Acontecimientos exteriores, sucedidos durante los dos últimos años, habían de ser determinantes en proporcionar protagonistas a esta historia que comienza a desenvolverse. En abril de 1917, los Estados Unidos declararon la guerra a los imperios centrales, entrando en la Primera Guerra Mundial. En un clima de euforia bélica y represión a los disidentes, el 5 de julio del mismo año, los ciudadanos en edad militar tuvieron que registrarse en las listas obligatorias de reclutamiento. Algunos no lo hicieron: sindicalistas revolucionarios, socialistas, intelectuales de la bohemia roja de Nueva York y California, pacifistas, militantes socialistas, cobardes llenos de sentido común, aventureros y vividores, luchadores románticos cuya idea de futuro no incluía la muerte en una enfangada trinchera perdida en Europa, en una guerra en la que no creían y a la que no estaban dispuestos a proporcionar su cuerpo, evadieron el reclutamiento. Muchos de estos hombres vieron en México la única posibilidad para escapar de la represión, la cárcel o el reclutamiento forzoso.
En los siguientes 12 meses, los evasores del servicio militar, en grupo o en peregrinaciones individuales, fueron llegando a la frontera para cruzarla ilegalmente. A partir de ese momento, se iniciaron segundas etapas de sus viajes, cada vez más al sur, que los llevaban a Tampico, a la Ciudad de México o incluso hasta la Península de Yucatán. Iban guiados por imágenes que les habían proporcionado los reportajes o los cuentos de Jack London, John Reed, Lincoln Steffens y Kenneth Turner, por los rumores que emitía el «experimento socialista» del general Alvarado en Yucatán o por los exóticos sueños que habitan en un rincón inconsciente de la cabeza de cada americano desde la guerra de 1847.
Su Gobierno, la voz del poder, los llama slackers (débiles, flojos, perezosos, huidizos), y ellos asumen el nombre dándole un nuevo sentido: evasores por motivos de conciencia.
El viaje hacia el sur pudo durar una semana o un año, y en él van encontrando empleos, mezclándose con la vida mexicana y creando proyectos culturales, comerciales, periodísticos e incluso políticos. La cifra de los slackers es nebulosa. Algunas fuentes americanas de años posteriores, estimuladas por el intervencionismo de la comisión senatorial Fall, hablan de 10 mil, otras de «algunos centenares». El número nunca se conocerá con precisión.
Los caminos hacia México no son necesariamente fáciles. Martin Brewster, un judío rumano naturalizado norteamericano, cuyo apellido original era Biernbaum, y que formaba parte de los grupos socialistas de Nueva York, viajó a Los Ángeles, de ahí a San Diego, luego a Calexico e ingresó a México por Mexicali, donde se encontró con dos decenas de desertores que habían cruzado clandestinamente la frontera y que querían viajar hacia el sur. Bajaron en un pequeño bote por el río Colorado hasta Guaymas, en una travesía de seis días sin comida y bajo un sol tórrido. Una vez repuestos, pudieron seguir a México, a donde llegaron en septiembre de 1918.
Linn A. E. Gale, vinculado al partido demócrata, de 25 años, que en Nueva York había dirigido una revista socialista y que había sido arrestado al negarse al reclutamiento, viajó con su esposa Magdalena en tren desde Juárez, y su primer choque con la realidad mexicana quedó retratado en estas líneas: «No viajen en segunda clase a no ser que estén ansiosos de viajar empacados con peones como sardinas en una lata, e inhalar una atmósfera vil de tabaco, escupitajos, porquería y cualquier otra abominación, sin decir nada de acumular probablemente pulgas y piojos de los desafortunados que viajan en esos coches. Son víctimas de la lucha de clases y probablemente los compadecerán. Pero a no ser que tengan un estómago y una voluntad fuertes, eviten viajar con ellos».
Así, fueron llegando lentamente a la capital. No constituían un grupo unificado, no tenían un proyecto común. Carleton Beals, un joven periodista nacido en 1893 en Medicine Lodge, Kansas, que se había graduado en Artes en 1916 en California, y que llegó a México en 1918 vía Ciudad Juárez, describió así a sus compañeros slackers: «Tipos que se hicieron ricos vendiendo medias, pillos, pacifistas reales y fraudulentos, naturalistas, coleccionistas de serpientes, ingenieros que querían pintar».
Quizá lo único que tenían en común la mayoría de los slackers, según los testimonios del propio Beals y de Roberto Haberman, era que «consideraban obligatorio emborracharse». La mayoría se ahogaron en el alcohol o en el clima, en la soledad o en el desarraigo y el desencanto. Añoraban demasiado los días dorados de la bohemia roja, sus mundos familiares. El mito de la Revolución mexicana se desmoronaba fácilmente al contacto con los restos de la revolución.
Richard Francis Phillips, un joven de 25 años que había formado parte de la Liga Estudiantil contra la Guerra de la Universidad de Columbia y que se había fugado a México tras casarse con su compañera Eleonore, escribía en un poema: «¿Dónde están ahora? / ¿Eres tú ese / que rueda suavemente a lo largo / de las cuidadas calles de la colonia Roma / en tu automóvil de seis cilindros / con una mano que brilla reposando sobre la llanta de / refacción del coche / de manera que el encendido / diamante en tu pulgar / pueda verse con más facilidad? / ¿Eres tú ese burócrata satisfecho / que sentado y fumando un puro / conversa amigablemente / en la familiaridad / de su oficina? / ¿Puede ser / que seas ese contador / que se peina de raya en medio / y que no cree en nada / más / que en la columna de sociales de Excélsior / y en la incomparable magnanimidad de tu patrón? / ¿Es verdad como dicen / que eres ese escurridizo objeto / que se deshace en el borde de la banqueta, / una mano sifilítica apuntando a donde la otra / (arrancada de un balazo) / debió de haber estado / mientras gimes monótonamente: / una caridad por el amor de dios? / ¿Cuál de todos eres? / ¿Dónde están, soldados de la revolución?».
Pero el desencanto de algunos no paralizaba a todos. Irwin Granich, un neoyorkino, famoso años más tarde bajo el seudónimo Mike Gold, que sería autor en los años treinta de la bella novela Judíos sin dinero y de la obra teatral sobre México Fiesta, era descrito en esos años por Beals de la siguiente manera: «Un judío húngaro […] un producto de los guetos de Nueva York y del Greenwich Village […] en aquellos días fluctuaba entre la literatura y el marxismo, la bohemia y la lucha de clases. Era la opción primitiva entre aquellos que protestaban contra la moral convencional y aquellos interesados en la revuelta social». Granich arribó a México por Tampico en 1917 y escribía: «En la Ciudad de México no hay rascacielos, y la gente se mueve lentamente por las calles. Allí hay siempre una suave fragancia de flores en el aire. Tenemos más tiempo para conocernos. La comida es más simple, las casas simples y más bellas, la gente, fuera de sus arranques de violencia infantil, son más calurosos y dulces, e inconscientemente camaraderiles. En los Estados Unidos encontré en el movimiento radical muchos socialistas, pero pocos camaradas. No tienes tiempo, porque aun sus propias almas han recibido marcas erradicables de la fiebre, la prisa y la impaciente superficialidad de la ciudad norteamericana. Hay algo diferente aquí, y a pesar de que no puedo analizarlo claramente, sé que está muy próximo al amor fraternal de los camaradas con los que el nuevo mundo se ha de construir».
Mientras la mayoría de los slackers hizo de México una tierra de destierro temporal, algunos de ellos, los más animosos, los más militantes, evadieron las primeras imágenes, los primeros miedos y se vincularon al movimiento mexicano.
Quizá el primero en hacerlo, aunque de una manera sui generis, fue Linn A. E. Gale. En junio de 1918, comenzó a editar su revista Gale’s Magazine, «órgano de la nueva civilización». Aunque su acción política tenía siempre en la mira el movimiento radical de los Estados Unidos (la mejor prueba es que Gale’s se editaba en inglés), poco a poco los temas mexicanos invadieron la revista y se volvieron la parte dominante de su contenido. M. N. Roy, personaje futuro de esta historia, ofrecería la siguiente descripción de Gale: «Rentó un cuarto y anunció el establecimiento de la Iglesia del Nuevo Pensamiento en México, donde predicaba todos sus sermones los domingos en la mañana. En cuanto a su apariencia física, era bastante apropiado para el papel, un hombre alto, esbelto, con una cara delgada y pálida terminada en una barbilla roja en punta. Si no hubiera sido por el smoking negro que usaba para ascender al púlpito, se le hubiera podido tomar por Jesucristo predicando el sermón de la montaña. Su público nunca superaba por mucho la docena. Su esposa hacía de Magdalena, de pie junto al púlpito, con un vaporoso vestido blanco y trenzas de cabello rubio colgando a ambos lados de la cara, en actitud de adoración».
Gale, junto con su esposa, una excelente secretaria y mecanógrafa que fue despedida cuatro veces en México por compañías norteamericanas, en represalia por las actividades de su marido, practicaba el naturismo, era propagandista del control de la natalidad y mantenía relaciones con el socialismo europeo a través de sus contactos norteamericanos. En torno a la revista Gale’s, se agruparon algunos slackers: C. F. Tabler, un ingeniero de minas de origen alemán nacionalizado norteamericano que había llegado a México en 1917 tras haber militado en la IWW, Parker, F. Snydr y el filipino Fulgencio Luna Sr.
Otro grupo de slackers, que habían sido miembros de la IWW en Estados Unidos, se estableció en la zona petrolera mexicana, donde existía un fuerte núcleo de trabajadores norteamericanos desde principios de siglo, y en donde encontraron grupos de la IWW mexicana organizados, al menos desde 1914. Fue el caso, entre otros, desde mayo de 1918, del neoyorkino Herman P. Levine, quien adoptó en México el seudónimo de Martin Paley, hijo de un empleado de origen ruso, nacido en 1893.
Entre los que viajaron a Yucatán, habían de destacar Roberto Haberman, judío rumano nacido en 1883, naturalizado norteamericano, miembro del Partido Socialista de los Estados Unidos desde 1906, y que estudiaba en la Universidad de Nueva York antes de huir a México. En Yucatán, se relacionó rápidamente con Carrillo Puerto y colaboró en 1918 en la organización de las cooperativas de las Ligas de resistencia del Partido Socialista Yucateco. Un segundo exilado en la península yucateca era Walter Foertmeyer, nacido en 1890 en Cincinnati, miembro de la IWW, que había escapado de Estados Unidos vía Nueva Orleans en los primeros días de junio de 1917.
Pero quizá el más extraño de todos los exilados que cruzaron la frontera mexicana era Manabendra Nath Roy, un hindú cuya estancia en México había de ser ensombrecida por los futuros historiadores del movimiento obrero mexicano. M. N. Roy, nacido en Arbalia, Bengala, en 1887, bajo el nombre de Marendranath Bhattacharjee, hijo de un maestro de escuela, inició su labor política a los 14 años dentro de las filas del nacionalismo radical hindú. Casi todos sus biógrafos repasan muy imprecisamente sus acciones antibritánicas de esos primeros años, pero es muy posible que haya participado en actos terroristas. A la búsqueda de aliados para derrocar al Imperio británico en India, estableció contactos con Alemania para obtener financiamiento y armas destinados a la revuelta independentista hindú. Al estallar la guerra mundial, se vio involucrado en una operación para obtener fusiles alemanes descubierta por los británicos y escapó milagrosamente a Batavia. En un viaje a Shanghái, tiene que abandonar el barco y permanecer en un bote salvavidas sin agua durante dos días, hasta que llegó a Cantón. Ahí entabló nuevas relaciones con el consulado alemán y decidió ir a Alemania vía Estados Unidos. Llegó a Estados Unidos en 1916 con un pasaporte portugués, encubierto bajo la personalidad de un religioso, el padre Martin, que iba a estudiar teología cristiana. Pasó un par de meses en Stanford, donde se relacionó con otra estudiante, Evelyn Trent, con la que se casó. Buscó a los alemanes en Nueva York, pero se vio involucrado en el juicio contra los nacionalistas hindúes en Estados Unidos, acusados de violar la neutralidad norteamericana.
En su breve estancia en Estados Unidos, Bhattacharjee había muerto para dar nacimiento a M. N. Roy, nombre que lo acompañaría por el resto de su vida, y con el que cruzó en junio de 1917 la frontera con México, huyendo de la detención en Estados Unidos. Todos los testimonios coinciden al señalar que Roy se volvió a enlazar con los alemanes en la Ciudad de México, y que los abundantes fondos que manejaba (una parte de los cuales eran destinados, teóricamente, a los revolucionarios hindúes, aunque parece que nunca llegaron a buen fin) tenían su origen en la Embajada alemana.
En México, junto con Evelyn, alquiló una casa en la colonia Roma, en Mérida 48, para ser exactos, y se limitó a mantener contactos con algunos personajes del Gobierno mexicano y de la Embajada alemana, y a desarrollar propaganda proindia. Se mexicanizó rápidamente y aprendió el español. En sus memorias, reseña que en México se sentía como en casa, y que «el café de Orizaba era el mejor del mundo».
En español escribe su primer texto, que se edita en 1918, La voz de la India, un largo folleto polémico en el que establece que la miseria de la India tiene su origen en el imperialismo británico. Están ausentes del texto conceptos clasistas; el sujeto es el sujeto nacional: el país, la India, sojuzgada por el Imperio inglés. Además de una abundante documentación, que fundamenta su anticolonialismo, el folleto justifica la relación de Roy con los alemanes: «Alemania puede ser para la India lo que Francia fue para los colonos norteamericanos». Junto con el folleto, Roy escribe no menos de 40 artículos y da multitud de conferencias, siempre y sólo sobre el problema hindú.
En enero de 1919, funda la sociedad Liga Internacional de Amigos de la India, que dirige junto con su esposa. No tiene, a lo largo del año 1918 y los primeros meses de 1919, ninguna intervención política en los asuntos nacionales, aunque sin duda se entrevista con Carranza en Palacio Nacional.
En sus memorias, Roy se retrata de la siguiente manera: «Culturalmente era todavía un nacionalista; y el nacionalismo cultural es un prejuicio que muere muy difícilmente. El socialismo me atraía por sus connotaciones antiimperialistas». Un retrato de la época lo describe como un hombre alto, «de arrogante figura de tonos broncíneos, ojos negros de mirada penetrante y enérgica; acostumbraba a usar barba terminada en punta y espeso bigote con guías hacia arriba», lo que un segundo testigo, completa: «vestía elegantemente, lo cual, agregado al esplendor de que se había rodeado, lo hacía aparecer en efecto como un príncipe de la India».
El final de la guerra, en noviembre de 1918, hace sentir a los slackers que pueden mostrarse más abiertamente en México. En los primeros meses de 1919, M. N. Roy se relaciona con la docena de socialistas encabezados por Santibáñez, y en sus reuniones conoce a Richard Francis Phillips.
Phillips, que había rodado por el país, encontró su oportunidad en la Ciudad de México, dando forma a un proyecto de mayor alcance que la revista Gale’s, aunque todavía lejos del movimiento mexicano. Aprovechando la aparición de El Heraldo de México, diario que impulsa Salvador Alvarado como palanca para su posible candidatura presidencial, y que nace el 26 de abril de 1919, Phillips crea una sección en inglés de una página, que confecciona diariamente junto con Mike Gold, Maurice Baker, el dibujante radical Henry Glinterkamp, Eleonore y una anciana norteamericana que se dedica a la sección de sociales. La página en inglés de El Heraldo se volverá el portavoz de una parte de los slackers en México, y gracias a ésta, Roy y Phillips (que firma como Frank Seaman sus trabajos) estrechan sus relaciones.
Roy dirá años más tarde de Phillips: «Charlie era un pacifista; no tenía obsesiones teóricas, su aproximación a la revolución era primariamente emocional. La idea de que, en agradecimiento a la hospitalidad, deberíamos ayudar a México contra intervenciones extranjeras, le conmovía. Con su característica impetuosidad, declaraba que todos debíamos unirnos al Partido Socialista y construirlo como una organización revolucionaria de masas».
Phillips dirá de Roy: «Se tomaba a sí mismo muy en serio, y consideraba que su cometido en la vida consistía en prepararse para la liberación de la India del régimen británico y actuar como un militante protagonista de ella. Por aquel tiempo, no tenía ningún interés por los problemas económicos».
Mientras Roy y el grupo de El Heraldo se hacían amigos y comenzaban a fraguar su intervención en el movimiento radical mexicano, Gale hacía una declaración sorprendente en su revista: «Estoy orgulloso de estar a la vanguardia del movimiento bolchevique en México».
Y es que entonces la prensa mexicana se hacía eco de una revolución que se había producido a millares de kilómetros de distancia.
NOTAS
a) Fuentes: C. Beals, Glass Houses. «¿Quiénes son los propagandistas del bolshevismo?». Linn A. E. Gale, «What to Expect if You Come to Mexico?». «In the Back Wash», de Richard Francis Phillips, apareció firmado con el seudónimo Frank Seaman en El Heraldo de México el 27 de octubre de 1919. Para los antecedentes de Phillips, véase su autobiografía firmada como Charles Shipman, It Had to Be Revolution. Robert J. Alexander, Communism in Latin America. Branko Lazitch, Biographical Dictionary of the Commintern. I. Granich, «Well, What About Mexico?». L. A. E. Gale, «We Slackers in Mexico». El Pueblo, 8 de marzo de 1919. M. N. Roy, Memoirs. National Archives Washington, 0/202600-1913-12. DJ, 8120.0-1144 y DJ, 202600-1913-3. Rerporte del informe de Haberman, de Hoover a Hurley, NAW, DJ, 820-1144. Roberto Haberman, The Divorce Laws of Mexico. «Primer Congreso Obrero Socialista celebrado en Motul». Ramyansu Sekhar Das, «Roy, The Humanist Philosopher». Shri Phanibhusan Chakravartti, M. N. Roy. Friedrich Katz, La guerra secreta en México. «México 1918» (archivo JCV). Bases generales de la Liga Internacional Amigos de la India. «Los bolsheviki en la capital», en Excélsior, 11 de junio de 1920. J. C. Valadés, Efervescencia del cambio social en México. R. F. Phillips, entrevistado por Theodore Draper, «De México a Moscú». El Heraldo de México, 26 de abril de 1919. «Bolshevism in Mexico», en Gale’s Magazine, febrero de 1919.
b) La revista Gale, editada mensualmente, tenía un mínimo de 32 páginas y públicamente mantenía correspondencia con multitud de grupos socialistas y radicales en los Estados Unidos. Fuera de las colaboraciones tomadas de otros órganos de la prensa radical, era casi íntegramente redactada por Linn A. Gale, quien además la financiaba. Gale se vanagloriaba de que gracias a las leyes mexicanas, tras cada uno de los despidos de su esposa, había ganado las demandas por indemnización, sacándoles 75 dólares a Samuel W. Rider, de la Cámara de Comercio Norteamericana, 375 a G. Amswick y Compañía, y 150 a M. A. Malo, un vendedor de ropa americana. La mayoría de estos dólares sirvieron para financiar la revista. Existe una colección completa en la NYPL.
c) Roy: en sus Memorias, reconoce abiertamente sus nexos con la Embajada alemana, aunque nunca habla del monto del financiamiento, ni de qué parte de éste utilizó para su uso personal. Phillips dice que fue en una cena en la Embajada alemana donde Roy conoció a Carranza. Aunque su español le permitía dictar conferencias en público (como las que pronunció en enero de 1919 en el Teatro Ideal), es evidente que el estilo de su libro fue corregido, puesto que su sintaxis no era muy buena, según se puede ver en su posterior correspondencia en español. Las Memorias de Roy respecto a su «periodo mexicano» deben de leerse con gran cautela, cotejando los datos con otros testimonios y con la prensa nacional y obrera de la época. Seguirlas acríticamente genera confusiones.
El único contacto de M. N. Roy con las ideas socialistas, hasta los últimos meses de 1918, se encuentra en una esporádica colaboración con una revista radical en Estados Unidos, y siempre sobre el problema hindú, desde una perspectiva anticolonialista. Muy lejos está el personaje de ser el «enviado de la Internacional Comunista a México», como lo han querido hacer pasar autores como Bernstein (Marxismo en México, 1917-1925) y Ricardo Treviño (El espionaje comunista y la evolución doctrinaria del movimiento obrero).