre completar el curso. Tenemos alumnos que estudian durante meses y aun así no lo logran. Decidme, si sois tan buenos en lo que hacéis, ¿dónde está Jack el Destripador? ¿Por qué no estáis en Londres, cazándolo? ¿Será que le teméis, o habéis escapado cuando las cosas se han puesto demasiado difíciles?
El director esperó un instante, pero no esperaba una respuesta de nosotros. Sacudió la cabeza, con una expresión incluso más contraída que antes.
—Su tío es un hombre sabio. Me resulta sospechoso que no haya podido resolver esos crímenes. ¿Acaso el doctor Jonathan Wadsworth se ha rendido?
Una esquirla de pánico rasgó mi interior y punzó mis órganos, que intentaban huir mientras yo buscaba la mirada atónita de Thomas. No le habíamos contado a Tío cuál era la verdadera identidad del Destripador, aunque sin duda lo sospechaba.
Thomas apretó los puños a los lados de su cuerpo pero mantuvo su problemática boca cerrada. Había comprendido que yo podía ser castigada, tanto por su insubordinación como por la mía. Bajo circunstancias diferentes, me hubiera impresionado. Era la primera vez que lo veía conteniéndose.
—Imaginé que no tendrían una respuesta. Muy bien, entonces. Síganme. Sus baúles les esperarán en sus habitaciones. La cena ya ha sido servida. Lleguen a tiempo para el desayuno, apenas amanezca, o también se lo perderán. —El director Moldoveanu se dispuso a caminar hacia el corredor del ala este pero se detuvo. Sin girarse, dijo—: Bienvenidos al Institutului Național de Criminalistică și Medicină Legală. Por ahora.
Me quedé inmóvil durante unos segundos, con el corazón al galope. Era absurdo que ese hombre repugnante fuera nuestro director. Sus pasos hicieron eco en el recinto cavernoso, como gongs condenatorios anunciando la hora del terror. Thomas respiró hondo y posó su mirada en la mía. Esas cuatro semanas serían largas y tortuosas.
• • •
Tras dejar a Thomas en su piso, subí por la escalinata austera ubicada al final de un pasillo largo y amplio que me había señalado el director. Los escalones eran de madera oscura, y las paredes, de un deprimente color blanco, no tenían nada que se pareciera a los tapices carmesí que habíamos visto en los pasillos inferiores. Las sombras se extendían entre los candeleros ubicados en lugares inoportunos, al ritmo de mis movimientos. Me recordó a los pasillos desolados de Bedlam.
Ignoré el temor en mi pecho, recordando a los ocupantes de ese manicomio y la forma calculadora en la que algunos merodeaban detrás de los barrotes oxidados. Como ese castillo, la construcción me recordaba a un organismo vivo. Uno que tenía conciencia pero que carecía del sentido del bien y del mal. Me pregunté si no necesitaba un baño caliente y una buena noche de sueño.
La piedra y la madera no eran equivalentes a huesos y a carne.
Moldoveanu me había indicado que mis aposentos se encontraban en la primera puerta a la derecha, antes de marcharse con rumbo incierto. Quizás dormía cabeza abajo colgado de las vigas junto con el resto de los de su especie. «Tal vez». Había dicho eso en voz baja y él me había mirado con furia. Las cosas habían comenzado de maravilla.
Llegué al pequeño rellano que albergaba mi habitación y a una segunda puerta ubicada a pocos metros de distancia antes de que la escalera continuara hacia arriba. No había ninguna antorcha encendida al final del pasillo, y la oscuridad era opresiva. Permanecí de pie, congelada, segura de que las sombras me observaban con detenimiento, y yo a ellas.
Mi respiración salía en una sucesión de volutas blancas. Supuse que el frío se debía en parte a que el castillo estaba muy alto en las montañas, y en parte debido a los cuerpos que se almacenaban allí.
Quizás eso era lo que me había atraído a la oscuridad. Cerré un instante los ojos, y me asaltaron imágenes de cadáveres levantándose de mesas de examen y cuerpos medio descompuestos. Más allá de mi sexo, si alguno de mis compañeros sospechaba que le temía a los cadáveres, sería el hazmerreír de la academia.
Sin preocuparme más por ello, abrí la puerta y recorrí el espacio con la vista. La primera ojeada me indicó que la habitación servía como sala de estar o salón. Igual que en el resto del castillo, las paredes eran blancas y estaban bordeadas por una madera de color marrón. Me asombré de lo oscura que estaba la habitación, incluso con las paredes pintadas de color pálido y un fuego crepitando en la chimenea.
Las estanterías ocupaban la pared más pequeña, y a la izquierda había una puerta que conducía a lo que supuse sería mi dormitorio. Con rapidez crucé la sala de estar —amueblada con un sofá de brocado— e inspeccioné lo que efectivamente eran mis aposentos. Resultaban acogedores y estaban diseñados para un estudiante diligente. Había un pequeño escritorio con una silla a juego, un armario diminuto, una cama individual, una mesilla de noche y un baúl, todo hecho de un roble oscuro que probablemente había sido talado del bosque que rodeaba el castillo.
Una imagen de cuerpos apuñalados con estacas negras cruzó mi mente como un destello antes de que pudiera reprimirla. Esperaba que ninguna de esas piezas de madera hubiera sido reutilizada en el castillo. Me preguntaba si la persona que había empalado al hombre en el pueblo no habría tomado también algunas ramas de por ahí.
Aparté mis pensamientos de la víctima del tren y de la mencionada en el periódico. No había nada que pudiera hacer para ayudarlos, por mucho que deseara hacerlo.
Después de echarle un vistazo rápido a la segunda puerta —sin duda el cuarto de baño que el director Moldoveanu había dicho que estaba junto a mis aposentos— volví la mirada a la sala de estar. Divisé una ventana pequeña cerca de las vigas expuestas que daba a la vasta cordillera de los Cárpatos. Desde ahí, las montañas parecían blancas y serradas, como dientes partidos. Una parte de mí deseaba trepar por ellas y contemplar el mundo invernal que yacía debajo, ignorante de mi humor perturbado.
Deseaba con ansias pedir agua caliente para el lavabo y enjuagarme el polvo del viaje. Pero primero necesitaba encontrar la forma de hablar con Thomas. Aún no había tenido la oportunidad de enseñarle la ilustración del dragón que había encontrado y me volvería loca si no lo debatíamos pronto. Por no mencionar que sentía curiosidad por su extraña reacción frente al nombre Dănești, y quería preguntarle al respecto.
Toqué el pergamino guardado en mi bolsillo y me aseguré de que fuera real y no producto de mi imaginación. Me aterraba que pudiera conectarse con el asesino del tren. No me atrevía a pensar qué mensaje se suponía que debía transmitir al haber sido depositado en mi compartimento. O quién había merodeado por allí sin mi conocimiento.
Me coloqué frente a la chimenea y su calidez me envolvió los huesos mientras pensaba un plan. Una vez en el castillo, Moldoveanu no había mencionado que teníamos un horario límite. O que no tenía permitido vagar por los pasillos. Si alguien me descubría sería un escándalo, pero podía escabullirme a los aposentos de Thomas en…
El crujido de las tablas de madera en mis aposentos hizo que mi corazón golpeara mi pecho con violencia. Volvieron las imágenes de asesinos merodeando en los vagones del tren y dejando notas crípticas con dibujos de dragones. Él estaba ahí. Nos había seguido a ese castillo y me empalaría a mí también. Había sido una tonta por no contarle lo sucedido a Thomas mientras la señora Harvey dormía. Respira, me ordené. Necesitaba un arma. Había un candelabro al otro lado de la habitación, pero demasiado lejos para sujetarlo sin que me viera quien fuera que acechaba en mi alcoba o en mi cuarto de baño.
En vez de acercarme a aquellas habitaciones sin un arma, agarré un libro de los estantes, dispuesta a estrellarlo contra la cabeza de alguien. Golpearlo o aturdirlo era lo mejor que podía hacer. Recorrí la sala con la mirada. Estaba vacía. Absolutamente vacía de cualquier ser vivo, como había comprobado. Un vistazo rápido a la alcoba arrojó el mismo resultado. No me molesté con el cuarto de baño; probablemente fuera demasiado pequeño como para albergar una amenaza real. Era probable que el crujido hubiera sido producto de las instalaciones del castillo. Suspiré y devolví el libro a su estantería. Iba a ser un invierno espeluznante.
Agradecí contar con la chimenea. Apaciguaba mis nervios. Incluso en el estrecho espacio, el calor me hacía sentir que estaba en una isla en los trópicos y no en una torre solitaria de un castillo gélido, escuchando cosas que no eran tan aterradoras como mi propia imaginación.
Me masajeé el entrecejo haciendo círculos pequeños. Recordaba los momentos finales de Jack el Destripador en ese laboratorio alejado de la mano de Dios mientras accionaba el interruptor… me detuve justo allí. El duelo debía liberarme de sus garras tenaces. No podía seguir haciéndome eso noche tras noche. Jack el Destripador nunca volvería. Sus experimentos se habían terminado. Tal como su vida.
Lo mismo se podía aplicar a ese castillo. Drácula no estaba vivo.
—Todo es tan condenadamente difícil —maldije mientras me desplomaba en el sofá. Creía que estaba sola, hasta que alguien contuvo una risita detrás de una puerta cerrada. Se me ruborizaron las mejillas mientras sujetaba el gran candelabro y me dirigía a toda prisa hacia el apenas iluminado cuarto de baño—. ¿Hola? ¿Quién está allí? Exijo que reveles tu rostro de inmediato.
—Imi pare rău domnișoară. —Una joven criada se puso de pie de manera abrupta desde su posición cercana a la tina y se disculpó mientras su trapo de limpieza caía sobre una cubeta. Unos ojos grises me devolvieron la mirada. Llevaba puesta una blancuzca blusa de campesina metida en una falda hecha de retazos sobre la cual tenía un delantal bordado—. No fue mi intención escucharla. Mi nombre es Ileana.
Su acento era suave y agradable, un dejo de aire veraniego susurrando en una desolada noche invernal. Tenía el pelo negro trenzado y enroscado debajo de su cofia de criada, y su delantal estaba manchado con ceniza, al parecer a causa de la chimenea flameante que había avivado antes de que yo entrara en la habitación. Solté un suspiro.
—Por favor no te molestes en llamarme «señorita». «Audrey Rose» o solo «Audrey» está perfectamente bien. —Eché un vistazo al cuarto de baño recién aseado. Unas llamas líquidas se reflejaban sobre cada superficie oscura y me recordaban a sangre derramada bajo la luz de la luna. Al igual que los fluidos corporales que habían emanado de las víctimas del doble asesinato cometido por Jack el Destripador. Tragué saliva y reprimí la imagen. El castillo causaba estragos en mi ya macabra mente—. ¿Te han asignado a esta torre?
Un rubor floreció en su piel cuando asintió, lo que se hizo evidente incluso debajo de capas de ceniza y suciedad.
—Sí, domnișoară… Audrey Rose.
—Tu acento inglés es excelente —comenté, impresionada—. Tengo la esperanza de mejorar mi rumano mientras me encuentre aquí. ¿Dónde has aprendido el idioma?
Cerré la boca de golpe después de preguntar. Era algo maleducado de señalar. Ileana simplemente sonrió.
—La familia de mi madre se lo enseñó a cada uno de sus hijos.
Resultaba raro para una familia pobre del pueblo de Brașov, pero lo dejé pasar. No deseaba seguir insultando a una potencial amiga nueva. Me sorprendí jugueteando con los botones de mis guantes y me detuve.
Ileana levantó una cubeta, la apoyó en su amplia cadera e hizo un gesto hacia la puerta.
—Si no termino de encender las chimeneas de las habitaciones de los hombres, estaré en problemas, dom… Audrey Rose.
—Por supuesto —dije, retorciendo las manos. No me había dado cuenta de lo sola que me sentía sin Liza, y cuánto anhelaba tener una amiga mujer—. Gracias por la limpieza. Si me dejas algunos elementos, puedo ayudarte.
—Ay, no. El director Moldoveanu no lo aprobaría. Debo ocuparme de las habitaciones cuando estén desocupadas. No la esperaba sino hasta dentro de unos minutos. —Mi rostro debió haber transmitido decepción. Su expresión se suavizó—. Si es de su agrado, podría traerle el desayuno a su alcoba. Lo hago para la otra joven de aquí.
—¿Otra joven se quedará este invierno?
Ileana asintió lentamente y su sonrisa se volvió más amplia para igualar la mía.
—Da, domnișoară. Es la pupila del director. ¿Le gustaría conocerla?
—Eso suena maravilloso —asentí—. Me gustaría mucho.
—¿Necesita asistencia para cambiarse antes de dormir?
Asentí, e Ileana se puso a trabajar con mi corsé. Una vez que consiguió quitarlo y yo me quedé vestida con mi camisola, le di las gracias.
—Yo me encargo de ahora en adelante.
Ileana abrió la puerta con un empujoncito de la cadera y luego me deseó las buenas noches en rumano.
—Noapte bună.
Eché un vistazo hacia el cuarto de baño, y me di cuenta de que también había llenado la tina con agua caliente. El vapor se elevaba en zarcillos, invitándome a entrar. Me mordí el labio y contemplé el agua caliente. Supuse que sería demasiado impropio dirigirme a los aposentos de Thomas tan tarde por la noche, y no deseaba verme condenada por la sociedad a causa de mi impaciencia. El dibujo del dragón seguiría allí por la mañana…
Me quité la ropa interior y dejé que la calidez del agua y de la amistad surtiera efecto en mis huesos exhaustos.
Quizás las siguientes semanas no serían tan horrendas como había anticipado.