El origen del café

Cuerno de África, año 800: aquí comienza todo. ¿Aquí comienza todo? Como en tantos otros temas importantes de la Historia con mayúscula, no hay una precisión exacta ni definitiva sobre el origen. Según algunos arqueólogos, el primer registro documentado del café apareció en el año 858 en la provincia de Kaffa, Abisinia, en el sudoeste del país que hoy se conoce como Etiopía. En esta zona, durante la Edad Media, los monjes cristianos que encabezaban las misiones religiosas ya preparaban infusiones con la planta Coffea para despabilarse. Al menos desde lo lingüístico, ese lugar de nacimiento suena lógico: Kaffa, la provincia, sería el etimo (raíz de la que procede una palabra) de café.

¿La raíz de la planta está en Kaffa? Otros arqueólogos ubican el origen del grano justo del otro lado de Etiopía, en el noreste, sobre las costas del mar Rojo. Y hay quienes incluso dicen que la primera aparición fue cerca de allí, pero cruzando el mar: en la orilla de enfrente, entre los puertos de Moca y Adén, en Yemen, o un poco más lejos todavía, en el sur de lo que hoy es Arabia Saudita. Para la justicia poética, es estimulante pensar que el Homo sapiens y el café nacieron en el mismo continente con algunos miles de años de diferencia. Fuere en Etiopía, en Yemen o en Arabia, el cafeto empezó a crecer en zonas montañosas bajas de suelos fértiles y con un clima templado o fresco y lluvioso, en contraste con la aridez desértica del resto de la zona.

El café tiene poco más de mil años. En el tránsito del primer al segundo milenio después de Cristo, las tribus nómades de Etiopía empezaron a moler las frutas del cafeto para obtener sus semillas porque el café era un alimento masticable. Los peregrinos mezclaban los granos silvestres con grasa animal y preparaban barritas energéticas que les daban fuerza en las penosas travesías por el desierto. Después se hizo costumbre triturar los granos y fermentarlos en alcohol (suena sensato, pues cuando el café llegó a Europa se lo conoció popularmente como “el vino árabe”). Además de estímulo para los viajeros, la infusión se usaba como medicamento contra la fiebre, la gota, el escorbuto, la depresión y otras mil dolencias.