Mar encrespado desde el soplo de la fantasía. Mi alma vive esta noche y yo dejo la orilla segura.
F. G.
Para acercarse al simbolismo del duodécimo signo, Piscis, tenemos que empezar por el principio. El pensamiento analógico nos envuelve y nos acompaña en este viaje.
El principio se revela en Aries. La primera casa del Zodiaco es dinámica, portadora de vida en toda su expresión energética; es primavera y la naturaleza se adapta a los ritmos de renacimiento. Aries es un poderoso animal reproductor, fecundador y de naturaleza fogosa. Al Fuego masculino le sigue la Tierra, femenina, fértil como el toro-vaca que simboliza el segundo signo; la segunda casa es la materia fecundada, el principio negativo, maternal, acogedor como la estación en la que el Sol calienta tibiamente e infunde confianza y fuerza vital. La tercera casa es móvil, en equilibrio inestable y a punto de abrirse al exterior para comunicar: en los Géminis, la energía resultante de la unión se estructura, se diferencia y se eleva. La primavera se acaba, el día vence a la noche; Cáncer se presta a cumplir la metamorfosis-gestación; la cuarta casa es sinónimo de útero, matriz de vida que da a luz. Y es el Sol-Leo quien acoge el fruto de la unión entre espíritu y materia; la quinta casa es creativa, exalta la vida; la energía se manifiesta de pleno. En el sexto signo, Virgo, el ser se esconde en sí mismo, mortifica la exaltación del yo; la sexta casa tiene la tarea de desconfiar, dudar y analizar. El ciclo estacional ha dado sus frutos, se recoge y se programa para el futuro. Libra anuncia el reposo; la séptima casa señala el justo punto de equilibrio entre evolución-involución. Pero es la oscuridad la que triunfa, el futuro es ya Escorpio. La octava casa es la disolución, la metamorfosis que puede conducirnos del plano material al espiritual; la muerte del yo, el agua regeneradora para adquirir un nuevo estado de consciencia. El ser se encuentra en las puertas de Sagitario, la novena casa lo acoge para fortificar el ideal y el espíritu; de esta forma, es capaz de proyectarse en el devenir y superar las pruebas de la oscuridad más larga... Y todo parece sin vida, reina el silencio, el retiro de lo aparente que permite escucharse desde dentro. Es el invierno de Capricornio, la décima casa, en la que la maduración espiritual puede expresarse mediante la libre elección y la separación de lo material. Triunfa el ser en el ámbito de las ideas, frío ante el calor de los sentidos, en el signo que le sigue: Acuario. El elemento de la undécima casa es el Aire, capaz de difundir los principios madurados en el oscuro invierno interior, sin perder las preciosas ventajas individuales. Y ya estamos en Piscis, la duodécima casa. Aquí tiene lugar la unificación, el principio y el fin se compenetran. Aparece el sentido del ciclo vital: todo se transforma para que nada muera; en marzo, la naturaleza regenerada está preparada para volver a empezar y el agua, la linfa vital, fluye y aporta energía. El duodécimo signo cierra el ciclo zodiacal y es análogo a la cuarta y a la octava casa porque en estos sectores tienen lugar las metamorfosis, y en el agua se dilata la consciencia. El ser puede naufragar en el inconsciente o emerger unificado. Si ha realizado completamente su destino puede evolucionar, volver a la unidad absoluta o, al no estar liberado aún de la materia, volver a empezar, en Aries-primera casa, un nuevo ciclo vital.
El glifo de Piscis 9 representa, precisamente, dos peces que nadan en sentidos opuestos: el izquierdo hacia abajo, involución, y el derecho hacia arriba, evolución. Están unidos entre ellos por un hilo de plata. Este símbolo encierra la esencia humana, la lucha de pulsiones opuestas, los polos contrarios, las antítesis: la eterna realidad de la naturaleza humana. Queda claro que la aguda percepción de esto puede provocar efectos estimulantes en el ánimo de los nativos del signo. El duodécimo sector está en analogía con las pruebas existenciales y las dificultades, pero simboliza también las posibilidades de superación de las mismas; esto puede dar en un cierto sentido la medida de la grandeza del ser espiritual. Se trata siempre de una casa importante en los temas natales de individuos que tienden a realizar, más o menos, su proceso de individuación.
Es bastante conocido el sentido religioso-sacrificado que se atribuye al signo de Piscis en muchas civilizaciones y en la religión cristiana. «Cristo es el Salvador y el pez simbolizaba la unión en Cristo y el estado de incorruptibilidad que derivaba de ello. Este estado constituye la salvación, de salvus, literalmente “entero” (sánscrito sarva, “intacto”). Incorruptibilidad quiere decir lo que no puede romperse, dividirse, es decir, el retorno a la Unidad primordial» (M. Senard).
En astrología, el signo de Piscis está gobernado por Júpiter y Neptuno. Después de deponer a Cronos con la ayuda de Hades, se decidió por sorteo quién tenía que gobernar sobre el cielo, el mar y la ultratumba; a Zeus le tocó el cielo, a Hades, el reino de los muertos, y a Poseidón, el dominio de los mares. Este último habitaba un palacio en el fondo del mar Egeo, en Eubea. En sus caballerizas custodiaba espléndidos caballos blancos que el dios uncía al dorado carruaje con el que, enarbolando su inseparable tridente, surcaba las aguas. Cuando él aparecía, las tempestades se calmaban y una corte de monstruos marinos le seguía. Poseidón tenía un carácter cerrado, irritable y caprichoso y, al igual que su hermano Zeus, cortejaba a diosas y mujeres mortales, lo que provocaba celos en su esposa Anfitrite.
El mito cuenta que la nereida Anfitrite no quería casarse con Poseidón, pero este envió a Delfín, que la convenció para que accediera. Por esta razón, el dios del mar, en agradecimiento, lo colocó entre las estrellas del firmamento.
El mito de Afrodita y Cupido, relacionado con el signo de Piscis, es espléndido. El horrendo y tenebroso dios Tifón estaba persiguiendo a madre e hijo, que para salvarse se lanzaron al mar. Poseidón envió dos peces para que los salvaran. En señal de agradecimiento, los peces fueron aceptados en el cielo y dieron origen a la constelación. Está muy claro el himno a la vida y la exaltación del amor que están implícitos en el mito, así como la intervención liberadora y salvadora de Piscis. Lanzarse al mar-inconsciente es un acto representativo de la naturaleza enrevesada de Piscis, que no quiere afrontar la realidad y se escapa en busca del olvido de la consciencia. Las aguas del mar son profundas y oceánicas, tan pronto tempestuosas como brillantes de luces emergentes sobre las olas, en movimiento perenne. Neptuno y su agua están en analogía con el inconsciente, y la psique de los Piscis es la más receptiva, dotada de posibilidades extrarracionales, bastante próximas con los límites que separan lo real de lo imaginario. El mar profundo que acoge y anula, y el agua que despierta la consciencia y permite ver más allá. La inevitable dualidad: un pez nada hacia abajo y el otro lo hace hacia arriba, pero ambos están unidos por un hilo de plata.