Capítulo 1

Ya suenan campanas de boda a altas horas de la noche mientras escribo en la pequeña libreta a la que considero como mi diario sentada sobre la repisa interior de la ventana. Y escribo porque necesito grabar en el papel lo poco conforme que estoy con el tercer matrimonio de mi madre. Mi disconformidad no se debe a que Harry no sea un buen compañero ni un buen hombre, sino al hecho de no poder llamarle papá sabiendo no fue él quien puso la semilla para que naciera. También he de añadir que el mudarnos de casa no está entre mis motivos de aprobación.

Llevamos años viviendo en el tercer piso de un edificio cuyos cimientos son más antiguos que la edad de mi madre dividida entre dos en una ciudad donde la punta de los edificios acarician el cielo.

Sería muy egoísta si me negara a mudarme con mi madre pues ella solo quiere el bienestar de las dos y este piso se hace demasiado pequeño como para convivir tres personas adultas.

Echo un vistazo a las cajas de cartón empaquetadas con todas mis cosas y objetos personales y luego a la apetecible cama que incita a que me recueste sobre ella. Hasta este instante no he advertido lo cansada que estoy y el tiempo que mis ojos pesados llevan rogándome un descanso.

Vuelvo a garabatear un par de pensamientos e ideas más y dejo el diario sobre una caja de cartón aún abierta. Me voy adormir con la esperanza de que al despertar mis cosas retornen a su posición en la habitación.

—Por el poder que me ha sido otorgado, os declaro marido
y mujer.

La sala estalla en aplausos y gritos por parte de los invitados una vez el sacerdote de la iglesia finaliza el acto que lleva a cabo al menos un par de veces a la semana. Todos se ponen en pie excepto yo, aun así puedo ver como Harry acoge el semblante de mi madre entre sus enormes manos de chef de cocina y lo atrae hacia si.

Salgo de la iglesia antes de visualizar como sellan ese pacto de amor cometido con un beso.

Fuera el sol luce radiante, a favor del acto nupcial. No puedo evitar sentirme colmada de dicha por que mi madre sea feliz, pero por otra parte es inevitable pensar que la posibilidad de que algo se tuerza esté ahí.

Mis ojos colapsados en lágrimas se pasean por el jardín adornado con mesas y sillas cubiertas con tela blanca y lazos rosados hasta detenerse en un simple reflejo oscuro comprendido entre el ancho hueco entre el tronco de un árbol y otro. Parpadeo y exhibo que se trata de una persona que me observa, quieto, casi inmóvil si no fuera por el movimiento de sus hombros al respirar.

—Eh, Allison, ¿qué ha pasado? Te he visto salir de la iglesia en el mejor momento.

Matthew, mi mejor amigo, llega hasta mí con el ceño fruncido. Me abrazo a él y dejo que el calor de su cuerpo traspase el mío. Siempre ha sido muy reconfortante ahogar mis penas con él desde el primer momento.

Nos conocimos en primer año de guardería. Mientras yo lloraba por haber perdido uno de los caramelos que me ofreció la profesora, él se acercó, dispuesto como siempre a transmitir su bondad, y se limitó a compartir su dulce conmigo. Fue muy tierno y desde entonces no nos hemos separado.

En este momento, su fuerte abrazo sustituye al delicioso caramelo de fresa que logró apaciguar mi llanto.

—Lo siento, pero sentía que no era capaz de verlo por tercera vez consecutiva.

—Te conozco, Allison, no hace falta que me lo expliques. Debe ser duro crecer sin una figura a la que llamar padre y mucho más viendo entrar y salir hombres de la vida sentimental de tu madre. Ver llorara una madre no es nada bueno para ningún hijo.

Asiento pero no levanto la mirada de mis manos.

—Tengo que disculparme con ella.

—Tu madre sabe que lo sientes.

—¿Entonces por qué me siento como la persona más egoísta del mundo?

Matthew se encoge de hombros para soltar la verdad por esos finos labios rosados que esconden una hermosa sonrisa que ninguna chica ha tenido el honor de exhibir.

—Bueno, has huido de la boda de tu madre, un acontecimiento importante para ella.

—Soy la peor hija del mundo.

Se echa a reír y me da un golpecito en el hombro.

—No seas tonta, Allison. Anda vamos, no querrás perderte también el corte de la tarta nupcial.

Echa a trotar hacia el grupo de invitados engalanados y enfundados en sus mejores galas. Es la tercera vez que Matthew se pone su esmoquin para asistir al compromiso de mi madre, cada vez más complicado de entrar en él. Si algo es seguro es que esa ropa no aguantará para un cuarto matrimonio y mi estabilidad mental tampoco.

Harry y Helena, mi madre, cortan la tarta de boda con un único cuchillo en común y ambos se dan de comer. Lo mejor de la celebración no es el buen ambiente que se respira ni la exuberante decoración del jardín sino la felicidad en la sonrisa de mi progenitora, la cual alcanza sus ojos y los hace brilla con naturalidad y belleza.

En aproximadamente unos veinte minutos cada invitado está esparcido por diversos y destacados lugares del enorme jardín, tomando una copa del mejor champán descorchado por Harry y probando canapés que les ofrecen los camareros que se pasean con la intención de que nadie quede desatendido.

Busco a Matthew con la mirada pero no lo encuentro, debe estar charlando con sus padres o en el baño, o lo más probable, hincando el diente a la bandeja de aperitivos. Sonrío para mí misma y paseo ensimismada en mis pensamientos flotando sobre la hierba verde y tratando de imaginar como debe sentirse mi madre en estos instantes. Se me antoja casi imposible dar con una emoción que no sea consecutiva de otra. Ilusión, felicidad, amor, alegría, valentía.

Al elevar la vista descubro a la mujer que me dio a luz riendo a carcajadas a costa de la charla con Greta, su mejor amiga, a la que considero un miembro de mi pequeña familia. Estuvo ahí durante los años más difíciles de mi madre y decisivos de mi existencia. Se encargó de rellenar el hueco de la figura paterna con sus bromas y comentarios infantiles y salidos de tono que mosqueaban a mi progenitora.

—Vaya pero si está aquí la pequeña Allison.

Greta me acoge entre sus brazos y presiona sus labios contra mi pelo.

—Hola, Greta.

Esta me sonríe y al cabo de unos instantes advierte las miradas entre mi madre y yo y piensa una estrategia para quitarse del medio. Una muy común y utilizada por gran parte de la mayoría de habitantes de este mundo:

—Voy a saludar a los invitados.

Helena asiente y se lo agradece con una bonita sonrisa cerrada.

Admiro a mi madre durante unos segundos y no puedo evitar sentir cierta envidia al no alcanzar casi ningún parecido con ella. Su belleza es un método de libertad de expresión. Ella me ha enseñado que inteligencia y gusto por lucir bien pueden ir de la mano.

—Siento mucho haberme marchado antes de tiempo.

Su expresión se hace más tierna y me estrecha entre sus cálidos y reconfortantes brazos.

—Mi pequeña. Entiendo perfectamente el por qué lo hiciste.

—No, mamá. Ha sido un comportamiento infantil y egoísta. No tengo derecho a comportarme de esta manera.

—Allison, sé que pones empeño en hacerlo lo mejor que puedes.

—No es suficiente.

Resopla y me toma de la mano. Su tacto es tan suave y sensible que podría embaucarme con una sola de sus caricias.

—Esto es un cambio más en tu vida, y se siente más en la vida de una adolescente. Vienen dados por una ligera sacudida que lo remueve todo. Pero también debes saber que solo es el principio de algo. nuevo. Una nueva etapa que está apunto de comenzar.

—Empiezo a cansarme de los cambios.

—Aún te queda uno más. Mañana nos traspasaremos a la casa de Harry.

—¿Mañana?

Sabía que en algún momento tenía que llegar tras la boda pero en ningún momento habría supuesto que se trataba de la mañana siguiente. Es demasiada información para digerir. Necesito una hoja de papel y un bolígrafo.

El nuevo marido de mi madre aparece de la nada, toma su otra mano libre y se la lleva con él hacia un tramo del jardín en el que la música alimenta los oídos más sordos y las mentes más cerradas. Sus cuerpos se amoldan y comienzan a bailar al son del compás, a la vista de los invitados que se suman como espectadores.

Necesito mi diario.

Un suspiro.

Un parón en mi vida.

Pero estoy medianamente convencida de que lo único que no necesito es quedarme totalmente sola.

A la mañana siguiente, según lo prometido, hacemos hueco en el maletero del coche para cargar las cajas de cartón. Mamá está emocionada con la idea de compartir vivienda con su nuevo marido, así como repartirse las tareas del hogar, besar sus labios cada noche antes de dormir, darle la bienvenida a casa a su vuelta del trabajo.

Estoy apunto de cerrar el maletero cuando caigo en que no he visto la portada verde desgastado de mi diario en ninguna de las cajas. Mamá le da vida al motor del coche después de girar la llave por cuarta vez. No podemos irnos sin mi diario.

—¿Estás preparada?

Me habla desde el interior del coche pero tiene la puerta abierta. Niego con la cabeza y ella contrae el gesto. Sé que no aprobará mi idea de vaciar las cajas en busca de mi querido diario porque llevamos una hora de retraso, así que salgo corriendo hacia el interior del antiguo edificio.

La escucho gritar mi nombre varias veces y cerrar la puerta del coche con un portazo.

Subo los primeros ocho escalones de la escalera de madera que cruje con cada pisada y casi tropiezo con el conejo blanco de la señora Mcgregor, una anciana testaruda y gruñona que vive en la primera planta.

Por infortunio, el pobre animal ha adoptado la expresión y mirada atroz de su maléfica dueña.

Mordisquea uno de los cordones de mis zapatillas al tiempo que impide que me vaya.

—Venga, Mordisquitos, déjame seguir.

La señora Mcgregor llega hasta mí con su típico andar garbo y me lanza una mirada envenenada. Le entrego a su conejo en las manos y les sonrío a modo de saludo.

—Buenos días, señora Mcgregor. ¿Cómo se encuentra hoy?

Gruñe y levanta una parte de su labio con expresión asqueada. Su rechazo es como una patada en el

estómago, pero por suerte ya estoy acostumbrada y no le doy importancia. Llego a mi habitación y el viento me azota el mentón. No recordaba haber dejado la ventana abierta, aún así voy a cerrarla y me quedo admirando las vistas desde ahí. Es imposible hacerme una idea de la de horas que he empleado mirando a través de estos cristales, tratando de imaginar cómo sería mi vida en un universo paralelo.

Un rayo de sol incide directamente en la pasta de mi diario colocado sobre el colchón desnudo de la cama. Voy a por él y me lo pego al pecho. Echo un vistazo a una de las primeras páginas que escribí.

Era un día de lluvia y estaba tan cabreada por haber pisado un charco y mancharme mis pantalones favoritos que descargué toda mi rabia contra el diario. Es evidente que al comienzo de la escritura la letra es más grande, como si pretendiera con esto demostrar cuan enfadada estaba, y al final de la página se deduce la vuelta a la calma y resignación.

Mamá entra en la habitación con la cara pálida pero esta se llena de color al verme sentada en el suelo junto a la cama, con la espalda pegada a la pared blanca. Viene hasta mí y toma asiento a mi vera. Le muestro el diario cerrado como motivo de mi escapada y ella no parece darle importancia.

Recuesto la cabeza sobre su hombro y presiona sus labios contra mi frente.

—Siento mucho que las cosas tengan que ser tan complicadas. Ningún adolescente debería pasar por esto. Pero te prometo que a partir de ahora las cosas van a cambiar.

Lo que ella no sabe es que las cosas cambiaron desde que vine al mundo. Por las noches la oía sollozar lamentándose de haber perdido gran parte de su juventud por haber estado encadenada a un romance que no la llevaría sino a un amago de años criando a una niña desobediente, inmadura e infantil, negada a aceptar que sus padres no mantenían ninguna relación.

Helena tiene razón. Es hora de que las cosas cambien y van a hacerlo. Empezando por mí.

Harry nos espera con los brazos abiertos en su casa, nuestro nuevo hogar. Mamá se mete entre ellos y besa con pasión sus labios mientras yo avanzo por el pasillo hasta llegar a mi nueva habitación, donde me sorprendo con unas paredes pintadas de blanco, una cama grande con cavidad para casi dos adultos. Un espacio vacío para rellenarlo con nuevos recuerdos. Una nueva oportunidad. Además tengo un armario enorme y entero para mí sola.

El maullar de un gato que acaba de subirse sobre la colcha blanca de mi cama me hace bajar de la nube de moda en la que estaba subida. Es grande y grisáceo. Sus ojos son una amenaza constante para mi estado mental.

He tenido que convivir diecisiete años con un conejo horriblemente malo de una mujer pésima, no voy a soportar que ese arma de soltar pelos se pasee a su gusto por mi habitación.

—Harry no mencionó nada de un gato.

Acojo al animal doméstico entre mis brazos y vuelvo al salón.

—¿Por qué estaba este gato en mi cama?

—Vaya, aquí estabas, pequeño.

Los ojos de la criatura me tienen atrapada, aún así encuentro el modo de escapar y elevo la vista hacia el chico que acaba de hablar. Es alto y luce su pelo oscuro peinado hacia arriba, como si de esa forma hiciera creer a los demás que cada mañana se pasa el peine. Por no hablar de su buena condición física. Sin duda no sería una buena idea enfrentarme a él.

Le paso el gato y él le besa la nariz húmeda y rosada con sus carnosos labios rosados.

—¿Cuántas veces te he dicho que no se molesta a los invitados?

Contraigo el ceño intentando no ser descarada. ¿De verdad le está hablando al gato? Espero que no esté a la espera de una respuesta por su parte.

Harry se ve obligado a intervenir acompañado de mi madre que rodea su cintura con un brazo.

—Damien, esta es Allison, la hija de Helena, como te comenté.

—¿Bromeas? No me comentaste nada de una hija.

Probablemente Harry no le comentaría nada acerca de que su prometida tenía una hija y que tras casarse viviría con ellos, del mismo modo que mi madre no me contó que iba a tener un hermanastro. Estamos en la misma situación, no obstante él se esfuerza por llevarla mejor que yo.

Bajo la inminente mirada de pánico de Harry, su hijo asiente resignado y se aproxima a mí. Sus cejas juegan a encontrarse y a causa de esto aparecen arrugas en su ceño.

—Soy Damien.

Me tiende la mano con la que no tiene sujeto a su gato y yo la observo, tratando de encontrar la gamberrada que tiene en ella y espera que yo caiga. Damien tiene pinta de ser el típico chico malo que se mete en problemas sin poner un pie fuera de casa. Pero también aparenta resolverlos empleando su condición física.

Mi madre tose para que reaccione y apriete por fin la mano de mi hermanastro.

—Allison— me presento.

Damien asiente y en sus labios nace una sonrisa que corta antes de que todos la presencien.

—Vamos a ser grandes amigos, Allison.

Me da un apretón en la mano que no esperaba y suelto un jadeo de dolor. Su gato sale disparado del calor que emana del pecho y aprovecha que está la puerta del balcón abierta para escapar. Damien corre detrás de él y no duda en precipitarse hacia abajo.

—¡Oh, Dios mío!

Al llegar al balcón compruebo que es solo una caída desde la segunda planta de un edificio. Busco con la mirada al chico para asegurarme de que se encuentra bien y lo encuentro de pie junto a la esquina de otro edificio de mayor altura y decorado con ladrillos de tono rojo. Pese a la distancia puede sentir mi mirada sobre él y sonríe. Se pone la capucha negra de la chaqueta y echa a correr junto a su gato calle adelante.

Tras asearme y pasarme una toalla por el pelo en un vano intento por que quede seco, me siento sobre la cama con una taza de chocolate caliente entre mis manos. No me había percatado de que, también en casa de Harry y, posiblemente solo en mi dormitorio, la ventana tiene una repisa interior enorme, perfecta para que pueda sentarme ahí y estirar mis piernas mientras admiro la oscuridad de la noche. Debe haber sido idea de mamá para que me sienta como en casa.

Fiel a las costumbres, tomo mi diario y después de haber contemplado la enorme luna llena a través del cristal de la ventana, comienzo a anotar mi ideas sobre el papel.

Querido diario:

Hoy he tenido que dejar mi casa, mi refugio del mundo exterior, para ir a vivir con Harry; tal y como temía que haríamos tras la boda. Aún así no puedo evitar sentir curiosidad por saber como será mi vida en este lugar.

También tengo miedo, temor por que pueda gustarme más esta vida que cualquier otra, por enterrar mi pasado sin ser consciente de ello. A fin de cuentas, el hogar no es un lugar o cualquier cosa que sea materia, el hogar es una persona a la que se pertenece. Y estoy convencida de que mi hogar, mi casa, mi sino, es estar junto a mi madre.

Siempre tuya.