Superada la bizarra discusión de lo que significa bizarro, regresamos por nuestros fueros a narrar otro cúmulo de historias tan absurdas e inverosímiles como las anteriores. Porque México es el país donde todo puede suceder, y lo más extraño, excéntrico o raro es parte de la vida cotidiana; un país donde la imaginación de cualquier novelista se queda corta frente a la realidad y donde las cosas no son lo que parecen.
Somos un país donde la selección de futbol puede dar un juegazo y derrotar a Alemania en el Mundial para luego jugar el peor partido de los últimos años; donde los ídolos nunca mueren, como Juan Gabriel, del que se rumora que está vivo y pronto volverá; donde las actas de nacimiento tienen vigencia de tres meses; donde un mono capuchino resulta ser más inteligente para evadirse que las autoridades para capturarlo; donde una película como Roma incendia las redes sociales; donde el expresidente más corrupto de los últimos tiempos puede dejar el poder tranquilamente y se va perdonado por el nuevo presidente, que se presenta como incorruptible; donde los grandes orquestadores de los viejos fraudes electorales del siglo XX, como Manuel Bartlett, se convierten en paladines de la democracia; donde los mexicanos están dispuestos a hacer fila durante horas para ver al «pandita del amor»; donde los presidentes pueden ser espiritistas —como Madero y Calles—, estar convencidos de ser la reencarnación de Quetzalcóatl —como José López Portillo—, o creerse un nuevo Juárez, como Carranza, Echeverría o López Obrador.
México es una república, pero existen monarcas como el rey de la basura; es un país donde a un portero como el Gato Ortiz lo sorprenden en un contragolpe siendo secuestrador; donde un asesino serial recibe el ostentoso apodo del «Jack el Destripador mexicano»; donde la insolencia del mal gusto triunfa en el paisaje urbano y existe algo apocalíptico como la Cabeza de Juárez; donde el clásico «lo hago porque puedo» lleva a nuestros compatriotas a orinarse en la llama eterna de Francia, detener el tren bala en Japón o ponerle un sombrero charro a una estatua de Nelson Mandela en Sudáfrica.
Al igual que el primer volumen de México bizarro, esta segunda entrega no es coyuntural, no obstante que la 4T, la oposición derrotada, las redes sociales, los chairos y fifís, el pueblo bueno y la sociedad civil nos han entregado páginas verdaderamente gloriosas como para construir incluso una enciclopedia de lo bizarro. Esto es México bizarro 2, otro viaje alucinante por distintas épocas de nuestra historia. Porque lo bizarro no respeta nada: ni personajes, ni hechos, ni banderas políticas, ni clases sociales, ni ideologías, ni partidos políticos, ni gobernantes. No respeta nada.
Es un hecho: lo bizarro es lo más democrático que tiene México hoy.
Alejandro Rosas y Julio Patán
Marzo de 2019