Capítulo 3
Era demasiado temprano para aquella mierda.
De pie detrás de Megan, esperaba poder fusionarme con la pared y ser olvidada. Entonces, podría tumbarme y echarme una siesta. Sebastian se había quedado hasta las tres de la mañana, y estaba demasiado cansada para hacer algo remotamente físico.
El entrenador Rogers, también conocido como el sargento Rogers o el teniente idiota, se cruzó de brazos. Su cara mostraba un ceño permanente. Jamás lo había visto sonreír. Ni siquiera cuando habíamos llegado al campeonato el año anterior.
También era el entrenador del Cuerpo de Entrenamiento de los Reservistas, por lo que nos trataba como si estuviéramos en un campamento militar. Ese día no iba a ser diferente.
—Hasta las gradas —ordenó—. Diez rondas.
Suspirando, extendí la mano y tiré de mi coleta, apretándola mientras Megan se giraba de un salto para mirarme.
—Quien termine última tiene que comprar a la otra un batido después del entrenamiento.
Las comisuras de mis labios se deslizaron hacia abajo.
—No es justo. Vas a terminar primera.
—Lo sé. —Se rio mientras corría hacia las gradas del interior del gimnasio.
Bajé la mano, tiré de mis pantalones cortos negros para entrenar y luego me resigné a la muerte por grada.
El equipo llegó a los asientos metálicos. El calzado golpeaba el suelo a medida que subíamos. En la fila superior, golpeé la pared como se esperaba que hiciera. Si no lo hacíamos, empezaríamos de nuevo. Volví a bajar, con la mirada centrada en las filas que tenía delante mientras mis rodillas y brazos me impulsaban. Para cuando llegó la quinta ronda, me ardían los músculos de las piernas y los pulmones.
Casi muero.
Más de una vez.
Al acabar, sentía las piernas como gelatina mientras me unía a Megan en la cancha.
—Quiero un batido de plátano y fresa —dijo ella con la cara sonrosada—. Gracias.
—Cállate —murmuré sin aliento mientras miraba hacia las gradas. Al menos no era la última. Me volví hacia ella—. Voy a comprar algo en el McDonald’s.
Megan resopló mientras se colocaba bien los pantalones cortos.
—Por supuesto que sí.
—Al menos como huevos —razoné. Probablemente tendría las piernas y el estómago mucho más tonificados si me tomara ese batido en vez del McMuffin de Huevo y las patatas con cebolla a los que tenía pensado hacer cosas muy, muy malas.
Megan arrugó la nariz.
—No creo que ese tipo de huevo cuente.
—Incluso decir eso es sacrílego.
—No creo que sepas lo que significa esa palabra —respondió.
—No creo que sepas cuándo callarte.
Echando la cabeza hacia atrás, Megan se rio. A veces me preguntaba cómo nos habíamos hecho tan buenas amigas. Éramos polos opuestos. Ella no leía a menos que fueran consejos para seducir de la revista Cosmopolitan o los horóscopos semanales de otras revistas que su madre tenía en casa. Yo, por supuesto, leía todos los libros que caían en mis manos. Yo iba a solicitar ayuda financiera, y ella tenía un fondo para la universidad. Megan comía comida del McDonald’s solo si había estado bebiendo, lo cual no era frecuente, y yo comía tanto McDonald’s que me tuteaba con la señora que trabajaba en la ventanilla por la mañana.
Se llamaba Linda.
Megan era más extrovertida que yo, estaba más dispuesta a probar cosas nuevas, mientras que yo siempre sopesaba los pros y los contras antes de hacer algo, y encontraba más de los últimos que de los primeros a casi cualquier actividad. Megan aparentaba menos de diecisiete años, y a menudo actuaba como una gatita hiperactiva escalando las cortinas. Era sumamente ridícula la mitad del tiempo. Pero esa apariencia de despiste solo era la superficie. Era una genio en matemáticas sin siquiera intentarlo. Por fuera, parecía no tomarse nada en serio, pero era tan brillante como ocurrente.
Ambas planeábamos, o esperábamos, entrar en la Universidad de Virginia, rezábamos para que nos alojaran juntas en la misma residencia y nos esforzábamos para hacérselo pasar mal a Dary, con amor, todos los días de nuestras vidas.
Decidí que pediría dos de patatas y me las comería en su cara, y la adelanté mientras nos acercábamos a donde nos esperaba el entrenador.
El entrenamiento había sido extenuante.
Como era pretemporada y viernes, todo era calistenia. Ejercicios de piernas. Sentadillas. Sprints suicidas. Saltos. Nada me hacía sentir menos en forma que ese tipo de entrenamientos. Para cuando terminamos iba arrastrando el trasero, y sudaba por sitios en los que ni siquiera quería pensar.
—Las de último año, necesito que os quedéis unos minutos —dijo el entrenador Rogers—. Todas las demás podéis iros.
Megan me lanzó una mirada mientras nos poníamos en pie. Me dolía un poco el estómago por los abdominales, así que me concentré en no inclinarme y llorar como un bebé al que le están saliendo los dientes.
—Nuestro primer partido es dentro de un par de semanas, al igual que nuestro primer torneo, pero quiero asegurarme de que tengáis en cuenta lo importante que es esta temporada. —El entrenador se colocó bien la gorra, enderezando la visera—. Este no es solo el último año. Es cuando los reclutadores vendrán a los torneos. Muchas de las universidades de Virginia y de los estados vecinos están buscando jugadores de primer año.
Apretando los labios, crucé ligeramente los brazos. Una beca de vóleibol estaría genial. Quería una. Iba a por ella, pero había mejores jugadoras en el equipo, incluida Megan.
Las probabilidades de que ambas acabáramos en la Universidad de Virginia eran escasas.
—Tengo que hacer hincapié en recordaros lo importante que es vuestro rendimiento esta temporada. —Comenzó el discurso del entrenador. Su oscura mirada se demoró sobre mí de una manera que me hizo sentir que había notado lo malos que habían sido mis sprints—. No habrá más ocasiones. No habrá una segunda oportunidad para impresionar a los ojeadores. No habrá un próximo año —concluyó el entrenador.
La mirada de Megan se encontró con la mía y sus cejas se alzaron un par de centímetros. Había sido un poquito dramático.
El entrenador siguió y siguió, hablando sobre las buenas decisiones en la vida o algo así, y luego acabó. Cuando pudimos retirarnos, nuestro grupo se dirigió hacia las bolsas de gimnasia color borgoña y blanco que quedaban.
Megan me golpeó el hombro con el suyo mientras agarraba su botella de agua de la parte de arriba de su mochila.
—Hoy lo has hecho fatal.
—Gracias —respondí mientras que me secaba el sudor de la frente con el dorso de la mano—. Me siento mucho mejor después de oír eso.
Ella sonrió con la boca alrededor de la botella, pero antes de que pudiera responder, el entrenador gritó mi apellido.
—Oh, mierda —susurró Megan abriendo mucho los ojos.
Me tragué un gruñido, giré y corrí hacia donde él estaba de pie, cerca de la red ante la que muchas veces teníamos que saltar repetidamente. Que el entrenador te llamara por el apellido se parecía mucho a cuando tu madre usa tu nombre completo.
La barba cuidadosamente recortada del entrenador Rogers era entrecana, pero el hombre estaba en forma y era bastante intimidante. Podría correr por esas gradas en la mitad de tiempo que Megan, y en aquel momento parecía que quería mandarme a hacer otras diez rondas. Si era eso, QEPD Lena.
—Te he estado observando hoy —dijo.
Oh, no.
—No parecía que tuvieras la cabeza en el entrenamiento. —Se cruzó de brazos y supe lo que me esperaba—. ¿Sigues trabajando en el restaurante de Joanna?
Tensa porque ya habíamos mantenido esa conversación antes, asentí.
—Anoche cerré yo.
—Bueno, eso explica muchas cosas. Sabes lo que pienso de que trabajes cuando tienes entrenamiento —dijo.
Sí, lo sabía. El entrenador Rogers creía que nadie que practicara deporte debería trabajar, porque el trabajo era una distracción.
—Es solo durante el verano. —Eso era más bien una mentira, porque tenía pensado trabajar los fines de semana durante el curso escolar. Necesitaba mantener mi fondo para el McDonald’s bien provisto, pero él no tenía por qué saber nada de eso—. Lamento lo del entrenamiento. Estoy un poco cansada…
—Muy cansada, por lo que parece —me interrumpió con un suspiro—. Te estabas forzando en cada ronda.
Supongo que no iba a reconocerme ningún mérito por ese esfuerzo.
Levantó la barbilla y me miró por encima de su nariz. El entrenador era una bestia durante los entrenamientos y los partidos, pero la mayoría de los días me gustaba. Se preocupaba por sus jugadores. Se preocupaba de verdad. El año pasado organizó una recaudación de fondos para un estudiante cuya familia lo había perdido todo al incendiarse su casa. Sabía que estaba en contra de la crueldad hacia los animales, porque lo había visto llevar camisetas de la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad. Pero en ese momento, en ese preciso instante, el hombre no me gustaba en absoluto.
—Mira —continuó—, sé que vais apuradas en casa, especialmente por lo de tu padre… Bueno, por todo.
Apreté los dientes hasta que me dolió la mandíbula y mantuve una expresión neutra. Todos sabían lo de mi padre. Era un asco vivir en una ciudad pequeña.
—Y a ti y a tu madre os vendría bien el dinero extra, eso lo entiendo, pero la verdad es que necesitas ver la situación desde una perspectiva general. Tómate los entrenamientos más en serio, dedícales más tiempo y podrás mejorar tu juego este año. Puede que llames la atención de un reclutador —dijo—. De ese modo obtendrías una beca. Más ayuda. Tienes que concentrarte en eso: tu futuro.
A pesar de que sabía que tenía buenas intenciones, quise decirle que mi madre, mi futuro y yo no éramos asunto suyo. Pero no lo dije. Simplemente cambié el peso de un pie a otro y me imaginé las grasientas patatas de cebolla.
Madre mía, tenía intención de ahogar a esas pequeñas en kétchup.
—Tienes talento.
Parpadeé.
—¿De verdad?
Su expresión se suavizó un poco cuando me puso la mano en el hombro.
—Creo que tienes posibilidades de conseguir una beca. —Apretó suavemente—. Simplemente no pierdas de vista el mañana. Esfuérzate y nada se interpondrá en tu camino. ¿Lo entiendes?
—Sí. —Miré hacia donde Megan esperaba—. Una beca sería… Ayudaría mucho.
Muchísimo.
Estaría bien no pasar una década o más después de la universidad trabajando para salir del infierno de los préstamos universitarios de los que ya me habían advertido.
—Entonces, haz que suceda, Lena. —El entrenador Rogers dejó caer la mano—. Eres la única que se interpone en tu camino.
—Me da igual lo que digas, ¡Chloe era la mejor bailarina! —chilló Megan, sentada al borde de mi cama. Yo esperaba que su pelo se levantara y se transformara en serpientes en cualquier momento, para arrancarle los ojos a todo aquel que no estuviera de acuerdo con ella.
Bueno, puede que estuviera leyendo demasiada fantasía últimamente.
—¡No podemos ser amigas si no estás de acuerdo, en serio! —añadió con vehemencia.
—No es cuestión de quién es mejor bailarina, pero personalmente creo que te estás dejando llevar por lo de «las rubias deben permanecer unidas». —Abbi estaba tumbada sobre el estómago encima de mi cama. Su melena era un desastre de rizos apretados y oscuros—. Y sinceramente, soy del equipo Nia.
Megan frunció el ceño a la vez que levantaba las manos.
—Lo que tú digas.
Mi móvil, encima del escritorio, sonó, y cuando vi quién era mandé la llamada al contestador sin pensármelo dos veces.
Hoy no, Satanás.
—La verdad es que creo que deberíais dejar de ver las repeticiones de Dance Moms. —Me volví hacia el armario y reinicié la búsqueda de un par de pantalones cortos que ponerme durante mi turno. Sofocando un bostezo, deseé tener tiempo para echarme una siesta, pero Megan había venido después del entrenamiento y solo tenía una hora antes de ir a trabajar.
—Pareces destrozada de la cabeza a los pies —comentó Abbi, y tardé un momento en darme cuenta de que hablaba de mí—. ¿No dormiste anoche?
—Guau. Gracias —respondí, frunciendo el ceño—. Sebastian llegó a casa anoche, así que se pasó por aquí y se quedó un rato —expliqué.
—Ooh, Sebastian —arrulló Megan aplaudiendo—. ¿Te tuvo despierta toda la noche? Porque, si es así, voy a estar molesta por el hecho de que no lo hayas mencionado antes. También voy a querer los detalles. Todos los detalles sucios y jugosos.
Abbi resopló.
—Dudo seriamente de que haya detalles jugosos o sucios.
—No sé si debería ofenderme o no por esa afirmación —dije.
—Es solo que no creo que vaya a pasar —respondió Abbi con un encogimiento de hombros.
—No sé cómo pasas tanto tiempo con él y no quieres saltarle encima como un puma rabioso en celo —reflexionó Megan—. Yo no podría controlarme.
Eché la cabeza hacia atrás.
—Guau. —Mis amigas eran un poco raras. Sobre todo, Megan—. ¿Tú no habías vuelto con Phillip?
—¿Supongo? No es seguro. Lo estamos hablando. —Soltó una risita—. Aunque volviese a estar con él no significa que no pueda apreciar ese pedazo de ejemplar masculino que es tu vecino.
—Adelante —murmuré.
—¿Te has dado cuenta de que la gente que está buena acaba juntándose? Como todos los amigos de Sebastian: Keith, Cody, Phillip. Todos están como un tren. Lo mismo pasa con Skylar y sus amigas. Como si fueran pájaros que migran al sur en invierno —continuó Megan.
Abbi murmuró en voz baja:
—¿Qué mierda?
—De todas maneras, no me avergüenzo de mis no demasiado amigables inclinaciones hacia Sebastian. Todo el mundo está colado por él —dijo Megan—. Yo estoy colada por él. Abbi está colada por él…
—¿Qué? —gritó Abbi—. No estoy colada por él.
—Ah, lo siento. A ti te va más Keith. Fallo mío.
Giré la mitad del cuerpo para ver la reacción de Abbi, y no me decepcionó.
Ella se incorporó sobre los codos y giró la cabeza hacia Megan. Si las miradas pudieran matar, toda la familia de Megan moriría en este momento.
—En serio, puede que te pegue, y dado que pesas, no lo sé, unos treinta y siete kilos mojada y te saco como unos cuarenta y cinco centímetros, voy a romperte como a un KitKat.
Sonreí mientras me volvía hacia mi armario y me dejaba caer sobre las rodillas para hurgar entre la pila de libros y pantalones vaqueros al fondo del estrecho espacio.
—Keith es guapo, Abbi.
—Sí, está bien, pero también es «la moto del instituto» y todo el mundo se ha montado en él —comentó.
—Yo no —dijo Megan.
—Yo tampoco. —Encontré los pantalones cortos, los recogí del suelo y me incorporé—. Keith ha estado intentando llamar tu atención desde que te salieron pechos.
—Que fue como en quinto curso. —Megan rio cuando Abbi le lanzó mi pobre almohada—. ¿Qué? Es la verdad.
Abbi negó con la cabeza.
—Estáis todas locas. No creo que a Keith le gusten las chicas más oscuras que vuestros culos blancos.
Resoplé mientras me dejaba caer en la silla de mi escritorio. El respaldo chocó contra el borde del escritorio, lo cual hizo que la pila de libros se bamboleara.
—Estoy bastante segura de que Keith se interesa por chicas de todos los tonos de piel, formas y tamaños, y por algunas más —le dije mientras me agachaba y recogía los bolígrafos y plumones que se habían caído del escritorio.
Abbi resopló.
—Da lo mismo. No estamos hablando de mi inexistente atracción por Keith.
Me giré hacia Abbi.
—¿Sabéis que Skylar se pasó anoche por el restaurante y me preguntó si Sebastian sabía que estoy enamorada de él? —Forcé una risa despreocupada—. Qué locura, ¿verdad?
Los ojos azules de Megan se abrieron hasta tener el tamaño de un planeta. No Plutón… más bien Júpiter.
—¿Qué?
Abbi también estaba atenta.
—Detalles, Lena.
Les conté lo que Skylar me había dicho la noche anterior.
—Fue todo muy raro.
—Bueno, es obvio que quiere volver con él. —Abbi parecía pensativa—. Pero ¿por qué te preguntaría eso? Incluso si fuera cierto, ¿por qué ibas a admitírselo a ella, su exnovia?
—¿Verdad? Antes estaba pensando lo mismo. —Di una vuelta lenta con la silla—. Nos hemos visto mucho porque estuvo saliendo con Sebastian, pero no es que seamos amigas. No le confesaría mis secretos más íntimos.
Abbi inclinó la cabeza hacia un lado, tenía aspecto de querer decir algo, pero permaneció en silencio.
—¡Ah! Casi lo olvido —exclamó Megan mientras ponía los pies en el suelo y pasaba claramente al siguiente tema. El rosa coloreaba su rostro en forma de corazón—. He oído que Cody y Jessica están saliendo de nuevo.
—No me sorprende. —Cody Reece era el pasador estrella. Sebastian era el corredor estrella. Era una amistad forjada en el mismísimo cielo del fútbol americano. Y Jessica era, bueno… No era especialmente la persona más simpática que conocía.
—¿No intentó Cody liarse contigo en la fiesta que dio Keith en julio? —preguntó Abbi, rodando sobre su espalda.
La fulminé con una mirada mortífera y más poderosa que el láser de la Estrella de la Muerte.
—Me había olvidado de eso, así que gracias por volver a sacar el tema.
—De nada —bromeó.
—Me acuerdo de esa fiesta. Cody estaba muy borracho. —Megan empezó a trenzar su pelo, cosa que le encantaba desde que éramos pequeñas—. Probablemente ni siquiera recuerda haber ligado contigo, pero es mejor que Jessica no se entere. Esa chica es territorial. Hará que tu último curso sea un infierno.
Yo no estaba realmente preocupada por Jessica, porque, lógicamente, ¿cómo podía molestarle que Cody ligara conmigo en una fiesta cuando ni siquiera estaban juntos? Eso no tendría ningún sentido.
Megan soltó un improperio y se puso de pie de un salto.
—Se suponía que había quedado con mi madre hace diez minutos. Me lleva de compras para la vuelta al cole, lo que en realidad significa que intentará vestirme como si todavía tuviera cinco años. —Tomó su bolso y luego su bolsa de gimnasia—. Por cierto, es viernes, y no creas que he olvidado mi recordatorio semanal.
Suspiré pesadamente. Allá íbamos…
—Es hora de que consigas un novio. Cualquiera sirve, la verdad, llegados a este punto. Y uno real, además. No uno de algún libro. —Se dirigió a la puerta de la habitación.
Alcé las manos al aire.
—¿Por qué estás tan obsesionada con la idea de que tenga novio?
—¿Por qué estás tan obsesionada conmigo? —imitó Abbi.
La ignoré.
—Recuerdas que tuve uno, ¿verdad?
—Sí. —Levantó la barbilla—. Tuviste. En pasado.
—¡Abbi no tiene novio! —Hice notar.
—No estamos hablando de ella. Pero sé por qué no estás interesada en nadie. —Se tocó con el dedo un lado de la cabeza—. Lo sé.
—Por Dios. —Negué con la cabeza.
—Presta atención a mis palabras. Vive un poco. Si no lo haces, cuando tengas treinta, vivas sola con un montón de gatos y cenes atún, lo lamentarás. Y ni siquiera será atún del bueno. Será el de marca blanca que flota en aceite. Todo porque pasas cada minuto despierta leyendo libros cuando podrías estar por ahí conociendo al futuro padre de tus hijos.
—Eso es pasarse un poco —murmuré mirándola de reojo—. ¿Y qué tiene de malo el atún de marca blanca en aceite? —Miré a Abbi—. Sabe mejor que cuando viene empapado en agua.
—Estoy de acuerdo —contestó ella.
—Y lo cierto es que no estoy interesada en conocer al futuro padre de mis hijos —añadí—. Ni siquiera creo que quiera tener hijos. Tengo diecisiete años. Y los niños me incomodan.
—Me decepcionas —dijo Megan—. Pero soy tan buena amiga que te sigo queriendo.
—¿Que haría yo sin ti? —Di un giro en la silla.
—Serías una zorra cualquiera. —Megan me dedicó una sonrisa descarada.
Me llevé la mano al corazón.
—Ay.
—Tengo que irme. —Agitó la mano—. Luego te escribo.
Después salió de la habitación con un contoneo. Literalmente. Con la cabeza hacia atrás, agitando los brazos y brincando como un caballo de circo.
—Hablando de una cualquiera. —Abbi negó con la cabeza mientras miraba la puerta despejada.
—Nunca entenderé su fascinación por mi soltería. —Miré a Abbi—. En absoluto.
—Cuando se trata de ella, ¿quién sabe? —Abbi hizo una pausa—. Pues… creo que mi madre le pone los cuernos a mi padre.
Me quedé boquiabierta.
—Espera, ¿qué?
Abbi se puso de pie y plantó las manos sobre las caderas.
—Sí. Me has oído bien.
Por un momento no supe qué decir y tardé un par de segundos en hacer que me funcionara la lengua.
—¿Por qué crees eso?
—¿Recuerdas que te conté que ella y mi padre habían estado discutiendo más últimamente? —Se paseó hasta la ventana que daba al patio trasero—. Intentan hacerlo en voz baja, para que mi hermano y yo no los escuchemos, pero son discusiones acaloradas y ahora Kobe está teniendo pesadillas.
El hermano de Abbi tenía solo cinco o seis años. Qué duro.
—Creo que se han estado peleando porque ella trabaja hasta muy tarde en el hospital y, ya sabes, por qué está trabajando hasta tan tarde. Y me refiero a tarde, Lena. Por ejemplo, ¿con qué frecuencia llaman a otras enfermeras para que doblen su turno? ¿Es mi padre tan estúpido? —Le dio la espalda a la ventana, volvió a la cama y se sentó en el borde—. Yo todavía estaba despierta cuando llegó a casa el miércoles, cuatro horas después de que acabara su turno, y estaba hecha un desastre. Tenía el pelo revuelto y traía la ropa arrugada, como si hubiera salido rodando de la cama de alguien y hubiera vuelto a casa.
Se me contrajo el pecho.
—Puede que solo tuviera una noche difícil.
Ella me dirigió una mirada afable.
—Olía a colonia, y no era del tipo que usa mi padre.
—Eso no es… bueno. —Me incliné hacia delante en la silla—. ¿Te dijo algo cuando la viste?
—Verás, ahí está la cosa. Ella parecía sentirse culpable. No me miró a los ojos. Le faltó tiempo para salir de la cocina, y lo primero que hizo cuando subió al piso de arriba fue darse una ducha. Y lo de la ducha podría no ser raro, pero cuando lo juntas todo…
—Mierda. No sé qué decir —admití mientras me retorcía los pantalones cortos con las manos—. ¿Vas a decir algo?
—¿Y qué iba a decir? ¿«Ah, oye, papá, creo que mamá te está engañando, así que a lo mejor quieres investigarlo»? No creo que terminase bien. ¿Y qué pasa si, por ínfima que sea la posibilidad, estoy equivocada?
Me encogí.
—Buen punto.
Se frotó los muslos con las manos.
—No sé qué les ha pasado. Eran felices hasta hace un año y ahora todo se ha ido a la mierda. —Se apartó los rizos de la cara y zarandeó la cabeza—. Solo necesitaba decírselo a alguien.
Me acerque más a ella con la silla.
—Es comprensible.
Una breve sonrisa apareció en su rostro.
—¿Podemos cambiar de tema? La verdad es que no puedo lidiar con esto más de cinco minutos seguidos.
—Claro. —Yo lo entendía más que nadie—. Como tú quieras.
Ella inspiró profundamente y luego pareció sacudirse de encima todos esos pensamientos.
—Así que… Sebastian ha vuelto antes a casa.
Esa no era necesariamente la conversación a la que quería volver, pero si Abbi quería usarme como distracción, podía ser eso para ella. Me encogí de hombros y dejé caer la cabeza hacia atrás en el mismo momento en que mi corazón dio una pequeña sacudida vertiginosa.
—¿Te alegraste de verlo? —preguntó.
—Claro —respondí con mi habitual tono indiferente para cuando hablaba de Sebastian.
—¿Ahora dónde está?
—En el instituto. Tienen un partido amistoso esta noche. No va a jugar, pero probablemente le estén haciendo entrenar.
—¿Trabajas este fin de semana? —me preguntó.
—Sí, pero este será mi último fin de semana durante una temporada, porque empiezan las clases. ¿Por qué? ¿Quieres hacer algo?
—Por supuesto. Es mejor que estar atrapada en casa como niñera y escuchar a mis padres increparse el uno al otro. —Me dio un golpecito en la pierna con la sandalia—. Sabes que odio incluso señalarlo, pero ¿crees que Skylar podría tener razón al preguntar…?
—¿Sobre mí y Sebastian? No. ¿Qué? Es una estupidez.
Una mirada de duda cruzó por su rostro.
—¿No quieres a Sebastian en absoluto?
El corazón me empezó a palpitar en el pecho.
—Por supuesto que lo quiero. Te quiero a ti y también quiero a Dary. Incluso quiero a Megan.
—Pero no querías a Andre…
—No. No lo quería. —Cerrando los ojos, pensé en mi ex a pesar de que en realidad no quería hacerlo. Habíamos salido casi todo el año pasado, y Abbi tenía razón: Andre era increíble y simpático, y me había sentido como una cretina por cortar con él. Pero lo había intentado, lo había intentado de verdad, incluso llevando las cosas al siguiente nivel, el nivel, pero sencillamente mi interés no se centraba en él—. No funcionó.
Ella se quedó callada un momento.
—¿Sabes lo que creo?
Dejé caer los brazos a los lados.
—¿Algo sabio e inteligente?
—Esas dos palabras significan lo mismo, idiota. —Me pegó en la pierna otra vez—. Si no vas a ser sincera contigo misma sobre Sebastian, entonces solicitar plaza en la Universidad de Virginia es una buena idea.
—¿Qué tiene que ver él con la universidad?
Ella ladeó la cabeza.
—¿Estás diciendo que es una coincidencia que la única universidad que no está en su lista sea la única por la que tú estás apostando?
Aquello me aturdió y me dejó en silencio, no estaba segura de qué decir. Abbi nunca antes había insinuado que yo tuviera un interés en Sebastian que fuese más allá de la amistad. Estaba segura de haber mantenido oculto ese embarazoso y ardiente deseo, pero obviamente no lo había hecho tan bien como creía. ¿Primero Skylar, que no me conocía de verdad, y ahora Abbi, que sí me conocía?
—La Universidad de Virginia es un centro impresionante y tiene un departamento de Antropología increíble. —Abrí los ojos y fijé la mirada en el yeso agrietado del techo.
Abbi suavizó la voz.
—No estás… escondiéndote otra vez, ¿no?
La garganta me ardió cuando apreté los labios. Sabía de lo que estaba hablando, y no tenía nada que ver con Sebastian. Tenía todo que ver con la llamada perdida de antes.
—No —le dije—. No lo hago.
Se quedó callada un momento y luego agregó:
—¿De verdad vas a ponerte esos pantalones cortos para trabajar? Con ellos pareces una Daisy Duke barata.
Estoy en casa de Keith. ¿Vas a venir?
El mensaje de Sebastian llegó justo cuando me adentraba en el camino que conducía a mi casa después de mi turno del viernes. Aunque normalmente no dejaba pasar la oportunidad de quedar con Sebastian, me sentía un poco rara después de la conversación con Abbi. Además, estaba agotada, así que me sentía lista para arrastrarme bajo las sábanas y perderme en un libro durante un rato.
Hoy me quedo en casa.
Contesté al mensaje.
Él envió rápidamente el emoji de la caca sonriente.
Sonriendo, respondí con otra caca.
Aparecieron los puntos suspensivos y luego:
¿Estarás despierta más tarde?
Puede que sí.
Salí del coche y me encaminé hacia la puerta principal.
Entonces puede que me pase.
Sentí cómo se me retorcía y se me agitaba el estómago. Sabía lo que eso significaba. A veces, Sebastian se pasaba realmente tarde, por lo general cuando en su casa estaba pasando algo con lo que no quería lidiar… y normalmente ese algo tenía que ver con su padre.
Y sabía, en el fondo lo sabía, que incluso a pesar de todos los años que había estado saliendo con Skylar, nunca había hecho eso con ella. Cuando algo le molestaba, él me buscaba a mí, y sé que eso no debería emocionarme, pero lo hacía. Y guardaba esa información cerca de mi corazón.
Seguí el zumbido de la televisión y atravesé la pequeña entrada repleta de paraguas, calzado de deporte y la mesita donde se amontonaba el correo sin abrir.
El resplandor de la televisión proyectaba una luz suave y parpadeante sobre el sofá. Mi madre estaba acurrucada de lado, con una mano bajo la almohada. Estaba fuera de combate.
Rodeé el sofá de dos plazas, tomé la manta de ganchillo del respaldo y se la eché por encima con cuidado. Al enderezarme, pensé en lo que Abbi me había dicho antes. No tenía ni idea de si su madre estaba engañando a su padre, pero pensé en mi madre y en que ella jamás habría engañado al mío. La mera idea casi me hizo reír, porque lo quería como el mar quiere a la arena. Él había sido su universo, su sol alzándose por la mañana y la luna que dominaba sobre el cielo nocturno. Nos quería a Lori y a mí, pero había querido más a mi padre.
Sin embargo, el amor de mi madre no había sido suficiente. Mi amor y el de mi hermana nunca habían bastado. Al final, mi padre nos había dejado igualmente. A todas nosotras.
Y, que Dios me ayudase, pero yo me parecía mucho a mi padre.
Me parecía a él físicamente, solo que yo era una… versión más corriente. La misma boca. La misma nariz fuerte, que era casi demasiado grande para mi cara. Los mismos ojos color avellana, más marrones que cualquier otro tono interesante. Mi pelo era igual que el suyo, de un castaño que a veces se tornaba rojizo por el sol, y lo llevaba largo, me caía por debajo de los pechos. Mi cuerpo no era ni delgado ni gordo. De alguna manera, estaba atrapada a medio camino. No era ni alta ni baja. Solo era…
Corriente.
Sin embargo, mi madre no lo era. Ella era impresionante, todo pelo rubio y piel perfecta. A pesar de que la vida se había vuelto más difícil en los últimos cinco años, ella había perseverado, y eso la hacía más hermosa. Mi madre era fuerte. Nunca se rendía, pasara lo que pasara, incluso aunque hubiera momentos en los que tenía aspecto de querer dejarlo todo.
Para ella, nuestro amor había sido suficiente para seguir adelante.
Lori se había llevado la parte bendita de nuestra genética y se parecía a mi madre. Era una bomba rubia en su máximo exponente, con un montón de curvas y unos labios carnosos para completar el conjunto.
Pero las similitudes iban más allá de lo físico en lo que se refería a mí.
Yo también era de esas personas que salen corriendo, y no de un modo saludable. Cuando las cosas se ponían muy difíciles, me iba, justo como mi padre. Hacía todo un arte de mirar hacia el mañana en vez de centrarme en el presente.
Pero también era como mi madre. Ella era una persona persistente y tenaz. Siempre corriendo detrás de alguien que ni siquiera se daba cuenta de que estaba ahí. Siempre esperando a alguien que nunca volvería.
Era como si me hubiesen tocado las peores cualidades de mis padres.
El abatimiento se instaló en mi pecho cuando subí las escaleras y me preparé para irme a la cama. En este noviembre se cumplen cuatro años desde que mi padre se marchó. No podía creer que ya hubiera pasado tanto tiempo. En muchos sentidos, aún parecía que todo había ocurrido ayer.
Eché para atrás las sábanas de la cama y empecé a meterme dentro, pero me detuve cuando dirigí la mirada hacia las puertas que daban al balcón. Deberían permanecer cerradas. Probablemente Sebastian no se pasaría, y, además, aunque lo hiciera, eso… eso no era bueno.
Puede que aquel fuera el motivo de que no me interesara nadie más.
El porqué de que Andre no hubiera mantenido mi interés.
Frotándome la cara con las manos, suspiré. Puede que solo estuviese siendo un poco tonta. Lo que sentía por Sebastian no podía cambiar nuestra relación. No debería. Poner un poco de distancia entre nosotros, establecer algunos límites, no sería una mala idea. Probablemente fuera lo más inteligente y saludable, porque no quería vivir huyendo ni corriendo detrás de nadie.
Antes de darme cuenta de lo que hacía, ya estaba bajando de la cama.
Caminé hasta las puertas y descorrí el pestillo con un suave clic.