Una de las claves para la comprensión de la astrología es el conocimiento del mito y su interpretación en clave moderna. En el mito existe siempre una verdad de orden moral y espiritual, ataviada con trajes alegóricos, que la astrología hace propia y de la que tienen que descodificarse los símbolos. A través del mito podemos dar la vuelta a nuestros miedos, virtudes y pecados. También podemos comprender las bases arquetípicas de lo humano que se reflejan en el significado de los signos zodiacales y de los planetas que componen un tema astral. El propio C. G. Jung veía en el mito la expresión del inconsciente colectivo, es decir, de toda la experiencia humana acumulada a lo largo de milenios de evolución.
Por lo tanto, la astrología nos cuenta, a través de la metáfora mitológica y la sucesión de los signos, la historia de la humanidad y nos da indicaciones sobre el camino que todavía debemos recorrer. ¿Qué es, de hecho, la mitología, con sus personajes, sus ritos y su historia metafísica, sino todo el mundo en nuestro interior, lo que hemos sido, somos y seremos?
Hay numerosos mitos que se refieren el signo de Aries, pero el más conocido es quizás el relato griego del vellocino de oro. La leyenda narra que Poseidón, para poder unirse a la bella Teófane, la convirtió en oveja y él mismo se transformó en carnero. De esta unión nació un carnero con el vellocino de oro; este salvó más tarde, haciendo subir a su grupa, a Frixo y Hele, los dos hijos del rey Atamante que su madrastra quería matar. El carnero voló, con los dos jóvenes en su grupa, sobre los mares de Grecia, pero Hele, cansada, resbaló y cayó al mar que más tarde tomaría su nombre: el Helesponto. Frixo, en cambio, aguantó el cansancio, el hambre y la sed, y consiguió llegar a la Cólquide, donde se casó con la hija del rey Eetes. El carnero fue sacrificado en honor de Zeus, que hizo de él una imagen luminosa en el cielo y le dio el nombre de Ares (Marte, después, para los romanos), identificación primero del espíritu guerrero y luego del dios de la guerra. El vellocino de oro quedó colgado de una encina bajo la custodia de un feroz dragón.
Mientras tanto, Jasón, criado por el centauro Quirón en los bosques del monte Pelio, quiso ocupar el trono que había sido de su padre en Yolco. El reino, de hecho, había pasado a manos de Pelias, que consintió en restituir a Jasón en el trono si le traía de la Cólquide el vellocino de oro. Jasón se embarcó con cincuenta compañeros, los Argonautas (llamados así por el nombre de la nave, Argos) y, después tras difíciles aventuras, llegó a la Cólquide. Para cederle el vellocino de oro, el rey Eetes le impuso superar numerosas pruebas. Jasón consiguió superarlas gracias a la ayuda de Medea, la hija del rey, que se había enamorado de él y le hizo prometer el matrimonio. Medea, con sus artes mágicas, lo salvó de todos los peligros y consiguió adormecer al dragón, de forma que Jasón pudo conquistar el vellocino de oro que debía llevar a Pelias.
Pero la tragedia acechaba. Más tarde, Medea fue traicionada por Jasón, que la abandonó y quiso tomar como mujer a Glauco, hija del rey Pelias. En venganza, Medea mató a esta junto a su padre y sus dos hijas; pero, como su sed de revancha no estaba todavía satisfecha, acabó también con los dos hijos que había tenido con Jasón. El propio héroe murió de forma ignominiosa, al caerle encima un trozo de su propia nave; otros dicen que murió loco a causa del dolor. El vellocino de oro descansó finalmente en paz en el templo de Zeus en Orcómeno.
Así es como se desprende del mito el aspecto heroico: Frixo afrontó con inconsciencia juvenil un difícil viaje; Jasón luchó con una audacia impulsiva y temeraria sin valorar los peligros y las consecuencias, pasó de un amor al otro bajo el impulso de la conquista y, tras abusar de sus propias fuerzas, provocó su temprano final. La pérdida de Hele durante el viaje puede relacionarse, en cambio, con el temperamento ariano, a veces desprovisto de dulzura.
Otro héroe, según la tradición védica, está relacionado con el signo de Aries. Se trata de Karna, hijo del dios Sol y de Kunti, que para separar de su cuerpo y darle a Indra, dios de los dioses, la coraza que lo hacía inmortal, se cortó las extremidades con un cuchillo. Su hermano lo mató después en el campo de batalla. El esparcimiento de sangre tiene un carácter divino de inmortalidad, mientras el sacrificio representa la sumisión al Creador.
Parece además que se puede encontrar incluso una relación entre el signo de Aries y Amón, divinidad del antiguo Egipto unida a la fecundidad, representada con una cabeza de carnero; o también con los rituales en honor del dios de los carneros, que tenía la tarea de instruir y proteger a los pastores. De aquí se puede deducir fácilmente por qué Aries está tan unido con la tradición hebrea. Cristo, como buen pastor, es también el carnero que se sacrifica simbólicamente para la salvación de los pecadores.
Otras referencias a Aries aparecen en la tradición hinduista, africana y china, siempre con significados de fuerza creadora, fuego de sacrificio, fertilidad y erotismo.
Si observamos el glifo de Aries (~), nos quedamos inmediatamente sorprendidos por su similitud con los cuernos redondeados que constituyen la fuerza de este animal, junto a su potencia procreadora, la cual recuperan numerosas simbologías de carácter sexual. Hay que destacar incluso que el carnero encabezaba los arietes que, en la antigüedad, se utilizaban en la guerra para derribar las puertas de las ciudades enemigas.
Además, el glifo puede recordarnos también el útero femenino con salpinge, mientras que, al revés, representa el miembro masculino en erección; ambos son símbolos del instinto procreador y de la energía creadora del signo.
La energía es también fuego, primordial, puro; con estas interpretaciones nos podemos basar de nuevo en la tradición védica que relaciona a Aries con los corderos y con el dios del fuego del sacrificio. El fuego simboliza las pasiones, el amor, la cólera. Y Aries, signo cardinal, es el primero de los signos de fuego.
Otro reclamo simbólico es la primavera. ¿No se trata de la estación del año que, después del letargo invernal, renueva y vivifica la naturaleza y, con un arranque de energía, hace surgir de la tierra los primeros brotes? El jeroglífico de Aries recuerda también las hojitas que empiezan a salir y que en el embrión se encuentran siempre de dos en dos. La primavera también es el periodo de la Pascua, por lo que se vuelve al sacrificio de Cristo, concebido y muerto en un día de primavera para salvar a la humanidad pecadora e iniciar una nueva era. Por lo tanto, también esta vez, nos relacionamos con el principio arquetípico de la creación.
El Zodiaco, de hecho, representa el ciclo de la manifestación y Aries es el impulso propulsor. De aquí parte la experiencia humana que, para llegar a la perfección, tendrá que atravesar todas las virtudes y las dinámicas de los otros once signos.