A

ABANDONO. Aunque de entrada sugiere una circunstancia pesarosa, enseguida nos muestra su feliz polivalencia: lo mismo puede aplicarse a un amor que al tabaco.

ABDICAR. Disciplina en la que, por una razón o por otra, todos acabamos siendo expertos, por lo general con un grado de fatalismo equiparable al de los monarcas desventurados.

ABERRACIÓN. Tal vez nunca una palabra ha expresado tan bien –al menos en el plano fonético– lo que expresa, en parte por esa especie de onomatopeya de un error irreparable que sugiere su doble erre.

ABOGADO. Ramón Gómez de la Serna atribuye a Cánovas del Castillo la suposición de que en España, si eres abogado, puedes llegar a ser cualquier cosa. Incluso reina madre.

ABSENTA. 1) Pseudónimo simbolista del ajenjo, que suena más a costumbrismo tabernario. 2) El poeta Villaespesa la caracterizó como «la musa verde».

ABSOLUCIÓN. Aplicable a los demás, pero sobre todo a uno mismo.

ABSTRACCIÓN. Según Ezra Pound, algo a lo que hay que temer en poesía, a pesar de que él no le tenía miedo a casi nada.

ABSURDO. 1) Dícese del teatro en general y de determinadas obras teatrales en concreto. 2) Apariencia anómala de la lógica del gran sinsentido universal. (¿Por qué los patos no tienen cresta, por ejemplo? ¿Por qué hasta hace poco vendían las camisas clavadas con alfileres a un cartón, como si fuesen cadáveres de mariposas? ¿Por qué las bombillas no tienen una muerte lenta en vez de esa muerte repentina qmue parece un suicidio atolondrado, con ese chasquido de luciérnaga achicharrada?) 3) En la carretera de Munive, entre mi pueblo y Sanlúcar de Barrameda, hay una venta regentada por dos hermanos gemelos imposibles de diferenciar: cuando están cara a cara, parece aquello la ilusión de un espejo de hechicería. Un día de tantos, entró allí un representante de licores y le preguntó a uno de ellos: «¿Usted es usted o su hermano?». Y ahora los gemelos lo cuentan, y nunca sabes cuál de los dos es el que lo cuenta, ya que, en vez de jugar a ser dos, como sería lo lógico, juegan a ser ninguno.

ABURRIMIENTO. Hay conceptos que padecen un desprestigio no diré que injusto, pero me atrevería a suponer que incomprensible. El de «aburrimiento», pongamos por caso. ¿Qué habrá de malo en aburrirse, salvo el hecho mismo de estar aburrido? No lo sé, ni alcanzo a sospecharlo siquiera, pero el caso es que en nuestra civilización –tan penitencial en el fondo, aunque tan aficionada a hacerse pasar por hedonista– el aburrimiento está considerado como uno de los síntomas más inequívocos y aterradores de que nuestra vida es un asco.

Podemos acordar, así por encima, que el aburrimiento supone una falta de diversión y que la diversión consiste en no aburrirse, pero lo curioso es que el hecho de aburrirse no consiste exactamente en carecer de diversión, ya que la experiencia nos avisa de que hay diversiones que matan de aburrimiento, mientras que es muy difícil que el aburrimiento mismo mate de aburrimiento, quizá porque, cuando se está aburrido, no tiene uno ganas ni de morirse. No, el aburrimiento no es una carencia nostálgica de diversiones, de expansiones o de estímulos, sino más bien una diversión que no resulta divertida, una expansión con aspecto de contractura, un estímulo que amuerma. El aburrimiento nos convierte así en seres huecos que comprenden la necesidad de llenarse de ideas y de deseos urgentes, en peleles que no encuentran nada a su alrededor que les incite a salir de sus sopores metafísicos y que caen por tanto en la cuenta de que tienen la obligación de inventarse no ya un futuro sino un mero presente, de buscar un antídoto contra los bostezos en cadena, y entonces esos personajillos aburridos se ponen a escribir sinfonías solemnes o novelas de intriga, poemas desesperanzados o cartas de amor, se animan a pintar cuadros o a dar una mano de barniz a los muebles, para no acabar aburriéndose como dicen que lo hacen las ostras, que son los animales que más se aburren, quizá porque intuyen que alguien va a comérselas crudas algún día, y la simple sospecha de un destino tan atroz acaba convirtiendo al más jaranero de los seres vivos en un fantasma meditabundo y sin gran fuelle en el ánimo, y de ahí al aburrimiento media el diámetro del bigote de una gamba, especie marina que debe de aburrirse casi tanto como las ostras, pues la intuición de acabar cocida o a la plancha tampoco es una perspectiva como para ponerse a palmear por bulerías.

La diversión nos saca excepcionalmente de nosotros, mientras que el aburrimiento nos lleva al centro de lo que somos en realidad: un pensamiento que flota indeciso en la nada, aburrido de sí mismo, porque el centro de nuestro ser es algo así como una fiesta sin gente. La diversión nos agota y el aburrimiento nos desespera, y hay veces en que uno quisiera aburrirse del todo para no tener la responsabilidad de divertirse consigo mismo, y hay veces en que uno quisiera divertirse sin fin para no tener la responsabilidad de aburrirse y de pensar en la vida. Porque todo es un lío.

Y no les aburro más.

ACADEMIA. 1) En un principio, nombre que se daba a la escuela socrática de Platón, allá en las inmediaciones de Atenas. Según dicen quienes tienen autoridad para decir algo al respecto, debe su nombre al héroe Academos, que también daba nombre al jardín en que se hallaba aquella escuela suburbial que acabó siendo cerrada por el emperador Justiniano cuando ya el platonismo se había transformado en neoplatonismo o quién sabe si incluso en plotinismo. 2) Por antonomasia, institución madrileña con una idea sufragista del Parnaso y de la lexicografía. 3) Por extensión, cualquier peña local de próceres municipales que, a imitación de los próceres estatales, leen un discurso de ingreso ante unas autoridades atónitas, sienten su vida llevada al cenit del prestigio y se van luego a almorzar con lo más selecto de la asistencia, todos ellos liberados ya de la amenaza de los discursos. (O tal vez no.)

ACADÉMICO. 1) Según el matiz de voz y el contexto, cargo honorífico o insulto, o incluso ambas cosas a la vez. 2) Intelectual que era muy codiciado como conferenciante en los salones culturales de las antiguas cajas de ahorros, instituciones que acostumbraban regalar objetos de bronce o de metacrilato –o de ambas materias– y de traza más o menos futurista, con cargo a la partida de gastos suntuarios.

ACENTO. 1) Gota de lluvia cursiva que cae sobre las vocales afortunadas. 2) Golpe invisible que reciben algunas vocales sin por ello dejarles necesariamente el hematoma de un signo ortográfico. 3) Pluma que las vocales se ponen de vez en cuando en la cabeza para afirmar su ego ante las consonantes, esas advenedizas que no saben ni sonar por sí solas. 4) Tónico vocálico reconstituyente.

ADÍNATON. Figura retórica de las consideradas de pensamiento cuya definición resulta complicada: su propia definición parece demandar un adínaton.

ADIVINANZA. 1) Algo que no requiere definición, sino solución. 2) Nostalgia humana del derecho de la Esfinge a divertirse a costa de la perplejidad angustiosa de los humanos. 3) Modalidad de regulación verbal de las incertidumbres cósmicas en general y de las particulares en particular. Ejemplo: «¿Qué animal se devora a sí mismo cuando se detiene a pensar que es un animal que está devorándose a sí mismo mientras piensa?».

ADJETIVO. 1) Apellido de un nombre. Existen apellidos nobles (Purpúrea, Opalescente, Ignominioso) y apellidos vulgares y plebeyos, indignos incluso de ser ejemplificados. 2) Clavel en la solapa de un sustantivo. 3) La frialdad que hay en la nieve y que la palabra nieve no consigue expresar; por ejemplo: «La nieve sepulcral del frigorífico». 4) Remolque del sustantivo que a veces gusta de remolcar al sustantivo por el sistema de la anteposición: nieve blanca/blanca nieve (y siete enanitos que saltan por su campo semántico, arrojándose bolas de nieve). 5) Según Alejo Carpentier, los adjetivos vienen a ser las arrugas del estilo, de lo que cabe deducir que la plancha del estilo sería la renuncia adjetival: un sustantivo almidonado.

ADÓNICO. Verso de cinco sílabas que cierra la estrofa sáfica y que, por su cortedad, parece tener menos relación con el bello y proporcionado Adonis que con los ya aludidos siete enanos de Blancanieves, obreros cantores allá en un bosque de difícil localización.

AFÉRESIS. Amputación silábica.

AFORISMO. 1) Al entender del postsofista José Bergamín, algo que no importa que sea cierto o incierto, porque lo único que importa es que sea certero. 2) Cristóbal Serra da por hecho que el «aforismo es poesía que de forma líquida pasó a sólida». (Claro que, apenas unas líneas después, llega a la conclusión ines­perada de que «el más perfecto aforismo entre los perfectos» es el huevo, y ahí ya se pierde uno del todo.)

ALABANZA. El mexicano Jorge Ibargüengoitia apreció lo siguiente: «Para alabar una obra hay tres procedimientos, que generalmente se usan combinados. El primero consiste en afirmar que la obra pertenece a una corriente, de preferencia desconocida, que goza de gran prestigio, como, por ejemplo, el intimismo. El segundo consiste en señalar un paralelo con un autor que tenga un nombre sonoro, como Rauschenberg. El tercero consiste en el uso de adjetivos que tengan un contenido emocional inequívoco, como por ejemplo: soberbio, contundente, elocuente. Nunca usa palabras como “exquisito”, que pueden ser interpretadas de muchas maneras».

ALBA. Algo que sólo es digno de ser visto por un niño, porque los adultos sólo se merecen amaneceres.

ALBADA. Composición poética que versa sobre el efecto desolador del amanecer en el ánimo de los amantes y que suele escribirse como muy pronto al atardecer.

ALCOHOL. El guitarrista Eric Clapton ha confesado: «En los momentos más bajos de mi vida, la única razón por la que no me suicidé fue que sabía que no bebería más si estaba muerto».

ALEGORÍA. 1) Al criterio de Ambrose Bierce, metáfora en tres volúmenes y un tigre. 2) Al criterio de Denis Diderot, «recurso general de las mentes estériles».

ALEIXANDRE, VICENTE. Poeta andaluz con mentalidad lírica de guía turístico de las selvas más o menos amazónicas –con animales salvajes y todo eso– que convirtió la calle Velintonia en una especie de Palmar de Troya.

ALEJANDRINO. Endecasílabo con tres décimas de fiebre.

ALELUYA. Estrofa de dos versos octosilábicos con rima consonante que suele sonar a rayos, y aun eso si hay suerte.

ALITERACIÓN. Rudo rudimento retórico que imita el ruido, verbigracia, de los raudos abejorros al rondar la rosa roja en la rosaleda del rubio rey de la remota Rumania. (Ramirowski III, el Rumoroso, o similar.)

ALMA. Según un personaje de Melville, «algo así como la quinta rueda de un carro».

ALMA EN PENA. Sólo tenemos certeza de lo segundo.

ALMOHADA. 1) El relleno de una almohada puede ser de diversos materiales, incluida la pluma de aves desplumadas. Como suena: existe gente que duerme sobre restos mortales de seres voladores. Hay que tener valor, desde luego, para apoyar la cabeza en una almohada de pluma y dejar que la cabeza en cuestión planee a su aire por las regiones ondulantes de los sueños: lo mismo sueñas, no sé, que eres un pato al que persigue el punto de mira de una escopeta o que eres un ángel aterrado de tener alas en la espalda, porque te duelen, de modo que, en un mal día, maldices a Dios y te conviertes en un ángel caído, fétido y pérfido, allá en las regiones infernales, agitando alas negras, tintadas por las tenebrosidades de tu alma echada a perder. O qué sé yo: apoyas la cabeza en una almohada de pluma y lo mismo sueñas que eres el jefe de una tribu apache, y en la mayoría de las ficciones los apaches tienen todas las papeletas de la tómbola de la desdicha, así que lo más probable es que descanses poco, pues los desdichados viven instalados en el desasosiego. 2) Si las almohadas hablasen, nos quedaríamos de piedra. La única ventaja de los sueños es que se olvidan casi a la vez que se conciben, aunque es probable que nuestra almohada lleve un registro de todos nuestros sueños, ya sean amables o atroces. En el interior de una almohada se tejen laberintos minuciosos, con muros hechos con los despojos de la razón, y eso esta ahí, ¿verdad? Cuando cambiamos de almohada, nos pasamos dos o tres días sin soñar gran cosa, porque nuestra cabeza duerme sobre una materia impoluta. Pero, a partir del cuarto día, vuelven los sueños, con todo su vodevil de sinsentidos, con su circo freudiano, con su guiñol de alucinaciones: nuestra almohada se ha manchado con los vertidos invisibles de nuestra mente y es ya un elemento tóxico del menaje doméstico. 3) Cuando dormimos en un hotel, jamás logramos descansar del todo, porque se nos cuelan en la cabeza los sueños confusos de los centenares de viajeros que nos han antecedido en el uso de la almohada en cuestión, y no es raro que, en mitad de la madrugada, se despierte uno sobresaltado, sudando, aterrado de sí mismo: te has contagiado de un sueño ajeno, demasiado exótico para tu conciencia; un sueño quizá inacabado que andaba errante por el tejido del relleno de la almohada, buscando una víctima anónima y fortuita para cumplirse, pues a los sueños no les gusta que se los deje por la mitad, al saber de sobra que por ese flanco les viene su desprestigio histórico: ser el territorio natural de la inconsecuencia, a pesar del optimismo de algunos psicoanalistas. 4) Sólo añadir que la almohada de un enfermo viene a ser parte de su enfermedad: esa blancura sucia que esponja el sudor y la fiebre, que sirve de bosque encantado para la microfauna bacteriológica o vírica y de apoyo para una cabeza despeinada, con ojos visionarios, ardientes y rojizos, como si estuviesen sufriendo una visión anticipada de esos trasmundos a los que nos mudaremos todos cuando nos llegue la hora, como no hace falta decir.

ALUCINACIÓN. Arthur Rimbaud escribió: «Me acostumbré a la alucinación sencilla: veía, sin dificultad, una mezquita donde había una fábrica, una escolanía de tambores integrada por ángeles, calesas en los caminos del cielo, un salón en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios; un título de vodevil hacía que ante mí se alzaran espantos. ¡Luego expliqué mis sofismas mágicos con la alucinación de las palabras!». (Pues enhorabuena.)

ALUSIÓN. Tocar con la yema de los dedos algo que requeriría ser sostenido con ambas manos y que, sin embargo, si hay suerte, se mantiene suspendido en el aire con la tensión de un arco a punto de lanzar una flecha en la dirección más imprevista.

AMARILLO. Quizás el color del pasado. (Y de algunos amores, según Tristan Corbière.)

AMBICIÓN. Cuando se trata de una aspiración sin meta, el que la padece acaba siempre en el punto de partida, con las manos vacías, asombrado de verse con las manos vacías, por llenas que las tenga.

AMBIGÜEDAD. 1) Una especie de polisemia que se hace la tonta y que puede ser un defecto retórico o un recurso retórico. 2) Un ni-lo-uno-ni-lo-otro que indica el punto de intersección de casi cualquier apreciación con su indefinición intrínseca, como quien dice. 3) Holograma conceptual.

AMEBEO. Palique lírico entre pastores con estudios universitarios.

AMIS, MARTIN. Algo así como el tipo que llega a un bar y te dice que va a partirte la cara (y te la acaba partiendo, no te creas), y luego te suelta una cita de Swinburne, y más tarde te insulta con un trabalenguas paródicamente shakesperiano basado en el rumor de las consonantes bilabiales y oclusivas –y sordas como los pasos de un granuja en la oscuridad.

AMOR. 1) Según Pavese, que anduvo a malas con él, la libido de un macaco. 2) El aventurero Agustín de Rojas, en El viaje entretenido, pone en boca del actor Miguel Ramírez esta apreciación: «El amor es rey absoluto de todo y verdadero señor del pecho, que pisa hierba y deshace palabras; que para él no aprovechan encantamientos ni conjuros, hacer imágenes, encender velas, decir oraciones al alma, formar caracteres en pergamino virgen; todos los hechizos del monte de la Luna, Tesalia, Colcos y Rodas, Pentáculos de Salomón y cuanta Geomancia hay, todo es nada llegado a querer de veras, que estas son las verdaderas hechicerías». 3) Según Groucho Marx, «lo malo del amor es que muchos hombres lo confunden con la gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran unidos en santo matrimonio a una mujer con la que, en situaciones normales, no los pillarían ni borrachos». 4) Al entender de Luis Cernuda, «al amor no hay que pedirle sino unos instantes, que en verdad equivalen a una eternidad». 5) La Rochefoucauld daba por supuesto que hay gente que no hubiera amado nunca si no hubiese oído hablar del amor. 6) Comeclavos, el personaje de Albert Cohen, propone estos tres extremos: «El amor no es la dama que te gusta, sino las cartas que le escribes», «El auténtico amor no es vivir con una mujer porque la quieres, sino porque vives con ella» y «El amor es la costumbre y no juegos de teatro» (y en esto último parece coincidir con el narrador de El diablo en el cuerpo cuando afirma que «no es en la novedad donde encontramos los mayores placeres, sino en la costumbre», aunque unas páginas después contradice este pronóstico tranquilizador). 7) Divaguemos: cuando percibimos que en el amor nos va maravillosamente bien, significa que nos va maravillosamente bien, en eso no hay trampa posible: refulge el espejismo, la ofuscación deslumbrante que por lo general, y según aseguran tanto los científicos como los amadores pesimistas y previsores, tiene los días contados, al ser como el cohete que asciende por el cielo nocturno, en la noche festiva, con la soberbia de querer explotarles en la frente a los dioses olímpicos, aunque luego desciende liviano, con su cascada de chispas mortecinas, con su llovizna ingrávida de estrellas moribundas... Etcétera. Y se apaga: bluf. Y, a partir de ahí, las cuentas empiezan a ser irregulares: la suma es una resta. Si damos por hecho que en el amor nos va muy bien, significa que nos va bien, porque si nos fuese muy bien, ni siquiera nos plantearíamos cómo nos va. Cuando nos vemos obligados a convencernos de que en el amor nos va bien, estamos ocultándonos que nos va regular. Cuando admitimos que en el amor nos va regular, hay que deducir que nos va mal. Cuando aceptamos que en el amor nos va mal, es que nos va muy mal. Si nos resignamos a asumir que nos va muy mal, no cabe duda: se trata ya de un infierno. Si reconocemos que nuestro amor es un infierno, es que se trata en realidad de ese infierno de máxima seguridad que está gobernado por un ente muy complicado: el Demonio del Demonio; un infierno, en fin, que excede los límites de la conciencia: en el lugar exacto en que una vez estuvo localizado un paraíso aceptable, dos alimañas se arrancan mutuamente el corazón y lo devoran con repugnancia. 8) En un relato, Lorrie Moore da por supuesto que «para que el amor dure es imprescindible tener ilusiones o no tener ninguna». 9) Cuando las cosas se torcieron entre ellos, Francis Scott Fitzgerald le dijo a Zelda, el amor oficial de su vida: «Eres una escritora de tercera fila y una bailarina de tercera fila». 10) El señor Thackeray puso en boca de su vanaglorioso pícaro Barry Lyndon la suposición de que el desarrollo de una historia de amor resulta aburrido para quienes no están implicados en ella, y dejaba la tarea de narrar dicho desarrollo a quienes consideraba novelistas mercenarios al servicio de las jovencitas de los internados.

AMOR CORTÉS. En esencia, algo así como: «¿Os importunaría, mi dama, que os la metiese un poco?».

ANACOLUTO. Defecto común del habla que a veces quiere hacerse pasar por rasgo estilístico en la escritura, sobre todo en los diálogos y en los monólogos interiores con afanes de realismo psicológico, en el caso de que tal modalidad de realismo sea posible.

ANACREÓNTICA. Composición poética que debe su denominación, según se veía venir, a Anacreonte, que mereció el honor tal vez inevitable de ser traducido por caballeros dieciochescos como Esteban Manuel de Villegas, que confundió a Anacreonte consigo mismo en particular y con el siglo XVIII en general, según puede apreciarse en esta composición titulada «A una golondrina»:

 

¿Qué penas, golondrina,

te daré por parlera?

¿Segaréte las alas?

¿Serraréte la lengua?

¿La lengua que Tereo

te cortó con su diestra

en los tiempos pasados,

cuando estabas doncella?

Tú me quitas el sueño,

tú mi oído inquïetas,

y con voz importuna

tú a Batilo me llevas.

ANACRUSIS. Sílabas iniciales de un verso que no han tenido la suerte de recibir la visita aérea de un acento rítmico, lo cual es prueba asombrosa del afán humano de dar nombre incluso a lo que no le hace falta.

ANADIPLOSIS. También llamada, con menos boato, reduplicación, que ya pueden imaginarse ustedes en qué consiste sin necesidad de reduplicar su ingenio.

ANÁFORA. Algo que se huele antes que la propia anáfora en sí.

ANAGNÓRISIS. (También conocida como «agnición».) Un asunto que interesó a Aristóteles, lo que no quiere decir que tenga que interesar a nadie más.

ANAGRAMA. Nomadismo alfabético que permite que un nombre de pila y un apellido se transformen en un enrevesado pseudónimo para uso artístico o similar. (El anagrama de Lucía Puratino, natural de Huelva e intérprete de fandangos, podría ser Lupita Cianuro, sin ir más lejos.)

ANALEPSIS. Una muestra de la terquedad del pasado en no aceptar ser lo que es: un fantasma evanescente que llega a sentirse orgulloso de su condición, bien sea con la ayuda del rencor o de la nostalgia.

ANÁSTROFE. Modalidad de hipérbaton que me temo que no merece la pena definir, al menos de momento.

ANTAGONISTA. El malo, sin más. O con más.

ANTANACLASIS. Polisemia de la homonimia.

ANTICIPACIÓN. Figura retórica de susceptibilidad consistente en poner el parche antes que la herida, en parte porque quien la emplea sabe de sobra que la herida resultará inevitable: basta pensar que pueden herirnos para que nos sintamos heridos.

ANTÍTESIS. Por rara que sea, nunca es rara, al ser el mundo campo de contrarios.

ANUNCIO PUBLICITARIO. Según Nabokov, algo que se escribe con la saliva de Tántalo.

APORÍA. Mezcla de duda y de lío.

ARISTOCRACIA. El aristócrata Chateaubriand –a quien el falso conde de Lautréamont despreció con el apodo de El Mohicano Melancólico– apreció que «la aristocracia cuenta con tres épocas sucesivas: la época de la superioridad, la época de los privilegios y la época de las vanidades. Al salir de la primera, degenera en la segunda y se extingue en la tercera».

ARRABAL, FERNANDO. La Virgen María se le presentó una noche y le dijo: «Arrabal, hijo mío, a ver si mañana por la mañana te peinas un poco antes de ir a tu Oficina de Genialoidades».

ARREOLA, JUAN JOSÉ. Cada vez que vemos a alguien entrar en una tienda de animales, comprar un periquito o una tarántula y salir de allí con una cajita con respiraderos colgada del dedo por un lazo, nos decimos: «Ahí va uno con su ración imprevisible de terror».

ARTE. 1) Según Fernando Pessoa, «el arte es una forma de crítica, pues hacer arte es confesar que la vida o no sirve o no es suficiente». 2) Según una máxima célebre de Whistler, algo que «ocurre».

ARTIMOÑO. Dícese del moño de estructura especialmente artificiosa.

ASHBERY, JOHN. Un empachado.

ASTAROTH. La teología católica no sólo nos sugiere creer en Dios, sino también en el diablo, lo cual no deja de constituir una incitación a una especie de politeísmo paradójico. «No se puede creer en el diablo sin creer también en Dios», señala el filósofo germano Rüdiger Safranski, historiador del mal.

Así las cosas, el exorcista oficial de la diócesis de Barcelona acaba de afirmar que jugar a la ouija, aun tratándose –según él– de un juego del todo fraudulento, acrecienta el riesgo de ser víctima de una posesión diabólica, riesgo que al parecer no presentan el parchís ni el tute, pongamos por caso, cuyo grado de fraude depende de las malas intenciones de los jugadores, pero no del juego en sí. De todas formas, a modo de contrapunto optimista y tranquilizador, el exorcista catalán nos informa de que «el demonio está atado muy corto en nuestro país, que es católico». Una noticia excelente, sin duda, pues resultaría preocupante la certeza de que el demonio anda sin rienda por nuestras diferentes autonomías. Existen determinados indicios, no obstante, de que el demonio tiene feudos prósperos en España. En mi pueblo, sin ir más lejos. «¿Y cuál es su pueblo?», me preguntarán ustedes. Uno llamado Rota. «¿El demonio, en Rota?» Sí.

Hace años, un erudito local arriesgó la hipótesis de que el nombre de Rota podía derivar de Astaroth, topónimo más o menos fenicio, pues casi todo lo históricamente incierto y nebuloso suelen atribuirlo tales eruditos a los fenicios o a los tartesios, pueblos que flotan en un espacio intermedio entre la historia y la leyenda, que es un espacio muy confortable para determinado tipo de erudición. Bien. En la Biblia, en el libro de Josué (13.31), se menciona Astaroth como una de las ciudades del reino de Og –allá en Basán– que fueron asignadas a los hijos de Maquir, en tanto que en el Libro de los Reyes (11.5) se identifica Astaroth con una diosa de los sidonios, que es casi lo mismo que decir de los fenicios. Por su parte, Antonio de Guevara, en su Relox de príncipes, señala Astaroth como una divinidad adorada por los árabes en general. (Y así sucesivamente.) Sea como sea, y por la razón que sea, el nombre de Astaroth ha llegado hasta nosotros como el de un demonio que, según la Pseudo-Monarchia Demonorum de Joannes Wierus, es muy poderoso en el infierno, pues manda allí cuarenta legiones de espíritus, mientras que en la jerarquía de los ángeles caídos tiene rango de príncipe de los tronos. En el Diccionario infernal (1863) de Collin de Plancy, Astaroth se representa como un demonio coronado, fuerte y feo, que cabalga sobre un dragón y que agarra una víbora con la mano derecha a modo de cetro. Según el Goetia, libro primero del Lemegeton, al demonio Astaroth conviene mantenerlo a distancia, a pesar de su poder para proporcionar respuestas fiables sobre el pasado, el presente y el porvenir, pues su aliento fétido resulta venenoso. Al parecer, el momento idóneo para invocar a Astaroth es un miércoles cualquiera en el tramo que va de diez a once de la noche.

En mi pueblo, el demonio Astaroth ha prestado su nombre a una autoescuela, a un muelle pesquero-deportivo, a una calle, a un colegio, a una gestoría, a una empresa de alquiler de coches (Astarothrent) y a un premio destinado a reconocer trayectorias individuales marcadas por la ejemplaridad. De modo que supongo, no sé, que si el exorcista oficial de la diócesis de Barcelona viene alguna vez por aquí, debería traerse el hisopo bien cargado.

ASTRACANADA. Cualidad esencial de todas las novelas que algunos consideran una cualidad circunstancial de algunas novelas.

AUDEN, W.H. 1) Ludópata estilístico, a costa tal vez de muchas cosas, incluido su propio sosiego estilístico. 2) Cuando se enteró de su muerte, el poeta Brain Patten dijo en medio de un suspiro: «Qué bien. Ahora todos podremos ascender un puesto».

AURORA. Stéphane Mallarmé la vio como un «plumaje heráldico» y, lo que es más, como «un estanque de púrpura cómplice».

AUSTER, PAUL. Bueno, sí, el tipo que está solo en algún sitio y se pone a charlar con nosotros, y se pasa un buen rato contándonos eso, que está solo en algún sitio. Hasta que, por casualidad, se encuentra con Jim o con Tom, o sea, eso, por el azar mismo, por puro azar, y ya se ponen los dos a hablar de esto y de lo otro, y así durante un rato, hasta que el tipo se queda solo de nuevo, a la espera de que el azar le brinde otro pasatiempo inexplicable.

AUTOBIOGRAFÍA. El soldado Jerónimo de Pasamonte comienza la suya de este modo: «Siendo de edad de siete años por ahí, que aún eran vivos mis padres y abuelos, me salía después de comer a jugar y llevaba una aguja de arremangar en las manos que era más larga que un dedo, y para quitar la aldaba de la puerta me la puse en la boca. A este tiempo mi señor padre, que esté en gloria, me llamó, y yo, por responder, me tragué el alfiler y se quedó en medio de la garganta y me ahogaba, y con muchos remedios no me lo pude atravesar. Y una hermanita de tres años me ponía la mano y no lo pudo sacar. Al último la tragué: o que la digiriese o que Dios hizo milagro, no pareció más». (Y más o menos así arrancan casi todas.)

AUTOBIOGRAFÍA AUTORIZADA. En líneas generales, lo mismo que casi todo el mundo, aunque casi del todo diferente a casi todo el mundo, como le sucede a casi todo el mundo en su paso por el mundo, que es casi lo único que varía, aun siendo el referido mundo casi siempre idéntico a sí mismo: el escenario en que un actor nervioso finge hacerse preguntas trascendentales en cuya respuesta no tiene interés alguno, porque casi mejor así. (Casi.) 

AY. Fuera del ámbito del dolor físico, onomatopeya de un suspiro.

AZAR. 1) Eric Ambler comienza su novela La máscara de Dimitrios con esta apreciación: «Un francés llamado Chamfort dijo en cierta ocasión, a sabiendas de que estaba equivocado, que la palabra azar era un apodo de la Providencia. Se trata de uno de esos aforismos cómodos y falaces que se acuñan para desa­creditar la desagradable idea de que el azar desempeña un papel de importancia, si no decisivo, en los asuntos humanos. Sin embargo, no se trata de una expresión del todo imperdonable. Porque es inevitable que, en determinadas ocasiones, el azar actúe con una suerte de desmañada coherencia, que bien puede confundirse con las acciones de una Providencia consciente de sí misma». 2) «Una moneda arrojada al aire o una margarita deshojada son máquinas simples de producir respuestas del azar», ha escrito el mexicano Gabriel Zaid. 3) Lo escribió alguien, pero no recuerdo quién: abres un libro al azar y resulta que lo primero que te encuentras es la palabra azar.

AZORÍN. 1) Decía que, de tener un reloj de sol, su divisa sería «apresúrate despacio», tomada de la alocución latina «Festina lente», atribuida al emperador Augusto. 2) Vino de postre, dulce y seco.