—ARCM Sally Ride, aquí la nave independiente Rocinante solicitando permiso para atravesar el anillo con una nave, el carguero pesado de la APE Sueño de Calisto.
—Transmita el código de autorización, Rocinante.
—Transmitiendo. —Holden tocó la pantalla para enviar el código, extendió los brazos y las piernas y dejó que el impulso le levantase un poco de la silla debido a la microgravedad. Varias articulaciones maltratadas de todos los lugares de su esqueleto respondieron con chasquidos.
—Estás viejo —dijo Miller. El inspector estaba a unos metros con un traje gris arrugado, un sombrero pork pie y los pies en la cubierta como si hubiese gravedad. A medida que la simulación de Miller se volvía más inteligente, y los últimos dos años había recuperado una coherencia espeluznante, menos parecía tener en cuenta la realidad que lo rodeaba.
—Tú no.
—Y sus huesos coral —respondió el fantasma como si fuese una explicación—. Es gracias a las compensaciones.
Cuando la Sally Ride envió el código de aceptación, Alex los llevó a través del Anillo despacio y con buen hacer, y la Calisto igualó la velocidad y la trayectoria. Las estrellas desaparecieron cuando la nave entró en la nada que conformaba el núcleo. Miller parpadeó cuando atravesaron la puerta y empezó a solidificarse de nuevo justo antes de desaparecer en una explosión de luciérnagas azules cuando se abrió de improviso la escotilla de la cubierta y Amos se impulsó hacia el interior.
—¿Vamos a atracar? —preguntó el mecánico sin preámbulos.
—No es necesario hacerlo en este viaje —dijo Holden al tiempo que abría un canal de comunicaciones con Alex, que estaba en cabina—. Nos quedaremos aquí hasta que veamos atracar a la Calisto y luego volveremos a salir.
—No nos vendrían mal un par de días de estación, capi —dijo Amos, quien volvió a impulsarse para alcanzar un puesto de operaciones y se amarró. Su mono gris tenía marcas de quemaduras en la manga y llevaba un vendaje que le cubría la mitad de la mano izquierda. Holden la señaló. Amos se encogió de hombros.
—Tenemos un par de naves esperándonos con tierra en la estación Tycho —comentó Holden.
—Nadie tiene los cojones de intentar desvalijar las naves que transitan esta ruta. ¿Con todas las naves de la armada que hay por aquí? Sería un suicidio.
—A pesar de todo, Fred nos paga un pastón para que escoltemos sus naves a la estación Medina. Y me gusta aceptar el dinero de Fred. —Holden echó un vistazo por los telescopios de la nave y aumentó la imagen para mirar los anillos—. Lo que no me gusta es estar en este lugar más tiempo del necesario.
El fantasma de Miller era un artefacto de la tecnología alienígena que había creado las puertas y también un cadáver. Se había dedicado a seguir a Holden durante los dos años que habían pasado desde que consiguieron desactivar la Estación Anular. Se pasaba los días con exigencias, preguntas y engatusándole para que atravesara algunas de las puertas que se habían abierto y así empezar a investigar en los planetas que había al otro lado. Holden había conseguido mantenerse cuerdo gracias al hecho de que Miller solo podía aparecérsele cuando estaba solo, y en una nave del tamaño de la Rocinante había pocas oportunidades de que se dieran tales condiciones.
Alex bajó a flote de la cabina con el pelo negro y ralo desparramado en todas direcciones desde su cuero cabelludo marrón. Tenía ojeras.
—¿No vamos a soltar las riendas? No nos vendrían mal un par de días de estación.
—¿Ves? —insistió Amos.
Antes de que Holden pudiese responder, Naomi apareció por la escotilla de la cubierta.
—¿No vamos a atracar?
—El capitán quiere volver cuanto antes para escoltar a esos cargueros de tierra que hay en Tycho —respondió Amos con un tono de voz que pretendía que sonase burlón y neutro al mismo tiempo.
—No nos vendrían mal... —empezó a decir Naomi.
—Os prometo que pasaremos una semana en Tycho cuando volvamos, pero no quiero pasar el tiempo libre —señaló las pantallas que tenían alrededor en las que se veían la esfera exánime de la Estación Anular y las puertas resplandecientes— aquí.
—Cagón —imprecó Naomi.
—Eso mismo.
El puesto de comunicaciones resplandeció por la llegada de un mensaje láser. Amos, que estaba más cerca, tocó la pantalla.
—Aquí la Rocinante —anunció.
—Rocinante —saludó una voz familiar—. Aquí la estación Medina.
—Fred —respondió Holden con un suspiro—. ¿Algún problema?
—¿No vais a atracar, chicos? Estoy seguro de que no os vendrían mal...
—¿Podemos ayudarte con algo? —interrumpió Holden.
—Sí, podéis. Llamadme después de atracar. Tenemos que hablar de negocios.
—Joder —dijo Holden después de que se desconectase la llamada—. ¿Alguna vez os da la sensación de que es el universo quien nos persigue?
—A veces me da la sensación de que es el universo quien te persigue a ti —dijo Amos con una sonrisa—. Y me parto viéndolo.
—Le han vuelto a cambiar el nombre —dijo Alex, que había ampliado la imagen de la estación giratoria que hasta hace poco se llamaba Bégimo—. Estación Medina. Es bueno.
—¿Esa palabra no significa «fortaleza»? —dijo Naomi frunciendo el ceño—. Demasiado militar quizá.
—Qué va —respondió Alex—. Bueno, más o menos. Hace referencia a la parte amurallada de una ciudad, que solía terminar convertida en el núcleo urbano. Calles estrechas diseñadas para mantener fuera a los invasores pero también al tráfico motorizado o a los carromatos, para que se pudieran recorrer a pie o reunir en ellas los vendedores callejeros. Se convirtió en un lugar al que se podía ir a comprar, reunirse y beber té, uno seguro al que iba todo el mundo. Buen nombre para una estación.
—Le estás dando muchas vueltas —dijo Holden.
Alex se encogió de hombros.
—Me resulta interesante reflexionar sobre la evolución de esa nave y sus nombres. Empezó siendo la Nauvoo. Un lugar en el que refugiarse, ¿verdad? Una gran ciudad en el espacio. Luego se convirtió en la Bégimo, la nave más grande y brutal de todo el sistema. Y ahora es la estación Medina. Un lugar de reunión. La misma nave ha tenido tres nombres diferentes y ha sido tres cosas diferentes.
—La misma nave —dijo Holden con tono algo arisco mientras ordenaba a la Rocinante empezar la maniobra de atraque.
—Los nombres son importantes, capi —dijo Amos un momento después con una expresión extraña en su cara rechoncha—. Los nombres lo cambian todo.
El interior de la estación Medina aún estaba patas arriba. Grandes secciones del tambor central rotatorio habían sido cubiertas con suelo trasplantado para empezar la producción de alimentos, pero el metal y la cerámica del lugar aún eran visibles en muchos lugares. La mayor parte del daño que había sufrido durante las batallas la vieja nave colonial ya había sido reparado y adecentado. Las oficinas y las bodegas que había repartidas por las paredes del tambor se habían convertido en el núcleo de los intentos de exploración de los miles de nuevos mundos que se habían abierto para la humanidad. Si Fred Johnson, antiguo coronel de la Tierra y ahora líder de la facción más respetable de la APE, intentaba convertir la estación en un gobierno tipo Confederación Planetaria al menos había tenido la prudencia de no decirlo directamente.
Holden había visto morir a muchísima gente en aquel lugar, por lo que le costaba no verlo como un cementerio, una analogía que en su opinión no se alejaba mucho de cualquier gobierno.
Fred había montado su despacho en lo que eran las oficinas de administración colonial cuando la estación Medina aún se llamaba Nauvoo. También era el lugar desde donde había emitido Radio Zona Lenta Libre. Ahora todo estaba arreglado, repintado y decorado, había plantas para renovar el aire y pantallas en las que se veía el espacio que rodeaba la nave. Aquello le resultaba extraño a Holden. Tenía claro que los humanos habían invadido un espacio extradimensional con agujeros de gusano que llevaban a los confines de la galaxia, pero no se habían olvidado de decorarlo con helechos.
Fred deambulaba por el despacho haciendo café.
—Solo, ¿verdad?
—Solo —dijo Holden al tiempo que aceptaba la taza humeante—. No me gusta venir a este lugar.
—Lo entiendo y te agradezco que hayas venido —dijo Fred, que se derrumbó en su silla con un suspiro que parecía excesivo para el tercio de g de gravedad rotacional que tenía la estación. Pero la presión que afectaba a Fred tenía poco que ver con la gravedad. Los cinco años que habían pasado desde que Holden lo conocía no le habían tratado bien. Su pelo canoso se había vuelto del todo gris y su piel oscura estaba llena de pequeñas arrugas.
—¿No ha dado señales de vida? —preguntó Holden señalando con la taza a una pantalla de pared en la que se veía una imagen agrandada de la Estación Anular esférica.
—Necesito que hagas una cosa —afirmó Fred como si no hubiese oído a Holden. Al ver que Holden asentía, el hombre tocó el escritorio y se encendió la pantalla que tenía detrás. En ella, la cara de Chrisjen Avasarala estaba parada en mitad de una conversación. La subsecretaria de administración ejecutiva tenía los ojos entornados y un gesto de desdén en los labios—. Lo he parado en la parte que tienes que oír.
—... ealidad tan solo es una excusa para ver quién la tiene más grande —dijo Avasarala—, así que estoy pensando que podríamos enviar a Holden.
—¿Enviar a Holden? —preguntó Holden, pero el vídeo siguió reproduciéndose y Fred no le respondió—. ¿Enviar a Holden adónde? ¿Adónde vamos a enviar a Holden?
—Estará cerca cuando llegue a Medina, y todo el mundo le odia por igual, por lo que podemos asegurarles que es imparcial. Tiene problemas contigo, con Marte y conmigo. Es una terrible elección para hacer de mediador, por lo que es perfecto para la misión. Infórmale, dile que la ONU le pagará el doble de su tarifa habitual y que vaya a Nueva Terra lo más pronto posible antes de que la cosa se vaya al carajo todavía más.
La anciana se inclinó hacia la cámara y su rostro se amplió hasta que Holden fue capaz de ver los detalles de cada arruga y cada imperfección.
—Si Fred te pone este vídeo, Holden, que sepas que tu planeta natal valora tus servicios. Y también intenta no pensar con la polla. La cosa ya está patas arriba.
Fred paró la grabación y se reclinó en la silla.
—Bueno, pues...
—Pero ¿de qué coño habla? —preguntó Holden—. ¿Qué es Nueva Terra?
—Nueva Terra es el nombre tan poco imaginativo que le han dado al primero de los mundos explorados de la red de puertas.
—No, pensé que se llamaba Ilo.
—Ilo —repitió Fred con un suspiro— es el nombre que le dieron los cinturianos que aterrizaron en el lugar. Energías Carta Real, la empresa que pagó para realizar la exploración inicial, lo ha llamado Nueva Terra.
—¿Y pueden hacer eso? Hay gente que vive en ese lugar. Todo el mundo lo llama Ilo.
—Todos los que están aquí lo llaman Ilo. Ese ha sido el problema —afirmó Fred. Le dio un gran sorbo al café para ganar algo de tiempo para pensar—. Nadie estaba listo para algo así. Una tripulación de refugiados de Ganímedes se hizo con el control de un carguero pesado de Mao-Kwik y atravesó el Anillo a toda velocidad tan pronto como llegaron los resultados de la primera de las sondas. Antes de que tuviésemos tiempo de recoger los restos de nuestra primera incursión. Antes de que se preparase el bloqueo militar. Antes de que la estación Medina estuviese lista para imponer un límite de velocidad en el espacio del Anillo. Se marcharon tan rápido que no tuvimos tiempo de detenerlos.
—Déjame adivinar —comentó Holden—. La puerta de Ilo está al lado contrario de la puerta del Sistema Solar.
—En realidad, no. Fueron lo suficientemente inteligentes como para entrar a trescientos mil kilómetros por hora y en un ángulo suficiente como para evitar la Estación Anular.
—Así que llevan viviendo años en Ilo y, de repente, Energías Carta Real llega y les dice «vaya, estáis en nuestro planeta».
—ECR tiene un contrato con la ONU para la exploración científica de Ilo, Nueva Terra o comoquiera que vayas a llamarlo. Y solo han ido a ese lugar porque los refugiados de Ganímedes aterrizaron primero. El plan era estudiar esos mundos durante años antes de que nadie se asentase en ellos.
Algo en el tono de voz de Fred le sonó raro a Holden por un segundo. Luego preguntó:
—Un momento. ¿Un contrato con la ONU? ¿Desde cuándo la ONU tiene potestad sobre los miles de mundos?
Fred le dedicó una sonrisa desprovista de humor alguno.
—La situación es complicada. La ONU está haciendo méritos para conseguir administrar todos esos nuevos mundos. Los ciudadanos de la APE se han establecido en uno de ellos sin permiso. Tenemos una empresa energética que ha conseguido un contrato de exploración en un mundo que resulta que tiene las mayores reservas de litio que hemos encontrado jamás.
—Y después te tenemos a ti —terminó Holden—, preparado para administrar el puesto de peaje por el que todo el mundo tiene que pasar para llegar a ese lugar.
—Creo que se podría decir que la APE está muy en desacuerdo con que la ONU esté tomando decisiones unilaterales respecto a esos contratos.
—Por lo que Avasarala y tú estáis en contacto para intentar evitar que esto se salga de madre.
—Hay unas cinco variables más además de esas, pero sí, algo así. Y ahí es donde entras tú —dijo Fred al tiempo que señalaba a Holden con la taza de café. A un lado de la taza había unas letras que rezaban EL JEFE. Holden reprimió la risa—. No perteneces a ningún bando, pero Avasarala y yo hemos trabajado contigo y creo que podríamos volver a hacerlo.
—Es una razón un poco estúpida.
No consiguió sacar información alguna de la sonrisa de Fred.
—También ayuda que tengas una nave preparada para zonas con atmósfera.
—Pero sabes que nunca la hemos usado para eso, ¿verdad? No me hace mucha gracia que su primera incursión en atmósfera se haga a un millón de kilómetros del puesto de reparación más cercano.
—La Rocinante también es un navío militar, y...
—Olvídalo. Me da igual lo que diga tu taza, me niego a ser el látigo de un colonizador. No lo voy a hacer.
Fred suspiró y se inclinó hacia delante. Cuando habló, lo hizo con voz agradable y suave como la franela, una que al mismo tiempo no ocultaba la crudeza que había en sus palabras.
—Estamos a punto de escribir las leyes para gobernar esos miles de planetas. Este será un caso que sentará precedente. Tu única misión será actuar como observador imparcial y mediador.
—¿Yo de mediador?
—Sí, sé que suena irónico, pero las cosas han empezado a ponerse muy mal y necesitamos a alguien que evite que se pongan peor mientras los tres gobiernos deciden cómo ponerse de acuerdo.
—O sea, que queréis que haga como si vosotros hacéis algo cuando en realidad intentáis sacar en claro qué hacer —explicó Holden—. ¿Por qué se han puesto tan mal las cosas?
—Los colonos han hecho estallar una lanzadera pesada de ECR. El gobernador interino estaba en ella y ha muerto junto a unos pocos científicos y algunos empleados de la empresa. Si Ilo pasa a ser un campo de batalla entre cinturianos y una compañía de la ONU, vamos a tener problemas.
—Así que mi misión es mantener la paz.
—Habla con ellos y entretenlos. Y, ya sabes, haz lo que siempre haces tú, eso de mantener la máxima transparencia. En esta ocasión, los secretos serían contraproducentes. Justo como a ti te gusta.
—Pensaba que para vosotros era el tío más impredecible de la galaxia. ¿No será que Avasarala quiere enviar la cerilla contra el polvorín porque no le interesa que la operación salga adelante?
Fred se encogió de hombros.
—La verdad es que me importa bien poco lo que ella quiera hacer contigo, lo importante es lo que yo te estoy diciendo que hagas. Quizá lo haga porque le gustas y ya está. No sé qué decirte, la verdad.
Miller esperaba a Holden por fuera del despacho de Fred.
—Ahora mismo hay tres mil personas en la estación Medina —dijo Holden—. ¿Cómo es que no hay ninguna cerca para no tener que verte la cara?
—¿Vas a aceptar el trabajo? —preguntó Miller.
—Todavía no lo he decidido —respondió Holden—. Algo que, como eres una simulación de mi cerebro, ya deberías saber. Así que, con esa pregunta, lo que en realidad pretendes es que lo acepte. ¿Me equivoco?
Holden avanzó por el pasillo con la esperanza de toparse con otro humano y obligar a desaparecer al fantasma de Miller. Miller lo siguió y sus pasos retumbaron en el suelo de cerámica. El hecho de que esos pasos solo existiesen en la mente de Holden hacía que la situación fuese aún más espeluznante.
—Tienes razón. Y deberías aceptarlo —dijo Miller—. Ese tipo tiene razón. Es importante. Una situación así podría pasar de ser una rencilla con la gente del lugar a convertirse en una masacre en un instante. Mira, en Ceres una vez...
—Venga, que no. Se acabaron las batallitas policiacas del muerto. ¿Por qué tanta insistencia en ir a Ilo? —preguntó Holden—. Sería mejor que me dijeses directamente lo que esperas encontrar al otro lado de esos anillos.
—Ya sabes qué busco —dijo el viejo inspector, quien consiguió poner cara tristona.
—Sí, a esa extraña civilización alienígena que te creó. Y también sé que no vas a encontrarla. Joder, tú mismo sabes que no vas a encontrarla.
—Todavía hay muchos cabos... —Miller desapareció. Una mujer con el uniforme azul del equipo de seguridad de la estación Medina caminaba hacia él sin dejar de mirar su terminal portátil. Gruñó algo parecido a un saludo sin levantar la cabeza.
Holden subió por las escaleras de la superficie interior del tambor rotatorio residencial de la Medina. Era imposible que Miller pudiese volver a hablar con él en aquel lugar. El tambor era un lugar lleno de actividad en el que varios trabajadores aún se dedicaban a colocar la tierra que habían traído para lo que más tarde llegarían a ser granjas, y también a montar los edificios prefabricados que se convertirían en casas y lugares de almacenamiento. Holden los saludó con efusividad al pasar. Los encuentros con Miller eran cada vez más frecuentes y había empezado a apreciar el hecho de estar rodeado de personas. La mera existencia de esa gente hacía que su vida fuese menos extraña.
Evitó el ascensor que llevaba al punto de transferencia de ingeniería y que lo sacaría del tambor rotatorio para llevarlo a la microgravedad de la popa de la antigua nave colonial. La Rocinante estaba atracada en la esclusa de aire que había allí. En vez de eso, caminó hacia la rampa retorcida que le dejaba a la vista de todos los que estaban en el tambor rotatorio. La última vez que había subido por esa rampa había habido un tiroteo y muertos por todas partes. No era un recuerdo agradable, pero era mejor que estar atrapado solo en un ascensor con Miller. Cada vez había menos lugares que no le trajesen recuerdos.
Antes de atravesar el punto de transferencia y llegar a las cubiertas de ingeniería, flotó por un instante y miró el tambor rotatorio residencial. Desde aquel punto elevado, las parcelas de tierra parecían casillas negras de un tablero de ajedrez que resaltaban contra el color gris del suelo del tambor. Los encargados se movían por el lugar como pequeños insectos de metal, ocupados con tareas desconocidas para convertir una burbuja de metal en un mundo autosuficiente.
«Olvidaremos cómo hacerlo», pensó Holden. La humanidad acababa de empezar a aprender a vivir en el espacio, pero llegarían a olvidarlo. ¿Para qué desarrollar nuevas estrategias para sobrevivir en pequeñas estaciones como la Medina cuando había miles de nuevos mundos que conquistar y que contaban con aire y agua gratis? Se sorprendió de pensar algo así, pero también le hizo sentirse un tanto melancólico.
Les dio la espalda a los trabajadores que se afanaban en aquellas tareas obsoletas y volvió a su nave.
—Bueno —empezó a decir Naomi cuando la tripulación al completo se reunió en la cocina de la Rocinante—. Entonces ¿vamos a Ilo?
Holden había pasado varios minutos explicándoles lo que les habían pedido Fred Johnson y Chrisjen Avasarala, pero la verdad era que no sabía qué responderle a Naomi.
—Tenemos muchas razones para hacerlo —terminó por decir al tiempo que tamborileaba muy rápido en la mesa de metal—. Pero es una decisión importante. Es un caso que sentará precedente para los siguientes miles de mundos. Y admito que también me atrae la idea de ayudar a ponerlo todo en perspectiva. Quizá ayudemos a crear el molde con el que se desarrollará todo lo que está por venir. Es muy emocionante.
—Y también es una pasta —dijo Amos—. No olvidemos que también es una pasta.
—Pero... —empezó a decir Naomi, que agarró a Holden por el brazo sin dejar de sonreír para hacerle saber que podía compartir con ellos cualquier cosa que le diese miedo. Él le devolvió la sonrisa y le estrechó la mano.
—Pero tengo una razón insignificante aunque muy convincente para negarme —continuó Holden—. Miller insiste mucho en que vayamos.
Se hizo el silencio un rato. Naomi fue la primera en romperlo.
—Así que vas a aceptar.
—¿Ah, sí?
—Sí —respondió—. Porque crees que podrías ser de ayuda.
—¿Y tú crees lo contrario?
—No —respondió ella—. Creo de verdad que podrías. Y aunque no lo seamos, de no ir te pondrías muy gruñón.
—¿Sabéis qué otra cosa tenemos que tener en cuenta? —preguntó Amos—. Que es una pasta.