ANTROPOFAGIA ILUSTRADA

Quiso dedicarse a escribir, y escribió. Pasó a la historia, sin embargo, por asesinar a tres mujeres, a una de las cuales, la madre de sus hijos, literalmente devoró. Con ustedes, el Poeta caníbal.


Dicen que somos el pueblo del pozole de carne humana desde aquellos días felices en que los españoles no habían llegado a estas tierras. Que la antropofagia la tenemos en el ADN. Y, sin embargo, la tradición mexicana de canibalismo no es de las más competitivas, sobre todo a partir de la hegemonía española.

Hay tres razones fundamentales para que los seres humanos se decidan a comer carne humana. Una es ritual: apoderarte del espíritu, el alma o la energía de la persona que usas como lunch. Otra es nutricional, aunque no existen casos documentados de culturas que se hayan alimentado de carne humana, solo incidentes aislados producidos por la desesperación: la hambruna que azotó a la Unión Soviética o el accidente aéreo de Los Andes. La tercera, la más común hoy en día, es que seas un asesino serial o algo parecido, y ya hemos comentado que en ese terreno estamos lejos de ser un equipo de clase mundial.

En el canibalismo serial dominan, de nuevo, Estados Unidos e Inglaterra. Hay casos notables en Rusia, como Andrei Chikatilo, el Carnicero de Rostov, con no menos de 53 asesinatos en su currículum y una extraña tendencia a sublimar con el consumo de las partes blandas del cuerpo su impotencia sexual. Hay casos inclasificables como el del alemán Armin Meiwes, que no califica como serial porque no pasó de una víctima que tal vez no lo sea: el ingeniero civil que degustó llegó voluntariamente a su casa, tras una convocatoria en internet, e incluso literalmente compartieron el pene del citado ingeniero, luego de mutilarlo. Pero nada como los gringos y los británicos. Entre los primeros está Rudy Eugene, que se comió el rostro de un indigente. Está Albert Fish, el Vampiro de Brooklyn, que abusó de al menos cien niños, asesinó a cinco y se comió a una criatura de nueve años. Y está el clásico entre clásicos, Jeffrey Dahmer, con 17 víctimas que le permitieron entregarse a los placeres de la necrofilia y el consumo de carne humana. Entre los ingleses: Peter Bryan, con tres asesinatos, incluido el de un amigo cuyo cerebro cocinó, muy francesamente, en mantequilla; Anthony Morley, que asesinó a su novio y se comió uno de sus muslos luego de cocinarlo a la mediterránea, con hierbas y aceite de oliva; o Stephen Griffiths, que asesinó y devoró a tres prostitutas al tiempo que estudiaba un doctorado en criminología.

No, no hay modo de competir con esas tradiciones y con esos récords. Y, no obstante, México, como tantas veces, tiene algo que decir. Lo que tiene que decir es: José Luis Calva, el Caníbal de la Guerrero, también llamado el Poeta caníbal.

El 8 de octubre de 2007, en respuesta a una denuncia de la familia de Alejandra Galeana Garavito, empleada en una farmacia de genéricos, la policía entró por sorpresa a la casa de Calva. Alejandra era su esposa y madre de sus dos hijos. En su declaración, Calva dijo que efectivamente la había asesinado, pero que de ninguna manera había practicado el canibalismo con su cuerpo. Que eso era «amarillismo». Mentía. Los agentes encontraron el tronco de Alejandra en un armario, otras partes de su cuerpo en el refrigerador y su antebrazo, frito, en una sartén, con rastros de limón.

Pero el currículum de Calva era más extenso. El sexual, sin duda. Sus vecinos de la colonia Guerrero lo calificaban de tranquilo e incluso de «galán»: se le conoció un novio, pero sobre todo frecuentaba a varias mujeres, al menos una de las cuales, la joven maestra Olga Livia, lo acusó de abusos como obligarla a ver porno zoofílico o tener prácticas sadomasoquistas. Y es que sobre todo era extenso su currículum criminal. Con el tiempo supimos que Calva asesinó también a otra exnovia, Verónica Consuelo, cuyo cuerpo luego descuartizó en un basurero, y a una sexoservidora conocida como la Jarocha.

Pero tenía el Poeta caníbal otras peculiaridades. Una era justamente esa afición por la literatura, lo que lo hace un caso único entre los serial killers chilangos, tan reacios a los libros como el resto de la población. En efecto, parece ser que una de sus herramientas de seducción era la poesía, que prodigaba entre sus parejas sexuales al punto de dejar hasta 800 poemas de su puño y letra, pero también fatigó la novela —dejó escritas diez—, la dramaturgia —ocho obras— y hasta el guion cinematográfico —era, poco sorprendentemente, fanático de Hannibal Lecter, el multihomicida caníbal protagonizado por Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes—. No se le hizo publicar nada: se limitó a vender sus obras en los restaurantes de las colonias Roma y Condesa, en un afán desesperado de pagarse la adicción a la cocaína y el alcohol. Otra rareza suya, según los peritos, era su voluntad de ser madre. ¿Cómo se explica esa estructura psíquica? Probablemente sea imposible. Sabemos en todo caso que Calva perdió a su padre a los dos años, fue maltratado sin piedad por su madre y fue víctima de abuso sexual.

Detenido, el Poeta caníbal murió en prisión, oficialmente suicidado, en diciembre de 2007. Las autoridades dicen que se ahorcó, aunque su hermana dijo que el cuerpo presentaba signos de tortura. Y es que no importa lo cruel y aberrante que sea una vida, siempre será superada en ello por las cárceles mexicanas.