La astrología es quizá la más antigua de las ciencias. Su saber, basado en la numerología anterior a Pitágoras, se confundía con lo que actualmente se conoce como astronomía. La observación de los cielos era una forma de sabiduría refinada, confiada a sacerdotes, y derivaba de la naturaleza divina que se atribuía a los planetas. Su movimiento, que se creía circular, se convirtió en el símbolo de la perfección y sus transformaciones se convirtieron en el signo de un cambio cósmico que se reflejaba sobre las existencias individuales. A cada planeta se le atribuyó un nombre y muy pronto asumieron características antropomorfas.
El paralelismo entre el ciclo del cosmos y el de la tierra respondía con sorprendentes sintonías a la aventura de cada uno y, por lo tanto, era posible conocer el destino individual propio mediante el dibujo de un mapa de los cielos que mostrara la posición de los planetas en el momento del nacimiento.
La lectura y la interpretación no tenían nada de esotérico ni de mágico, sino que se basaban en el conocimiento de las profundas analogías cósmicas que unen la vida de cada ser con los elementos primordiales. Se comprende entonces por qué se atribuye al Zodiaco, del griego «camino de la vida», un ritmo estacional y cómo a ello puede corresponder el Uroboros, la serpiente que se muerde la cola, símbolo de la circularidad de la energía vital.
Junto a la unión profunda entre potencias subterráneas y arquetipos cósmicos, cada signo puede configurarse en un esquema mitológico que representa su significado simbólico. Entre todos los signos del Zodiaco, quizás el de Virgo precisa, para que pueda comprenderse en su totalidad, una referencia directa a su historia mitológica. La figura que más se le acerca es sin duda alguna Deméter, la que utiliza la razón para ordenar el instinto.
El mito cuenta que Hades, el dios de los infiernos, se enamoró de Perséfone, diosa de la primavera, y la raptó, separándola de su madre Deméter para llevarla a su reino. Esta vagó por la tierra llamándola en voz alta y preguntando por ella a todas las personas que encontraba, pero sólo le respondía el eco de su voz desesperada. Los dioses sintieron compasión de ella y localizaron a Perséfone con la ayuda de Hermes, pero la diosa no podía volver a la tierra porque había probado ya un fruto de los infiernos, la granada que le había ofrecido su esposo. En ese momento intervino Júpiter: Perséfone no debía abandonar a Deméter ni tampoco a Hades; por lo tanto, pasaría el periodo invernal, en el que la tierra descansa, en los infiernos, y el periodo de renacimiento de la vida, es decir, la primavera, en la superficie.
De esta forma se restablecieron los ciclos vitales que se habían interrumpido con el rapto de Perséfone y la desesperación de Deméter. El mito, incluido en la explicación del Zodiaco, asume un significado más profundo que no se agota sencillamente con el retorno regulado a los ritmos de la naturaleza, sino que sirve también para clarificar el sentido del signo de Virgo, en particular la parte que nos lo presenta como la imagen del arquetipo de la madre y símbolo del matriarcado. Deméter tiene que aceptar la separación del cordón umbilical, y su desesperación, su no aceptación, nos lleva sólo a una traición de la naturaleza, a la esterilidad destructiva.
La índole del signo consiste en la meditación entre el orden de los instintos y el de la razón, en el sentido del sacrificio y la renuncia, según esa difusa estructura ciclotímica y melancólica que, dominada por Hermes-Mercurio, pone nervioso al sujeto Virgo. Igual que en el mito se recalca el paso de la fecundidad a la esterilidad, también el signo oscila entre estados de malestar y otros de bienestar, incapaz de adaptarse fácilmente al ambiente y a las experiencias. El delirio y la desesperación de Deméter reviven en el signo, con lo que acentúan la obsesión y el sentido de la catástrofe, la incapacidad de aceptar la relación con el exterior. Pero al lado de este mito más conocido, existe otra historia que nos presenta a Deméter en su aspecto de creadora de fecundidad: se trata del relato que habla sobre la iniciación de Triptólemo a los misterios de Eleusis. Deméter, aparecida bajo el disfraz de una vieja al rey Céleo, recibió de este la tarea de criar a Triptólemo, su hijo. La diosa, después de hacerlo inmortal, lo inició en el arte del cultivo del grano.
Este es el lado creativo del signo de Virgo. El tipo superior se ocupa, de hecho, de la superación del lado neurótico y pesimista, para intentar armonizarse con el orden de la naturaleza, representado precisamente por Mercurio, planeta de Virgo. La racionalidad de Mercurio es ordenadora: constituye el principio apolíneo que se separa y se diferencia de la euforia dionisiaca de los instintos.
La inquietud que mueve el espíritu del signo de Virgo es un deseo superior que se dirige hacia la perfección y la armonía que representa Apolo. El inconsciente es el que empuja al tipo superior del signo a desear las metas más elevadas y a romper ese principio de anhelo contenido que en el tipo inferior se concreta en la meticulosidad, los escrúpulos maniacos, ese punto que demasiado a menudo determina las caracterizaciones del signo.
Su misma posición, después de la carga solar y expansiva de Leo, al principio de la estación de la siega y de la recolección de frutos, acerca el signo al mito de Deméter, en el sentido de un retorno profundo a la esencia. Si el límite de la potencia de Leo se encuentra en la lucha por la lucha, que agota la carga racional desterrada en los bienes materiales, el signo de Virgo se nos presenta en cambio como el conocimiento de este límite y el intento de una superación de la materia, de la corporeidad y de la misma actividad de la razón cuando se enreda en el círculo vicioso del intelectualismo. El límite humano estimula profundamente la inquietud existencial mercuriana del tipo Virgo. El ansia del signo se encuentra en la salida del flujo de la vida para perderse en el absoluto y en el infinito. También la iconografía nos representa el deseo del abandono de la materia: una muchacha alada, en el acto de andar, que lleva en la mano derecha un sarmiento vegetal, símbolo de la continuidad del mundo natural, y en la izquierda una espiga del revés, que representa el paso a la estación de la siega. Su propio glifo ), una M enriquecida con una diagonal sobre el último palo, es una esquematización de Virgo alada. En la letra M se pueden reconocer además los rasgos de la ascesis espiritual que conduce la cadena significante M = Madre = Virgo = María = Madona, imagen cristiana de la sublimación de lo femenino, que ya se encuentra presente en los misterios de Eleusis y de Éfeso.
La contenida racionalidad del tipo Virgo, descrita como el límite del signo y que desemboca en la mezquindad sentimental del abuso excesivo de la racionalidad sobre la carga vital, adquiere, con la interpretación de los mitos y de los símbolos que lo acompañan, una apertura significativa que nos muestra cómo el aparente cierre del signo es el síntoma de un deseo inconsciente y de un trabajo kármico que, bien desarrollados, conducen a la perfección.