EL LEGIONARIO PEDERASTA

Se creía destinado a la santidad y actuó en congruencia: fundó una congregación y numerosas escuelas religiosas. Pero el padre Maciel era dos. El otro, el que recordaremos, fue el que abusó sexualmente de decenas de niños.


Juguemos un poco a las adivinanzas, muy queridos lectores. Si les hablamos de una agrupación religiosa herméticamente cerrada al exterior, en la que el líder y fundador comete reiterados abusos sexuales contra los hijos de sus seguidores, en la que el libro sagrado que todos tienen que leer es justamente el del líder y fundador, ¿de qué estamos hablando? «De una secta», responderán con toda probabilidad y con buenas razones. Pero no. Hablamos de la que alguna vez fue una de las congregaciones más respetadas e influyentes de la Iglesia católica. Hablamos de los Legionarios de Cristo y del que fue su líder indiscutido durante años y años, Marcial Maciel.

En 2005, el hasta entonces cardenal Ratzinger alcanzó el estatus de papa como Benedicto XVI. La Iglesia estaba en una crisis de consideración: se multiplicaban, por decenas, por cientos, los casos de niñas y niños que habían sufrido abusos sexuales a manos de sacerdotes católicos en varias partes del mundo. No era posible hacerse el sueco por más tiempo. Como primera medida, el pontífice le comunicó al padre Maciel que debía abandonar Roma y volver a México para «una vida de oración y penitencia». Un retiro francamente lujoso, con abundante servicio, buena comida y pajaritos que cantan entre los árboles frondosos del Michoacán rural no es un castigo que digamos excesivo para un abusador sexual en serie, pero a Maciel le habrá caído como una patada. Y es que desde muy joven, Marcial Maciel de veras, de veras se creía enrutado hacia la consagración como santo.

Marcial Maciel Degollado nació en Guadalajara en 1920 de una familia de prosapia católica, como indica su segundo apellido. Su madre, Maura Degollado (Mamá Maurita), era hermana de Jesús Degollado, uno de los generales cristeros más importantes. En 1936, Marcial estaba ya en la ciudad de México apuntando hacia el sacerdocio, y de la mano, nada menos, que de su tío Rafael Guízar, obispo de Xalapa. Fue precoz y rápido. En 1941 fundó la Legión, llamada en principio Misioneros del Sagrado Corazón y la Virgen de los Dolores. En 1946 contaba con el espaldarazo de Pío XII. Y es que el joven Maciel ya tenía plenamente desarrollada esa habilidad que tan popular lo haría entre la aristocracia católica: conchabarse a los dueños del dinero, hacerse de recursos y donar una parte significativa de ellos entre los altos mandos del Vaticano. Se rodeó, pues, de protectores importantes dentro y fuera de la Iglesia.

Y el consorcio de Maciel se fue a la estratósfera. Mientras acompañaba a Juan Pablo II en sus viajes por México entre finales de los 70 y principios de los 90, mientras las donaciones de sus protectores fluían felizmente, la Legión abría y compraba centros educativos a mansalva en México y varios países más, desde el Colegio Oxford o el Instituto Cumbres hasta las varias sedes de la Universidad Anáhuac. En 2010, según el periodista Raymundo Rivapalacio, las escuelas legionarias sumarían 150, y el capital de la congregación unos veintiocho mil millones de dólares. Pero no era eso lo único que ocupaba al impetuoso sacerdote.

En 1997, ocho antiguos integrantes de la Legión acusaron a Maciel de abuso sexual en una carta abierta a Juan Pablo II. Y no era lo único que decía la carta. Las víctimas denunciaban también a la congregación y a otros sectores de la Iglesia por su plena indiferencia cuando denunciaron los abusos. Había una red de complicidades, vaya. En México, la red no bastó para detener el escándalo.

El escándalo empezó en Connecticut, con un reportaje del diario Hartford Courant. Le seguirían, ya en nuestro país, el periódico La Jornada, y en la televisión CNI Canal 40, que enfrentó el boicot de varios altos empresarios cercanos a ese santo hombre. Pero los hechos se impusieron. Según se multiplicaron los testimonios de abusos a manos de sacerdotes católicos, especialmente en Estados Unidos, y sobre todo conforme se multiplicaban los que señalaban a Maciel, el apoyo de Juan Pablo II flaqueó y el dique contra la información en México empezó a resquebrajarse. Lejos quedaban los tiempos del derecho de picaporte, esos tiempos en los que, por ejemplo, doña Marta Sahagún le pedía la anulación de su primer matrimonio para casarse conforme a las buenas costumbres católicas con Vicente Fox, todo un presidente de México.

Con el tiempo, incluso su congregación terminaría por darle la espalda. Bueno, mucho tiempo… En 2010 la Legión reconoció por fin que su fundador era un delincuente sexual. Tendría que reconocer eso y algunas cositas más. Básicamente, que Marcial Maciel era en esencia polimorfo. Amén (nunca mejor dicho) de los reiterados casos de abuso, en 2009 nos enteramos de que era padre de una niña, Norma Hilda Rivas. Al año siguiente, la periodista Carmen Aristegui dio voz a Blanca Estela Lara y a sus dos hijos procreados, lo adivinaron, con el padre Maciel. Nos enteramos también de que más o menos ocho décimas partes de ese libro que era de texto en el mundo legionario, El salterio de mis días: 98 meditaciones, eran un plagio de El salterio de mis horas, publicado el 56 por Luis Lucía. Finalmente, también supimos que toda esa actividad, esa hiperactividad, era posible a pesar de su adicción al Demerol, un tranquilizante delicioso, potente, como todos los derivados de la morfina.

Marcial Maciel murió a los 87 años, en 2008, desacreditado pero libre, es decir, como vivió: entre privilegios. Ventajas de la fe, que, al parecer, mueve montañas.