CAPÍTULO I: VIDA Y OBRA DE PEDRO DORADO MONTERO

La personalidad de Dorado Montero, como tipo humano,

justificaría por sí sola un estudio: por mente inquieta, oscilante

entre el escepticismo y la fe en los más altos ideales, y por su

austerísima vida, esclavizada a una voluntad tenaz[12].

Antón ONECA

I. BIOGRAFÍA

PEDRO DORADO MONTERO nació el día 19 de mayo de 1861 en Navacarros, un pequeño pueblo situado cerca de Béjar, en plena sierra salmantina. Allí pasó su niñez junto a sus padres, José y Jerónima, y sus tres hermanos. El nombre completo por el que es conocido no es el original y de aquí que varios investigadores hayan realizado investigaciones orientadas a descubrir los verdaderos apellidos del autor. El filósofo del derecho Jesús Lima Torrado, en sus indagaciones sobre esta cuestión, indica que Dorado Montero tramitó un expediente judicial de información ad perpetuam para fusionar los dos apellidos de su padre (García Dorado) en uno solo: Dorado, que fue aprobado por vía judicial. Gerardo Sánchez-Granjel defiende que el penalista no sólo cambió su apellido paterno, sino también el materno y alude a la preocupación de Dorado por las consecuencias negativas que podrían derivarse de la modificación de sus apellidos, como serían los inconvenientes de índole administrativa que le pudieran ocasionar problemas a él o a su mujer a la hora de recibir la pensión[13]. Sin embargo, estas dos posiciones se muestran incompletas; pues, con anterioridad, el profesor de Derecho Penal Marino Barbero Santos había resuelto la cuestión al probar documentalmente cuál fue el verdadero nombre de Dorado Montero. Para ello tuvo que consultar su partida de bautismo y la de sus abuelos paternos y materno, y llegó a la conclusión de que el nombre completo de Dorado fue Pedro Francisco García Martín Ramos Fraile, pues observó que, por línea paterna, se iban transmitiendo los apellidos García Dorado y, por línea materna, Martín Montero, hasta que desaparece el apellido Martín en la de su madre. Este hecho justificaría que el segundo apellido del autor fuera Montero, lo cual, según afirma Barbero Santos, se debió a un error, como queda probado en una nota marginal del folio 396 del libro IV de bautizados de la Parroquia de Navacarros[14]. Esta información fue completada con los datos que le proporcionó el que fuera su profesor y Rector de la Universidad de Salamanca, Esteban Madruga, y que terminaría de aclarar la problemática generada en torno a esta cuestión:

«En carta de 2 de febrero de 1967 me dice el Dr. Madruga que don Pedro tramitó un expediente judicial de información ad perpetuam para unir dos apellidos García-Dorado en uno solo, que fue aprobado judicialmente (…) En dicho expediente fue testigo excepcional para demostrar que el alumno que había cursado con el nombre de Pedro Dorado era el mismo Pedro García Dorado de la partida de bautismo, Leonardo Franco, hermano de mi abuela paterna, que era maestro nacional de Navacarros y después lo fue de Candelario[15]

Sea como fuere, a lo largo de esta obra nos referiremos al autor con el nombre por el que siempre fue conocido: Pedro Dorado Montero.

Cuando Dorado tenía cuatro años, sufrió un grave accidente que le ocasionó la pérdida de su mano derecha y una ligera cojera. Existen numerosas versiones sobre este suceso, aunque la más extendida sitúa el hecho en una explanada de tierra ligeramente inclinada que se ubicaba detrás de su casa, donde se encontraban carros aparcados, calzados con piedras. Los niños y niñas del pueblo solían divertirse jugando entre los carros y subiéndose a ellos. Todo indica que durante uno de estos juegos se movió la piedra que frenaba un carro y, al desplazarse, atropelló a Dorado Montero. Este suceso constituyó un momento clave en su vida porque le provocó una inesperada limitación que le impediría dedicarse, como el resto de sus familiares, a las labores agrícolas y lo incapacitó para trabajar en la industria textil de Béjar, motivo por el que sus padres tomaron la decisión de que se dedicara al estudio. En este sentido, Dorado fue algo más afortunado; ya que en el s. XVIII, Sánchez Castaño (un cura de la zona) había fundado una institución benéfica dirigida a financiar los estudios de los jóvenes de la comarca que, por circunstancias económicas, no podían acceder a la educación. El dinero para realizar tal labor de mecenazgo se obtenía, tal y como había decidido el párroco, de la venta de castañas de una finca que había sido de su propiedad (El Castañarejo)[16]. Por tanto, se podría afirmar que Dorado pudo cursar estudios en Béjar gracias a un hombre que puso sus castañas al servicio de los que más las necesitaban. De no haber sido por el accidente y por este mecenas, Dorado Montero habría estado condenado a ser, en palabras de Roberto Albares, «uno de los tantos ignorados obreros del campo»[17].

Dorado fue un hombre de aldea que mantuvo estrechos vínculos con sus orígenes, tanto que el campo y la montaña que lo vieron crecer estuvieron presentes a lo largo de toda su vida. Esto se manifestó en sus frecuentes visitas a Navacarros, donde se refugiaba del hostil ambiente salmantino que marcaba su existencia, y además, durante su madurez, allí encontró la paz, la tranquilidad y el descanso que necesitaba para recuperarse de las dolencias ocasionadas por el cáncer que padecía.

1. FORMACIÓN ACADÉMICA

Dorado Montero realizó los estudios de primera enseñanza en Navacarros y los de segunda enseñanza tuvo que cursarlos en Béjar, ya que su pueblo natal carecía de una escuela en la que éstos se impartieran. La distancia que separa ambas localidades es de 8 kilómetros, un camino hacia el conocimiento que resultaba bastante largo y pesado para alguien que debía recorrerlo preso de una cojera. En esta etapa contó con importantes maestros, entre los que se encontraban dos alumnos de Nicomedes Martín Mateos: Juan García Nieto y Eloy Bejarano[18], profesores que despertaron en Dorado su pasión por la filosofía[19]. En 1878 inició su andadura universitaria en Salamanca y gracias a una beca se alojó en el Colegio Mayor San Bartolomé mientras cursaba las licenciaturas de Derecho y de Filosofía y Letras. Su gran capacidad de trabajo y una inteligencia poco común lo llevaron a destacar sobre el resto de sus compañeros. Asistió, dentro de la licenciatura en Filosofía y Letras, a las lecciones del catedrático de Metafísica Mariano Arés[20], que se consideraba el último krausista que quedaba vivo en el mundo. Su influencia resultó determinante en la obra y en la forma de ser de Dorado Montero porque supuso un primer contacto con el pensamiento krausista[21], ideario que lo acompañaría durante toda su vida. También le impartieron docencia en la misma licenciatura los profesores Bartolomé Beato Sánchez[22] y Mamés Esperabé[23]. Finalmente, obtuvo los títulos de las dos licenciaturas y en su expediente académico consta que cada carrera fue superada con una nota media de sobresaliente[24].

Más tarde, Dorado viajó a Madrid, ciudad en la que permaneció entre los años 1883 y 1885, para realizar sus estudios de Doctorado en Derecho en la Universidad Central. Durante este tiempo cursó las asignaturas de Derecho Internacional Público, Filosofía del Derecho, Historia de la Iglesia y Estudios Superiores de Derecho Romano, todas ellas superadas con la calificación de sobresaliente[25]. Uno de sus profesores en esta etapa fue Francisco Giner de los Ríos, que ocupaba la cátedra de Filosofía del Derecho en dicha universidad. Su personalidad arrolladora y la pasión con la que impartía docencia conquistaron al joven Dorado que siempre se sintió atraído por la labor pedagógica de Giner y por su pensamiento krausista, cuestiones de crucial importancia en el desarrollo de la teoría de la pena doradiana[26]. Ambos pensadores llegarían a mantener una fuerte amistad, basada en la admiración mutua. Una carta que Dorado Montero le envió al anarquista Federico Urales deja patente la gran influencia que Giner de los Ríos ejerció sobre el pensador salmantino:

«Sr. D. Federico Urales.

Mi querido amigo: No sé, en verdad, cómo contestar su atenta carta, porque ni yo mismo sé quiénes son los autores que más han influido en la formación de mi mentalidad. Lo que sé es que, siendo yo católico de verdad (como por lo regular todos los hijos de familias rurales en España, que son católicas), me produjo una gran impresión y muy agradable sorpresa la manera amplia, tolerante, flexible, con que el señor Giner trataba las cuestiones en su clase de Filosofía del Derecho, atendía todas las observaciones, procuraba mirar los problemas por diferentes lados y bajo mil aspectos. Mi temple psíquico debía estar bien dispuesto para ello; pero la verdad es que quizá sin el señor Giner no hubiera salido la cosa del estado de larva. Por eso me parece que es a este señor a quien principalmente debo agradecer el no haber seguido siendo lo que antes era. (…)

Salamanca, 11 febrero 1900[27]

La estrecha relación de amistad que mantuvieron discípulo y maestro no sería suficiente para evitar que entre ambos pensadores surgieran discrepancias. Esto podría deberse, según Marino Barbero, a que Dorado Montero era una persona de gran sensibilidad en temáticas sociales, como quedaba reflejado en su preocupación por el problema obrero, mientras que Giner se dedicaba a la educación «de grupos escogidos» y a la «formación de minorías directoras». A este hecho habría que añadir que Giner y los miembros de la Institución Libre de Enseñanza «no se pusieron en relación con el pueblo, actuaron sin contar con él» fueron «verdaderos aristócratas de la cultura y del sentimiento, despreciaron el contacto corruptor de las multitudes, desdeñaron preocuparse por los triviales problemas cuotidianos punzantes de las masas[28]».

Desconocemos si estas fueron o no las causas que motivaron ciertos desacuerdos entre Giner y Dorado. Nosotros no compartimos, al menos no en su totalidad, la idea de clasismo cultural que se le atribuye a Giner de los Ríos ni creemos que el ideario de la Institución Libre de Enseñanza fuera dirigido exclusivamente a minorías selectas; en cambio, sí coincidimos con Marino Barbero en su visión sobre la sensibilidad y la humanidad presentes en la figura de Dorado Montero. Sea como fuere, la llegada de Giner a la vida de nuestro autor supuso un antes y un después en su pensamiento, una pieza clave para que la teoría correccionalista de Dorado Montero pudiera ser desarrollada.

El 15 de junio de 1885 Dorado Montero se doctoró en Derecho Civil y Canónico con sobresaliente. Su tesis doctoral (discurso de doctorado) versó sobre el municipio, uno de los elementos fundamentales de la concepción organicista krausista. Posteriormente, regresó a Salamanca, donde gracias a su brillante expediente académico, obtuvo una beca de estudios que le permitió disfrutar de una estancia postdoctoral en Bolonia. Allí se alojó en el Colegio de San Clemente de los Españoles durante dos años, desde junio de 1885 hasta junio de 1887. Con motivo de esta estancia, la Junta de Colegios Universitarios le exigió a Dorado Montero realizar una Memoria en la que comparara el estado de los estudios jurídicos en Italia con el de los desarrollados en España. Esta Memoria fue presentada ante la Junta a finales de 1886[29].

Dorado Montero abandonó España con un marcado pensamiento krausista, debido, como hemos visto, a las influencias de Mariano Arés y de Giner de los Ríos. Este último había desarrollado en el joven Dorado una pasión por el krausismo institucionista, es decir, por un krausismo típicamente español que había dotado al pensamiento de Krause de matices propios. Al llegar a Italia entró en contacto con las ideas positivistas de autores como Siciliani[30], Ardigò, Lucchini, Garofalo o Lombroso, que tanta fuerza tenían en este país. El escenario científico italiano con el que se encontró Dorado no podía ser más rico: Lombroso había publicado su famosa obra L’Uomo Delinquente (1876), la Sociologia Criminale (1884) de Enrico Ferri ya había visto la luz y Raffaele Garofalo ya había escrito Di un criterio positivo della penalità (1880) y su obra más famosa, Criminologia: studio sul delitto, sulle sue cause e sui mezzi di repressione, estaba a punto de ser publicada. No se imaginaba el joven Dorado que ese encuentro con el ideario positivista marcaría de forma determinante su obra y su ideología. Esta importancia del positivismo en el pensamiento doradiano no fue compartida por Luis Maldonado, quien señaló que Dorado Montero a su regreso de Bolonia manifestó su pasión por los poetas Carducci y Leopardi, pero no eran frecuentes las alusiones a los pensadores positivistas que había descubierto. También añadió que Dorado Montero se mostró crítico con las distintas corrientes de pensamiento imperantes en Italia y que no se posicionó a favor de ninguna escuela[31]. Nosotros no estamos de acuerdo con esta apreciación porque es cierto que Dorado fue un profundo admirador de los poetas citados, pero en un sentido más pasional, más vital y existencial que no excluía su devoción intelectual y académica por el positivismo italiano[32].

Lo que supuso su llegada a Italia lo relata Dorado Montero en la ya citada carta que le envió a Federico Urales:

«Lo demás vino por sí solo. Cuando acabé mi carrera me fui a Italia, y allí, sobre la base de amplitud y tolerancia adquirida por el influjo del señor Giner, empecé a leer todos los libros y otras publicaciones que podía (de Spencer, de Ardigó, de Richet, de los criminalistas-antropólogos, que empezaban entonces a meter ruido, etc.) Sus doctrinas, enteramente nuevas para mí, pues —salvo en la clase del señor Giner— nunca había oído ni siquiera mencionarlas durante mi carrera, me interesaron cada vez más, y acabé por dejar de ser católico[33]

Dorado Montero había llegado a Italia siendo católico practicante y sus compañeros del Colegio San Clemente de los Españoles comentaban que acudía los domingos a la capilla a escuchar la misa, pero un día no volvió más, su fe parecía haberse esfumado. De este hecho se deduce que el acercamiento al positivismo italiano le hizo entrar en una crisis religiosa e intelectual[34] que se prolongaría en el tiempo[35]. Después de su estancia postdoctoral, Dorado dedicaría todos sus esfuerzos a fusionar el krausismo con el positivismo, las dos ideologías que constituyeron la columna vertebral de su pensamiento.

2. DOCENCIA UNIVERSITARIA

Dorado finalizó su estancia en Bolonia y regresó a Salamanca. En esta última ciudad ganó por concurso una plaza de profesor auxiliar en la Facultad de Derecho de la que tomó posesión el 25 de julio de 1887. Desempeñó este cargo durante cinco cursos, mientras prestaba colaboración docente como profesor interino en las cátedras de Derecho Penal y de Derecho Procesal. Debido a la inestable y precaria situación derivada del puesto que ocupaba, Dorado Montero se vio obligado a presentar instancias para opositar a distintas cátedras con el objetivo de mejorar su situación laboral y en consecuencia, económica[36]. Intentó acceder a las cátedras de Instituciones de Derecho Romano, en la Universidad de Santiago (1890); Derecho Político y Administrativo, en la Universidad de Barcelona (1891); Derecho Natural, en la Universidad de La Habana (1891); y Derecho Natural, en la Universidad de Santiago el 15 de enero de 1892. El 27 de junio siguiente superó el examen de oposición[37] por el que obtuvo la cátedra de Derecho Político y Administrativo de la Universidad de Granada[38], examen en el que dejó constancia de la memoria privilegiada que lo caracterizaba y de su pasión por la investigación. No obstante, a pesar de la alegría que trajo consigo el inicio de una nueva y favorable etapa laboral, su tierra seguía en su memoria y echaba de menos el contacto con la sierra bejarana y con las gentes que la habitaban. En su nostalgia encontró el impulso que lo llevó a buscar una vía para regresar a Salamanca. Su contacto, así como los intereses compartidos, con el catedrático de Derecho Penal de la universidad salmantina lo hicieron posible y poco tiempo después el granadino Jerónimo Vida Vilches, titular de la cátedra de Derecho Penal de la Universidad de Salamanca, y Dorado Montero, titular de la cátedra de Derecho Político y Administrativo de la Universidad de Granada, intercambiarían sus cátedras. Una Real Orden de 4 de agosto permitió lo solicitado por ambos profesores y el 17 de septiembre el Rector de la Universidad de Salamanca remitió al rectorado de la Universidad de Granada la certificación sobre la toma de posesión de Dorado Montero de la cátedra de Derecho Penal[39]. La colaboración de Dorado Montero como profesor interino en la cátedra de Derecho Penal y Derecho Procesal, y la publicación de su libro La antropología criminal en Italia fueron dos hechos decisivos para que esta permuta de cátedras de materias diferentes fuese aprobada. Llegados a este punto debemos hacer un paréntesis para incorporar a esta biografía un acontecimiento que a pesar de no estar relacionado con la docencia universitaria, tuvo lugar justo después de la consecución de la cátedra: el matrimonio de Dorado con la hija de un magistrado, Doña Luisa Seirullo de Onís. La pareja tuvo dos hijas (María Luisa y Elvira) y un hijo (Pedro). El hijo de Dorado Montero se licenció y doctoró en Medicina en la Universidad de Salamanca, especializándose en Cirugía, rama que ejerció desde 1918 en calidad de ayudante del cirujano Díez Rodríguez en el Hospital de la Santísima Trinidad de Salamanca. Pedro Dorado Seirullo compartía con su padre el interés por las cuestiones sociales y políticas. Este hecho lo llevó a prisión un año antes de conseguir su trabajo en el hospital, concretamente el 16 de agosto de 1917, posiblemente a raíz de los acontecimientos que tuvieron lugar en el marco de la huelga general revolucionaria impulsada por socialistas y anarquistas. Junto a él también fueron encarcelados el concejal socialista Primitivo Santa Cecilia, el catedrático Miguel de Unamuno, el redactor del diario El Adelanto Fernando Felipe, y el médico y diputado provincial Filiberto Villalobos[40]. Fue asesinado en 1936 en la ciudad de Ávila cuando ocupaba el cargo de Jefe Provincial, posiblemente por la violencia política ejercida al inicio de la Guerra Civil. Su hija Luisa Dorado Seirullo fue alumna de Miguel de Unamuno y la primera mujer en conseguir una cátedra de instituto en España, concretamente obtuvo la cátedra de Latín del Instituto Nacional de Enseñanza Media de Alicante en el año 1923. Su otra hija, Elvira Dorado Seirullo, decidió no dedicarse al estudio y no hemos conseguido recopilar información sobre ella[41].

Concluido este breve paréntesis, volvemos al curso 1892-1893, cuando Dorado Montero inició su actividad docente como penalista, actividad que desarrolló hasta su fallecimiento en 1919. Según relata Lima Torrado: «Su jornada de trabajo empezaba a las cinco de la mañana, despachando la correspondencia que llegaba de toda Europa. A las nueve explicaba en su cátedra, y el resto del día, hasta las diez de la noche, hora en que se retiraba a dormir, lo dedicaba a la lectura y a escribir artículos y libros[42]». También Roberto Albares se refiere a la rutina del profesor:

«La vida de Dorado transcurre entre la cátedra (cuando se lo permite su salud), su despacho y sus constantes idas al campo para reponerse de sus achaques. Trabaja sin descanso, lee, traduce, publica, pero sobre todo está preocupado por reflexionar y volver una y otra vez sobre sus propias obras, instigado por su constante estado de duda y de dudas sobre la duda anterior, que le lleva a tratar de expresar lo más pura y espontáneamente posible, en palabras su pensamiento tal y como aparece en el ritmo de la vida, al margen del frío ritmo que impone el academicismo. Esto hace que en muchas ocasiones para dar forma definitiva en la imprenta a sus ideas tenga que acudir a Giner para que disipe dudas o acote citas y notas de referencia a las que Dorado no es muy dado. En todo caso, el juicio de Giner es para Dorado la máxima garantía a la hora de decidir la publicación de alguna parcela de su pensamiento[43]

Dorado Montero fue un profesor que huyó del dogmatismo y trató de fomentar la capacidad crítica del alumnado por medio del diálogo; pues nada le interesaba tanto como que los estudiantes pudieran pensar por sí mismos, motivo que lo llevó a defender un modelo de enseñanza libre, tolerante y abierto[44]. En este sentido, el profesor de Navacarros estuvo marcado por el espíritu pedagógico de su maestro Giner de los Ríos, quien impulsó un proyecto educativo de corte transformador que culminó con la creación de la Institución Libre de Enseñanza[45]. El interés de Dorado por el modelo pedagógico de la Institución no se limitó a su relación con Giner, ya que en su correspondencia privada se encuentran seis misivas y una tarjeta personal que le envió la insigne pedagoga portuguesa Alice Pestana[46], con la que mantuvo una estrecha relación de amistad. Esta pensadora perteneció a la Institución Libre de Enseñanza y era afín al legado correccional de Dorado Montero y Concepción Arenal. Las influencias entre ambos fueron mutuas. En esos momentos la sensibilización sobre el menor delincuente ya estaba muy extendida y empezaron a surgir los tribunales tutelares de menores y las asociaciones de amigos del niño preso. Pestana participó activamente en estos movimientos a favor de los menores delincuentes y escribió una pequeña obra titulada Tendencias actuales en la tutela correccional de los menores[47] en la que defendió, al igual que Dorado, el abolicionismo punitivo y apostó por la pedagogía correccional. Asimismo, fue impulsora y secretaria del Protectorado del Niño Delincuente[48].

Dorado entendió la enseñanza como una obra colectiva, social y humana[49], y apostó por una reforma del cuerpo docente que le permitiera al profesorado español ponerse a la altura del italiano[50]. En su apuesta por una enseñanza libre, defendió su independencia; la educación integral; la creación de un curso de filosofía para todo el alumnado universitario que permitiera generar en él un espíritu crítico y científico; el respeto a la espontaneidad y a la iniciativa de los estudiantes; y la supresión del examen como método de evaluación[51]. Su ideal de libertad de enseñanza estaba dirigido a sus vertientes interna y externa[52]. La libertad interna se basaba en el respeto a la iniciativa de los estudiantes y en la capacidad de mostrar al alumnado las distintas posiciones y doctrinas de forma imparcial, sin que en las explicaciones se filtraran las preferencias del docente. Mientras que la libertad externa se fundamentaba en la autonomía, lo que implicaba la capacidad de seleccionar textos para la impartición de la asignatura o la posibilidad de fijar la duración de las clases. Las dos libertades del maestro se complementarían con la libertad del alumno, que no debe entenderse como la «libertad de ignorancia»[53], sino que el alumno universitario podría elegir al profesorado que considerara más adecuado para su formación. Así las cosas, para Dorado, el alumno era una pieza fundamental del sistema educativo que, en ningún caso, adoptaría un papel pasivo, sino totalmente activo[54].

Como profesor de Derecho Penal, huyó Dorado de un sistema de evaluación basado en el aprendizaje memorístico del Derecho, dejando de lado la idea, tan interiorizada en su época, de que la enseñanza del Derecho debería dirigirse a la formación de leguleyos. En definitiva, para este pensador, los docentes de todas las etapas educativas, deberían estar «revestidos del doble carácter que un verdadero profesor debe tener: el de maestros y pedagogos con un alto espíritu y sentido educador, y el de soldados del ejército científico, a cuya vanguardia deben siempre marchar»[55]. A tenor de lo dispuesto, existe constancia de que el autor fue un maestro exigente, sobre todo con los numerosos alumnos libres.[56] En este sentido Sánchez-Granjel manifiesta:

«No dejan de ser curiosas las referencias que Dorado Montero hace de las consecuencias o efectos nocivos de la docencia mal orientada, de la prevalencia en ella del examen, circunstancia, sostiene, provocadora de incluso dolencias nerviosas y hasta somáticas, tanto en quien se examina como en el examinador[57]

Como investigador, se caracterizó por su gran capacidad de trabajo. Estudió mucho y publicó de forma prolífica, a pesar de la carga que le suponían su discapacidad física y la grave enfermedad que padecía. Sus cualidades docentes e investigadoras lo convirtieron en uno de los profesores más importantes de la Universidad de Salamanca junto con Enrique Gil Robles, profesor de Derecho Político. Entre ambos profesores existía una enemistad que se inició a raíz de la asistencia de Pedro Dorado Montero al entierro civil de Mariano Arés y que continuó, entre otros motivos, por las discusiones que mantuvieron sobre el positivismo. Dentro de la universidad, Gil Robles mantenía amistad con el Decano de Letras Santiago Martínez y con el catedrático de Historia del Derecho Federico Brusi; en cambio, Dorado Montero tenía buena relación con el profesor de Derecho Mercantil Lorenzo de Benito y Endara; y el Rector Mamés Esperabé, a pesar de haberse posicionado ideológicamente en el krausismo, gozaba de un prestigio intelectual y académico que hizo que fuera respetado por todas las facciones, incluidos los docentes más ultramontanos[58].

A pesar del brillante profesorado con el que contaba la Universidad de Salamanca, el ambiente cultural e intelectual que se gestaba en la ciudad tras la muerte de Mariano Arés no parecía muy prometedor y éste sería, según Roberto Albares[59], el motivo que llevaría a Dorado Montero a solicitar el traslado a la cátedra de Derecho Penal de Valencia en enero del año 1896. Allí el ambiente intelectual tenía mucha más fuerza que en Salamanca y hacía prever un futuro menos oscuro; además, en Valencia se había constituido un grupo krauso-institucionista de derecho del que formaban parte Eduardo Pérez Pujol, Eduardo Soler y Pérez, los hermanos Calderón y Arana, etc., que sin duda recibiría a Dorado con los brazos abiertos[60]. Una Real Orden de 22 de febrero de 1896 lo nombró catedrático de Derecho Penal en la Universidad de Valencia, cátedra a la que renunció apenas quince días después (el 6 de marzo de 1896) por medio de un escrito tramitado a través del rectorado salmantino en el que declaró «que por no convenirle tomar posesión a este cargo, hace renuncia del mismo»[61]. No tenemos constancia de las causas que motivaron esta renuncia.

«Pocos meses más tarde, a partir de la fecha de aquella renuncia que consideraban inexplicable sus colegas valencianos, Dorado Montero iba a vivir la etapa más amarga de su vida como profesor, con el rechazo de un grupo de alumnos a sus enseñanzas, alentados por un sector ideológico de la ciudad al que se hallaba enfrentado y cuya hostilidad se hizo patente a poco de incorporase como titular de la cátedra de Derecho Penal en la facultad en la que se había formado como alumno[62]».

El enfrentamiento que mantuvo el profesor con el Padre Cámara a raíz de la acusación de ciertos alumnos de defender teorías heréticas tuvo como consecuencia, y así lo veremos posteriormente, que Dorado Montero contara únicamente con un alumno[63]. De todos los alumnos que tuvo este profesor, procedentes la mayoría de ellos de Castilla y León y de la parte alta de Extremadura, sólo Eugenio Cuello Calón (1879-1963) se dedicó a la docencia y a la investigación del Derecho Penal, disciplina de la que fue catedrático en las universidades de Madrid y Barcelona. De hecho, uno de los motivos que se han utilizado para infravalorar la obra de Dorado Montero fue que no tuviera discípulos que ocuparan una cátedra de Derecho Penal. En el caso concreto de Cuello Calón fue alumno, pero no discípulo.

«Y una doctrina cálida de humanidad, que requería a su alrededor mocedad despierta y entusiasta, formar discípulos y constituir escuela, expansión y actividad, tuvo que quedar incomprendida, aislada, inoperante, aterida por el frío de las aulas salmanticenses; más aún: por el frío del medio social y la penuria intelectual; todavía más: por una gelidez cordial y la presión religiosa. Fue el drama de su soledad[64]

En el segundo trimestre del curso 1896-1897, Dorado Montero fue más consciente que nunca de que Salamanca se volvía adversa para una persona como él. El ambiente provinciano y alejado de los cauces mayoritarios no era el lugar más adecuado para alguien, de acuerdo con Roberto Albares, «que intentaba pensar por sí mismo»[65].

A principios del curso 1900-1901, en las cartas que Dorado le escribía a Giner, comenzaron a aparecer referencias a las nuevas cátedras creadas en la Facultad de Derecho de la Universidad Central, mostrando Dorado especial interés por la de Estudios Superiores de Derecho Penal y Antropología Criminal[66]. Por ello, le solicitó a Giner que le tuviera al corriente de lo relativo a su provisión, «ya que en Salamanca se entera tarde y mal; y en Navacarros, nunca»[67]. Con este objetivo participó en una oposición que, en caso de ser superada, le abriría el acceso a la cátedra de nueva creación de Estudios Superiores de Derecho Penal y Antropología Criminal. La oposición tuvo lugar el día 14 de marzo de 1901; pero finalmente el nombramiento recayó, después de un largo proceso, sobre Félix Pío de Aramburu y Zuloaga. Por estas mismas fechas, Dorado le expuso a Giner su deseo, aunque no exento de reflexión, de ir a Oviedo; los motivos de su duda eran los de siempre: escasez de medios económicos, problemas familiares y la pérdida de «la proximidad a mi campo y mi montaña»[68]. Y es que, durante el ejercicio de su cátedra, Dorado Montero sintió un enorme deseo de abandonar Salamanca que quedó patente en diversas ocasiones. Su intención principal era instalarse en Madrid para garantizar una mejor educación a sus hijos y huir del conservador ambiente salmantino, intención que se acentuó tras su conflicto con el Padre Cámara[69].

En 1910 quedó de nuevo vacante la cátedra de Estudios Superiores de Derecho Penal[70]; pero, por circunstancias políticas, Dorado Montero no pudo acceder a la misma. Aproximadamente dos meses más tarde, Rafael Altamira le planteó hacerse cargo de la Inspección General de Universidades[71]; Dorado Montero aceptó la propuesta y su nombramiento empezó a gestionarse, «pero, tras varios meses de espera, los giros de la política desvían el nombramiento hacia otros candidatos»[72].

El fallecimiento de Félix Pío de Aramburu y Zuolaga en 1913, que en ese momento ostentaba el cargo de magistrado del Tribunal Supremo, hizo que dos amigos de Dorado Montero (Alejandro Lerroux y Hermenegildo Giner de los Ríos) se dirigieran al Presidente del Consejo de Ministros (Eduardo Dato) para proponerle que fuera Dorado la persona encargada de sustituir en el Tribunal Supremo a Aramburu; pero, a pesar de la manifiesta admiración que Dato le profesaba, decidió no nombrarlo para el cargo. Un tiempo después sería Presidente del Consejo de Ministros el Conde de Romanones y, acordándose del que había sido su compañero de estudios en el Colegio San Clemente de los Españoles de Bolonia, decidió escribirle para ofrecerle el abandono de las aulas salmantinas y su incorporación al Tribunal Supremo; pero, al no existir puestos vacantes en la Sala de lo Criminal, sus intenciones se vieron frustradas[73].

Por su parte, Giner de los Ríos intentó por todos los medios que Dorado Montero pudiera desplazarse a Madrid. En 1914, al encontrarse muy enfermo Giner, Cossío animó a Dorado a que siguiera intentando lograr un puesto en la capital, pidiéndole que fuera paciente, luchara y no desistiera. El fallecimiento de Giner poco tiempo después sería el motivo que llevó a Dorado Montero a abandonar definitivamente su intención de ir a la capital[74].

3. RELACIONES DE AMISTAD

Dorado Montero se relacionó y fue amigo de grandes intelectuales de su tiempo, como Azorín, autor en el que influyó de manera destacable; pero en el joven Azorín, el Azorín con pretensiones ácratas que un día de septiembre de 1896 emprendió un viaje a Salamanca para conocer personalmente a su admirado Dorado Montero[75]. También mantuvo relaciones de amistad con Posada, Unamuno[76], Costa, Giner de los Ríos, Bernaldo de Quirós o Pablo Iglesias. Este último también fue a visitarle en cierta ocasión a Salamanca; pues su amistad se había iniciado a raíz de la colaboración del profesor salmantino en distintos números extraordinarios de El Socialista, entre 1898 y 1916[77]. Asimismo mantuvo contacto epistolar con ilustres pensadores españoles, entre los que se encontraban Bernaldo de Quirós, Fernando de los Ríos, Giner de los Ríos, Sánchez Rojas, Rafael Altamira, Rafael Ureña, Lorenzo Benito, Aramburu, Costa…[78]. Por otra parte, entre la correspondencia mantenida con autores extranjeros, destacan las misivas del filósofo del derecho italiano Giorgio Del Vecchio, así como las de Van Hamel, Ardigò, Polettí y las del penalista de la Terza Scuola Emanuele Carnevale[79].

Algunos estudiosos de la figura de Dorado se han centrado en su relación con Miguel de Unamuno y han afirmado que su amistad se rompió cuando ambos intentaron optar al cargo de Rector de la Universidad de Salamanca[80]. Nosotros consideramos dudoso que Dorado Montero tuviera intención de presentarse al rectorado y creemos, con Lima Torrado[81], que esta opinión la explicaría la coincidencia de este hecho con un momento de su vida en el que se mostró más contrario a las leyes y al Estado, a lo que hay que sumar su aversión por todo lo relativo al mundo oficial y de la gestión. Tampoco, en opinión del mismo autor, existió una ruptura de su amistad; sino más bien un distanciamiento, aunque éste nunca derivó en la pérdida de la misma. Un hecho revelador que deja constancia de que esa amistad se mantuvo en el tiempo fueron las palabras que Unamuno pronunció en el entierro de Dorado Montero.

La influencia que Dorado ejerció sobre Unamuno fue explícita y se manifestó en la desconfianza de este último hacia la ley como método privilegiado de solución de los conflictos y problemas sociales, y en el notable influjo sobre el pensamiento unamuniano de la teoría correccionalista de la pena, teoría con fuertes raíces krausistas. Señala Lima Torrado que también Unamuno influyó en Dorado Montero y a él podría deberse su acercamiento al socialismo (Unamuno fue el primer catedrático de universidad que se afilió al PSOE, pero su militancia fue muy breve), así como la posibilidad de publicar en diversas revistas y periódicos socialistas en los que escribía Unamuno con cierta asiduidad[82].

4. ACTIVISMO POLÍTICO

Durante su juventud, Dorado Montero perteneció a un partido político de tendencia ultramontana[83]; pero su pensamiento evolucionó con el pasar de los años, dejando constancia de este hecho su simpatía por el Partido Republicano de Salamanca, partido por el que concurrió a las elecciones municipales que tuvieron lugar en mayo del año 1895 y en las que salió elegido concejal por el primer distrito, obteniendo un total de 174 votos. A esas mismas elecciones se presentó su amigo Miguel de Unamuno, que obtuvo 172 votos y empató con el candidato conservador Sandalio Esteban. Este último salió finalmente elegido concejal por medio del sorteo utilizado para desempatar y que dejó a Unamuno fuera del Ayuntamiento. Según relata Lima Torrado, ni Dorado Montero ni Miguel de Unamuno presentaron voluntariamente sus candidaturas a estas elecciones municipales, sino que fueron varios republicanos los que acordaron presentarlas sin contar con el consentimiento de los dos catedráticos[84].

Sea como fuere, su vinculación con el Partido Republicano fue breve, pues se limitó a lo que duró su cargo como concejal; ahora bien, esto no supuso un distanciamiento del mundo político y, de hecho, es sobradamente conocida la cercanía de nuestro autor al Partido Socialista Obrero Español, aunque nunca llegara a militar en él. La aproximación al PSOE no se debió a que Dorado hiciera suyo el ideario de este partido, sino que estaría más relacionada con la gran admiración que sentía por algunos políticos socialistas. En el siguiente capítulo analizaremos con mayor amplitud las relaciones del autor con el socialismo de la época.

5. ENFRENTAMIENTO CON EL PADRE CÁMARA: LA LIBERTAD DE CÁTEDRA A DEBATE

El enfrentamiento mantenido entre Dorado Montero y el Padre Cámara nos servirá para explicar los problemas que nuestro autor tuvo con la sociedad salmantina y, a través de ellos, vislumbrar la hostilidad del ambiente de la ciudad que tanto repercutió en el malestar del catedrático de Derecho Penal. Nos encontramos ante un enfrentamiento que, pese a ser de índole local, desembocó en una continua lucha entre sectores divididos por ideales políticos; pues debe tenerse en cuenta que en esta época la Iglesia Católica seguía presionando para evitar la laicización de la sociedad española, proceso que se estaba prolongando en el tiempo[85]. Esta situación ha sido denominada por el filósofo del derecho Jesús Lima Torrado «la tercera cuestión universitaria» que nos devuelve al antiguo, pero no olvidado, debate sobre la libertad de cátedra en España. Se denomina «cuestión universitaria» a una serie de acontecimientos acaecidos a lo largo del s. XIX en España que se caracterizó por la persecución de algunos profesores por parte de los sectores más conservadores de los ámbitos eclesiástico, político y periodístico. Estos académicos fueron perseguidos porque se consideraba que ostentaban una ideología peligrosa para la religión católica y por ser firmes defensores de la libertad de cátedra. La tercera cuestión universitaria tuvo como protagonistas a Dorado Montero y al Padre Cámara, pero existieron otras dos cuestiones universitarias que la precedieron. La primera de ellas surgió en un contexto de fuerte oposición al krausismo y se desencadenó con la publicación de Castelar, en el periódico La Democracia, de una serie de artículos en los que realizaba una profunda crítica a la Reina por ceder las tres cuartas partes del patrimonio real para ser vendido. El 22 de enero de 1867 se promulgó un Decreto de reforma del profesorado en el que se permitió abrir un expediente de separación a aquellos catedráticos que, de la forma que fuere, manifestaran doctrinas en contra del orden moral, político y religioso. Un tiempo después, terminaron siendo desposeídos de sus cátedras Salmerón, Sanz del Río y Fernando de Castro. El profesor Giner de los Ríos sufrió una suspensión provisional. Posteriormente, a raíz de la Revolución de 1868, se permitió la libertad absoluta de enseñanza y, como consecuencia, los profesores expedientados volvieron a sus cátedras. La segunda cuestión universitaria se inició con la promulgación de un Real Decreto, de fecha 26 de febrero de 1875, por el cual quedaron derogados los artículos 16 y 17 del Decreto de 21 de octubre de 1868. Esto supuso la negación de la libertad de cátedra y varios profesores de la Universidad de Madrid manifestaron su rechazo a esta medida y defendieron la autonomía universitaria. Algunos de estos docentes, entre los que se encontraba Francisco Giner de los Ríos, se negaron a aceptar esta situación y, consecuentemente, fueron apartados de sus cátedras y encarcelados como delincuentes políticos. Un año más tarde, prácticamente todos los afectados decidieron dedicarse a la enseñanza privada y así surgió la Institución Libre de Enseñanza[86].

La tercera cuestión universitaria fue protagonizada, como ya hemos anunciado, por Pedro Dorado Montero[87], titular de la cátedra de Derecho Penal de la Universidad de Salamanca, y por el prelado de la diócesis, el conocido Padre Cámara[88]. El conflicto se inició el 23 de enero de 1897 cuando un grupo de alumnos de Dorado Montero dirigió un escrito al obispado para quejarse de las explicaciones del profesor, alegando que éstas eran heréticas y contrarias a la doctrina católica. El escrito fue firmando por once estudiantes y en él manifestaban su intención de no volver a asistir a las clases del catedrático, asimismo, le pedían al Padre Cámara que les diera su opinión pastoral sobre su propósito.

Durante su estancia postdoctoral en Bolonia, Dorado Montero conoció el estado de la ciencia penal italiana (caracterizada por la aparición de la criminología científica) que tanta repercusión tuvo en su pensamiento penal. Tampoco se encontraba exento Dorado de una fuerte influencia de la filosofía krausista que lo llevó a defender una pena con finalidad correctiva. Todo apunta a que los conocimientos adquiridos en Italia así como su marcado pensamiento krausista eran tenidos en cuenta por el profesor a la hora de impartir su asignatura. Por este motivo, los alumnos denunciaron ante el obispo que las explicaciones del catedrático eran positivistas y materialistas y, en consecuencia, entraban en contradicción con la religión católica[89]. Las acusaciones de positivismo fueron fundamentadas en una supuesta concepción doradiana del delito como un fenómeno patológico (que abarcaría el positivismo biologicista y el sociológico), lo que, a juicio de los alumnos, le vinculaba al determinismo y a la destrucción de la libertad humana[90]. Por otra parte, basaban la acusación de materialismo en que «las explicaciones de Dorado incluyen una concepción organicista del hombre. Las consecuencias de ello son varias y graves: la moral no es más que un aspecto de lo físico, lo externo determina al hombre, ha de admitirse la teoría darwinista de la transformación de especies»[91]. Los estudiantes adjuntaron al escrito una serie de pruebas para fundamentar sus acusaciones: el programa de la asignatura y un libro de lecciones de la misma[92]. No obstante, también le preguntaron al Padre Cámara si la doctrina defendida por Dorado Montero era ortodoxa. Esta cuestión resultaba más bien irónica, la doctrina del determinismo de la Escuela Positiva italiana estaba demasiado difundida como para ignorar la respuesta. Por tanto, según Lima Torrado, la pregunta no tenía como fin conocer algo que ya se sabía; sino poner al obispo Cámara en la situación perfecta para que hablara y condenara al penalista, justificando la no asistencia a su cátedra por parte de los católicos[93].

Ante esta situación, el obispo Cámara hizo llamar a Dorado Montero con el fin «de atraerle al verdadero camino con sus paternales reflexiones»[94]. Dorado accedió a reunirse con él y, después de este encuentro en el que mantuvieron una larga conversación, ambos terminaron exactamente igual que comenzaron: defendiendo sus posiciones ideológicas de origen[95].

El revuelo despertado en la ciudad a raíz de este acontecimiento hizo que la prensa salmantina de la época comenzara a posicionarse en esta polémica. El periódico El Adelanto defendió al catedrático, mientras que La Información defendió a los alumnos[96]. El desarrollo pormenorizado del conflicto se conoció prácticamente por la prensa. Luis Caballero Noguerol, director del diario El Adelanto, escribió:

«Dorado Montero, hombre sincero en sus opiniones, que no oculta a nadie, sin negar que sea partidario del positivismo y determinismo; sin mostrar empeño en que se crea en la ortodoxia de sus explicaciones, afirma, y nosotros le creemos, que en este curso no ha explicado ni una palabra de esas doctrinas calificadas de heréticas por el señor obispo[97]

De las palabras de Luis Caballero Noguerol deducimos que, en la entrevista que Cámara mantuvo con Dorado, éste no ocultó su ideología[98], pero habría negado que la totalidad de sus explicaciones se basaran en la teoría positivista criminológica[99].

A fecha 5 de febrero de 1897, el obispo Cámara contestó a los alumnos. La respuesta se hizo por medio de un decreto episcopal:

«Damos por seguro que el dicho catedrático enseña las doctrinas que nos manifiestan sus discípulos. Y a tales doctrinas declaramos envuelven la negación del libre albedrío del hombre, y que el positivismo destructor de la espiritualidad del alma y el materialismo contradictor de la moral y responsabilidad de las acciones humanas, no sólo son groseros errores filosóficos, sino herejías opuestas a los dogmas de nuestra sacrosanta religión cristiana. Y por tanto, que en general no es lícito acudir a las clases donde tales enseñanzas se comunican, por el indudable riesgo que los discípulos corren de admitir errores en contra de la fe católica y de las buenas costumbres[100]

En definitiva, Cámara no sólo animó a los alumnos a no ir a las clases de Dorado, sino que consideró ilícita la asistencia; pero, a pesar de las acusaciones de herejía, en el decreto episcopal no se hacía referencia a una posible excomunión de Dorado Montero[101].

Un día después de que Cámara escribiera su contestación, un alumno leyó a sus compañeros la respuesta del obispo. Posteriormente, los estudiantes dejaron de asistir a las clases del profesor salmantino, a excepción de Eloy Romano[102], quien, obligado por su padre, se convirtió en su único alumno.

Posteriormente el obispo se dirigió al Rector Mamés Esperabé Lozano con el fin de conseguir que se les respetara a los estudiantes el derecho a no asistir a las clases del profesor Pedro Dorado Montero. También le pidió que estos alumnos contaran con la posibilidad de recibir docencia de un profesor con criterio católico y que la no asistencia a clase no tuviera consecuencias negativas, como la pérdida de la condición de becarios o la imposibilidad de llegar a serlo[103]. El Rector optó por respetar la decisión de los alumnos y garantizó que sus becas no se vieran perjudicadas, pero no les facilitó un profesor que, con criterio católico, explicase Derecho Penal.

Cámara no se dio por vencido y, pese a la desconfianza que tenía en el ministro de Fomento, Linares Rivas, decidió dirigirse a él para pedirle que aplicara el artículo 296 de la Ley de Instrucción Pública de 9 de septiembre de 1857. Este artículo[104] hacía alusión a los casos en los que un prelado diocesano tenía conocimiento de que en las explicaciones de algún docente o en los libros de texto se emitían doctrinas contrarias a la correcta educación religiosa de los jóvenes. Era, por tanto, deber del prelado dar cuenta al Gobierno, que instruiría el expediente que correspondiera, escuchando al Real Consejo de Instrucción Pública y pudiendo pedir consejo a otros prelados y al Consejo Real, si así lo precisara.

Sin embargo, la cuestión no era tan sencilla como la presentaba el Padre Cámara al existir un conflicto entre dos artículos de la Constitución de 1876; el artículo 11, que establecía:

«La Religión católica, apostólica, romana, es la del Estado. La Nación se obliga a mantener el culto y sus ministros. Nadie será molestado en el territorio español por sus opiniones religiosas, ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo el respeto debido a la moral cristiana. No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni manifestaciones públicas que las de la Religión del Estado.»

Mientras que el artículo 13 disponía:

«Todo español tiene derecho: (…) De emitir libremente sus ideas y opiniones, ya de palabra, ya por escrito, valiéndose de la imprenta o de otro procedimiento semejante, sin sujeción a la censura previa.»

Ahí se situó el punto central del conflicto: ¿un Estado confesional, como era el caso del Estado español, podía impedir la libertad de cátedra? La opinión pública se mostró muy dividida, como manifestó la actitud de la prensa: el periódico El Adelanto defendió la libertad de cátedra, amparándose en el art. 13 que regulaba la libertad de expresión; mientras que La Información defendió la confesionalidad del Estado como límite a la libertad de expresión, amparándose en el art. 11.

El 18 de abril de 1897, el obispo Cámara publicó una carta pastoral dedicada a la juventud estudiosa y, debido a su éxito, fue editada por segunda vez[105]. En ella se expusieron una crítica al positivismo penal y a la trayectoria vital de Dorado Montero, y un desarrollo de los hechos que desencadenaron la polémica con el profesor y sus consecuencias. Dicha carta incluía además referencias personales a Eloy Romano (el único alumno matriculado) que subrayaban que había firmado el primer escrito de denuncia de los alumnos y que asistía a clase obligado por su padre. Éste se vio forzado a escribir una carta publicada en El Adelanto en la que desmentía estos extremos.

Un mes después, concretamente el 19 de mayo de 1897, tuvo lugar la reunión de la Junta de Profesores de la Facultad de Derecho y en ella se resolvió que el tribunal examinador de la asignatura de Derecho Penal estuviera integrado por tres profesores: Bartolomé Beato Sánchez, Pedro Dorado Montero y Teodoro Peña. A partir de este momento, el periódico La Información inició de nuevo un ataque que, en esta ocasión, iba dirigido a la elección de Dorado Montero como miembro del tribunal. Los motivos de este ataque se basaban en que la imparcialidad del profesor se vería truncada por el enfrentamiento que tuvo con los estudiantes a raíz del escrito que éstos dirigieron al prelado de la diócesis y que dejó patente la enemistad entre profesor y alumnos. En defensa de Dorado salió el periódico El Adelanto, que confiaba en la integridad e imparcialidad del profesor.

El día 7 de junio se iniciaron los exámenes. De los 11 alumnos examinados, 4 obtuvieron la calificación de notable; 1, la de bien; 2, la de aprobado; y 4, la de suspenso. El día 8 de junio se examinaron 2 alumnos y sus calificaciones fueron «suspenso». Este mismo día, un grupo de estudiantes[106] de Derecho presentó un escrito en el rectorado con el fin de impugnar la decisión de que Dorado Montero formara parte del tribunal examinador de Derecho Penal[107]. Este escrito fue enviado desde el rectorado al decanato de Derecho y, una vez aceptado, el decanato convocó una junta para la tarde del día 9. Los exámenes de Derecho Penal fueron suspendidos en ese momento[108]. En la junta no se llegó a un acuerdo concreto y, por ese motivo, el decano Teodoro Peña aprovechó que Dorado Montero había recaído en su enfermedad para sustituirlo por el profesor Jiménez (profesor de Derecho Romano). A partir de esta decisión, la prensa salmantina se posicionó en contra de Teodoro Peña (tanto El Adelanto como La Información) y, sorprendentemente, Sánchez Asensio llegó a acusar de despótica y arbitraria la medida adoptada por el Decano[109].

Dorado Montero decidió acudir a la facultad a examinar cuando se encontró recuperado de sus dolencias y, en ese momento, por medio de un escrito, se le comunicó que se le suspendía de sus funciones como examinador. Dorado acató esta decisión y posteriormente Teodoro Peña, temiendo por la posible ilegalidad de su medida, decidió dictar otro decreto en el que se suspendía a Dorado Montero de empleo y sueldo, fundamentando la postura en el art. 9, nº 7 del Reglamento Universitario: «Amonestar privadamente a los profesores y suspenderlos en los casos urgentes, poniéndolo en conocimiento del Rector»[110]; y así se le transmitió, mediante un escrito, al Rector Mamés Esperabé que convocó para el día siguiente al Consejo Universitario y en esta reunión estuvieron presentes parte los decanos de las distintas facultades. El Rector Mamés Esperabé intervino en el conflicto y repuso a Dorado Montero en su cátedra. La decisión de Mamés Esperabé encajaba perfectamente con su pasado liberal y con su simpatía por la Institución Libre de Enseñanza. Ante tal decisión, Teodoro Peña presentó un recurso ante el Ministerio; pero, a pesar de ello, Dorado Montero se incorporó definitivamente a su tribunal examinador y a sus ocupaciones como docente. La polémica ocasionada trascendió a la prensa salmantina y llegó a la madrileña[111], pero el comienzo del verano sirvió para suavizar el conflicto y, poco a poco, la controversia quedó difuminada entre la opinión pública salmantina.

Sea como fuere, este enfrentamiento tuvo una enorme importancia en la universidad de la época y es claramente representativo del conflicto que generó la novedad de los postulados ideológicos y filosóficos de Dorado Montero, novedad que fue muy difícilmente asimilable para una ciudad de provincias como Salamanca.

6. MUERTE Y ENTIERRO

La salud de Dorado Montero siempre fue frágil y se vio resentida especialmente en los últimos años de su vida[112]. El día 26 de febrero de 1919, a las ocho y media de la mañana, falleció en su casa de Salamanca, debido al cáncer de duodeno que padecía[113]. El penalista había decidido ser enterrado civilmente y su última voluntad fue cumplida. Fue sepultado cerca de uno de sus maestros, Mariano Arés, que, como sabemos, fue la primera persona en tener un entierro civil en Salamanca. Otros detalles del entierro los conocemos por la descripción que realiza Lima Torrado:

«El féretro modestísimo –de madera de pino y cubierto por una tela negra– es llevado a hombros de estudiantes y de obreros. A ambos lados del féretro marchaban las veinte banderas de las veinte sociedades obreras de resistencia plegadas y enlutadas. Detrás va la bandera de la agrupación socialista. También figura en la comitiva la bandera de la Escuela Normal de Maestros[114]. Esta es la única bandera de los centros de enseñanza que figura en el entierro de Dorado[115]

Ante la tumba de Dorado, Miguel de Unamuno, quien fuera su amigo y compañero de batallas en la universidad salmantina, pronunció las siguientes palabras:

«Enterramos hoy, los ciudadanos de Salamanca, a este hombre civil, amigo, maestro y consejero de todos; a este hombre que trabajó por la redención de los delincuentes, porque sabía entender mejor que nadie a aquellos versículos de «No juzguéis para no ser juzgados, porque con la medida que juzgáis seréis juzgados» y lo enterramos en esta tierra sagrada y bendita, tierra bendecida y sagrada por los que aquí reposan, bajo el mismo cielo que a todos cobija bajo su luz que a todos ilumina. Desaparece este hombre en los momentos de mayor dolor para España, cuando más falta hacía, cuando España le necesitaba (…). Recojamos el ejemplo de su vida y la enseñanza de sus obras, ya tierra, para hacerlas, dentro de nosotros semillas que fructifiquen, con ansias de libertad[116].»

El fallecimiento de Dorado Montero tuvo gran repercusión a nivel nacional. Había fallecido una de las figuras más relevantes del ámbito penal, penitenciario y criminológico español. Este hecho explica que se recibieran condolencias desde diversos lugares del país:

«De todas partes de España llegan numerosísimos telegramas de condolencia por su muerte. Entre ellos están los que envían Eugenio D’Ors, Adolfo Posada, Cuello Calón, Indalecio Prieto, Pablo Iglesias, Pedregal, Nogués, Julián Besteiro, Pí y Suñer, Sela, Royo Vilanova y Castillejo. Una serie de entidades y corporaciones enviarán también telegramas de condolencia. Entre ellas se cuentan las que envían el Comité Nacional del Partido Socialista, y la Federación de Juventudes Socialistas[117]

Un mes después de su muerte, el Instituto Español Criminológico realizó un homenaje a su memoria que se celebró en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación[118].

II. OBRA

Dorado Montero fue más conocido por su faceta de articulista[119] que por la publicación de libros (algunos constituyen un compendio de artículos publicados en revistas y periódicos) y monografías. En este sentido, se alejó de las grandes obras; aunque acabó escribiendo algo más de una decena, una producción que se inició en 1890 cuando se editó su primer tratado: La ciencia penal en la Italia contemporánea. Destaca el mérito que tiene haber alcanzado tal nivel de investigación científica, fundamentalmente en un contexto como era el salmantino, porque las posibilidades de un catedrático de la Universidad de Salamanca, un «catedrático de provincias»[120], como lo definió Antón Oneca, de documentarse eran escasas. Si a esto le añadimos el bajo salario que percibía, podremos afirmar que Dorado Montero hizo mucho con nada[121].

José Antón Oneca clasificó la obra de Dorado Montero en tres apartados. El primero lo dedicó a las «obras referentes al derecho penal», que a su vez podían subdividirse en: obras principalmente informativas, «mediante esta labor, que constituye la parte más modesta, pero no la menos útil de su actividad publicitaria, tuvo al tanto a los españoles de las novedades aparecidas en el campo penal durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX»[122]; estudios de derecho positivo español, que constituyen la faceta menos valorada de la obra de Dorado, aunque no fuera a la que menos esfuerzos dedicara; escritos ideológicos o de exposición del propio sistema doradiano, que incluyen sin duda la aportación original de Dorado a la penología; y escritos de doble carácter, que son a la vez informativos e ideológicos. En segundo lugar, estarían sus «escritos de filosofía del derecho»; y, en tercer y último lugar, las «obras no referentes al problema penal». Esta clasificación fue completada por Roberto Albares[123] con los siguientes puntos, que a su parecer, deberían incluirse en el apartado tercero de la ofrecida por Oneca: obras sobre educación, obras de contenido preferentemente filosófico y antropológico, obras de contenido sociopolítico, recensiones, miscelánea jurídica, varias, traducciones, y epistolario e inéditos.

El tema central de la mayor parte de sus publicaciones fue su teoría de la pena, una teoría que bebía de dos grandes corrientes ideológicas: el correccionalismo[124] (de origen krausista) y el positivismo (de la Escuela Positiva italiana). Dorado Montero entró en contacto con estas teorías, como ya se ha expuesto anteriormente, durante sus estudios de doctorado en Madrid y en su estancia en Bolonia.

No obstante, con relación a sus artículos[125], cabe señalar que no se centraron exclusivamente en la problemática penal, sino que también abarcaron el estudio jurídico de diferentes cuestiones. Esto le sirvió a Fernando de los Ríos para calificar a Dorado Montero como un filósofo del derecho[126].

Durante la última década del s. XIX y los primeros años del s. XX, tuvo lugar la mayor producción jurídico-penal escrita de Pedro Dorado Montero. A «ella pertenecen once artículos aparecidos en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia y nueve trabajos publicados en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza»[127] y una serie de obras, entre las que destacan: La antropología criminal en Italia (1890), que constituía una reproducción de la Memoria[128] que escribió durante su estancia en Bolonia; Doña Concepción Arenal (1892[129]), en la que expone el pensamiento de la ilustre filántropa y visitadora de prisiones gallega; El positivismo en la ciencia jurídica y social italiana (1894), que es una reelaboración de su primera obra, La antropología criminal en Italia; Problemas Jurídicos Contemporáneos (1894), que constituía una compilación de artículos y trabajos que Dorado Montero había publicado anteriormente; Problemas del Derecho Penal (1895)[130]; en 1897, y en la revista La España Moderna, Dorado Montero mostró por primera vez el trabajo El reformatorio de Elmira. Estudio de Derecho Penal preventivo, que inmediatamente se convirtió en libro; El Derecho Penal en Iberia (1901); Estudios de derecho penal preventivo (1901); Asilos para bebedores (1901), en la que realizó una propuesta para afrontar el problema del alcoholismo que, coincidiendo aquí con otros autores, relacionaba estrechamente con el de la criminalidad; Bases para un nuevo derecho penal (1902), que fue clave en la bibliografía doradiana y en la que Dorado Montero defendió una individualización del delito y la necesidad de centrarse en la figura del delincuente, para lo que partió de supuestos diferentes a los seguidos por los partidarios de la antropología criminal[131]; Nuevos derroteros penales (1905); De Criminología y Penalogía (1905); Los peritos médicos y la justicia criminal (1905); y La psicología criminal en nuestro derecho legislado (1910), escrita en forma de ensayo. Sánchez-Granjel afirma que la literatura jurídico-penal doradiana tuvo su formulación final en los artículos publicados entre 1913 y 1916 en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia y en el libro El derecho protector de los criminales, editado en 1916, tres años antes de su muerte[132].

El enfoque filosófico-jurídico de su obra penal es indudable; sin embargo, también escribió tratados dedicados exclusivamente a la teoría del derecho. Nos estamos refiriendo a Valor social de leyes y autoridades (1903 y editada por segunda vez en 1923), El derecho y sus sacerdotes (1909), y Naturaleza y función del derecho (publicada póstumamente en 1927).

Dorado fue uno de esos pensadores heterodoxos que no dejó indiferente a nadie. En este sentido, fue a partir de su fallecimiento cuando se iniciaron las valoraciones de su obra jurídica. Las primeras pueden considerarse las necrológicas, entre la que destacamos la realizada por Fernando de los Ríos, que se publicó en forma de artículo en el diario madrileño El Sol, en la revista La Lectura y en el número 709 del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza[133].

El profesor salmantino se caracterizó por la autoexigencia que lo llevaba a revisar y perfeccionar sus escritos, huyendo así del conformismo. Por el testimonio de uno de sus alumnos, conocemos lo que Dorado Montero pensaba de sus obras:

«Mis obras no son responsables de lo que estoy diciendo, no están, una vez manifestadas, sujetas a la misma evolución constante en que, en todo momento, yo y todos nos debatimos. Ni han de ser una rémora para mi perfeccionamiento. Las obras, una vez producidas son como la manzana caída. Ya no pertenecen al árbol. Ya no son del árbol. Ya es ella sola, repetida ardientemente. Puede fructificar o pudrirse y desvanecerse; pero ya es ella sola[134]

Por Antón Oneca sabemos lo que Azorín y Saldaña opinaban de ellas; para Azorín, «se leen con la facilidad y el encanto de una obra de entretenimiento»; y, en opinión de Saldaña, «carecía de estilo. A saber, escribir sin personalidad; diciendo, tanto como puedo haber dicho aquello otro cualquiera; (…) ausente de olor, de color, de sabor propios; modelo acaso, de todo trabajo científico»[135].

Para concluir este apartado, es necesario destacar que Dorado Montero también ejerció una labor divulgativa de su doctrina y pensamiento en distintos congresos internacionales, tanto penales como penitenciarios, que contribuyeron a que fuera conocido más allá de nuestras fronteras[136]. En 1895 asistió al Primer Congreso del Instituto Internacional de Sociología, celebrado en París con una conferencia titulada «La sociología y el derecho penal». En 1897 intervino con la comunicación «Las contravenciones: definición, represión y procedimiento» en el Séptimo Congreso de la Unión Internacional de Derecho Penal, que tuvo lugar en Lisboa. En 1898 participó en el Tercer Congreso del Instituto Internacional de Sociología, realizado en París, con la intervención «Misión de la justicia penal en el porvenir». En el mismo año participó en el Tercer Congreso Internacional del Patronato, celebrado en Amberes, con la conferencia «El interés del Patronato ¿no exige que la mayoría de edad en lo penal se retrase lo más que sea posible?». En 1899 acudió a Budapest al Octavo Congreso de la Unión Internacional de Derecho Penal, en él participo con una comunicación titulada «Die Uebertrehungen in bestehenden Spanischen Recht». La última de sus intervenciones internacionales tuvo lugar en 1901, en el Quinto Congreso Internacional de Antropología Criminal (realizado en Amsterdam) con la conferencia «La pena propiamente dicha ¿es compatible con los datos de Antropología y la Sociología criminales?»

Todo parece indicar que Dorado Montero dejó de asistir a congresos por su frágil estado de salud y no deja de ser meritorio que un «catedrático de provincias» como era él, acostumbrado al conservador ambiente social salmantino y con tan pocos medios para documentarse, acceder a las nuevas publicaciones o enterarse de los congresos que se celebrarían, llegará a acumular tan nutrido bagaje.