La elección del lugar destinado al jardín de rocalla es uno de los factores más importantes para obtener resultados satisfactorios y duraderos. Sin embargo, no siempre es posible elegirlo; a veces nos vemos obligados a situar la rocalla en lugares que no son los idóneos. Pero no hay que desanimarse, ya que mediante algunas intervenciones podremos limitar el efecto de las circunstancias desfavorables y crear las condiciones adecuadas para las especies vegetales. No obstante, para determinar y realizar las mejoras, primero hay que conocer las necesidades de las plantas de rocalla.
La primera cuestión inevitable es que gran parte de las especies adecuadas para jardines de rocalla se ve mucho más perjudicada por la humedad excesiva que por la sequía. Por ello, es indispensable evitar los lugares un poco pantanosos, sujetos a estancamientos de agua, muy sombreados o situados demasiado cerca de setos o arbustos. Si nuestra intención es introducir en la rocalla especies alpinas, endémicas de las morenas de los Alpes, también hay que tener en cuenta su sensibilidad a las condiciones de elevada humedad ambiental. Los que ya han practicado el cultivo de estas especies saben bien los efectos nefastos que puede tener una mala ventilación (aire húmedo estancado) en su crecimiento. Por consiguiente, hay que dar preferencia a los lugares que dispongan de un buen drenaje y una buena exposición al sol y que estén ubicados en una zona abierta, bien ventilada.

Los lugares abiertos, soleados y aireados son los idóneos para obtener resultados satisfactorios y duraderos
Todas estas condiciones suelen cumplirse en los lugares soleados, alejados de construcciones o de grandes árboles que puedan dificultar la circulación del aire. También es el caso de las pendientes naturales con rocas que afloran, o de las cimas de los pequeños taludes. Cuando el lugar se presta de forma natural, es fácil darle a la rocalla un aspecto agradable y menos artificial. No obstante, los lugares adecuados también pueden estar sometidos a factores desfavorables. Por ejemplo, una zona situada en un emplazamiento abierto y bien ventilado puede estar sujeta a fenómenos repentinos de deshidratación del suelo. La cantidad de tierra que utilizan las plantas de rocalla es poca, ya que se limita a los restos que se acumulan en los espacios entre las piedras o al sustrato con el que se han llenado las fisuras durante la construcción. En zonas particularmente expuestas al viento, las considerables pérdidas de agua que sufre el suelo reducen mucho las reservas hídricas a disposición de las plantas, lo cual obliga a efectuar riegos frecuentes. Además, el viento es el primer medio de difusión de las malas hierbas, que tienen un efecto nefasto en las rocallas, sobre todo cuando son rizomatosas o estolónicas. En casos extremos, se aconseja construir pequeñas barreras con las especies arbustivas apropiadas. Las situaciones que pueden presentarse son sumamente variadas y sería imposible tratarlas aquí todas. Por ello, debemos confiar en nuestro sentido común, sin olvidar nunca que el objetivo es la reproducción, a pequeña escala, de medios rupestres alpinos, mediterráneos o desérticos, respetando sus condiciones estéticas y climáticas.
Si los factores desfavorables son tan importantes que sentimos el deseo de renunciar a un jardín de rocalla, no hay que desesperarse. Podemos optar por introducir en el jardín pequeñas colecciones botánicas, realizadas en el interior de piedras huecas, o bien utilizar técnicas de construcción particulares que describiremos más adelante.
La elaboración de un jardín de rocalla siempre debería llevarse a cabo usando piedras locales. La primera razón es que el empleo de piedras locales permite armonizar mejor la rocalla con el entorno; la otra razón, que también es importante, es la económica. Si se quieren obtener buenos resultados estéticos, es preferible escoger rocas de grandes dimensiones para que, cuando se encuentren parcialmente enterradas, reproduzcan el efecto de las rocas que afloran. Como el transporte de estos materiales supone un gasto considerable, es mejor comprarlos en la cantera más cercana a nuestro domicilio y escoger personalmente la forma de los bloques. Cuando se debe escoger una piedra, no hay que olvidar que todos los materiales no son idénticos. No vamos a explicar aquí las diferencias mineralógicas entre unas rocas y otras; nos limitaremos a recordar que las piedras pueden ser:
• lisas (basalto, granito, pórfido o pizarra);
• porosas (toba, piedra caliza).

Es fácil encontrar roca volcánica, bloques de toba y guijarros para construir un jardín de rocalla. (Fotografía del autor)

Sacos de grava de colores para el acolchado. (Fotografía del autor)
Las primeras son más adecuadas por su superficie lisa, poco favorable a la formación de musgo, y porque resisten mejor las alteraciones provocadas por los agentes atmosféricos. No obstante, si han sido extraídas recientemente, presentan una superficie angulosa poco estética, que no pierden hasta mucho tiempo después. Por lo tanto, es mejor colocar bloques con algunas marcas, es decir, que hayan experimentado los efectos del paso del tiempo.
Las piedras porosas, a diferencia de las piedras duras, son mucho más ligeras y capaces de retener la humedad. En algunos casos, pueden perforarse para acoger plantas (la toba se presta muy bien a esta técnica). Su superficie se recubre a menudo de musgo y, con el tiempo, su fragilidad puede representar un inconveniente que no hay que subestimar. Si se opta por usar rocas porosas, hay que recordar que retienen agua y es preferible comprarlas durante un periodo seco (no olvidemos que muchas veces se venden al peso). Para obtener buenos resultados estéticos no deben emplearse varios tipos de piedras en el mismo jardín, sino utilizar bloques de dimensiones variadas.
Como se piensa que las especies de rocalla son poco exigentes y rústicas, se tiende a subestimar la importancia de la preparación del suelo que las acogerá. Sin embargo, ese paso es vital para que el jardín de rocalla se mantenga en buenas condiciones.
Existen buenas razones para que dediquemos tiempo y esfuerzo a la preparación del suelo. En primer lugar, a diferencia de otras formas de jardinería, la realización de una rocalla requiere intervenciones permanentes. Una vez que los bloques de piedra y los vegetales se han instalado según el estilo escogido, ya no es posible volver atrás. Entonces ya es demasiado tarde para corregir los defectos de la tierra que se encuentra entre las piedras. El otro factor que debe tenerse en cuenta es que las plantas que adornan la rocalla hunden sus raíces en los intersticios de las piedras, es decir, en volúmenes de tierra muy modestos. Cuando la cantidad de tierra disponible es limitada, aumentan los riesgos de carencias hídricas y nutritivas en las plantas. Para atenuar los efectos debidos a esta falta, es necesario que el terreno esté muy bien preparado. El último aspecto fundamental es la prevención contra las malas hierbas, sin duda el enemigo más temible de los jardines de rocalla. La rocalla, por su naturaleza y disposición, no permite eliminar fácilmente las malas hierbas, y si no queremos que se recubra rápidamente de herbáceas fuertemente arraigadas entre las piedras es imprescindible comprobar que no haya nada que pueda ayudarlas a propagarse (semillas, fragmentos de rizomas, etc.). Por consiguiente, antes de preparar el terreno es preciso distinguir los dos tipos de tierra que intervendrán:
• la tierra en la que se realizará el jardín de rocalla;
• la tierra en la que se plantarán los vegetales (el sustrato empleado en la construcción).

Pequeña rocalla construida con especies plantadas directamente en la piedra porosa

Herbáceas y arbustos enanos plantados en el sustrato que se ha colocado entre las piedras
En el primer caso, es importante verificar que la tierra esté bien estructurada y que el agua de drenaje no encuentre obstáculos. Las tierras muy arcillosas y plásticas tienden, durante la construcción (el transporte y la colocación de las piedras), a formar verdaderas balsas de agua impermeables. En estas condiciones, se producen frecuentes estancamientos o, si la rocalla está construida en una pendiente, el chorreo del agua de lluvia pone en peligro la estabilidad de toda la estructura. En tal caso hay que intervenir modificando las características físicas de la tierra, por ejemplo, mediante la aportación de arena o grava. Para comprobar la eficacia de la corrección, basta practicar un agujero de unos 30 cm de profundidad y llenarlo de agua. La tierra debe absorberla y evacuarla completamente más o menos en una hora. Si, por el contrario, la tierra está demasiado blanda, llena de materiales gruesos, y no retiene el agua, hay que efectuar una aportación de materia orgánica en forma de turba o de compost «verde», equivalente a un tercio aproximado del volumen de tierra removido. El análisis químico del suelo también permite comprobar si es necesaria una fertilización orgánica preliminar. Para combatir las malas hierbas hay que distribuir un herbicida de amplio espectro en toda la superficie de construcción del jardín de rocalla. Estos productos actúan también en los órganos de propagación subterráneos característicos de algunas malas hierbas. El principio activo más utilizado para estas intervenciones es el glifosato, que es más eficaz en primavera, cuando las malas hierbas están en fase de crecimiento activo. Para eliminar todas las malas hierbas, incluso las más agresivas, lo más adecuado es efectuar un segundo tratamiento a los 15 o 20 días.
Las características del sustrato utilizado para la plantación de las especies vegetales tienen asimismo una importancia fundamental. La tierra que echamos entre las piedras será la principal fuente nutritiva e hídrica de las plantas, por lo que influye directamente en su crecimiento. En el mercado podemos encontrar mantillos ya preparados que suelen ser mezclas de turba y materiales procedentes de un proceso de compostaje. Normalmente, no es conveniente usar estos materiales sin mezclarlos, ya que suelen tener características fisicoquímicas poco adecuadas para el desarrollo de las plantas: contienen demasiado abono o presentan una proporción de sales minerales demasiado elevada que pone en peligro la integridad de las raíces. Además, como están desprovistos de componentes coloidales (arcilla), tienden a secarse rápidamente, sobre todo en contacto con las piedras, que acumulan el calor. Sólo mezclando estos mantillos con arena, con grava fina y con la tierra presente en el lugar (en proporciones variables, según su naturaleza) se puede obtener un sustrato adecuado.
No obstante, igualmente hay que efectuar un análisis químico de la mezcla para comprobar su compatibilidad con las necesidades de las plantas; por ejemplo, algunas especies de rocalla necesitan un suelo ácido (pH bajo).
Es preciso que insistamos en la importancia que tienen los materiales orgánicos, pero no nos extenderemos en la noción de disponibilidad: si su aportación es correcta, las plantas tendrán una nutrición equilibrada, el sustrato tendrá una actividad microbiana intensa, la disponibilidad hídrica será la adecuada y los efectos de la erosión serán reducidos.
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UN SUSTRATO IDÓNEO* |
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pH |
5,5 – 6,5 |
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Materia orgánica (en peso) |
5 % |
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Fósforo disponible |
25 % |
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Potasio disponible |
60 % |
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*Según la asociación americana Perennial Plant Association |
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