No sé si tienes algunas de esas anécdotas que «te han cambiado la vida», que fueron para ti un momento o punto de inflexión relevante, uno de esos instantes que se quedan grabados en tu retina. Imagino que sí, que a lo largo de tu existencia has vivido varios de estos momentos.
Una de las mías ocurrió cuando tenía 9 años. Por aquel entonces hicimos una excursión con el colegio. Fuimos a una clásica sala de cine en Valencia a ver una película: Cinema Paradiso (1988) de Giuseppe Tornatore, que por aquel entonces ganó un Óscar a la mejor película extranjera. Esa fue la excusa perfecta para sacar a un puñado de niños de las aulas y pupitres cotidianos.
Al acabar la película, un señor de mediana edad nos dio una pequeña charla que no duraría más de 2 o 3 minutos. La pequeña conversación a aquel grupo de inquietos niños y niñas de corta edad, en la que hablaba de la película y sus aprendizajes, acabó con la frase: «Siempre que hagáis algo en la vida, amarlo».
Por aquel entonces esas palabras no provocaron nada especial en mí, no cambió seguramente mi comportamiento en mis años de escuela, pero reconozco que, si se quedaron grabadas en mi cerebro consciente, fue porque dentro de ellas se escondía una sabiduría muy superior, que por aquel entonces no llegaba a comprender. Este fue mi aprendizaje más precoz y profundo sobre todo lo que vas a leer en este libro.
En el sistema educativo, desde la infancia hasta la universidad, generalmente no hemos oído hablar mucho de actitud, pese a que quizás es un tema elemental a lo largo de toda nuestra vida. Quizás hayamos escuchado esta palabra en muchas ocasiones, pero tampoco comprendemos a fondo qué significa, cómo nos afecta y cómo podemos gestionarla.
Estarás de acuerdo conmigo en que es una palabra muy utilizada, y sin embargo, poco enseñada. En nuestro sistema educativo hay tres tipos de conocimientos o materias según cómo se dan a conocer:
• Las que no se hablan ni se enseñan.
• Las que se hablan y enseñan.
• Las que a veces se hablan, pero no se enseñan.
Dentro del primer grupo «las que no se hablan ni se enseñan», estarían cuestiones como, por ejemplo, el dominio del ego. A no ser que uno curse una formación paralela a la «oficial», no oirá hablar de ellas hasta que las escuche en una conversación o las vea en un libro u otro lugar.
Dentro del segundo grupo, las materias o conocimientos de «los que se habla y se enseña», entrarían, por ejemplo, las multiplicaciones y divisiones de nuestros primeros años en el sistema educativo o el conocimiento de las diferentes zonas de nuestro país.
En el tercer grupo están las cosas de las que «se habla pero no se enseñan» muchas veces porque ni los mismos docentes están preparados para ello, y en otras ocasiones porque el sistema educativo es un elefante demasiado lento y difícil de mover. En este grupo estarían cuestiones como la inteligencia emocional o la actitud, cuestiones interesantes que podemos escuchar alguna vez, pero que difícilmente aprenderemos.
Seguramente alguna vez te dijeron: «si tienes buena actitud...» o «no tienes la actitud adecuada» o «lo que te falta es actitud»... Es una palabra que escuchamos a veces, pero ¿sabemos lo que significa exactamente? y lo mejor de todo ¿sabemos cómo funciona?
Yo, al menos, hasta hace pocos años estaba bastante confundido, no sé si es porque en mi educación faltó una materia que se llamara Actitud, pero en mi caso, y hasta que tuve casi 30 años, palabras como esta eran demasiado difusas y no me decían nada. Después descubrí que esta palabra lo es todo. Leyendo este libro descubrirás porqué.
Por otro lado, venimos de una educación en nuestra familia de origen y una historia como país, en la cual tampoco estas cuestiones estaban encima de la mesa. Daba igual si tenías buena o mala actitud, lo importante era si habías acabado la carrera, si te habías casado... Hasta hace pocos años, con recibir el alimento necesario, la ropa, un regalo el día de Reyes y otro el de tu cumpleaños y algo de cariño por parte de tus padres, ya lo tenías todo. A partir de ahí cada cual se desarrollaba a su manera y llegaba hasta nuestros días, donde empezaba a verlas venir y a realizar su propio combate con la vida. Una pelea en la que a veces ganaba y en ocasiones perecía.
Nos damos cuenta de que existen cuestiones como la actitud que tendrían que ser transversales desde que tenemos uso de razón hasta que decimos adiós a esta vida. Tendrían que estar en el sistema educativo, encima de la mesa de nuestra familia cada día, y en los medios de comunicación muy a menudo.
CONQUISTANDO LA ACTITUD
Nuestra actitud lo va a determinar casi todo: Con quién te relacionas, qué tipo de empleo consigues, qué ingresos consigues, qué felicidad sientes, qué futuro te espera... digamos que va a ser tu compañera de viaje a lo largo de toda tu vida. ¿Sería interesante, por lo tanto, prestarle la máxima atención a esta compañera de viaje?
Si has respondido que sí, entonces tienes el libro correcto en tus manos, has elegido bien y espero poder ayudarte así a entender, conocer a fondo y poder gestionar tu actitud, logrando así que cada vez seas una persona más feliz y que alcances mejores resultados en la vida.
No sé si me conoces, yo a ti al menos no, todavía... Eso sí, será un placer conocerte si me envías un e-mail a la dirección que encontrarás al final de este capítulo o si asistes a alguno de los eventos en los que suelo realizar conferencias o formaciones. Seguro que a lo largo del libro me vas a conocer mejor, pero me presentaré en cinco imágenes que tengo grabadas en mi retina y que, más que enseñártelas aquí, voy a describirlas para que seas tú quien las completa y les pone los detalles.
En la primera imagen estoy jugando y riendo con mi hija Noa. Lo mejor que me ha pasado. Si tienes hijos sabes a qué sentimiento me refiero cuando digo esto. Mi mundo es muy grande, tiene de todo, pero Noa es el centro, aquello por lo que daría en cualquier momento mi vida, sin el más mínimo titubeo.
En la segunda imagen está mi mujer, Belén. Es una maravilla compartir mi vida con Belén, creo que la pareja es clave para formar una familia y para tener una vida feliz. Yo tengo la suerte de sentir que tengo la mejor pareja del mundo, y te contaré un secreto: espero que ella se sienta igual ¡al menos eso intento cada día! Belén y yo tratamos de tener muy buenos valores en nuestra pareja y en nuestra familia, ya que creemos que sobre la fortaleza de nuestro matrimonio se puede edificar mucho y podemos llegar tan lejos como queramos. Uno nunca tiene garantías de que su vida en pareja será un éxito por siempre, pero cuando uno tiene la suerte de estar viviendo con la persona que quiere y siente que ese amor es recíproco, cree que el amor será para toda la vida, y actúa en consecuencia.
La tercera fotografía es de un escritorio a las 6:30 de la mañana, en el que hay un café con leche y un ordenador portátil. Esta foto muestra una de mis pasiones, escribir. Escribo unos 100-150 artículos cada año en mi blog www.cesarpiqueras.com, y escribo libros siempre que puedo, algunos años escribo dos, otros años escribo uno. Entre los 30 y los 40 años me propuse el reto de escribir 15 libros y lo cumplí. Te invito a leer cualquiera de mis otros libros, todos ellos están enfocados para particulares, profesionales y empresas, y hablan de cuestiones como la productividad, el liderazgo, la venta, el trabajo en equipo, el autosabotaje y otras cuestiones interesantes.
La cuarta fotografía es de una conferencia en la que estoy hablando para más personas sobre temas que les interesan, estas personas son profesionales y empresarios. Conferencias, programas de formación y programas individuales de desarrollo directivo son las actividades a las que dedico mi vida profesional. Cuando no escribo, estoy haciendo actividades para empresas relacionadas con los temas que más domino: actitud, liderazgo, gestión del tiempo y ventas.
La quinta fotografía es mía con gafas de sol, auriculares, una gorra en la cabeza, unas mallas y una camiseta. Estoy haciendo running, una de mis aficiones. El deporte es un elemento transversal en mi vida. Además del running, me gusta la bici de montaña y nadar.
Estas cinco fotos me definen y hablan un poco de mí, y de aquello en lo que invierto mi tiempo, lo demás lo puedes ver en mi currículum.
Y tú, ¿quién eres? Me encantaría saber más de ti, cómo has llegado hasta aquí, qué sentimientos viven habitualmente dentro de ti, qué haces con este libro en las manos, qué te llamó la atención de él, qué esperas recibir y aprender, y porqué lo estás leyendo.
El libro que estás a punto de leer tiene dos partes claramente diferenciadas.
• La primera parte ha sido escrita para ayudarte a tomar conciencia de la importancia de cuidar de tu actitud, conocerla y saber cómo funciona. Es fundamental para que veas la cantidad de errores comunes que cometemos y, sobre todo, cómo unas personas son más felices que otras.
• La segunda parte ha sido escrita para que tengas todas las herramientas y técnicas para conseguir una actitud imbatible. Como podrás comprobar, en ella se explica un modelo muy concreto de mejora de la actitud. Aprenderás el modelo DATE TRES DESEOS, el cual contiene sencillos principios para llevar tu actitud al siguiente nivel.
Además de leer este libro, si te interesa aquello de lo que hablo habitualmente o te seduce saber más, formarte más o formar a otros en este ámbito, te invito a contactar e interactuar conmigo a través de las redes sociales, de www.cesarpiqueras.com, un blog de referencia en el mundo de habla hispana con más de 150.000 visitas mensuales o por e-mail. Será un placer saber de ti y establecer una conversación. También quedo a tu disposición o la de tu empresa para ayudaros mediante una conferencia o programa de formación a estar más preparados y formados para tener éxito en aquello que hagáis, liderar, vender, ser más productivos o tener una mejor actitud para el día a día.
Bienvenido a este libro. ¿Empezamos?
César Piqueras
excelitas@excelitas.es
«La actitud es un elemento transversal durante toda nuestra vida. Es la clave de todas las cuestiones importantes, a la que, sin embargo, no prestamos la atención necesaria».
¿Qué es la actitud?, ¿se puede ver?, ¿se puede tocar?, ¿qué efectos tiene sobre nosotros? Son preguntas muy recurrentes que alguna vez nos habremos hecho. La actitud es difícil de definir, pero en este capítulo vas a aprenderlo con total claridad.
En mis conferencias y seminarios sobre cómo cultivar una actitud para el éxito, suelo iniciar haciendo que los asistentes, con la persona que tienen al lado, completen una frase. La frase es muy sencilla, y tanto uno como otro tienen que completarla lo antes posible.
La frase a completar es la siguiente. Puedes completarla tú si quieres:
La vida es...
Como puedes imaginar, todo el público empieza a hablar y preguntarse unos a otros. Al minuto aproximadamente, después de haber dejado tiempo suficiente, pregunto a los asistentes qué respuestas han escuchado. Las personas suelen decir cosas como:
Maravillosa
Lucha
Una aventura
Corta
Apasionante
Un viaje difícil
Desafiante
Dura
Para disfrutarla
Preocupaciones
...
CONQUISTANDO LA ACTITUD
¿Qué es para ti la vida? ¿Cuáles son las palabras que mejor definen tu predisposición hacia ella?
Cada persona completa la frase de diferente manera, mientras que unos ven la vida como una aventura, otros la ven como una maravilla, y otros como una pelea. La misma vida es vista de formas distintas.
Es paradójico que ante una pregunta de este tipo nos encontremos respuestas tan dispares: «Dura» vs «Apasionante». «Para disfrutarla» vs «Preocupaciones». Llama la atención ¿verdad?
Empiezo así muchas de mis conferencias porque estas hablan de actitud, y la actitud no es más que nuestra forma de ver algo. Nuestra actitud «en general» es nuestra forma de ver la vida. Si fuéramos vendedores, nuestra actitud «en la venta» es nuestra forma de ver la venta. La actitud siempre es la forma de ver algo. Si lo definiéramos mejor, nuestra actitud sería la predisposición hacia algo. Nuestra actitud ante la vida es... nuestra predisposición ante la vida.
Si algo llama la atención de la palabra «predisposición» es que lleva el prefijo «pre» que, como sabes, significa «antes». Por lo tanto, nuestra actitud ante algo es nuestra predisposición. La actitud es lo que ocurre antes, es decir, cómo afronto, vivo o concibo algo.
Por ponerlo en forma de dibujo:

Es evidente que la actitud es tan grande como la vida. Hay muchas actitudes en tu vida: actitud hacia lo extraño, actitud hacia el deporte, actitud hacia el trabajo, actitud hacia los hijos, actitud hacia tus amigos, actitud hacia la política... hay tantas actitudes en tu vida como parcelas o elementos hay en tu vida. Pero lo cierto es que generalmente casi todas tus actitudes tienen factores en común. Es difícil tener una actitud negativa hacia la vida y una actitud positiva en el trabajo, ¿no te parece?
Generalmente las personas con una actitud, la muestran en casi todas las áreas de su vida.
Por lo tanto, nuestra actitud es nuestra forma de ver algo, no es «el algo» en sí mismo. Conviene hacer esta distinción porque muchas personas confunden su actitud con sus circunstancias y no son lo mismo.
Nuestras circunstancias son nuestras circunstancias, y están determinadas por múltiples factores, muchos de ellos fuera de nuestro control y algunos de ellos bajo nuestro control.
Algunas personas deciden mirar a la cara iluminada de la Luna, y otras deciden mirar al lado oscuro, el que no pueden ver. Es la misma Luna y cada persona la mira de una forma distinta. Con nuestra vida ocurre igual.
La actitud se puede percibir en cada pequeño detalle, en cada movimiento, en cada gesto, en cada respuesta y también en cada pregunta que hacemos.
El otro día escuchaba la conversación telefónica entre un vendedor y su potencial cliente. Después de una breve introducción, el vendedor le dijo: «No te robaré mucho tiempo». Me quedé sorprendido con esta pequeña frase que para otras personas pasó desapercibida, enseguida capté una actitud, y lo dije al público con el que estaba. Le dije al vendedor: «No te valoras lo suficiente. Tienes que valorarte más para poder venderte». Todos quedaron sorprendidos y algunos preguntaron: «¿Por qué?»
Puse un ejemplo muy sencillo y que todos podemos conocer, pregunté: «¿ Cuando conquistaste a tu pareja o te conquistaron, le dijiste: “no te robaré mucho tiempo”?» Evidentemente no. Le conquistaste o te conquistaron con determinación, pasión y sin miedo a molestar.
El vendedor que dijo esto tenía miedo a molestar, y si tienes miedo a molestar es que te consideras molesto, y si te consideras molesto, es que no te valoras lo suficiente. Si vendes con la actitud de que vas a molestar a tus clientes, seguramente no venderás demasiado, te quedarás en la puerta sin llamar, acabarás la reunión antes de tiempo, en lugar de llamar enviarás un e-mail, y cuando te pidan un descuento se lo ofrecerás, porque no te valoras lo suficiente. De ahí que afirme que la actitud se ve en cada pequeño gesto que realizamos.
«La actitud forma parte de ti y no la puedes esconder, sale rremediablemente por cada poro de tu cuerpo mientras vives».
¿Has pasado alguna vez un buen rato al lado de una persona negativa? ¿Cómo te sientes cuando trabajas en un equipo en el que la crítica es la principal forma de comunicación? La actitud se contagia de unos a otros, es como un virus...
Sin que sirva de excusa para tener una mala actitud (algunas personas la usan), nuestro entorno nos contagia una forma de estar y sentirnos, y si no estamos alerta, es posible que ese contagio acabe llenando de negatividad cada una de nuestras células.
Hay personas cuya principal función es lanzar a su entorno quejas, críticas y juicios, personas que sin darse cuenta acaban llenando de negatividad todo su alrededor.
No sé si has estado alguna vez cerca de una persona muy negativa. Aunque llegues «en positivo», acabas contagiándote algo, es sutil, pero acabas también con algunos pensamientos de negatividad. Las personas con una actitud negativa suelen hablar de todo aquello que está fuera de ellos y que no funciona bien. Eso sí, estas personas nunca verán que su actitud es negativa, la crítica hacia ellos mismos no existe en su mundo. A alguien con una actitud muy negativa hacia los demás le pregunté: «¿Qué te gustaría mejorar?» y me respondió: «Nada, soy tan feliz». Imagina mi cara de sorpresa. Me faltó decirle: ¡De lo que no te das cuenta es de la infelicidad que creas a tu alrededor! Aunque supongo que no habría servido de mucho. No obstante, una cosa es lo que decimos y otra cómo nos sentimos.
Este es un tema crucial a nivel laboral, del que cada vez más las empresas toman nota, haciendo una selección de personal centrada primero en temas actitudinales, y finalmente en cuestiones puramente competenciales. El mensaje es claro: sin la actitud adecuada este no es tu lugar, aunque seas curricularmente excelente y muy habilidoso.
La actitud positiva también se contagia, es sencillo comprobarlo. Se demuestra que aquellas personas con una actitud más positiva generan en su entorno más positividad. Es también como un virus, pero en este caso en positivo, digamos que es la vacuna contra toda la negatividad que podemos tener. Alguien con una actitud positiva no tendrá más remedio que contagiarla, aunque no quiera hacerlo, ya que la actitud es como esa corona invisible que llevan las personas en su cabeza y que ellos mismos no pueden verse, pero sí los demás.
El contagio se produce todos los días, desde todos los canales de comunicación que utilizamos. Los medios de comunicación nos contagian una actitud, los libros que leemos, las personas con las que hablamos nos contagiamos una actitud.
La actitud se contagia, por eso conviene que te relaciones con personas que te contagien algo positivo.
El ser humano es gregario, no puede sino formar parte del grupo, de la tribu, en soledad sentimos que no existimos. En ocasiones, para sintonizar con el grupo del que formamos parte, acabamos copiando una actitud, la actitud que tiene el grupo. La psicología social ha demostrado hace décadas el efecto del grupo sobre nosotros, sobre cómo cada uno de nosotros podría comportarse, como un auténtico cretino o como un ser celestial, si estuviera en el contexto apropiado.
Sin embargo, no puedes obviar el hecho de que tú eres quien capitanea su barco, el que lleva el timón, y por lo tanto tienes la capacidad de decidir. Al final tú decides con qué actitud quieres afrontar algo en tu vida, por doloroso y difícil que sea, hay una parte de ti que es inconquistable. Como nos recuerda el poema «Invictus», citado en la película en la que se cuenta la historia de Mandela en su llegada al poder: «Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma».
Es posible que vivas circunstancias difíciles, que te relaciones con personas negativas, que tu pareja, padre o madre sean auténticos cenizos y «chupópteros» de energía positiva, pero ¿quién decide al final qué actitud tener? Tú.
No obstante, mi recomendación es que, para evitar problemas futuros y que te pillen desprevenido, debes vigilar con quién te relacionas, con quién pasas más tiempo, y sobre todo qué tipo de conversaciones sacas a la luz. A alguien muy negativo no le hagas ni una sola pregunta, ya que si le dices:
• ¿Qué tal con el trabajo? Te dirá lo mal que lo está haciendo su empresa.
• ¿Qué tiempo hacía en Barcelona? Te dirá que hacía demasiado frío y mucho viento.
• ¿Cómo están tus hijos? Te dirá la cantidad de noches en la que los niños se despiertan.
...
Lo mejor con estas personas es decir un escueto «Hola» y luego callarse durante un buen rato. Utilizan un truco a veces, seguro que te has dado cuenta: Te preguntan: «¿Cómo te va con el trabajo?» y cuando respondes, entonces aprovechan para decir: «Pues yo estoy fatal...» ¡Se las saben todas!
CONQUISTANDO LA ACTITUD
Deja un espacio prudente de separación entre tú y los cenizos, «chupópteros de energía positiva», cretinos, pesimistas o agresivos ¡Su influencia es más fuerte de lo que imaginas!
Será muy difícil que estas personas vean el vaso medio lleno, siempre verán todo lo que le falta al vaso para llenarse. Centrándose más en lo que no hay o en lo negativo, que en lo positivo de una situación.
Creo que habría que hacer un centro social de solidaridad con las personas muy negativas o algo así, un lugar al que ir a rehabilitación para que allí se puedan quejar todo lo que quieran, y que cuando salgan de allí, lo hagan algo mejor. Al menos esa negatividad se quedaría en un lugar seguro, no iría proyectada hacia todos los demás.
A veces no nos damos cuenta, mejor dicho, generalmente no nos damos cuenta, pero proyectamos negatividad. Una negatividad que de una u otra forma nos viene devuelta.
Somos energía, y la energía se contagia, se contagia de unos a otros, es inevitable. Por eso la actitud, que no es más que una energía mental, física y emocional, acaba contagiándose de unos a otros rápidamente.
«La actitud se contagia más rápidamente que cualquier virus descubierto hasta la fecha».
Hace años me pidieron dar una conferencia en un congreso en el que habría unos 200 asistentes y mi tema era el de la actitud. Como forma de hacer algo de networking antes de mi conferencia y aprovechando que había ese tipo de mesas en las que las personas pican algo de pie, mientras se conocen los unos a los otros, fui paseando de mesa en mesa. Me dediqué a conocer a muchas personas, averiguando algo de ellas, especialmente lo que más me interesaba, su actitud.
Tan solo hice una cosa, una pregunta muy sencilla: «¿Cómo estás?». Sin embargo, como puedes adivinar, ante esta pregunta el 98 % de nosotros decimos «bien», ya que es algo habitual y políticamente correcto. Así que yo no me conformé con un «bien» y preguntaba de nuevo a la persona: «Y ¿cómo va todo?» De esta forma me aseguraba tener una respuesta más genuina. En aquel instante, era una forma sencilla de saber algo más sobre la actitud de alguien en menos de 30 segundos.
La conversación era algo así:
—Buenos días, soy César. ¿Cómo te llamas?
—Hola, yo soy Marta.
—Hola Marta, ¿Cómo estás?
—Bien.
—Me alegra, y... ¿cómo va todo Marta?
...
Una conversación sencilla pero muy efectiva para lo que estaba a punto de descubrir.
Me encontré respuestas de todo tipo. A continuación, incluyo una lista pormenorizada ordenada de peor a mejor actitud.
Vamos tirando. Cuando alguien te dice esto, no puedes sino verle tirando de alguna cosa. Tiene que ser difícil vivir la vida tirando, uno lo primero que piensa es ¿de qué tiras?... Imagina que tienes que hablarle de un reto o pedirle un favor a esta persona ¿se lo pedirías?
Bueno, ahí estamos. Dijo una persona mientras señalaba con el dedo a una esquina del salón en el que estábamos. Al escuchar esta respuesta, pude ver que la persona no se sentía muy protagonista de su vida, no parecía hablar de sí mismo, era como hablar de otro. Si te pregunto: «¿Cómo estás?» y dices: «ahí», ya has dejado de estar «aquí». Uno no se da cuenta de estas cosas, pero a veces vive la vida con actitud pasiva, seguramente esta persona la vivía así.
Ya ves... aguantando. Otra persona me respondió esto, y nada más verla, pude percibir el peso de una losa sobre su espalda. Ante esta respuesta, uno puede ver delante suyo a alguien que está cansado, y que muy probablemente tiene que ir de vez en cuando al fisioterapeuta o quiropráctico porque tiene dolor de espalda, ya que lleva consigo una pesada carga. Si vives la vida como si estuvieras aguantando ¡tienes un problema! En ese momento todos estábamos tomando una copa de vino o similar (yo no, que tenía que dar una conferencia), teníamos unos excelentes canapés sobre la mesa, y sin embargo, algunas personas sentían que estaban «aguantando». Vaya y ¿qué dices cuando estás sufriendo?
Podríamos estar peor. La persona que me respondió esto, tenía una actitud «media», e incluso podríamos decir que algo inteligente. Esta persona se guía por el principio de que «si estoy mejor que otros es que estoy bien». De alguna forma se percibe a sí misma en un lugar mejor que el de los demás, así que cuando le preguntas: «¿Cómo estás?» mira a su alrededor y, como ve a otros peor, dice: «Podríamos estar peor». Tiene mucho sentido, sin embargo, esta persona no te está diciendo cómo está él o ella, sino cómo están los demás, lo que no deja de llamarnos la atención. Pero ¿significa eso que nosotros estamos excelentes? No. Solo significa que estás mejor que ellos. Si ellos están rematadamente mal, tú podrías estar muy mal, y sin embargo estarías mejor que ellos. Bajo mi punto de vista, hay mucho que mejorar en nuestra actitud si meramente nos comparamos con los demás.
No vamos mal. Esta persona, al igual que la anterior, se percibía a sí misma en comparación con algo, en este caso con cómo podrían ir las cosas. Si las cosas pueden ir mal y nosotros no vamos mal, es suficiente. De alguna forma, al hacer esto, estamos suponiendo que las cosas pueden ir mal, o irán mal algún día. Nuestra mirada está puesta en «el mal». Es algo así como sin saber nada de ti ni de tu relación de pareja te pregunto: «¿Qué tal estás con tu pareja?» Y me respondes: «¡No me voy a separar!». Es raro ¿verdad? No te he preguntado eso, pero al decirlo ya parece que tengas ese miedo, y que te orientes hacia la separación. De alguna forma esta respuesta nos indica un miedo.
Jodidos pero contentos. Si lo piensas bien es difícil que estos dos mecanismos existan a la vez. En esta respuesta, quizás en un segundo grupo de actitudes, estaría escondida algo más de sabiduría ya que hay sentido del humor. La persona no deja de percibirse a sí misma mal, pero al menos dice: «esto es lo que hay, así que me pongo contento». Aunque a mí tampoco me gustaría caminar por la vida con la sensación de que estoy «jodido», por muy contento que esté ¿no te parece?
Estupendamente. Me dijo alguien. Confieso que con la primera persona que me lo dijo, después de unas cuantas que habían respondido todo lo anterior, se me cayeron las lágrimas de alegría. ¡Pensé que no quedaban personas positivas en el mundo! Así fue:
—Buenos días, soy César.
—Hola, yo soy Luis.
—Hola Luis, ¿cómo estás?
—Bien.
—Me alegra, y ¿cómo va todo?
—Estupendamente.
Además, Luis sonreía, lo que me hizo comprobar que se encontraba estupendamente. Algunas personas viven la vida de esta manera, deciden vivir el momento estupendamente.
De maravilla. Cuando escuché esta respuesta no pude sino ver algo maravilloso en la persona que me lo decía. Había luz en su rostro, sonrisa y también había paz en su mirada. Era algo así como que la vida de esta persona escondía pequeños tesoros, pequeñas maravillas de las que disfrutaba. Seguramente si esta persona hubiera completado la frase: «La vida es...» hubiera añadido «maravillosa». Hay personas que viven así la vida.
¡Efervescente! El número uno en actitud se lo lleva Víctor, un comercial del sector farmacéutico de unos 34 años y ganas de comerse el mundo y de disfrutar de la vida. Ante mi primera pregunta: ¿Cómo estás?, y sin darme ocasión de preguntar: «¿Cómo va todo?» me respondió: «¡Efervescente!» Yo me quedé sorprendido, lo primero que pensé fue: «¿Cómo se vive estando efervescente?», pero enseguida pude ver la alegría en el rostro, la mirada y los comentarios de Víctor. ¡Era un tipo efervescente!
Lo curioso no son solo las respuestas que encontré en esos minutos, son los porcentajes que hallé una vez analizadas las respuestas:
• Un 60 % de las personas tenían una actitud bastante negativa a tenor de las respuestas que habían dado: «Vamos tirando», «bueno, ahí estamos», «ya ves... aguantando»... y similares.
• Un 33 % de las personas tenían una actitud media según las respuestas del tipo: «Podríamos estar peor», «no vamos mal» o «jodidos pero contentos»...
• Y solo un 7 % de personas mostraban una actitud positiva en la que se percibía no solo una respuesta del tipo: «Estupendamente», «de maravilla» o «¡Efervescente!», sino que además había una estupenda sonrisa en sus caras. ¿No te parece un dato alarmante? De hecho, he contrastado este dato con algunas investigaciones sobre la actitud de las personas en sociedades desarrolladas y es muy similar.
Como se ha demostrado en diversos estudios científicos, nuestra actitud no depende de nuestras circunstancias personales, sino que una cosa son nuestras circunstancias personales y otra muy distinta nuestra forma de vivirlas.
¿Significa esto que el que dijo: «Vamos tirando» tenía peores circunstancias personales que el que dijo: «De maravilla» y por eso lo dijo?, ¿crees que el que se sentía «Estupendamente» tenía menos problemas que quien estaba «Aguantando»?... En realidad, no existe una correlación según indican las investigaciones.
Recuerda el dibujo que viste en el anterior capítulo. Pero en este caso afrontando circunstancias personales.

En ocasiones, cuesta creer que la actitud depende de uno, porque solemos actuar de forma contraria la mayor parte del tiempo, nos decimos: «tengo esta actitud porque tengo estas circunstancias». Pero no funciona así, no hay relación, ya que la actitud es una forma de ver algo, no el «algo» en sí mismo.
Las «circunstancias personales» pueden ser de todo tipo: te despidieron de tu trabajo, contrajiste una enfermedad, tu coche no para de visitar el taller o, por ejemplo, tu pareja te ha pedido el divorcio. Tu «forma de afrontarlo» es algo muy diferente. Puedes sentirte víctima, enfadarte o afrontar la siguiente etapa de tu vida con optimismo y con más aprendizajes que antes.
Esta distinción es la más importante de este libro, por eso necesito que tomes conciencia antes de pasar al siguiente capítulo.
CONQUISTANDO LA ACTITUD
Aprende a poner una barrera, una frontera o límite entre tus circunstancias (lo que te ocurre) y cómo te sientes o las afrontas (tu actitud). Si aprendes a hacer esta distinción, estarás ya dentro del camino del éxito hacia una actitud excelente.
La mayoría de las personas que conoces y que conozco no han aprendido esto, todavía piensan que se sienten de una determinada forma por sus circunstancias. Lo que, irremediablemente, les lleva a una posición demasiado cómoda ante la vida ¿no te parece?
«El mayor paso hacia la madurez es el momento en el que una persona se descubre a sí misma como responsable de su estado anímico y emocional».
A veces no somos conscientes de la naturaleza bidireccional de la actitud. Uno suele pensar que se siente de una determinada forma porque sus circunstancias externas lo provocan. Todos hemos vivido episodios de nuestras vidas más o menos dolorosos, tristes o fatídicos, y nos hemos sentido víctimas alguna vez. ¿Te ha pasado?
Pero no estamos tan acostumbrados a creer que si empezamos a pensar y actuar de una determinada forma también cambiaremos como nos sentimos, y es posible que hasta cambiemos algunos de los eventos de nuestras vidas.
Algunas veces vemos a personas que suelen sonreír muy a menudo, otras sin embargo están más cabizbajas, miran al suelo y están serios o tristes. Uno podría pensar que la persona que sonríe tiene mejores circunstancias externas que la persona que está seria o triste, pero como decía en el capítulo anterior es una asociación que no nos conviene hacer.
Podría ser que la persona que sonríe tiene a su madre con alzhéimer, no consigue llegar a final de mes, tiene un hermano que no le habla y le acaban de comunicar que su empresa presentará un expediente de regulación de empleo en los próximos meses. Y después de todo, ¡decide sonreír!
Podría ser también que la persona que está triste tiene seguridad económica, una familia sana y una situación personal bastante favorable. Sin embargo, se siente triste y desdichada.
La persona que sonríe quizás haya hecho una elección: Si sonrío, me sentiré mejor. La persona que está triste seguramente no se haya dado cuenta de que puede elegir qué actitud tener y está siendo víctima de una actitud determinada.
Es obvio que todos tenemos derecho a sentirnos tristes, alegres, a tener miedo o a enfadarnos. No pretendo que pienses que hay que estar en modo happy flower durante toda tu vida. Nuestra riqueza emocional y nuestra inteligencia como seres humanos radican en el conocimiento y la gestión de nuestras emociones.
Vivir la tristeza por la pérdida de un ser querido, poder enfadarnos cuando tenemos que marcar algún límite o tener miedo ante una situación en la que nuestra vida corre peligro es algo saludable. Siempre y cuando sepamos pasar página, actuar de forma correcta, y no identificarnos demasiado con la situación en cuestión. De lo contrario, una situación te estará contaminando de una actitud determinada más de lo necesario.
En el ejemplo anterior, si la persona que veíamos triste y desdichada se sentía así porque le acababan de dar una mala noticia, quizás tenga todo el sentido del mundo la seriedad y tristeza que veíamos en su rostro. Sin embargo, a veces, estas personas viven así durante toda su vida, sin darse cuenta de que pueden hacer algo por cambiar cómo se sienten.
Lo curioso y lo que nos dicen algunos estudios es que, por ejemplo, las personas más felices sonríen más. Esto parece algo lógico y para lo que no hace falta indagar demasiado.
Sin embargo, lo que también se ha descubierto es que las personas que sonríen más, se sienten más felices interiormente, como consecuencia de ese acto deliberado de sonreír. Quizás inicialmente se sintieran desdichadas, pero hicieron algo por intentar mejorar esa sensación.
Esto te sitúa en un lugar en el cual tienes el poder de cambiar tu experiencia de vida, cómo te sientes, y seguramente, como veremos más adelante, tus resultados.
La actitud es una relación en las dos direcciones. Quizás no te sientas del todo bien, pero ¿quieres sentirte mejor? Empieza por hacer algo: sonríe.
«Nuestra riqueza innata y nuestra inteligencia como seres humanos radican, en muy buena parte, en el conocimiento y la gestión de nuestras emociones».
Es fácil caminar por la vida creyendo que la vida «nos ocurre», sin ser conscientes de que la vida la estamos haciendo ocurrir nosotros a cada instante. Si creemos que las circunstancias externas provocan nuestro malestar, es fácil que nos identifiquemos demasiado con este pensamiento y dejemos de tomar la responsabilidad de hacer algo sobre nuestra actitud. En ese momento es cuando hacemos una terrible asociación:
Erróneamente pensamos:
Si ocurre «esto», me sentiré de «esta» determinada forma.
Si olvidamos que entre lo que nos ocurre y nuestra forma de sentirnos existe nuestra actitud ante la situación, entonces nos habremos olvidado de lo más importante.
Hace algunos años estrené uno de esos coches con los que había soñado desde hace tiempo. Me hizo mucha ilusión y lo disfruté muchísimo en cada trayecto. Suelo viajar bastante por motivos de trabajo, y en más de una ocasión la combinación de transporte público no es tan efectiva como viajar en coche, lo que me permite estar en varias ciudades el mismo día. Por este motivo valoro mucho el vehículo con el que suelo hacer unos 40.000 km cada año. Recuerdo un lunes por la mañana en el que, a pocos días de estrenarlo, bajé al garaje del edificio en el que vivíamos y me encontré mi coche sujetado por cuatro maderos sobre los discos de freno en el lugar donde tendrían que estar las ruedas.
Aquella era una semana con muchos viajes y demasiados asuntos que atender, y sin embargo a mi coche nuevo (que estuvimos esperando 6 meses desde que hicimos el pedido) le habían robado las llantas y neumáticos, cuyo coste descubrí más tarde que eran aproximadamente 6000€. Puedes imaginar que no es una situación agradable de vivir un lunes por la mañana.
Aquel día tenía muchas opciones: enfadarme, sentirme desdichado, llenarme de rencor los ladrones, y muchas más... pero ninguna de ellas me llevaba a buen puerto. En lugar de esto, lo primero que hice fue ser consciente de que algo así podía contaminar mi actitud. Algo así como: antes de que la situación me gobernara a mí, decidí gobernar la situación.
Después de unos pocos minutos de enfado sobre el tema en cuestión y en el que también me acordé de algunos familiares de los protagonistas de dicha hazaña, acepté lo que había ocurrido y me di cuenta de que yo no podía cambiar nada de lo ocurrido: a mi coche nuevo le han robado las llantas. Eso ya había ocurrido, era un hecho y ahora había que solucionarlo. Pero no podía contaminar mi actitud.
Lo siguiente que hice fue poner la correspondiente denuncia, llamar al seguro y solucionar los trámites burocráticos lo antes posible. Estuve casi tres semanas sin coche.
Es solo un detalle insignificante de mi vida, seguro que tú también has vivido eventos que no son agradables, incluso mucho peores que este. Sin embargo, pongo este ejemplo porque en todo momento uno puede elegir cómo se va a sentir o cómo va a afrontar algo, o mejor dicho, su predisposición ante algo. Recuerda el prefijo «pre», indicándonos que la actitud ocurre antes de un evento concreto, es mi forma de «vivir» ese evento.
Imagina que vamos al teatro. Si te dijera esto, enseguida pensarías que vamos a ver una obra, que llegaremos, nos sentaremos en una butaca y veremos la actuación ¿verdad? No sabes si va a ser una comedia, un drama, un musical...
Pero, ¿y si te dijera que no va a ser así, que no estaremos sentados en las butacas, sino que estaremos en escena, haciendo la obra, como protagonistas de la misma? ¿Cambia algo, verdad?
No es lo mismo ir al teatro para sentarse a ver la obra que para protagonizarla.
Solemos vivir nuestra vida como auténticos espectadores, como personas que se sientan en una butaca y se ponen a observar. Nos decimos cosas como: «la vida que me ha tocado vivir» que, llevado a nuestra metáfora del teatro, sería algo así como: «la obra que estoy viendo». Nos sentimos sujetos pasivos de la vida, no nos damos cuenta de que somos la vida.
Al sentirnos una parte pasiva de nuestra vida, al sentir que somos espectadores sin capacidad de cambiar la obra, entonces abdicamos de nuestra principal función para la que hemos sido creados, la de vivir. Nos olvidamos de que somos la vida, de que ya no hay una vida que te ha tocado vivir, tú eres la vida, y tú puedes elegir y decidir la forma en la que quieres vivirla.
¿Recuerdas hace unos capítulos cuando preguntaba: «¿Cómo estás?» a diferentes personas a las que conocí? Seguro que recuerdas la respuesta de una persona: «bueno, ahí estamos». Este sería el principal ejemplo de una forma de ver la vida en la cual sientes que estás en la butaca del teatro. Bastante triste ¿verdad?
Vivir implica responsabilidad, que como puedes imaginar es una palabra que tiene mucho significado. Tan solo si dividiéramos la palabra en dos partes obtendríamos dos raíces: respons-habilidad.
Vivir es un asunto que requiere responsabilidad, la habilidad de dar una respuesta al reto que la naturaleza ha puesto frente a nosotros. Has tenido la suerte de nacer, ahora tienes una esperanza de vida de casi 100 años para hacer lo que decidas con tu vida, para decidir cómo quieres sentirte. Es tu responsabilidad. De ti depende.
Culpar a otros de lo que te ocurre no te servirá de mucho, hacerte la víctima no ayudará demasiado, no sirve de nada quejarte y sentirte mal por estar viviendo unas u otras circunstancias. Aceptaría que muchas personas se sintieran mal por sus circunstancias, no te voy a decir que no porque yo, como tú, soy un privilegiado en todos los sentidos. Pero que tú lo hagas, no deja de ser paradójico. Tienes este libro en tus manos, sabes leer y tienes tiempo para leer. ¿No te parecen suficientes motivos para sentirte feliz? Hay miles de millones de personas que no pueden tener acceso a un libro, que no saben leer, y que no tienen tiempo para leer o a las que se lo prohíben.
El sentimiento de víctima es muy conocido por todos nosotros, sentir que hemos ido al teatro a ver la obra de nuestra vida no deja de ser algo que a todos nos resulta familiar, pensamos: «voy a ver qué es lo que ocurre», «quizás algún día sea millonario», «quizás encuentre a la mujer / hombre de mis sueños», «a lo mejor algún día soy muy feliz».
En realidad, jugamos a la vida como si fuera un juego de azar, probamos suerte, y soñamos con que nos salga la bolita en la que están todos nuestros deseos.
Pero no es así. Nada interesante va a pasar mientras esté sentado en la butaca, hay un momento en el que tienes que tomar la decisión de salir al escenario, de moverte, de gritar, de llorar, de reír a carcajadas, de bailar y de vibrar con la música de la vida. Pero hay un problema... requiere esfuerzo.
Vivir requiere esfuerzo, es justo lo contrario a estar sentado en la butaca. En la butaca no consumes energía y adoptas una posición cómoda. En el escenario te pones en situación de riesgo, el consumo de energía es máximo, puedes acertar o puedes fallar, tienes que actuar y responder a lo que te pide la vida. No puedes sentirte cómodo en el escenario, requiere responsabilidad, dar una respuesta.
La única forma de vivir tu vida es estando dentro de ella, y por lo tanto asumiendo la responsabilidad de actuar en consecuencia para ser lo más feliz posible.
«Vivimos creyendo que la vida “nos ocurre”, desde una posición cómoda, sentados en el escenario en una hipotética butaca en un teatro».
Hace algunos años, después de una etapa personal bastante complicada, fui a un monasterio budista a realizar varios cursos sobre meditación. Por aquel entonces decidí ponerme en manos de aquellos monjes para que me enseñaran la práctica budista de la meditación, un campo que siempre me ha interesado.
El maestro que se ocupaba de dar las charlas y realizar las prácticas era una persona que parecía hablar muy acertadamente sobre la vida, los sentimientos y las personas. De aquellos días se me han quedado varios recuerdos grabados en la mente, pero uno de ellos es la frase que dijo varias veces: «Vivimos en un mundo decreciente».
En un principio no entendí muy bien a qué se refería, hasta que lo dijo una tercera vez y tuve la ocasión de preguntarle: «¿A qué se refiere con un mundo decreciente?» A lo que el maestro contestó: «A que todo tiende a ir decreciendo, a ir a menos».
Me llamó mucho la atención que la visión de un maestro budista sea que «vamos a peor», no es sino preocupante. Uno esperaría un rayo de esperanza, un hilo de posibilidad, algo a lo que acogerse si las cosas se ponen difíciles. Estarás de acuerdo conmigo en que no es una frase muy esperanzadora.
Mirando a nuestro alrededor, creo que tenemos bastantes evidencias de que esto es así, de que el mundo parece decreciente. Aun así, hay personas más positivas y otras más negativas, y cada cual verá de una forma el mundo en el que vivimos.
Sin embargo, al ver mi cara de duda y asombro, el maestro continuó hablando: «ya que vivimos en un mundo decreciente, somos nosotros los que tenemos que poner de nuestra parte, para contrarrestar esta inercia, esta tendencia a ir a menos. Si lo contrarrestamos, lograremos que el mundo vaya a mejor».
Me sentí aliviado al escucharlo. Esta respuesta me satisfizo más, y de alguna forma estaba alineada con lo que yo pensaba: tienes que poner de tu parte, de lo contrario nada va a ir a mejor.
De alguna forma, lo que nos decía ese maestro con esa afirmación es que quedarnos parados no es una buena opción, pues lo más probable es que las cosas vayan a peor. Quedarse parado es ir al teatro y sentarse en una butaca a ver la obra. Entonces puede que la obra sea un drama, y todo irá a peor.
A nivel empresarial, las mejores empresas son especialmente ambiciosas. No se conforman con poco y siempre quieren ir a más, conseguir más: más clientes, más beneficios, más territorios por explorar. Tengo la suerte de conocer a muchos empresarios, mi trabajo consiste en ayudarles a ellos y a sus empresas a mejorar, pero conozco pocos que tengan éxito y que quieran que todo siga igual. Si han tenido un buen año, no se conforman con eso y el año siguiente quieren mejorar ese año. No dicen: «el año que viene quiero que sea igual que este», porque si lo dijeran y según nuestra teoría del mundo decreciente, irían a peor.
No hace falta mucho esfuerzo para que las cosas vayan mal. A todos los niveles, también en el mundo de las relaciones de todo tipo: equipo, pareja, amigos... Junta, por ejemplo a ocho personas, durante una semana de viaje, conviviendo las 24 horas y verás como, sin demasiado esfuerzo, acaban apareciendo conflictos, algunos de ellos puede que incluso no quieran volver a viajar juntos. Esto no quiere decir que la convivencia humana sea una utopía, todo lo contrario. Pero sí quiere decir que, si no se pone esfuerzo, determinación y la actitud correcta, las cosas van a peor.
Hay personas cuya vida va a peor y no se dan apenas cuenta. Una similitud la puedes ver en las personas que aumentan su peso a lo largo de los años. Una capa de 1 mm de grasa más en tu cuerpo en un año, no la notará nadie. Pero una capa de 1 mm de grasa durante 15 años consecutivos supondrá 1,5 cm de grasa alrededor de tu cintura, piernas, papada... es el motivo por el que a muchas personas se les va de las manos su forma física. Y con el paso del tiempo no saben cómo han llegado hasta allí.
El cambio es muy lento por eso no se dan cuenta. No sé si alguna vez has llevado el timón de un velero. Es algo muy parecido, cuando viras hacia estribor, el giro no se produce en el mar igual de rápido que lo harías con un coche sobre el asfalto, hay un pequeño retraso. En nuestras vidas pasa igual, algunas personas tienen una actitud negativa y sin embargo todavía no lo han percibido ni apenas han visto los resultados, pero llegar, llegan. Es cuestión de tiempo.
Muchas personas y muchas empresas van a peor y sus protagonistas no lo saben, es como si estuvieran narcotizados por alguna droga. Pero van a peor.
Otras personas, sin embargo, cada vez consiguen sentirse mejor y tomarse la vida de mejor manera. E irán mejorando con el tiempo, como el buen vino.
En la vida o creces o decreces, es difícil seguir ambos caminos. Si no estás haciendo nada estás decreciendo, si estás haciendo lo suficiente por contrarrestarlo, entonces estás creciendo, tu actitud está mejorando y tu vida en consecuencia.
«Si no se pone mucho esfuerzo, determinación, y la actitud correcta, las cosas van generalmente a peor».
En mi país tenemos una Constitución que dice: «Todos los ciudadanos tienen derecho a una vivienda digna». Muchas personas, cuando conocen este derecho y ven que hay ciudadanos que viven en la calle se indignan, o cuando ven que a ellos mismos les es muy difícil acceder a una vivienda montan en cólera.
Sin embargo, no se dan cuenta de que han confundido la palabra «derecho». Que tengas derecho a algo no quiere decir que te pertenezca, quiere decir que te lo puedes permitir. Es importante hacer esta distinción. Las leyes tienen que ser claras a este respecto para no dar lugar a confusión. Por ejemplo, yo no tengo derecho a tener una bomba nuclear, pero sí a una vivienda digna. Es uno de los derechos que me da la Constitución y si trabajo o consigo el dinero suficiente me podré comprar una vivienda digna.
Muchas personas se toman la cuestión de la actitud y de la felicidad como un tema al que tienen derecho, que les pertenece. Es algo así como «he nacido y, por lo tanto, me corresponde ser feliz. ¡Dadme mi felicidad ahora mismo!».
Suele pasar con estas personas que, al no conseguirlo, se enfadan con el mundo, tienen actitudes poco útiles y que les llevan por el camino decreciente, como decía en el capítulo anterior.
Imagina que hemos sido creados por una fuerza superior, puedes llamarla naturaleza, universo o puede ser tu propia religión, aquella que sigas y a la que seas fiel. ¿Cuál crees que es el motivo por el que hemos sido creados?
Seguramente esa fuerza que ha hecho que los seres vivos lleguemos hasta aquí habrá pensado precisamente en eso, en «que lleguemos hasta aquí». Lo cual quiere decir que hemos tenido que sobrevivir a todo tipo de eventos naturales, sociales y de todo tipo, enfermedades, infecciones, guerras, glaciaciones... pero al final los seres vivos estamos aquí, sobre el planeta Tierra, algo que nos diferencia de otros planetas del sistema solar.
No podría yo saber para qué hemos sido creados, esa es una pregunta demasiado grande que no está a mi alcance responder, pero sí sé que todos estamos diseñados para sobrevivir. Eso lo podemos comprobar cada día, con tan solo mirar a nuestro alrededor.
Cuando mi hija era muy pequeña y tenía sueño se acercaba a su madre para que la durmiera. En todo caso se acercaba a mí para que le diera mi mano (con la que sujetarse mientras caminaba) y la llevara a donde estaba su madre. Ella sabía que su madre la podía dormir mejor, que captaría mejor que yo sus necesidades. No sé si es una cuestión de genética, no voy a entrar en un debate de este tipo, lo que sí sé es que, hasta entonces, con su madre había pasado muchas más horas que conmigo y cuando se trata de sobrevivir (de momento y preferentemente) la elegía a ella.
Los seres humanos somos especialistas en sobrevivir. Solo tienes que analizar cualquiera de las grandes hazañas de la humanidad para darte cuenta de ello. El viaje de Shackleton a la Antártida en el que después de más de un año abandonados a su suerte sobre el hielo, consiguió volver con todos sus hombres sanos y salvos a Inglaterra. Tenemos mil ejemplos de la capacidad de sobrevivir de los seres vivos.
Los árboles crecen en el campo, en lugares con tierra y agua, pero también crecen en las paredes rocosas de un precipicio, o rompen el asfalto con una fuerza que parece que surge del mismo centro de la tierra.
No soy experto en ADN, pero quiero pensar que en nuestra genética está escrito que tenemos que sobrevivir, y para ello haremos todo lo necesario. En el ADN está escrito casi todo lo que somos, pero no pone que tengamos que ser felices.
Allí están escritas cosas como «tener cinco dedos en cada mano», algo que, salvo excepciones, tenemos todas las personas. Es obvio que en nuestro ADN lo pone. Sin embargo, no dice que tengamos que ser felices teniendo una actitud excelente ante la vida.
¿Por qué lo sé? Porque no lo somos, porque todos queremos ser felices, y porque según mi estudio (básico y criticable) de: «¿Cómo estás?» sobre la actitud, solo un 7 % de las personas tenemos una actitud excelente. No hace falta que vayamos muy lejos para ver algunos datos verídicos más: el 22 % de los estadounidenses tienen una enfermedad mental del tipo ansiedad, depresión, etcétera. Hay más datos de este tipo, pero no te quiero deprimir.
La cuestión es que la felicidad no está escrita en nuestro ADN, somos nosotros los que tenemos que crearla, los que tenemos que hacerla posible. Pensar que la felicidad es un derecho es una equivocación, tenemos que pensar en la felicidad como una obligación, como algo que tenemos que lograr mediante una actitud excelente.
«Que tengas derecho a ser feliz no significa que lo vayas a ser, solo significa que lo puedes ser».
Esta mañana es posible que hayas ido al armario de tu casa a elegir la ropa te ibas a poner. Es posible que hayas decidido entre una camisa lisa o una estampada, entre un vestido u otro, entre unos zapatos u otros ¿verdad?
Normalmente, elegimos qué ropa nos vamos a poner, entra dentro de nuestros privilegios, digamos que tienes esa suerte si eres una de las personas que está leyendo este libro. Un amigo me contó que viajó a un lugar en la India en el que la gente no tenía ropa para ponerse. Me narró con mucha pena que vio a dos ancianos desnudos, juntos y tirados en el suelo. Otras personas no disponen de mucho donde elegir, en muchos países del mundo las personas no pueden elegir qué ropa ponerse, se ponen lo primero que encuentran, una única prenda de ropa, muchas veces sin comodidades que aquí nos parecen tan normales, como la ropa interior.
Nosotros, que pertenecemos a países desarrollados, sí podemos elegir la ropa que nos ponemos, la elegimos cada mañana. Cada vez que me visto para ir a trabajar decido si llevo una u otra camisa, americana, pantalón, cinturón y zapatos. Tenemos esa suerte y es algo que hacemos de forma consciente, lo decidimos.
Sin embargo, conozco a pocas personas que decidan sobre su actitud cada día, que antes de empezar la jornada mediten sobre cómo quieren sentirse, cómo quieren estar y qué respuesta quieren dar al mundo que les rodea.
No somos conscientes de que nos ponemos una actitud, pero lo hacemos cada mañana y no nos damos cuenta. Sin embargo, nos ponemos una ropa concreta y sí nos damos cuenta. La ropa, aunque tiene cierta influencia, no tiene un gran impacto en cómo nos sentimos y qué resultados tendremos. Quiero pensar que a mis clientes les importa poco si llevo una camina lisa o de rayitas azules, pero sé que les importa mucho si estoy en positivo con ellos, si hablo de forma enérgica y apasionada o si les trato con el cariño y respeto que merecen.
La actitud, como veremos, tiene un gran impacto en mis resultados y en mi satisfacción. La ropa que llevo no. Sin embargo, por una extraña razón, acabo eligiendo mi ropa (algunas personas pasan más de 10 minutos haciéndolo) y no acabo eligiendo la actitud que me quiero poner. Es extraño ¿verdad?
Lo hacemos cada día porque no caemos en la cuenta de que la actitud es una de esas cosas que no vienen solas, una de esas cuestiones que tengo que provocar yo. Pero la mayor parte de las personas que conocemos no hacen nada por ponerse cada día la mejor actitud.
Cada día de nuestras vidas necesita de una actitud. Pero en todas las ocasiones se requiere una buena actitud.
• En ocasiones necesitamos una actitud más calmada que nos permita disfrutar del momento.
• A veces necesitamos de una actitud más productiva que haga que nuestro trabajo merezca la pena.
• En ocasiones necesitamos ser más positivos.
• Otras veces necesitamos trabajar de forma más constante para lograr resultados.
CONQUISTANDO LA ACTITUD
Si cada día necesito una actitud para dar lo mejor de mí al mundo, ¿por qué no me pongo esa actitud? Acostúmbrate a analizar tu estado mental más a menudo y a tomar conciencia de la actitud que tomas ante la vida.
Lo contrario es salir al mundo de cualquier manera. Y eso tiene sus consecuencias... es como ir a una entrevista de trabajo de un gran banco en bermudas y con chanclas de playa.
«Ponte la actitud adecuada para el día que comienza».
Hay dos respuestas primarias en todos nosotros que condicionan nuestra actitud y nuestra forma de vivir. Estas dos formas de actuar determinan nuestro presente, pasado y futuro, dos pulsiones naturales que nos ayudan a caminar por la vida y a avanzar.
La primera de ellas, y la más importante, es aquella que nos acerca al otro, que nos invita a cooperar y a ayudarle, una respuesta en la que deseamos el bien para los demás y para nosotros, en la que confiamos en las posibilidades de la vida. Esta respuesta que todos tenemos es el amor, y dentro de ella estarían una cantidad infinita de emociones como la ternura, la solidaridad o la bondad...
Hay quien lo llama dios, universo, energía, o ponle el nombre que quieras, es una esencia creativa de la cual estás formado. Cuando el amor no está en nuestras acciones se crea un vacío, un espacio frío y cortante al que llamamos miedo.
Entre esas dos respuestas nos vamos moviendo por la vida. Actuamos con amor o actuamos con miedo.
Dice Anthony de Mello:
«Lo contrario del amor no es el odio, sino el miedo, el odio es una consecuencia del miedo».
Existe una pequeña historia que me gustaría contarte:
CONQUISTANDO LA ACTITUD
Un samurái fue a ver al maestro zen Hakuin y le preguntó: «¿Existe el infierno? ¿Existe el cielo? ¿Dónde están las puertas que llevan a ellos? ¿Por dónde puedo entrar?».
Era un guerrero sencillo. Los guerreros siempre son sencillos, sin astucia en sus mentes, sin matemáticas. Solo conocen dos cosas: la vida y la muerte. Él no había venido a aprender ninguna doctrina; solo quería saber dónde estaban las puertas, para poder evitar la del infierno y entrar en el cielo. Hakuin le respondió de una manera que solo un guerrero podía haber entendido.
«¿Quién eres?», le preguntó Hakuin.
«Soy un samurái», le respondió el guerrero. En Japón, ser un samurái es algo que da mucho prestigio. Quiere decir que se es un guerrero perfecto, un hombre que no dudaría un segundo en arriesgar su vida. «Soy un samurái, un jefe de samuráis. Hasta el emperador mismo me respeta», dijo.
Hakuin se rió y contestó: «¿Un samurái, tú? Pareces un mendigo».
El orgullo del samurái se sintió herido y olvidó para qué había venido. Sacó su espada y ya estaba a punto de matar a Hakuin cuando este le dijo: «Esta es la puerta del infierno. Esta espada, esta ira, este ego, te abren la puerta». Inmediatamente el samurái envainó la espada y Hakuin dijo: «Aquí se abren las puertas del cielo».
Cada vez que tenemos miedo, de una u otra forma, dejamos de amar. Estamos cerrando las puertas del cielo y abrimos las del infierno.
Dentro de la constelación del amor nos encontramos emociones cercanas y similares, como la confianza, la generosidad, la entrega, el trabajo en equipo, la colaboración, la integridad, el apoyo, el cariño o la paz.
El miedo también tiene una constelación, en la cual orbitan los celos, el vértigo, el pánico, la envidia, la complacencia, la ansiedad, la duda, el odio, el enfado, la rabia o la vergüenza...
Ambos universos son naturales, están con nosotros desde el comienzo. Las dos respuestas no se pueden dar a la vez, pues son contrapuestas, es como querer ir en una dirección y en la contraria al mismo tiempo.
A lo largo de nuestra vida estamos más o menos condicionados por el amor o por el miedo, inevitablemente, y esto condiciona nuestra actitud.
Como puedes imaginar, cada respuesta conduce a mundos distintos y se desencadena a una velocidad vertiginosa, en instantes tan rápidos que apenas te das cuenta. Cuando te quieres dar cuenta has sido secuestrado por el miedo y estás actuando bajo su paraguas. Ves actuar a tu hijo de una forma determinada y respondes con miedo...Ves que tu pareja hace algo y respondes con desconfianza...Ves que tu compañero de trabajo dice algo y te asalta la duda...Ves que una persona de tu empresa habla con alguien en voz baja mientras te mira y te preguntas: «¿hablarán de mí?»...
El miedo se apodera de ti antes de que te quieras dar cuenta. Estás programado para ello. Lo peor es que no eres consciente cuando ocurre.
El miedo te secuestra hasta lugares en los que no hay ningún tipo de amor, y solo hay lugar para el conflicto interno o externo, la desconfianza y finalmente la soledad. Cuando tenemos miedo solo caben tres respuestas, tres pulsiones que están programadas en cada uno de nosotros, y que es muy, muy difícil no tener:
Complacencia: «Te complazco para pertenecer». Tengo tanto miedo a la soledad que me quedo junto a ti pese a dejar de ser yo. Las personas que actúan complaciendo a los demás, incluso pasando por alto sus propias necesidades, actúan bajo el miedo al rechazo. Los seres humanos somos gregarios y deseamos pertenecer al grupo del que formamos parte. El miedo al rechazo nos conecta con la posibilidad de quedarnos solos, de ser apartados y repudiados. Por este motivo a veces complacemos tanto a los demás que incluso nos olvidamos de nosotros mismos.
Protección: «No quiero que me hagan daño». Y por lo tanto pongo distancia entre tú y yo, no me muestro vulnerable, e incluso puedo parecer arrogante.
Cuando tenemos este miedo actuamos protegiéndonos del mundo, y haremos de todo menos ser nosotros mismos, menos mostrar nuestras propias debilidades. Una de las formas de lograrlo es poniendo una distancia psicológica entre nosotros y los demás, no compartiendo, no acercándonos más de lo necesario.
Otra de las formas de lograrlo es mediante la arrogancia, al mostrarnos diferentes y superiores a los demás estamos poniendo una barrera entre ellos y nosotros y tenemos la sensación de que estamos protegidos.
Control: «Tengo miedo a perder el control». Cuando somos algo controladores con los demás, perfeccionistas, autoritarios y ambiciosos, también existe un miedo detrás de nuestros actos, el miedo a perder el control. Cuando este miedo nos posee, nos obcecamos con soluciones que pasan por un esfuerzo desmedido, un perfeccionismo poco sano o una energía destructiva hacia los demás para que hagan algo.
Como puedes ver, estas tres respuestas nos conducen a mundos muy oscuros, y de una u otra forma todos caemos en ellas, aunque sea levemente, de vez en cuando. La cuestión es que no somos conscientes.
Nuestro cerebro está programado para ser muy rápido, para detectar oportunidades y amenazas, y en demasiadas ocasiones activamos el miedo y actuamos de una de estas tres formas.
Nuestra actitud frente a algo ocurre de forma inmediata, en milésimas de segundo. Imagina que estás en el teatro en una de esas obras actuales en las que los actores interactúan con el público, haciéndole subir a escena de vez en cuando. Imagina que el actor se va acercando a tu zona sigilosamente mientras busca un voluntario y de repente cuando está frente a ti, te mira. En ese momento, si eres del 95 % de las personas a las que les provoca cierto sentimiento de vergüenza salir a escena como voluntario, se desencadenan en ti todo tipo de:
Reacciones fisiológicas externas: una falsa sonrisa, la mirada perdida, la cabeza se te irá un poco hacia detrás...
Sensaciones internas: vacío en el estómago, flojera de piernas, palpitación más rápida de tu corazón...
Emociones: vergüenza, miedo, vulnerabilidad, debilidad...
Pensamientos: «no lo voy a hacer bien», «ya verás cómo me pone a bailar o algo así», «voy a hacer el ridículo»...
Y finalmente todo esto constata algunas creencias que la persona puede tener sobre sí misma: «No sé bailar», «No se hablar en público», «Los demás me van a criticar».
Todas estas respuestas desencadenadas (comportamientos, pensamientos, etc.), ocurrieron en menos de un segundo, ¡para que luego digan que somos lentos! El problema es que no fuimos conscientes, no lo somos habitualmente y nos convertimos así en víctimas de nuestras reacciones a los eventos que ocurren en nuestra vida.
¿Eres consciente de tus reacciones o actúas bajo el piloto automático? ¿Quieres cambiarlo?
Ante cualquier evento, por pequeño que sea, tú tienes la capacidad de decidir. De tomar la decisión de si lo quieres afrontar desde el miedo o desde el amor.
La clave es dejar de hacer que tu respuesta sea automática, tienes que añadir más consciencia al proceso, tienes que moverte por la vida de forma menos impulsiva, y vivir de forma más consciente.
No te estoy pidiendo que cambies, sino que vivas más conscientemente. Quizás te apetezca seguir teniendo ese tipo de secuestros emocionales el resto de tu vida, pero al menos deberías decidirlo tú, no ser una víctima de ellos.
Cuando actúas con miedo no diriges tú, hay alguien que lleva el mando a distancia de tu vida.
Cuando actúas desde el amor, eres tú quien decide, quien cambia de canal o sube el volumen. Tu integridad aumenta y tu impacto sobre el mundo es positivo, haciendo cosas extraordinariamente positivas.
¿Cómo es dirigir una empresa con miedo?
¿Cómo es criar a unos hijos con miedo?
¿Cómo es estar en pareja con miedo?
¿Cómo es vivir con miedo?
El amor es algo de lo que no puedes escapar.
Cuando juegas con miedo juegas a no perder, y entonces paradójicamente lo único a lo que puedes optar es a perder o a empatar. Es como si un tenista de élite saliera a la pista a no perder, ¿qué pasaría? Obvio, acabaría perdiendo. A nosotros nos acaba pasando algo parecido, jugamos a no perder y acabamos por perder, sin ser conscientes de que el miedo estaba detrás de nuestra forma de actuar. En el mundo del tenis está comprobado que un tenista tiene muchas posibilidades de perder el set cuando los dos sets anteriores los ha ganado. Por ejemplo, ante un 6-4, 6-2, lo más probable es que el tercer set lo gane el jugador que iba perdiendo. ¿Por qué? Porque el tenista en ese momento, a punto de ganar el partido tiene miedo de fallar, de ganar demasiado rápido, y entonces se le encoge el brazo y la bola se queda en la red, o le entra un chispazo de locura y acaba lanzando la bola más allá del fondo de la pista.
No es lo mismo jugar a no perder que jugar para ganar. Cuando el amor o la confianza están detrás de nuestra forma de actuar jugamos para ganar porque no contemplamos la derrota como una opción, actuamos desde la convicción de que vamos a hacerlo posible, y no existe miedo dentro de nosotros. Cuando juegas a ganar en la vida no hay otra opción que ganar, porque un ser humano con la determinación necesaria puede conseguir retos que nunca antes habría imaginado.
«Cuando jugamos para ganar no tenemos otra opción que tener éxito».
Como hemos comentado, el ser humano es un ser diseñado para sobrevivir, y esto no siempre nos provoca las mejores respuestas. Aunque visto con algo de proximidad, tenemos una gran capacidad racional, de diálogo y de saber cooperar con los demás para conseguir metas comunes. También es cierto que no siempre nuestra respuesta y actitud ante los desafíos de la vida es la mejor.
Si lo piensas bien, aunque ahora no sea necesario utilizar la violencia para sobrevivir, hace tan solo 10.000 años vivíamos de otra forma muy distinta. Cazar animales o luchar a muerte con otras tribus por el territorio eran tareas cotidianas de cada uno de nosotros para las que estamos preparados, genéticamente preparados y diseñados.
El ADN cambia cada mucho tiempo. Se calcula que cada 10.000 años aproximadamente podemos sufrir cambios que nos hagan tener una respuesta más adaptativa al entorno en el que vivimos. Esto nos dice que, aunque ya no seamos hombres y mujeres de las cavernas, estamos diseñados exactamente como tales, y por lo tanto dentro de nosotros todavía hay algunas respuestas poco adaptativas.
Dentro de nosotros hay tres respuestas o centros de control que provienen de nuestra historia como seres vivos:
Por un lado, nos encontramos con una respuesta muy instintiva, derivada de nuestro cerebro reptiliano, ubicado en nuestra espina dorsal básicamente, y que controla las respuestas instintivas pelea-huyereprodúcete. Se llama reptiliano porque sería la respuesta que tendría un reptil, que no tiene emociones y que solo puede actuar por puro instinto.
Por otro lado, también somos emociones, tenemos recuerdos de las personas que nos dejaron huella y podemos relacionarnos afectivamente con los demás. Podemos tener compasión, sentir alegría, tristeza y otros tantos sentimientos. Estas respuestas son derivadas de nuestro cerebro emocional, ubicado en la zona de la amígdala del cerebro, el punto donde acaba la espina dorsal en la cabeza. Los mamíferos tienen emociones, un perro siente, un caballo siente, una ballena siente, es inevitable. Se relacionan, se quieren, odian, aman, temen...
Sin embargo, los mamíferos superiores como los hombres, los monos o los delfines, desarrollamos además un amplio córtex, que sería toda la corteza cerebral que controla casi todo lo que hacemos y que nos da extraordinarias capacidades, entre ellas las de razonar, de analizar, de reflexionar y pensar antes de actuar.
Sin embargo, este neocórtex no siempre razona adecuadamente, y en muchas ocasiones lo hace tarde por un motivo que habrá ocurrido alguna vez. Si alguna vez te has enfadado mucho, o has tenido una respuesta desmedida con un tema, es muy fácil que hayas sufrido un secuestro amigdalino. El término fue acuñado por Daniel Goleman en su libro Inteligencia emocional en el 1996 para definir experiencias emocionales que nos sobrepasan y que disparan algo dentro de nosotros.
• ¿Has tenido alguna vez la sensación de que, ante una situación determinada, te bloqueabas?
• ¿Tu respuesta emocional ha sido desmedida frente a alguna situación laboral o personal?
• ¿Has sentido pánico ante una situación en la que bien pensado y, racionalmente, tu vida no corría peligro?
Si has contestado que sí a alguna de estas tres preguntas, es muy probable que hayas sufrido un secuestro amigdalino. De hecho, casi todos lo sufrimos periódicamente. Hay situaciones que disparan algo dentro de nosotros (cada uno tiene las suyas), que provocan un torrente de emociones relacionadas con emociones destructivas con los demás o con nosotros mismos, que nos hacen menos capaces de afrontar una situación con la actitud que se requiere.
Aunque algunas de esas emociones como el enfado, la rabia o el miedo pueden ser útiles en alguna ocasión, el secuestro amigdalino ha ocurrido si estas respuestas no son las más adecuadas para la situación, es decir, si son desmedidas.
Una parte de nuestro cerebro, el tálamo, hace una clasificación preliminar de toda la información externa que le llega. Una parte de la información se envía a la amígdala (nuestro archivo emocional) y otra se envía al neocórtex (el cerebro pensante y racional). Si la amígdala percibe que hay una coincidencia de la experiencia actual con una experiencia pasada que por algún motivo ha sido traumática para nosotros (y no está sanada), disparará la respuesta pelea, bloquéate o huye. Haciendo que se active nuestro mecanismo de defensa frente a amenazas externas, el conocido como eje HPA (Hipotálamo-Pituitaria-Adrenal).
Este eje HPA activa todo un conjunto de síntomas fisiológicos que nos preparan para las situaciones críticas y tensas. La respiración, el aumento del latido cardiaco, mayor tensión muscular, etc. De esta forma la amígdala ha impedido que nuestro «cerebro pensante y racional» pueda actuar, ha secuestrado su capacidad. Por este motivo se le llamó, a este mecanismo que ocurre en todos nosotros, secuestro amigdalino.
El cerebro emocional procesa la información mucho más rápido que el cerebro racional, de forma que en caso de que la experiencia que vivimos sea un reflejo de otra que nos causó especial trauma o sensación negativa, impedirá la comunicación con el cerebro racional. Por este motivo, en estas ocasiones pensar de forma lógica y racional es muy complicado.
El sistema nervioso que nos protege de amenazas externas es el eje HPA, pues activa en nosotros todo lo necesario para salir corriendo o defendernos. Los seres humanos también contamos con otro sistema que nos protege de las amenazas, en este caso de las amenazas internas. El sistema inmunológico tiene la capacidad de proteger nuestro cuerpo de virus o bacterias, haciendo que todo funcione correctamente y que cualquier enfermedad no se pueda propagar rápidamente y sea sofocada.
Sin embargo, nuestros mecanismos de supervivencia son muy inteligentes, y hacen que en situaciones de peligro un sistema prevalezca sobre el otro. ¿Adivinas cuál de los dos prevalece sobre el otro? Correcto, el eje HPA, nuestra respuesta frente a amenazas externas prevalece sobre el sistema inmunológico, anulándolo. Es inteligente que esto sea así, ya que el cuerpo necesita tener la máxima energía en momentos críticos para poder salvar la vida.
El único problema es que, según se demuestra hoy en día, muchas personas a causa del estrés o la ansiedad tienen este sistema activado demasiado a menudo, anulando el propio sistema inmunológico.
«La persona que sufre un secuestro amigdalino se sentirá bloqueada o tendrá reacciones desmedidas, mostrando una actitud muy favorable a la que la situación requiere».
Nuestra actitud forma parte de todo nuestro ser, como he comentado, afecta a nuestra forma de actuar, de pensar y de sentir, e incluso afecta a nuestro latido cardiaco.
El instituto de la matemática del corazón, Heart Math, con sede en California, lleva más de 25 años estudiando la relación y conexión entre nuestra mente y nuestro corazón. A partir de varios estudios realmente interesantes han conseguido establecer muy buenos argumentos sobre cómo afecta nuestro estado anímico y emocional a nuestro latido cardiaco.
El corazón puede latir de dos formas claramente diferenciadas. En una de estas formas el corazón se comporta como un reloj suizo perfectamente sincronizado, cada latido a su tiempo. Es un latido rítmico y perfecto. A esta forma de latir los cardiólogos la han llamado «coherencia». Porque el corazón es coherente con el propósito para el cual fue diseñado.
Existe otra forma de latir en la cual existe una mayor variabilidad del ritmo cardiaco (HRV, Heart Rate Variability). En esta manera de latir, el corazón se comporta de forma arrítmica, entre cada latido y el siguiente no hay la misma cantidad de tiempo, existe un pequeño desajuste del sistema. A esta forma de latir los cardiólogos la han llamado «caos», por el latido caótico que se detecta en el corazón.
La variabilidad del ritmo cardiaco, como puedes imaginar, es una medida clara de si está funcionando todo bien dentro de nosotros o no. Aunque cierta variabilidad es normal, entre un latido y otro no siempre hay el mismo espacio de tiempo. Sin embargo, hay un patrón coherente o síncrono de esta variabilidad (se puede ver más abajo) y otro totalmente caótico.
En la imagen (fuente: HeartMath Institute) primero ves el patrón coherente de un corazón. En la parte de abajo, puedes ver que el patrón es caótico funcionando sin ningún orden ni ritmo claro.

Lo curioso es que nuestro corazón pasa de un estado a otro múltiples veces a lo largo del día, dependiendo principalmente de nuestra actitud y de nuestro estado anímico. En la página web de HeartMath puedes pedir alguno de los dispositivos que se utilizan para hacer estas mediciones, algunos de ellos son para conectar al USB de tu ordenador, otros a tu móvil y otros son portátiles para llevar en la mano y poder ver cómo te encuentras.
Si empezamos un día con mucho trabajo por hacer, y con preocupaciones o tensiones, es posible que vayamos algo más acelerados que de costumbre, con más cosas por hacer y con la sensación de que no llegamos a todo. Esto provoca una tensión en nuestro cerebro que también se refleja en nuestro cuerpo de muchas formas, especialmente en los músculos y en el corazón, latiendo de forma caótica. Te puedo asegurar que tu actitud no será la mejor.
Se demuestra según los estudios de HeartMath que emociones relacionadas con el miedo provocan que nuestro corazón entre en estado de caos.
El enfado, la rabia, el estrés, el odio, el bloqueo, el pánico, el rencor y otras emociones similares provocan un latido de tu corazón muy distinto al latido natural.
Por el contrario, emociones relacionadas con el amor provocan un latido cardiaco coherente.
La bondad, la ternura, la apreciación y la valoración o la paz provocan un latido cardiaco rítmico.
Lo curioso es que cuando estamos bajo los efectos del miedo no solo tendemos a comportarnos de forma más agresiva o temerosa, sino que se demuestra que nuestra inteligencia disminuye. La tensión hace que disminuyan la creatividad y la capacidad de tomar buenas decisiones, tan innata a nosotros.
Además, se demuestra que uno u otro latir tienen un efecto directo sobre nuestras inmunoglobinas tipo A, la primera línea de defensa del organismo frente a amenazas víricas o bacteriológicas. Un minuto en estado de caos provoca que durante 1 hora nuestras inmunoglobinas estén a un nivel más bajo. Lo cierto es que la mente y el corazón están íntimamente conectados, como no podía ser de otra forma. El ser humano es un todo.
También los músculos se encojen y agarrotan cuando tenemos tensión y miedo. El miedo suele hacer que nuestra espalda se tense más de la cuenta, y acabemos visitando a nuestro fisioterapeuta o quiropráctico para que vuelva a su lugar la columna vertebral, subluxada por la tensión que a través de nuestra psique le hacemos soportar.
Ante una respuesta tan grande para nuestro cuerpo, uno tiene que preguntarse: ¿realmente merece la pena vivir con miedo? Piensa que en realidad reaccionamos como si estuviéramos queriendo sobrevivir ante la amenaza de un tigre que acecha en la entrada de nuestra cueva. Sin embargo... no hay tigres. Yo no he visto tigres comiéndose a nadie, ni personas queriendo atacar a otras con hachas afiladas, ni peleas encarnizadas entre tribus, pero actuamos como si las hubiera a nuestro alrededor todos los días... Nuestro sistema inmunológico se bloquea, nuestras extremidades se preparan para atacar o salir corriendo, nuestro corazón late de forma arrítmica, nuestros músculos de la espalda se tensan, encogiéndose para protegernos, como si fuéramos uno de esos pequeños gusanos que cuando los tocas adoptan la forma de una bola.
Cuando vivimos con una actitud bajo los efectos del miedo, lo sabemos porque empiezan a aparecer una gran cantidad de problemas en nuestras vidas. Estos problemas vienen generados por esa palabra de la que has oído hablar algunas veces, el ego.
Dijo alguien: «Jamás perderás tu conexión, siempre y cuando te pares en la humildad de tu corazón y no en la soberbia de tu ego», una frase que esconde mucha sabiduría, pues en la humildad está una de las claves de la actitud para el éxito. Se conoce poco sobre el significado del ego, muchas personas piensan en él como en orgullo, soberbia, algo cuya presencia se hace insoportable. En latín ego significa yo.
Una de las partes más importantes de nuestra conciencia es darnos un sentido de nosotros mismos y para ello utilizamos todo tipo de mecanismos. El ego busca satisfacer sus propias necesidades y motivaciones, perdiendo de vista las del mundo exterior, lo que casi siempre puede afectar a relaciones como las de pareja, las del trabajo, de amistad o las familiares.
Cuando tenemos miedo todos tenemos un guardián interno que se ocupa de protegernos, alguien que nos defenderá del exterior, nos dará la razón y nos cuidará «perfectamente». A este guardián se le llama ego.
Al ego le encanta mirar hacia afuera, porque no tiene conciencia de sí mismo, pero sí de los demás. Es especialista en buscar culpables, en señalarlos y en criticarlos abiertamente o a escondidas. El ego sabe que todos tus problemas están fuera, en los políticos, en los clientes, en el mal tiempo que hace, en los jefes de la empresa, en tu pareja... pero ninguno está dentro de ti. El ego reconoce culpables para así estar tranquilo ante el diagnóstico, tener a alguien a quien señalar y a quien combatir. El ego es la respuesta del miedo personificada. Es un personaje que habita dentro de ti y de mí. A algunas personas este personaje acaba por quitarles casi toda su personalidad, a otras tan solo les molesta de vez en cuando con uno u otro comportamiento.
En un plano espiritual, el excesivo ego perjudicaría el desarrollo personal pues no nos enteraríamos de que existe una conciencia universal. La vida es desarrollo espiritual, caminando cada día hacia una versión más completa y mejorada de nosotros mismos, pero con un ego muy grande no podrá existir tal crecimiento.
El ego hace cosas extrañas, pero que te serán muy familiares: siempre cree tener la razón, le gusta dar consejos sobre todo, cree tener respuesta para todo, no se puede quedar callado, no le gusta pasar desapercibido, no soporta los triunfos y éxitos de otros, degrada a los que cree que son mejores que él, busca aplausos, reconocimiento y admiración en todo lo que hace. No escucha, le gusta hablar solo a él, habitualmente finge escuchar, es orgulloso, discutidor, criticón e hipócrita.
El ego es esa parte de nosotros mismos que, a través de unos u otros comportamientos, acaba saliendo a la luz. El ego te dice que:
Los demás no son perfectos.
Tú eres mejor que ellos.
Los demás son tan diferentes a ti.
Los demás están equivocados.
Los demás son menos que tú.
Los demás saben menos.
Los demás tienen que reconocer lo importante que eres.
...
Cada vez que somos víctimas de los dictados del ego, estamos poniendo demasiada energía en buscar culpables, generalmente fuera de nosotros. Es habitual que critiquemos a otros, y que nos olvidemos de mejorar algo en nosotros mismos.
¿Cuántos defectos puedes encontrar en tu pareja? Seguro que tiene alguno ¿verdad?... ¿Cuántos defectos podrías tener tú? Seguro que tienes alguno también ¿verdad? Sin embargo, nos pasamos la vida queriendo mejorar al otro, ¡justo al que no puedo cambiar lo quiero mejorar! Pero a uno mismo, que es el único sujeto al que podemos cambiar, no lo cambiamos.
Nos criticamos unos a otros sin darnos cuenta de que el único cambio es la mejora personal de uno mismo.
CONQUISTANDO LA ACTITUD
¿Cuánta energía pierdes por querer cambiar a otras personas? La próxima vez que tengas la tentativa de querer cambiar a alguien de tu entorno piensa: ¿Ya soy perfecto? Y si la respuesta es no, pregúntate ¿Cómo podría yo ser una mejor persona?
No caemos en la cuenta de que al otro no lo voy a poder cambiar por mucho que le diga: «tienes que ser...» o «quiero que seas...», pero sí que puedes cambiarte y mejorarte a ti mismo. El ego no quiere que lo hagas, se empeña en decirte: «tú lo haces bien, que cambien los demás. Ellos están equivocados».
Es paradójico como nos pasamos media vida señalando los «defectos» de los demás, y nos olvidamos de mejorar los nuestros propios. La diferencia es bien clara, criticar al otro es fácil, no cuesta demasiado esfuerzo y me mantiene a mí mismo indemne, libre de cualquier defecto. Sin embargo, mejorarse a uno mismo exige responsabilidad, esfuerzo, autoconciencia y espíritu de superación, además de mucha humildad.
He conocido a muchas personas que se quejaban de que en su país no había los servicios sociales suficientes, que las carreteras podrían mejorar, y que podría haber una mejor educación para sus hijos. Creo que casi el 95 % de la población podría pensar esto. Sin embargo, ese 95 % de la población, cuando puede evitar el pago de algunos impuestos porque le ofrecen pagar algo sin el impuesto añadido correspondiente, o puede hacer cualquier triquiñuela para tributar menos, lo hace sin dudarlo demasiado. Es un ejemplo más de cómo queremos cambiar el mundo sin cambiarnos a nosotros mismos.
No nos damos cuenta de que no podemos tener una actitud excelente tirando balones fuera y buscando culpables a nuestro alrededor. La única mejora que existe no es la del otro, es la de uno mismo.
CONQUISTANDO LA ACTITUD
Se cuenta que Gandhi recibía de vez en cuando a personas para darles consejo. En una ocasión, una mujer vino con su hijo de pocos años desde una población bastante lejana. El niño estaba muy obeso y la madre quería que Gandhi le diera consejo para disminuir su obesidad.
Gandhi, al recibirla a ella y al niño, y habiendo escuchado la petición de la mujer, le dijo: «vuelva con su hijo la semana que viene».
A la semana siguiente, la señora volvió a hacer el mismo recorrido de varias horas desde su poblado para llegar a Gandhi y recibir su consejo. Cuando los hubo recibido se acercó al niño y le dijo: «no comas azúcar».
La mujer se quedó sorprendida y se dirigió a Gandhi: «Oiga, esto mismo se lo podría haber dicho cuando vinimos la semana pasada». A lo que Gandhi contestó: «La semana pasada yo también comía azúcar».
«En realidad no podemos cambiar el mundo, solo podemos cambiarnos y mejorarnos a nosotros mismos».
La actitud puede ser positiva, negativa o puede ser neutra, pero hay actitudes negativas que son claramente tóxicas, es decir, que como si de un veneno se tratara acaban por provocar muchos daños y víctimas colaterales.
Estas actitudes están en nuestro día a día, a veces camufladas debajo de comportamientos silenciosos, pero no por ello su toxicidad deja de existir.

Las actitudes más tóxicas son cuatro y según han demostrado algunas investigaciones, cuando somos víctimas de ellas, empiezan a aparecer síntomas físicos y relacionales que hacen que nuestros resultados, salud y satisfacción vayan a menos. Por este motivo son tan peligrosas.
Trabajo con empresas muy a menudo, y estas actitudes tóxicas también están presentes en ellas y en los equipos, haciendo que en algunas ocasiones proyectos excelentes fracasen porque las personas no han sido capaces de gestionar sus actitudes.

Culpar es poner la energía fuera como ya hemos dicho, es dejar de mirarme a mí para mirar a ver qué falla en mi entorno. Cuando culpamos no asumimos nuestra responsabilidad, sino que más bien estamos llamando la atención de otros para que asuman la suya.
No conozco personas o equipos perfectos, pero sí conozco a muchas personas que en lugar de mejorar un poco ellos mismos tratan de mejorar al otro. Si tan solo tuviéramos una mirada más humilde hacia el otro, seguramente conseguiríamos culpar menos y mejoraríamos más. Hay muchos receptores de la culpa:
En nuestro mundo social: los políticos y gobernantes, las empresas, los medios de comunicación, los del partido político contrario al tuyo.
En nuestro mundo empresarial: los jefes, los clientes, el producto, el mercado, el sector...
En nuestro mundo familiar: nuestra pareja, nuestros suegros, cuñados, hermanos...
En realidad, quien busca culpables acaba encontrándolos, ya que el mundo es demasiado imperfecto para que pasen desapercibidos. Habitualmente la persona pone el ojo en un buen receptor de la culpa, es decir, que «sí» tenemos razón en lo que decimos. El problema no radica en si tenemos o no razón, sino en si en lugar de invertir energía en culpar a otros podríamos invertirla en mejorarnos a nosotros mismos.
Por este motivo la imagen elegida para simbolizar esta actitud es una persona que señala. Al señalar culpabilizamos, pero no nos damos cuenta de que cada vez que señalamos a algo o a alguien, hay cuatro dedos que nos señalan a nosotros.

Hay personas que se sienten desgraciadas, sienten que la vida con ellos es mucho más injusta que con los demás, que las desgracias llaman más a su puerta que a la del vecino. Estas personas generan a su alrededor un clima de negatividad que acaba por atraer más negatividad, y generalmente no están equivocadas, sus circunstancias acaban siendo peores que las de otros.
De lo que no son conscientes es de que han sido bastante protagonistas en la atracción de esas circunstancias. Si vas con la cabeza agachada a buscar un trabajo quejándote de lo mal que te ha ido en otros trabajos y no te contratan, entonces tendrás una razón más para decir: «el mundo me ha dado la espalda».
La persona con actitud victimista, cuando se relaciona con los demás los deja sin energía. Un comentario tras otro, un gesto tras otro, acaban por minar la moral de los que le rodean, y al final acaban dándole la espalda, no teniendo en cuenta sus peticiones o colocándole la etiqueta de «cenizo».
Cuando tenemos una actitud victimista, tampoco asumimos la responsabilidad de la vida, tampoco asumimos nuestra parte de responsabilidad en hacer que las cosas nos vayan mejor. Más bien nos situamos en una posición negativa ante la vida y los eventos, y ante la negatividad que nos llega seguimos confirmando nuestra condición de víctima.
El símbolo que he elegido para simbolizar esta actitud es el de una persona que mira al suelo, que no es capaz de ver las maravillas que nuestro mundo esconde, que no puede conectarse con la magia de la vida que le rodea y que brota a cada paso. Esta persona no es víctima de nadie, pero sí se siente víctima, del mundo, del universo, de los demás, de sus circunstancias...

En la vida o te involucras o acabas por perdértela. Muchas personas, por miedo a esforzarse, arriesgarse o entrar en conflicto, adoptan una actitud pasiva ante la vida, lo que hace que exista una falta de compromiso.
A veces hay un conflicto oculto que en una familia no se quiere que salga a la luz. Este conflicto acabará estando visible en cada reunión familiar sin ser explícito, pero acabará por hacer que la comunicación no sea auténtica entre las personas, ya que se estará tomando una actitud pasiva.
La pasividad también se puede ver cuando una persona pone un «muro» entre nosotros y ella, cuando no se reconoce que hay algo de lo que hablar y parece que todo está bien, cuando nos mostramos indiferentes ante nuestras relaciones, problemas y desafíos.
La vida nos exige responsabilidad, no pasividad. La persona con actitud pasiva se encuentra generalmente sin armas para afrontar un conflicto y decide pasar del mismo, protegerse y no involucrarse.
El símbolo elegido para esta actitud tóxica es una persona con los brazos cruzados, alguien que no hace nada por solucionar algo, que se muestra indiferente y adopta una actitud pasiva ante su propia responsabilidad en la vida o en una situación particular.

La agresividad o el desdén hacia los demás es una de las actitudes más tóxicas que existen, llevándonos a tener comportamientos muy destructivos con nuestros semejantes. Algunas personas no se dan cuenta de que utilizan este tipo de actitud a través de comentarios, tonos de voz o comportamientos que no son los adecuados.
Acabar una frase diciendo «y punto» muestra una actitud agresiva hacia la otra persona. Hacer chasquear los dedos para llamar la atención sobre algo que se dice, hacer aspavientos, señalar a alguien, dar una palmada con las manos para hacer énfasis en algo, son muestras de como las actitudes agresivas de algunas personas se transforman en comportamientos no verbales que hieren la sensibilidad de los demás.
Un comportamiento que a priori no parece estar mal visto, pero que refleja una actitud claramente agresiva, es utilizar la ironía. Cuando somos irónicos utilizando comentarios jocosos o ácidos en formato suave, nos parece que no hemos sido agresivos, pero generalmente la agresividad llega a la otra persona y la hiere. Decir en una discusión: «Qué casualidad, qué casualidad...» o «Ya, como tú lo haces tan bien...» o «Puff...» serán expresiones que aviven un conflicto y que generalmente muestran un hartazgo y enfado por parte de la persona que las emite.
La agresividad no siempre tiene que ser física como estaríamos acostumbrados a pensar, aunque es evidente que acercarse demasiado a otra persona para hablarle, cogerle del brazo al hablarle o gestos similares pueden avivar mucho un conflicto y hacer que algo acabe realmente mal.
De ahí que la persona elegida para esta actitud sea alguien con dos cuchillos en una actitud claramente hostil. Sin duda, una persona con actitud agresiva es tan hiriente en su forma de comunicarse y actuar como si tuviera un cuchillo entre las manos.
Si observas la comunicación de muchas parejas y personas que conoces, es fácil que identifiques este tipo de actitudes tóxicas que no ayudan a conseguir una actitud para el éxito, sino que nos acercan a resultados mediocres, relaciones rotas e infelicidad.
«Las actitudes tóxicas son como un veneno con una rápida capacidad de propagación».
Nuestra actitud depende de muchos factores, quizás haya demasiados en juego y, por este motivo, todavía andamos tratando de buscar fórmulas para mejorar o potenciar nuestra motivación y pasión por la vida.
Somos nuestra actitud y nuestro nivel de energía. Irradiamos, atraemos y vivimos una serie de sensaciones que nos hablan de que en nosotros hay mucho más de lo que parece, podríamos decir que existe un campo energético que nos hace vibrar y sentir de una forma determinada. Seguramente te habrás dado cuenta de cómo tu actitud y tu nivel de energía han variado a lo largo de los años, que tienes unas y otras épocas en lo que se refiere a tu estado de ánimo, a tu influencia positiva en los demás.
Si redujéramos mucho los tipos de actitudes y energías que nos encontramos en una persona, podríamos hablar de dos ejes principalmente.
En el primer eje hablaríamos de si esta actitud tiende hacia lo positivo o hacia lo negativo, es decir si acerca a la persona a los resultados que desea o de si le aleja. En el segundo eje estaría el nivel de energía de dicha actitud, alto o bajo. Por ejemplo, es fácil que puedas diferenciar una persona con una actitud positiva y nivel de energía bajo, de una persona igual, pero con nivel de energía alto ¿verdad? Es posible que en la segunda encontremos un tono de voz diferente, más gestos mientras habla, etc. Aunque ambas tengan una actitud positiva.
Si dibujáramos todas las posibilidades en un cuadrante, tendríamos los siguientes niveles:

Sobre los niveles de energía, uno se da cuenta con el tiempo de que es algo que no parece depender de uno mismo. Piensa que tiene esta u otra energía por casualidad, porque esta persona «es así». No caen en la cuenta de que hay más «causalidad» de lo que creemos. Tanto la energía, como la actitud dependen de uno mismo.
Un nivel de energía alto nos hará sentir más dinámicos, ágiles, enérgicos, e impactaremos con más fuerza en nuestro entorno, ya sea positiva o negativamente.
Un nivel de energía bajo nos hará sentir más relajados, tranquilos, pausados y calmados. No quiere decir que nuestro impacto no sea grande, sino que no se exterioriza un alto nivel de energía en nosotros.
Sobre la actitud, una actitud positiva es una actitud que, como hemos visto anteriormente, brota de un sentimiento de amor y como consecuencia tiene confianza, ternura, bondad, amistad, felicidad, cooperación o unión.
Una actitud negativa es una actitud que brota de un sentimiento de miedo y como consecuencia encontramos enfado, rabia, desconfianza, agresión, insatisfacción, separación, frustración, ansiedad o estrés.
En la parte izquierda del gráfico de la página anterior están dos tipologías con actitudes negativas. En una vemos unos niveles de energía de negatividad altos. Las personas con este tipo de energía y actitud provocan problemas, ya que tanta energía canalizada negativamente acaba en agresión física, verbal o contra uno mismo.
Las personas en este cuadrante no saben gestionar sus emociones y tampoco se conocen demasiado a sí mismas, tienen serios problemas con ellos mismos y con los demás. Evitan sentir y proyectan todos sus sentimientos hacia afuera.
Las personas con un nivel de energía bajo y con actitud negativa están pasando por malos momentos internamente, no lo exteriorizan en forma de agresividad o enfado, pero sí que pagan las consecuencias, tanto ellas como su entorno.
En una fase de negatividad con un nivel de energía bajo, entramos en un territorio demasiado sombrío, ya que no exteriorizamos todo lo que sentimos, y por otro lado, nos convertimos en un elemento a veces demasiado depresivo para nuestro entorno. Nos centramos mucho en lo negativo, estamos decaídos y no encontramos razones para sentirnos bien. Estas personas sienten bastante negatividad y sus sentimientos los proyectan hacia dentro, lo que acaba siendo un cóctel explosivo en su salud.
Por otro lado, también tenemos energías más positivas. En concreto podemos encontrar a personas con una energía y una positividad muy altas. Es como el típico animador de una fiesta. Esa persona que siempre está añadiendo energía positiva al momento, que conecta con los demás, que siempre tiene un chiste que contar, que saluda enérgicamente, que no para de pensar en una o más ideas para pasarlo bien. Todos hemos conocido a alguien así, aunque no sea en una fiesta.
Existe otra energía que es positiva, pero en este caso con un nivel más bajo. Estas personas se encuentran en paz interior, relajadas y tranquilas. No necesitan tener un nivel alto de energía, ni exteriorizar de alguna forma su positividad, simplemente se sienten felices y completos.
Todos pasamos por distintas fases en la vida, y quizás sea difícil evitar sentirse de una forma determinada en alguna ocasión, pero si logramos tomar conciencia de la importancia de nuestro nivel de energía para nuestros resultados, quizás podamos evitar caer en errores que nos pasarán factura.
«Adoptar una actitud positiva y reconocer cuál es la energía que necesita el momento hace que podamos adaptarnos a la respuesta que nos pide una situación determinada».
Todo lo que hacemos aumenta o disminuye nuestra actitud, la mejora o la empeora, nos hace entrar en el círculo virtuoso en el que vamos a más o en el círculo vicioso en el que vamos a menos.
No conocemos todas las reglas que subyacen a nuestros estados de ánimo, pero sí sabemos que cualquier cambio que provoquemos no tendrá siempre una respuesta inmediata, lo que haces hoy te afectará positiva o negativamente en un tiempo.
Todo va con un poco de retraso, lo que haces ahora no siempre te afecta instantáneamente.
Esto quiere decir que, si hoy tomas por ejemplo muchos antibióticos para curarte de una infección galopante, seguramente los efectos negativos los comprobarás al cabo del tiempo, no al día siguiente. Toda la microbiota que ha desaparecido de tu intestino y que tanta falta te hace para sentirte bien, acabará por hacer que te sientas peor e incluso que puedas caer en una depresión. Lo que ocurre en tu intestino afecta más de lo que crees a tu estado anímico. Es algo sobre lo que cada vez hay más evidencia científica.
Se ha demostrado que nuestra actitud depende ampliamente de nuestros cuatro planos o dimensiones, también llamadas las dimensiones del ser, y estas tienen que estar en equilibrio. El ser humano es uno e indivisible, la unión de dimensiones configura la totalidad de nuestra persona. Estas cuatro dimensiones hacen referencia a nuestros cuatro planos vitales:
• Mental: actividad cognitiva, pensamiento.
• Emocional: emociones, actividad psicoafectiva, sentimientos.
• Física: corporal.
• Espiritual:Trascendencia, sentido.
De esta forma, tener una actitud excelente no es cuestión de aplicar una técnica, sino de alcanzar cierto equilibrio entre nuestras cuatro dimensiones vitales.

Toda persona necesita tener claridad mental para poder sentirse bien. Saber elaborar un discurso interno o hablado, poder pensar con tranquilidad, elaborar respuestas, sacar sus propias conclusiones o utilizar el lenguaje. Si nos encontramos bien mentalmente, estamos preparados para sentirnos bien. En una cabeza en la que no existe claridad o está excesivamente preocupada, no existirán tampoco las condiciones para una actitud excelente.
Las personas que sufren de enfermedades mentales, algunas de ellas fruto de la edad y los malos hábitos de vida y alimenticios, saben lo que significa tener la sensación de no poder pensar con claridad, de estar confundido una buena parte del día, de olvidarse de lo cotidiano, de tener que convivir como si sus pensamientos tuvieran que viajar en su cerebro a través de una incómoda y pegajosa melaza.
Toda nuestra vida afectiva, nuestros sentimientos y la relación con los demás nos hacen sentir y actuar de una determinada forma, y por lo tanto condicionan nuestra predisposición hacia algo. Completarnos emocionalmente, saber relacionarnos y saber actuar en el complejo y apasionante mundo de las emociones es vital para nuestro estado de ánimo.
En el mundo en el que vivimos todavía existen muchas personas que son analfabetas emocionalmente hablando, no sabiendo discernir un sentimiento de enfado de uno de miedo, no pudiendo gestionar la rabia o la frustración y no conociéndose lo suficiente a si mismas. Uno de los retos del sistema educativo tendría que ser la educación emocional, ya que este factor condiciona ampliamente el éxito de las personas en sus relaciones y en el mercado laboral.
Nuestra energía depende ampliamente de cómo nos sentimos físicamente. Si estamos más decaídos de la cuenta puede ser por muchos motivos, pero muchas veces es porque seguimos una vida muy sedentaria, sin la alimentación adecuada o el cuidado físico necesario. El cuerpo es nuestro principal instrumento, lo que utilizamos para desplazarnos, movernos, comunicar y expresar. Si no conseguimos que el cuerpo nos acompañe y nos dure lo máximo posible en las mejores condiciones, tendremos muchos motivos para sentirnos desdichados, ya que la vida que hoy tenemos en buena parte se desarrolla gracias a nuestra experiencia física con los demás y con el entorno que nos rodea.
El plano espiritual es un plano muy descuidado en las últimas décadas y de ahí muchos problemas derivados de algunas sociedades, entre ellos el amplio consumo de tranquilizantes o fármacos para mejorar el estado de ánimo. El plano espiritual nos habla de la búsqueda de sentido. No tiene por qué ser un plano que hable de una religión en concreto, nos habla del sentido, del «para qué», del motivo último y final que todos tenemos. Es un plano holístico (la palabra holístico tiene la raíz en holos, que significa «todo»), y por lo tanto siempre nos conecta con algo más grande que nosotros.
Cada persona tiene que tener su misión en la vida, su «para qué». Las personas creyentes y que practican con fe su religión tienen mejor actitud y se sienten más felices. No es por nada en especial, simplemente es porque tienen un para qué. Es importante lo que digo sobre «practican con fe su religión», porque conozco a muchas personas creyentes con actitud muy negativa porque no han entendido nada de lo que les dice su religión, aunque lleven toda la vida practicándola.
El plano espiritual para algunas personas es dejar una huella en el mundo, para otras ayudar a los demás, para otras es impactar positivamente en el planeta, para otras son sus hijos, para otras es comprender la complejidad de la vida. Pero tiene que haber un para qué en tu vida, de lo contrario acabarás por sentirte mal.
Si has estado pendiente de las redes sociales en los últimos meses, te sonará la historia de esta hija y su padre, una preciosa historia que ha tenido más de 400.000 retuits y varios millones de «me gusta» en las distintas redes sociales.
El padre de esta joven estadounidense falleció a causa del cáncer cuando ella tenía tan solo 16 años, no sin antes dejar preparado un detalle muy especial para los siguientes cumpleaños de su hija.
Este es el mensaje que la joven Bailey @SellersBailey ha publicado en Twitter:
«Mi padre murió de cáncer cuando yo tenía 16 años. Antes, pagó por adelantado flores para que yo pudiera recibirlas cada cumpleaños. Bueno, estas son las flores de mi 21 cumpleaños. Las últimas. Te echo de menos, papá».
Junto al texto, podemos ver las flores que ha recibido, así como una foto de ella con su padre y la carta que este le escribió antes de morir. Las palabras que Michael Williams Sellers le dedicó a su hija son emocionantes. Él murió en el año 2012 con 56 años a causa de un cáncer, pero el detalle que decidió dejar preparado para su hija ha impactado a cientos de miles de seguidores. Con 21 años, Bailey ha recibido el último ramo de flores y esta es la carta que lo acompaña:
«Bailey, esta es la última carta de amor que te dedico hasta que volvamos a vernos. No quiero que derrames ni una lágrima más por mí, porque estoy en un lugar mejor. Tú eres y siempre serás la joya más preciada que he recibido. Es tu 21 cumpleaños y quiero que respetes siempre a tu madre y seas fiel a ti misma. Sé feliz y vive la vida al máximo. Seguiré estando contigo en los momentos importantes. Solo mira alrededor y allí estaré.
Te quiero.
Feliz cumpleaños.
Papá».
Esta es una muestra de nuestro plano más holístico, un padre al que solo quedan unos meses de vida y en ese tiempo decide preparar su partida, escribiendo cartas a su hija y dejando una huella positiva en el mundo que ya ha tocado el corazón de millones de personas.
Conocidos los cuatro planos, tiene sentido que para lograr una mejor actitud necesitemos equilibrio entre ellos. Mente, cuerpo, emoción y espíritu son partes de nosotros mismos que tienen que estar alineadas si queremos una vida plena con la mejor actitud.
«La actitud depende de encontrar significado y sentido a todo lo que hacemos en la vida».
Nuestros pensamientos tienen el poder de cambiar nuestros resultados. Nuestra actitud frente a algo, los condicionamientos internos, predisposiciones mentales o formas de entender la realidad, condicionan los resultados. Dependiendo de nuestras creencias, podremos tener más o menos éxito en la vida. Las creencias tienden a hacerse realidad, por el conocido efecto Pigmalión o la profecía autocumplida. Si salgo a la calle pensando que las personas con las que me cruce me mirarán con desprecio, es fácil que cuando vuelva a casa me haya encontrado con varias personas que me miraron de esta forma. Si pienso que hoy será un día estupendo, seguramente encuentre muchos motivos para sentir que lo es. Si bajo unas escaleras pensando en que me voy a caer seguramente acabe en el suelo.
Cuando las creencias que tienes te ayudan a conseguir buenos resultados, decimos que son creencias posibilitadoras. Cuando no es así, son limitantes.
A nivel profesional/empresarial, nos encontramos con que las creencias condicionan cada día nuestros resultados:
Si yo creo que, si desarrollo a mi equipo, este realizará un mejor trabajo, es una creencia posibilitadora, que tenderá a hacerse realidad.
Si, por el contrario, pienso que mi equipo es un desastre, es una creencia limitante, que también tenderá a hacerse realidad.
Si como vendedor creo que venderé una nueva línea de productos y que los clientes serán muy receptivos, yo mismo provocaré esa situación.
Si creo, por el contrario, que la nueva línea de producto no interesará a nadie, yo mismo provocaré el resultado.
Dime cuál es tu actitud frente a algo y te diré cuáles son tus resultados.
El pensamiento acaba haciéndose realidad por un simple ciclo:
1. Actitud
2. Respuesta interior
3. Respuesta del entorno
4. Confirmación
Mi actitud, pensamiento o creencias provocan una respuesta interior en mí (esta respuesta interior hace que cambie mi tono de voz, mi forma de expresarme, las palabras que utilizo, los gestos que hago, etc.), mi respuesta interior provoca en el entorno una respuesta, y mediante la respuesta del entorno acabo confirmando lo que pensaba.
Aquí tienes un ejemplo. Para poder seguir el dibujo, recórrelo siguiendo las cuatro escenas en sentido horario, empezando por la de arriba. Imagina que vas a conocer a alguien nuevo con esta actitud:

Mi actitud se acabará manifestando en el entorno a través de determinados resultados, es innegable porque acabo haciendo algo que se percibe desde el exterior y que provoca una respuesta.
En la misma situación inicial anterior podríamos hacer exactamente lo mismo, pero con un pensamiento o actitud más positiva. Imagina que antes de conocer a una persona me pregunto: «Todavía no le conozco, ¿cómo será?»

Imagina lo que ocurre cada vez que tenemos una actitud negativa hacia algo, cada vez que pensamos:
«Esto no va a salir bien».
«Esto no va a gustar».
«No le voy a caer bien».
«No voy a ser capaz».
«No hablo bien en público».
«Se acabará separando de mí».
«La gente es muy falsa».
«No te puedes fiar de nadie».
...
Lo cierto es que, si uno cultiva su capacidad de eliminar actitudes limitantes, y cambiarlas por otras más positivas, descubrirá que la vida le va un poco mejor.
Las creencias son más fuertes dependiendo de cómo de profundas estén ancladas a tu personalidad. No es lo mismo una creencia sobre algo: «Desconfío de los extraños», que una creencia sobre ti mismo: «Soy muy seco» o «No tengo ningún atractivo» o «Soy un desastre». Cuanto más pongas el verbo «Ser» para definir tu actitud ante algo, más anclada estará a tu personalidad.
En realidad, somos inconscientes a estos mecanismos, la persona que tiene una creencia la vive como un sentimiento de certeza. No es una opinión, él o ella piensa que «las cosas son así». Configura su identidad y por este motivo no es tan fácil deshacerse de ellas.
Estas creencias o actitudes limitantes van en racimos. El pensamiento «Soy un desastre» será un racimo que contendrá muchas otras tonalidades: «No consigo organizarme», «Nunca llego a tiempo», «Siempre me equivoco»... y otras tantas. Al final, una fuerte creencia anclada a la personalidad provoca otras tantas pequeñas creencias que condicionan tu vida.
Las creencias configuran tu presente y tu futuro. Si en este momento analizamos nuestra vida, nos daremos cuenta de todas las creencias que nos han traído hasta aquí: creencias sobre el dinero, sobre la pareja, sobre las personas que nos rodean, etc.
Las creencias están con nosotros desde hace mucho. En nuestros primeros años de vida se configura nuestra personalidad, y con ella nuestras creencias. Incluso se está demostrando, gracias a las investigaciones del Dr. Bruce Lipton y otros, que ya al feto, cuando está dentro de la madre, se le transmiten sensaciones a través de todos los componentes de la sangre, que pueden configurar inicialmente su sistema de creencias.
En ocasiones depende de en qué medida las creencias son fuertes para que sean positivas o limitantes. Conozco a alguien que no puede darse por vencido, decir: «Hasta aquí. No puedo más. Lo dejo». La perseverancia puede ser una actitud positiva: «Soy perseverante y consigo lo que me propongo», pero también puede convertirse en una cárcel de por vida. Si uno piensa de esta forma, seguramente conseguirá muy buenos resultados algunas veces, pero ¿qué pasará cuando tenga que decir: «Lo dejo, no sigo, asumo que era un error estar aquí». Sencillamente esa persona misma se impedirá dejarlo.
Por lo tanto, en muchas ocasiones lo que importa es el grado de limitación que me imponen mi actitud y mis creencias. No es lo mismo la creencia: «Cuando viajo a otros países tengo que ser cauteloso de con qué extraños me relaciono», que «No puedo confiar en ningún desconocido». Mientras que una me puede venir bien para protegerme, la otra me limita claramente y me pondrá muchas trabas a relacionarme con cualquiera, esté donde esté.
«Mira qué resultados tienes en tu vida y podrás ver qué tipo de actitud tienes».
La actitud está gobernada por fuerzas en las que no somos expertos, actúa en nosotros y, si no nos damos cuenta, nos gobierna, y como consecuencia se hace con el mando de nuestras vidas y gobierna nuestros resultados.
La primera ley de la que quiero hablar es sobre la realidad que nos rodea y sobre cómo la percibo. Dice lo siguiente:
Todos pensamos que el mundo es de una manera definida, que entre el mundo y nosotros no hay ningún tipo de distinción, creemos que «el mundo que vemos es el mundo». Esta forma de pensar es muy equivocada, y tremendamente peligrosa, ya que cuando uno empieza a creer que las cosas son como él o ella cree que son, entonces empiezan los problemas. Este problema es la raíz de la persona que ha perdido la razón por completo, la psicosis empieza por aquí.
Cada persona tiene su mapa del mundo, es distinto para cada uno de nosotros. Hay personas que tienen mapas del mundo en los que hay muchas rotondas, para otros no existen los semáforos, para otros todo son autovías, para otros todo son caminos. Cada persona tiene un mapa distinto del mundo, pero:
El mapa no es el territorio.
Esta es una distinción importante que nos invita a pensar en que solo hay un territorio, pero cada persona tiene una idea distinta del mismo que está condicionada por su mapa.
Si te mostrara la siguiente imagen y tuvieras que responder a la pregunta qué dirías:

Es uno de tantos dibujos paradójicos en los que se nos muestra una ilusión óptica. Creemos que las líneas largas llevan dos direcciones distintas, sin embargo, son paralelas.
El efecto de la percepción es algo que también se puede comprobar fácilmente en el ejercicio de percepción de las mesas de Roger Shepard.

En realidad, ambas mesas son igual de largas, puedes medirlo por ti mismo. Son igual de largas e igual de anchas en la imagen. ¿No te lo crees? Pruébalo por ti mismo midiéndolas.
Nuestros ojos nos engañan en cosas tan sencillas como estas. Siendo así ¿de cuántas más cosas estaremos siendo engañados creyendo que son de una forma, pero en realidad no son así? Imagina todo lo que se nos escapa sobre la realidad, con tantos sentidos como tenemos para relacionarnos con el mundo.
En la ilusión anterior solo intervenía la vista, pero qué me dices cuando además de nuestros otros cuatro sentidos, intervienen los sentimientos, las creencias y los pensamientos de cada uno sobre algo.
Si mostramos esta imagen:

Cada persona verá algo diferente en ella. Unos verán a alguien con éxito, que tiene una vida próspera y oportunidades que sabe aprovechar, otros verán futuro, unos verán una utopía, otros verán seguridad, otros verán corrupción, avaricia, injusticia, otros verán problemas... cada persona percibe la realidad de forma muy distinta.
La cuestión es que la primera ley de la actitud nos habla de que no tenemos que tomarnos muy en serio nuestra idea de cómo es el mundo, porque seguramente esté equivocada, y haya tantas ideas de cómo es algo como personas opinen sobre ese algo.
Caminar por la vida con la mente abierta nos abre a nuevos territorios inexplorados que tienen mucho por ofrecernos.
Como hemos comprobado en el capítulo anterior, mediante el mecanismo Actitud - Respuesta interior - Respuesta del entorno - Confirmación, vamos haciendo realidad aquello que pensamos.
Si en el mundo hay muchas personas serias es porque quizás yo soy el foco perfecto para que se acerquen a mi mundo personas serias. Si en mi mundo hay demasiadas personas a las que les cuesta tomar decisiones es porque quizás yo estoy teniendo una actitud demasiado dominante.
En el mundo nos solemos encontrar aquello que ya albergamos internamente.
Cuando mi mujer se quedó embarazada, todo lo que veíamos por la calle eran otras mujeres embarazadas. Era como si mi ciudad entera tuviera un bum de embarazos, como si a todo el mundo le hubiera dado por tener hijos.
Cuando mi hija nació, todo lo que veíamos eran bebés. En realidad, en aquello que ponemos la atención se hace más grande. Cuando te cambias de coche, no haces más que ver tu coche por la calle. Piensas: ¡Qué poco original he sido, este coche lo tiene todo el mundo!
Todo aquello que no haya en mí no podré darlo ni encontrarlo en el mundo. De ahí que la mayoría de las religiones nos inviten a hacer una búsqueda interior, a reflexionar sobre nosotros para así poder crecer interiormente y encontrar una experiencia de vida más enriquecida.
¿Qué condiciona nuestra actitud? Dos factores principalmente. Hay una parte de nosotros que nos viene dada, que está escrita en el ADN. En nuestro código genético pone cosas como que seremos más o menos tímidos, agresivos, miedosos. Sí, lo pone, los genes expresan distintas partes de nuestra personalidad, así como de nuestros rasgos físicos, color de pelo, etc. Esta parte es el temperamento.
Sin embargo, no hay que confundir esto con que todo está escrito, porque no es así. Una persona con un temperamento colérico puede llegar a ser un dalái lama, no tiene mucho que ver. Porque también existe el carácter.
El carácter es lo que tú adquieres, lo que vas aprendiendo, la parte de tu personalidad que alteras, que cambias, que puedes modificar. Uno puede nacer con un temperamento introvertido, pero con los años desarrollar su extroversión. Es decir, desarrollar su carácter.
El carácter decimos que se forja sobre todo en la experiencia de vida. En los primeros años principalmente. Aunque luego tenemos toda una vida para irlo modificando, cambiando y evolucionando.
Lo cierto es que nuestros primeros años nos condicionan enormemente. Cada uno de nosotros tenemos una historia. Generalmente, también depende de la edad que tengamos, habrá de todo entre quienes estáis leyendo este libro.
Es posible que muchos de vosotros hayáis sufrido experiencias traumáticas, como la muerte de un ser querido...
O como una familia a la que no llegaban los recursos económicos...
O unos padres con muchos problemas entre ellos...
O una enfermedad vuestra o de alguna persona cercana...
O una familia ausente...
O una familia rota...
O un país bajo una dictadura...
O un carácter paterno demasiado autoritario...
...
Todas las experiencias que vivimos en esos primeros años de vida se nos quedan grabadas como huellas que impregnan nuestra forma de ser y que se mezclan con nuestro temperamento para formar nuestra personalidad adulta. En mi caso particular, no puedo negar que, el hecho de que mi padre falleciera cuando yo tenía 2 años, haya marcado mi carácter. Todo evento traumático deja huella en nuestro corazón, y en nuestro cuerpo.
Más adelante, con el paso del tiempo, es cuando las personas adultas podemos construir sobre nuestra historia y sobre nuestros traumas. Pero es un camino que cada uno debe ir recorriendo. Quedarse anclados a lo que creemos que somos no nos sirve de nada.
Cada vez que veo un adulto con problemas o con dificultades en este presente, me pregunto: ¿Cómo habrá sido su pasado? ¿Cómo lo viviría el niño o la niña que fue hace 40 años?
Generalmente, uno no puede sino sentir amor al conocer los traumas que han vivido otras personas. Y cuando uno se dedica a trabajar cada día con el factor humano conoce a muchas personas que lo han pasado mal. Sin embargo, y por fortuna, el ser humano florece, la vida no se puede detener.
La vida aparece por cualquier rincón, sea en la forma del primer llanto de un bebé, de una flor que rompe el asfalto para nutrirse del sol o del canto de un ruiseñor en las maravillosas noches de primavera.
Tenemos que saber que, aunque nuestra actitud depende de dos factores, uno de ellos es modificable por nosotros, el carácter, y la plasticidad del cerebro es algo que está más que demostrado por diversos estudios científicos. Podemos cambiar nuestro carácter y así cambiar nuestra actitud.
La ley número 4 nos habla de la inconsciencia con la que hemos llegado hasta el presente. Una gran parte de los adultos que conoces no se dan cuenta de todo lo que estás leyendo en este libro, viven sus vidas con más o menos éxito, con más o menos felicidad, con el piloto automático activado para ir a cualquier lugar.
Todos hemos llegado aquí sin darnos cuenta, cuando somos niños y adolescentes no se nos enseñan estas cosas con total propiedad para así entrar a la edad adulta con las mejores garantías de tener una actitud impecable. Uno vive y, cuando tiene 25, 35, 45 o 55 años, se da cuenta de que quizás podría replantearse algunas cuestiones sobre su forma de afrontar la vida ya que los resultados que está obteniendo, materiales, inmateriales, emocionales, quizás no son los que le gustaría. Entonces es cuando es consciente de que quizás su actitud le ha jugado algunas malas pasadas.
Darse cuenta y ser consciente de esto es fundamental. Los cristianos tienen una religión llena de sabiduría, que admiro enormemente, aunque no soy creyente. Una de las oraciones que se entonan en el monasterio benedictino de Silos en Burgos, donde suelo retirarme a escribir y descansar, es el Confiteor, con su conocida frase «Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa» (por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa). Esta oración, pese a que no soy muy fan del término «culpa» aplicado contra nadie, es un reconocimiento de que quizás uno no va por el camino adecuado, y reconoce su responsabilidad.
Esta ley de la actitud nos habla precisamente de lo mismo: «estamos aquí y quizás no hayamos venido por el mejor camino», «quizás no hayamos tenido la mejor actitud». Este es un buen punto de partida para cambiar.
La ley número 5 es básica, y nos introduce en la siguiente parte del libro en la que vas a aprender a cambiar de actitud. Decía una frase atribuida a Albert Einstein: «No se puede solucionar un problema desde el mismo marco de pensamiento con el que se creó».
Esta frase nos indica que si hemos llegado hasta aquí ha sido gracias a un marco de pensamiento, pero si queremos resultados distintos en nuestras vidas, ya sean estos materiales o inmateriales, tenemos que cambiar nuestro modo de ver las cosas y de afrontarlas, de lo contrario nada va a cambiar.
Sal a la calle y pregunta a cuántas personas les gustaría ver un cambio significativo en sus vidas. Todos te dirán algo, a no ser que hayan evolucionado tanto que no tengan ninguna necesidad. Hay a quienes les gustaría perder peso, a otros les gustaría tener más dinero, a otros vivir en la casa de sus sueños, a otros quitarse todos los miedos de encima, a otros volver a hablarse con alguna persona con la que se enemistaron... Luego pregunta cuántas personas están dispuestas a hacer un esfuerzo importante por cambiar sus vidas y mejorarlas. Quizás no encuentres tantas respuestas. Muchos de ellos incluso te dirán: «no tengo tiempo».
Pero sin un cambio de actitud frente a la vida no hay mejora, nada va a cambiar. Si tu primera pareja se divorció de ti cuando tenías 40 años, quizás encuentres otra cuando tengas 42, pero o cambias algo dentro de ti o puede que la nueva pareja se vuelva a divorciar de ti por motivos similares. Cualquier momento de nuestras vidas, especialmente las caídas, tienen que servir para hacer examen de conciencia y ver qué tipo de actitud nos llevó hasta allí, para así poder cambiarla y evitar caer en el mismo lugar.
«Tu mundo es un reflejo de tu actitud».
Hay actitudes que nos acercan al éxito, que nos llevan un poco más cerca de las sensaciones que queremos, del nivel de satisfacción que deseamos con la vida y de los resultados que nos gustaría obtener.
Después de estudiar bastante el campo de la actitud, encuentro cuatro actitudes que me parecen fundamentales si queremos obtener algo significativo:

La proactividad consiste en ir por delante, en anticiparse a lo que pueda ocurrir y en provocar en nuestro entorno los cambios que deseamos.
La actitud proactiva es lo contrario de la actitud reactiva o victimista, la persona proactiva toma la iniciativa. Las personas con esta actitud suelen tener ideas que ponen en práctica, movilizando lo necesario para hacerlas realidad.
La proactividad es un componente muy demandado en el entorno laboral, ya que de poco sirve una persona parada que no quiera moverse. De ahí que el dibujo elegido sea una persona levantándose del sillón. Levantarse del sillón implica proactividad, lo fácil y cómodo es quedarse, pero lo que hay que hacer es otra cosa. Las personas productivas identifican lo que hay que hacer y se ponen con ello.
Muchas veces la timidez, el miedo a destacar o a parecer lanzados hace que nos quedemos a medias sin conseguir nuestros objetivos. Imagina que has conocido a alguien durante varios días que crees que es la mujer o el hombre de tus sueños. Sientes que hay feeling por ambas partes, y no sabes cómo hacer para que la otra persona lo sepa, ¿qué harías? Algunas personas esperarían a ver qué ocurre, otras le dirían lo que sienten y otras leerían las señales positivas y obvias, y la intentarían besar en cuanto tuvieran la oportunidad. La persona más proactiva es la tercera.
La proactividad es uno de los temas que más desarrollamos en las redes comerciales, pues un equipo comercial sin proactividad no conseguirá resultados. Necesita proactividad para abrir una nueva zona, para llamar a nuevos clientes, o para venderles más productos a los clientes actuales. La actitud proactiva es saludable porque nos hace salir constantemente de la zona de confort.
La persona proactiva tiene un lema:
«Prefiero pedir perdón que pedir permiso».
Muchas personas no están de acuerdo con esta frase, pero en el mundo de la empresa es todo un mantra para algunos. Si te dedicas a pedir permiso para todo, seguramente no llegues a mucho, la burocracia de algunos lugares y el miedo a decidir de otros hará que no te puedas mover y llevar a cabo tus planes. Así que hay algunas personas que actúan, y que de vez en cuando se equivocan, por este motivo piden perdón si fuera el caso.
En el mundo comercial se nota la falta de proactividad en cualquier pequeño detalle. Por ejemplo, cuando en un proceso de venta se está llegando al cierre, muchas personas prefieren pedir permiso y dicen cosas como:
«Entonces Antonio, ¿quieres trabajar con nuestra empresa?»
No deja de ser una pregunta muy peligrosa en un momento tan delicado y que no recomiendo hacer. Por este motivo, sabemos que lo mejor es no pedir permiso y dar el cierre por hecho. Esto es lo que diría un vendedor con actitud proactiva
—Entonces Antonio, ¿qué es lo que más te ha gustado de nuestra empresa?
—La extranet de proveedores, me ha parecido muy fácil de utilizar
—Vaya que sí, ha sido un desarrollo espectacular por parte de nuestro equipo.
—Decías que tenías dos pedidos que enviar a Latinoamérica, ¿verdad?
—Sí
—Perfecto, dime ¿empezamos con uno o con los dos?
...
Este vendedor no pide permiso, directamente da por hecho que algo va a salir como él quiere, y camina en esa dirección.
CONQUISTANDO LA ACTITUD
¿En qué aspectos de mi vida tendría que ser más proactivo? ¿Qué tipo de situaciones me cuesta afrontar y «dejo para luego»?
La actitud positiva es aquella que ve el lado positivo de las cosas, capaz de ver el vaso medio lleno y de apreciar todo lo bueno que nos rodea.
Ante un problema, muchas personas no son capaces de ver lo positivo que existe detrás, las oportunidades que supone o la parte positiva del problema, quedándose ancladas a la negatividad.
Las personas positivas siempre ven el lado positivo de algo, siempre tienen un rayo interior de esperanza ante cualquier situación y logran sentirse mejor porque se centran en la solución y no en el problema.
Hay personas que están empeñadas en ver lo que no funciona, todo aquello que, a su alrededor, está por mejorar. Otras, sin embargo, se centran en lo que sí funciona en todas las cosas que ya hay, no en las que faltan.
Las personas con actitud positiva tienen una visión más valorativa de la vida, consiguen valorar mucho más lo que tienen. Un ejemplo de actitud positiva es el siguiente:
Dos padres se encuentran por la calle:
—¿Qué tal va tu hija en el colegio?
—Todavía no sabe multiplicar.
La misma situación con otros padres:
—¿Qué tal va tu hija en el colegio?
—Ya sabe sumar y restar, y está aprendiendo a multiplicar.
Las dos situaciones son iguales, pero un padre tiene una actitud más positiva, valora más lo que hay en lugar de poner la atención en lo que falta.
Si quieres saber cómo es la actitud de una persona, pregúntale sobre algo que haya hecho y fíjate en qué pone la atención. Esto es lo que contestaría una persona con actitud negativa:
—¿Cómo han ido las vacaciones?
—Muy cortas...
—Bien, pero el hotel...
—Uf... hemos pasado un calor.
Esto es lo que contestaría alguien con actitud positiva:
—¿Cómo han ido las vacaciones?
—Geniales, lo hemos pasado en grande.
—Alucinante, el norte de Italia es precioso.
—Hemos descansado mucho.
Seguramente estas dos personas estarían hablando de las mismas vacaciones. De ahí que el símbolo elegido para esta actitud sea el de alguien que sostiene el signo positivo, el de sumar, el de ver la parte positiva de lo que sucede a su alrededor.
Para lograr lo que queremos en la vida tenemos que saber insistir e intentarlo una y otra vez, incansablemente. Cuando insistimos y perseveramos en nuestros esfuerzos, lo conseguimos hacer realidad.
La actitud incansable es como una gota de agua que cae sobre la roca. Una gota de agua actúa lentamente, pero es capaz de hacer un agujero en una roca si cae en esta durante cientos de años. Para mí la actitud incansable la simboliza una persona entrenando. Para tener una salud 10 sabemos que no vale con apuntarse al gimnasio cuando llega el mes de enero e ir durante algunos días.
Recuerdo un examen en mi carrera universitaria de una asignatura incómoda y muy teórica que gustaba poco a la gente. Yo no había estudiado más que el resto y asistí al examen, en el que habría unos cien alumnos. A los pocos minutos de que el examen estuviera en sus mesas, empezaron a salir alumnos del aula. ¡El exámen era muy difícil! A los cuarenta y cinco minutos, solo quedaban unas quince personas y en los siguientes veinte minutos desaparecieron casi todos menos tres alumnos, entre ellos yo. No sabía más que los que se habían ido, pero decidí quedarme. Al fin y al cabo, tampoco tenía nada más importante que hacer fuera de aquella clase.
En el aula nos quedamos los tres alumnos y dos profesoras. A los pocos minutos ellas dijeron: «nos vamos a tomar un café» y se fueron. No te voy a contar lo que ocurrió en los veinte minutos en los que las profesoras estuvieron fuera de la clase, pero los tres alumnos aprobamos. No fue una cuestión de inteligencia, sino de insistir e intentarlo de una u otra forma, decidí ser incansable y conseguí mis objetivos.
En la vida hay cosas que no podemos cambiar, cosas que, simplemente, tenemos que aceptar y no pelearnos con ellas. La vida nos va a traer demasiados eventos, muchos de ellos desagradables, que no podremos cambiar. Puedo pelearme y reaccionar contra las cosas que han ocurrido o puedo aceptarlas.
Vivir con una actitud de aceptación implica saber qué cosas tengo que aceptar y aceptarlas, dejando ir cualquier sentimiento de frustración, rencor o resentimiento. Hay un dicho que dice:
«Señor, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí puedo y sabiduría para conocer la diferencia».
Cuando aceptamos que la vida es mucho más que nosotros mismos, sabemos que en la aceptación hay un camino de sabiduría, ya que lo contrario es una pelea constante con la vida, culpando a la misma de no cumplir con nuestros deseos.
CONQUISTANDO LA ACTITUD
¿Qué cosas de mi vida tendría que aceptar más? ¿En qué cosas me quedo bloqueado porque no soy capaz de aceptarlas como son?
«En la aceptación hay una sonrisa, en la negación o reacción a lo que ha ocurrido, hay frustración y enfado».