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POR OTRA FORMA DE LEER LOS PROCESOS DE SEDUCCIÓN

COMUNICACIÓN Y SEDUCCIÓN, O LA HISTORIA DE UN AMOR IMPOSIBLE

Seducción. Detrás de esta palabra femenina, que tiene un gancho evidente, se esconden de forma más seria los códigos de la excelencia en la comunicación. Si se piensa bien, ¿quiénes son los hombres y las mujeres más seductores? ¿Acaso no serían sencillamente comunicadores buenos, excelentes? Transmiten tan bien su mensaje que, de repente, ya no es el mensaje lo que nos interesa, ¡sino ellos! En lugar de decir de un hombre o de una mujer que son seductores, nos resulta más fácil decir que tienen carisma. Sin embargo, no es nuestra forma de ver las cosas y no cuenten con nosotros para que opongamos aquí la visión propia y moral de la comunicación al proceso desviado de la seducción. Los dos fenómenos son hermanos siameses. La comunicación y la seducción constituyen dos realidades indisociables que, en consecuencia, nunca se considerarán la una sin la otra. Veamos primero cómo son estos hombres y mujeres seductores.

EL DESPRECIO NOS IMPIDE COMPRENDER QUÉ ES LA SEDUCCIÓN

La historia no carece ni de personas seductoras ni de procesos de seducción descritos minuciosamente. Hemos enumerado algunos grandes nombres que tienen un punto en común (dejamos que el lector adivine cuál): Salomé, Romeo, la marquesa de Merteuil, Tristán, Eloísa, Isolda, Paul, Virginie, Abelardo, Don Juan, Julieta, Valmont, Julien Sorel, Roxane, Lovelace, Nana, Des Grieux, Carmen, Solal, Messaline, Rastignac, Lolita, Dorian Gray y Sherezade.

Todos son heroínas y héroes de la literatura, es decir, ¡hombres y mujeres que no han existido! Personajes nacidos de la imaginación fértil de escritores que nos hacen soñar. ¿Qué nos permiten comprender del proceso de seducción? ¿Qué nos permiten aprender de la existencia y la fugacidad de una emoción amorosa? Y, ¿qué podemos esperar de procesos irreales, de procesos narrativos? Nunca lo esencial, es decir, nada o, como mínimo, no demasiado.

Casanova, Liane de Pougy, Rétif de la Bretonne, Oscar Wilde, Crébillon, la marquesa de Pompadour, Lord Byron, Montherland, Kierkegaard, Henry Miller... estos seductores han existido realmente. En consecuencia, nos facilitan una idea más precisa de los mecanismos de la seducción porque han escrito sobre ellos, eligiendo poner en palabras lo que sentían.

Teniendo en cuenta que disponemos de palabras para seducir, midamos su impacto en la comunicación. Determinados estudiosos de universidades norteamericanas y europeas han trabajado específicamente sobre el contenido de los mensajes que transmitimos y son unánimes: las palabras solo ocupan un lugar menor en la comunicación.

En un estudio,1 el estadounidense Albert Mehrabian muestra que el contenido de las palabras solo representa el 7 por ciento de nuestros mensajes. Además de las palabras, el 38 por ciento de la comunicación se imputa a la expresión vocal (tono, timbre, entonación de la voz) y el 55 por ciento a la expresión no verbal. Por otra parte, Robert Rosenthal demuestra, gracias a un test serio, que las palabras representan menos del 10 por ciento de la comunicación.2 Otros expertos revelan que, en caso de contradicción entre las palabras y los gestos, siempre optamos por fiarnos principalmente de los gestos.3 Además, nuestras comunicaciones habladas, encadenadas unas a otras, no representan apenas más de doce minutos en un día, un enunciado estándar solo dura, de media, dos segundos y medio.4 Algunos autores afirman incluso que las palabras son incapaces de explicar nuestras emociones5 más elaboradas. Al confiar demasiado en nuestro lenguaje verbal, prescindimos, sin saberlo, de los recursos más bellos de los que disponemos para comunicarnos.

Si las palabras no son nuestras bazas principales, entonces, ¿en qué consisten las famosas estrategias de seducción? ¿Qué es lo que hace que un hombre o una mujer sean seductores? Analicemos, por ejemplo, el mito de Marilyn Monroe, que es un mito sin lugar a dudas. ¿Nos podemos creer seriamente que si Marilyn tuvo tanto éxito fue porque era más inteligente que las mujeres que la rodeaban? Los biógrafos son claros: no. ¿Podemos pensar que era porque era más guapa? Tampoco. Al principio de los años sesenta, Hollywood era un hormiguero de starlettes muy bellas. Sin embargo, solo hubo una Marilyn.

Analicemos ahora las estrellas masculinas: James Dean, Marlon Brando, Robert Redford o, más próximos a nosotros, Richard Gere, Tom Cruise y Brad Pitt. ¿Por qué estos hombres consiguen estar tan bien en una pantalla? América, igual que el resto de los continentes, rebosa de talentos, sin embargo, son esos hombres y no otros los que han ocupado u ocupan todavía la parte principal del escenario. No es fruto del azar. Es cierto que el medio cinematográfico los ha puesto de relieve, cuando podrían haber pasado desapercibidos, pero ese es otro debate. Lo importante es que al principio, el día de su primer casting, cuando eran perfectos desconocidos, fueron ellos los elegidos entre el gran número de candidatos. Tenían algo, y es este «algo» lo que vamos a abordar, este algo que no es realmente ni belleza ni inteligencia, sino el poder de seducción.

En nuestra calle, o en nuestro entorno, hay personas anónimas que también tienen ese «algo». Son desconocidas para los medios de comunicación, pero ganan todas las votaciones estén donde estén. Vemos a esas personas antes que a las demás. Son personas seductoras, pero nunca han prestado atención a este hecho. Para ellas no es eso lo importante. Lo que transmiten los hombres y las mujeres seductores, tanto si son célebres como desconocidos, son códigos de humanidad, lo que son vibra y resuena en nosotros, lo que son «nos llega». La seducción se resume de alguna forma en esos códigos de humanidad, y este libro tiene la misión de descubrirlos.

LAS IDEAS RECIBIDAS LIMITAN NUESTRO CONOCIMIENTO SOBRE LA SEDUCCIÓN

A raíz de determinados debates y emisiones de radio o televisión, me he dado cuenta de una cosa: independientemente del público y del país, cuando se trata de seducción, siempre aparecen constantemente tres cuestiones. Son tres preguntas, siempre las mismas, que revelan tres ideas recibidas:

1. La seducción es algo demasiado vago para ser un tema realmente científico.

2. Los modos de seducción varían de una cultura a otra.

3. ¡La seducción es mucho más fácil cuando se es guapo!

Examinemos cada una de estas ideas percibidas.

La seducción es algo demasiado vago para ser un tema realmente científico

Antes de que fuera posible hacer grabaciones en cintas de vídeo para estudiar mejor la comunicación, este argumento era completamente admisible. Se podía decir prácticamente cualquier cosa sobre la seducción, porque no se podía controlar nada de verdad. Sin embargo, en la actualidad, esto ya no es así. Tras leer seriamente esta obra, usted podrá encontrar los códigos de los que hablaremos simplemente viendo la televisión. Si dispone de un aparato de vídeo, podrá pulsar el botón de parada de imagen para ver con sus propios ojos lo que vamos a descubrir juntos. Podrá descodificar en tiempo real los procesos de seducción, captar los códigos inconscientes sin confundirse.

Los modos de seducción varían de una cultura a otra

Es evidente que no se seduce de la misma forma en todas las culturas. Sin embargo, no examinaremos esta cuestión porque las diferencias culturales solo aparecen superficialmente en el proceso de seducción. De hecho, a un nivel más sutil y más profundo, la forma en la que las emociones se expresan en la cara y el cuerpo es universal. Solo existe una raza humana en la tierra. En cualquier lugar en el que los hombres y las mujeres se encuentran y se comunican, sus emociones se traducen en su cara y en su cuerpo de acuerdo con los mismos principios neurofisiológicos. Las emociones activan las mismas zonas del cerebro y las mismas reacciones, independientemente del lugar del planeta en el que sean observadas. Darwin estableció esta hipótesis en 18726 y se ha verificado y confirmado ampliamente en todos los continentes.7 Las emociones primarias expresadas por la cara son innatas y las reconocen todos los pueblos, sea cual sea su cultura. Por ejemplo, los asiáticos tienen formas de párpados distintas a las de los europeos, a los habitantes del continente americano, a los africanos o incluso a los nativos de Oceanía, sin embargo, cuando sus párpados se abren por el efecto de las emociones positivas, se produce el mismo fenómeno que en todos los demás lugares. Los japoneses hacen menos gestos que los americanos, pero en la cara y en el cuerpo de todos se observan los mismos movimientos, muy ligeros, que denominamos micromovimientos. Los gestos inconscientes de los africanos tienen exactamente el mismo significado que los de los habitantes de Oceanía, los occidentales o los humanos que viven en los lugares más remotos. Las características comunes de todos los habitantes del planeta han sido objeto de tantos debates que han tenido que sacarse a la luz muy seriamente para ser reconocidas. En definitiva, en cualquier lugar de la Tierra al que vayan, cuando los hombres y las mujeres se miran, no se envían solamente palabras, sino también una quincena de señales inmediatamente identificables para la persona que haya aprendido a leerlas. Y cuando esas señales son señales de abertura y convergencia entre los interlocutores, funcionan como códigos inconscientes de la seducción y, además, en el mundo entero.

¡La seducción es mucho más fácil cuando se es guapo!

Más adelante estudiaremos los criterios propios de la belleza. Sin embargo, precisemos de entrada que si asociamos belleza y poder de seducción, mezclaríamos dos cosas que no debemos mezclar. Para no cometer este error, volvamos a nuestro pasado e intentemos acordarnos de los encuentros que más nos impresionaron. Frente a aquellas personas tan bellas, ¿no nos ha ocurrido a menudo que, una vez pasado el deslumbramiento del primer contacto, nos damos cuenta de que el encuentro no activaba en nosotros ninguna necesidad de acercamiento, ningún deseo de conocerse mejor, ningunas ganas de comunicarse más? La sola belleza nos deja fríos. Algunas personas son bellas, pero no tienen un verdadero poder de seducción. En cambio, otras, sin ser bellas tienen algo, duende, atractivo, encanto... Estos hombres y estas mujeres no han atraído obligatoriamente nuestra mirada. No nos hemos fijado forzosamente en ellos, quizá incluso nos hayan dejado indiferentes si no han establecido comunicación con nosotros. En cambio, a partir del momento en el que los conocemos, muy pronto, nos gustan y nos dan ganas de acercarnos a ellos. Su poder de seducción ha despertado un deseo de proximidad. ¡Qué se puede decir de la belleza de hombres como Serge Gainsbourg o Woody Allen!... En el punto álgido de su gloria, Robert Redford dijo un día en una entrevista: «Cuando no era conocido, nadie me decía que era guapo».8 Cuando Sofía Loren se casó con Carlo Ponti era, si me lo permiten, divinamente bella. En cambio, su marido era bajito y calvo. Sin embargo, a ojos de su mujer, era verdaderamente el hombre más guapo que existía. Cuando nos remontamos un poco en la historia de las mujeres más seductoras, George Sand, que tuvo como pretendientes encendidos a Musset y Chopin, era una mujer con un físico muy corriente. Lou Andréa Salomé, la amante del poeta romántico y ya célebre Rainer Maria Rilke, amada por Nietzsche y cortejada de lejos por Freud, no era lo que se dice una mujer bella.9 Si nos fijamos bien, muchas mujeres con un físico del montón tienen un poder de seducción muy fuerte. Y es precisamente este poder enorme lo que hace que su físico acabe por resultarnos atractivo. Dejo a los lectores la tarea de encontrar ejemplos de esta clase de mujeres ya que, por una cortesía elemental, no querría destacar la fealdad seductora que tienen.

Evidentemente, sería falso decir que, de entrada, prestamos tanta atención a un hombre feo como a uno guapo, o tanta a una mujer fea como a una guapa. Sin embargo, debemos reconocer que el hombre y la mujer seductores no siempre son guapos. La seducción se sitúa en un nivel más sutil. Se basa en características muy precisas que hacen olvidar el aspecto físico, la imperfección de los rasgos.

Los hombres y las mujeres seductores no tienen un físico concreto. En cambio, todos saben inspirar el deseo de ir más lejos cuando se les conoce. De una forma muy hábil y muy inconsciente también, envían a sus interlocutores pequeñas señales que adoptan la forma de micromovimientos casi imperceptibles. Son las señales que despiertan en los demás el deseo de adentrarse más en su territorio.

Para leer y desvelar los estímulos que la cara y el cuerpo dirigen a la cara y el cuerpo del otro en cada micromovimiento, hemos decidido trabajar con una pareja de modelos informáticos, Siner y Sina.

Illustration

En las páginas siguientes se ilustrará cada actitud con cualquiera de los modelos indiferentemente. En los casos en los que, por razones fisiológicas, los gestos sean predominantemente masculinos o femeninos, lo especificaremos.

Como el terreno ahora está desbrozado, ha llegado el momento de buscar en el mapa de la cara y del cuerpo la vía sinuosa que dibuja la seducción.

 

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1. En 1972, Albert Mehrabian fue el primero que plasmó en cifras la parte del lenguaje no verbal, en relación con la parte de las palabras, en la comunicación. Sus cifras todavía sirven de referencia en la comunidad científica. Véase: Albert Mehrabian, Nonverbal Communication, Chicago, Aldine-Atherton, 1972.

2. El test en cuestión permitió comprender y medir hasta qué punto la inteligencia sensible entre individuos pasa por procesos inconscientes en los que las palabras solo ocupan un lugar menor. Véase: Robert Rosenthal, «The PONS Test: Measuring Sensitivity to Nonverbal Cues», en Advances in Psychology Assessment, de P. MacReynolds, San Francisco, Jossey-Bass, 1977.

3. Véase: Paul Ekman y W. Friesen, «Nonverbal Leakage and Cues to Deception», Psychiatry, número 32, 1969, pp. 88-105.

4. Sin duda, Ray Birdwhistell fue uno de los primeros que trabajó el lenguaje no verbal. En los años cincuenta creó la kinésica. El término nonverbal (en una sola palabra) apareció en 1956 en Estados Unidos y fue elaborado por Ruech y Kess. Véase: Ray Birdwhistell, Kinesics and Context: Essays on Body Notion Communication, 1970.

5. Robert Zajonc, «On the Primacy of Affect», American Psychologist, número 39, 1982, pp. 117-123.

6. Charles Darwin, The Expression of the Emotions in Man and Animals, Londres, John Murray, 1872

7. Sobre todo por Paul Ekman que, gracias a sus test sobre el reconocimiento de las emociones, es realmente el investigador estadounidense con más autoridad en la materia. Entre los artículos pertinentes, sobre todo en 1977, citamos: «Biological and Cultural Contributions to Body and Facial Movement» en The Anthropology of the Body, publicado bajo la dirección de J. Blacking, Londres, Academic Press, pp. 34-84. De los grandes nombres en Europa mencionamos a Klaus Scherer, que trabajó en el reconocimiento de las emociones estudiando seres humanos originarios de 37 países diferentes. Véase: K. R. Scherer y H. G. Wallbott, «Evidence for Universality and Cultural Variation of Differential Emotion Response Patterning», Journal of Personality and Social Psychology, número 66, 1994, pp. 310-328.

8. Entrevista aparecida en Ciné première, número 2, 1981.

9. Eso pensaba particularmente Françoise Giroud, autor de una de las biografías de Lou Andréa Salomé: Lou (obra publicada por Robert Laffont en 2002).