EL ARS ARCANA

1902, Nueva York

Harte Darrigan había tenido que ver a mucha gente alejarse de él en el transcurso de su breve vida. Había tenido que ver a directores de escena cerrarle las puertas en la cara y a la audiencia poniéndose de pie y marchándose cuando no conseguía impresionarlos con su actuación. Había tenido que ver a sus amigos de la infancia apartarse y fingir que no lo conocían cuando se vio obligado a formar parte de los Five Points. Incluso había tenido que ver a su madre dándole la espalda cuando no tenía más que doce años… aunque no negaba que lo hubiera merecido. Pero, por algún motivo, ver a Estrella alejarse hizo que quisiera gritar, correr tras ella y decirle que había cambiado de opinión.

Era un impulso en el que no podía confiar por completo.

Sí, admiraba a Estrella… por su talento y su determinación. Por la forma en la que siempre lo miraba directamente a los ojos, con los hombros erguidos, sin ningún miedo a lo que pudiera suceder. Su igual… quizá, mejor que él… en todos los sentidos.

Por supuesto, también le gustaba… por su agudo sentido del humor y el brillo que desprendían sus ojos cuando se enfadaba. Le gustaba que fuera constante y leal con aquellos que eran importantes para ella. Y le gustaba que, incluso cuando le mentía descaradamente en la cara, jamás fingiera ser algo que no era.

No podía decir que estuviera enamorado de ella. No… Había visto lo que el amor les había hecho a su madre y a Dolph. Harte consideraba que la propia palabra en sí era un engaño… una mentira que la gente se decía a sí misma y a los demás para ocultar la verdad. Cuando las personas decían «amor», lo que en realidad querían decir era «dependencia». Obsesión. Debilidad. Así que no, no iba a decir que estaba enamorado de Estrella, pero podía admitir que la deseaba. Quizá, quizá incluso, que la necesitaba. Pero aquello era algo que solo admitiría para sí mismo.

Sin embargo, el anhelo que sentía por ella en aquel momento, el ansia y la necesidad, era un deseo más fuerte, más insondable que nunca. Harte no confiaba completamente en sí mismo porque sabía que una parte de él ya no le pertenecía. En lo más oculto de su mente, podía sentir el poder que alguna vez había contenido el Libro haciendo acopio de todas sus fuerzas y oprimiendo su propia alma, como una criatura picuda con garras a punto de romper el cascarón.

Estrella se alejó caminando, y las manos de Harte se aferraron a la barandilla del barco. Tuvo que sujetarse con fuerza para mantener el equilibrio mientras sentía aquel poder desatándose en su interior, porque ya había descubierto la verdad… ya había descubierto que ella era su debilidad.

Si soltaba la barandilla, la seguiría, que era lo que más deseaba el poder que había quedado atrapado en su interior. Si la seguía como él lo anhelaba, resultaría mucho más arduo aplacar el poder para mantenerse entero… y para mantener a Estrella a salvo. Porque si el poder lo dominaba, si Harte le permitía ir en busca de ella —de lo que ella era y de lo que podía ser— las puntas afiladas de sus garras la reclamarían para sí mismo, destruyéndola.

Si hubiera sabido lo que era el Libro, no habría puesto tanto empeño en hacerse con él. Cuando Dolph Saunders lo tentó con la posibilidad de encontrar un camino para salir de la ciudad, no imaginaba que su cuerpo y su propia mente podían convertirse en una prisión mucho más definitiva que la isla en la que había nacido. Lo cierto era que no había anticipado que el Libro que le habían robado a la Orden fuera un ser vivo… A nadie se le ocurrió. Porque si cualquiera de los otros, Dolph o Nibsy o el resto, hubieran sabido lo que el Libro realmente contenía, jamás le habrían permitido acercarse a él.

Días atrás todo le había parecido mucho más claro, incluso más simple. En las entrañas de Khafre Hall, su plan le había parecido sencillo. Si le arrebataba el Libro a la banda de Dolph, conseguiría la libertad que había anhelado durante tanto tiempo, y Nibsy Lorcan, aquella rata traidora, no sería capaz de emplearlo para sus propios fines. Conocía el plan de Nibsy, solo quería el Libro para tener el control sobre los mageus y de este modo utilizarlos para erradicar a los sundren. Sería un mundo seguro para la magia antigua, pero el único que conservaría algún tipo de libertad dentro de él sería el propio Nibsy.

Pero a Harte no solo le habían preocupado las intenciones de Nibsy. Robar el Libro de la Orden también significaba que Jack Grew jamás podría utilizarlo para terminar la monstruosa máquina que estaba construyendo, la que podía eliminar la magia de la Tierra. Sin embargo, todos aquellos planes habían cambiado en el instante en el que las manos de Harte habían rozado el cuero agrietado del Libro.

Estaba habituado a mantenerse lejos de los demás. La mayoría de la gente no se daba cuenta de cuánto proyectaba de sí mismo, así que hacía ya mucho tiempo que Harte se había acostumbrado a retraer su afinidad y a encerrarse en sí mismo. Odiaba que lo sorprendiera la embestida de imágenes, sentimientos y pensamientos confusos que la mayoría de la gente echaba fuera al mundo de buen grado. Pero no se le había ocurrido prepararse para el Libro.

Cuando su piel tomó contacto con la antigua y resquebrajada cubierta, advirtió su error. Se sintió penetrado por una energía ardiente y abrasadora, una magia con un poder como nada que hubiera experimentado jamás. Luego, empezaron los gritos.

Solo hicieron falta unos segundos, pero aquellos segundos fueron como un torrente interminable de sonidos e impresiones, una confusión incoherente de idiomas que no debía comprender. Pero Harte no necesitaba conocer las palabras para percibir el corazón y la mente de alguien, y tocar el Libro había sido como leer a una persona.

En realidad, había sido mucho más fácil. Fue como si el poder que albergaba el Libro hubiera estado esperando aquel momento… esperando que él se convirtiera en su cuerpo vivo. Comprendió casi de inmediato que el Libro era más de lo que cualquiera de ellos había previsto. Era poder. Era furia. Era el latido del corazón de la magia en el mundo, y lo único que deseaba era que lo liberaran. Para ser. Consumir.

Y lo que más quería consumir era a Estrella.

Afortunadamente, el poder que había desatado sin darse cuenta seguía debilitado por tantos siglos de confinamiento. Si se concentraba, Harte aún podía inmovilizarlo y encerrarlo. Pero el poder se volvía más fuerte con cada día que pasaba, y sabía que sería imposible contenerlo para siempre. No había planeado hacerlo.

Harte había planeado morir. No sabía con certeza si arrojarse del puente acallaría todas aquellas voces clamorosas, pero imaginaba que de aquella forma no podrían usarlo como un peón. Pero justo después, antes de que ocurriera lo del puente, Jianyu había aparecido aquella noche en el puerto y le había ofrecido otro camino.

Para entonces, había dispersado los artefactos, enviando a la mayoría lejos de la ciudad para que estuvieran fuera del alcance de Nibsy. Ya era demasiado tarde cuando advirtió que podría haberlos utilizado para controlar el poder del Libro. Sin duda, tampoco había anticipado que Estrella regresaría.

En aquel momento, detener a Nibsy y a la Orden y mantener a Estrella a salvo dependían de que pudiera controlarlo. Para hacerlo, necesitaban los artefactos. Pero recuperarlos significaba abandonar personas… Por poner un ejemplo, su madre. Por poner otro, Jianyu. Y quizá lo más preocupante de todo, significaba abandonar una de las gemas.

Le había dado una de ellas a Cela porque no tenía otra manera de pagarle por obligarla a acoger a su madre moribunda junto con su afinidad. El anillo era la menos notable de las piezas de la Orden, salvo, quizá, por el brazalete que le había entregado a Estrella. Harte había sabido incluso entonces que no era un intercambio justo, pero ahora que Estrella había vuelto, comprendía realmente el peligro al que había expuesto a Cela, especialmente si el chico que Estrella había traído de regreso con ella encontraba algo. Solo podía esperar que la orden que había introducido en la mente de Cela con su afinidad fuera suficiente para ayudarla a eludir el peligro hasta que Jianyu pudiera pretegerla a ella y a la gema.

Harte esperó durante un rato antes de soltar la barandilla, el tiempo suficiente para que Estrella desapareciera y el tripulante del ferry empezara a prestarle más atención de lo que convenía.

Al descender del barco y poner un pie sobre el suelo firme de Nueva Jersey, hizo una prueba para asegurarse de que el poder que albergaba en su interior se mantenía quieto, contenido bien adentro. Se trataba de un nuevo estado, pero para Harte, que había estado atrapado en la isla de Manhattan toda su vida, bien podría haber sido un continente nuevo.

A su alrededor, las personas avanzaban ajetreadas, reuniendo sus bolsos e hijos en tanto se dirigían a la entrada de la terminal. Se unió a ellos, manteniendo la gorra baja, la mirada gacha, dejándose atrapar por la marea de gente. Percibió la excitación de aquellos que se dirigían hacia un nuevo lugar, y el hastío de los que ya habían realizado el mismo trayecto en incontables ocasiones. Todos eran ajenos al milagro que significaba poder elegir comprar un billete, subir a un tren y llegar a otra parte. Para Harte, se trataba de un milagro que jamás daría por supuesto, por más tiempo que le quedara.

Mientras avanzaba arrastrado por la multitud, sintió por un instante que el mundo podría llegar a pertenecerle. Quizá, después de todo, la misión terminara funcionando, y un futuro diferente fuera posible. Pero entonces, un susurro cada vez más fuerte se hizo eco en los recovecos de su mente. El coro sombrío se fusionó en una única voz, una que hablaba un idioma que no debería reconocer pero que de todos modos comprendió. Una única palabra que contenía un significado no revelado.

Pronto.