H abían pasado muchos años desde que Úrsula había visto a sus queridas amigas, las hermanas brujas. No las había visitado desde que la exiliaron de la corte de Tritón. Tenía mucho que contarles; mientras iba hacia ellas, vio la luz bailar a través de las ondulaciones del agua y supo que estaba cerca de la superficie. Casi podía distinguir las figuras de las tres hermanas paradas en la orilla, esperando su llegada.
«Ha pasado mucho tiempo», pensó, y decidió hacer una gran entrada, un espectáculo.
Podía sentir cómo crecía, los tentáculos alargándose, una sensación que siempre la hacía sentir como lo que era: una fuerza dominante del mar.
«No había sentido este poder en años».
Así había hundido enormes barcos, convirtiéndolos en astillas, mandando sus restos al fondo de su oscuro y espeluznante reino. Vio el asombro en los ojos saltones de las hermanas mientras se alzaba del agua a alturas imponentes. Las tres hermanas brujas —Lucinda, Ruby y Martha— se veían pequeñas paradas al lado de las rocas negras y temblaban de frío.
Úrsula pensó que poseían una belleza grotesca: ojos demasiado grandes, bocas diminutas y los pálidos y fantasmagóricos rostros enmarcados con demasiada perfección por su cabello negro. Le resultaban hermosas aunque la neblina, aferrándose a las plumas en su cabello, las hiciera parecer pájaros mojados y asustados.
Úrsula pensó que, aunque uno no lo imaginara al verlas en ese aterrado estado, esas brujas eran una leyenda. Eran primas del antiguo rey, el padre de la Reina Blanca Nieves. Y eran protectoras del Hada Oscura y su princesa dormida. Aunque Úrsula nunca lo diría en voz alta, les debía su recién recuperado poder a las extrañas hermanas. Le habían regresado el collar. Aunque, consideró, fue un intercambio justo por algo que su hermana pequeña quería desesperadamente.
Lucinda jadeó sorprendida mientras el agua caía desde la enorme figura de Úrsula hasta los asombrados rostros de las brujas. Sus oídos casi estallaban debido a la atronadora risa y la ensordecedora voz de Úrsula.
—Estoy tan feliz de verlas, hermanas. Ha pasado mucho tiempo.
La bruja del mar se agachó para ver a las extrañas hermanas a los ojos. De verdad eran hermosas.
«Demasiada belleza sin las proporciones adecuadas», pensó.
Los brazos de Úrsula se extendieron, listos para abrazarlas. Como si fueran un solo ser, las hermanas se movieron hacia el abrazo, que calmó su preocupación y las relajó al saber que Úrsula no estaba enojada con ellas.
—Vemos que estás usando nuestro regalo —dijeron las hermanas al unísono, mirando el collar de concha dorada alrededor de su cuello. Les preocupaba que Úrsula se enojara si se llegaba a enterar de todo el tiempo que había estado olvidado en su alacena.
Úrsula se rio, esta vez por el sonido de las ásperas voces de las hermanas y la manera en la que las plumas colgaban de sus cabellos negros.
—Gracias, queridas amigas. En algún momento tendrán que contarme cómo se lo quitaron a mi hermano. ¿O fue Circe? No le pregunté cuando me lo dio. Y ¿dónde está Circe? Me sorprende que no esté con ustedes.
Circe.
La mención de su nombre fue como un cuchillo en los corazones de las hermanas. Había sido una fuente de dolor para ellas y la razón por la que Lucinda le había pedido ayuda a Úrsula. Circe era la causa de que las hermanas no pararan de llorar, gritando en vano su nombre a la oscuridad, esperando que al menos sus ruegos de perdón la hicieran regresar. Circe no había respondido a sus llamados, así que habían convocado a la bruja para pedir ayuda. Claro, Úrsula querría algo a cambio. Siempre era así.
Era la creadora de tratos.
Lucinda habló primero:
—Nuestra querida Circe se ha ido lejos de nosotras…
Su vestido rojo oscuro estaba manchado de lágrimas y, como los de sus hermanas, sus ojos estaban embarrados con maquillaje de carbón que se le había corrido por las mejillas después de muchas horas de llanto.
—¡Está muy enojada con nosotras! Se ha aventurado a donde nuestra magia no puede seguirla —continuó Ruby.
Los sollozos de Martha eran tan violentos que no podía hablar.
—Por eso hemos acudido a ti, Úrsula. Queremos ver a nuestra hermanita de nuevo.
Úrsula formuló la pregunta obvia:
—¿Han intentado convocarla, queridas? ¿En uno de sus muchos espejos encantados?
Las hermanas comenzaron a llorar otra vez.
—¡Debe de haber puesto un hechizo cuando se fue que nos impide convocarla!
Los ojos tristes y saltones de Martha, tan parecidos a los de sus hermanas, estaban llenos de dolor y miedo.
Úrsula podía ver que estaban realmente asustadas. No recordaba haber visto a sus amigas en ese estado, tan llenas de arrepentimiento y dolor.
—Te prometo, Martha, que las ayudaré a encontrar a Circe. Se lo prometo a cada una; queridas, verán a su hermana menor de nuevo.
Úrsula les mostró una de sus magníficas sonrisas, que lentamente se transformó en algo más mundano mientras utilizaba magia para tomar su forma humana y abrazaba a la sollozante Martha. Sabía que las hermanas darían cualquier cosa por ver a Circe otra vez, y aunque de verdad quería ayudarlas —y claro que lo haría felizmente—, daba la casualidad de que necesitaba la magia de las hermanas como recompensa.