ÍNSULA 865-866
ENERO-FEBRERO 2019

Nota: este artículo empieza en la página 3 de la edición en papel. El número entre corchetes [
X] corresponde a la página de esa edición
En los últimos decenios del siglo pasado y en lo que va del presente, los estudios sobre la Biblia en la Edad Media y la temprana modernidad han proliferado. Esto, obviamente, se debe no solo a que los textos sagrados son de primer grado en relación con toda actividad en la que medie el libro o la memoria del texto religioso, es decir, en toda actividad intelectual o de formación en el pasado, sino que también y por ello, en la historia cultural, intelectual, literaria, etc., la Biblia constituye una red de soporte y al tiempo la base en la pedagogía material y religioso-ideológica escrita y oral, desde el aprendizaje de la lectoescritura hasta el adoctrinamiento pastoral o confesional, pasando por la práctica litúrgica y meditativa diarias de religiosos y laicos, que supone la selección de textos bíblicos y condiciona una interpretación en la memoria colectiva. En fin, recordando solo una faceta más de esta infiltración total del texto bíblico en cualquier práctica intelectual, este presta a la creación literaria, sean cuales fueren sus funciones, invención, esquemas de composición, o hasta modelos tropológicos, susceptibles de fungir biográfica, autobiográfica o hasta «altrobiográficamente», todo en el ámbito de una poética trascendente o, en ciertos aspectos, según la denominara Alan Deyermond, figural (2015), incluso en la buscada «contradependencia» por medio de la desviación paródica filtrada por la liturgia (Gernert, 2008). Tal red de soporte tiene, naturalmente, el valor añadido —o reducido, según el caso— de ser resultado de un desplazamiento hermenéutico gracias también a las versiones en lenguas vulgares. Los romanceamientos bíblicos medievales, son, verbigracia, repositorios esenciales para percibir el estado de la lengua en tiempos de fronteras lingüísticas lábiles, de fijación y consolidación de una prosa romance, o en el ámbito de una sociedad cultural y religiosa múltiple, como fue la de la península ibérica, en la que, por ejemplo, era habitual el uso de traducciones completas del Antiguo Testamento en las comunidades judías, algunas de las cuales usufructuamos hoy.
Aquí no se intentará resumir el estado actual de los estudios sobre la difusión en lengua romance o la influencia de la Biblia en los reinos [
4] hispánicos de la Edad Media, entre otras cosas porque es accesible por múltiples medios y sobrepasaría con mucho los límites de este breve artículo. Me interesa más, como se verá, tratar de algún ejemplo de «edición» bíblica atípica o divergente en la forma y acaso en su destino, circulación y uso, si los comparamos con la tipología de los romanceamientos hispánicos a día de hoy más conocidos. No es un asunto anecdótico, como quien dice una nota a pie de página, porque su existencia en la península ibérica abre nuevas perspectivas para el estudio del fenómeno de la traducción bíblica en la Europa meridional.
Sí son, sin embargo, más que necesarias, algunas pinceladas que permitan contextualizar nuestro interés recordando solo algunos hitos —lamentablemente no hay espacio para mencionar otros de similar importancia— que han contribuido a perfilar y diferenciar ya con mucha claridad el corpus de las traducciones bíblicas, su historia y también su uso. Fue, por poner algunos ejemplos, Margherita Morreale quien dio el espaldarazo europeo a las corrientes traductoras de la Biblia en España, no solo merced a su famoso artículo incluido en The Cambridge History of the Bible (Morreale, 1969), sino también gracias al resto de sus importantísimas contribuciones, que, además de desenredar no pocas madejas de las relaciones entre los manuscritos conservados, vino también a poner los textos bíblicos en el primer lugar de interés para la historia de la lengua. Su ejemplo se ha materializado en una escuela que amplía y perfecciona el legado de la maestra con aportaciones de amplio impacto, como los estudios y ediciones de Sánchez-Prieto, verbigracia sobre la Biblia en la historiografía (2008), o la primera edición completa, en colaboración, entre otros especialistas, con Inés Fernández-Ordóñez, de la General estoria, que contiene el romanceamiento bíblico más sistemático, por hecho con una finalidad historiográfica, lo que supone también una homologación europea en el uso de los textos bíblicos fuera de su puro contexto religioso (Sánchez-Prieto, 2009). Al aire asimismo paduano se han desarrollado otros proyectos e iniciativas ya en el contexto de las humanidades digitales, como el de Enrique-Arias & Pueyo —ambos autores en otros grandes proyectos de edición de traducciones bíblicas como el del Hispanic Seminary of Medieval Studies de la Universidad de Wisconsin— en su portal Biblia medieval <http://www.bibliamedieval.es/>. Desde el Instituto Orígenes del Español del CiLengua, se han difundido numerosos resultados de investigadores procedentes de otros centros; aparte de algunos de los citados, y por explicitar un solo botón de muestra, he ahí la diligente monografía de Avenoza (2011) —quien no ceja en el empeño de desvelarnos más y más textos—, esencial para navegar por el proceloso mar de las fuentes manuscritas y de los puntuales aspectos codicológicos de los romanceamientos bíblicos hispanos. Et sic alia…
Biblia de Moshé Arragel (Biblia de Alba), Palacio de Liria.
Estos resultados y líneas de investigación, entre otros, han coadyuvado a que las traducciones bíblicas ocupen espacios amplios en el terreno de la historia intelectual, literaria o de la lengua de la Edad Media española. Hoy, además, las historias de conjunto dedican a la materia algo más de espacio que en el pasado (así, Gómez Redondo, 1998). Sin embargo, el corpus de traducciones bíblicas de los siglos XIII-XV no se ha visto enriquecido con nuevos testimonios que supongan una variación tipológica sustancial y distinta de las ya conocidas, que incluyen las versiones completas o parciales de la Biblia hebrea o cristiana, así como también textos parabíblicos —la Fazienda de Ultramar en cierto sentido (Rico, 1982), o lo aportado por Avenoza, 2001—.
Con tales mimbres se puede también seguir argumentando sobre la diferencia o la peculiaridad hispana en algunos aspectos de esta faceta de la historia cultural y religiosa, razonamiento muy productivo historiográficamente en alguna escuela española. El texto que contextualizaré y al que me referiré en lo que sigue viene a suponer, en su menesterosa, parcial y triste conservación, una variación importante en las referidas tipologías de las traducciones bíblicas, y nos invita a establecer nuevas conexiones culturales, homologando a la península ibérica —y, por extensión, a la Europa meridional— con la septentrional germánica o anglo-normanda, constituyendo, por tanto, un capítulo más de los ya descritos (Bullón-Fernández, 2007) sobre las relaciones culturales entre, en este caso, el reino de Castilla y la cultura anglo-normanda.
En los siglos XI-XII se vivió un verdadero renacimiento bíblico a la zaga de las reformas gregorianas. La centralidad de los textos sagrados y su progresivo uso entre religiosos y laicos en formación no solo benefició una expansión extraordinaria sino también una variación tipológica de los textos sagrados inédita en la cristiandad hasta entonces, acorde con la emergencia y las nuevas funciones de la Biblia y con la delegación de responsabilidades en todos sus receptores, administradores e intérpretes, porque el asunto de la Palabra ya toca a todos (ad omnes tangit) también. Los centros religiosos facturan o comandan monumentales volúmenes bíblicos latinos de formato elefante, indicio no solo de la centralidad material de los textos sagrados en sus bibliotecas y en la liturgia, sino también como una materialización o manifestación hieratizada de las reformas (Togni, 2016). Al tiempo, se sistematizan en variación otros tipos de manuscritos bíblicos desde antes desgajados del resto del canon de las Sagradas Escrituras, como es el caso del salterio.
Este tenía ya funciones que lo hacían circular independientemente de los otros libros del corpus bíblico desde los primeros siglos de la Edad Media. La litúrgica, en lugar principal, pues es la base de la laus perennis; también, más accesoriamente, en la vida monástica la recitación de los salmos sirve para cumplir penitencias o redimir castigos, según penitenciales antiguos; y hasta para usos adivinatorios con la práctica de las sortes sanctorum. Ahora bien, el salterio tuvo desde muy pronto una función propedéutica, para el aprendizaje de la lectura, la lengua latina y la escritura. Los niños en las escuelas parroquiales o los jóvenes monjes —asimismo muchas religiosas— aprendían el salterio de memoria, se comprendía con la correspondiente ayuda, y, por ende, se aprendía también el latín por [
5] medio del análisis léxico y gramatical; fungía incluso como dechado para el aprendizaje de la escritura, bien desde la memoria o por medio de la copia de un antígrafo. Riché detalla la función propedéutica en el occidente bárbaro (1978-1979); Reynolds nos advierte del uso en el aprendizaje, previo incluso a la comprensión del latín y sitúa al salterio dentro de los tipos de libros expresamente educativos (1996). Y, en el caso de la alta Edad Media española, las cosas no son naturalmente distintas (Díaz y Díaz, 2004).
En la Regula magistri se denomina al joven monje que posee la destreza de la lectoescritura psalteratus —psalteriados son santo Domingo de Silos y san Millán de la Cogolla cuando Berceo describe admirativa y hagiográficamente su precocidad— y se recomienda disponer de parte del salterio en forma de codiculum modicum individualmente, incluso cuando los jóvenes viajan. Se han aireado mucho como prueba de esto las seis tablillas de madera enceradas y cosidas entre sí en forma de libro (ss. VII-VIII), que, olvidadas o abandonadas por sus portadores en Springmount Bog, un remoto lugar de las colinas de la Irlanda septentrional, contienen el texto galicano de los salmos 30-32 escrito en buena letra uncial irlandesa. Se suele olvidar, sin embargo, un testimonio español tan importante o más, el corpus de las pizarras visigóticas, algunas de las cuales son claras muestras del aprendizaje de la escritura (Velázquez, 2004), evacuando el texto del salterio desde la memoria, como se practicaba también en la antigüedad clásica con textos propedéuticos, como los Distica de Catón (Díaz y Díaz 2004).
La integración de la lengua vulgar en este proceso es casi natural cuando el aprendizaje era incipiente, y queda plasmada por medio de glosas que, además y sobre todo en ámbitos de lenguas y culturas muy divergentes de las dependientes del latín, se convierten en acompañantes necesarias para la comprensión del texto del salterio. Son más de treinta los salterios anglosajones y anglonormandos que han sobrevivido; de ellos la mitad están glosados en lengua vulgar, y responden a tipologías que van desde la presencia de glosas de carácter personal escritas en ocasiones en tinta apenas visible, resultado de un acto individual de lectura o de preparación del texto para su explicación, que tienen generalmente como objeto el aclarar una palabra latina difícil, hasta la glossa continua en forma de traducción literal del texto latino con correspondencia directa verbum ad verbum, escrita con tinta claramente visible y, por tanto, incorporada interlinealmente como un elemento más de la concepción original de la página del libro, con una clara propuesta de jerarquía textual. No se trata del mismo tipo de glosas, pero ambas modalidades «are obviously there in order to make the opaque revered text intelligible, heuristically available, and interpretationally explicite», como notara Brown (1999).
El texto vulgar adquiere en menos de un siglo mayor importancia y acaba en cierto modo con su función accesoria, equiparándose al latín en la misma puesta en página. Podemos hablar entonces de salterios bilingües, en los que figura el texto latino —siempre en la versión galicana— y los elementos litúrgicos que lo acompañan junto con la traducción de todo en lengua anglosajona o en scripta anglonormanda del francés. Incluso contamos hasta con salterios trilingües —desde el punto de vista del texto latino también son triples, pues se copia sinópticamente la versión galicana, la romana y la del hebreo— incorporándose en un mismo códice, además del salterio latino y sus elementos acompañantes, las versiones anglosajona y anglonormanda interlineadas en dos de las tres versiones latinas, bien que de este tipo solo conservamos un códice, el famoso Salterio Eadwine (s. XII), que quizá respondía a un modelo replicado en los talleres de la abadía de Canterbury, pues consta otro de muy parecidas características en su puesta en página y en el programa iconográfico, en el que, sin embargo, no se ha interlineado el texto anglosajón, quizá por su destino, pues —y esto interesa mucho en este contexto— pasó algún tiempo en la península ibérica, en donde se completó su ilustración (Alcoy i Pedrós et alii, 2004).
Si acotamos el fenómeno al ámbito que aquí importa, el anglonormando, y a los siglos XII-XIII, los tipos de salterios bilingües son, según su disposición, los siguientes: 1. Texto latino destacado y vulgar en tamaño menor incorporado como glosa continua interlineal. 2. Texto latino y vulgar más o menos equiparados, con las siguientes tipologías: a) versión latina y vulgar yuxtapuestas por medio de la inserción de esta sobre aquella, a veces destacando con color distinto ambas versiones; b) textos original y vulgar alternando versículo a versículo; c) texto latino en una columna y vulgar en otra; d) texto latino en una cara del folio y vulgar en otra enfrentada a la anterior (Ruby 2010).
Ni que decir tiene que, fuera de alguna modalidad de estas (2a), que se consagra fundamentalmente para los salmos penitenciales en libros de horas hasta el siglo XV, no se había documentado en la Europa meridional ejemplo ninguno de las demás, habiéndose considerado el fenómeno de los salterios bilingües como propiamente septentrional y especialmente insular. Ha sobrevivido —las circunstancias y paradero se pueden ver en el libro de Cátedra & Fernández-Ordóñez, 2019—, sin embargo, al menos un bifolio escrito en letra anterior a las reformas gráficas alfonsíes y con particularidades lingüísticas y materiales que sugieren una datación temprana, y que es evidentemente fragmento de un salterio con el texto latino y romance alternantes versículo a versículo. Por ejemplo así empieza el salmo 32:
Exultate iusti in Domino; rectos decet colaudatio.
Exalçatvos en el Señor los iustos; a los derechureros conviene el alabamiento.
Confitemini Domino in çitara; in psalterio dece[m] cordarum psallite illi.
Confessatvos al Señor con cítora; et cantatle con el psalterio de X cuerdas.
Cantate ei canticum nov[u]m; bene plasite [sic] illi in vociferatione.
Cantatle nuevo cantar, et ala[b]atle bien a grandes vozes et muchas.
No se había documentado una tipología como esta entre las de las traducciones bíblicas de la península ibérica, tampoco de la Europa meridional. Coincidía, empero, parcialmente esta modalidad de texto bilingüe con la alemana también alternante de Notker el Alemán (c. 950-1022), si bien la yuxtaposición latina/alemana es de hemiversículos. Ahora bien de este tipo de salterio bilingüe sí existe una modalidad anglonormanda idéntica, la señalada antes como 2b, que es por añadidura la menos común, ya que solo se conservan dos fragmentos de códices del siglo XII, ambos formalmente muy parecidos al nuestro, lo que quizá deba interpretarse como un indicio de una pérdida temprana de funcionalidad de este tipo de salterio bilingüe, ya que de los demás conservamos en cambio numerosas y excelentes muestras.
Se abre, por tanto, un portillo para, en primer lugar, ampliar la tipología de las traducciones bíblicas hispanas, o, por mejor decir, del salterio litúrgico. En segundo lugar, es necesario aclarar sus funciones y ámbito de uso. Y, en tercer lugar, se plantea la necesidad de explicarse la presencia española de salterios bilingües en fechas cercanas a la proliferación de sus parientes septentrionales.
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6] En 1170 se celebran en Tarazona las bodas de Leonor Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania, con Alfonso VIII de Castilla; y en 1254 se desposan en el monasterio de las Huelgas de Burgos Leonor de Castilla, medio hermana de Alfonso X, con el futuro rey Eduardo I de Inglaterra. Si bien las razones de uno y otro matrimonio son diversas políticamente hablando, en tales circunstancias y en ese arco cronológico del paso del último tercio del siglo XII hasta mediados del siguiente es perceptible una influencia cultural recíproca entre las coronas inglesa, castellana y de Aragón, que, en estas últimas, es perceptible por la presencia de los gustos artísticos anglonormandos en la pintura, arquitectura o en la estética del libro (Walker, 2007). Tal influencia sería constatable hasta incluso en iniciativas de amplio impacto cultural y religioso, como es, por ejemplo, la fundación y patronazgo real del monasterio las Huelgas, que, aunque confiado a la orden de moda y de más impacto cultural entre los laicos a finales del siglo XII, la cisterciense, es posible que en su fundación pesara el modelo religioso, social y educativo de Fontevrault, en donde pasó un tiempo al lado de su madre la niña Leonor (Walker, 2005).
Al aire de tales relaciones se explicaría muy bien la elaboración, circulación y naturalización del salterio castellano a la moda anglonormanda. En este caso se podría hipotetizar sobre quiénes lo usufructuaron y para qué… es materia que requiere mucho más espacio del ya utilizado y que se trata en la monografía citada (Cátedra & Fernández-Ordóñez, 2019), pero es conveniente, habiéndonoslas con las tres Leonores, tener en cuenta que también las mujeres y, en concreto, las religiosas o las educadas en monasterios como los citados podían pasar por el ciclo del aprendizaje más arriba referido. Y, de hecho, se conservan salterios bilingües destinados a aristócratas laicas o escritos para y hasta en monasterios femeninos. Cerramos recordando aquí solo un par de casos pertinentes. El bilingüe Salterio de Winchester formaba parte de la biblioteca de la abadía femenina de Shaftesbury —una de cuyas supuestas abadesas se ha llegado a identificar con la escritora María de Francia—, en cuyos anaqueles es también muy posible que estuviera el Salterio de Salisbury (s. XI), con traducción en forma de glosa continua en antiguo inglés; y, en fin, uno de los dos salterios bilingües ya citados homólogos al nuestro lo usufructuaron manos femeninas quizá desde sus orígenes, al menos seguramente durante los siglos XIV y XV.
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