Surgimiento de la Logia Lautaro

Antes de adentrarnos en la asociación clandestina —conocida como sociedad secreta de Buenos Aires— que aparece como autora intelectual de los asesinatos de los hermanos Carrera y de Manuel Rodríguez, es importante conocer brevemente la evolución masónica que llevó a la creación de las logias lautarinas en la que se anidó esta cofradía encubierta.

Tomando la información compilada por la Gran Logia de Chile, se puede establecer que Francisco Miranda fundó en 1798 la célebre organización masónica o paramasónica conocida como la Gran Reunión Americana. Esta organización, aun cuando poseía ciertos elementos organizativos y simbólicos que la asemejaban a la masonería, tenía ante todo el objetivo político de idear y organizar un plan para conseguir la liberación americana y dar origen a países libres bajo un modelo republicano. Defendía tanto ese orden político como el ideario de la emancipación.

En la residencia de Miranda en Londres —en la calle Grafton 27, barrio de Bloomsbury— se reunía la vanguardia de la revolución americana y se reclutaron los europeos que vinieron a luchar por la independencia de América. La mayoría de ellos ya habían sido iniciados en logias masónicas de diferentes lugares en América o Europa, y allí surgió oficialmente la Gran Reunión Americana.

Entre sus visitantes frecuentes se destacaron figuras como los venezolanos Simón Bolívar, Andrés Bello y Luis López Méndez, quienes llegaron a Londres en 1810 enviados por la Junta Suprema de Caracas; también pasaronn por ahí los argentinos José de San Martín y Matorras, José Matías Zapiola Lezica, Carlos María de Alvear Borbastro, Bernardo Monteagudo Cáceres, Mariano Moreno Valle y Juan Martín de Pueyrredón y O’Dogan; los chilenos Bernardo O’Higgins Riquelme, José Miguel Carrera Verdugo, José Cortés de Madariaga, Manuel José de Salas Calvo, Juan Antonio de Rosas y Gregorio de Argomedo; los ecuatorianos Carlos Montufar y Larrea, Vicente Rocafuerte y Rodríguez de Bejarano y Juan Pío de Montufar y Larrea; los peruanos Pablo de Olavide y Jáuregui y José del Pozo y Sucre; los colombianos Antonio Nariño, Francisco Antonio Zea Díaz, José María Vergara y Lozano. Además del mexicano Servando Teresa de Mier, el hondureño José Cecilio del Valle Díaz y el cubano Pedro José Caro.

Las logias de allí surgidas manejaban una terminología y modo de organización tipo masónica: usaban signos, símbolos y palabras de pase; se organizaban en grados; en las reuniones se desarrollaba un ritual; se hacían juramentos; había oficiales; y todo lo conversado en la logia se guardaba en el más estricto secreto. Pero fueron, ante todo, sociedades patriotas que actuaron clandestinamente en la lucha por la libertad de algunos pueblos americanos, en medio de un ambiente en el que las sociedades estaban en pleno proceso de cambio social.

La primera filial de la Gran Reunión Americana se fundó en la ciudad española de Cádiz en 1811, con el nombre de Logia Lautaro. Se dice que este nombre se lo habría propuesto Bernardo O’Higgins a Francisco Miranda, a quien le dio a conocer el poema épico La Araucana que escribiera en el siglo XVI el poeta de la conquista española, Alonso de Ercilla y Zúñiga. En la obra, el literato alababa al caudillo Lautaro por su arrojo, valentía y astucia militar que causó numerosas bajas en los conquistadores españoles en el sur de Chile y que, con su ejemplo, puso a todo su pueblo en sublevación. El nombre de Lautaro era un emblema de la lucha contra la dominación española.

El objetivo de esta logia era lograr la independencia, estableciendo un sistema republicano unitario y un gobierno unipersonal. Al ingresar a la organización, según afirmaba Bartolomé Mitre Martínez, debían realizar un juramento que decía:

Jamás reconoceré por gobierno legítimo de mi patria, sino aquel que sea elegido por la libre y espontánea voluntad del pueblo; y siendo el sistema republicano el más adaptable al gobierno de las Américas, propondré, por cuantos medios estén a mi alcance, que el pueblo decida por él.

Emerge la asociación ilícita

El investigador masónico Albert Gallatin Mackey afirmaba que una logia se componía de dos cámaras: la masonería simbólica o azul, que constaba de los tres primeros grados, y la masonería superior o roja, compuesta de los grados cuarto y quinto, Rosa Cruz y Kadosh, respectivamente, de acuerdo con la terminología masónica.

En el caso de los lautarinos, esta última cámara o sección fue denominada por San Martín como Gran Logia de Buenos Aires, de la que emergió en forma posterior, y como un apéndice, la sociedad secreta de Buenos Aires.

Esta organización oculta actuó en política prescindiendo de la Lautaro y de la Gran Logia de Buenos Aires, las cuales no intervenían en absoluto en sus deliberaciones.

Por otro lado, el historiador Jaime Eyzaguirre, en su investigación sobre la Logia Lautaro, concluyó que poseía características secretas semejantes a la discreción guardada por los masones respecto de sus reuniones y ceremonias, pero deja claramente establecido que esta era una entidad sin fondo masónico y que sus características respondían a la necesidad de clandestinidad. Lo que no significa que esta organización dominada por los argentinos no tuviera a masones entre sus filas a título individual. Esta misma opinión es compartida por destacados historiadores argentinos.

Es cierto lo que asegura el historiador Eyzaguirre, como también lo es que la Logia Lautaro operó políticamente en la independencia de América, pero numerosas operaciones clandestinas no fueron planificadas ni ejecutadas desde el seno de esta organización, sino que por la denominada sociedad secreta.

Esa entidad —integrada solamente por argentinos y chilenos— surgió a comienzos de 1813. Tuvo como propósito imponer un estado único que comprendiera todos los territorios americanos en poder de España, cada antiguo virreinato con el carácter de federado y regido en forma absolutamente unipersonal, es decir autocrático.

Inmediatamente vemos aquí una contradicción entre los propósitos políticos de la Logia Lautaro y de la sociedad secreta. Mientras los primeros apostaban a crear estados republicanos y democráticos, los segundos pretendían imponer la autocracia.

Quienes componían esta sociedad secreta poseían los mayores niveles de influencia dentro de la Logia Lautaro, y la utilizaron en más de una oportunidad como cobertura para conseguir sus propósitos y no titubearon en recurrir a todos los medios lícitos e ilícitos —los cauces normales de la política y la eliminación física de opositores si fuese necesario— para llegar a su objetivo, que no era otro que la instauración del americanismo.

Esta organización, hasta donde ha sido posible establecer, estaba constituida por los argentinos José de San Martín, Bernardo José de Monteagudo, Antonio Balcarce, Tomás Guido, José Rondeau, Juan Martín de Puyrredón, Rudecindo Alvarado y Carlos María de Alvear y por los chilenos Bernardo O’Higgins, Ramón Freire, Juan Mackenna, Juan Enrique Rosales y Miguel de Zañartu.

La lectura de infinidad de documentos de la época permite asegurar que el brazo ejecutor de esta sociedad secreta era el argentino Bernardo José de Monteagudo Cáceres, hombre de la extrema confianza de San Martín y asesor político con amplia influencia sobre O’Higgins.

A continuación, veremos las razones por las que esta sociedad secreta, oculta bajo la cobertura de la Logia Lautaro, ordenó la eliminación de los próceres independentistas chilenos, Manuel Rodríguez y los hermanos José Miguel, Juan José y Luis Carrera.

Esta sociedad secreta actuó por casi doce años, disolviéndose a comienzos de 1825, después de silenciar mediante el asesinato a uno de sus más destacados integrantes, Bernardo de Monteagudo, para no dejar rastros de sus crímenes.

El sello definitivo fue la eliminación, mediante envenenamiento, de quien estuvo tras el homicidio de Monteagudo.