EL BOWERY, EN LLAMAS

1902, Nueva York

Para cuando Jianyu Lee logró atravesar el camino que había entre el puente de Brooklyn al Bowery, su mente estaba puesta en el asesinato. Resultaba irónico que estuviera decidido a matar para vengar al hombre que una vez lo había salvado de una vida de violencia. Jianyu suponía que a Dolph Saunders le habría hecho gracia el giro de los acontecimientos. Pero Dolph estaba muerto. El líder de los Hijos del Diablo y el único sāi yàn que jamás había mirado a Jianyu con el recelo que había visto brillar en los ojos de tantos otros, había recibido un tiro en la espalda por parte de uno de los suyos, alguien en quien había confiado. Alguien en el que todos habían confiado.

Nibsy Lorcan.

Para Jianyu, no importaba si Estrella y Harte conseguían atravesar el Umbral como lo habían planeado. Si aquel plan descabellado de atravesar todo aquel poder devastador funcionaba, dudaba de que volvieran. ¿Por qué iban a hacerlo si encontraban la libertad en el otro lado? Si él pudiera escapar de la trampa de aquella ciudad, sin duda, no volvería la vista atrás. Se subiría sin dudar al primer barco que se dirigiera al este, hacia el hogar que nunca debería haber abandonado.

Volvería a ver las tierras que lo habían traído al mundo.

Respiraría el límpido aire de la aldea donde vivía su familia en Sānnìng y se olvidaría de todas sus ambiciones.

Tiempo atrás había sido tan joven, tan inocente con su obstinada confianza. Tras la muerte de sus padres, su hermano mayor, Siu-Kao, lo había criado. Siu-Kao, que era casi una década mayor, y que tenía una esposa que, aunque hermosa, era tan astuta como un zorro. Se había casado con él tanto por la magia que corría por la sangre de su familia como por el beneficio de sus tierras de cultivo. Pero cuando su primer hijo no pareció tener ninguna afinidad, empezó a dejar en claro que Jianyu ya no era bienvenido en su casa. Así que cuando empezó a salirle el vello bajo los brazos, estaba tan furioso con el lugar que ocupaba en el hogar de su hermano, tan desesperado por volar con sus propias alas que decidió marcharse.

Con el paso del tiempo había entendido que la juventud lo había cegado y que su magia lo había hecho actuar temerariamente. Atraído por una de las comunes bandas errantes de las aldeas más empobrecidas de Gwóng-dūng, vivió libre durante un tiempo, rechazando el control de su hermano mayor y eligiendo su propio camino. Pero al final acabó cometiendo el error de permanecer demasiado tiempo merodeando en la misma aldea, en un diminuto caserío a orillas del Zyū Gōng, y olvidó que la magia no era una panacea para la estupidez. Apenas tenía trece años cuando lo pillaron irrumpiendo en la vivienda de un comerciante local.

Entonces no se sintió capaz de enfrentar a su hermano. Se negó a hacerlo.

Entonces pensó que abandonar su patria y empezar de nuevo era la única solución.

No entendía que había lugares en el mundo donde la magia era confinada. Aquello era algo que había tenido que aprender. Había comprendido que la lealtad era el mejor de los seguros y que en las restricciones del deber familiar había más libertad de la que había apreciado de joven.

En más de una ocasión había pensado que, si tuviera la oportunidad, se arrepentiría y viviría la vida que se le había impuesto, una vida de la que había huido una vez. No volvería a cometer los mismos errores.

¿Por qué otra razón le habría entregado su lealtad a Dolph Saunders si no había sido por la promesa de que algún día destruirían el Umbral? ¿Por qué otra razón había conservado la coleta que tantos otros habían desechado si no hubiera sido por la esperanza de que algún día encontraría un modo de volver a su patria? Sin duda, habría sido mucho más fácil cortar aquella larga trenza que tantas miradas curiosas y precavidas atraía… Muchos de sus coterráneos ya lo habían hecho. Pero cortarse el cabello sería como admitir al fin que jamás volvería.

Aunque, por lo que le había contado Estrella, volver a Sānnìng no tendría ningún sentido si los peligros que anticipaba llegaban alguna vez a ocurrir. Si Nibsy Lorcan conseguía obtener el Ars Arcana, el Libro que en su interior albergaba la fuente propia de la magia, o si recuperaba los cinco artefactos de la Orden, las antiguas gemas que la Orden había usado para crear el Umbral y conservar su poder, nadie podría detenerlo. Nada estaría a salvo del poder que podría llegar a detentar Nibsy, ninguna tierra, ninguna clase de persona, ya fuera mageus o sundren. Subyugaría a los sundren, y utilizaría su control sobre los mageus para lograrlo.

En aquel momento Jianyu sabía que su deber era asegurar que ese futuro nunca se cumpliera. Si no podía retornar a su patria, la protegería de Nibsy Lorcan y sus acólitos.

Darrigan le había dejado instrucciones muy precisas: Jianyu debía proteger el primer artefacto de la Orden y a la mujer que lo llevaba. Pero no tenía mucho tiempo para hacerlo. Pronto llegaría el chico sobre el que Estrella le había advertido, un joven con el poder de encontrar objetos perdidos y que tenía la habilidad de conocer el futuro que les deparaba. Un chico que era fiel a Nibsy. No podían permitir que el joven llegara hasta él, especialmente, mientras hubiera una gema de la Orden en algún lugar de la ciudad esperando a que la encontraran.

Jianyu prefería correr el riesgo de morir en costas extranjeras, con sus huesos lejos de sus ancestros, antes que permitir que Nibsy Lorcan obtuviera la victoria. Encontraría el artefacto y detendría al tal «Logan». Y luego Jianyu mataría a Nibsy y vengaría el asesinato de su amigo. O moriría en el intento.

Mientras se abría paso a través del Bowery, hacia su destino en la Aldea, el aire estaba cargado por el olor a ceniza y hollín. Durante la última semana, desde que el equipo de Dolph Saunders le había robado a la Orden sus artefactos más poderosos y Khafre Hall se había quemado hasta los cimientos, la mayoría del Lower East Side había estado velado por el humo. Tras el robo, un incendio tras otro había estallado como represalia entre los vecindarios más pobres de la ciudad. Después de todo, la Orden tenía un mensaje que transmitir.

En la intersección de Hester Street y el amplio bulevar del Bowery, Jianyu pasó junto a los restos calcinados de una casa de alquiler. La acera se encontraba apilada con los deshechos de las vidas que habían quedado destruidas. Alguna vez, el edificio había alojado a mageus que vivían bajo el cuidado de Dolph. Jianyu se preguntó a dónde habrían ido y de quién dependerían ahora que había muerto.

Mientras caminaba, advirtió que un puñado de sombras oscuras merodeaban justo detrás del círculo de luz que proyectaba la farola que había delante de las ruinas del edificio: los hombres de Paul Kelly. Todos ellos eran sundren, los Five Points no tenían nada que temer de la Orden.

Hubo un tiempo en el que los Five Points no se habrían atrevido a cruzar Elizabeth Street o a acercarse a un radio de cuatro calles del Bella Strega, la taberna de Dolph. Pero en aquel momento merodeaban por las calles que alguna vez habían estado bajo su protección; su presencia no era más que una declaración de su clara intención de invadir. De conquistar.

No resultaba inesperado. A medida que la noticia de la muerte de Dolph se extendriera, las otras pandillas empezarían a apropiarse del territorio que en el pasado había sido propiedad de los Hijos del Diablo. No era más sorprendente ver a los Five Points en el vecindario de lo que resultaría ver a la pandilla Eastman o a cualquiera otra. Si Jianyu tenía que hacer una conjetura, sospechaba que incluso Tom Lee, el líder del tong más poderoso de Chinatown, intentaría ocupar los territorios que pudiera.

Pero los Five Points eran diferentes. Más peligrosos. Más implacables.

Eran una nueva facción en el Bowery, y por ese motivo peleaban como si tuvieran algo que demostrar. Pero a diferencia de otras pandillas, los chicos de Kelly habían logrado obtener la protección de Tammany Hall. Durante las elecciones del año anterior, los Five Points se habían dedicado a partir cabezas y a inundar los centros de votación para colocar a un títere de la Tammany en el gobierno municipal y, desde entonces, la policía había pasado por alto cualquier delito que cometieran.

Que Kelly se confabulara con los dirigentes corruptos de la Tammany ya había sido lo suficiente nocivo, pero durante los días que precedieron a la muerte de Dolph, los Five Points se habían vuelto más desvergonzados que nunca. Era una señal inequívoca de que algo tramaban. Todo el Strega tenía conocimiento del malestar latente que se respiraba en el Bowery, pero aquella señal se interpretó tarde y de forma equivocada.

Sintiéndose expuesto, Jianyu recurrió a su afinidad y abrió los hilos de luz que proyectaban las farolas. Los torció alrededor de sí mismo a modo de capa para que los Five Points no lo vieran pasar. Invisible a su vigilancia depredadora, se permitió relajarse al abrigo de su magia, de su certidumbre, cuando todo lo demás era tan incierto. Luego, aligeró el paso.

Varias calles después, apareció frente a él la familiar bruja de ojos dorados sobre el letrero del Bella Strega. Para cualquier persona común que buscara abrigarse del frío de la noche o una copa de algo con lo que anestesiar el dolor de una vida al margen de la sociedad, la multitud del Bella Strega podría no haber parecido diferente a la de otros bares y cervecerías que se dispersaban a lo largo de toda la ciudad. Legales o ilegales, aquellos salones oscuros eran la mejor manera que tenían los pobres de escapar de las desilusiones y las tribulaciones de sus vidas. Pero el Strega era diferente.

O al menos, lo había sido.

Mageus de toda clase se sentían lo bastante seguros como para reunirse entre sus muros sin miedo y sin tener que ocultar lo que eran, porque Dolph Saunders se había negado a contemporizar con la intolerancia que infundían el temor y la ignorancia, o a tolerar las habituales divisiones entre los habitantes del Bowery. Ir al Strega equivalía a la promesa de ser acogido, de estar a salvo de una ciudad peligrosa, incluso para alguien como Jianyu. Un día cualquiera, la taberna podía estar atestada de diferentes personas y su mezcla de idiomas, todas unidas por la magia antigua que fluía por sus venas.

Pero todo aquello había sido antes de que una única bala enviara a Dolph a la tumba, se recordó a sí mismo Jianyu mientras pasaba bajo la mirada atenta de la bruja. Dado que en aquel momento era Nibsy Lorcan quien tenía el control de los Hijos del Diablo, nada podía garantizar la seguridad entre aquellos muros. Especialmente, para alguien como Jianyu.

Según Estrella, Nibsy tenía la rara habilidad de ver las conexiones que se establecían entre los diferentes eventos y de predecir las consecuencias derivadas de aquellos. Dado que Jianyu estaba resuelto a acabar con el reinado de Nibsy, y con su vida, no podía correr el riesgo de volver al Strega.

De todos modos, Nibsy no había conseguido predecir los cambios que había realizado Dolph en Khafre Hall, ni la intención que había tenido Jianyu de ayudar a Harte Darrigan a fingir su propia muerte en el puente tan solo unas horas antes. Quizá el chico no fuera tan poderoso como creía Estrella, o quizá su afinidad sencillamente tuviera limitaciones, como las tenían todas las afinidades. Acabar con Nibsy podría ser difícil, pero no sería imposible. Especialmente, porque contaba con el poder de Viola que podía matar a un hombre sin tocarlo.

Aunque aquella tarea tendría que esperar otro día más. Jianyu aún tenía que encontrar a Viola y contarle todo lo sucedido. Era probable que ella aún creyera que él no había estado sobre el puente y que Harte Darrigan los había traicionado a todos.

Con el Strega a sus espaldas, Jianyu continuó su camino. Podría haber cogido un tranvía o uno de los trenes elevados, pero prefería caminar para poder pensar en los planes que debía elaborar y llevar a cabo. Ganarse la confianza de Cela iba a ser un proceso delicado, dado que Cela Johnson no estaría esperándolo y había pocas personas en aquella ciudad que confiaran en sus compatriotas. Protegerla a ella y a su gema podría ser incluso más difícil, dado que ella era sundren y no tenía ni idea del peligro que representaba el anillo. Pero se lo había prometido a Darrigan, y comprendía todo lo que estaba en juego. No podía fallar.

Para cuando llegó al South Village, Jianyu detectó humo en el aire. Al acercarse a Minetta Lane, donde vivía la señorita Johnson, el hedor se volvió aún más fuerte, invadiendo sus fosas nasales y despertando en su estómago una señal de advertencia y temor.

Por algún motivo supo, incluso antes de tener el edificio a la vista, que sería el hogar de Cela Johnson el que estaría en llamas. Las inmensas llamaradas se asomaban desde las ventanas, y la estructura entera resplandecía por el fuego que ardía en su interior. Incluso desde el otro lado de la calle, el calor le produjo un hormigueo, y el abrigo de lana que llevaba encima le resultó excesivamente sofocante para aquella noche de principios de primavera.

Cerca de allí, los arrendatarios del edificio observaban mientras las llamas devoraban su hogar. Apiñados, intentaban proteger las pocas pertenencias que habían conseguido salvar mientras una brigada de bomberos permanecía cerca. Los caballos lanzaban coces sobre la tierra, manifestando el desasosiego que les provocaba la luz parpadeante del incendio y la creciente multitud. Pero los bomberos no hicieron nada.

No fue una sorpresa.

Jianyu sabía que la ausencia de acción por parte de los bomberos era intencionada. La brigada era mayormente irlandesa, pero dado que había pasado por lo menos una generación desde la hambruna que los había traído hasta aquellas tierras en sus barcos, se consideraban nativos. Incluso miraban con desagrado a las oleadas más recientes de inmigrantes que provenían de lugares del este y el sur, y a cualquiera cuya piel no fuera tan blanca como la suya, sin importar cuánto tiempo llevaran sus familias en la ciudad. Cuando eran aquellas casas las que ardían a causa del fuego, las brigadas a menudo no actuaban con la diligencia y la rapidez necesaria. A veces, si convenía a sus propósitos, directamente ignoraban las llamas.

Cuando les preguntaban por lo sucedido, solían justificarse diciendo que habían llegado demasiado tarde. Explicaban a la gente que sollozaba y suplicaba su ayuda, que era tarde para detener el fuego, que entrar en el edificio era demasiado peligroso y que no podían malgastar sus vidas en una causa perdida.

No importaba si sus palabras eran ciertas. El efecto era el mismo. Incluso en aquel momento, simplemente se limitaban a observar, apoyados contra su camión, con las manos cruzadas sobre sus oscuros uniformes, impasibles como si no sucediera nada. Sus cascos brillantes reflejaban el brillo de las llamas, mientras los perjudicados veían cómo su hogar quedaba reducido a cenizas. Había ocurrido ya en incontables ocasiones, y en los días que estaban por venir, Jianyu sabía que volvería a suceder.

Aún bajo el amparo de su magia, se acercó al grupo de personas lentamente, atento a alguna indicación de que Cela estuviera entre ellos. Durante años, Jianyu había sido los ojos y las orejas de Dolph Saunders en el Bowery. No solo porque tuviera la habilidad de pasar desapercibido gracias a su afinidad. No, también tenía talento para comprender a las personas y leer las palabras que permanecían en su mente sin nunca llegar a pronunciarse, una habilidad que había aprendido gracias a sus viajes a través de Gwóng-dūng, antes de que lo atraparan. Su intención había sido empezar de nuevo y abandonar aquella vida. Pero deseaba destruir el Umbral, así que había accedido a poner su habilidad al servicio de Dolph, para poder advertir de cualquier peligro que pudiera haber cerca o para dar con aquellos que necesitaran ayuda, pero no sabían dónde encontrarla.

Se acercó un poco más y utilizó aquella habilidad para escuchar al grupo que se había congregado para consolar a la familia.

—… la vi largarse como si la persiguiera el mismísimo demonio.

—¿La pequeña Cela?

—Ajá.

—No…

—¿Crees que ha sido ella la que lo ha provocado?

—Definitivamente, no se ha quedado para ayudar, ¿verdad? Ha abandonado a los Brown arriba sin haberlos advertido siquiera.

—Siempre me ha parecido que esa chica tenía algo raro… Demasiado presumida para lo que es, si me preguntan a mí.

—Callaos ya. No podéis andar por ahí mintiendo así sobre la gente. Era una buena chica. Muy trabajadora. No prendería fuego a su propia casa.

—Abe no estaba dentro, ¿verdad?

—No estoy seguro…

—No le haría nada a su hermano. Podéis decir lo que queráis sobre ella, pero Abe adoraba a esa chica.

—No sería la primera vez que una perra de esa calaña muerde la mano de aquel que le da de comer. ¿Una casa grande como esa? Podía venderla e irse adonde quisiera.

—Abe jamás la habría vendido.

—Justamente por eso lo digo… Le pagaban al hombre del seguro, igual que todos.

—Carl Brown dice que ha oído un disparo…

Jianyu se alejó de la amargura y la envidia que rezumaba como veneno de aquellas palabras. No sabían nada, salvo que Cela no estaba dentro de la casa.

El disparo, la casa en llamas. Podría haber sido culpa de Cela, pero por el modo en el que la brigada de bomberos se había quedado allí, silenciosa y alerta, en lugar de apagar el fuego, Jianyu pensó lo contrario. Se parecía demasiado a lo que había ocurrido en otras partes de la ciudad. Tenía la marca de la Orden.

Lo cual significaba que alguien, de algún modo, sospechaba que Cela tenía el artefacto de la Orden. Mientras estuviera sola en la ciudad, sin protección, corría peligro.

Todos corrían peligro.