INSTRUCCIONES PARA
QUEMAR UN ESTADIO

Jugador, entrenador y cronista de futbol que agotó décadas en radio, TV y periódicos, don Fernando Marcos, dueño de una vida única en la que también fue árbitro, protagonizó el incendio del Parque Asturias. Y eso que sí fue penal.


El hombre era trabajador y versátil, eso nadie puede regateárselo. Si ustedes son de los que llegaron a la etapa del Viagra o la rebasaron ya, probablemente lo recuerden con cierta edad, lentes, calvo, desglosando con voz parsimoniosa y lenguaje culto los partidos de la Primera División, desglose que siempre coronaba con un resumen en cuatro palabras. Pero no solo se dedicó a la televisión don Fernando Marcos, chilango nacido en 1913. Maestro normalista, productor de películas, entre ellas varias del Indio Fernández, estudió Derecho y gustó de ese deporte sereno y tenso a la vez que es el beisbol. Pero su vocación definitiva fue el futbol. Prematuro, Marcos jugó con 13 años en el Germania de la Segunda División, luego defendió al España de la primera, donde ganó los campeonatos de los años 33-34 y 35-36, y aterrizó por fin en el poderoso Asturias, el 36. El club cuyo parque fue incendiado con responsabilidad directa de don Fernando, o al menos así lo entendió la prensa de la época.

Retirado como jugador, Fernando Marcos nunca se retiró del futbol. El 39 empezó a narrar partidos por radio y en los 60 por televisión, una tarea en la que se desempeñó hasta el Mundial del 94. Escribió en varios periódicos, entre ellos El Universal y El Nacional, una columna breve, diaria, durante sus últimos años, aparte de que fundó Ovaciones y fue director de deportes de La Prensa. Desde luego, fue un entrenador empeñoso y versátil que a partir del 48 se hizo cargo del propio Asturias, el Marte, Toluca, Necaxa y América, e incluso, en el 59, de la selección nacional. Antes, sin embargo, fue árbitro, profesión ingrata donde las haya. Y fue como árbitro que vio convertirse en cenizas el parque de sus amores.

Fundado en 1918 (en efecto, cumple o más bien hubiera cumplido el siglo a la hora de escribir estas líneas), el Asturias tiene varios récords, incluido el de ser el primer campeón mexicano, el año 22, cuando acababa de fundarse la Federación Mexicana de Futbol, y el de haberse embolsado ocho copas. Tanto éxito demandaba instalaciones a la altura, y los miembros del Asturias, visionarios, buenos hombres de negocios, se las dieron… efímeramente. En el 36 también se inauguró, por todo lo alto, el Campo Asturias, que era en realidad mucho más que eso: era lo que llamaríamos un club deportivo, con alberca, tres canchas de futbol, otras de volibol y básquet, squash, restaurantes, etcétera. Hubo un juego para dar el pitazo de salida al nuevo estadio: el Asturias contra el Botafogo —el equipo del intimidante Leónidas da Silva—, que ganaron los locales cuatro a dos, frente a un récord de asistencia: 25 000 personas. Decíamos que los miembros del Asturias eran visionarios. Sí. Construir un estadio con esas dimensiones era sensato. El futbol, en México, había conquistado ya muchos públicos y los campos solían estar atestados. Tocaba invertir.

El año 39, sin embargo, apareció por esos andurriales el Necaxa, que iba a jugarse el campeonato de liga contra los asturianos. Manuel Seyde, institución del diario Excélsior, dijo que el árbitro no había tenido la energía suficiente para interrumpir los «hachazos» que, sigue, dejaron particularmente maltrecho al muy joven Horacio Casarín, estrella necaxista que al minuto 20 estaba ya con la rodilla hecha pedazos (pasaría un año sin jugar, luego de ese partido). Finalmente, con los necaxistas arriba en el marcador, Marcos decidió pitar un penalti en favor del Asturias. ¿Lo fue? Seyde asegura que sí. Pero no le quita la mira de encima a don Fernando. Al parecer, hubo otra gran cantidad de penaltis que no marcó y, según los aficionados al Necaxa, varios hachazos inmediatamente anteriores que tendría que haber concedido a los suyos como tiros libres. Y se encendieron las tribunas. También, literalmente. Primero fueron las botellas arrojadas a la cancha. Enseguida, las tablas arrancadas en las gradas, los anuncios destruidos, la lluvia de quién sabe qué contra el portero. Finalmente, las fogatas, en tribunas construidas, a la usanza de la época, con tablas de madera. En el espacio de Avenida Chabacano donde estaba el parque se levanta hoy un supermercado. «Sucursal Asturias», se llama.

Hay cosas que no cambian. El juego, que terminó empatado a dos con ese penalti, estaba vigilado por una cantidad importante de policías. ¿Qué hicieron? Según todos los testimonios, nada. Observar, pasmados. «De piedra», en palabras, otra vez, de Seyde. Sin embargo, la prensa cargó sobre todo contra don Fernando, que se defendió con un argumento complotista —en serio: hay cosas que no cambian—. Que los españoles partidarios de la República, llegados por cientos entre el 36 y el 39 por la persecución cruel de Francisco Franco durante y después de la Guerra Civil, pretendían sabotear a los clubes partidarios de la corona. Así dijo.

El Club Asturias desapareció en 1950. Fernando Marcos le sobrevivió cinco décadas. Murió a los 87, con el siglo. Lo dicho: trabajó siempre, ya no en la televisión, pero sí aporreando el teclado. Fue fiel a su frase más conocida: «El último minuto también tiene sesenta segundos».