El arte de la vidriera ha ocupado siempre un lugar de relieve entre las actividades humanas. Pero el vidrio pintado no tiene vida propia: es la luz que atraviesa su superficie la que nos permite percibir sus colores; efectivamente, los colores de una vidriera pueden ser distinguidos gracias a la luz que se refleja en ella. Sin la luz, la vidriera es un objeto sin vida. Pensemos, si no, en las vidrieras de una iglesia: sólo muestran su belleza desde el interior, cuando las observamos a contraluz.
Por tanto, la vidriera «vive» gracias a su dinámica relación con la luz, hasta el punto de que cambia de aspecto en función de la hora del día, de la estación del año o del tiempo atmosférico.
Sin embargo, la luz no es sólo un fenómeno físico que hace que nuestro mundo sea visible; también tiene un profundo significado espiritual, ya que siempre ha sido asociada a la bondad, a la belleza y a la trascendencia. Precisamente, esta concepción de la luz como manifestación de las virtudes divinas estuvo presente en el origen de la utilización de las vidrieras en la arquitectura religiosa medieval. En efecto, según el pensamiento de la época, la radiante luminosidad de las vidrieras conseguía que se iluminase el alma de los fieles, ayudándoles a acogerse a la luz de Dios.
Por lo tanto, la vidriera fue una experiencia mística cuya misión era la de acercar a los hombres a la dimensión divina.
Con el desarrollo de la arquitectura gótica, que conoció una gran utilización de las vidrieras multicolores, el hecho de entrar en la iglesia ya no representaba únicamente un momento de consuelo y de elevación espiritual, sino también el acceso a un mundo mágico y reservado.
En aquella época, como sustancialmente ocurre todavía hoy, la vidriera ya era, más que una imagen, un elemento capaz de caracterizar un ambiente.
Desde la Edad Media, este arte fue conociendo múltiples vicisitudes, pasando de los logros de la producción artística del siglo XIII al realismo típico del Renacimiento, para llegar, durante los siglos XVI y XVII, a su declive, causado por los mismos artesanos, que empezaron a darle más importancia a la pintura del vidrio que a la luminosidad de la vidriera (que representa su verdadera esencia).
Aun así, a finales del siglo XIX, espoleado por las nuevas orientaciones artísticas y culturales, el arte de la vidriera conoció un redescubrimiento que culminó en el Art Nouveau y Art Déco, corrientes artísticas que se desarrollaron en Europa a finales del siglo XIX y principios del XX.
Su influencia, sobre todo, se ha manifestado en la arquitectura y en las artes decorativas. En ese periodo, artistas como Morris, Burne-Jones, Mackintosh, Horta y Tiffany revolucionaron el arte de la vidriera.

Vista desde el exterior, en ausencia de reflejos de luz, la vidriera pasa inadvertida

En el interior de la iglesia, la luz «enciende» los colores de la vidriera

En la Edad Media, el arte de la vidriera historiada asumió el valor de experiencia mística

La vidriera es, sobre todo, un elemento capaz de crear una cierta atmósfera


Vidriera Art Nouveau, compuesta y pintada en caliente. Motivo: el Verano

Vidriera Art Nouveau, compuesta y pintada en caliente. Motivo: la Fortuna

Puerta con vidriera compuesta en estilo Art Nouveau

Detalle de la misma puerta que evidencia la combinación de las distintas cualidades del vidrio

Panel Art Nouveau, compuesto con latón y pintado en frío. Motivo: el Amor

Lámpara de pared realizada con la técnica Tiffany
A mediados de siglo, se produjo una etapa de excepcional creatividad. Iniciada en Francia y en Alemania, la renovación llegó pronto también a los Estados Unidos. Grandes artistas como Léger, Matisse, Braque, Chagall, pero también Schaffrath y Meistermann, innovaron profundamente el arte de la vidriera, tanto en las técnicas expresivas como en los métodos de elaboración. La influencia de esta renovación se manifestó en todo el mundo, incluso en Australia y Japón.
Desde hace tiempo, la vidriera sacra ha sido ampliamente sustituida por la profana.
Hoy en día, el arte de la vidriera todavía sigue ejerciendo una fascinación especial. Pero si, por un lado, su historia milenaria, su significado simbólico y el estímulo creativo de los maestros que lo han consagrado en el tiempo contribuyen a aumentar su valor, por otro, infunden temor en aquellos que, aun estando desprovistos de una seria preparación artística, se sienten atraídos por este arte y desearían realizar, por sí mismos, las decoraciones que tanto admiran. El objetivo de este libro es, precisamente, el de hacer que un arte aparentemente inalcanzable sea accesible para todos, ilustrando clara y sencillamente todas las técnicas de decoración sobre vidrio que no requieren cocción en el horno.
Todas estas técnicas, que se valen de nuevos tipos de barnices o de productos innovadores como los adhesivos, son de fácil realización, y cualquiera puede llevarlas a cabo sin la necesidad de utilizar utensilios especiales.
La única excepción la constituye el arenado, para el que se necesitan unos utensilios apropiados, que, en cualquier caso, se pueden adquirir en una vidriería a precios bastante asequibles, siempre en función de la complejidad del trabajo. Al margen de esta pequeña dificultad, nos ha parecido que la descripción de esta técnica puede revelarse como muy útil para los que estén interesados en profundizar en el arte de la decoración del vidrio.
La combinación de los distintos métodos de trabajo que se presentan permite obtener refinados efectos artísticos. Pero no hay que olvidar que, más allá de esto, la fantasía y la creatividad individuales tendrán un papel determinante en el logro de unos resultados satisfactorios. Obviamente, el aprendizaje de las técnicas de pintura sobre vidrio se habrá completado cuando se consiga su aplicación práctica. Es posible que algunos decidan realizar estos trabajos con miras profesionales, pero la mayoría se mostrarán interesados en su uso y aplicación en el ámbito doméstico. En efecto, una ventana, el espejo de una puerta, el cuerpo de un mueble, un espejo o los pequeños jarros de vidrio que adornan la cocina representan, cada uno de ellos, una ocasión para divertirse y pintar, dándole a los objetos ese toque final que los convierte en únicos.
Un cenicero, un centro de mesa, un jarrón, un reloj de pared o una pintura sobre vidrio, al ser decorados con las técnicas que se ilustran en este libro, pueden transformarse también en regalos originales y apreciados.
Es verdad que los resultados serán proporcionales al talento, la fantasía, la pasión y, no menos importante, al grado de experiencia de cada aspirante a pintor sobre vidrio. Podemos garantizar que estas técnicas también depararán grandes satisfacciones a todos aquellos que no se consideran especialmente dotados de creatividad y de habilidad manual.

La renovación del arte de la vidriera llevó a la creación de composiciones abstractas, como este biombo de tres cuerpos

Detalles en los que se nota el juego cromático originado por la unión de distintas variedades de vidrio de color (figs. 1, 2, 3)


Paisaje sobre vidriera reavivado por la utilización de vidrios fundidos para las hojas de los árboles

Puerta de estilo años treinta, realizada con latón y con vidrios amolados «cabochon»

Paisaje realizado con vidrios opalescentes