PRLOGO

Una niebla oscura y gris seguía a Úrsula como tentáculos mientras avanzaba por la aparentemente vacía aldea de Ipswich. Su risa resonaba a través de las casas tableadas. Sus miserables habitantes, amontonados en el interior, se sentían aterrados por la vengativa diosa del mar, que había descendido sobre ellos como una pesadilla andante.

Había tomado su forma humana para la excursión y usaba su magia para controlar la niebla, creando largos y amenazantes tentáculos que ondulaban y se movían tras ella. A su paso dejaba un camino de destrucción negro como aceite putrefacto.

Se dirigió hacia la plaza principal y se detuvo debajo de la torre del reloj. Sus tentáculos atacaron el pilar convirtiéndolo en un enorme y negro obelisco, que bien podría usarse para tareas más siniestras que dar la hora.

Odio.

Su magia se alimentaba de él. Y en ese odio había un dolor profundo y penetrante. Esos humanos le habían quitado a la única persona que la había amado, y por ello los haría sufrir. Lanzó sus fantasmagóricas extremidades hacia el mar, llamando a sus oscuros ayudantes.

Sirenas.

Eran una horrenda combinación de humano y criatura del mar, como seres pensados por la mente más perturbada y visionaria. Pálidos y fantasmales seres con hoyos en llamas en lugar de ojos salieron del mar. Grandes sonrisas con infinitas hileras de filosos dientes amarillos. Su piel era como leche delgada y traslúcida, y a través de ella se podían ver sus venas azules y sus grotescos endoesqueletos.

Aunque su canción hacía que los humanos temblaran y que les sangraran los oídos, a Úrsula le parecía hermosa. Le resultaba encantadora, embriagadora y abrumadoramente bella. Su melodía tétrica hacía que los viles humanos salieran de sus escondites tableados, atraídos por la canción y embrujados por su llamado.

«Son tan débiles», pensó.

Sonrió al ver las miradas nubladas en sus desdichados rostros y rio al pensar en su inminente final. Siguieron caminando, ciegos ante su propia destrucción, incapaces de detenerla y salvar sus vidas, mientras la sangre les salía de los oídos y las bocas; se ahogaban en ella, balbuceando, sin poder gritar al ver los horrores frente a ellos. Úrsula pensó que era lo más hermoso y emocionante que había visto jamás.

Si la bruja del mar hubiera dejado que el coro de sirenas continuara, la muerte habría alcanzado a los humanos. Pero dejarlos morir era muy fácil, ¿no? Ella quería ver su terror y observarlos sufrir. Quería convertirse en lo que más temieran y odiaran.

Deseaba que mostraran lo repugnantes que eran.

Mientras su odio penetraba Ipswich, Úrsula estaba rodeada de tierras destruidas hasta donde abarcaba su mirada. Se encontraba de pie en el paisaje como un hermoso ser brillante entre las ruinas: su piel estaba blanca de ira y sus ojos tristes pero brillantes por sus deseos de venganza. Su corazón estaba lleno de odio.

Odio divino.

Eso es lo que era.

Divino.

Se sintió realmente viva por primera vez. No sentía pena por ellos al verlos sangrar; Úrsula no dudaba ni tenía tiempo para escuchar ruegos o llantos. Habían sido silenciados por el canto de las sirenas. Estaban frente a ella, enfermos y tristes, viendo con terror cómo Úrsula los guiaba a su destrucción.

—¡El poder de los antiguos dioses, escuchen mi llamado, los Profundos, lleven a estos humanos al océano!

Con este hechizo los humanos cayeron al suelo, convulsionándose, luchando por respirar. Miraban a su alrededor sin aire, y veían a sus vecinos transformarse en horribles criaturas del mar. Ahora estaban permanentemente atados a Úrsula, para obedecerla. Por siempre inhumanos. Por siempre monstruosos y viles.

La risa de Úrsula salió desde el estómago y resonó por todos lados, alcanzando los oídos de todas las brujas en muchos reinos. Les dio escalofríos hasta a las más poderosas —de magia blanca y negra— porque sentían el peso de lo que sucedía. Conocían el poder de la magia alimentada por odio y la destrucción de la que era capaz. La niebla oscura se enredaba alrededor de Úrsula mientras veía a los aterrorizados humanos pelear contra sus transformaciones. Sus gritos ahogados lo hacían todavía más hermoso para ella.

—¡No se resistan, queridos! —se rio—. O háganlo. ¡Duele más cuando se resisten!

Esto era mucho más gratificante de lo que se había imaginado. Ese odio, esa destrucción total, eran espléndidos.

Gloriosos.

Su risa resonaba mientras se adentraba en las olas a la orilla del mar, animando a todas sus nuevas criaturas a viajar a lugares desconocidos para ellas, lugares oscuros que les daba miedo siquiera imaginar. Lugares que sólo habían visitado en sus pesadillas o en sus enfermos y ansiosos sueños.

Estas criaturas eran suyas ahora —sus sirvientes— y podía utilizarlas y atormentarlas a su antojo. Con las olas rozándole los pies humanos, comenzó a transformarse. Parecía que la criatura en su interior quería salir de su piel humana, desesperada por ser vista y rogando estar en las olas.

Crecía a proporciones gigantescas, alzándose sobre los aterrados habitantes, explotando de risa al ver su horror.

Y de repente, una figura salió del agua, emergiendo a la superficie como el Holandés Errante.

—¡Detén esta locura de inmediato!

La voz era más fuerte que el sonido de las olas.

Si Úrsula no parecía otra cosa que oscuridad, él parecía la luz misma. Era hermoso —demasiado hermoso— y parecía demasiado bueno. Tenía características que a Úrsula le resultaban muy comunes en los hombres de altos rangos del reino. No tenía idea de quién era este dios menor, pero sabía que no le caía bien.

—¿Quién eres tú para darme órdenes? —preguntó mientras volteaba a la derecha para poder ver bien a esta imitación de los dioses.

—¿No llamaste a los antiguos dioses? He respondido.

—Pedí ayuda, ¡no interferencia!

—¡Mira a tu alrededor! ¡Mira lo que le hiciste a estas tierras! Todo está marcado por tu odio. Está tan dañado como las tierras de la antigua reina. No sigas su camino, hermanita. Ven a casa conmigo, a donde perteneces.

Úrsula guardó silencio, perpleja.

—Escúchame, hermana. Ese collar que traes puesto fue un regalo de nuestro padre. Pensamos que te habíamos perdido para siempre. Yo esperaba que algún día descubrieras tu poder y me llamaras, pero no esperaba encontrar esto.

Su rostro expresaba disgusto mientras observaba la destrucción que Úrsula había causado.

—¡No sabes nada de mi vida! Me dejaron con estos humanos que me temen y me odian. ¡No tienes idea de lo que he sufrido!

—Úrsula, ¿en serio no me recuerdas? Soy tu hermano. Tritón.

Úrsula observó a Tritón furiosa y confundida porque no podía reconocerlo.

—Lo lamento, Úrsula. Es hora de regresar a casa.