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LOS MENSAJES SUBLIMINALES PROPIOS DE LA SEDUCCIÓN

Tal y como hemos visto, nuestro potencial de seducción depende de la calidad de nuestra atención y de nuestra capacidad de empatía. Pero ¿qué es nuestro potencial subliminal?

LA ANATOMÍA DEL POTENCIAL SUBLIMINAL

Seducir consiste en establecer con los hombres y las mujeres que nos gustan vínculos a varios niveles y hacer que todos esos vínculos sean convergentes.

Más concretamente, cuando decimos algo (mensaje verbal formal), nuestros gestos traducen exactamente lo que decimos (mensaje no verbal consciente), nuestras emociones nos permiten reforzar nuestro mensaje (mensaje no verbal medio consciente) y nuestro cuerpo y nuestra mímica facial refuerzan también nuestro mensaje (mensaje no verbal inconsciente), que nuestro interlocutor recibe perfectamente. Los hombres y las mujeres capaces de hacer convergentes estos cuatro niveles de comunicación son, sin duda, más seductores.

Muy concretamente, cuando estamos convencidos de lo que decimos, enviamos imágenes (claramente catalogadas y etiquetadas científicamente) que escapan al campo de nuestra conciencia y al de la conciencia de los demás. Estas imágenes apoyan nuestro mensaje y lo hacen seductor:

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Cuatro niveles de comunicación

Veamos un ejemplo. Imaginemos dos personas a la salida de un cine. Están de pie, una delante de la otra, y hablan de la película que acaban de ver. En el nivel más formal (comunicación verbal), se hablan. Están cerca una de la otra, su cuerpo está en posición de abertura y su cabeza se mueve (comunicación no verbal). Las emociones circulan de una a la otra. Estas emociones se traducen por pequeños gestos visibles que no hacen conscientemente (efecto subliminal). En el nivel más íntimo aún, algunos detalles de su estado fisiológico refuerzan más el contacto. Se comunican de inconsciente a inconsciente, mediante el canal de mensajes invisibles a simple vista que se envían sus caras y sus cuerpos (imágenes subliminales).1

De hecho, si analizamos lo que ocurre, podemos decir que:

1.   Estas dos personas se aprecian y se hablan con dulzura.

2.   Establecen un intercambio cálido, que traducen claramente las posiciones de su cuerpo. De forma plenamente consciente pueden, por ejemplo, acercarse y ponerse a hablar más bajo para sentirse aún más próximas. Se gustan y lo saben positivamente.

Sin embargo, cabe señalar que se les escapan dos niveles de comunicación, los niveles que son más importantes:

3.   En un primer nivel, el más elemental, estas dos personas no son conscientes de que sus cabezas, igualmente inclinadas, están en posiciones simétricas y que se miran de ojo izquierdo a ojo izquierdo (sin hablar de todos los signos que trataremos más adelante): se trata del efecto subliminal de su lenguaje no verbal. Si estas dos personas estuvieran atentas, podrían reconocer estos fenómenos. Este nivel de comunicación no es inconsciente, sino medio consciente.

4.   En cambio, a un nivel más sutil aún, su cerebro recibe y envía ciertos movimientos tan precisos, mímicas faciales tan rápidas, que les es imposible identificarlas a simple vista. Sin embargo, estos mensajes son percibidos claramente por su inconsciente.2 Estos mensajes mejoran su relación, pero escapan a su consciencia. Son los mensajes subliminales. Este nivel de comunicación pertenece al inconsciente.

Los dos niveles de comunicación más elaborados son los niveles 3 y 4. En el nivel 3 la información visual que se dirigen dos seres son imágenes fugaces potencialmente visibles a simple vista y que tienen un efecto subliminal.

En el nivel 4 la información visual se compone de imágenes subliminales puras, indescifrables a un nivel consciente.

El ser seductor utiliza con plena conciencia estos dos tipos de imágenes. Y es el efecto conjugado de estas imágenes lo que, en ocasiones, le hace irresistible. Examinemos, en primer lugar, las más sorprendentes, las imágenes subliminales puras (nivel 4).

Las imágenes subliminales puras emitidas por el ser humano

Impasibles frente a nuestros interlocutores, nos sorprendería mucho saber que, en ocasiones, se esté creando un vínculo subliminal intenso entre ellos y nosotros. Varios mecanismos inconscientes nos permiten percibir sus estados de ánimo y adaptarnos correctamente a ellos. Desde el primer contacto, nuestra cara se adapta a la expresión de la cara de los hombres y las mujeres en los que nos fijamos. Este mecanismo inconsciente nos permite sentir sus estados neurofisiológicos y experimentar de forma enfática sus emociones. Fue descubierto por el investigador sueco Ulf Dimberg. Fijando sensores en la cara de dos interlocutores, constató que se producían ligeros movimientos de sus músculos faciales que demostraban que cada uno retomaba la expresión de la cara del otro.3 Por lo tanto, nos adaptamos a las mímicas producidas por el movimiento de los músculos faciales que no vemos mover a simple vista, porque estas modificaciones faciales no duran más de 1 / 500a de segundo.

El trabajo inconsciente que hacemos para captar las emociones de nuestros interlocutores a partir de su cara lo hacemos también para captarlas a partir de su cuerpo. Las «neuronas espejo» nos hacen simular muy inconscientemente y muy subrepticiamente, con la ayuda de una operación mental, los movimientos de nuestros interlocutores con el fin de captar su estado de ánimo.4

Al adaptarnos mediante la cara y el cuerpo a los micromovimientos5 de nuestros interlocutores, sentimos sus emociones. Pero los mejores comunicadores aún lo hacen mejor: transmiten sus emociones a los demás. Es decir, sus emociones son contagiosas. Ellen Sullins observó que en el transcurso de una interacción entre dos personas que no se hablan, siempre se produce una transferencia del estado de ánimo de la una a la otra. También notó que el sentido de la traslación siempre es el mismo: es la persona más expresiva la que transmite su estado de ánimo a la más introvertida.6

Sin darnos cuenta, imitamos las expresiones faciales y otros signos no verbales de las personas más carismáticas de nuestro entorno.7 Estos hombres y estas mujeres muy seductores tienen el poder de transmitir sus emociones y, sin duda, de una forma u otra, una parte de sus deseos.

Algunas de las expresiones emocionales no permanecen en la cara más de algunos cientos de milisegundos.8 Sin embargo, este lapso de tiempo basta para que el cerebro las descifre y se adapte a ellas, sin que seamos conscientes del proceso.

Nuestro cerebro está muy bien «equipado» para leer las emociones de nuestros interlocutores. Percibe imágenes cuya duración de proyección en una pantalla varía de 10 a 50... milésimas de segundo.9 Las personas a las que se les proyectan estas imágenes las graban inconscientemente y si se les pregunta tras la proyección, se observa que las imágenes memorizadas influyen en la percepción de las imágenes proyectadas posteriormente. Tras la proyección fugaz de una cara alegre, por ejemplo, la información sin contenido afectivo (por ejemplo, un símbolo chino) que se proyecta en una pantalla, se aprecia más que si la cara alegre no hubiera aparecido. En cambio, cuando una cara colérica se presenta durante algunos milisegundos, el símbolo chino proyectado después de esa cara desagradable se aprecia menos que otros símbolos chinos presentados a continuación.10

Somos totalmente inconscientes del hecho de que nuestra cara, muy plástica, adopta expresiones que no pueden descubrir nuestros interlocutores. Solo los que poseen un aparato de vídeo han podido percibir, en una imagen detenida, una emoción que no estaban en absoluto preparados para ver y que se les había escapado totalmente durante el visionado a velocidad normal. Sin embargo, nuestro cerebro graba todas las expresiones fugaces. Es capaz de percibir, a nivel inconsciente, imágenes casi 40 veces más fugaces que las transmitidas por un aparato de vídeo que funcione a la velocidad de 24 imágenes por segundo.

En los momentos en los que intentamos gustar, por desgracia (o por suerte) no podemos intervenir voluntariamente para modificar las imágenes subliminales que producimos, porque no podemos ejercer ningún control voluntario en algunos músculos. Por ejemplo, intente entrecerrar los ojos sin sonreír...

Desde el momento en que se trata de traducir nuestras emociones, nada parece poder sustituir a la honestidad. Sería en vano hacer trampa e intentar imponer una falsa relajación mediante la mímica. No olvidemos que los ojos de nuestros interlocutores logran captar expresiones de nuestra cara más rápidas que las que somos capaces de controlar conscientemente.

Si estamos relajados, nuestros rasgos se relajan. Si estamos suficientemente radiantes, la cara de nuestros interlocutores se adaptará a nuestras expresiones de relajación. Entonces nos comunicamos de cara relajada a cara relajada. En esos momentos privilegiados, los mensajes subliminales que pasan son muy poderosos porque no son filtrados por ninguna crispación. La mirada del otro se posa realmente sobre nosotros sin pensar en ponerse a la defensiva. Entonces nos miramos como se miran naturalmente los hombres y las mujeres que se conocen bien y se aprecian.

Para que nuestros interlocutores tengan confianza en nosotros, tenemos que darles confianza, y nada sustituye a la relajación interior. Gracias a esta enviamos estímulos que provocan la abertura del otro y llegan a su interior, sin que hayamos buscado realmente en su inconsciente. En el campo de la abertura afectiva nada puede sustituir a un estado de ánimo positivo, y menos aún, una estrategia. A menos que uno se diga que existe una estrategia más eficaz, la que consiste en olvidar la estrategia para pensar en ser lo más verdadero posible.

Además de las imágenes subliminales sobre las que nuestra voluntad no tiene ninguna influencia, otras imágenes discernibles a simple vista producen igualmente efectos subliminales que pueden reforzar nuestro poder de seducción.

Las imágenes fugaces y su impacto subliminal

En las relaciones humanas corrientes no es necesario que los gestos duren algunas milésimas de segundo para ser subliminales. Su efecto es subliminal cada vez que las actitudes corporales de nuestros interlocutores nos afectan a nuestro pesar.

En general, integramos los gestos de las personas que nos gustan sin prestar atención a lo que hacemos. Las mímicas y las distintas actitudes corporales de estos hombres y mujeres seductores penetran en nuestro inconsciente y modifican nuestra atención y nuestro estado de ánimo sin que tengamos conciencia de su influencia en nosotros. Si estas personas nos encantan es porque se aprovechan de los efectos positivos de un mecanismo de adaptación adquirido en nuestra primera infancia. Durante nuestros primeros años de desarrollo, nos preparan para ser estimulados, y solo podemos alcanzar el pleno desarrollo si somos capaces de distinguir correctamente las estimulaciones beneficiosas de las que podrían ser nefastas.

Los estímulos de abertura avivan nuestro deseo de abertura, y los estímulos negativos nuestra necesidad de cierre. Es un fenómeno del que somos más o menos conscientes.

Por ejemplo, mire estas dos fotos de Siner y, sin reflexionar, déjese guiar por sus sensaciones e identifique en qué foto está más abierto. ¿Por qué sin reflexionar? Porque su cerebro es capaz de percibir una diferencia de estado emocional en menos de una centésima de segundo.

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Cada vez que tenga la expresión que ilustra la segunda imagen, Siner, sin que él sepa la razón, verá a su interlocutor cerrarse poco a poco. Se preocupará y lo mostrarán sus cejas en forma de V. Por más que finja que no está preocupado en absoluto, su interlocutor lo dudará. Esta mímica se ha identificado como una expresión de preocupación.11 De hecho, las cejas forman una V en cuanto aparece un obstáculo en una discusión. Quizá nunca se haya fijado en este hecho, pero el efecto subliminal de esta mímica debida a la angustia provoca el cierre de la persona que presencia esta expresión.

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Como constatamos en la imagen de más arriba, Siner puede llegar a sonreír para convencernos de que todo va bien, lo que no impide que nuestra cara y nuestro cuerpo hayan registrado su malestar. La posición de sus cejas nos impedirá creer su sonrisa forzada.

El gran poder de seducción de algunos hombres y de algunas mujeres se debe al hecho de que les anima una positividad mayor que a los demás. Los mensajes subliminales y las imágenes subliminales puras que envían son de buena calidad. Examinemos la cuestión.

La seducción subliminal de los hombres y de las mujeres más seductores es rica en enseñanzas sobre su psicología. Muestra que, para gustar, ¡es necesario que uno mismo esté encantado! Se trata de un fenómeno muy sutil y de naturaleza esencialmente subliminal.

El fenómeno del contagio emocional

La idea según la cual la seducción es una táctica muy elaborada, utilizada por seres perfectamente lúcidos que abaten a sus presas... siempre con una lucidez total, es uno de los prejuicios más tenaces de la materia. Curiosamente, esta idea recibida no tiene en cuenta en absoluto la función de la sensibilidad en el aprendizaje de los códigos de seducción. Nuestros héroes son personajes de novelas y son estrategas: don Juan, Merteuil, Valmont, Salomé (que, sin duda, existió, pero cuya vida es un gran misterio) o esos espías, una especie de reptiles fríos medio reales medio legendarios que son James Bond y Mata Hari. Nuestras sociedades valoran a los seres racionales y productivos. Además, como está extremadamente de moda hablar de «estrategia» en cualquier tipo de discurso, ya se trate de relaciones amorosas, de inversiones bursátiles o de carrera profesional, podemos tener la tentación de afirmar que la seducción es solamente cuestión de estrategia. El problema es que todo esto nos impide comprender el papel de la emoción en los mecanismos de seducción y percibir algo primordial: la razón de que una persona esté realmente emocionada es lo que la hace emocionante.

Uno de los personajes cuya seducción se ha convertido en leyenda merece que analicemos su caso, porque él sí que existió realmente y anotó sus estados de ánimo: Giovanni Giacomo Casanova. Resulta difícil ver en este hombre a un calculador, a un frío táctico, porque estaba lejos de serlo. En una obra muy documentada sobre las seductoras y los seductores, Anne de Marnhac, especialista en la literatura sobre la seducción, escribe sobre este tema: «Casanova no es un hombre de números. Hojea el álbum de su juventud, pero no añade las cifras de sus conquistas. Ese jugador impenitente es, además, despistado con las cifras.»12 Si hubiera cultivado mejor esta calidad de calculador que atribuimos tan a menudo a los seductores, Casanova, sin duda, habría tenido más éxito en su vida personal. Por lo tanto, no era un calculador; amaba a las mujeres que sedujo, probablemente el hecho de que las deseara realmente hacía que fuera tan auténtico en el acto de seducción. En Historia de mi vida, su manuscrito inacabado, escribió: «Al sentir que había nacido para un sexo distinto al mío, siempre lo he amado y he hecho que me amaran tanto como he podido».13

Casanova estaba seducido por las mujeres que él seducía. Y si fue tan seductor era, sin duda, por los mecanismos de empatía fisiológica de los que hemos hablado anteriormente. Los músculos faciales de muchas mujeres, seguramente se adaptaron inconscientemente a las mímicas de deseo de Casanova. Aunque no las conquistara a todas, podemos suponer que dejaba en el inconsciente de las más esquivas las huellas de su deseo. Casanova era un seductor porque estaba seducido.

Además, ¿no le resulta extraño que dos personas se puedan enamorar una de la otra al mismo tiempo, a pesar de que se crucen con tantas personas al cabo de un día, un mes, un año? El deseo es contagioso.

Es cierto que se suele oír: «No me enamoré enseguida; hizo falta tiempo». Pero, durante ese «tiempo», el fenómeno de contagio emocional continúa. El sentimiento amoroso que sentía de entrada uno de los dos gana tranquilamente al otro que, en consecuencia, se enamora poco a poco.

Ser seductor implica interesarse por el otro. Este interés no puede ser fingido porque depende de reacciones neurofisiológicas inconscientes que no se desencadenan cuando una persona no nos interesa. Y son estas reacciones neurofisiológicas, traductoras de mensajes de acercamiento y percibidas de forma subliminal, las que nos hacen atractivos.

Cuando nos abrimos recibimos lo que siente la otra persona. Aquellos que seducen sienten las emociones del otro y se adaptan constantemente y sin saberlo a estas emociones.

Gracias a las imágenes que se obtienen mediante resonancia magnética, actualmente sabemos que se activan las mismas zonas del cerebro cuando imaginamos una acción que cuando la logramos. Por eso, cuando deseamos a alguien, nuestro deseo se manifiesta sobre todo mediante algunos micromovimientos de abertura que la persona deseada percibe inconscientemente. Tenemos un aspecto más animado. Evidentemente, esto no basta para hacernos irresistibles, pero permite que nuestro deseo viaje en el inconsciente de nuestros compañeros. En materia de seducción, la espontaneidad es indispensable. Nada sustituye al deseo, y mucho menos la estrategia.

Entre usted y yo... ¿no será porque estamos demasiado a menudo ocultos detrás de nuestras estrategias mezquinas y nuestros cálculos simplistas, por lo que los hombres y las mujeres muy espontáneos son vistos como muy seductores? La espontaneidad de Casanova era su baza principal. Él amaba y era amado porque se atrevía a mostrar que amaba. Se atrevía a vivir. Es exactamente lo que comenta Ado Kyrou sobre Marilyn Monroe, una mujer seductora que tampoco era un personaje creado por un novelista: «Para empezar, Marilyn va contra corriente. Se atreve a todo. Se atreve a mostrar el pecho, redondeces dorsales, un vientre bellamente redondo... ¡Se atreve!».14

En materia de seducción, la estimulación sensorial produce siempre efectos mucho mejores que los cálculos de boticario.

Seducir significa interesarse: el proceso de la armonización

Cuando nos interesan nuestros interlocutores, nuestra actitud corporal se armoniza con la suya. Pero, mucho más concretamente que el análisis de vídeos, es una experiencia de mi vida personal la que me ha ayudado más a comprender este proceso.

Édouard y Franck son dos conocidos míos, dos buenos amigos con los que fui a la universidad. Édouard había recibido una educación excelente, se expresaba extremadamente bien en un francés riguroso. Era lo que se dice «bien educado», muy digno, muy recto, con un código de honor, principios. En cambio, Franck hacía años que había dejado sus principios a un lado; era un «disfrutador», según decía él mismo. Siempre estaba en un estado de dejadez y fatiga crónica que solo se quitaba de encima en presencia de personas de sexo femenino. De vez en cuando, Édouard y Franck quedaban en un bar cercano a la sede de varias grandes empresas, a dos pasos de la Sorbona. Uno de estos sitios en el corazón de París a los que los hombres y las mujeres van a tomar una copa a la salida del trabajo. En varias ocasiones tuve la oportunidad de ir con mis dos amigos a aquel bar y les observé. Invariablemente, cuando Édouard y Franck entablaban conversación con alguien, Édouard se esforzaba muchísimo por brillar y lo conseguía bastante bien porque era brillante. Franck miraba y escuchaba... y punto. Hablaba poco, pero hacía preguntas y escuchaba las respuestas, las respuestas que conducían a otras preguntas. No se trataba de una técnica, sino de una mera forma de ser que demostraba interés, curiosidad por la otra persona. Cuando se acababan aquellas tardes y mis dos amigos dejaban los grupos con los que habían estado, muchas veces a Franck le daban un número de teléfono de una persona, hombre o mujer, que deseaba prolongar su intercambio de comunicación con él. En cambio, a Édouard sencillamente le daban las gracias por el buen momento que habían pasado con él.

Solo años más tarde comprendí, al cruzarme con Franck por casualidad, lo que ocurría. Con el paso del tiempo se había casado y había tenido dos niños, pero no había cambiado. Seguía haciendo un montón de preguntas, cultivaba siempre de forma inconsciente su interés por los demás. Desde nuestro último encuentro, había aumentado ampliamente mi conocimiento sobre el lenguaje no verbal y comprendía mejor los mecanismos que se desencadenaban en él durante el acto de seducción. Se armonizaba con su interlocutor. Se adaptaba tanto a las actitudes mentales como a las corporales de su interlocutor, sin que este último se diera cuenta, incluso sin darse cuenta él mismo. De esta forma se beneficiaba, sin haberlo buscado, del efecto producido por la empatía subliminal. Su cuerpo, de una forma de la que Franck era totalmente inconsciente o medio consciente, proyectaba códigos capaces de llegar a sus interlocutores porque reflejaba los estados emocionales en los que se encontraban.

La armonización en la que descansaba el modo de comunicación de Franck se traducía por su cuerpo en un espejo. Pero, más allá de la posición, era el ritmo en sí de su modo de comunicación el que se amoldaba a la forma en que se comunicaba su interlocutor. De esta forma, Franck era capaz de situar a su interlocutor en una burbuja. Este último se sentía gratificado y quedaba inmerso en un movimiento que le alejaba del mundo. El mundo circundante parecía desaparecer por la forma como la comunicación no verbal de Franck traducía una presencia total en la relación.

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Franck reproducía a un nivel muy elevado de tecnicidad inconsciente el proceso iniciado por la madre para mostrar a su hijo que le comprende. Debido a este proceso, frente a los sonidos alegres de su hijo, la madre lo sacude dulcemente o agita los hombros mirándolo. En situación de interacción, se sincroniza de esta forma como mínimo una vez por minuto con él. Estos momentos son capitales en el despertar de la afectividad.15 Asimismo, los especialistas indican que la armonización es muy diferente a la imitación. Al imitar a su bebé, la madre le muestra que comprende lo que él ha hecho, pero no que comprenda lo que él siente. Es este último punto el que está en el centro de la armonización.

En la situación que se ilustra en la página siguiente, Sina aprueba y prolonga lo que se dice moviendo la cabeza y puntuando las palabras con un sí no verbal, para expresar su acuerdo. Su interlocutor se siente escuchado, enmarcado, seguido, amado...

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Secuencia realizada en un segundo aproximadamente

Al mover la cabeza, Sina abre la vía a la osmosis. Aquí puede amplificar aún el contacto gratificante cerrando los ojos.

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Secuencia realizada en un segundo aproximadamente

Sin hablar, Sina dirige a su interlocutor durante el intercambio. Lo dirige como un bailarín conduce a su pareja. Por otra parte, ¿no le parece más viva así que si estuviera plantada inmóvil frente a él?

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Secuencia realizada en un segundo aproximadamente

En teoría, nada debería llevar a Sina a participar tan activamente en la comunicación. Pero precisamente en la interacción reside el interés del intercambio. Por otra parte, los seres muy «verbo motores» tienen tendencia a olvidarlo: como sobrevaloran las palabras de un intercambio, a veces se preocupan tanto por encontrar las respuestas apropiadas que esto les impide interactuar.

Los contornos del proceso de seducción se empiezan a definir con más claridad. Los mecanismos de seducción son informales, extienden sus raíces en la infancia, pero no pueden comprenderse realmente hasta la edad adulta.

Además, la seducción pone en juego dos de nuestros sentidos que exigen una atención particular, porque su utilización es, en primer lugar y a menudo, primordialmente subliminal.

UN USO SUBLIMINAL DE DOS DE NUESTROS SENTIDOS QUE NO SE PUEDE OBVIAR

Seducir a alguien es «llegar a él», pero solo llegamos a los seres con los que nos «sentimos» bien. Detrás de estas palabras tan sencillas, se esconden realidades bastante complejas. Saber «llegar» y «sentirse bien» representan dos valiosas bazas en el campo de las realidades subliminales.

El papel del tacto en el poder de seducción

Es posible llegar a alguien, tocarlo físicamente. Asimismo, es posible llegar a alguien emocionalmente. Estos dos hechos coinciden porque el que toca físicamente, con calor, generalmente toca con afecto.

La proximidad física y la proximidad afectiva constituyen realmente un dúo. Las personas que se tocan físicamente lo hacen porque están suficientemente cerca como para hacerlo. El tacto refuerza la proximidad, pero con una condición: la persona ligeramente tocada (en el brazo, por ejemplo) no tiene que tener conciencia de haber sido tocada. Cuando se respeta esta condición, es decir, que el tacto pase desapercibido, este desencadena un mecanismo de simpatía. En Estados Unidos, en la Universidad de Purdue, se llevó a cabo un experimento muy interesante destinado a medir la importancia del tacto en la comunicación. En la entrada de una biblioteca, una psicóloga se hizo pasar por bibliotecaria. Su misión era tocar a las personas muy brevemente al mismo tiempo que les proporcionaba la información exigida, sin sonreírles.16

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Posteriormente pasaron un cuestionario a las personas que habían ido a consultar libros. Entre otras preguntas, se les hicieron las dos siguientes:

1.   ¿La bibliotecaria le ha tocado físicamente?

2.   ¿La bibliotecaria le ha sonreído?

Para gran sorpresa de los experimentadores, los usuarios respondieron «no» a la primera pregunta; no recordaban la pequeña presión que había ejercido la bibliotecaria en el brazo o el hombro. En cambio, ¡pensaban que la bibliotecaria les había sonreído!

Debemos precisar que los contactos de los que hablamos aquí duran siempre menos de un segundo. Sin embargo, es lo suficientemente prolongado para que el cerebro pueda registrarlos.

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No olvidemos que somos capaces de percibir imágenes que duran menos de una diezmilésima de segundo. Por lo tanto, si nos tocan medio segundo, ¡imagínese! La brevedad del contacto es primordial, porque si es demasiado acentuado, puede producir el efecto inverso. De hecho, la persona que nos toca se apropia de una parte de nuestra intimidad que no estamos necesariamente dispuestos a darle. Este contacto particular se denomina tacto subliminal. Todo es cuestión de tacto, y no es solamente un juego de palabras.

Cuando uno de nuestros interlocutores nos toca de forma muy imperceptible, tenemos tendencia a no acordarnos de ese gesto. En cambio, nuestro inconsciente transforma este gesto imperceptible en un movimiento de simpatía. De esta forma, el tacto refuerza el sentimiento de acercamiento afectivo.

Las distintas observaciones hechas sobre este tema van en la misma dirección. Conducen a la constatación realizada por el neurólogo Saül Schamberg: un bebé abandonado cuyo crecimiento se haya detenido, no volverá a crecer a menos que se le coja en brazos y se le acaricie. El tacto nos devuelve a un período de nuestra vida durante el cual nos sentíamos tranquilos en brazos de los mayores. El recuerdo de este período está grabado en nosotros para siempre y el mensaje tranquilizador que se le asocia nos llega de lo más profundo de nuestro ser cada vez que alguien se atreve a rozarnos ligeramente o a tocarnos subrepticiamente. Se trata de una impresión de recuerdo de naturaleza subliminal, un registro agradable de nuestro pasado afectivo.17

Las personas que saben tocar en el momento oportuno subrayan una ternura que facilita el acercamiento. Poseen un poder verdadero. En algunas condiciones, la seducción se beneficia de la interconexión de todos nuestros sentidos, que favorecen ampliamente la recepción de la ternura.

Los mensajes de seducción pasan por el tacto, pero los mensajes de amor, sin duda solo son eficaces realmente cuando se alían las feromonas para llevar nuestros deseos más lejos.

La acción subliminal de las feromonas

Una mariposa es capaz de detectar el olor de otra mariposa a más de diez kilómetros y de encantarla a distancia.18 Las hormigas se comunican a partir de mensajes odoríferos, muy ricos y diversos.19 Los seres humanos intentan, sobre todo, disimular sus olores corporales y confían en el perfume cuando quieren expresar deseo. El fuerte olor del perfume está muy etiquetado, pero no tiene nada que ver con otro tipo de olor: «el olor subliminal». Es conveniente distinguir dos formas de olor, el que percibimos de forma consciente y el que no podemos percibir claramente. Una sola palabra, nariz, designa, de hecho, dos órganos para percibir los olores: el órgano olfativo y el órgano vomeronasal. La función del órgano vomeronasal es captar los olores que no se identifican conscientemente: las feromonas.

El órgano vomeronasal, más pequeño pero más sensible que el órgano olfativo, también está situado en la nariz. Gracias, o a causa de este, las mujeres que viven juntas en un medio cerrado, al cabo de unos meses tienen la menstruación al mismo tiempo.20 Todavía sabemos muy poco de este órgano, pero parece cada vez más evidente que está muy implicado en el deseo sexual.

Un equipo de anatomistas estadounidenses ha mostrado que ciertas sustancias químicas procedentes de la piel, y más concretamente de zonas corporales bien definidas, sobre todo las axilas y las partes genitales, provocan signos eléctricos en el órgano vomeronasal del ser humano adulto. Estas sustancias particularmente inodoras no son detectadas por el órgano olfativo. Sin embargo, cuando son aplicadas en el órgano vomeronasal, provocan efectos fisiológicos reconocibles, lo que favorece la secreción de la hormona gonadotropina, muy implicada en la sexualidad.21

Evidentemente, no sabemos hasta qué punto la presencia del órgano vomeronasal modifica nuestra percepción del otro. Tampoco sabemos qué cantidades de moléculas esteroideas, reconocidas por el órgano vomeronasal, nos dirigen nuestros interlocutores cuando intentan seducirnos. En cambio, podemos postular que cuando deseamos a alguien, probablemente no le enviemos olores desagradables. También es poco probable que nuestros mensajes odoríferos inconscientes vayan en sentido contrario a nuestros mensajes subliminales visuales cuando estamos contentos en compañía de un hombre o una mujer.

No hay razón para pensar que los seres abiertos a los demás no verán su amor reforzado por los olores que transmitirán inconscientemente. Vea a Siner comunicarse con Sina. ¿No cree que corre el riesgo de vehicular más deseo mediante sus feromonas si se mueve que si se queda plantado inmóvil y helado delante de ella?

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Cuando Siner es abierto y claro con Sina, su cuerpo expresa esta claridad. Cuando es flexible respecto a lo que dice, su cuerpo también está flexible. Los hombres y las mujeres abiertos levantan las barreras. Sus movimientos expresan el clima afectivo de su espíritu. En las situaciones en las que es abierto, Siner no crea barreras con su cuerpo. Sus movimientos traducen su pensamiento, enriqueciéndolo.

El desplazamiento de aire que producimos cuando movemos los brazos es alrededor de diez veces más importante que cuando nuestro cuerpo está completamente rígido. En consecuencia, es prácticamente impensable que nuestras propias feromonas no estén presentes en el aire desplazado y que las personas que están cerca no inhalen nuestros deseos...

Sin embargo, tampoco en esta ocasión se trata de forzar la dosis para interesar a alguien. Es decir, no se trata de evolucionar como un molino de viento con la esperanza de enviar nuestros olores lo más lejos posible, por muy subliminales y agradables que sean. Es poco probable que emitamos muchas moléculas olfativas de orden sexual cuando no deseamos al otro. En cambio, si somos espontáneos, nos dejamos guiar por nuestro deseo y si en ese momento el cuerpo se expresa, es muy posible que las feromonas emitidas encuentren el camino del órgano vomeronasal del hombre o la mujer que cuenta para nosotros y logren que le parezcamos más deseable.

En el proceso de seducción se alían las actitudes mentales, las actitudes corporales, los gestos y los olores, pero su eficiencia solo es completa si nuestros interlocutores no han levantado barreras mentales entre ellos y nosotros. A continuación veremos qué tipo de barreras existen para evitar que las levanten ante nosotros.

 

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1. Además del inconsciente definido por Freud, los especialistas hablan actualmente de un inconsciente cognitivo e incluso de un inconsciente afectivo, cuyos procedimientos de tratamiento de la información son reconocidos de forma cerebral. El campo de la investigación se extiende aún más teniendo en cuenta que estas tres formas de inconsciente coexisten en nuestras estructuras cerebrales. Para tener una idea de los test en los que nace la noción de inconsciente afectivo, véase: Robert Zajonc, «Feeling and Thinking: Preferences Need to Inferences», American Psychologist, número 35, 1980, pp. 117-123.

2. Gilles Kirouac y F. Y. Doré, «Judgement of Facial Expressions of Emotion as a Function of Exposure Time», Perceptual and Motor Skills, número 57, 1984, pp. 683-686.

3. U. Dimberg, «Facial Electromyography and Emotional Reactions», Psychophysiology, número 27, 1990, pp. 481-494.

4. Giacomo Rizzollatti, Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese, «Neurophysiological Mechanisms Underlying the Understanding and Imitation of Action», Nature Reviews Neuroscience, número 2, 2001, pp. 661-670.

5. Los «micromovimientos» constituyen un concepto importante en el centro de nuestro trabajo. La sinergología es un método de comunicación que toma como objeto central de observación los micromovimientos de la cara y el cuerpo. El repertorio de todos estos micromovimientos fue establecido tras varios miles de horas de análisis de grabaciones en vídeo. Gracias a un protocolo normativo, se ha podido interrogar a 752 personas de ambos sexos, de edades comprendidas entre 15 y 60 años, de medios sociales diversos y de culturas distintas. Todas estas personas tenían que contestar a la misma pregunta: «¿Qué espera usted de la vida?». La identificación de sus micromovimientos durante la grabación en cintas de vídeo se efectuó con la ayuda de técnicas de muestreo de pensamiento o de interrupción de tarea. Un gran número de observaciones están reflejadas en la obra de Philippe Turchet titulada La Sinergologie, publicada por Éditions de l’Homme en el año 2000.

6. Véase: Ellen Sullins, «Personality and Social Psychology», Bulletin, abril de 1991. Citado por Daniel Goleman en su obra, L’intelligence émotionnelle 1 (Robert Laffont, 1997, 481 páginas).

7. John Cacioppo también comparte esta opinión. Véase: J. T. Cacioppo, R. E. Petty y L. G. Tassinary, «Social Psychophysiology: A New Look», Advances in Experimental Social Psychology, número 22, pp. 39-91.

8. Véase: P. Ekman y W. J. Friesen, Unmasking the Face, Englewood Cliffs, Prentice - Hall, 1975.

9. Gilles Kirouac y F. Y. Doré, «Judgement of Facial Expressions of Emotion as a Function of Exposure Time», Perceptual and Motor Skills, número 57, 1984, pp. 683-686.

10. Véase S. T. Murphy y R. B. Zajonc, «Affect, Cognition and Awareness: Affecting Priming with Optimal and Suboptimal Stimulus Exposures», Journal of Personality and Social Psychology, número 64, pp. 723-739.

11. Véase: Irenaüss Eibl Eibesfeldt, Ethology: The Biology of Behaviour, segunda edición, Nueva York, Holt, Rinehart y Winston, 1975.

12. Véase: Anne de Marnhac, Séducteurs et séductrices, Ed. De la Martinière, 2002, 202 pp.

13. Véase: Giacomo Casanova, Histoire de ma vie, París, Robert Laffont, 1993, 332 pp. (Col. Bouquins).

14. Anne de Marnhac, op. cit., p. 174.

15. Daniel Stern, The Interpersonal Word of the Infant, Nueva York, Basic Book, 1987.

16. Diane Ackerman cita este experimento en A Natural History of the Senses, Random House, 1990.

17. Antonio Damasio habla a este respecto de la imagen de recuerdo. Véase: Antonio R. Damasio, L’erreur de Descartes, París, Odile Jacob, 1995, 396 pp.

18. Lo que describió el entomólogo Jean Henri Fabre en el siglo xix.

19. Véase al respecto el libro de Bernard Werber titulado Les Fourmis (Albin Michel, 1991), en el que puso muy bien de relieve esta realidad.

20. Annick le Guérec, Le pouvoir de l’odeur, Odile Jacob, 1998, 329 pp.

21. Véase: David Berliner, «Steroidal Substances Active in the Human Vomeronasal Organ Affect Hypothalamic Function», Journal of Steroid Biochemistry and Molecular Biology, vol. 58, número 1, 1996.