1. Alrededor del fuego: el poder del relato

1.1. Las historias, elementos constitutivos de la humanidad

Aquí se acabó el cuento, como me lo contaron te lo cuento. Todo esto fue cierto y pudo no haber sucedido.

Esta frase, o cualquiera de sus variantes, probablemente son algunas de las sentencias más comunes que se repiten noche tras noche, a lo largo y ancho de todo el mundo. Desde muy pequeños, nos forjamos y nos alimentamos de cuentos e historias que nos explican personas de nuestro alrededor. Fábulas, cuentos de fantasía, de terror, muchos de ellos con moralejas y, sobre todo, con un gran peso del saber popular detrás.

Los relatos son y han sido —más allá de las diferentes tradiciones culturales, sociales, económicas, políticas o religiosas— parte esencial en el propio desarrollo de la humanidad. Hace más de 800.000 años que nuestros antepasados descubrieron el fuego, momento clave para la evolución de la especie: pudieron empezar a cocinar alimentos y a defenderse de los depredadores. Pero, además, con el descubrimiento del fuego se forjaron espacios comunes también durante la oscuridad. Si bien sabemos que la ingesta de alimentos más variados y cocinados fue un ingrediente clave para el desarrollo del cerebro humano, con el fuego también surgió, por primera vez, la oportunidad de compartir un espacio con los otros miembros de la comunidad, más allá de las horas de sol. Además de los cambios en la dieta, algunas investigaciones apuntan a que, lo que podría haber ocurrido durante la noche alrededor del fuego, también contribuyó a la evolución del pensamiento, ya fuere promoviendo el lenguaje, la imaginación o construyendo la identidad social y cultural. Así pues, alrededor del fuego y a partir de las historias contadas es como también se puede explicarse el desarrollo de nuestra especie.

La actividad de contar historias —el concepto inglés de storytelling— es uno de los métodos de comunicación más antiguos. En Europa, la tradición de los cuentacuentos ha estado presente ya desde siglos atrás, aunque recientemente se ha retomado su versión como espectáculo público. Pensemos en las mitologías, mucho antes de que se escribieran. La narración forma parte de los rituales, incluso pueden verse historias en las pinturas. Las pinturas rupestres pueden leerse como narrativas que describen un acto de caza o la cotidianidad de las personas que las pintaron. Así, las primeras historias también se contaron a través de las paredes. Y, posteriormente y hasta hoy, se han transmitido oralmente de generación en generación. En la Grecia clásica, se expandieron los relatos y mitos, y poetas como Homero son personajes clave para entender e interpretar hechos relevantes, y para permitirnos conocer nuestros antepasados casi treinta siglos después. Todos ellos son una mezcla de ingredientes que van desde la fantasía hasta el pensamiento más científico, desde la realidad hasta la teoría más abstracta, el hombre o la divinidad, entre muchos otros.

La relevancia de las historias no solo se manifiesta en tiempos pasados o en momentos en los que las fórmulas comunicativas, sobre todo textuales, estaban restringidas a ciertas comunidades. A lo largo de la historia, muchas culturas han contado historias de formas muy diversas, tanto de forma escrita como oral. Con la llegada de la escritura, las historias ya no solo se transmitían oralmente o se contaban a través del arte, también se transcribieron para ser compartidas de forma más amplia y llegar a una mayor diseminación.

Las historias y las narraciones se han utilizado transversalmente en todos los estratos sociales y económicos, pero la autoría de los relatos, la fuerza de transmisión que han tenido, también ha sido una lucha de poder. El reconocimiento de la potencia de las historias y su importancia ha sido aceptado y reclamado ampliamente por las estructuras de poder. Así, a lo largo de la historia, su importancia ha hecho que el poder también haya luchado por tener el control del relato: qué es lo bueno, qué es lo malo, lo bello, lo permitido o lo prohibido… todo ello son cuestiones que pueden ser transmitidas y aceptadas por la comunidad a través de los relatos y de las narrativas. A partir de esta idea, podemos construir la mirada de nuestro entorno y considerar de dónde venimos y quiénes somos.

Y de este modo ha sucedido durante decenas, centenares, tal vez millones de años. Las historias han sido una fuente de conocimiento y de construcción colectiva. Autores referentes como Egan (1986) o Bruner (1996) consideran la narración como uno de los principales contenidos culturales, con presencia a lo largo de la historia del desarrollo de la humanidad. Las historias forman parte de la cultura popular, aquella que pertenece a la gente y que acaba formando las comunidades y colectivos, a partir de los cuales construimos nuestra identidad.

La narración de historias forma parte de cómo los humanos traducimos y trasladamos nuestras experiencias de comprensión individuales y privadas, de una forma pública negociada culturalmente (Bruner, 1996). Crear y explicar historias o cuentos a partir de las experiencias o de la imaginación es una habilidad únicamente humana; no hay otros animales que cuenten historias.

Desde una perspectiva más psicológica, las historias pueden relacionarse con el pensamiento humano, en el sentido de que las personas pensamos en estructuras secuenciales, que tienen la misma forma que una narrativa. Cuando pensamos, reflexionamos o asimilamos información, los hacemos de forma activa; es un proceso mental que nos permite relacionar los conceptos con sus contextos y las situaciones donde acontecen. Son múltiples los autores y las investigaciones que sostienen que la mente tiene una estructura narrativa y que es así como se permite dotar de significado a la experiencia del mundo. Siguiendo esta línea, podemos entender que la narrativa actúa como organizadora de la experiencia, permitiendo situar y organizar el conocimiento.

Más allá de los referentes culturales que pueden ser más cercanos para la cultura occidental, los cuentos y las historias constituyen uno de los escasos bienes culturales universales (Egan, 1986). Todas las culturas tienen sus cuentos y sus historias. Desde los inicios del lenguaje y de ese reencuentro alrededor del fuego hasta hoy, las diferentes culturas mantienen su tradición en las narrativas que usan para comunicarse y para trasladar la memoria colectiva de generación en generación. Las narrativas ayudan a interpretar el mundo y sirven, entre otros, para explicar los hechos. Los cuentos y las historias de esta sabiduría popular son constituyentes de la cultura y, por lo tanto, no se usan solo en un marco infantil como el que abre este capítulo.

Otro de los usos claramente reconocidos de las historias es que permiten elaborar una relación episódica vinculada. Una historia que podría ser personal o de un acontecimiento puntual en el momento en el que se presenta acaba forjando una conexión sustancial y moral con el entorno cultural (McEwan; Egan, 1995). Contamos historias para modelar valores y comportamientos, para explicar el propósito de la humanidad, para celebrar rituales y ceremonias, para que los ancianos compartan sus conocimientos con las nuevas generaciones y así crear comunidad. Además, narrar también proporciona una metáfora poderosa, una estructura y un conjunto de prácticas que permiten educar, perseguir hitos y establecer relaciones con la comunidad (Ohler, 2008).

La forma que puede tomar una historia depende del lenguaje, del medio, del soporte y del contexto. Pensemos en algunos de los productos culturales más relevantes de nuestro entorno más próximo. Un libro, un videojuego, una serie de televisión, una película…, todos ellos tienen como mínimo un elemento en común: cuentan una historia. Aún más, las historias pueden valerse solamente de la oralidad, pero también de la música, de la danza, del arte, de todo aquello que ayude y permita transmitir un significado.

El uso de la narración y de la actividad de contar historias es una habilidad que se aprende ya en la infancia y se utiliza para referirse a diversos aspectos o juegos del lenguaje (McCabe; Peterson, 1991). A través del lenguaje de las palabras, la historia nos permite convertir aspectos sobre nosotros mismos y sobre los otros, sobre nuestra propia vida y sobre nuestra historia particular, dándole sentido en cierto modo a nuestra propia historia y a las historias de los otros.

El estudio de la narrativa se ha realizado desde perspectivas muy diversas y el acto de narrar se ha entendido, en su estudio, como un instrumento para el pensamiento, que permite pensar (Bruner, 1990). También, como una práctica situada en un contexto determinado (Ryan, 2004) o como un vehículo de las ideologías dominantes (Foucault, 1969), solo por citar algunos ejemplos de distintas miradas desde las que se ha observado. Hasta hace menos de un siglo, la narrativa no se ha considerado como un objeto autónomo que trasciende disciplinas y medios (Herman; Jahn; Ryan, 2005), y las aproximaciones para definir qué es la narrativa tienen connotaciones diversas según la perspectiva de estudio.

Si analizamos el origen etimológico de los términos narrativa, narrar o narración, todos ellos tienen una raíz latina y derivan del término gnarus, que significa ‘conocer’, en el sentido de ‘historia reveladora’ (McEwan; Egan, 1995). Gee (2002) define historia como el acto de usar el lenguaje y el gesto de formas coloridas para crear escenas en una secuencia, poniendo el foco en la combinación de lenguaje y gestualidad, organizados de forma secuencial. Hay distintas formas de definir una narración, pero la mayoría de ellas incluyen los elementos expresados por Gee, haciendo hincapié en la secuenciación para contar un hecho o una experiencia, de forma coherente y con estilo. Además de la organización, e independientemente del soporte de la historia o de si es real o ficción, cualquier historia lleva inherente un mensaje que debe ser consistente y auténtico. Las historias, sean como sean y tomen la forma que tomen, contienen ingredientes emocionales, personajes, entornos que nos cautivan y que nos transportan a una trama.

Contrariamente a estos elementos comunes, en las diferentes propuestas de definición hay algunos aspectos no satisfechos o que no tienen un acuerdo común. Por ejemplo, existen dos propuestas no resueltas sobre qué entendemos por narrativa: ¿varía en función de la cultura o del período histórico, o tienen siempre denominadores comunes que constituyen afirmaciones universales? ¿La narrativa tiene que ser un acto realizado por una criatura antropomórfica denominada narrador o la historia puede ser explicada sin la mediación de una conciencia narratoria? (Herman; Jahn; Ryan, 2005).

En esta aproximación, también queremos añadir la idea de mundos narrativos que hemos mencionado brevemente en la introducción: estos permiten entender la narración más allá de una única línea argumental estructurada. Un mundo narrativo hace referencia a un espacio no estructurado, aunque sí limitado, que puede materializarse a través de diferentes formatos o medios. En su conjunto, se presenta como un espacio complejo y coherente, para explorar de manera inmersiva. La inmersión se ha estudiado de forma amplia e implica sumergirse, atraer totalmente la atención de la audiencia y mantenerla el máximo tiempo posible. Algunas de las diferencias entre los mundos narrativos y las narraciones simples son las opciones de los primeros para entrelazar distintas tramas narrativas o para narrar una historia que puede trasladarse a diferentes medios. Incluso puede entenderse que el mundo narrativo puede expandirse con las contribuciones de los autores originales o con aquellas realizadas por parte de los consumidores. En la expansión del mundo narrativo a través de distintas creaciones, existen diferentes estrategias o formatos. Nos referimos al fanfiction, fan art o remix, entre otros.

1.1.1. La narrativa hoy

Si bien hemos empezado este capítulo haciendo referencia a las historias transmitidas oralmente, como una forma de situar la experiencia y transmitir el conocimiento popular entre generaciones, si nos aproximamos a la narrativa en la actualidad tenemos que señalar la influencia tecnológica. Desde un punto de vista histórico, esta influencia no es nueva: las tecnologías han jugado un papel fundamental en la configuración de la sociedad y la cultura, y también en la narrativa. Si lo analizamos en términos de impacto en la narrativa, después de la aparición del alfabeto y la invención de la imprenta, actualmente tiene lugar una revolución seguramente comparable en sus dimensiones. Estos cambios se definen, o se basan, en gran medida, a partir de la digitalización y la integración de diferentes formas de comunicación en una sola red, con hipertextos que permiten agregar modos textuales, orales o audiovisuales.

Autores referentes como Castells (1997) han definido la situación actual en términos de digitalización de la comunicación, que permite desarrollar procesos de innovación y de producción que rompen con los establecidos hasta el momento. El mundo digital ha repercutido, mucho más allá de la narrativa, en todas las formas de comunicación e intercambio, acelerando las transmisiones, que se caracterizan por su inmediatez y por la densificación de sus conexiones (UNESCO, 2005). Los efectos evolutivos de esta revolución digital se han estudiado ampliamente desde diferentes disciplinas, pero todavía sigue siendo un campo en exploración, que quiere contribuir al conocimiento de los cambios en la estructura mental, en la forma de entender el lenguaje, el proceso de señales, el razonamiento o incluso la formación de recuerdos (Carr, 2010).

Con el advenimiento de lo que se ha denominado sociedad digital, surge un interés renovado por la narrativa y en especial por su relación con los medios digitales, sobre todo a partir del crecimiento de la capacidad tecnológica y del aumento exponencial de las opciones de creación, difusión y distribución de la información. Esta conjetura entre narrativa y medios no es nueva, pero sí lo es la expansión de las opciones. Una de las consecuencias es la aparición y popularización de narrativas digitales y de otras formas textuales posibles solamente a partir de la digitalización, como por ejemplo el hipertexto.

¿Una historia siempre es una historia sea digital o analógica? Sigue vigente un debate sobre si un relato es independiente de la técnica que se utiliza para explicarlo y si, por lo tanto, podría ser transportado de un libro a un blog sin perder su esencia. O, por el contrario, si la herramienta o la técnica utilizada puede variar la naturaleza de la narración. En este debate, Ryan (2004) afirma que sí existe una afectación: la digitalización de una historia tiene consecuencias tanto en el plano del discurso (es decir, la forma en la que se produce y se presenta la historia) como en las posibilidades de las técnicas narrativas que se utilizan y, sobre todo, en la participación de distintas personas (audiencia, autor o ambos) en su desarrollo y en la interpretación.

La narrativa digital se diferencia en la narrativa analógica, también llamada tradicional o clásica, en los procesos de creación, los lenguajes y también en las herramientas de distribución y de expansión de los espacios, los canales mediáticos y los lenguajes. Diversos trabajos se han centrado en describir las características específicas de la narrativa digital, especialmente aquellas centradas en las técnicas narrativas, el grado de interactividad y las nuevas formas de vinculación de los lectores, que analizan las opciones de creación colectiva que ofrecen las herramientas digitales en contraposición a las narraciones impresas (Murray, 1999).

En la siguiente tabla se resumen algunas de las diferencias entre las narrativas analógicas y las digitales, entre las que también se incluyen las interactivas. Sin ser una recopilación exhaustiva, se recogen los principales elementos que generalmente son indicadores diferenciadores:

Tabla 1. Comparativa entre narrativas impresas y narrativas digitales

Narrativas impresas

Narrativas digitales

Preconstruidas.

Maleables. La navegación depende del propósito del lector.

Integración de secuencias (presentación, desarrollo, cierre).

Pueden no tener un inicio ni un final preestablecido o no ser igual para todos los lectores.

Argumento lineal.

Argumento segmentado o combinación de líneas argumentales.

El autor es sinónimo de creador.

 

El lector puede optar a ser creador al mismo tiempo.

Se experimenta en un modo de lectura pasiva.

Se experimenta de forma activa, pues se realizan acciones que afectan al desarrollo de la narración.

Tiene un final cerrado no modificable.

El desarrollo y el final pueden variar en función de las decisiones de los lectores.

Fuente: elaboración propia.

Esta diferenciación, básicamente centrada en las contribuciones realizadas por Handler (2004) y Yellowlees Douglas (1992), permite observar que hay dos elementos —la interactividad y la multimodalidad—, que permiten describir de una forma sencilla las opciones que ofrece la narrativa digital respecto a la tradicional.

Si nos centramos en la interactividad, sin duda es uno de los elementos más destacables de las narrativas digitales, por su novedad y por el amplio abanico de opciones que ofrece. Nos referimos a la interactividad relacionada con las posibilidades de participación de los lectores que ejercen una contribución o una modificación del desarrollo de la narración, ya sea en su fase de producción o en el consumo, y, sobre todo, en las opciones de distribución de la narración.

Las características específicas de las narrativas digitales no son todas excluyentes de las impresas, de manera que su formato digital no es el único elemento que determina la interactividad o incluso la multimedialidad. Existen narraciones digitales que son secuenciales, que pueden ser multimediales, pero que cuentan una historia lineal, con un argumento no modificable y sin opciones de interactividad. En estos casos, las diferencias con los relatos analógicos prácticamente no existen.

Page (2010) centra el estudio de la narrativa más allá de los medios: se refiere a las propiedades multimodales de la narrativa como la característica principal exclusiva de la digitalización. Nos referimos a multimodalidad como un tipo de práctica, así como una metodología comunicativa que pone en juego diferentes elementos semióticos que operan conjuntamente a través de diferentes modos (Kress; Van Leewen, 2001). Y sucede de la misma manera cuando trasladamos los modos a una interfaz: una narración digital puede utilizar de forma coordinada música o sonidos, elementos visuales o verbales, entre otros. Kress (1997) realiza una propuesta para determinar la importancia de la multimodalidad y las consecuencias que se derivan cuando nos referimos a la comunicación. En primer lugar, pone de manifiesto los cambios en las relaciones entre la imagen y el lenguaje, fácilmente integrados en las narrativas digitales. Una narración textual, un libro, también puede incluir imagen, pero, a diferencia de la narración digital, la relación entre los distintos modos es generalmente jerárquica. En el libro impreso, el texto tiene una relevancia central y el dibujo lo acompaña. En cambio, en las producciones digitales, a través de diferentes modos, técnicamente, pueden tener un mismo nivel de representación. Derivado de este primer punto, Kress también hace hincapié en los cambios en la escritura, básicamente producidos por estas nuevas relaciones. Y, finalmente, hay un cambio en la centralidad del lenguaje, que deja de ser el único o el principal elemento de creación de significado.

En resumen, la digitalización ofrece un amplio abanico de posibilidades a partir de las cuales surgen propuestas que permiten repensar la forma de crear, de consumir y de distribuir las historias. Esto es posible en gran medida gracias a la popularización y al acceso a los dispositivos y a la red que permite fácilmente crear, reproducir y también difundir los relatos. Además, se generan espacios creativos, redes de cocreación y de audiencias más amplias y complejas como nunca antes en la historia había sucedido.

1.2. Aprender con las historias y a través de ellas

La función de transmisión de los relatos y los cuentos los convierte en un recurso popular, transversal y universal para enseñar y aprender. La transferencia de significado sobre el entorno, las historias familiares y culturales, y la forma de entender e interpretar la realidad son, sin duda, algunos de los elementos más destacables de las historias y, consecuentemente, también constituyen una forma de aprendizaje.

La narración puede considerarse una actividad educativa porque permite a las personas compartir con otros sus conocimientos personales, creando así transacciones y conocimientos negociados (McEwan; Egan, 1995). También facilita la memoria episódica, la significatividad y un largo etcétera. El interés y el uso de las narraciones en contextos diversos y con propósitos educativos tienen diferentes motivos, los cuales destacamos a continuación:

Permiten a los estudiantes expresar sus pensamientos e ideas, y decodificar el significado de las palabras.

Pueden emplearse como herramienta para transmitir conocimientos, arraigados en un contexto social, situando y anclando el aprendizaje.

Son un medio de comunicación y de expresión (oral, escrita, mediática) que permite poner en práctica habilidades de alfabetización.

Son una forma de construcción de la propia identidad, como proceso central en el desarrollo y el aprendizaje.

Permiten personalizar el aprendizaje y situarlo, haciéndolo significativo mediante la implicación de los estudiantes en actividades que son importantes para ellos. Además, también implican un mecanismo de interpretación que permite la construcción de un significado propio. Estos dos procesos juntos facilitan la relación con los aprendizajes previos y, por lo tanto, un proceso de aprendizaje relacionado.

Facilitan la asimilación y la memorización. Schank (1995) pone de manifiesto que es más fácil recordar lo que nos han contado si tiene forma de historia.

Pueden usarse tsmbién para enseñar habilidades de aprendizaje cooperativo, pensamiento crítico y para construir conocimiento de diferentes contextos.

Las aportaciones de las historias en los contextos educativos son múltiples y trascienden las divisiones entre los aprendizajes más institucionalizados y aquellos de tipo informal. Las narrativas e historias son herramientas usadas para dar sentido a la experiencia y para organizarla a partir de la práctica. Tienen presencia en un amplio abanico de procesos de aprendizaje, en todas las etapas evolutivas y en todos los contextos de aprendizaje. Más allá del acuerdo generalizado sobre la presencia de las narraciones y bajo el uso extendido de los relatos, existe un espacio de un cierto conflicto permanente que no acaba de superarse a pesar de algunos intentos. Nos referimos a lo que anteriormente hemos definido como la lucha del poder por el relato. En el caso de la educación, existe cierta división jerárquica entre las historias y las narraciones populares (propias de una cultura vernácula) y aquellas que se usan o que tienen la atribución de cultura dominante. En cierto modo, a partir del uso de las historias en contextos de educación formales (como exponentes de la cultura académica), se legitiman las contribuciones valiosas que tienen un origen en la cultura más popular.

En la educación formal, el uso de relatos se inicia ya en las etapas iniciales. Las historias forman parte de las comunicaciones o de las formas expositivas utilizadas en las escuelas y espacios de educación preescolar. Los estudiantes son capaces de construir significados a partir de las historias explicadas y los profesores usan tanto las historias contadas oralmente como por escrito. En las siguientes etapas evolutivas, se utilizan como medios para iniciar el proceso de lectoescritura y crear historias propias. Y, en todas las etapas de la vida de las personas, las narraciones pueden entenderse como un modo de relacionarse y como parte del contexto cultural al que se pertenece (Gee, 1991).

Sin movernos de la educación formal, McEwan y Egan (1995) proponen utilizar la narrativa no solo para transmitir valores y conocimientos, para entender y aprender del entorno, de la naturaleza o del sentido cultural de la sociedad, sino que también puede utilizarse como medio para estructurar el currículum. Puede ser una aplicación útil para mostrar una estructura organizativa de la información más allá de los mecanismos de jerarquización y de los códigos que tradicionalmente se han usado para organizar el conocimiento curricular.

En el caso de la digitalización de la narrativa abordada anteriormente, también hablamos de relatos o de narrativas digitales con amplias posibilidades en la educación. La diferencia entre estas y las historias orales o escritas radica básicamente en la multimedialidad y en las opciones de compartirlas. La Digital Storytelling Association (Lambert, 2010) define los relatos digitales como una expresión moderna del antiguo arte de contar historias, con el añadido de usar medios digitales para crear historias ricas en medios para ser explicadas, compartidas y preservadas. Las historias digitales unen el poder a través de una red de imágenes, de la música, de la narrativa y de la voz, de tal modo que ofrecen una dimensión más profunda y compleja a los personajes, a las situaciones y a los puntos de vista.

En su aplicación en contextos educativos o con finalidades educativas, destaca su potencial facilitador del aprendizaje, del mismo modo que en el caso de las narraciones tradicionales. Podemos aprender de las historias de los otros, pero solo si lo que oímos se relaciona estrechamente con algo que ya sabemos. Podemos aprender de esas historias hasta el punto de que nos hagan repensar nuestras propias historias.

En segundo lugar, destacamos especialmente las prácticas digitales derivadas de la creación y del consumo de narrativas digitales. A diferencia de los relatos tradicionales, existe un interés pedagógico relacionado con la alfabetización digital y con las prácticas digitales avanzadas, que permiten aprender a usar de forma crítica las tecnologías como medio y no como un fin en sí mismas (Rodríguez Illera; Londoño, 2009).

Además, según Burgess (2006), las narraciones digitales tienen un potencial democrático, entendiendo que se basan en prácticas vernáculas construidas a partir de la experiencia diaria, especialmente relacionada con medios de masas. Las competencias necesarias para consumir y producir la narrativa digital traspasan los límites y divisiones entre el aprendizaje formal e informal, y pueden relacionarse con una alfabetización digital avanzada, entendida no solo como las habilidades aprendidas (como la de utilizar de forma efectiva un ordenador), sino que además incluye elementos de comprensión crítica (Rodríguez Illera, 2004). A estas competencias se le suman elementos textuales y orales, la multimedialidad, así como algunas nociones audiovisuales para crear significados a través del uso y la combinación de elementos visuales y sonoros, solo por mencionar algunas de las prácticas y habilidades involucradas.

La producción de narrativas digitales permite a las personas no profesionales crear sus propias historias, mezclar prácticas comunicativas propias de la vida diaria con un eje transversal relacionado con el lenguaje audiovisual, transformando así una experiencia cotidiana en un producto reconocido en la cultura pública compartida. En el caso concreto de las historias de tipo personal, se combinan, según Burgess (2006), arreglos textuales y convenciones simbólicas, tecnologías para la producción y convenciones para su uso e interacción social colaborativa. Todo ello en contextos situados, locales y específicos.

Pero, a pesar de esta digitalización, y tanto si hablamos de narrativas para aprender, relatos personales o cuentos populares, lo más relevante sigue siendo la historia. Por muchos medios y buenas producciones que haya, si la historia de base no es buena, los medios no resuelven nada. Ohler (2008) dice que si no tienes una buena historia que contar, entonces la tecnología solo lo hará más obvio.