Prólogo

Marco

Tenía nombre de tragedia, se adueñó del amarillo y consiguió que el ruido se apagase en su presencia. Antes. Ahora. Música. Ella te envuelve a kilómetros de distancia, su risa te araña desde dentro y no tienes ni fuerza ni voluntad para soltarla, aunque sentirla te duela porque sea un recordatorio constante de aquello que más deseas y no podrás tener. Un anhelo. Un impulso. Todos los veranos.

Apuro la cerveza, vaciando el contenido del tercio en la garganta, y le hago un gesto al camarero para que me traiga la siguiente. Rodrigo y Fer me observan atentos, cada hermano por motivos opuestos. Permanezco impasible, sin que ningún gesto desvele la tormenta que se acaba de desatar, y camuflo el nerviosismo rascándome la barba y jugueteando con la carpeta de cuero marrón desgastado.

—¿Es que estáis sordos, mamones? —insiste Fer sin darse cuenta de que sería imposible que una manifestación como esa pasase desapercibida—. ¡Vuelve nuestra loca del coño!

Espero que su hermano pequeño se pronuncie. No se inmuta. Solo me analiza y el regusto amargo regresa. ¿Qué más quiere que haga? Renuncié. Cumplí mi palabra. La arranqué de mi piel y terminé tocado. Jodido. Sin ella. Me aparté con todas las consecuencias y mi único pecado fue no adivinar cómo se olvida el sol.

—¿Cuándo? —Me traen la segunda birra y me concentro en repasar las gotas del cristal para mantener la calma. Los ojos de mi amigo me estarán taladrando, una vez más, y mi paciencia tiene un límite.

—Dijo que mañana, lo que se traduce en que puede tardar una semana, un mes o estar a punto de cruzar la puerta. —La fuerza que retuerce mis entrañas me traiciona y levanto la barbilla en su dirección. Permanezco unos segundos allí, sostenido, con la sensación, cada vez más intensa, de que no estoy preparado. Nunca lo estaré. Lo supe. Lo sé—. Es nuestra maldita incógnita.

—La pequeña —puntualiza Rodrigo con una dureza cargada de intencionalidad.

—Evoluciona, cavernícola. —Fer le da un codazo juguetón—. Hace tiempo que dejó de ser la mocosa insoportable de la bicicleta amarilla o la irritante adolescente de la moto… —Se queda pensativo. «Amarilla, también era amarilla», pienso— del mismo color. Es una mujer y lleva independizada desde… —contabiliza con los dedos y se pierde— hace mucho. Apuesto a que si no fuera quien es, Marco se jugaría las pelotas por una cita.

—¿Quién dice «cita» fuera de las películas del Multicine de Antena 3? —bromeo para que no se percate de la tensión que se agarra a mis músculos.

—Cita, quedar, dar una vuelta… ¿Qué más da? Lo has entendido y seguir divagando es una gilipollez. Tú y ella, eso sí que es buen chiste y no los que cuenta este con cuatro copas encima. —Es imposible que no note la rigidez de su hermano y la tirantez de mi sonrisa. La maría le ha nublado el instinto—. Por cierto, ¿qué narices le hiciste para que esté tan enfadada contigo?

«Le rompí el corazón»… Dejo que las palabras se disuelvan en el ácido que ahora forman nuestros momentos.

—Hirió su ego con uno de sus dibujos de bolígrafo —se adelanta Rodrigo, y el azul de sus ojos es hielo.

—¿Una caricatura que no la sacaba favorecida? Vaya, pensaba que pasaba de esas mierdas.

—La pillaría con los cables cruzados.

—Eso le pega más. —Se ríe y las rastas se mecen con su carcajada—. Tranquilo, tronco, te perdonará. —Coloca una mano en mi espalda.

—No estoy tan seguro… —Se me escapa la voz ronca y carraspeo para recomponerme.

—Hombre de poca fe, ¿es que este capullo nunca te ha contado lo que decía de ti de pequeña?

—¿Que me odiaba en todos los idiomas?

—Pues sí, lo ha hecho, pero se ha guardado el suspiro de después. —Me da un apretón en el hombro—. Estábamos convencidos de que os acabaríais enamorando, te partiríamos las piernas y, cuando te recuperases, nos pondríamos en fila para que eligieses quién de nosotros te acompañaba al altar. —Se deja caer despreocupado contra la silla—. Vaya, cómo cambia todo, menuda manera de girar el mundo.

Sé que Fer sigue hablando y Rodrigo está conteniendo la tentación de matarle por haber tocado desde su apacible ignorancia un tema tabú. Ambos en una noria que abandono. Y es que me parece una broma macabra del destino que justo suene La chica de ayer, de Nacha Pop; saboreo las notas como si proviniesen directamente de sus cascos, la imagino nuevamente bailando su melodía y me recorre un latido de esos a los que me moría de ganas de decirle «te he echado de menos».

La chica de ayer.

Los veranos.

El nombre de tragedia.

Vuelve Julieta.